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IV.

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–¿No es cierto, Pino? –preguntó Raúl tamborileando sobre la mesa una escala. Terminó con un acorde final y se mordió las puntas de los bigotes rojizos–. En ninguna ciencia hay un gran maestro al que se recurra en busca de una opinión última y con­tundente. Y eso es lo que han hecho con Marx.

–En Física –respondió el Pino– todos los conceptos están sujetos a continuo cambio. Una teoría nunca se considera completa, ni mucho menos se piensa que la opinión de un fulano sea definitiva.

Estábamos en la 1, la celda de Raúl, oyendo discos; pero ya ninguno prestaba atención a la música.

–¡Ah!, pero eso sí –dijo el Búho sentado en el suelo–, en la Unión Soviética tienen todo un instituto para investigar si las comas que aparecen en cierta edición de Lenin son las originales o erratas de imprenta.

–¡Hazme el favor! –exclamó Raúl y se dio un golpe en la frente–. ¡La deformación a que necesitas llegar para preocuparte por semejante cosa! Claro, el Búho exagera un poco; pero hay mucho de cierto. Aquí mismo lo ves: si, en medio de una discusión sobre un problema concreto, alguien recuerda una cita de Lenin que dice exactamente lo contrario de lo que tú afirmas, ya te fregaste. Ahí se acabó la discusión.

–A final de cuentas –dije–, va a resultar cierto que el socialismo surgirá en los países avanzados, en Inglaterra, en Suecia. Todos los ensayos anteriores han quedado en caricaturas más o menos desastrosas.

Pocas veces nos reunimos para tratar un asunto en particular, y cuando lo hacemos es para cuestiones que requieren una solución inmediata. Pero, como todos tenemos preocupaciones similares, frecuentemente aparecen éstas en la conversación. Una plática de este tipo puede durar horas; no rinde ningún resultado práctico, pero conduce a nuevas inquietudes y nuevos planteamientos.

–Aquí no vamos a tener muchos problemas –dijo Saúl.

–¿Qué? –exclamé–. ¿Aquí? ¡Qué bárbaro, Chale! ¡Nomás imagínate a los mexicanitos haciendo de las suyas en nombre del socialismo! Es precisamente aquí donde se presentarán problemas más graves. Cincuenta años de pri, burocracia, compadrazgo, corrupción, «mordidas», venalidad y quinientos de caciquismo. ¡Para empezar!

Por un rato nos quedamos en silencio. Gamundi llegó a la celda y se detuvo en el umbral.

–No sé cómo, pero habrá que evitar todas las deformaciones que han surgido –dijo Raúl bajando los bigotes y mirándose los dedos de los pies. Se quitó las sandalias y cruzó las piernas sobre la litera.

–Descentralizando –le respondí.

–No, Luis, el problema es mucho más complejo –dijo el Chale.

–Ya lo sé, Saúl; pero un primer paso es acabar con ese maldito poder central en que se convierte un partido leninista cuando triunfa. Cuando se trata de acabar con el orden burgués, el partido necesita tener las características señaladas por Lenin; pero cuando se trata de iniciar la construcción del nuevo orden la maquinaria de guerra debe cambiar. Las circunstancias propias en que nació la Unión Soviética explican el rígido centralismo y ciertos métodos de gobierno ajenos al socialismo; pero a esa concepción, justificada por la guerra civil, las invasiones, la miseria y el aislamiento, le han agregado cartón y cola hasta hacer una maquinita que se lo traga todo.

–Es verdad –dijo Raúl–. El partido tiene derecho a cualquier cosa, desde husmear en tu vida privada, planificar la economía, cambiar la planificación porque metieron la pata, hasta decidir cuestiones de literatura, física, sociología y forrajes para vacas. Después de todo representa al pueblo.

–¿Pero lo representa?–le pregunté.

–¡Óyeme, óyeme! ¡Qué te pasa! –exclamó el Búho desde el suelo–. Eso ya no está bien. Si vamos a preguntamos que si el pcus representa al pueblo soviético… De que lo representa, lo representa. La cuestión es otra. Estábamos hablando de cómo, hasta ahora, no ha sido posible evitar el surgimiento de burocracias.

–No hablo de cierto partido. Es evidente que en los países socialistas, el gobierno y el partido representan a la inmensa mayoría; pero esa representatividad es más formal que orgánica. Es decir que la gente, aunque cree en la necesidad de construir el socialismo y en el partido como instrumento adecuado a ese fin, no está integrada orgánicamente a la vida política de su país.

