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CAPÍTULO 2
Del liberalismo clásico a los neoliberalismos del siglo XX ¿Cómo no gobernar demasiado?

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En la lección primera de Nacimiento de la biopolítica Foucault expone la expresión “arte de gobernar” con la finalidad de determinar el dominio de la práctica del gobierno, sus diferentes objetos y reglas generales. Así lo expresa: “En suma, es el estudio de la racionalización de la práctica gubernamental en el ejercicio de la soberanía política”. (Foucault, 2008: 17). La clave estará allí en la noción de “racionalización” o “racionalidad” de la práctica. Foucault es explícito en la metodología a emplear al igual que en sus trabajos anteriores: “No interrogar los universales utilizando la historia como método crítico, sino partir de la decisión de la inexistencia de los universales para preguntar que historia puede hacerse”. (Foucault, 2008: 19).

Por ende, la aproximación foucaultiana a la problemática del arte de gobernar no partirá de la universalización abstracta sino de la ratio gubernamental a partir de prácticas administrativas concretas. Para ello Foucault retoma los tópicos tratados en el curso Seguridad, territorio, población (1977-1978) en particular la cuestión del viraje del dispositivo disciplinario al dispositivo de seguridad. Allí postulará el filósofo que “la libertad no es otra cosa que el correlato de la introducción de los dispositivos de seguridad”. (Foucault, 2006b: 71). Subsiguientemente, la pregunta por la racionalidad de la gubernamentalidad liberal requiere el desarrollo de una secuencia previa: en primer lugar, la emergencia de una racionalidad que Foucault llama “razón de Estado” en el siglo XVI y que exige que el propio Estado se recorte como una realidad específica y autónoma. El Estado existirá para sí mismo y en plural reconvirtiendo el patrón divino de gobierno legado del Medioevo. Este Estado se encarna a partir de nuevas maneras precisas de gobernar: el mercantilismo en el plano económico y el Estado de policía. Mercantilismo y policía constituyen entonces este nuevo arte de gobernar que se ajusta al principio racional. Para lograr esta articulación entre población, Estado y mercado serán un factor clave los dispositivos securitarios.

La segunda observación que realiza nuestro filósofo es sobre el funcionamiento de la razón de Estado durante el siglo XVII y principios del siglo XVIII: el objeto sobre el cual se ejercerá esta razón de Estado es ilimitado. Sin embargo, habrá mecanismos de compensación para sopesar esa fuerza ilimitada. El derecho aparece como la forma y limitación del accionar estatal. La teoría de los derechos naturales opera, señala Foucault, como una regla imprescriptible que ningún soberano puede transgredir ni vulnerar.

Foucault describe el pasaje de la razón de Estado hacia lo que denomina razón gubernamental moderna. Es ese proceso de transformación el marco a través del cual podremos llegar a la noción de “liberalismo”. El problema entonces será el de la limitación interna de la racionalidad de gobierno. De acuerdo a Foucault tenemos que dar cuenta de cinco características de este tipo de limitación. La primera de ellas será una limitación de hecho, no de derecho, fáctica, vale decir, el gobierno será torpe en su accionar ilegítimo si se extiende excesivamente; la segunda es una limitación intrínseca del arte de gobernar, esto es, el gobierno se impone a sí mismo esta limitación para ser efectivo; la tercera es una limitación que debe saber en que generalidad interna se apoya el gobierno para lograr los objetivos buscados; la cuarta es la limitación de hecho que se plantea una división entre lo que es preciso hacer y lo que no, la división que se traza entre las cosas que deben hacerse y las cosas que no deben hacerse; en quinto y último lugar, encontramos una limitación que no divide a los sujetos sino a la cosas por hacer y no hacer. En este sentido, surge el concepto de “agenda” y “non agenda” que Foucault toma de los textos de Bentham en relación a los límites de ejercicio del gobierno. Las definiciones benthamianas son claras: la agenda de la racionalidad de gobierno liberal no debe obstruir la búsqueda del interés y la felicidad personal que repercutirá en la riqueza de toda la comunidad (al contrario, debe propiciarla), en ese aspecto, el gobierno tiene que permanecer tranquilo. Lo fuera de agenda, por el contrario, será toda coerción gubernamental que es definida como un mal en sí.

