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La tarde

Con mi nueva acompañante, ya podía seguir el sendero invisible. Con ella, ya tenía su visión, su visión del mundo tal y como es. Sin mentiras ni engaños. Ahora no había nada que se pudiesee esconder de mí. Todo está a mi alcance ahora.

Aún en el puente viejo, miré hacia el cielo y vi el nuevo puente que hay delante, el cual está a una distancia considerable, por el que pasaban dos chicos, unos años mayores que yo que hablaban entre sí, la oscuridad los protegía, pero no lo suficiente para esconderse a mi nueva visión.

Eran altos, uno más que el otro, iban vestidos muy diferentes el uno del otro, el más alto de los dos vestía una sudadera morada, que ya tenía sus años, junto con unos pantalones grises y unos zapatos azules con una franja amarilla en ellos. Tenía el pelo muy despeinado, como si no se hubiese peinado en semanas, meses incluso. Sus ojos brillaban más de lo normal, ya que llevaba lentillas. El otro chico, era un poco más bajo que el anterior, pero tenía su altura, aun así. Llevaba puesto un jersey a rayas, con unos tejanos oscuros, que combinan bastante con unos zapatos de viejo de color azul oscuro. Tenía el pelo un poco abombado, aunque bien peinado.

Iban caminando tranquilamente, hablando entre ellos y lo mejor que podía hacer era irme, no tenían que verme. No pueden verme. Aún no.

Me levanté del frío suelo construido con rocas y me dirigí hacía el castillo de la Bisbal, el cual se encontraba cerca. Hay muy buenas vistas desde su azotea, aunque a esas horas debería estar completamente vació y cerrado.

Al estar delante cerré los ojos y empujé mi visión dentro. Era una bonita sensación. Podía ver lo que quisiera e ir donde fuera.

Atravesé los techos del castillo hasta que mi mente se puso en la azotea y entonces di un paso adelante.

Note el cambio enseguida. Pasé del poco viento de la superficie a la agradable brisa que movía mi pelo rubio en las alturas en menos de un segundo. Abrí de nuevo los ojos y contemplé la grandiosa y a la vez pequeña ciudad que se alzaba a mis pies.

Me senté en el suelo apoyando la espalda en la pared. Por fin empezó todo. Ese poder… Con él podía hacer grandes cosas. Debía hacer grandes cosas. Pero en esos momentos aún no podía… Necesitaba más. Necesitaba más gente como yo. Entonces sí que podría llegar a ser como él.

Volví a alzar la visión hacia los cielos a una altura en la que podía ver toda la Bisbal. Empecé a surcar entre las pequeñas nubes, hasta encontrar por fin la casa de Luis, el chico del pelo abombado, veía perfectamente la puerta blanca de dicha casa. Podía ver su interior. Podía ver como dormían sus habitantes mientras su perro rallaba la puerta de la cocina queriendo dormir con alguien.

Me aparecí dentro de la casa, en la habitación donde Luis dormía plácidamente. Me acerqué a él y le di un regalo que no se podría esperar.

La verdad

7/12/2017 7:20 Jueves

Que sueño tan raro.

Esto lo tengo que apuntar, no puede quedar solo en mi memoria.

Hoy he tenido un extraño sueño, había una chica, rubia, creo También me vi a mi mismo con Ferran No suelo tener sueños y para uno que tengo me gustaría poder acordarme.

Cuando me desperté me fui a desayunar. Mi perro estaba en la cocina esperándome. No le gusta dormir solo, tiene miedo y por ello se pasa la noche llorando y rascando la puerta Ojalá me dejasen dormir con él.

Cuando acabé subí a lavarme los dientes y noté algo extraño. Mi hombro derecho estaba un poco dolorido y al ver una mancha oscura en él, me quité rápidamente la camiseta. ¡Una mosca, tenía un tatuaje de una mosca de ojos morados en el hombro derecho! ¿Por qué? ¿Cómo había llegado esto aquí? ¡No tenía ningún sentido! Nunca me había hecho ni un solo tatuaje, ni recordaba haberme hecho este.

