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CAPÍTULO I

Antecedentes recientes: 2018 y 2019

Antes de comenzar resulta imprescindible partir de la siguiente premisa: España es un régimen autoritario moderno de apariencia democrática construido sobre una estructura franquista. Se podría escribir este ensayo, como pude escribir los cuatro anteriores, y dejar que sea el propio lector el que obtenga esta conclusión, pero ello sería erróneo, injusto e indecoroso hasta lo obsceno. España no es otra cosa que lo que se cuenta en este libro, pero cometeríamos un mayúsculo error si pensáramos que lo que sucede en España se puede tratar como si lo que acontece fuera de ella no tuviera ninguna repercusión en lo que aquí se trata. La tiene, y mucha. Porque lo que aquí se relata, lo que aquí se detalla, lo que aquí, por fin, se de­muestra sin margen a la duda –que el Ejército español es ultraderechista, que es el Ejército de Vox, de Santiago Abascal y, por supues­to, también el de Felipe VI–, no sólo viene influido porque España sea un régimen autoritario de apariencia democrática construido sobre una estructura franquista, sino que es consecuencia directa de cómo el mundo permite esta excentricidad mientras revierte en sus intereses. Ello siguiendo una máxima que se ha mantenido en su esencia inalterable desde 1945: lo que sea antes que el comunismo. En España, lo que sea es el insufrible engendro parido de la voluntad de Franco tras una transición sangrienta, que nos han hecho pasar por modélica, liderada por un delincuente múltiple que ha gozado de una impunidad, no sólo jurídica, tan escandalosa como infame. Todo ello sustentado en una Constitución escrita por franquistas, colaboradores franquistas o rendidos al franquismo para la perpetuación de franquistas en el poder y que ha contado con un sustento mediático de franquistas, colaboradores franquistas o rendidos al franquismo. Y de aquel franquismo, esta extravagante democracia.

Podría haber obviado lo anterior y muchos comentarios siguientes, y seguramente, si este libro lo hubiera escrito un periodista que pretendiera colaborar o mantener su puesto de trabajo en El País, El Mundo, ABC, La Ser, Onda Cero, Antena 3, Telecinco, La Sexta o Cuatro, por nombrar los medios españoles generalistas más importantes, lo haría, pero a mí no sólo me importa un pimiento esa cuestión, sino que no gusto del colaboracionismo. Y, como no me dedico a colaborar, en el peor de los sentidos de la palabra, ni a escribir a la carta ni tolero la censura; de hecho, algún trabajo he debido abandonar por ello en algún medio que sorprendería a más de uno, no pienso andarme con muchos rodeos.

Así que, si usted, mi querido lector, es de esos que no parte de la premisa anteriormente expuesta o es incapaz de llegar a ella por muchas pruebas que se le presentaran, y en este libro y en los an­teriores las pruebas son abrumadoras, hágase un favor: no continúe leyendo. Siga pensando que España es una democracia, que el PSOE es un partido de izquierdas, que Antonio Ferreras es un pe­riodista y que La Ser, El País o La Sexta son medios de comuni­ca­ción libres e independientes. No quiero estropearle el sueño tan idílico en el que vive, sobre todo porque puede que, con un poco de suerte, fallezca antes de que todo se vaya al traste y se vaya al otro mundo o al jardín en el que el perro del vecino mea, que para el caso –siempre en mi opinión– es lo mismo, con una armonía que aquellos que somos conocedores y aceptamos lo que España es y lo que sucede difícilmente podremos portar.

De hecho, mi querido lector, los antecedentes sólo del último año –los de las últimas décadas, ya ni le cuento– deberían haber causado un seísmo mediático y social de tal magnitud que no hubiera hecho falta que ningún resultado electoral demostrara lo que las evidencias llevan décadas señalando: el Ejército español es ultra­derechista, franquista, de Vox, de Santiago Abascal, de Felipe VI, de Juan Carlos I y de Franco, aun cuando este no está ni siquiera vivo, siendo todo ello lo mismo. Sí, así es, Felipe VI, Abascal, Vox, Juan Carlos I y Franco son en esencia lo mismo. Sirven a lo mismo. Se alimentan de lo mismo. Y viven de lo mismo. De no ser así, lo aquí relatado no habría ocurrido jamás y, de haber ocurrido, las consecuencias habrían sido otras muy diferentes a las que han sido.

