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CAPÍTULO I ANTES DEL VIAJE La convocatoria en el lago

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A pocos días de la navidad (año 2006) y luego de una temporada en la que gocé de un breve descanso en compañía de mi familia, siento la necesidad de escribir las experiencias sucedidas en los últimos tiempos. Tengo un sinfín de imágenes y sensaciones. Me ayuda un diario en donde he consignado algunas notas y es gracias a él que puedo precisar y procesar algunos datos de lo acontecido. Antes de la transcripción del mismo quisiera explayarme un poco en lo previo a la experiencia, describir y tratar de entender junto a quien lee estas páginas, aquellos pasajes en donde uno no sabe lo que va a suceder, pero que vistos a la distancia cobran un nuevo sentido.

Era el año 1999 cuando recibí la invitación para participar de una reunión mundial de “contactados” y comprometidos con un crecimiento interior. Había transcurrido algo más de un año de aquel encuentro tan importante con Tomás, narrado brevemente en el prólogo de este libro, y la verdad es que me sorprendió bastante tener en mis manos la posibilidad de acceder a un evento tan importante. Debo reconocer que la primera sensación que tuve fue la de sentirme un tanto “disminuido”, ya que en ese entonces sabía que mi experiencia y desarrollo no estaban a la altura de los que participarían. Llevaba pocos años dedicado a la preparación e investigación del camino interior, pero el impulso maternal e incondicional de una instructora fue decisivo para que aceptara la invitación, que marcaría un hito en mi vida.

La cita se dio a orillas del Lago Titicaca, en el país de Bolivia. Sucedió en el mes de septiembre, los días 17, 18 y 19, y a pesar del tiempo transcurrido hasta el día de hoy, al escribir estas páginas se abre un torrente de imágenes con todos los detalles de lo vivido. Llegué a aquel lugar sagrado con serenidad, a pesar de que las emociones eran intensas. Traté de estar lo más atento posible y no perder ningún episodio de lo que allí se daría. La naturaleza presentaba un ambiente mágico, recuerdo el cielo despejado, el aire helado ingresando a mis pulmones. Se notaba en la mirada de cada uno de los integrantes la disposición a participar de la mejor manera en esta convocatoria cósmica; tenían una actitud especial, de entrega y reverencia por encontrarse en el lugar indicado. Éramos más de 200 personas de diferentes lugares del planeta y el poder escuchar cada una de las vivencias, todas llenas de espontaneidad, hacía que esa especie de sueño adquiriera un matiz de realidad. En mi ser se iban disolviendo viejos conceptos y creencias. Recorría los diferentes grupos que se formaban en los momentos “libres”, pero me limitaba solo a escuchar toda la vorágine de información que había buscado a través de años anteriores y que ahí delante de mí se exponían. Reforcé y confirmé varios temas que por intuición y algunas investigaciones había descubierto. Parece mentira, pero en medio de aquel torbellino de sucesos no tuve mucho tiempo de meditar sobre cada cosa que acontecía. La experiencia no solo duró, en mi caso, los tres días del encuentro. Varias semanas después me sorprendí meditando aún sobre mi primer encuentro con realidades más allá de lo físico.

La manifestación y presencia de los “guías cósmicos” se dio de distintas maneras, cada cual de acuerdo a la preparación individual del participante. Pudimos apreciar desde avistamientos nocturnos y diurnos de naves interestelares, a una distancia muy cercana a nuestra ubicación, hasta contactos físicos en horas de la madrugada con grupos reducidos que habían sido señalados para este evento.

La naturaleza nos llevó a vivir experiencias contundentes, que para la ciencia no tendrían explicación. Cada día fue muy intenso en todos los planos de mi existencia. Muchos de los acontecimientos se dieron de una forma que no pude entender en aquel momento, fueron necesarios meses y años para poder comprenderlos y de esta manera utilizarlos en mi misión personal.

Realizamos varias “labores” en lugares y horas fijadas por aquellos que nos habían convocado, ¡los ultraterrenos! Era la primera vez que mis actos obedecían a instrucciones dadas por seres que no pertenecían a nuestro mundo, todo esto se recibía por los “canales” que allí se encontraban y que además coordinaban el evento. En estos días se activaron en mí, las primeras percepciones que reforzarían la creencia en los intraterrenos. Además empiezo a recibir el conocimiento sobre la realidad intraterrena, y es entonces que puedo vislumbrar la existencia de la “triada”, conformada por la convivencia de tres humanidades en nuestro planeta, en tres anillos energéticos de conciencia: los intraterrenos, los terrenos (nosotros) y los ultraterrenos.

