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Introducción

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LA VIRUELA, POR SU RÁPIDA difusión, alta letalidad y alianza constante con la guerra, el hambre y la pobreza, ocupó una posición relevante en la historia de la salud pública global: desplazó a la peste como azote de la humanidad, derrocó dinastías y facilitó la conquista del continente americano. Esta enfermedad era desconocida para los aborígenes americanos, hasta que fue introducida por los conquistadores españoles, lo que ocasionó epidemias catastróficas entre los indios, contribuyendo a la hecatombe poblacional que sufrió América en el siglo XVI (Esparza, 2000).

A su entrada al continente, en 1518, la viruela eliminó en Santo Domingo a un tercio de la comunidad indígena; en Jamaica, Cuba, Guatemala y Nueva España cobró la vida de más de la mitad de la población. Según el testimonio de Suárez de Peralta, fue de mucha ayuda para los españoles (Cordero del Campillo, 2001). En 1558, ocurrió la primera gran epidemia en la Nueva Granada, probablemente introducida por los esclavos traídos de La Española. Las epidemias periódicas asociadas a la pobreza, las precarias condiciones higiénicas, los frecuentes conflictos civiles, la actividad mercantil en los puertos, la presencia de viajeros infectados y la deficiencia de los servicios de salud, trazaron las rutas de la enfermedad que, por ríos y caminos, llegó a la capital y ocasionó una gran mortandad entre los indígenas (Soriano Lleras, 1966).

Hacia finales del siglo XVI, en ciertas regiones de Inglaterra, era común escuchar de las mujeres que se desempeñaban en las actividades de ordeño bovino que no sufrirían de viruela, ni sus caras estarían marcadas por las cicatrices de las pústulas por haber sufrido la enfermedad conocida como la viruela de las vacas. En mayo de 1796, se presentó un brote de viruela vacuna en el condado de Gloucester, en el que la ordeñadora Sarah Nelmes adquirió la enfermedad de la vaca Blossom (Bazin, 2000). El 14 de mismo mes, con la linfa de las lesiones de las manos de Sarah, el médico rural Edward Jenner inició sus experimentos inoculando al niño James Phipps, y así dio comienzo a la era de la vacunación (Weiss y Esparza, 2015).

Jenner denominó la materia que tenía la viruela de las vacas (cowpox) Variolae vaccinae, del latín vacca, de esta manera indicaba que debía ser de este animal la viruela que debía conferir protección cruzada contra la viruela humana (Weiss y Esparza, 2015). Esta alternativa para combatir la enfermedad resultaba una esperanza controvertida y apasionante; así, la época de la incertidumbre, las rogativas y las variolizaciones parecía superada: los vacunadores se convirtieron en protagonistas. De esta manera, con la adopción de la inoculación del cowpox (vacunación) para diferenciarla de la inoculación de la viruela (variolización) para la prevención de esta enfermedad, se comenzó a denominar a este procedimiento mundialmente vacuna y vacunación.

En Lombardía, el médico Luigi Sacco (1769-1836) encontró vacas con lesiones similares a las descritas por Jenner, de manera que replicó el experimento tomando material directamente de sus pústulas para iniciar la vacunación; así combatió una epidemia en la región y se convirtió en el director general de la vacunación en la República Cisalpina. Además, Sacco afirmaba que se podía obtener una vacuna con material cultivado en animales distintos a las vacas que presentaran formas similares de viruela como los caballos, las ovejas o las cabras (Tuells y Duro Torrijos, 2015).

En 1803, en vista de las frecuentes epidemias en el Nuevo Mundo, en especial en la Nueva Granada, Carlos IV apoyó la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, dirigida por Francisco Javier de Balmis y Berenguern y secundado por José Salvany Lleopart. Esta excursión contaba con un grupo de 22 niños expósitos, al cuidado de la enfermera Isabel Zendal Gómez, que sirvieron de vehículos de la Variolae vaccinae hacia los dominios americanos, filipinos y chinos. De este modo, Salvany ingresó al Nuevo Reino de Granada, Ecuador y al Virreinato del Perú para iniciar el primer programa global de salud pública en Suramérica.