El Manifiesto de los Mil

El primero de estos acontecimientos que deberían haber aterrorizado y abochornado al país, pero tan sólo sirvió como otro de tantos elementos folclóricos con los que rellenar el vacío del espacio mediático del verano pasado –2018–, fue el que podríamos denominar como Manifiesto de los Mil. En julio y agosto de ese año, casi 200 altos mandos militares –sobre todo generales, coroneles y tenientes coroneles– firmaron un manifiesto de desagravio al dictador y genocida Francisco Franco, destacando de él su faceta militar. Este manifiesto, al que posteriormente se adhirieron más de 800 altos mandos, superando así el millar de firmantes, constituía una respuesta a la decisión del Gobierno socialista de exhumar los restos del cadáver de Francisco Franco y dar por finalizada una anomalía en Europa: un panteón conmemorativo de un dictador.

Aunque el caso, como ya he comentado, levantó una polvareda mediática considerable, debido sobre todo a que se produjo en el periodo estival y se convirtió en lo que se denomina «serpiente de verano» –noticias que no tendrían repercusión en un momento normal, pero que en verano pueden tener gran visibilidad debido a la ausencia de noticias políticas–, el asunto –la serpiente de verano– no sobrevivió al ya cada vez menos fresco septiembre. Sin embargo, constituye, con mucho, el mayor y más cuantioso desafío militar acaecido desde la restauración de la monarquía, allá por 1975, a excepción del intento de golpe de Estado de 1981 y otras intentonas que seguramente el lector, a causa de la desinformación de los medios españoles, ni tan siquiera conozca.

Ni el proceso a los golpistas durante el año 1981 generó tantas adhesiones –en aquel momento se produjo el Manifiesto de los 100– ni la provocación golpista de 2006 del teniente general Mena –50 mandos enviaron cartas de apoyo a medios de comunicación– provocaron una reprobación tan masiva por parte del mundo militar. Porque una cosa es Catalunya y otra muy distinta es el venerado, amado y admirado dictador y genocida Francisco Franco, el cual, por cierto, de buen militar tiene más bien poco y de estratega de una cierta talla, menos todavía. Fue un sanguinario con suerte que, ayudado por los nazis alemanes y los fascistas italianos, consiguió ganar una guerra no sin antes destruir un país, abocarlo a la ruina y el hambre, ensangrentarlo y llenarlo de cadáveres. Un tipo menor todavía que el cabo que atemorizó el mundo, que sólo pudo sobrevivir a la Segunda Guerra Mundial gracias a su calenturienta mente en la que todavía sostenía ganas de imperio y que, ayudado por su capacidad de someter sus propios ideales a su ambición de poder y por un pueblo, el español, mayoritariamente agradecido de migajas y limosnas, pudo morir en la cama.

Además, no sólo en términos cuantitativos se trata esta de la mayor protesta del ámbito militar en 44 años, sino también en término cualitativos. El elevado número de altos mandos militares que desempeñaron puestos de primera magnitud así lo demuestra. Incluso entre los firmantes se encontraba el teniente general Aparicio, el último mando que me arrestó, curiosamente por afirmar, entre otras cuestiones, que la cúpula militar era en extremo ultraconservadora. Ofendido por ello, incluso concedió una entrevista en la que destacó la democratización de las Fuerzas Armadas. Pero ya retirado no hacía falta mantener la mascarada y no la mantuvo, el mismo fulano que me arrestó en 2015 por afirmar la falta de talante democrático de la cúpula militar firmaba en 2018 un manifiesto clara y meridianamente ultraderechista, antidemocrático, franquista y fascista.

Este episodio pudiera ser anecdótico, pero no lo es por una cuestión trascendental: la cúpula militar española engaña y esconde su condición de forma pública hasta pasar a la reserva y el retiro. Ello lo hace por las consecuencias que le podría ocasionar, pues es cobarde por naturaleza, miserable en cuanto a que prefiere cobrar a final de mes a vivir con sus propias ideas, lo cual en principio puede parecer beneficioso para la sociedad, pero en última instancia resulta justo todo lo contrario: un gran desastre. Porque es esta máxima de cobardía la que ha permitido que la cúpula militar española y gran parte de la milicia sean ultraderechistas, franquistas o fascistas. Fieles votantes del Partido Popular y muy especialmente en los últimos años de Vox. De Santiago Abascal.

