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CAPÍTULO 2
En la soledad de Tono

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Suena levemente una música, que va en aumento progresivo. Es el despertador del móvil de Tono. Como siempre, lo pone a las seis de la mañana, aunque se hace el remolón hasta las 6:20 aproximadamente.

Siempre le cuesta levantarse y conforme pasan los años le cuesta más dormir, así que le cuesta más despejarse.

Tono es un hombre de 54 años, físicamente normal, con algo más de barriga que cuando tenía unos veinte años menos. Casado con Nati, de cincuenta. Tienen dos hijos.

Abre los ojos, se gira a su izquierda y, como cada mañana en esta época, ese lado de la cama está vacío. Su mujer está de viaje con sus dos hijos, Marta y Toni. Ya mayores, superando los veinte años los dos.

Tono no llega a acostumbrarse a dormir solo. Siempre echa de menos a su mujer, pero es lo que tiene trabajar en distintos lugares. Ella está de vacaciones y en verano solo coinciden una semana los dos.

Se levanta, se ducha y se viste para ir a trabajar. Siempre de traje, cosa que en verano es incómoda y calurosa, pero es lo que marcan las normas de la empresa.

Tono trabaja para una empresa de alimentación, en el departamento de mantenimiento. Organiza y distribuye los trabajos para mantener y reparar los supermercados.

Cada día es distinto y lo único que tiene claro es la hora de entrar y de salir. Esta semana trabaja de mañana y las tardes las tiene libres. Las aprovecha para ir a ver jugar a equipos de fútbol de ligas infantiles. Le encanta ese deporte, pero lo que más le gusta es ver a esos renacuajos ir todos a una a por el balón.

Como cada día, al llegar a trabajar empieza a recibir mensajes en el móvil de sus compañeros, todos ellos de tías follando, de tetas grandes y cosas por el estilo. La mayoría de veces los elimina sin mirarlos.

«Ay, si estos supieran los devaneos de morbo y sexo que yo tengo…», piensa Tono cada vez que le envían esos vídeos o fotos. «Cuánto salido tengo por compañero. Y lo que más me jode es su doble moral y su hipocresía. Un departamento en el que la mayoría son hombres y en cuanto ven una falda… ya están pensando que se pongan debajo de la mesa y se la chupen. Es que me cansa todo eso», vuelve a pensar Tono.

—¡Coño! Este Ramírez siempre igual. ¿No tiene otro tema? ¡Qué cansino el tío! —dice Tono a Santos al recibir un nuevo mensaje.

—Ya sabes, Tono. Este folla casi todos los días y, claro… Casi los lunes, casi los martes… Ja, ja, ja, ja…

Santos es uno de los dos compañeros con los que Tono tiene la confianza de haber contado su vida. Y no es porque Tono lo oculte, sino porque… ¿para qué contar algo que no van a entender?

Pasa el día entre llamada y llamada. Solo algunos momentos de conversación con los compis hacen que el día no sea tan agobiante.

A la hora de salir…

—Bueno, chavales, un día más. Uno que se va a su casa. Mañana nos vemos. ¡Au! —Tono recoge sus cosas y se despide de sus compañeros hasta el día siguiente.

Al llegar a casa, lo primero que hace es pegarse una ducha. No porque sude mucho en su trabajo, pero hace tanto calor… Saca del congelador un arroz al horno que tenía preparado, lo calienta en el microondas, prepara la mesa y se sienta a comer mientras se pone a ver las noticias en la televisión.

Como siempre a estas horas, llama su mujer para saludarlo y hablar de cómo les ha ido el día.

—¡Hola, cariño! ¿Cómo ha ido el día? —pregunta su mujer.

—Bien, como siempre. Ya sabes. Esto no cambia. ¿Y tú qué tal? ¿Has conocido a algún chico interesante? —le pregunta Tono con un tono picarón.

—¡Bah…! Alguno hay, pero con los niños… ¿Cómo les digo que me voy a tomar algo sin ellos? Sabes que, aunque lo sepan, no me gusta que lo vean o lo intuyan si no estás tú.

—¡Coño…! ¿Ellos no salen por la noche?

—Si, Tono, pero no sé… ¿Y si salgo y coincido con ellos o me ven con alguien? La verdad, hay veces que sí me apetece, pero… te echo de menos.

—Pues no seas tonta, Nati. Busca un hueco y te lo pasas bien. Ya me entiendes, cariño.