Con la llegada de la linfa de la vacuna a la Nueva Granada, se extendió la vacunación brazo a brazo, logrando con este método miles de inoculaciones, sin embargo, ante la pérdida de la linfa vacunal traída por Balmis, se inició un proceso de importación de linfas de Francia e Inglaterra, lo que constituyó a la vacuna en un centro de interés para políticos, opositores de los diferentes gobiernos y para las iniciativas privadas con fines de lucro que tenían el fin de contar con licencias de producción, venta y aplicación de la vacuna.

Durante la segunda mitad del XIX, la Regeneración trajo consigo una interesante transformación de la investigación en el campo de la salud en Colombia, que en parte se vio reflejada en la creación de la Facultad de Medicina y Ciencias Naturales en la recién constituida Universidad Nacional de los Estados Unidos de Colombia (1867), en la que, posteriormente, con la llegada de Claude Véricel (doctor en Veterinaria de la Universidad de Lyon), se inició la formación de médicos veterinarios. Asimismo, se reforzó la investigación en salud animal y pública con la incorporación de la bacteriología en el análisis de laboratorio, lo que dio comienzo a una etapa de investigación interdisciplinaria —aun temprana de una sola salud— que abría nuevos caminos en la lucha contra las enfermedades y la producción de biológicos.

Respecto a la vacuna antivariolosa, para atender en forma centralizada su producción, la Junta Central de Higiene creó una institución especializada: el Parque de Vacunación, que funcionó durante un año en el hospital de la Escuela Veterinaria. El 11 de noviembre de 1897, con la dirección de Jorge Lleras Parra y la asistencia de Federico Lleras Acosta —médicos veterinarios discípulos de Claude Véricel—, se inició un programa sostenido para la producción del biológico empleando modelos animales; de esta manera, se produjo industrialmente la llamada vacuna animal, eliminando así la vacunación brazo a brazo.

Lleras Parra fue el director de la institución hasta su muerte, en 1945. Su labor rigurosa, perseverante e innovadora le permitió desarrollar un excelente producto biológico. También, dio respuesta a problemas sentidos como la pérdida de la viabilidad de la vacuna en los climas cálidos y durante los viajes largos; más aún, sus protocolos garantizaron un producto libre de gérmenes contaminantes. Asimismo, gracias a sus observaciones de laboratorio y su experiencia de campo, formuló hipótesis sobre la vacuna preparada por él en el Parque de Vacunación, afirmando que no se trataba de cowpox, sino de horsepox.

La lectura conjunta de los hallazgos de los historiadores de la medicina y los aportes recientes de los virólogos moleculares (grupo de José Esparza y colaboradores), permiten contar con una interesante aproximación al origen de los virus vacunales empleados durante el siglo XIX y principios del XX. En los diferentes países del mundo, con los progresos logrados durante el siglo XX en el estudio de los virus, se comenzaron a develar detalles desconocidos que señalaban el verdadero origen y evolución de la vacuna de Jenner. En 1939, Allan Downie reportó que el virus vaccinia era diferente al cowpox y al horsepox, este correspondía a un virus de laboratorio sin hospedero animal conocido (Esparza, Schrick, Damaso y Nitsche, 2017).

En cuanto a la vacuna producida en el Parque de Vacunación, esta estaba preparada con un virus similar al horsepox importado de Europa. Los resultados preliminares de los estudios genómicos del virus de la vacuna de Lleras Parra de la primera mitad del siglo XX (Delwart, Dámaso y Esparza, comunicación personal, 2019), lo ubican dentro del grupo suramericano cercano al horsepox, bastante similar a la vacuna estadounidense Mulford de 1902 (Schrick et al., 2017). Así, después de un siglo, se reconoce como cierta la hipótesis del profesor Lleras Parra: en Colombia no se practicó la vacunación, en realidad fue equinación.

Con el presente escrito, se rinde un homenaje a la memoria del doctor Jorge Antonio Lleras Parra (1874-1945), médico veterinario egresado de la primera escuela veterinaria del país fundada por el francés Claude Véricel. Estos apuntes sobre la viruela en Colombia, la Escuela Veterinaria, el Parque de Vacunación y la importante y fecunda labor de su director, constituyeron para los autores una grata experiencia en el estudio de la labor de un excepcional científico colombiano de fines del siglo XIX, bien informado de los avances internacionales, y en una posición de nutrirse del tesoro global del conocimiento para adoptarlo y adaptarlo a las necesidades prácticas de su país, generando iniciativas que se deben dar a conocer a las nuevas generaciones profesionales que liderarán la salud pública en el presente siglo.

Viruela en Colombia

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