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Sobre celos, encelos y recelos: Una autopsia al monstruo de los ojos verdes

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Yago: “¡Oh, mi señor, cuidado con los celos! Es el monstruo de ojos verdes, que se divierte con la vianda que le nutre…”

William Shakespeare, “Otelo”

“El apego a los celos conduce, la negra sombra de la codicia es”. Maestro Yoda, “Episodio III: La venganza de los Sith” (George Lucas, 2005)

Ni Shakespeare ni el Maestro Yoda se equivocan al advertirnos de los abominables celos, esa emoción que acompaña muy de cerca a nuestro amor por alguien y que y comúnmente tachamos de negativa, una especie de “Lado Oscuro” de nuestras relaciones personales que nos lleva en más ocasiones que las que desearíamos y de manera en apariencia paradójica, a acosar, avergonzar y lastimar a quienes queremos y que etiquetamos como “propiedad exclusiva”, sobre todo cuando de relaciones románticas se trata.

Los celos son reprochables; en eso concuerdan escritores y filósofos, pero no los científicos. O, en todo caso y de acuerdo con numerosas investigaciones: si bien los celos pueden ser percibidos como reprobables, su existencia es igualmente explicable y, aunque con riesgos de muy diversa magnitud (preguntemos, si no, a Desdémona, una de sus más famosas víctimas en la ficción literaria), su efecto puede ser principalmente benéfico no sólo para la supervivencia de nuestra especie, sino también para muchas otras más, incluyendo a los perros (de los gatos, por el momento y hasta que no haya evidencia a su favor, mejor ni hablemos).

Celos rabiosos

“La rabia de los celos es tan fuerte que fuerza a hacer cualquier desatino” Miguel de Cervantes Saavedra

Entre los estudiosos del comportamiento humano –psicólogos incluidos, por supuesto, pero también antropólogos, sociólogos y biólogos- los celos son considerados como una mezcla compleja e involuntaria de pensamientos, emociones y acciones que nace en el celoso cuando éste percibe –acertadamente o no- que la calidad de su relación con otra persona está amenazada por la presencia de alguien más. No necesariamente debe haber una relación romántica para que alguien sufra de celos y alguien más sufra, muchísimo más y hasta físicamente, por culpa de ellos, como puede atestiguar el triángulo bíblico amoroso que se dio entre Dios, Caín y Abel. Bíblicos o no, los celos están asociados con sentimientos de pérdida de afecto, rechazo, sospecha, inseguridad y ansiedad.

Los dos hermanos más famosos de La Biblia también nos permiten ejemplificar cómo, si bien los celos pueden experimentarse internamente como un amasijo compuesto, en mayor o menor proporción, de ira, miedo y tristeza, es su expresión externa -que incluye llorar como Magdalena, acosar al objeto de nuestro afecto y tomar represalias que, en el extremo, pueden llegar a casos como el de Caín- la que debe preocupar a quienes rodean al celoso, si no quieren ser víctima de sus celos, como el pobre de Abel.

Aunque la naturaleza destructiva de los celos es de todos conocida, y aunque la mayoría de las investigaciones en ciencia se han enfocado al estudio de los celos como parte de las relaciones románticas –sexuales o no-, diversos trabajos han mostrado que esta emoción está involucrada en un rango bastante amplio de relaciones interpersonales y que no son menores los posibles beneficios que puede obtener quien los experimenta.

Los psicólogos evolutivos, que intentan explicar el por qué nos comportamos de cierta manera apoyados en la teoría de la selección natural de Darwin, consideran que los celos existen en nuestra especie porque, precisamente, nos ayudan a sobrevivir, ya que es gracias a ellos que hacemos lo que consideramos necesario para proteger aquella relación que tenemos con alguno de nuestros congéneres y que puede proveernos de importantes beneficios, tanto emocionales como materiales.