Estuve un buen rato mirando ese extraño dibujo. Intenté borrarlo incluso, pero no había manera de que saliese de mi piel.

Preocupado, me dirigí a mi cuarto a vestirme, abrí el armario, y me puse el mismo pantalón oscuro de ayer, junto con un jersey fino que me tapase el extraño tatuaje.

Ya vestido salí de casa para pasear al perro.

Mientras él hacía sus cosas, me toqué el hombro, pensando en que podía significar esto.

Debería acabar ya de escribir. Ahora tengo que salir hacía el instituto de la Bisbal en el cual estoy haciendo las prácticas de informática del ciclo medio. A pesar de no entender nada, tengo que seguir con mi vida.

7/12/2017 16:05 Jueves

Como cada día era el tonto que estaba esperando... Tenía que ir a las clases del ciclo en Palamós y cada día iba con Marc. Él se había sacado el carnet hacía nada y sus padres le compraron un coche nuevo por ello. Aunque él siempre llegaba mínimo 15 minutos tarde sin motivo alguno... Eso sí, si era yo el que tardaba bien que criticaba.

Si en esos momentos hubiese descubierto lo que podía hacer...

Cuando por fin llegó, cogí mi mochila con dos libros y una libreta inútiles junto con un portátil y me dirigí hacía el coche blanco que esperaba en mi puerta.

Y allí estaba, sentado en el asiento de conductor con su cara de aburrido de siempre y su flequillo más que repeinado que seguro que había sido el responsable de la tardanza. Me senté a su lado, intercambiamos saludos, y nos dirigimos hacia la siguiente parada en el pabellón.

Me puse a pensar de nuevo en el extraño tatto. Incluso se me pasó por la mente enseñárselo, aunque a él era mejor no enseñárselo, sabiendo cómo es seguro que montaba un escándalo...

Al llegar al pabellón, el restante se une a nosotros, con sus gafas azules y su típica chaqueta roja que no se quita nunca. Se sube al coche, y al cerrar las puertas nos dirigimos hacía Palamós.

Yo le seguía dando vueltas ¿de dónde ha salido este tatto? ¿Por qué una mosca de ojos morados? ¿Por qué no un tigre o un águila? Había algo que se me escapaba de la memoria, algo que cada vez era más oscuro y borroso...

Me pasé todo el trayecto callado, pensando en ello y cuando me di cuenta, ya estábamos en Palamós. A primera hora nos tocaba una aburrida clase de inglés.

Entramos en el instituto, subimos por las escaleras hacia nuestra aula, unos con más prisas que otros, y vimos que la gran mayoría ya estaban allí esperando a nuestra profesora:

—Eh, Luis, ¿aún no ha llegado la Arpía?

—No, ya sabes como es.

—Mírala, si aún está en el parking —comenta él con desprecio.

Miré por la ventana, y allí estaba la “Arpía”, como la conocemos nosotros, caminando con prisas por la arena del parking de profesores.

—¿Ha puesto alguna faena? —me preguntan.

—¿Es que no la conoces? Claro que sí.

La Arpía, con su nariz aguileña que le sirve de pico, juntando —lo que, con su carácter agresivo, enfadado y algunas veces incluso furioso, hace honor a su nombre.

Se puso a explicar el presente continuo y yo directamente pasé de escucharla. No podía sacarme de la cabeza la extraña mosca de mi hombro. Pensé en ella, me la imaginaba en mi hombro, incluso llegué a pensar que estaba flotando a mi lado, como un fantasma.

Era una sensación increíble, subí hasta el techo para ver a la gente de mi clase. Uno estaba mirando su móvil con una sonrisa divertida en la cara. A su lado otro que parece que estaba escribiendo la teoría, aunque en realidad estaba haciendo un dibujo de la Arpía.