–Te entiendo –responde Gilberto, sentado junto a mí–; pero creo que no lo has dicho claramente.

–Quiero decir que los niveles de decisión son tan lejanos que se convierten en mandos y dejan de ser receptores. Y si la comunicación entre los diversos niveles se rompe, ¿hay representatividad real? Una cosa es el convencimiento de la población que acepta la guía del partido, y otra que esta guía realmente conduzca hacia el socialismo.

–Bueno, representatividad sí la hay –dijo el Búho–. El problema consiste en que, en nombre de la planificación, se cometen verdaderas barbaridades y, en nombre del desarrollo económico, se ha sacrificado el político.

–Pues entonces no la hay.

Ya teníamos mucho rato hablando de lo mismo y no podíamos ponemos de acuerdo en todo; pero, en general, teníamos la convicción de que en algún sitio estaba la clave. Hacía falta estudiar y buscar nuevos ángulos de enfoque.

–Hay algo por ahí que no está funcionando –continuó Raúl–. No podemos simplemente hablar de «estalinismo», «burocracia», etcétera. Es al contrario: hay un elemento que permite el fenómeno, que permite el ascenso de individuos como Stalin.

–Y su tolerancia por años –interrumpí.

–Sí, por algo llegan y se les tolera. Lo más alarmante es que no sucedió en un país: en diversos grados afectó a todos los países socialistas. ¿Pero qué es? ¿En dónde está? Hay un error que se viene cometiendo sistemáticamente.

–La centralización –insistí.

–Tú y tu pinche centralización.

–Pues claro. ¿Cómo es posible pretender que un organismo sea tan altamente eficiente como se pide a un partido comunista en el poder? La discusión no es si los partidos son lo que pretenden ser, sino si pueden serlo.

–¿Y cuál sería la solución, según tú? –preguntó Gilberto, que hasta entonces sólo escuchaba.

–Pues no lo sé. Pero en principio, creo que una planificación con márgenes muy amplios, que permita una gran movilidad y poder de decisión a los organismos municipales y regionales.

–Eso no es posible –dijo Raúl–, porque la industria pesada y algunos otros sectores de la economía no pueden dejarse al arbitrio de varios cientos de municipios. En el petróleo, por ejemplo, ¿cómo puedes dar los márgenes amplios de que hablas?

–Es cierto. Sectores como acero, petróleo, industria química, etcétera, tendrán que estar bajo control directo; pero la producción regional y los organismos de que depende pueden ser autónomos en gran medida.

–Habrá que estudiar economía para ver si eso es posible– respondió Gilberto.

Se hizo otro largo silencio. Siempre que hablábamos de lo mismo el resultado era similar: una vaga inquietud, malestar y descontento. Nadie desea un régimen como el soviético, que con toda tranquilidad vende carbón a Franco para romper la huelga en Asturias; pero tampoco son deseables las multitudes chinas con los ojos en blanco y el catecismo rojo en la mano, listas a asestar la cita.

–Decir que la respuesta está en garantizar la democracia real en todos los niveles es trivial, pues persiste la pregunta: ¿cómo? –dijo Raúl rompiendo el silencio.

–Tal vez respetando a los sindicatos y las organizaciones populares, como pequeñas células democráticas; de esa manera se podría proteger a los individuos.

–¿A los individuos? –dijeron varios.

–Sí. Yo creo que todo Estado es aplastante y se convierte en un fin en sí mismo; no hay «conciencia», por elevada que sea, que impida el proceso. Se necesita, además, fuerza en la base para cortar los procesos deformantes que, de otra manera, tendrán que presentarse en la cúspide.

–Tal vez los cubanos estén dando en el clavo –comentó el Pino.

–Eso parece, pero no tienen más que diez años de haber empezado, aún no se puede decir mucho. Además, algunos síntomas que han aparecido recientemente, son poco alentadores –dijo Raúl.

–¡Ah!, ¿sí? –dijo Gamundi desde la puerta–. ¿Qué pasa?

–Hay una lentitud desesperante en el trabajo. La gente se pasa las horas normales haciéndole al tonto para que le paguen horas extras.

–Pero eso es casi sabotaje en las condiciones de Cuba.