Los celos nos dicen, en susurros o de plano a viva voz, que debemos evitar que posibles usurpadores puedan debilitar o romper esa relación benéfica, pues las posibles consecuencias pueden ser fatales para nosotros o para nuestra descendencia. En este sentido, los científicos concuerdan con el escritor François de La Rochefoucauld, cuando afirmó que: “En cierto modo los celos son algo justo y razonable, puesto que tienden a conservar un bien que nos pertenece o que creemos que nos pertenece…”

Celos de hombre, celos de mujer

“Qué bellos son tus celos de hombreque sientes cada vez que me voy…” La Sonora Dinamita

De acuerdo con la psicología evolutiva, los celos sufridos por los hombres son distintos a aquellos que aquejan a las mujeres. De acuerdo con esta teoría, el reto que para la hembra de nuestra especie representa el asegurar que un macho invierta suficiente tiempo y recursos en los hijos de ella (sean o no realmente también de él, pero esa es otra historia) ha favorecido que las mujeres respondan con mayor intensidad a la infidelidad emocional que a la sexual, mientras que, en sentido opuesto, la posibilidad de que una hembra sea embarazada por un macho distinto a su pareja ha favorecido que los hombres respondan con mayor intensidad a la infidelidad sexual que a la emocional.

En otras palabras, una mujer se encela más con su pareja cuando percibe, erróneamente o no, que se está enamorando de otra mujer que cuando está copulando (o coloque aquí el lector el sinónimo que le parezca más apropiado) con ella, mientras que un hombre tiene arrebatos de celos mucho mayores en el caso opuesto. ¿La razón? Los celos masculinos son un mecanismo resultante de la evolución para prevenir que el hombre termine criando los hijos de otros amantes, en tanto que los celos femeninos son un mecanismo para evitar que la mujer pierda los recursos invertidos por el padre (verdadero o no) de los hijos de ella.

Nótese que lo aquí expuesto no significa que hombres y mujeres no sufran igualmente del mismo tipo de celos: sólo afirmamos que la intensidad con que sienten cada tipo de celos es distinta en cada género, por lo que no recomendamos que nuestros lectores usen este artículo como excusa al estilo de: “Tus celos son evolutivamente irracionales. ¡Sólo me estaba echando una canita al aire!... ya sabes que eres la única de la que estoy enamorado”.

A pesar del recelo y la polémica al estilo “Los celosos son de Marte, las celosas son de Venus” que esta perspectiva evolutiva suscitó desde que, hace más de tres décadas, fue enunciada, durante todos estos años sus celosos defensores han hallado evidencia a su favor y hay, inclusive, estudios que analizan decenas de estudios a favor y en contra de esta teoría que predispone de manera innata a hembras y machos humanos a reaccionar de manera distinta ante la infidelidad. La conclusión es que, haciendo de lado esta diferencia de género, todos los individuos de nuestra especie experimentamos celos, sin importar la cultura ni la edad. Sin embargo, sobre este último punto, hay un pequeño matiz…

Celos inmaduros, celos añejos

You bring me sorrow, you cause me pain

Jealousy, when will you let go?

Gotta hold of my possessive mind,

turned me into a jealous kind.

(Me traen tristeza, me causan dolor

Celos, ¿cuándo se irán?

Tengo que conservar mi mente posesiva,

que me convirtió en un tipo celoso.)

“Jealousy”, Queen (1978)

Si confiamos en la psicología evolucionista, ¿están equivocados, entonces, quienes consideran que los celos son una muestra de la inmadurez de los celosos, de su inexperiencia e inseguridad en cuanto a relaciones románticas se refiere? ¿Se extinguen los celos con la edad?

Cuando una mujer está en una edad mayor a la reproductiva, no por ello disminuye necesariamente el riesgo de que su pareja se convierte en un cornudo, pero al menos no corre riesgo alguno de criar los hijos del amante de ella y, en consecuencia, cuarentones y mayores deberían ser menos celosos. No obstante, los estudios muestran que esto no ocurre así, y que no importa qué edad tenga un hombre, la intensidad de sus celos no disminuye en lo más mínimo. La posible explicación es que esos mismos estudios no consideraron la edad de la mujer, por lo que lo que (no, no leyó doble el lector) posiblemente ocurre es que en varias de las parejas estudiadas la mujer era mucho más joven que el hombre, como podemos presenciar en películas y en la vida real: hombres de alto estatus económico casados con bellas mujeres que podrían ser sus hijas… o sus nietas.

