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El sueño de la ciudad global en Colombia: ¿de la utopía a la e-topía?

Fuera del marco de violencia, crisis, caos e inequidad urbana en la Colombia de los años ochenta, el mundo era escenario de procesos económicos, tecnológicos, sociales y espaciales que determinaron profundas transformaciones en el último cuarto del siglo xx. El surgimiento y la consolidación de la doctrina del neoliberalismo o la libre competencia dentro del capitalismo, la introducción del computador personal y el establecimiento de la World Wide Web o superautopista de la información en internet, fueron piezas angulares en la conformación del contexto de los años noventa. La interrelación entre economía de mercado, informática y mass media define, teniendo como fondo la tecnociencia, la llamada globalización o, para otros, la tercera mundialización.

Se habla entonces de una globalización económica y una mundialización política y cultural caracterizadas, entre otros aspectos, por el flujo de capitales y de información a escala mundial, donde la economía está definida por la imposición del sector financiero sobre la industria y la organización de la actividad económica está espacialmente dispersa pero a la vez globalmente integrada. En las relaciones sociales hay predominio de la virtualidad, la vivencia instantánea o en tiempo real y el consumo como valor máximo. En la cultura predomina lo light y lo popular, una supuesta homogeneidad, el vaciamiento de contenidos, el hedonismo y la vacuidad. Por su parte, lo estético es controlado por valores que perdieron el referente clásico y moderno debido a la búsqueda de otras estéticas expandidas que se corresponden con esta otra realidad del mundo contemporáneo.

Sobre las fronteras nacionales y las naciones surge la idea de la ciudad global1 —ciudad conectada con los flujos mundializados—: Tokio, Londres y Nueva York son los paradigmas, ciudades a partir de las cuales se da el nuevo ordenamiento económico mundial, con la concentración de instituciones financieras y la oferta de servicios avanzados para la producción como reemplazo de la industria, con lo que se produce su desligamiento de los entornos territoriales inmediatos a cambio de establecer una relación trasnacional. Se irradian desde allí nuevas pautas de consumo y estilos de vida para los diferentes sectores sociales, de altos o bajos estratos. Este cambio dado en los noventa implica la transformación de la arquitectura urbana con las altas, suntuosas y tecnologizadas edificaciones, y la renovación urbana de antiguos y decaídos sectores —residenciales o industriales—,2 para atender la demanda de servicios cualificados para los grupos sociales enriquecidos por el mercado global: lofts, restaurantes con gastronomía sofisticada, almacenes de alto diseño —design—, boutiques, espacios para el cuidado personal y servicios personalizados y a domicilio, entre otros, que están más cerca de lo banal, superfluo y sofisticado. Los renovados espacios urbanos y las arquitecturas diseñadas por grandes firmas y prestigiosos arquitectos del star-system, se convierten también en paradigmáticas imágenes que se exportan del centro a las periferias.

Uno de los sucedáneos de este nuevo imaginario de poder financiero es la construcción de edificios de gran altura que resurgieron en distintas ciudades del mundo globalizado, ya no solo en Estados Unidos —en ciudades como Chicago, Nueva York, Los Ángeles y Atlanta—, país de origen de este tipo de edificación de finales del siglo xix, de gran valor simbólico y arquitectónico, sino también en ciudades de Asia y del Medio Oriente, como Singapur, Kuala Lumpur (Malasia), Yokohama (Japón), Bangkok (Tailandia), Hong Kong, Shenzhen, Shanghái y Guangzhou (China), Ryad (Arabia) y Dubai (Emiratos Árabes Unidos), con edificios de entre 280 metros y 800 metros o más de altura, a cargo de arquitectos como el argentino César Pelli, el japonés Kenzo Tange, el inglés Norman Foster, el estadounidense de origen chino Ieoh Ming Pei y el chino C. Y. Lee, o de empresas como SOM (Skidmore, Owings y Merrill). De los cuarenta y tres edificios más altos del mundo, veinticinco fueron construidos en estas ciudades en los últimos veintitrés años,3 y se constituyen en parte del orgullo nacional, en una manera de exhibir riqueza y prestigio y, sobre todo, en un símbolo del triunfo del capitalismo global.