Porque el acuerdo con las élites es claro y meridiano: en los cuarteles hacen lo que les plazca, pero en la calle ni un problema. Y así llevamos camino de 50 años. Este ignominioso y no escrito pacto es la base de gran cantidad de aberraciones que acontecen en los cuarteles, desde la existencia de la justicia militar hasta la inexistencia de sindicatos, lo que en esencia se traduce en la persistencia de una institución ultraderechista y reaccionaria. De ello puede dar fe mi segundo encierro, junto con un teniente coronel que escribía en la Fundación Nacional Francisco Franco –fundación que hoy dirige el general Juan Chicharro, exayudante del rey Juan Carlos I– y un sargento con un Águila de San Juan tatuado –y visible al hacer deporte– en la pierna.

Sin ninguna duda, este manifiesto debería haber sido suficiente por sí mismo para emprender las acciones necesarias para regenerar las Fuerzas Armadas españolas. No fue así.

Un proceso que en España ya acumula más de cuatro décadas de retraso, las que van desde la muerte de Franco y desde que Alemania emprendió la regeneración de sus Fuerzas Armadas. Fue a mediados de los setenta cuando los alemanes se encontraron en una disyuntiva parecida a la nuestra y allí no hubo dudas, seguramente porque el fascismo fue derrotado –mientras en España dele­gó plácidamente en la cama–. En ese momento, dado que en Alemania seguía existiendo una milicia entroncada en torno a una serie de familias militares, decidieron corregir aquella situación: los militares serían universitarios y técnicos y la profesión militar se convertiría en una más. Por ello, en Alemania a día de hoy no existe jurisdicción militar –una jurisdicción propia de militares para militares, de compañeros de trabajo en definitiva–, existen sindicatos, y la cúpula militar es plural y democrática. El Ejército alemán no es de la derecha alemana, es de todos los alemanes.

Por ello, cuando en el año 2017 tuvieron la menor sospecha de la existencia de relaciones entre militares y grupos terroristas de extrema derecha –algo que aquí no es ocasional, sino casi estructural–, realizaron una investigación en profundidad y expulsaron a casi 300 militares por su ideología ultraderechista. Claro, que en Alemania la apología del fascismo es un delito y en España la Fundación Nacional Francisco Franco está sustentada con fondos públicos. Es por ello que aquí con un episodio similar, cuando varios militares fueron detenidos por traficar con armas y formar parte de un grupo de extrema derecha, no pasó nada. Ni repercusión mediática. Y es por ello que cuando más de mil altos mandos militares firmaron un manifiesto antidemocrático, franquista, fascista y contrario a la decisión del propio Gobierno tampoco pasó en esencia nada. Ni una sola reforma ni medida se ha aplicado desde entonces. Ni una.

La victoria «militar» de Vox en Andalucía y el fichaje de seis altos mandos militares

Si la situación para diciembre de 2018 era ya más que evidente –especialmente después de la publicación de El libro negro del Ejército español en 2017– después de la firma del mencionado manifiesto, la victoria electoral de Vox en Andalucía –con una exmilitar y un ex guardia civil entre los 12 ultras que consiguieron asiento parlamentario– y el posterior fichaje de hasta seis altos mandos militares deberían haber hecho saltar todas las alarmas.

Luz Belinda Rodríguez de treinta y ocho años, exmilitar –Ejército del Aire– y casada con un miembro de las FCSE y Benito Morillo, guardia civil jubilado, se incorporaron al Parlamento andaluz tras las elecciones de diciembre de 2018. Tras este episodio llegó el fichaje del general Fulgencio Coll, antiguo JEME –jefe de Estado Mayor del Ejército–, máximo cargo que se puede obtener en el Ejército de Tierra, como candidato a la alcaldía de Mallorca. Además, desembarcaron otros seis militares más para las elecciones generales del 28 de abril[1]: cuatro generales –Alberto Asarta, Manuel Mestre, Agustín Rossety y Antonio Budiño–, un coronel –José Antonio Herráiz[2]– y un capitán –Carlos Hugo Fernández-Roca[3]–.

Aunque se tratase de poco menos de una decena de personas, lo cierto es que ninguna otra formación política ha contado con tal representación militar ni un nivel tan alto en las pasadas elecciones de abril de 2018. Ni siquiera el resto de formaciones políticas juntas podían siquiera acercarse.