¿Y, si se trata de una mujer madura, qué sucede en el caso la infidelidad masculina? Con respecto a mujeres más jóvenes, es menos probable que cuarentonas y mayores tengan hijos pequeños y dependientes por completo de ellas, por lo que a ellas no debería preocuparles tanto como a una veinteañera la infidelidad emocional de su pareja. Esto es, en efecto, lo que muestran los resultados de estudios sobre el tema.

Celos deliberados

Son celos cierto temor

tan delgado y tan sutil,

que si no fuera tan vil,

pudiera llamarse amor.

Félix Lope de Vega

A pesar de que los celos son involuntarios y pueden llegar a ser enfermizos para quien los padece, es curioso –por lo menos para los científicos- cómo despertar celos en nuestra pareja sí puede ser una conducta completamente voluntaria y deseada: un estudio señala que tres cuartas partes de las parejas que participaron en él afirmaron haber intentado encelar a su pareja en algún momento.

Los investigadores han hallado que uno de los principales motivos por los que una persona induce los celos de su pareja a propósito es que ésta responda de una manera compensatoria que permita fortalecer la relación. Según un estudio, la gran mayoría de quienes intentaron poner celosa a su pareja (87%), lo hicieron para llamar su atención. Como segundo y tercer lugar de las razones citadas para esta celosa estrategia fueron comprometer más y retener a su pareja en la relación. Otras causas por las que la gente induce deliberadamente celos es, según otros estudios, mejorar su autoestima y ganar control en la relación, al hacer creer a su pareja que existe una alternativa atractiva e interesada.

Por parte de quien encela, ya sabemos qué es lo que busca, pero… ¿realmente lo consigue? Otros investigadores determinaron que, ante una situación hipotética en la que su pareja intentara ponerlos celosos, 60% de los encelados esperaría responder negativamente, 24% llegaría al punto de pelearse e, inclusive, terminar la relación y sólo un 16% respondería positivamente, como esperaría el objeto de sus celos.

A pesar de estas respuestas hipotéticas, la realidad que los estudios sobre celos han registrado es que, en la gran mayoría de las ocasiones, la presencia de este conflictivo sentimiento está asociada de manera ligera, pero notable, con la estabilidad de una relación romántica.

En resumen, los celos son tácticas indispensables en toda estrategia amorosa. Queda pendiente resolver la incógnita de si son las mujeres o los hombres quienes tratan con mayor frecuencia de encelar a su pareja, pues algunos estudios concluyen lo primero en tanto que otros no hayan diferencia alguna entre ambos sexos.

Los que experimentan (con) celos

“El que es celoso, no es nunca celoso por lo que ve; con lo que se imagina basta.”

Jacinto Benavente

Llegado a este punto, más de un lector posiblemente se pregunte cómo estudian los celos los científicos: ¿diseñan experimentos en los que le piden a un voluntario que despierte los celos de su pareja, mientras observan con cámaras y micrófonos y sin que el celoso se percate cuál será su reacción? Considerando las posibles consecuencias negativas de un ataque de celos, que pueden desembocar hasta en violencia y en la destrucción de una relación, seguramente un estudio de este tipo no sería nada ético.

La alternativa preferida ha sido el estudio mediante encuestas y preguntas en las que los voluntarios responden a situaciones imaginarias, escenarios pensados por los investigadores que no necesariamente reflejan cómo respondería el celoso EN REALIDAD –como consecuencia de lo que SENTIRÍA en verdad ante esa situación-, sino únicamente cómo lo haría EN TEORÍA –como consecuencia de lo que PIENSA que haría en esa situación-. Y, como todo mundo sabe, no necesariamente nos comportamos como pensamos que lo haríamos cuando, por ejemplo, encontramos que nuestra pareja está besando apasionadamente a su jefe o a la secretaria de la oficina. Lo sorprendente en este caso es que existen estudios que concluyen que no existe diferencia entre el comportamiento real y el hipotético de los celosos participantes en ellos, lo que no descarta posibles excepciones.