Otras ciudades europeas y latinoamericanas, si bien en los noventa no clasificaban estrictamente dentro de los parámetros de una ciudad global, buscaron la manera de insertarse en dicha dinámica, haciendo uso de otras estrategias. Barcelona y Bilbao (España), Toronto (Canadá), Frankfurt (Alemania), Buenos Aires (Argentina) y São Paulo (Brasil), crearon su imagen de ciudad global a partir de cambios en su dinámica económica y de operaciones inmobiliarias en las cuales se construyeron edificaciones pensadas desde su capacidad mediática, al servicio del consumo de la cultura y la sociedad del espectáculo. Para este fin, las ciudades acudieron a arquitectos del star-system, como bien lo señala el arquitecto Oriol Bohigas, uno de los promotores de la transformación urbana de Barcelona: “El arquitecto de fama […] aporta un añadido al proyecto. Aquí y en cualquier país con cultura, las estrellas de la arquitectura sirven para apoyar operaciones inmobiliarias”.4 Un ejemplo de esto es Bilbao, que configuró la renovación de la deprimida zona industrial, ubicada en la ría de la ciudad, para que girara alrededor del emblemático Museo Guggenheim, a pesar de no estar contemplado en el plan de revitalización formulado en 1989. En seis años, entre el concurso inicial en 1991 y su entrega final en 1997, el arquitecto norteamericano Frank O. Gehry realizó este proyecto, una obra de titanio, vidrio y piedra caliza, que, con sus formas posmodernas y vanguardistas, se convirtió en ícono de la arquitectura mundial y en el centro de todas las miradas, dejando en un segundo plano toda la intervención urbana de la ciudad

En esta tendencia, lo más importante no era el contenido sino el edificio, y más que este, la firma del arquitecto, quien proyectaba edificios para ciudades que en el mundo querían tener “su obra”, ya fuera en Latinoamérica, el Medio Oriente, Asia, Europa o Norteamérica. Se exportaba la arquitectura, especialmente de un grupo predominante —Norman Foster, Richard Rogers, Bernard Tschumi, Zaha Hadid, entre otros—, para quienes su obra, al decir de Jean-Pierre Le Dantec, estaba “ávida de conceptos, de imágenes y de sensaciones nuevas, susceptibles de ser consumidas de inmediato”.5 Además de la globalización económica, empezaba a existir una globalización de los arquitectos y de su arquitectura, y, sobre todo, de su marca de fábrica impuesta en cualquier parte del planeta para satisfacer la demanda de la “nueva” sociedad y, fundamentalmente, el marketing de la ciudad que aspiraba a ser global.

Las operaciones de renovación y transformación urbana de Barcelona, iniciadas en los años ochenta pero acicateadas por la realización de los juegos olímpicos de 1992, se convirtieron en un paradigma y en algo singular dentro del urbanismo, al punto de hablarse del “modelo Barcelona”, el cual fue exportado, imitado, seguido o referenciado por otras ciudades del mundo, especialmente en Latinoamérica. Dos virtudes fundamentales se le señalan a este modelo: por un lado, el buen diseño y la calidad urbana de sus espacios públicos, y, por otro, la capacidad de aprovechar un evento de la magnitud de los juegos como instrumento estratégico para la renovación y la recuperación de muchos espacios de la ciudad. Pero un proyecto que comenzó en una escala menor barrial, que pretendía configurar espacios y nuevas centralidades para la ciudad, con la recuperación del tejido urbano para el ciudadano, terminó en el urbanismo y la arquitectura espectáculo para el turismo internacional posterior a los olímpicos. Allí no faltaron los arquitectos del star-system, como el japonés Arata Isozaki, el italiano Vittorio Gregotti, el norteamericano Richard Meier y los españoles Rafael Calatrava y Ricardo Bofill, en la época de los olímpicos, a los que se sumarían, luego de probado el éxito de la fórmula, el inglés Norman Foster, el francés Jean Nouvel, el norteamericano Frank O. Gehry, la iraní Zaha Hadid, el portugués Álvaro Siza y el español Rafael Moneo, entre otros.

Con el proceso que vivió Barcelona, las piezas arquitectónicas gestuales, espectaculares y casi escultóricas, las esculturas propiamente dichas también monumentales, las plazas y parques de pisos duros, y las grandes superficies pavimentadas, con su diseño refinado o estrambótico, quedaron como referente definitivo para arquitectos, urbanistas y administradores de aquellas ciudades que no quisieran quedarse atrás en la carrera por un mundo global.

