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Agradecimientos

A pesar de que el proceso de escritura se realiza en soledad, la autoría de un libro tiene mucho de complicidad con gentes que, en mayor o menor medida, hacen que este trabajo llegue a su publicación. No solo me refiero a aquellas encargadas de su corrección, maquetación e impresión, sino también a las que con su cariño, su hospitalidad, su presencia o sus “¿cómo llevas Irlanda?” me han acompañado durante los dos años largos que he invertido en este trabajo; años, por otra parte, de seguridades e inseguridades, de apuestas, de mudanzas, o de reflexión.

Por todo ello, sería injusto por mi parte no mencionar ciertos nombres que, tanto en España como en Irlanda, han tenido que ver con este libro. Tengo que empezar con el promotor de esta idea, Ramiro Domínguez a quien tengo que agradecer su amistad y que siga dejándome un hueco en sus proyectos que diversifican la cultura de este país más allá de la uniformidad de las grandes editoriales, así como a todo su equipo. Tampoco quiero olvidarme de Cormac Fegan y su mujer Eileen y los días de recuerdos y Guinness en Rathmullan previos al comienzo de este trabajo, así como de Rocío y Liam que me abrieron el salón de su apartamento dublinés, o de Ana, Carmen y José, viejos compañeros del periplo norirlandés.

La ciudad que me ha acogido durante los últimos siete años, Madrid, tiene hijos –adoptados o no– que han caminado paralelos a esta historia: Marta con su cariño infinito, Fran y sus precisas correcciones, Rafa y Manu –habituales de las terrazas y tremendos conversadores–, o Miguel –razonable trasgresor de la historia y las mentes.

Por último, nombrar a otras personas con más largo recorrido vital como José Fernando –escritor de ideas en el aire– y Juan –humilde y valioso poeta, además de hermano–, con los que comparto inquietudes y orígenes.

Es muy probable que debieran aparecer más nombres, y seguramente me arrepentiré de no haberlos incluido cuando relea estas páginas una vez impresas, pero tampoco quiero abusar del espacio que me tomo en agradecimientos ni de la paciencia del lector. Os pido perdón de antemano, pero no olvidéis las palabras del roquero: “¡Prometo estaros agradecido!”. Eso siempre.

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