–Claro. Lo grave es que mucha gente hace lo mismo y las pérdidas son dobles: primero, por la pérdida de tiempo en la jornada normal, y luego, por el pago de las horas extras.

–¿Y eso a qué se debe? –preguntó el Pino.

–No lo sé –respondió Raúl–; pero demuestra que en esferas superiores está sucediendo un fenómeno parecido, aunque con consecuencias más graves. Es la actitud típica del burócrata.

–Del burócrata arriba, y del desalentado abajo –añadí.

–Se puede explicar fácilmente esa actitud nociva, como procedente de los residuos dejados por Batista; pero hay más en el fondo, pues durante los primeros años de la revolución el fenómeno era desconocido. ¿Por qué se presenta ahora?

Saúl se levantó como si fuera a salir.

–Ya ven, yo por eso estudio Ciencias Políticas.

–Y por eso no sabes nada, pinche Chale –dijo el Pino.

–¡Ah! ¿No? Mira, güerito, ayer te pregunté que si sabías qué era El Kolokol y no supiste.

–¿El qué? –dije.

–Kolokol. Quiere decir «La Campana». Era un periódico que…

–¡Sácate de aquí tú y tu Kolokol! –le gritamos todos.

–¡Vete a seguir leyendo a Max Weber! –dijo el Pino.

–¡Y a la madre de Max Weber! –concluyó Gamundi.

Salió de prisa porque le empezaban a llover bolas de migajón. Que ya veríamos cuando le fuéramos a pedir que nos escribiera a máquina un trabajo.

– ¡Cretini! ¡Mascalzoni! ¡Maledeti! –gritaba desde el patio.

–Ya sacó todo su vocabulario italiano, ahora nos va a lanzar el francés.

Subiendo la escalera gritó:

–¡Betes noires!

–Ya está.

Desde el mediodía se nubló y ahora ha empezado a llover. Es una lluvia fina, persistente, de las que en esta ciudad, y en otoño, duran horas. En Guadalajara no llueve así nunca. En verano cae una tormenta como si todo el cielo fuera pura agua, dura un rato y escampa. Cuando vuelve a salir el sol, poco antes de ponerse, hay un olor a laurel que la lluvia vuelve más intenso. La piedra también huele. Bajo los portales, la gente se mueve más de prisa y, de las fuentes, el agua brota con el color dorado de las plazas y el naranja del aire. En cambio aquí llueve gris y persistente.

El pasillo que comunica las celdas superiores está protegido por un techo inclinado. Desde el barandal, la crujía se ve abandonada. No hay nadie afuera y hace largo rato que ni siquiera se ve que alguien cruce corriendo el patio. Todas las puertas están cerradas. Es como una «vecindad»: un cordel con ropa tendida, que alguien olvidó recoger, aumenta el parecido; el patio rectangular, las puertas que se abren a un solo cuarto mal iluminado. Todo es como en una «vecindad». Hasta la vida en común, los disgustos, los apodos, las pláticas.

–¿Sabes? –me decía De la Vega ayer por la tarde–. Sigo haciendo mis ejercicios. ¿Barra?, barra. ¿Yoga?, yoga. ¿Tus lagartijas?, mis lagartijas.

Muy bien, que lo pondría en su puntuación.

–¿Cómo ves mi caso? ¿Merezco una oportunidad en el «pregrupo»?

–Pues te diré –respondí con aire de seriedad–, lo estamos estudiando.

–Y cómo voy, por favor dímelo, no me tengas en este suspenso porque ya no resisto más.

–Regular, muchacho, regular; no pierdas las esperanzas. Tienes madera, llegarás. Yo te lo haré saber.

–¡Ah! ¡Qué descanso!

–Supera tus marcas actuales y podrás presentar la última prueba.

–¡No! ¡No me digas que hay otra! ¡Ya no! ¡No lo soportaría!

–Claro que sí. Falta la de matemáticas.

–¿Matemáticas? ¿También se necesitan para entrar al «pre»? ¡Por supuesto!, se me olvidaba que el «jefe de patrulla» es matemático.

–Pues sí, ya ves.

–Es una prueba muy maldita.

–Pero te basta con cálculo. Eso sí, bien sabidito.

–Dominado –y tronó los dedos.

–Sí. Dominado.

Está buscando el contraataque, pensé al verlo distraído. Se sonrió. Que si la clase de nudos también se computaba. ¿De nudos? No entendía.