El principio de derecho que es la fuente de limitación externa al poder del soberano puede ser definido de modo histórico o teológico, sin embargo, gradualmente la obstrucción ya no será externa sino interna, autoimpuesta por el propio gobierno. Foucault lo expresa:

Y advertirán que esta razón gubernamental crítica o esta crítica interna de la razón gubernamental ya no va a girar en torno al cuestión del derecho, de la cuestión de la usurpación y la legitimidad del soberano. Ya no va a tener esa especie de apariencia penal que aún tenía el derecho público en los siglos XVI y XVII cuando decía: si el soberano infringe esta ley, será preciso castigarlo con una sanción de ilegitimidad. Toda esa cuestión de la razón gubernamental crítica va a girar alrededor del “cómo no gobernar demasiado”. Las objeciones ya no recaerán en el abuso de la soberanía sino en el exceso de gobierno. Y la racionalidad de la práctica gubernamental podrá medirse en relación con ese exceso. (Foucault, 2008: 29).

La transformación que aparece de la razón de Estado hacia la nueva racionalidad gubernamental, es decir, de los siglos XVI y XVII al siglo XVIII, será, en rigor, el pasar al problema de la nueva racionalidad que tendrá como objetivo capital precisamente la autolimitación de ese exceso de gobierno. La pregunta será entonces: “¿cómo no gobernar demasiado?”. Ahora bien, ¿qué será y como definir el “demasiado”? ¿Cuándo se sobrepasa la medida en términos de gobierno? El instrumento empleado para conseguir ese fin será la economía política. Pasar del límite inflingido en términos de derecho (que siempre es externo a la propia razón de Estado) al limitante interno en términos de nueva racionalidad de gobierno. La economía política no tiene como objeto los derechos anteriores, señala Foucault, sino reflexiona sobre las propias prácticas gubernamentales, su examen se centra en ellas:

Con la economía política ingresamos entonces a una época cuyo principio podría ser el siguiente: un gobierno nunca sabe con suficiente certeza que siempre corre el riesgo de gobernar demasiado, o incluso: un gobierno nunca sabe demasiado bien cómo gobernar lo suficiente y nada más. El principio del máximo y el mínimo en el arte de gobernar sustituye la noción de equilibrio equitativo de la “justicia equitativa” que ordenaba antaño la sabiduría del príncipe. Pues bien, en esta cuestión de la autolimitación por el principio de la verdad, ésa es, creo, la cuña formidable que la economía política introdujo en la presunción indefinida del Estado de policía. (Foucault, 2008: 35).

Aquí Foucault marca el momento fundante en que la economía política se constituye como la herramienta clave del proceso de transformación de la razón de Estado. Esta descripción de la economía política ya estaba presente en Las palabras y las cosas (1966) precisamente como dimensión específica de la episteme de la modernidad junto a la filología y la biología. En este sentido, la frase que nuestro filósofo cita de Robert Walpole que afirma “quieta non movere” (“no hay que tocar lo que está tranquilo”) se enlaza con lo que Foucault menciona a su vez de un artículo en el Journal économique escrito por el marqués de Argenson, que grafica la respuesta de un comerciante: “Dejadnos hacer”. La pregunta entonces será: “¿Qué es ese nuevo tipo de racionalidad del arte de gobernar, ese nuevo tipo de cálculo consistente en decir y hacer decir al gobierno: acepto todo eso, lo quiero, lo proyecto, calculo que no hay que tocarlo? Y bien, creo que, a grandes rasgos, es lo que llamamos ‘liberalismo’”. (Foucault, 2008: 39).

Una primera definición que Foucault nos otorga de liberalismo será: “no tocar, dejar hacer”. De todos modos, el término “liberalismo” aparece ya en la obra de Foucault previamente en Historia de la locura en la época clásica (1961) en relación con la cuestión del libertinaje y luego en El nacimiento de la clínica (1963) a propósito del control médico. Más adelante ampliaremos esta relación entre liberalismo y libertinaje.