Muchos de los conocimientos no los recibí de parte de los asistentes, sino que llegaron a mí en forma directa, a través de “ellos”. Sé que escribir todo esto puede causar en muchos una reacción de incredulidad absoluta, pero mi intención no es la de inducir a la aceptación incondicional sobre lo que aquí está escrito, mi intención es solo narrar todo aquello que he vivido. En resumen, sobre aquella experiencia podría decir que fuimos convocados todos aquellos que en forma consciente o inconsciente teníamos compromisos asumidos a través de los tiempos, los cuales fueron develados a algunos y en otros representarían el inicio de su despertar.

Durante estos casi siete años que han transcurrido desde aquel evento, he recorrido diferentes lugares en los cuales por “encargo” de estas humanidades, realizamos labores específicas relacionadas con el planeta y su población. Las preguntas siempre están presentes, y desde hace mucho tiempo son casi las mismas, para cualquiera de nosotros, que andamos en una búsqueda constante por entender de una manera más profunda el universo: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy?

Esta rutina me ha llevado a conocer a maravillosas personas que se han ido acercando por esa ley de “atracción o resonancia” que es estudiada y conocida en el mundo metafísico. Conformamos con el tiempo un grupo con inquietudes similares: conocer la verdad de nuestra existencia y empezar a caminar en el sendero del servicio a la humanidad. De esta manera fuimos creciendo y se originó una amistad que nos ha llevado a una hermandad atemporal, superando nuestra realidad y existencia de tiempo lineal, conformándose así un grupo de misión humanidad. Sería válido decir que el amor está liberado del tiempo-espacio en el mundo físico.

Una de las personas que formó parte de este grupo fue Sara. La conocí por el año 2000 cuando llegó al consultorio trayendo a su madre. En ese instante nuestra relación era de paciente a terapeuta. Sara regresaba esporádicamente, y fue así que empezamos a compartir temas y experiencias de tipo sobrenatural. En estas amenas charlas me enteré de esta faceta en ella y con admiración interior fui siendo testigo de los dones y virtudes que traía consigo, además del conocimiento que había cultivado durante años.

Entre uno de los temas recurrentes en nuestras charlas, estuvo siempre la narración de su niñez transcurrida en la zona de Chapi. Cuando tocamos este punto podía percibir en Sara la intensidad de sus emociones, su rostro cambiaba, así como el tono de su voz. Estaba claro, que para ella esta faceta de su vida infantil había marcado y dirigido de alguna manera sus años posteriores. En ese entonces el destino nos llevó a ambos a ser participes de “peregrinaciones” grupales a diferentes lugares cerca de la ciudad del Cusco, logrando cumplir con labores energéticas de apertura y ayuda a este maltratado planeta. Es así que con cada salida podíamos consolidar nuestra amistad y armonía energética para en lo posterior participar de labores más trascendentes.

En varias oportunidades Sara me expresó su deseo de poder retornar al pueblo de Chapi, me decía que cuando ella vivía por esos parajes fue testigo de algunos acontecimientos sin explicación científica, despertando en mi curiosidad por la naturaleza de sus relatos, y aquellos parajes que narraba con entusiasmo; aunque debo confesar que en ese momento, por mi parte, no asumía aquella historia como algo que me involucrara.

Estaba claro y definido que ella debía investigar y hasta cierto punto descifrar lo que había quedado pendiente y resonando en su interior como un misterio sin resolver. Con el correr de los meses pude ver en ella muchas facultades con las que podría tratar de comprender esta serie de hechos inconclusos en su niñez. Su desarrollada sensibilidad la hacía y la hace muy perceptiva y de esta manera aprendió, mediante proyecciones, a “ingresar” con facilidad a información que se encuentra en un espacio de tiempo en cuarta coordenada, llamada también “cuarta dimensión”. Con las proyecciones en esta realidad uno puede desplazarse a lugares distantes físicamente, no solo observando detalles del lugar sino también pudiendo averiguar hechos importantes para alguna investigación personal.

Las Quebradas del Encanto

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