–Sí, o qué, ¿no está dando clase de nudos Raúl? Si es como la «guía del explorador».

–Ya sé por qué lo dices. Seguro viste cuando estábamos junto la reja con un cordel. Eres una víbora, pinche De la Vega, no se te podía escapar.

–Raúl hacía lacitos, se los metía entre los dedos y jalaba. No se puede negar que los tenía atentos. Pinche «pre».

Lo peor era que sí habíamos estado hablando de nudos. Raúl estuvo un tiempo en Colima y en la costa de Jalisco. Anduvo en un camión de carga que transportaba piedras o arena, ya no me acuerdo; pero no importa. El caso es que tenía que afianzar las redilas con cuerdas muy gruesas, o poner la lona en tiempo de lluvia. En fin, era necesario hacer nudos especiales. Esa noche no se le podía pasar a De la Vega que el «pre» recibía su clase de nudos. Cosa que seguro comentó durante un mes, por lo menos.

–¡Oye! ¡Y esa vida interna! ¡Qué pasa! ¡Hay que democratizarla!

–Ninguna vida interna –le respondí–. Sólo tenemos un lema: Para que nada nos separe, que nada nos una. Y por cierto, cómo va el congresito del pc, ¿ya mero tiras a la dirección?

–Nosotros ya mero, pero tú... nomás te truenan el látigo y llegas corriendo. ¡Control, muchacho! ¡Eso se llama cooon-trol!

–Bueno, pero por lo menos las diferencias de la «base» con la dirección no las tratamos en la cocina y a gritos y sombrerazos.

–Ahora sí me chingaste. Te la has sacado, muchacho. Ya no digas nada porque la echas a perder.

¿No irá a dejar de llover? Empieza a soplar un viento que mete la lluvia bajo el techo del pasillo. Raúl está oyendo Radio Universidad en su celda, bajo la mía. El «mariscal», pienso con una sonrisa. Ahora ya le inventaron que no es «mariscal» sino «almirante» y, en una plática que duró hasta las tres de la mañana, los amigos decidieron que se le habían descubierto algunos puntos medio oscuros en su vertiginoso ascenso y que, sobre todo, el paso de «mariscal» a «almirante» no era muy limpio. Seguramente mañana se lo dirán y ya me imagino la risa del Búho, que siempre habla riéndose. Desde que se le ocurre algo gracioso lo anuncia con una carcajada; luego, entre risas, hipo y golpes en la mesa, emprende el relato que anunció tan ruidosamente. Por supuesto, cuando acaba, necesita brincar del asiento y salir corriendo al patio, pues otra cosa, dado el preámbulo, sería como no reírse. Por lo menos durante tres días, la broma preferida será la del «oscuro y no muy limpio ascenso del ‘mariscal’ a ‘almirante’». La costumbre de poner grados militares se inició con el «comandante» Dávila, un muchacho del Poli al que la policía acusa de haber intentado dinamitar el Viaducto después del 2 de octubre. Llegó con tantos cargos referentes a armas que los muchachos lo empezaron a llamar «comandante». En el antiguo edificio del Conservatorio, en Guadalajara, había dos naranjos que, cuando llovía, quedaban brillantes, con las hojas verde oscuro goteando. De cada lado del patio había tres arcos. Era una casa vieja. Cuando supe que Raúl había estudiado música pensé: ha de tocar Martha en puras octavas, o Tico-Tico. De nadie he tenido una imagen más falsa que de él. La noche que lo conocí en el Consejo, a la mitad de la sesión, me pareció insoportable. Movía los brazos encima de la cabeza como un papá asustando a su hijo. Ya aquí en la cárcel, yo seguía pensando que el creador de la frase «bien concretito» (supongo que fue él), que todo el Poli usaba en el Consejo, no podía tocar más que Tico-Tico. Luego, un día me comentó que se ponía de mal humor cuando alguna obra de El clave bien temperado se le dificultaba especialmente.

–¿De El Clave? –le pregunté, seguro de que algo no iba bien.

–Sí. ¿Tú lo tocas?

Ni pensarlo, apenas si había llegado a los «Pequeños preludios». ¡Ah!, pues había algunos muy bonitos, que si me acordaba de ese que empieza: tatá tatá, y luego entra la segunda voz: tatítata, tatí. A ése no había llegado, pero lo conocía.