La importancia adquirida por Barcelona fue tal en el mundo de la arquitectura y el urbanismo, que no en vano se realizó allí el XIX Congreso de la Unión Internacional de Arquitectos (UIA), en octubre de 1996, el cual marcó una impronta en la manera de percibir e intervenir la ciudad, como también en el nuevo lenguaje que se habría de utilizar para referirse a la arquitectura en las ciudades. Desde entonces se vienen utilizando conceptos como mutaciones, flujos, habitaciones, terrain vauge (“terreno baldío”) y contenedores; cinco principios como respuesta de la arquitectura a la ciudad contemporánea, que ya no tenía una estructura física, ni centralizada ni concentrada, pero sí intensamente interconectada, por lo cual, según lo expresado por Ignasi de Solá-Morales, no podía ser pensada con los conceptos y métodos propios de la ciudad haussmaniana6 del siglo xix, o de la metrópolis centroeuropea de principios del siglo xx.7

Para ese momento de los noventa, se trataba de dejar atrás el modelo orgánico-evolutivo, del cambio paulatino y controlado de la ciudad, para asumir una visión genetista de la mutación, un cambio o causa que generara una drástica transformación del todo; para ello los arquitectos encabezados por De Solá-Morales plantearon en el documento final del congreso la necesidad de elaborar una arquitectura que facilitara el tránsito y el intercambio entre redes y la multiplicidad de flujos; de proveer sitios de habitación retomando experiencias alternativas de racionalización, tecnología blanda, planificación ligera, diseño a través de componentes que permitieran aportar valores de racionalidad, economía y gusto; y de darle la importancia que merecían los espacios comerciales, como los lugares de intercambio y consumo que eran, en la denominada por ellos nueva ritualidad contemporánea, mediante el uso y la proyección de contenedores cerrados con la máxima artificialidad, con medios variables, múltiples y efímeros, los que podían ser desde un shopping-mall hasta un parque temático, pasando por un museo, un teatro o un estadio. De igual manera, postularon la necesidad de utilizar terrenos baldíos, improductivos, indeterminados y sin límites —zonas industriales o de ferrocarriles, áreas de antigua violencia o edificios deteriorados—, para reciclarlos, pero manteniendo su valor de vacío y ausencia. Todo un manifiesto y decálogo que hizo carrera y llegaría hasta nuestra arquitectura urbana, como se verá más adelante.

En el caso de las ciudades latinoamericanas, la dinámica de la globalización ha girado fundamentalmente en torno a la recepción de capitales y al consumo, y no a la producción. Tal situación se evidencia en el fuerte impacto que han tenido en la transformación urbana los shopping centers, los súper e hipermercados, los centros de espectáculos, los parques temáticos y la oferta de vivienda para sectores medio-alto y alto —buena parte para extranjeros—, entre otros. Basta señalar el caso de Puerto Madero en Buenos Aires, un proyecto de renovación urbana en el antiguo puerto de la ciudad, que, entre 1991 y 2001, convirtió los antiguos edificios ubicados sobre el dique en oficinas, restaurantes, apartamentos, hoteles y sedes universitarias, y las zonas aledañas en edificios y torres para oficinas y apartamentos. Lo mismo se puede decir del antiguo sector del Mercado del Abasto, en la misma ciudad, convertido en un shopping center, con los alrededores inmediatos transformados para la oferta de la industria cultural y de servicios.

Latinoamérica tampoco ha escapado a la fiebre monumentalista y del imaginario de poder capitalista que se simboliza en el rascacielos. Si bien los de las ciudades de la región no son los edificios más altos del mundo, algunos de ellos sí compiten por ocupar un lugar dentro del ranking mundial, como la Torre Mayor, con 320 metros de altura, en Ciudad de México, construida entre 1999 y 2003;8 o los que están en proceso de construcción, como los Faros de Panamá, con sus 346 metros, en la capital de este país; la Gran Torre Costanera de Santiago de Chile, con 300 metros, o el propuesto faro del proyecto Aves María en Sabaneta, en el sur del Valle de Aburrá, en Colombia, con 315 metros.