En las notas a pie de página de Nacimiento de la biopolítica la palabra “liberalismo” aparece entre comillas en los apuntes del filósofo. Allí se amplían ciertas características del arte liberal de gobernar: en primer lugar, se debe aceptar una limitación del gobierno intrínseca que no sea solo una limitación externa (producto del derecho); en segundo lugar, se debe comprender al liberalismo eminentemente como una práctica; en tercer lugar, es necesario pensar al liberalismo como máxima limitación posible de las formas y ámbitos de la acción del gobierno; en cuarto y último lugar, hay que dar cuenta del liberalismo como organización de métodos de transacción aptos para limitar las prácticas del gobierno (constitución, parlamento, prensa, opinión, comisiones, etc.).

Otorgada la primera definición de “liberalismo” como no intervención, dejar hacer, no tocar y autolimitación de las prácticas del gobierno, Foucault es explícito en el objetivo de su análisis: “Estudiar el liberalismo como marco general de la biopolítica”. (Foucault, 2008: 40). Por ende, para el análisis foucaultiano el liberalismo es en primera instancia un marco previo que debe ser examinado para luego dar cuenta de la categoría de biopolítica. Liberalismo de este modo como nueva racionalidad gubernamental: “Una vez que se sepa qué es ese régimen gubernamental denominado liberalismo, se podrá, me parece, captar qué es la biopolítica”. (Foucault, 2008: 41). Sin embargo, Foucault no cumplió con lo dicho: su análisis sobre el liberalismo y neoliberalismo se expandió durante todas las lecciones del curso de 1978-1979 y nunca arribó a la categoría de biopolítica.

De todas maneras ya en La voluntad de saber (1976), primer tomo de Historia de la sexualidad, Foucault había introducido la noción de biopolítica en conjunto a la de anatomopolítica como los dos polos del poder sobre la vida. Es importante remarcar la palabra “sobre” (sur la vie) siendo fieles al texto foucaultiano. Foucault lo expresa con claridad al decir que “las disciplinas del cuerpo y las regulaciones de la población constituyen los dos polos alrededor de los cuales se desarrolló la organización del poder sobre la vida”. (Foucault, 1995: 168-169). Esta organización del poder “sobre” la vida constituye para nuestro filósofo la característica central que permite pensar al liberalismo como “marco” general de la biopolítica. Pensar ese “marco” contenedor de los dos polos señalados (disciplina y biopolítica) como articulador de la racionalidad gubernamental liberal. Ergo, la reflexión sobre la cuestión liberal en Foucault necesariamente requiere de la descripción de estas dos técnicas de poder: la disciplina, encabalgada en instituciones normalizadoras, aplicada sobre el cuerpo singular de los individuos, de allí la dinámica de la “ortopedia social” y el enderezamiento de las almas; y la biopolítica, constituida desde instituciones reguladoras, aplicada sobre el cuerpo-especie de la población con la finalidad de su administración y gestión. En la segunda técnica es que el liberalismo en tanto “marco” será un elemento no menor, como señala Foucault: “ese bio-poder fue, a no dudarlo, un elemento indispensable en el desarrollo del capitalismo”. (Foucault, 1995: 170).

Subsiguientemente, la reflexión del liberalismo desde el prisma foucaultiano nace anclada con el biopoder. Por consiguiente, las preguntas en ese sentido serán: ¿hasta qué punto regular, intervenir y controlar las vidas de la población? ¿No regular determinadas prácticas y variables biológicas, qué riesgos implica? Siendo fieles a la definición de Foucault no tenemos aquí, como señala Judith Revel (7), una noción del poder investido en la vida o a la vida misma como potencia (proveniente de la lectura vitalista deleuziana) (8); esto implicaría comprender la biopolítica como “economía general de la vida” y por lo tanto nos haría localizar allí una potencialidad en términos de emancipación (una hipótesis de la que Foucault siempre sospechó). Si bien el Foucault “moral” (1980-1984) en el marco de su “giro ético” puede definir esta “resistencia” vinculada con cuestiones como la parresía (el hablar con franqueza aún a riesgo de perder la vida) en el eje subjetividad-verdad, lo cierto es que la categoría de biopolítica se ajusta a la definición mencionada previamente (poder sobre la vida) y no a la idea de una vida que resiste al poder, más bien las vidas son efectos de las relaciones de poder. Ahora bien, este poder sobre la vida no tiene que ser por necesidad despótico o autoritario, esta es una inferencia que no se sigue de lo planteado por Foucault.

