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La libertad se fabrica y cuesta seguridad

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Una vez establecidas las características fundantes del arte liberal de gobernar, Foucault expande su interrogación en la lección del 24 de enero de 1979 en torno al surgimiento de los Estados en la Europa de los siglos XVII y XVIII y el tratado de Westfalia. La constitución del liberalismo se asienta en la veridicción del mercado, la limitación gubernamental y la posición de Europa como región de desarrollo. Foucault se apoya en la referencia de Kant para marcar las carácterísticas salientes del surgimiento de la nueva racionalidad gubernamental liberal. En ese sentido, Kant, señala el filósofo francés, da cuenta de la Naturaleza como la mediación que garantiza la paz perpetua a nivel planetario. Incluso es la misma Naturaleza la que potencia las relaciones comerciales entre los Estados y la que determina que el espíritu comercial no puede coexistir con la guerra. Tal como señala Kant: “el poder del dinero es, en realidad, el más fiel de todos los poderes (medios) subordinados al poder del Estado, los Estados se ven obligados a fomentar la paz”. (Kant, 1998: 41). Lo que Foucault quiere deja en evidencia es que la forma en que la nueva racionalidad de gobierno puede garantizar la paz y evitar la guerra entre los Estados es a través del comercio que en última instancia es obra de la Naturaleza, por ello hay que “dejar hacer”. Por tanto, el liberalismo clásico se asienta sobre bases naturalistas.

La pregunta en torno a la libertad liberal será clave para luego establecer la diferencia con el neoliberalismo del siglo XX. La libertad que se aludía en el liberalismo clásico remitía a cierto espontaneismo producto de la mecánica del intercambio de los procesos económicos. Ese laissez-faire gubernamental es lo que demarca un gobierno que se autolimita intrínsecamente y no por una norma externa. El liberalismo del siglo XVIII es, como dijimos, un naturalismo.

La pregunta, por consiguiente, pivotea por la especificidad de la libertad liberal:

La libertad no es una superficie en blanco que tenga aquí y allá y de tanto en tanto casillas negras más o menos numerosas. La libertad nunca es otra cosa –pero ya es mucho- que una relación actual entre gobernantes y gobernados, una relación en que la medida de la “demasiado poca” libertad existente es dada por la “aún más” libertad que se demanda. De manera que, cuando digo “liberal”, no apunto entonces a una forma de gubernamentalidad que deje más casilleros en blanco a la libertad. Quiero decir otra cosa.

Si empleo el término “liberal” es ante todo porque esta práctica gubernamental que comienza a establecerse no se conforma con respetar tal o cual libertad, garantizar tal o cual libertad. Más profundamente, es consumidora de libertad. Y lo es en la medida en que sólo puede funcionar si hay efectivamente una serie de libertades: libertad de mercado, libertad del vendedor y el comprador, libre ejercicio del derecho de propiedad, libertad de discusión, eventualmente libertad de expresión, etc. Por lo tanto, la nueva razón gubernamental tiene necesidad de libertad, el nuevo arte gubernamental consume libertad. Consume libertad: es decir que está obligado a producirla. (Foucault, 2008: 83-84).

Aquí llegamos a un eje central en la argumentación foucaultiana en torno a la libertad liberal: esta no será aquella que se explica con la fórmula “sé libre” sino la que se articula en el marco de la relación entre gobernantes y gobernados. No hay en la libertad liberal para Foucault una garantía sino una producción y por lo tanto un consumo de libertades (económicas y civiles). Esta nueva razón gubernamental fundada en torno a un régimen de verdicción (el mercado) requiere de la producción de libertades y el consumo de las mismas a partir de una lógica contradictoria. En ello Foucault es explícito:

El liberalismo, tal como yo lo entiendo, ese liberalismo que puede caracterizarse como el nuevo arte de gobernar conformado en el siglo XVIII, implica en su esencia una relación de producción/destrucción con la libertad. Es preciso por un lado producir la libertad, pero ese mismo gesto implica que, por otro, se establezcan limitaciones, controles, coerciones, obligaciones. (Foucault, 2008: 84).