Conscientes de este problema, algunos científicos han optado por estudiar los cambios que ocurren en quienes experimentan celos mientras los experimentan, es decir, en “tiempo real”, mediante mediciones fisiológicas –como el cambio en el ritmo cardiaco-. Sus resultados son evidencia a favor de la teoría evolucionista que ya hemos descrito: los hombres reaccionan con mayor intensidad al imaginar infidelidad sexual, y las mujeres al imaginar infidelidad emocional, de su pareja.

Otros científicos han medido la actividad de la corteza prefrontal izquierda, asociada con los celos a través de lo que se conoce como acciones orientadas hacia la aproximación y que, en lenguaje menos técnico, significa que cuando uno siente celos se activan nuestros impulsos de ataque y de acciones que buscan ganar la atención y, finalmente, el amor de alguien.

Para medir esta actividad cerebral en laboratorio, los investigadores se valieron de un “triángulo pasional” formado por dos personas virtuales que, junto con el voluntario a ser encelado, se pasaban unos a otros la pelota en un videojuego en el que, en cierto momento, uno de los jugadores virtuales ignoraba por completo al participante real, generando sus celos sin importar que se tratara tan sólo de un ser formado por pixeles. Nuevamente, las conclusiones de este estudio apoyaron la teoría evolucionista y, además, mostraron que a pesar de la naturaleza compleja de los celos, es posible estudiar su manifestación en, por lo menos, una forma tan sencilla como es la respuesta ante el rechazo de alguien. Y esto nos lleva a plantearnos si, por consiguiente, no habrá otras especies que sufran por los celos.

Celos de perros

“Como hombre celoso, sufro cuatro veces más: porque soy celoso, porque me culpo de serlo, porque temo que mis celos hieran al otro, porque me permito estar sometido a una banalidad: sufro por ser excluido, por ser agresivo, por ser loco y por ser vulgar.”

Roland Barthes, “Fragmentos de un discurso amoroso”

Si bien es de humanos tener celos, los celos no son exclusivamente humanos. A nadie (espero) extrañaría que chimpancés, bonobos y otros parientes cercanos estuvieran aquejados de vez en cuando por los celos, dado que, al igual que nosotros y a pesar de que no cuentan con Facebook, durante sus vidas forman parte de redes sociales que están cambiando continuamente (quizás no sufran tanto como el filósofo Roland Barthes, pero de que sufren, sufren). Pero… ¿y especies algo más lejanas, como los perros?

Quienes tienen una relación perruna con su mascota seguramente no requieren de su lectura en una revista científica para saber que los canes pueden encelarse con otros canes, pero quienes no tienen esta experiencia directa desde el año 2014 (o desde la lectura de este texto) pueden confiar en que la ciencia ha determinado que así sucede: en experimentos en los que los investigadores observaban la reacción de un perro ante la presencia de un perro de peluche que ladraba, se quejaba y movía la cola, el perro auténtico no sólo se esforzaba por llamar la atención de su dueño, sino que ladraban, se mostraban agresivos con su rival mecánico y se interponían entre él y su dueño para intentar romper la conexión que, por indicación de los investigadores, se formaba entre ambos.

Al parecer, la gran mayoría de los perros que participaron en este experimento percibían al intruso de peluche como un perro real, dado que olisquearon su trasero para identificarlo. Sin embargo, un porcentaje muy pequeño de perros no mostró celos algunos; queda la duda de si estos perros excepcionales eran demasiado inteligentes y sabían que no había amenaza alguna porque su “rival” no era real, o eran demasiado estúpidos para sufrir por celos. Por fortuna, cuando de celos se trata y en el caso de la especie humana, no cabe duda alguna. ¿O sí?

Ciencia de la ?*&%!

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