Este desembarco militar en la política, este Ejército de Vox, debería haber sido considerado alarmante por los grandes medios de comunicación y, por lo general, no sólo no fue así, sino que hubo desde diferentes medios encendidas defensas a esta cuanto menos curiosa participación política del Ejército y, más concretamente, de su cúpula militar. Rafael Moyano con su «Militares en política» en El Mundo[4] y el propio medio en una editorial –La excepción es España: el militar, uno más en la política mundial–[5] defendieron con tesón la normalización de los militares en cuanto a su participación política. Algo que, sorprendentemente, no hicieron cuando en el año 2015 los que decidieron participar en política fueron la comandante Zaida Cantera y el general y ex-JEMAD Julio Rodríguez, aunque en ese momento ya estaba El País para hacerlo[6]. Van por turnos e intereses, algo así como la alternancia política.

Porque el problema, más allá de las tesis que defienden los dos grandes diarios de este país –El País y El Mundo–, aunque sólo en el momento en el que lo necesitaban las facciones o bloques políticos a los que sirven con fidelidad, no es la participación de los militares en política, lo cual está relativamente normalizado en la mayor parte de los países con estructuras medianamente democráticas, sino la falta de pluralidad política. No se trata de que nueve militares, de ellos seis altos mandos, hayan fichado por Vox, por la ultraderecha, en un lapso temporal de escasos meses, se trata de que tal acumulación de militares en un partido político con tal peso parlamentario y mediático como el que acapara Vox en la actualidad y en los últimos años supone un hecho insólito en la historia de España en las últimas cuatro décadas. Lo que convierte a la situación en alarmante no es que cinco generales, un coronel y un capitán –junto con una exmilitar y un ex guardia civil– engrosen las listas de Vox, sino que solo lo hagan en Vox.

Porque si la cúpula militar fuera plural, lo cierto es que, siendo la participación en Vox de nueve militares, habría debido ser –atendiendo a la historia y representación parlamentaria– de 13 o 14 en UP, de 15 o 16 en Cs, de más de 20 en el Partido Popular y en el Partido Socialista. Y, además, en estos dos últimos partidos debería haber existido una tradicional participación política de militares, algo que no ha sido así ni siquiera en el partido hegemónico de la derecha española, en el que la participación de militares ha sido residual e infrecuente.

Esa falta de pluralidad política junto con el posicionamiento claramente extremista de la relatada participación política de los altos mandos militares, junto con el Manifiesto de los Mil y junto con los antecedentes históricos que más adelante desmenuzaremos deberían haber provocado que la sociedad española –y sobre todo, los periodistas y políticos– pusieran el foco en este importante, peliagudo y peligroso problema. No fue así y ello es muy revelador y significativo del nivel real del régimen autoritario de apariencia democrática que gobierna España y de los grandes medios y periodistas que lo sirven con gran pleitesía.

El voto militar en las elecciones de abril de 2019

Si los antecedentes hasta ahora relatados ya eran por sí mismos lo suficientemente consistentes como para que la sociedad española estuviera profundamente preocupada por la existencia de un Ejército ultraderechista, los resultados electorales de las elecciones generales del 28 de abril de 2019, en las que la participación de Vox permitió por primera vez relacionar el voto militar con el voto de la ultraderecha, con el voto de Vox, debieron de nuevo haber encendido todas las alarmas de la ciudadanía y de las distintas elites sociales. De nuevo, no fue así. Ni políticos ni académicos ni activistas ni periodistas alzaron la voz más allá de unas pocas y aisladas publicaciones que pronto fueron sepultadas por asuntos que la mayoría consideraba de mayor trascendencia.

El histórico fraccionamiento de la derecha durante las menciona­das elecciones en tres grupos diferenciados: conservadores –Partido Popular–, liberales –Ciudadanos– y ultraderechistas –Vox–, fue lo que permitió que el voto militar, tradicionalmente englobado en el Partido Popular, y por tanto diluido en las familias que en­glo­ban la derecha y la extrema derecha española, pudiera ser claramente asociado al espacio político de la derecha. Los militares votan a la derecha, sí, pero votan mayoritariamente a la extrema derecha. Y ello ha sido determinante, junto con el voto de otros muchos colectivos, incluidos seguramente guardias civiles y FCSE, para que irrumpieran los ultraderechistas liderados por Santiago Abascal en el Congreso de los Diputados, los cuales obtuvieron hasta 24 diputados y más de 2,6 millones de votos en las elecciones del 28 de abril de 2019 y 52 diputados y más de 3,6 millones de votos en las del 10 de noviembre.