Por tanto, asistimos a una paradoja: la producción de libertad y su consumo al mismo tiempo que su destrucción en términos de control y coerción. El liberalismo clásico nos lleva a una tensión irreductible entre libertad y seguridad: “El liberalismo no es lo que acepta la libertad, es lo que se propone fabricarla a cada momento, suscitarla y producirla con, desde luego, todo el conjunto de coacciones, problemas de costo que plantea esa fabricación”. (Foucault, 2008: 85). Si la libertad liberal implica una fabricación, ese producto, como efecto de cualquier dinámica productiva, tiene un costo. La seguridad será la contraprestación necesaria para poder fabricar las libertades liberales: “La libertad y la seguridad, el juego entre una y otra, es eso el corazón mismo de esta nueva razón gubernamental”. (Foucault, 2008: 86). La constitución de este nuevo arte de gobernar que Foucault denomina “liberalismo”, incita al “vivir peligrosamente”. (Foucault, 2008: 86). Lógicamente, la cultura del peligro suscitada por la fabricación de libertades va de suyo con la extensión de las técnicas securitarias. La inserción del riesgo y la aparición de los peligros cotidianos conlleva a toda una serie de novedades desde fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX testimoniados en la aparición de la literatura policial, el periodismo del crimen, las campañas sobre higiene social y sexualidad, así como el miedo a la degeneración. Este estado de cosas nos llevará a la cuestión del peligro y la administración, cálculo y evaluación de riesgos.

Según François Ewald, “seguridad” es un término equívoco que puede ser definido como tecnología del riesgo. La filosofía del riesgo que implica el despliegue de las técnicas securitarias como coste de la fabricación de libertades nos lleva, según Ewald, a caracterizar esta racionalidad: en primer lugar el riesgo es calculable, es decir, es mensurable y probabilístico; luego, el riesgo es colectivo, vale decir, afecta a toda la población y no solo solo a individuos aislados (hay grupos de riesgo); finalmente, el riesgo es un capital en relación con el coste previsto de eventuales acontecimientos dañinos.

Según Ewald, el riesgo es el valor de un posible daño en un tiempo determinado y la seguridad es la compensación por tales efectos. La seguridad, en este aspecto, implicará tres cuestiones: la distribución de una carga colectiva en relación con el control, una tecnología moral, en el sentido que apela a determinar la conducción de conductas de la población; por último, una técnica de reparación e indemnización de posibles daños. Si el problema del liberalismo según Foucault es la incitación al “vivir peligrosamente”, es decir, riesgosamente, la seguridad como contraprestación tendrá que liberar al hombre del miedo a ese vivir riesgoso estableciendo ciertos contrapesos.

Ahora bien, la diferencia entre lo disciplinario (que no deja hacer y fija un modelo a seguir) y lo securitario (que deja hacer con la condición de la observación) quizá sea el atributo diferencial al que apela Foucault en relación a su lectura del liberalismo. Si bien el panoptismo emerge como figura en el siglo XVIII, este lo era en el marco de lo disciplinario (individualizante y productor de conductas en el marco de la ortopedia que adiestra), inserto en la lógica particular de una institución (la prisión). En el caso de la producción de las libertades del liberalismo estas van de la mano con la introducción de los dispositivos de seguridad que guardan una diferencia con la noción de disciplina. Dice Foucault: “Un dispositivo de seguridad sólo puede funcionar bien con la condición de que se dé algo que es justamente la libertad, en el sentido moderno que esta palabra adopta en el siglo XVIII”. (Foucault, 2006b: 71).