El problema del liberalismo en Foucault reposará entonces en dos ejes: regulación y veridicción. Vale decir: ¿qué política de la verdad se produce a través del mercado? Este liberalismo, comprendido como “marco” de la biopolítica, no será estrictamente disciplinario (la anatomopolítica sí lo es al interior de las instituciones que Foucault analiza: la prisión, como ejemplo), sino regulador, vale decir, la biopolítica como tecnología de poder (y el liberalismo como su marco general) no pertenece a una dinámica disciplinaria –aunque de todos modos la incluye-, como señala el filósofo en este pasaje de la clase del 17 de marzo de 1976 de Defender la sociedad:

Ahora bien, me parece que durante la segunda mitad del siglo XVIII vemos aparecer algo nuevo, que es otra tecnología de poder, esta vez no disciplinaria. Una tecnología de poder que no excluye la primera, que no excluye la técnica disciplinaria sino que la engloba, la integra, la modifica parcialmente y, sobre todo, que la utilizará implantándose en cierto modo en ella, incrustándose, efectivamente, gracias a esta técnica disciplinaria, simplemente porque es de otro nivel, de otra escala, tiene otra superficie de sustentación y se vale de instrumentos complemente distintos.

A diferencia de la disciplina, que se dirige al cuerpo, esta nueva técnica de poder no disciplinario se aplica a la vida de los hombres, e incluso, se destina, por así decirlo, no al hombre/cuerpo sino al hombre vivo, al hombre ser viviente; en el límite, si lo prefieren, al hombre/especie. (Foucault, 2000: 219-220).

Más adelante Foucault amplía la definición en relación a sus mecanismos de funcionamiento no disciplinarios:

A partir de ahí –tercer aspecto que me parece importante–, esta tecnología de poder, esta biopolítica, va introducir mecanismos que tienen una serie de funciones muy diferentes de las correspondientes a los mecanismos disciplinarios. En los mecanismos introducidos por la política, el interés estará en principio, desde luego, en las previsiones, las estimaciones estadísticas, las mediciones globales; se tratará igualmente, no de modificar tal o cual fenómeno en particular, no a tal o cual individuo en tanto que lo es, sino, en esencia, de intervenir en el nivel de las determinaciones de esos fenómenos generales, esos fenómenos en lo que tienen de global. (Foucault, 2000: 222-223).

Por lo tanto, el carácter no disciplinario de la biopolítica, tal como lo señala Foucault, no implicará una modificación de los individuos en particular (una “ortopedia” generalizada) sino tratará de dar cuenta de la gestión ambiental de las condiciones de vida; en ese sentido, el liberalismo es un “marco” no disciplinario. A pesar de ello, la cuestión no es tan sencilla ya que el coste o la contraprestación a la fabricación de las libertades del liberalismo será la seguridad. El liberalismo, según la óptica foucaultiana no será tanto disciplinario como securitario. El problema a pensar, de este modo, será la administración del riesgo en las condiciones de vida de la población. Pensar la libertad del liberalismo necesariamente nos conducirá a problematizar el riesgo (su socialización) y las técnicas de seguridad.

No nos ocuparemos aquí de la biopolítica como emergente de la nueva razón gubernamental del siglo XVIII. La cuestión será examinar, como dice el propio Foucault: “¿De qué se trata todo este problema de la libertad, del liberalismo?”. (Foucault, 2008: 41). Foucault alude al carácter contemporáneo de este problema, como mencionamos antes, en relación a los principios económicos de Helmut Schmidt, Canciller alemán (1974-1982) por el Partido Socialdemócrata que suscribió políticas ordoliberales en su programa de gobierno.

Del análisis del liberalismo clásico Foucault avanza hacia el liberalismo del siglo XX que también llama “neoliberalismo”. Comprendemos entonces que la problematización del liberalismo no es algo cuyo interés sea meramente histórico sino un lazo con la actualidad inmediata del propio filósofo que no se debe perder de vista, esto es, de Europa en particular y de Occidente en general.

Foucault y el liberalismo

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