En la ciudad latinoamericana en general, y en la colombiana en particular, esta mundialización ha tenido su influencia. Ella favorece a largo plazo el predominio de los flujos sobre los lugares y las privatizaciones a expensas de la vida pública, al igual que privilegia la separación, la fragmentación o el abandono.9 En lo local, los flujos de capitales utilizados en especulaciones inmobiliarias, con grandes posibilidades rentistas, en zonas de valor histórico, patrimonial y paisajístico, han determinado el predominio de lo privado, lo que ha generado grandes guetos dentro de los recintos urbanos. Uno de los casos sobresalientes es Ciudad de Panamá, donde el fenómeno de las torres de oficinas y apartamentos en la zona bancaria y el centro de la ciudad, extendido hacia Punta Pacífica, Punta Paitilla y Costa del Este, ha determinado una rápida y acelerada transformación del paisaje urbano y natural, que ha acudido a la demolición y el deterioro del patrimonio y a negar la memoria y la misma ciudad.

Igual fenómeno especulativo ha tomado como lugar de densa intervención la ciudad de Cartagena de Indias, que, pese a haber sido declarada patrimonio de la humanidad, se ha visto asaltada por los corsarios del mercado inmobiliario. Por fuera de la ciudad amurallada, principalmente en el sector de Bocagrande, Castillo Grande y El Laguito, y ahora extendiendo sus tentáculos hacia los barrios Manga —en la bahía—, El Cabrero y Crespo, se quieren implementar medianas o altas torres de acero y vidrio, como la fallida torre de La Escollera, que pretendía erguirse hasta los 206 metros de altura, para formar un nuevo perfil urbano que asfixia y niega la ciudad histórica dentro del recinto amurallado, pero aprovecha el valor y la imagen patrimonial de aquella como si fuera un atributo de los proyectos en sí. Las mismas inmobiliarias y empresas constructoras que han saturado y densificado la ciudad, arrasan áreas de manglares, privatizan playas y demandan costosas obras de infraestructura vial y de servicios, que la ciudad termina pagando a altos costos en detrimento de la gran mayoría de habitantes, quienes carecen de tales servicios. Incluso, bajo el patrocinio del mismo gobierno, se han definido áreas para que los promotores inmobiliarios construyan viviendas para compradores extranjeros —generalmente jubilados norteamericanos o europeos— con algunos privilegios, entre ellos excepciones de impuestos tanto para promotores como para compradores. Tal y como se ha descrito, Cartagena se ha convertido en una ciudad más para el turismo internacional, donde el patrimonio histórico, arquitectónico y urbano forma parte del consumo de la industria cultural. La nueva arquitectura de acero y vidrio, que compite por una porción de paisaje, pero encerrada en su propia climatización, es otra manera de la circulación de un imaginario internacionalizado que unifica y hace perder identidad.

Pero este no es el único fenómeno de inserción periférica a la globalización y mundialización. En el caso colombiano se pueden señalar dos hechos particulares, con efectos sobre el espacio urbano y arquitectónico: el narcotráfico y la migración internacional. Con el primero ocurre un flujo subterráneo o ilegal de capitales, cuya necesidad de entrar en los circuitos legales implica la inversión en distintos proyectos inmobiliarios, desde viviendas suntuosas, torres de apartamentos, urbanizaciones o centros comerciales, en los que los principios de “buena arquitectura” han sido cuestionados desde los años ochenta y donde predomina lo que se ha llamado el narc decó. Entre tanto, el segundo asunto, acrecentado en los años noventa, representa un efecto positivo para la economía colombiana, por el alto valor de las remesas, que ha llegado a considerarse el segundo sector de la economía nacional; esta alta capacidad económica es aprovechada por el sector inmobiliario para llevarles ofertas de proyectos a compradores colombianos en ciudades como Madrid o Nueva York. Estos son proyectos vendidos sobre planos, de manera que el comprador desconoce su ubicación y calidad real, pues solo ve lo que le venden a través de una imagen virtual, y finaliza su compra, pensando, en muchos casos, en la inversión que le representa a largo plazo o en la posibilidad de usar el inmueble a su regreso. Tal situación en el mercado colombiano lleva a que existan torres de apartamentos y urbanizaciones sin vecinos, cuyos dueños son clientes lejanos, lo que crea efectos negativos en la convivencia, como claramente se ha detectado en muchas ocasiones.