Es cierto que no se trató de un episodio inédito en la historia de la España posfranquista, pero jamás la ultraderecha había tenido una representación tan elevada en el Congreso de los Diputados. No, al menos, como partido independiente, porque es indiscutible que la ultraderecha siempre ha tenido representación parlamentaria en el sector más ultra del Partido Popular, igual que los liberales siempre estuvieron englobados en el mencionado partido. Resulta bastante incongruente admitir que los liberales estuvieron representados en el Congreso de los Diputados en el PP hasta que apareció Ciudadanos, incluso a día de hoy el PP sigue acaparando votos liberales, pero los ultraderechistas aparecieron espon­táneamente de un día para otro.

De hecho, un somero análisis de los resultados electorales demostrará sin ningún lugar a la duda que la mayoría de los votantes de Vox depositaron en las elecciones anteriores de 2016 una papeleta del PP. Basta comprobar que el resultado de Vox en los distintos distritos electorales se encuentra estrechamente relacionado con un descenso de votos del Partido Popular. Con lo cual, no cabe duda de que la extrema derecha estuvo representada en el Congreso de los Diputados como parte del Partido Popular, la única diferencia con los años pasados radica en que en esta ocasión la extrema derecha se ha presentado como un partido único y no englobado en una amalgama de familias.

Este insólito episodio en las últimas décadas no sólo demuestra que la extrema derecha tenía representación parlamentaria en el partido con sede en la calle Génova, sino que ha permitido por primera vez poder estudiar el origen concreto de los votantes de la ultraderecha.

El problema mediático en España

Como hemos comentado con anterioridad, después de las elecciones generales del 28 de abril de 2019 fueron varias las publicaciones que se hicieron eco de la proximidad de ciertos triunfos electorales a emplazamientos militares, bases militares y comandancias de la Guardia Civil[7]. Entre estas noticias se podían comprobar los triunfos electorales de la ultraderecha en la colonia militar de El Goloso, en Madrid (sección electoral 8-30; Vox venció con un 41 por 100 de votos); en el campo militar San Gregorio, en Zaragoza (sección electoral 11-1; 25 por 100); en la base militar Cid Campeador, en Castrillo de Val, Burgos (sección electoral 1-1; 24 por 100); o en la Ciudad del Aire, en Alcalá de Henares, Madrid (sección electoral 5-30; 28 por 100).

Además, se mencionaban los triunfos de Vox o los elevados re­sultados, en comparación con el entorno, en las comandancias de la Guardia Civil en Sevilla, Málaga, Huelva o Badajoz o la Dirección de la Guardia Civil en Chamberí, Madrid (7-134; 37 por 100). Importante reseñar los casos del barrio de la Milagrosa de Pamplona, en el que se ubica un cuartel de la Guardia Civil, donde la ultraderecha pasó del 4,2 por 100 al 24,4 por 100, y de Sant Clement de Sescebas, Girona, donde Vox llegó a un 14 por 100 en un entorno eminentemente independentista.

Con este punto de partida, con la obvia relación entre el voto militar y el voto ultraderechista, incluso para medios tan afines al régimen español como son El País o El Confidencial, los grandes medios de comunicación podrían haber puesto sobre la mesa la situación y haber provocado el necesario diálogo ante un problema que ni mucho menos puede considerarse menor. No lo hicieron. Cumplieron con la parte que les correspondía en la censura moderna: informar sin contexto y sin continuidad. Nadie podrá decir que no lo contaron, pero obviamente no lo hicieron tal y como el asunto merecía.

En este sentido intentaré exponer un ejemplo real que puede dar una idea de lo que acontece en cuanto a la censura mediática moderna. En un momento determinado de la promoción de En la guarida de la bestia (Foca, 2019), un ensayo sobre el acoso sexual en las Fuerzas Armadas españolas, denuncié que la tasa de denuncias de acoso sexual en la milicia española en los tres últimos años (2016, 2017 y 2018) multiplicaba por entre cuatro y ocho las denuncias que por los mismos hechos se producían en la sociedad española. Un escándalo. Ningún medio publicó nada al respecto, y el que finalmente lo hizo, en lugar de exponer estas cifras y dibujar un entorno que permitiera comprender la magnitud del problema, se limitó a entrevistar a una militar que relataba el horror sufrido, cuando, obviamente, un acoso sexual no permite vislumbrar un problema, sino que arroja la cuestión al cesto de la ocasionalidad –los famosos «casos aislados» que durante años esgrimió el Partido Popular para defenderse de la corrupción–.