Así debe llover en Polonia. Es una lluvia triste. O tal vez no sea tanto la lluvia sino la crujía, el patio rodeado de puertas cerradas, el viento en el pasillo; porque en cu, cuando se ve venir la lluvia desde el Ajusco, es muy distinto. La cumbre verde queda oculta por los nubarrones y desde el salón de clase se ve bajar la lluvia por la ladera hasta que llega a la arbolada de Radio Universidad, luego moja la torre de la Rectoría y, finalmente, azota los cristales del salón. Como una función del número de reforzamiento previos y otros parámetros… la curva de extinción y cadenas de respuestas Skiner que si exponencial pero no cuando condicionamiento e-e. ¿Qué? ¡Ya no entendí nada! Oye, Marjorie. ¡Psst!, ¿qué dijo del condicionamiento e-e? ¿Del e-e? Nada, está hablando de Skiner. ¡Ah! Después me prestas tus apuntes. Debe ser la crujía porque en cu la lluvia es muy distinta, sobre todo cuando llega por atrás del Ajusco y empeza a bajar la ladera verde hasta que alcanza la arboleda de Radio Universidad, donde se ve salir la torre roja y blanca de la antena. Cuando está de buenas, dice De la Vega, te da cualquier cosa; hasta las nalgas, si se las pides; pero si esta de malas, no sólo te las niega, sino que es capaz de ponerse una ratonera… ¡pas! ¡Te imaginas! Acaba de asomarse una rata del tamaño de un conejo. Ya se habían acabado, pero empiezan a salir de nuevo, y dicen que por cada rata que se ve hay cien más. Es noviembre, dentro de seis meses me va decir Arturo que Selma no se quitó ni en el parto las pestañas postizas y no voy a saber si es cierto o se trata de otro cuento de Visitación. Como aquel del cesto de ropa sucia donde me caí. Selma es capaz de hacerlo y Visitación de inventarlo. En los dos esas cosas son «su de por sí». ¿Y por qué Polonia precisamente? ¡Y aquella espantosa Venus de Milo con una bandera norteamericana enredada en el toliro, como diría el Pino! Era el colmo. ¡Y con una luna en un pecho! Cuando la vi casi me vomito, ¡uagh! ¿Qué te parece? Muy original, le respondí. Uno ve bonitas muchas cosas o, más bien, trata de verlas. A la mitad de la manifestación del 1º de agosto también llovió. El rector y toda la... ¿cómo se dice? Es una de esas palabras que yo nunca uso. Como la otra palabrita que le oí por primera vez a Escudero: «coptado». Cuando le oí decir que a alguien lo habían «coptado» pensé: «Pobrecito, ¿por qué le habrán hecho eso?» Después me sonó a mentada de madre, fue cuando dijo: «Es un coptado.» Luego me enteré de que eran los seleccionados sin votación pero como nunca busqué en un diccionario, todavía no estoy seguro y nunca digo que «coptemos» a alguien porque a lo mejor se ofende. Pero esa no era la palabrita, sino «descubierta». Pues bien, el rector y toda la descubierta se tapaban con los periódicos que nos arrojaban desde el multifamiliar. En todas las ventanas había gente aplaudiendo y arrojando periódicos para que nos protegiéramos de la lluvia. A dos cuadras del lugar donde dimos vuelta para emprender el regreso por la avenida Coyoacán estaba el Ejército con ametralladoras montadas sobre camiones y con transportes militares en las bocacalles. Esta manifestación nos había tenido varias noches sin dormir porque en un principio la policía negó el permiso para efectuarla. Si no se daba autorización el rector no iría y de seguro tampoco los directores de facultades ni muchos maestros. Pero lo más grave era que podía causarse una grave división en la Universidad. Veinticuatro horas antes, cuando supimos que el rector no encabezaría la manifestación, nos habíamos reunido los universitarios con los representantes del Poli y no habíamos logrado sacar un acuerdo conjunto. El cnh aún no empezaba a existir. Durante toda la noche estuvimos discutiendo en un pequeño salón de la Escuela de Economía, en cu. Todas las facultades estaban en paro, pero las huelgas indefinidas no se habían consolidado. La participación de Barros Sierra era necesaria para unir a la Universidad, sobre todo si tomábamos en cuenta que las facultades del «ala técnica» siempre se mostraban reacias a participar en una huelga. El atentado contra la preparatoria había caldeado los ánimos y la indignación de los estudiantes exigía una medida enérgica como respuesta a la agresión militar. Ésta no podía ser otra que una manifestación encabezada por las más altas autoridades universitarias y todos los directores de las facultades, escuelas e institutos. Sin el rector la manifestación perdía todo su carácter universitario para quedar, simplemente, en estudiantil. Pero, además, la ausencia de éste hacía peligrar la difícil unidad de todas las facultades universitarias, tan heterogéneas en su población.