—Bueno, ya queda menos para coger las vacaciones y así podremos salir juntos.

—Bueno, cariño, te dejo, que voy a ver si me echo un poco y me relajo. Un beso, amor. Te quiero.

—Vale, cariño. Mañana hablamos. Un beso. Te quiero —le contesta Nati a la vez que cuelgan el teléfono. Ya pasó eso de: «Cuelga tú. No, tú. Va, cariño, cuelga tú».

Tono recoge la mesa, pone el ventilador y se recuesta en el sofá. Empieza a pensar que ya queda menos para estar con Nati e intenta dormir un poco, pero su cabeza no para y comienza a pensar…

Son las cinco de la tarde. La temperatura en la calle supera los treinta grados. Ya me he duchado dos veces hoy (el calor y la humedad son insoportables) y voy totalmente desnudo. Me encanta tener esa sensación de libertad corporal. Estoy tumbado, viendo la tele y con el ventilador a toda velocidad para que corra el aire, con todo abierto para que no se acumule el calor en la casa. Siempre se tiene que joder el aire acondicionado en verano. Entre que las casas de los aires están casi todas cerradas y las que están trabajando tienen a gran parte de su plantilla de vacaciones, no me pueden dar una fecha para reparar mi aparato. Este calor hace que mi agitación me supere. No sé cómo ponerme; me tumbe como me tumbe, no hay manera de relajarme. Los programas de televisión a estas horas no son nada interesantes y lo curioso es que cuando hay algo que me interesa me duermo. ¡Vaya hostias! Así que me levanto a fumarme un cigarro. El sofá está puesto de manera que el respaldo queda apoyado en una pared que está justo debajo de una ventana. Me arrodillo en el sofá mirando hacia la calle y apoyando mis brazos en la repisa de la ventana. No hay ni Dios en la calle.

En el momento en que me voy a levantar para darme una ducha, giro la cabeza con rapidez y… ¡Hostias! Una imagen me llama la atención de tal manera que me hace volver a mirar. En el edificio de enfrente, un piso más abajo del mío, veo el cuerpo de una mujer desnuda. Se puede ver claramente, ya que tiene las cortinas abiertas y los cristales sumamente limpios. Al fijarme, me doy cuenta de que ya he coincidido con ella en la frutería del barrio, pero no sabía que vivía ahí. Es una mujer de unos treinta años, con el pelo corto, moreno, por encima del hombro, un cuerpo muy atractivo, pechos bien puestos, de más o menos una talla noventa, copa B (no muy grandes, pero en conjunto con su cuerpo diría que perfectos), y una cintura que hace que su culo resulte excitante. Siempre me ha sonreído y saludado en el comercio, pero por varios motivos, entre ellos la edad. Sé que es una utopía que pudiera tener algo con ella. Ahora, al verla desnuda, confirmo que mi imaginación de cómo es su cuerpo no se equivocaba en nada. Es tal y como yo había pensado al verla en la frutería. Parece que acabe de salir de la ducha, ya que se ve perfectamente que tiene el pelo húmedo. Está parada enfrente del aire acondicionado. ¡Qué suerte!

Observo cómo se encamina hacia el sofá. Solo con verla andar y contonear su cuerpo mi mente vuela. Se tumba en el sofá boca arriba y con sus piernas hacia la ventana. ¡Qué cuerpo, Dios! Las locuras que haría yo con ella… Algo en mi cuerpo empieza a reaccionar y así, arrodillado en el sofá, apoyado en la ventana, noto como mi miembro empieza a rozar el respaldo. Por momentos me voy excitando sin poder evitar dicha reacción en mí.

Bajo mi mano y empujo hacia abajo el soldado que quiere ponerse firme, ya que no quiero excitarme en demasía. Pero no hace mucho caso y se quiere rebelar. ¡Ufff! Qué buena está. Veo cómo duerme. O eso parece. Verla así me produce un instinto cariñoso. Es bonito ver esa imagen. Me tumbaría a su lado, abrazándola, y dormiría con ella mientras huelo su pelo recién lavado y poso mi mano sobre su pecho. Así, sin más.