Intentemos imaginarnos ahora a uno de los consumidores de este medio, el único que al menos informó sobre algo, al tener co­nocimiento de la historia. Sentiría lástima, vergüenza, impotencia o rabia por el testimonio relatado si fuera un ciudadano más o menos normal y en el caso de ser un votante de Vox pensaría que la mujer se lo estaba inventando todo con afán de protagonismo, que en el fondo deseaba ser poseída o que pertenece a una red conspirativa de mujeres que pretende someter a los hombres y hacerlo, además, a escala planetaria; pero lo que es seguro es que ninguno de ellos pudo en ningún momento comprender la dramática situación de la mujer en el Ejército, la indefensión y la cacería que sufre cada vez que interpone una denuncia. No pudo porque nadie le ofreció unos datos mínimos que permitieran divisar el paisaje completo. No es el acoso sexual de una mujer el problema, sino la alta tasa de denuncias –entre cuatro y ocho veces más que en la sociedad– y la baja tasa de condenas –casi el 0 por 100–.

De la misma manera, aunque hubo medios de comunicación que informaron sobre la evidente relación entre los militares y la ultraderecha, ninguno de ellos perseveró en la información, ninguno de ellos investigó en profundidad tan llamativos datos, ninguno de ellos se prestó a recopilar el resto de información que relaciona a la extrema derecha con las Fuerzas Armadas españoles, la Policía Nacional y la Guardia Civil y que demuestra de forma irrefutable, porque las casualidades y los «hechos aislados» tienen un límite hasta en España, que los militares –y guardias civiles– españoles son mayoritariamente ultraderechistas, muy especialmente la cúpula militar de las Fuerzas Armadas y la Guardia Civil.

[1] E. E./Agencias, «Vox cuenta ya con cinco militares en sus listas tras incorporar a otros dos», El Español, 20 de marzo de 2019 [https://www.elespanol.com/espana/politica/20190320/vox-cuenta-militares-listas-incorporar/384712789_0.html].

[2] Redacción, «Vox apuesta por escuchar las necesidades de los melillenses», El Faro, 11 de abril de 2019 [https://elfarodemelilla.es/vox-apuesta-escuchar-necesidades-melillenses/].

[3] Redacción, «Carlos Fernández-Roca: En Segovia el voto útil es votar a Vox», El Adelantado, 23 de abril de 2019 [https://www.eladelantado.com/segovia/carlos-fernandez-roca-en-segovia-el-voto-util-es-votar-a-vox/].

[4] Rafael Moyano, «Militares en política», El Mundo, 21 de marzo de 2019 [https://www.elmundo.es/opinion/2019/03/21/5c92832721efa01c3f8b46c5.html].

[5] «La excepción es España: el militar, uno más en la política mundial», El Mundo, 24 de marzo de 2019 [https://www.elmundo.es/espana/2019/03/24/5c965929fdddffb5308b4647.html].

[6] Miguel González, «Militares y política: un paso al frente casi sin retorno», El País, 9 de noviembre de 2015 [https://elpais.com/politica/2015/11/08/actualidad/1447013567_540926.html].

[7] Juan Diego Quesada, «Vox gusta en los cuarteles», El País, 5 de mayo de 2019 [https://elpais.com/politica/2019/05/04/actualidad/1556993930_451032.html]; Alfredo Pascual y Antonio Hernández, «Vox es líder entre los militares y adelanta al PP en los cuarteles de la Guardia Civil», El Confidencial, 4 de mayo de 2019 [https://www.elconfidencial.com/espana/2019-05-04/vox-guardia-civil-ejercito-elecciones-2019_1981222/] y Miguel Mora y Luis Gonzalo Segura, «La ultraderecha intenta apropiarse del Ejército y la Monarquía», CTXT, 8 de mayo de 2019 [https://ctxt.es/es/20190508/Politica/26048/Luis-Gonzalo-Segura-Miguel-Mora-voto-extrema-derecha-militares-monarquia-vox.htm].

El ejército de Vox

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