Cuando conocimos las razones por las que Barros Sierra no encabezaría la manifestación, la situación se tornó más violenta. Si le negaban la autorización era porque estaban dispuestos a reprimir cualquier intento de efectuarla, y no con policías y granaderos, como era tradicional, sino con el Ejército. Si habían entrado a dos preparatorias y a dos vocacionales en unas horas, ¿cómo no pensar que impedirían la salida de cincuenta mil estudiantes por las calles de la ciudad?

El Poli y algunas facultades de la Universidad estaban dispuestos a realizar la manifestación con o sin el permiso. Pero los delegados de Filosofía, entre otros, argumentábamos que una negativa a Barros Sierra debiera interpretarse como represión segura. A nuestro parecer la manifestación, en esas condiciones, debía suspenderse. Los politécnicos, con toda razón, respondían que el requisito de solicitar permiso a la policía para protestar contra la brutalidad policiaca era anticonstitucional, ya que hacía depender un derecho irrenunciable del humor de un gendarme y, sobre todo, impedía toda auténtica manifestación de protesta para permitir sólo los «apoyos» a la política del presidente en turno. Lo anterior era indiscutible, pero también lo era que no nos enfrentaríamos a los granaderos. Un encuentro con este cuerpo policiaco podía no ser grave si la manifestación era numerosa, de ser así ni siquiera intervendrían; pero acordonando la cu no estarían ellos, sino el Ejército, que ya patrullaba la ciudad.

–¡Pues nosotros saldremos con o sin el rector! Si los universitarios lo necesitan para salir a la calle, nosotros no –concluyó uno de los representantes politécnicos.

–¡Nosotros también saldremos con o sin el rector, pero no con o sin permiso! Si no hay permiso para mañana a las cuatro de la tarde no saldrán de nuestras escuelas sino aquellos que quieran hacerlo después de oírnos; ¡y diremos que no vayan!

En la madrugada se terminó la reunión. El Poli traería camiones a la cu y saldrían. Ciencias, Medicina y otras facultades resolvieron lo mismo. Nosotros salimos a buscar la manera de que Barros Sierra asistiera a la manifestación, aunque no hubiera permiso. Pensábamos que la presencia del Consejo Universitario, el rector y los maestros, impediría, posiblemente, la agresión directa por parte del Ejército.

–En todo caso pondrán una barrera, o algo así; y si Barros Sierra va adelante no pasará nada, volveremos por la primera calle lateral. Pero si enfrente sólo hay estudiantes…

En cu nadie dormía. En todas las facultades se observaba movimiento, todas las luces estaban encendidas. La torre de la Rectoría era como un panal iluminado. Pronto serían las cuatro de la mañana.

Poco antes de amanecer llamé a la oficina del director de Servicios Sociales, Julio González Tejada, seguro de que habría alguna secretaria que me diera el teléfono particular del director. Necesitaba saber si, en el curso de la noche, las autoridades habían continuado los trámites para obtener el permiso, o si se podía influir de alguna manera para que encabezaran la manifestación de cualquier forma. Descolgaron y al otro extremo de la línea respondió una voz enronquecida por la desvelada y el nerviosismo.

–¿Maestro? ¿Es usted?

–Sí, De Alba; qué se le ofrece.

Le planteé la situación y finalmente me dijo que esa madrugada se había obtenido el permiso para realizar la manifestación.

–El señor rector tendrá mucho gusto en asistir. Buenos días, De Alba. Hasta mañana.

Creo que ahora llueve menos, pero el cielo sigue gris. ¿Por qué no podré dejar de pensar que así llueve en Polonia? En mi celda empiezan a deshojarse las rosas amarillas que trajo Selma hace poco, la primera acaba de caer completa y, sobre la mesa, los pétalos siguen en orden. Aunque falta mucho para que oscurezca, tuve que encender la luz.

Los días y los años

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