Desde las instancias oficiales de las principales ciudades colombianas se ha intentado la inserción y articulación de estas a la economía global. En Medellín, por ejemplo, con el plan de desarrollo “Medellín competitiva”, 2001-2003, se plantearon agendas para la conectividad —inserción a los circuitos de comunicación, telecomunicaciones y sistemas de información—, la promoción de industria del conocimiento y la internacionalización de la ciudad, con proyectos que iban desde la masificación del internet, la creación de empresas de innovación científica y tecnológica, la formación de clusters10 y contact center, hasta la promoción y el mejoramiento de la imagen urbana con el uso de los espacios existentes, ya fueran culturales —Festival de Arte y Festival Internacional de Poesía— o urbanos —Ciudad Botero—, pero planteando otros como posibilidad de atracción empresarial, cultural o recreativa. Si bien muchos de estos proyectos fracasaron, algunos por ingenuidad y poca claridad en su formulación, a partir de esta propuesta se adelantaron otras que tuvieron como consecuencia el desarrollo de proyectos de arquitectura de significativa importancia urbana, como el Parque Explora, el Centro Internacional de Negocios y Convenciones, el Parque Tecnológico de Antioquia y varios edificios para el ofrecimiento de servicios de salud.

Muchos plantean que el mundo está en la postciudad y marcha hacia la e-topía, es decir, a que existan unas postciudades desmaterializadas, con más servicios virtuales y menos objetos físicos; ciudades en desmovilización —distribución electrónica y ciudades policéntricas, con servicios cercanos—, con personalización en masa, que utilicen recursos según el gusto personal y no el generalizado; de funcionamiento inteligente —automatización para el ahorro y la eficacia—, y con transformación suave, es decir con cambios sutiles, progresivos y no destructivos. Pero nuestras ciudades, a pesar de la tendencia de algunas hacia la metropolización —Bogotá, Caracas, São Paulo, Río de Janeiro, Santiago de Chile o Ciudad de México—, mantienen esa vocación de centralidad, donde importan más los lugares que los flujos, y que integra en su interior, con potencialidad liberadora y emancipadora, atributos propios de las ciudades clásicas. Más que la e-topía lejana, es esta la nueva utopía de los años noventa que plantea María Teresa Uribe: “La ciudad que queremos, la ciudad bien administrada, con una gestión limpia y transparente, la ciudad de los ciudadanos”.11

Si hay algo que marca este inicio del siglo xxi es la pluralidad, multiplicidad y diversidad de alternativas. A pesar de los agoreros o los heraldos del triunfo del capitalismo, no ha llegado ni el fin de la historia ni el de la ciudad. Si bien no somos totalmente ajenos a algunos de los fenómenos de la globalización, las ciudades globales y las e-topías enunciados en párrafos anteriores, hay expresiones diferenciadas, en muchos aspectos, que abarcan lo ambiental, lo geográfico, lo económico, lo tecnológico y lo político. En términos de la relación espacio-tiempo, no hemos perdido aún el espacio (los lugares de encuentro, los referentes geográficos) en beneficio del tiempo (la velocidad, la virtualidad o la superautopista informática), contrario a lo que sucede en sociedades hipertecnologizadas más preocupadas por las redes y los flujos de información. No estar en la vanguardia puede convertirse en una gran virtud. Mientras otros buscan en las ciudades lentas, slow, el regreso al encuentro y a la palabra, nosotros pretendemos perder esos atributos que aún mantenemos como parte fundamental de la cultura, aunque seriamente amenazados y no valorados en su verdadera dimensión.

La ciudad actual colombiana, en términos generales, se debate entre los fenómenos privatizadores y segregadores, los flujos y las reterritorializaciones, la expresiones del consumo y el despilfarro hedonista de la globalización, aupados incluso por instancias gubernamentales. En ella, las arquitecturas urbanas privadas están interesadas en la exaltación impúdica del dinero y en pugna con el rescate de la ciudad para la inclusión social, un propósito bajo el cual las administraciones públicas han comenzado a materializar, junto a la cultura ciudadana, la construcción de un sujeto político moderno y la habitabilidad urbana, todo lo cual está visible en el adelanto de las propuestas de movilidad urbana, de espacio público y de edificaciones educativas, culturales y recreativas. Las administraciones y los arquitectos asumen la intervención de esa ciudad desde discursos como el de las piezas urbanas “detonantes” o transformadoras del espacio urbano circundante, con proyectos de revalorización de zonas deprimidas en terrenos vagos e intersticiales del tejido urbano, o en áreas que enmarcan los ejes viales intervenidos, aunque la mayor parte de estas piezas queda para provecho de la arquitectura privada, que, en conjunto con lo público, define nuestro actual paisaje urbano.