“¿Cómo es que todo lo que imagino lo veo tan nítido?”, pensé en aquel momento. No me creía que fuese real, era solo una imaginación pensé...

—¡Daryl! ¡¿Que haces con el teléfono?!—chilló de repente la Arpía—. ¡Sal de la clase, ya!

Yo me giro sin pensarlo, y así es, al que veía distraído con su teléfono, se levanta ahora expulsado...

¿Como podía ser esto? ¿Había sido una coincidencia? Sí, tenía que ser eso, pensaba en aquel momento.

Paré un momento y noté como volvía a mi cuerpo. No entendía qué pasaba, aunque no pensé que llegaría a ser esto...

—Eh Luis, mira esto —me dicen en un susurro divertido al pasar un rato.

Era un trozo de papel, uno que esperaba que no fuese el que pensaba. No me creía lo que estaba pasando, tenía que probar más y verificarlo.

Volví a concentrarme en mí mismo, flotando cerca del techo, esta vez más en serio. Me dirigí hacia el fondo del aula, donde Marc, con su pelo repeinado, se había tenido que sentar por falta de sitio. Él estaba con el portátil, con la pantalla medio baja, lo justo para poder jugar, y hacer creer que está bajada.

Al sonar el timbre, la mitad de la clase recogió sus cosas para ir a la otra aula.

—¡Marc! ¿Qué tal las partidas? ¿Ganaste alguna? —le pregunto yo.

u—He hecho 3 partidas, y solo he ganado la última, ¡cómo se nota quién se vicia a estos juegos en clase! —comentó él con un tono celoso.

Él se marchó, mientras yo me quedé más que sorprendido aún por su respuesta. Primero el tatuaje de la mosca en mi hombro, y ahora este extraño poder... Tenía que haber alguna relación, pero ¿cuál? Aún no lo sabía, y tenía deseos de averiguarlo ya.

Al rato de estar pensando en ello, aparece otro profesor:

—Vale chicos, preparaos para el examen, ¡guardad todos los portátiles y sacad un bolígrafo!

Siempre me he preguntado para qué hacen exámenes a papel en un ciclo de informática...

Los días anteriores me miré un poco el temario, pero no estaba muy seguro de en qué podría ayudar, pero en aquel momento tenía un nuevo poder que me ayudaría mucho en esta vida.

El profesor repartió los exámenes, y yo me concentré en una persona, el empollón de la clase, que no había suspendido ninguna, aún no había escrito nada, ya que estaba leyendo todas las preguntas. Para no ir perdido me puse a leer también y ver por dónde iban los tiros.

Cuando estaba leyendo la quinta pregunta, él empezó a escribir y yo me concentré en su folio, iba mirando desde las alturas, y volviendo a mi cuerpo rápidamente para escribir.

De tantas veces que estaba cambiando de sitio mental, fui probando métodos para ir más rápido, y al pasar un rato experimentando, me di cuenta, de que, si mantenía un ojo cerrado, era capaz de ver en dos lugares distintos, una parte, con mi examen, el cual podía escribir, y a su lado, veía el examen del empollón, junto con su mano que iba escribiendo con prisas.

Mejor imposible, tenía que escribir todo lo que pudiese, en esos momentos ya había perdido mucho tiempo probando.

Con prisas, me puse a copiar y copiar, todas las respuestas posibles de su examen, cambiando palabras y expresiones para que el profesor no sé diese cuenta.

A mitad del examen, se levantó de su sitio, y se fue a entregar su examen dejándome a mí con el examen a la mitad por completar, con lo justo para aprobar.

Aun no entiendo cómo pudo acabar un examen de dos horas en una sola... Y además uno de aquel profesor, el mejor profe que he tenido nunca, realmente, pero con unos exámenes tan largos que era casi imposible acabarlos, te lo sepas todo o no, incluso te faltaba tiempo si copiabas...

