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Elíxir de amor: En busca de una droga del amor

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“…Procura, hija mía, que sólo ellos prueben este brebaje porque tal es su virtud que quienes lo beban juntos, se amarán con todos sus sentidos, con todo su espíritu, para siempre, en la vida y en la muerte…”

“Tristán e Isolda”, versión castellana de Dolores Barres

Esta historia comienza muchos siglos antes de que la psicología primero, y la neurobiología y la neuroquímica después, se interesaran no tan sólo en observar y describir los nada sutiles cambios en la conducta de los enamorados, sino también en entender qué pasa en nuestros cerebros, cuando alguien nos ha sorbido el seso, como consecuencia de cambios en las concentraciones de muy diversos químicos –o, si se prefiere llamarlos así: drogas- presentes en nuestro cuerpo.

El anhelo de poder modificar artificialmente, a favor nuestro, los sentimientos de la persona que deseamos con pasión es universal y, animales que somos, tiene un fundamento evolutivo, dado que la selección natural favorece a los Don Juanes o Casanova que consiguen pareja y pueden reproducirse y pasar sus genes con éxito a la siguiente generación, con respecto a aquellos cuyos amores no son correspondidos. Enfrentados con este reto, es entendible que en cuentos y leyendas de todo el mundo, y en la literatura de todos los tiempos, se hable de encantamientos para conseguir el corazón del ser amado; en todas ellas, la manera más rápida y sencilla de lograrlo es mediante una poción de amor.

Los componentes del brebaje amatorio varían tanto como el tiempo y el lugar del que se trate, desde una manzana colocada bajo nuestra axila durante el día entero, pasando por el mexicano toloache, hasta remedios caseros y baratos en Internet con ingredientes tan comunes en cualquier cocina, como canela, tomillo y romero. Aunque poco higiénica, la historia de la manzana enamorante podría tener una explicación desde el punto de vista inmunológico: hay estudios que muestran que, al elegir una pareja únicamente con base en el olor, es más probable que las mujeres escojan a alguien con anticuerpos diferentes a los nuestros, por lo cual, si llegan a aparear con ese alguien, el fruto de ese amor tendrá un sistema de defensa más completo.

Y si de toloache hablamos, es probable que su fama como pócima de amor se deba más a uno de los efectos de ingerir esta planta de la especie Datura inoxia, como consecuencia de un alcaloide presente en ella y conocido como escopolamina. En dosis pequeñas, la escopolamina tiene una acción sedante, nos relaja y nos lleva a un estado similar al atolondramiento que tradicionalmente –y con cierta razón, como veremos más adelante- asociamos con quien está “locamente” prendado de una persona: adormecimiento, dificultad para hablar, reflejos tardíos,… véase cualquier caricatura clásica de Walt Disney en la que uno de sus personajes se enamora a primera vista.

La apasionante neurociencia detrás del amor

Dulcamara:

“Va, mortale fortunato;

un tesoro io t’ho donato:

tutto il sesso femminino

te doman sospirerà.”

(“Ve, mortal afortunado,

un tesoro te he entregado;

todo el sexo femenino

por ti mañana suspirará.”)

Gaetano Donizetti, “Elíxir de amor”

Gracias a diversas tecnologías, como las imágenes por resonancia magnética, los neurobiólogos pueden determinar qué regiones de nuestro cerebro se activan cuando pasamos por alguna de las tres románticas etapas con las que los investigadores clasifican el enamoramiento, con base en los cambios que ocurren en nuestro cerebro: lujuria, atracción y apego.

Durante la etapa de lujuria buscamos la unión sexual con cualquier pareja que esté disponible, en la etapa de atracción elegimos, de entre las parejas posibles, aquella que consideramos adecuada –un adjetivo que abarca muy distintas características, dependiendo de si el “lujurioso” es un macho o una hembra- y en la etapa de apego decidimos permanecer al lado de la pareja elegida, si bien el tiempo de permanencia varía de varios meses a algunos años –nuevamente hay una razón evolutiva para ello: es aproximadamente el tiempo que tarda una pareja de nuestra especie en aumentar notablemente las posibilidades de supervivencia de un bebé al mantenerse juntos, o al menos así fue durante los cientos de miles de años anteriores a nuestra era moderna-.

Los estudios revelan que, como si de un indio amazónico se tratara, Cupido ha puesto en la punta de sus flechas muy diversos químicos que modulan nuestro comportamiento y fisiología en cada una de estas etapas. Siendo más precisos, cuando escribimos “los estudios revelan” nos referimos en buena parte, no a experimentos con nuestra especie, en la que usar un coctel de drogas para intensificar o reducir alguna de las etapas citadas en un grupo de voluntarios –haciendo por un instante a un lado el problema de hallar un número suficientemente grande de enamorados que desearan poner a prueba la fuerza química de su amor- podría no ser visto como algo demasiado ético. No, de lo que hablamos en realidad es de trabajos con perritos de la pradera y perritos de la montaña (de la especie Microtus ochrogaster y Microtus montanus, lo que evidencia que, a pesar de su nombre común, en ambos caso se trata de roedores, no de caninos).

Como los perritos de la pradera son monógamos, mientras que sus parientes montañeses son polígamos, y como no tienen la opción de negarse a participar con los científicos en turno, estas especies son muy útiles para averiguar si basta con administrarles X o Y compuesto para que un, hasta ese momento leal a su pareja, perrito de la pradera decida que es momento de quitarle el diminutivo a su nombre y copular con cuanta perra –perdón, perrita- se le ponga en frente. La evidencia es apabullante: sí es posible modificar químicamente y de manera determinante el amor, en términos de la facilidad con que se forman vínculos afectivos en una pareja de estos pequeños mamíferos –si bien resultados similares se han visto en estudios relativos a nuestra especie- cuando se suministra dosis de las hormonas vasopresina a los machos y oxitocina, no por nada popularmente conocida como “la droga del amor” a las hembras.