1 Concepto acuñado por la economista y socióloga holandesa Saskia Sassen en 1991, refiriéndose a los cambios ocurridos a escala mundial y a la importancia preponderante de ciudades como Tokio, Nueva York y Londres.

2 Proceso urbanístico que técnicamente se conoce como gentrificación, e implica la renovación de suelos urbanos que por su condición de deterioro tenían bajo costos, pero que con la nueva intervención se revalorizan, siendo esto factor fundamental para la expulsión de la población que los habitaba, generalmente sectores obreros o grupos sociales populares.

3 Estos edificios son: Overseas Union Bank en Singapur (Singapur, 1986, 280 m), Bank China Tower en Hong Kong (China, 1990, 369 m), Ryugyong Hotel en Pyongyang (Corea del Norte, 1991, 300 m), Unit. Overseas Bank en Singapur (1992, 280 m), Central Plaza en Hong Kong (1992, 374 m), Landmark Tower en Yokohama (Japón, 1993, 296 m), Republic Plaza en Singapur (1995, 280 m), CITIC Plaza en Guangzhou (China, 1996, 322 m), Shung Hing Square en Shenzhen (China, 1996, 325 m), Baiyoke Tower II en Bangkok (Tailandia, 1998, 320 m), Burj al Arab en Dubai (Emiratos Árabes, 1998, 321 m), Tuntex 85 Sky Tower en Kaohsiung (China, 1998, 348 m), The Centre en Hong Kong (1998, 350 m), Jin Mao Building en Shanghái (China, 1998, 421 m), Petronas Tower en Kuala Lumpur (Malasia, 1998, 425 m), Cheung Kong Center en Hong Kong (1999, 290 m), Menara Telecom en Kuala Lumpur (2000, 310 m), SEG Plaza en Shenzhen (2000, 292 m), Tomorrow Square en Shanghái (2000, 285 m), Emirates Office Tower en Dubai (2000, dos torres de 355 m y 309 m), Plaza 66 en Shanghái (2001, 285 m), Kingdom Center en Ryad (Arabia, 2001, 298 m), Two Internacional Finance en Hong Kong (2003, 414 m), Taipei 101 en Taipei (China, 2004, 508 m) y el Burj Dubai en Dubai (2010, 828 m).

4 Moix, Llátzer, La ciudad de los arquitectos, Anagrama, Barcelona, 1994, p. 84.

5 Citado en Mongin, Olivier, La condición urbana. La ciudad a la hora de la mundialización, Paidós, Buenos Aires, 2006, p. 197.

6 El plan de intervención urbana realizado por el barón Georges-Eugène Haussmann en París entre 1852 y 1870, durante el gobierno de Napoleón III, implicó la transformación de buena parte de la ciudad medieval, con demoliciones de barriadas que dieron paso a enormes avenidas radiales convergentes hacia plazas, con grandes perspectivas y nueva arquitectura. En él no solo se resaltó la operación inmobiliaria, sino también la higiene y la fluidez de la circulación vehicular, lo cual fue puesto en práctica en otras ciudades de Europa en la segunda mitad del siglo xix, y su proyección llegó, de alguna manera, a Latinoamérica.

7 De Solá-Morales, Ignasi, Presentes y futuros. La arquitectura en las ciudades, Collegi d’Arquitectes de Catalunya, Centre de Cultura Contemporània, Barcelona, 1996, p. 11.

8 Este edificio es obra del canadiense Paul Reichmann.

9 Mongin, Olivier, op. cit., p. 167.

10 Un cluster es el conjunto de empresas e instituciones interconectadas alrededor de usos finales comunes para competir.

11 “Comentario”, en: Sánchez G., Alba Lucía (editora), Procesos urbanos contemporáneos, Fundación Alejandro Ángel Escobar, Bogotá, 1995, p. 23.

Ciudad y arquitectura urbana en Colombia, 1980-2017

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