En ese sentido, las tres primeras lecciones del curso Seguridad, territorio, población son dedicadas integralmente a realizar un análisis exhaustivo por parte de Foucault de lo que llama los “dispositivos de seguridad”. Específicamente, en la clase del 18 de enero de 1978, Foucault plantea las diferencias conceptuales entre disciplina y seguridad, a saber: la disciplina es centrípeta, vale decir, concentra, encierra y segmenta; la seguridad es centrífuga, integra, permite circuitos y abre; la disciplina es reglamentadora, esto es, ninguna de las variables quedan libradas al azar y se controla todo el detalle; la seguridad “deja hacer”, es permisiva (por ejemplo: deja subir los precios y no penaliza ciertas prácticas morales); la disciplina codifica todo, se inscribe en una dinámica de la legalidad (lo permitido y prohibido); la seguridad no codifica, capta la realidad tal como es, vale decir, no es contrafáctica como la disciplina; la disciplina es un complemento de la realidad, por ende, por su codificación y reglamentarismo, es normalizadora; la seguridad funciona si y solo si se acepta la realidad tal como es, es decir, regula a partir de mecanismos que aceptan la realidad en su complejidad fáctica.

El liberalismo, según Foucault, da cuenta de la noción de libertad como correlato necesario de los dispositivos de seguridad a partir del siglo XVIII: dejar hacer a los individuos en lo económico e individual mientras la seguridad ejerce una vigilancia ambiental pero no normalizadora. Esto no quiere decir, como mencionamos previamente, que la disciplina desaparezca sino queda restringida a arquitecturas puntuales de instituciones determinadas (como la prisión) que no cesan de proliferar. En este aspecto, la racionalidad de gobierno neoliberal del siglo XX será claramente diferenciada por Foucault del arte liberal clásico de gobernar, del laissez-faire del siglo XVIII, cuya producción de libertad tendrá necesariamente como coste la expansión de procedimientos de coacción, en palabras del filósofo francés podemos decir que “liberalismo en el sentido que acabo de decir y técnicas disciplinarias; también aquí las dos cosas están perfectamente ligadas”. (Foucault, 2008: 88). En este sentido, la única observación crítica que uno puede encontrar por parte de Foucault en Nacimiento de la biopolítica será al liberalismo clásico precisamente por este alto coste que implica la producción de libertad a través el despliegue del panoptismo. Por el contrario, el neoliberalismo del siglo XX, como veremos más adelante, lo seducirá y se solapará con sus intereses filosóficos por su metodología anti-disciplinaria y anti-psicologista.

Ahora bien, los dispositivos de seguridad de los cuáles Foucault da cuenta serán la diplomacia y la policía. Tal como señala: “La disciplina trabaja en un espacio vacío, artificial, que va a construirse por entero. La seguridad, por su parte, se apoyará en una serie de datos materiales”. (Foucault, 2006b: 38-39). Más adelante amplía: “Hay un trabajo sobre el elemento mismo de esa realidad (…) y al intervenir en ella pero sin tratar de impedirla por anticipado, se introducirá un dispositivo de seguridad y ya no un sistema jurídico disciplinario”. (Foucault, 2006b: 57).

De este modo, Foucault está señalando que la gubernamentalidad liberal no posee una dinámica de gobierno del orden de la disciplina. Si la disciplina normaliza y por ende hace a la taxonomización de individuos como “normales” y “anormales”, la seguridad vigila y deja hacer. En el marco del liberalismo, entonces, la cuestión será: ¿hasta dónde podemos hacer? ¿Cuál es el límite de ese dejar hacer por parte del gobierno a la población? De otro modo: el único que puede poner un freno al deseo de los individuos es el poder soberano, es el único que puede decir “no” y por lo tanto “sí” al deseo como motor de las acciones. El liberalismo tendrá que resolver ese problema sobre el límite del “dejar hacer” a los individuos.