Mientras esperaba el fin del examen intenté acabarlo. Era un examen de Sistemas Operativos, de Linux concretamente. Pude copiar las partes más largas y difíciles. En ese momento solo me quedaba responder diferentes preguntas que tenían relación con las órdenes y comandos que existían en el sistema Linux.

Al acabar el examen me puse a esperar a que sonase el timbre.

—¿Cómo te ha ido el examen? —le pregunté al que se sienta a mi lado cuando salimos.

—Bueno, más o menos bien, aunque seguro que la pregunta 3 la tengo mal.

Cuando salí del aula, vi a Marc acompañado de Andrés, con su chaqueta roja, al fondo del pasillo, como cada día no son capaces de esperar...

Cómo me gustaría aparecer delante de él ahora mismo, a ver si me esperan de una vez por todas, pensé en ese momento.

Cerré los ojos con ese deseo en mi interior, y al abrirlos, alguien chocó con mi espalda.

—¡Luis! ¿¡Pero de dónde has aparecido!? —gritó asustado Andrés.

—¿Por una vez que voy delante de vosotros y ni siquiera me veis? —digo intentando explicar lo inexplicable.

Me acababa de teletransportar... Ni yo mismo me lo creía. Primero la visión infinita y ahora esto. Es demasiado bueno para ser verdad.

Los tres, bajamos las escaleras, y nos dirigimos hacia la salida, y caminamos hacia el súper para comprar algo de comer.

A los pocos metros de la salida, una gran explosión se oyó en el instituto, seguida de una enorme humareda, junto unos gritos de ayuda:

—¡Llamad a los bomberos!

—¡Hay un incendio!

Al oírlo, empezamos a correr hacia la entrada, donde mucha gente escapaba del edificio, corriendo.

—¡Alejaos de aquí! ¡Rápido! ¡No sabemos hasta dónde puede llegar el fuego!

—¡¿Pero qué ha pasado?! —preguntamos todos asustados.

—¡El chiflado de química! ¡Esta vez se ha pasado con sus prácticas!

—¿Habrá que volver luego? —preguntó Andrés.

—¿Cómo quieres volver? ¿Te quieres asfixiar o qué? ¡Las clases están suspendidas hasta nuevo aviso!

Un sentimiento egoísta de alegría inundó el ambiente al oír esas palabras, ¡no había clase!

Entonces pensé en probar con más extremo mis nuevos poderes.

—Marc, no vuelvo con vosotros, tengo ganas de quedarme por aquí.

—Pero ¿qué dices? ¿Por qué te quieres quedar? —contesta él confundido.

—Tengo ganas de dar vueltas por la playa, ya cojo luego el bus, nos vemos esta tarde, ¿ok?

Después de mucho insistir, Marc y Andrés se montaron en el coche, y se fueron dirección La Bisbal. Cuando ya no estaban a la vista, me senté en un banco de un parque cercano, y alcé la vista al cielo para ver hasta dónde podía llegar.

Ojalá pudieseis verlo, es una vista espectacular. Desde las alturas se puede ver absolutamente todo. Todas las calles de Palamós, todos los peatones que hay en ellas, todos sus coches y sus diferentes vehículos. Incluso, puedo ver el coche blanco de Marc, que está entrando ahora en la autovía. Me dirijo hacia él desde los cielos, y me posé a su lado, y vi allí dentro a los dos.

Tenía ganas de volver a casa, y probar el deseo que había descubierto hacía unos minutos.

Caminé hacia la sombra que proyectaba un árbol cercano, me apoyé en su tronco y sentado sobre la hierba fresca cerré los ojos para concentrarme.

Pensaba en mi casa, en su puerta blanca con su pomo de metal. Podía ver una imagen suya, pero no es una simple imagen, no; podía ver cómo el viento se lleva las hojas, cómo los insectos intentan luchar contra él sin vencer, eso no era un recuerdo, ¡era lo que ocurría en aquel momento!