Un coctel químico de amor

Tráeme esa flor: una vez te la enseñé.

si se aplica su jugo sobre párpados dormidos,

el hombre o la mujer se enamoran locamente

del primer ser vivo al que se encuentran.”

(“Fetch me that flower; the herb I shew'd thee once:

The juice of it on sleeping eye-lids laid

Will make or man or woman madly dote

Upon the next live creature that it sees.”)

William Shakespeare, “Sueño de una noche de verano”

De regreso al carcaj de Cupido, en nuestra especie los siguientes compuestos están involucrados en una o más de las tres etapas del enamoramiento:

Dopamina: responsable de los estados eufóricos de alegría y placer que experimentamos al tomarnos de la mano e intercambiar miradas con nuestro objeto del afecto.

Feniletilamina: una droga que produce nuestro cuerpo cuyo efecto es parecido a doparnos con anfetamina: estimula nuestro sistema nervioso de manera tan intensa que nos lleva a perder el sueño pensando en la persona amada.

Norepinefrina: incrementa la presión sanguínea, por no hablar de cómo se acelera nuestro músculo cardiaco, lo que en otras palabras significa que, como si fuera letra de una canción cursi, “mi corazón late con desenfreno cada vez que pienso en ti”.

Oxitocina: La oxitocina afecta positivamente comportamientos como la empatía, la confianza y la generosidad, por lo que juega un papel importante en la formación de lazos afectivos tanto entre amantes como en cualquier otra relación interpersonal, pero investigaciones recientes advierten que también intensifica sentimientos negativos como la envidia y el regodearse con el fracaso de otros, por lo que habría que pensarlo dos veces antes de comprar alguno de los frascos de oxitocina disponibles vía Internet.

Serotonina: si nos convertimos en algo parecido a un paciente con trastornos obsesivo compulsivos al enamorarnos, como ver cada cinco segundos nuestro celular con la esperanza de que nuestro amorcito haya respondido nuestro último mensaje o selfie, este neurotransmisor –sustancia química que permite la comunicación entre neuronas- es el culpable.

Testosterona: cuyo aumento puede incrementar el deseo sexual tanto en hombre como en mujeres. Hay también estudios que señalan que existen feromonas humanas, presentes sobre todo en el sudor, que podrían sernos de cierta utilidad a la hora de buscar pareja, pero esto sigue siendo bastante debatible y, en todo caso, al parecer el olfato no es la principal arma al enlistarnos como “soldados del amor”, lo que no ha sido obstáculo para que en diversos medios se ofrezcan colonias con nombres al estilo de CliMax Attract®, “Atrayente sexual para Él”, acompañadas de la leyenda “máximo atractivo sexual gracias a su fórmula concentrada con 23 mg de feromonas”.

Vasopresina: “la hormona de la monogamia”, junto con la oxitocina, está relacionada con los sentimientos de tranquilidad y estabilidad que sentimos durante una relación a largo plazo.

Amorosas manipulaciones: drogas sintéticas y amor con receta médica

-¡Es Amortentia!-

-Ciertamente lo es. Parece casi tonto preguntar –dijo Slughorn, quien miraba poderosamente impresionado.- ¿Pero asumo que usted sabe lo que hace?

-¡Es la poción de amor más potente del mundo!– dijo Hermione.

J.K. Rowling, “Harry Potter y el príncipe mestizo”

Tras echar un vistazo a la lista de las drogas con las que nuestro cuerpo generosamente nos suministra al enamorarnos, nos resulta evidente que, a diferencia de los mercachifles de ayer, los neuroquímicos de hoy en verdad cuentan con los conocimientos necesarios para manipular artificialmente, en cierto grado, la intensidad de nuestros sentimientos amorosos en cada etapa del enamoramiento… ¿Pueden con ello transformar a cualquiera en Katy Perry o Channing Tatum? No realmente, si bien es verdad que ya existen drogas sintéticas como el 3,4-metilenedioxy-N-metilanfetamina, abreviado como MDMA, “comercialmente” conocido como éxtasis, y popularmente llamado Lover’s Speed. Esta “droga del amor” no actúa como un afrodisiaco, sino que intensifica el deseo de proximidad emocional, de “estar conectado” con alguien, posiblemente debido a que estimula la producción de oxitocina en quien lo consume.

“Después de semanas de pruebas descubrimos cómo funciona: cuando se ingiere [la poción], afecta las cuerdas vocales directamente, así que cuando hablas, microtemblores codificados dentro de tu voz estimulan diminutos pelitos en el oído interno del sexo opuesto. La vibración envía una señal al cerebro que, a su vez, produce una combinación de químicos endógenos, alteradores del estado de ánimo, responsables del proceso bioquímico de enamorarse.”

“Poción de amor #9” (1992, dirigida por Dale Launer)

No debe desvelar a los románticos un escenario como el imaginado en la película “Poción de amor #9”, ni ver en la química un peligro para el amor “auténtico”. Poco importa que nos dopemos con éxtasis o que cupidos de bata blanca nos flechen con oxitocina y vasopresina: el amor no surgirá mágica ni, mucho menos, científicamente. Lo que sí es posible es manipular la química de nuestro cuerpo de manera que, por ejemplo, una terapia de pareja sea más sencilla de realizar al incrementar los niveles de deseo sexual y de bienestar al estar juntos. El amor entre dos personas sigue dependiendo de su completo albedrío.

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