Esta relación entre deseo y libertad liberal ya había sido tocada por Foucault en Historia de la locura en la época clásica (1961). Liberalismo, libertinaje y locura están entrelazados:

La libertad comercial aparece así como un elemento dentro del cual la opinión no puede llegar jamás a la verdad, donde lo inmediato necesariamente está sujeto a la contradicción, donde el tiempo escapa del dominio y la certidumbre de las estaciones, donde el hombre es despojado de sus deseos por las leyes del interés. En resumen, la libertad, lejos de poner al hombre en posesión de sí mismo, lo aparta aún más de su esencia y de su mundo; lo enajena por la exterioridad absoluta de los otros y del dinero, en la irreversible interioridad de la pasión y el deseo insatisfecho. Entre el hombre y la felicidad de un mundo donde él se reconocería, entre el hombre y una naturaleza donde encontraría su verdad, la libertad del “estado mercantil” es “medio”, y es en esta misma medida, como se constituye como elemento determinante de la locura. En el momento en que Spurzheim escribe –en plena época de la Santa Alianza, en el preciso momento de la restauración de las monarquías hereditarias –se achacan fácilmente al liberalismo todos los pecados de la locura del mundo. (Foucault, 2006a, tomo II: 44-45).

La cuestión será como fijar ese límite a la libertad, a partir de qué criterios y quién tendrá la potestad de obturarla. Foucault amplía este problema:

No por ello deja de ser verdad que, según los primeros teóricos de la población del siglo XVIII, hay al menos un invariante por el cual, tomada en su conjunto, ella tiene y sólo puede tener un único motor de acción. Ese motor de acción es el deseo. El deseo –vieja noción que había hecho su entrada y se utilizaba en la dirección de la conciencia (eventualmente podríamos volver al tema)- reaparece ahora en las técnicas de poder y gobierno. El deseo es el elemento que va a impulsar la acción de todos los individuos. Y contra él no se puede hacer nada. Como dice Quesnay: no se puede impedir que la gente viva donde a su juicio puede obtener mayores ganancias y donde desea vivir, justamente porque ambiciona esa ganancia. No traten de cambiarla, la cosa no cambiará. (Foucault, 2006b: 96).

Por lo tanto, el liberalismo como máquina gubernamental se asentará sobre la base de una mecánica tripartita: el deseo en cuanto motor en la búsqueda del interés personal, la libertad como “dejar hacer” y “producto” fabricado a partir de la persecución de ese interés en el marco del mercado como instancia de veridicción, por último, la seguridad en tanto coste de la fabricación de esas libertades motorizadas por el deseo. Los mecanismos de seguridad no serán del orden de la disciplina y la normalización sino de la vigilancia ambiental y el límite. Por lo tanto, la gubernamentalidad liberal a los ojos foucaultianos no será disciplinaria ni normalizadora, aunque implique, paradójicamente, el despliegue de instituciones disciplinarias como correlato; la cuestión residirá en gestionar grados de normalidades (y por ende anormalidades) y en la administración de ilegalismos, algo que veremos más adelante en relación con el mercado del crimen y las drogas.

Posteriormente, en el siglo XX asistimos, señala Foucault, a una reconversión de la gubernamentalidad liberal que tiene en ciertas administraciones a sus epígonos; en especial, las políticas de Roosevelt en Estados Unidos que propiciaban mayor intervencionismo del Estado (New Deal) con el fin de mantener las libertades políticas. El comunismo y el nacionalsocialismo se instituyen como amenazas y es por ello que el mayor intervencionismo se ve como una salida posible para evitar caer en los totalitarismos dirigistas, es decir, a modo de concesión para evitar lo peor. Los neoliberalismos del siglo XX serán la respuesta al auge de los regímenes fascistas en alza a la vez que a la concesión welfarista:

En eso consiste precisamente la crisis actual del liberalismo, es decir que el conjunto de los mecanismos que desde los años 1925,1930, intentaron proponer fórmulas económicas y políticas que dieran garantias a los Estados contra el comunismo, el socialismo, el nacionalsocialismo, el fascismo, esos mecanismos, garantías de libertad, establecidos para producir ese plus de libertad o, en todo caso, para reaccionar ante las amenazas que pesaban sobre ella, fueron en su totalidad del orden de la intervencion económica, es decir, de la obstrucción o, de un modo u otro, de la intervención coercitiva en el domino de la práctica económica. Si se trata de los liberales alemanes de la Escuela de Friburgo a partir de 1927-1930 o de los liberales norteamericanos actuales llamados libertarios, tanto en un caso como en otro, el elemento a partir del cual hicieron su análisis, lo que sirvió como punto de anclaje de su problema, es el siguiente: para evitar esa menor libertad que entrañaría el pasaje al socialismo, al fascismo, al nacionalsocialismo, se establecieron mecanismos de intervención económica. Ahora bien, esos mecanismos de intervención económica, ¿no introducen precisamente, de manera subrepticia, tipos de intervención?, ¿no introducen modos de acción que son en sí mismos al menos tan comprometedores para la libertad como esas fórmulas políticas visibles manifiestas que se quieren evitar? (Foucault, 2008: 91).

La pregunta foucaultiana deja abierta la duda de si la cura no propiciará la enfermedad que se quiere evitar. Vale decir, si el despliegue de ciertos programas intervencionistas que se generan para evitar caer en el dirigismo integral no abre la puerta precisamente al totalitarismo. Allí el debate con el keynesianismo por parte de los neoliberalismos será un elemento clave. Tanto la Escuela de Friburgo, es decir, los ordoliberales alemanes, como la Escuela de Chicago, los libertarios estadounidenses, establecerán una polémica alrededor del intervencionismo económico desde 1930 a 1960. Precisamente, aquí tenemos el nudo de la crisis de la gubernamentalidad nacida en el siglo XVIII. El análisis de los neoliberalismos del siglo XX por parte de Michel Foucault dará cuenta de la transformación de muchos postulados clásicos en aras de salvar la racionalidad liberal en el siglo XX.

7- “La noción de biopolítica suscita dos problemas. El primero está ligado a una contradicción que se encuentra en el propio Foucault: en los primeros textos donde aparece el término parece estar ligado a lo que los alemanes llamaron en el siglo XVIII la Polizeiwissenchaft, es decir, el mantenimiento del orden y de la disciplina a través del crecimiento del Estado. Pero luego, por el contrario, la biopolítica parece señalar el momento de superación de la tradicional dicotomía Estado/sociedad, en provecho de una economía política de la vida en general. Es de esta segunda formulación de donde nace el otro problema: ¿se trata de pensar la biopolítica como un conjunto de biopoderes o bien, en la medida en que decir que el poder invistió la vida significa también que la vida es un poder, puede localizarse en la vida misma –es decir, por supuesto, en el trabajo y en el lenguaje, pero también en los cuerpos, en los afectos, en los deseos y en la sexualidad– el lugar de emergencia de un contrapoder, el lugar de una producción de subjetividad que se daría como momento de liberación [désassujetissement]? En este caso, el tema de la biopolítica sería fundamental para la reformulación ética de la relación con lo político que caracteriza los últimos análisis de Foucault; más aún: la biopolítica respresentaría exactamente el pasaje de lo político a lo ético”. (Revel, 2008: 26-27).

8- Deleuze, 1998).

9- “Bien, ¿qué quería decir este año? Que estoy un poco harto: vale decir que querría tratar de cerrar, de poner, hasta cierto punto, fin a una serie de investigaciones –bueno, investigación es una palabra que se emplea así como así, ¿pero qué quiere decir exactamente?- a las que me dedico desde hace cuatro o cinco años, prácticamente desde que estoy aquí, y con respecto a las cuales me me doy cuenta de que se acumularon los inconvenientes, tanto para ustedes como para mí (…) Todo esto se atasca, no avanza; se repite y no tiene conexión. En el fondo, no deja de decir lo mismo y, sin embargo, tal vez no diga nada; se entrecruza en un embrollo poco descifrable, apenas organizado; en síntesis, como suele decirse, no termina en nada”. (Foucault, 2000: 17).

Foucault y el liberalismo

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