No puedo dejar de mirar. Siento que pudiera darse cuenta de que la observo y eso no sería agradable para mí, ya que sentiría una gran vergüenza. Me voy a retirar y a acostarme en el sofá, pero mi cabeza vuelve a girar de repente otra vez. ¿Se está acariciando? ¿Eso es lo que ven mis ojos? La curiosidad me puede. Me quedo mirando fijamente y, sí, veo cómo una de sus manos está acariciando uno de sus pechos. La imagen es excitante y esta vez mi soldado se ha puesto firme de golpe. Esta vez lo dejo libre, no intento ponerlo en descanso y empiezo a acariciarme yo. Sus manos se mueven y, mientras una sigue con sus pechos y se entretiene en sus pezones, la otra baja hacia su vientre. ¿No se le caerá la sábana? Miro y observo, pero mi mente va más allá. Me sigo acariciando despacio mi glande, fuera de su protección, y mis dedos paseándose por él hacen que cada vez esté más duro.

Pues sí, al final la realidad supera a la ficción y se le resbala la sábana, dejando entrever su coño y cómo su mano frota su clítoris. Mmm. Cada vez estoy más excitado y mi polla, más dura. Sigo así, arrodillado en el sofá, y la mano libre viaja hasta mis pezones (sí, a algunos hombres también nos gusta que nos acaricien, nos muerdan o nos pellizquen los pezones; y no, no es de ser afeminado). Su cuerpo está muy excitado, ya que se nota cómo se arquea su cintura y yo… Yo ya no puedo más. Me levanto para ir a por un lubricante, pero no tardo mucho. Al llegar sigo mirando y… ¡No me jodas! Me ha visto. Seguro que me ha visto. Ha mirado hacia arriba y me ha mirado. Pero no para…, sigue con sus caricias y parece que me esté provocando. Me pongo un poco de lubricante en la mano para que la paja sea más suave y satisfactoria. Totalmente descapullado, me voy masturbando. Este lubricante es maravilloso. Siento e imagino cómo mi vecina me hace una felación, como si su lengua se paseara por mi glande. Cierro los ojos para sentir y pensar, pero los vuelvo abrir. No quiero perderme nada. No quiero perderme ese orgasmo que seguro tiene. No sé en qué momento ha cogido un consolador. No la he visto levantarse, pero sí, está jugando con él. Mis manos siguen al mismo ritmo que ella con su juguete. Así parece que estemos jugando juntos. El lubricante se está volviendo espeso y me echo un poco más. Aprovecho para ponerme también en mis pezones, que voy acariciando y pellizcando. Me tengo que separar del respaldo para poder acariciarme con comodidad, pero de manera que no pierdo de vista esa película en directo.

Mi gozo es tan grande que tengo que aguantar para no correrme. Me gustaría hacerlo con ella, a la vez. Aunque mejor con ella, físicamente hablando. Se está descontrolando y yo también. Siento que nos vamos a correr juntos. No puedo parar de mirarla mientras me sigo masturbando, cada vez con más frenesí, y al fin… ¡Sííí! Ummm… Me corro. Ella también lo está haciendo. Ufff… Yaaaa.

Me he quedado exhausto. Mi vecina parece que más relajada. ¿Si fuera a su casa me abriría? Qué cosas pienso. Hay demasiada edad entre los dos para que ella quisiera algo conmigo. Nada, me voy a pegar esa ducha que no me di antes y ahora seguro que me quedo más relajado en el sofá. Ya no me hace falta la televisión; mi mente ya está ocupada.

Tono se ducha y se relaja. Se tumba en el sofá pensando en lo que acaba de ver y experimentar, cosa que en su dilatada vida sexual todavía no había visto.

«¿Cómo le cuento a Nati esto que acabo de ver?», piensa Tono. «Bueno, ya veré la forma de contárselo y de que le dé morbillo. Yo solo de recordarlo… ¡Bufff! Qué morbo… Estoy seguro de que me ha visto mirarla y no le ha importado. Ufff… ¿Y si un día me la encuentro en un local de intercambio? ¡Nooo! Esta chica no tiene pinta de ir a locales y seguro que nunca se fijaría en mí. Bueno, igual tengo suerte, me la encuentro y en quien se fija es en Nati. Estaría bien, ¿no? Qué cosas pienso, pero es que no me la quito de la cabeza. Mañana bajaré a la frutería, a ver si coincido con ella».

Tono no hace más que darle vueltas a la cabeza de cómo volver a verla. Incluso se ha obsesionado con ello y con ella.

«Bueno, mañana es viernes y el sábado no trabajo. No es que me guste ir solo a un local, pero… ¿y por qué no? Quién sabe lo que puede pasar. Qué ganas tengo de tener a Nati aquí. Con ella es todo más fácil».

Íntimamente, Julia

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