Qué ganas tenía de volver, pero aún estaba en Palamós, ¿cómo lo hice antes? ¿Cómo di ese paso tan largo?

Eso era, “di un paso”.

Volví a mirar a la puerta de mi casa, pero esta vez, no me quedé observando fuera, me acerqué a la puerta con un pequeño paso, y aparecí delante de ella.

¡Esto es increíble! ¡Nunca más volveré a quejarme del tatto! ¡Esto es, fascinante!

Entré en casa y mi madre se extrañó.

—¿Quién es?

—Soy yo, mamá, hoy hemos salido antes, se ha provocado un pequeño incendio en el instituto.

Después de tranquilizar a mi asustada madre, y de que ella se hubiera asegurado de que no me había pasado nada, me estiré en el sofá un rato.

Esto tengo que enseñárselo a Marc y a Ferran. Van a flipar.

7/12/2017 17:48 Jueves

Estábamos en el depósito de agua de la ciudad, mientras Ferran, con su típica sudadera morada y su pelo despeinado intentaba subir escalando la pared. Marc lo miraba con superioridad mientras yo me alejaba con cuidado de ellos para poder realizar mi “salto”.

Una vez arriba, caminé hacia el lado donde Ferran intentaba subir, con Marc delante.

—Aún ¿no has podido subir? —grité desde atrás.

Marc, se giró asustado.

—¿Cómo has podido subir?

—Me he teletransportado —dije en tono burlón.

—Sí claro, claro.

—¡Luis! ¿Cómo has conseguido subir? —pregunta Ferran, que acababa de conseguirlo.

Yo quise seguir con la “broma” del teletransporte, aunque se me ocurrió una idea mejor.

—Vamos a jugar a un juego, uno de vosotros, escribe un número del 1 al 100 en el suelo, y yo lo voy a adivinar, ¿vale?

Extrañados por la petición dudaron y después de unas discusiones de cómo hacerlo, aceptaron.

Me senté en el suelo, con las piernas cruzadas, y extendí mi mente a los cielos, donde podía ver perfectamente qué escribían.

—5.

—65.

—13.

Ellos iban escribiendo números, y yo los iba recitando, y cada vez, se iban sorprendiendo más y más.

—Tíos, ¡os he dicho del 1 al 100! ¡No hagáis trampas escribiendo el 252!

—Vale, ya está bien, ¿cómo lo sabes? ¡Lo tienes que ver de alguna forma!

Yo no paraba de reírme. Sus caras de incomprensión eran todo un arte.

—¡Venga dilo ya! —insistía Ferran.

—Aunque lo dijese no me creerías —dije aún con una sonrisa en la cara.

Yo me volví a sentar en el suelo, y ellos dos se pusieron delante de mí. Cerré los ojos y alcé la mente al cielo colocándome detrás de ellos, donde podía verme a mí mismo, con los ojos cerrados y sus espaldas.

—Bien, ahora poned la mano a la espalda, y sacad un número de dedos.

Los dos se miraron extrañados, y no hicieron nada.

—Venga ¡ya veréis!

Ferran, sacó dos, y Marc, cuatro.

—Tú, Ferran, has sacado dos, ahora 3, tú Marc, habías sacado cuatro, pero los has cambiado a dos.

Los dos se quedaron atónitos, no sabían qué decir.

—Esto es muy raro, lo s. —empecé a explicar—. Hoy he descubierto que tengo un poder... Puedo verlo todo, es como si mi mente volase en el cielo...

Al oírlo, se echaron a reír los dos.

—¿Qué pasa? ¿Ahora eres un superhéroe? —preguntó riendo Marc.

Risas, risas crueles de la incredulidad de los que no saben...

—Bueno, como queráis, si no me creéis, no lo hagáis.

—Como vamos a —empezó a decir Marc hasta que desaparecí delante de él.

La mosca

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