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Prólogo.

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Un economista vive, en grandísima parte, de lo que ha captado de aquellos colegas que van para siempre sentados en aquel autobús schumpeteriano al que tienen acceso, y también hay, al final de algún trayecto baja forzosa. Entre los que primero subieron al autobús y no existe la menor posibilidad de que tengan que apearse, está Adam Smith. Y Smith es el autor de las obras clave: «La riqueza de las Naciones» y la «Teoría de los sentimientos morales». La moral y la economía tienen, pues, avatares conjuntos. Pero, ¿siempre se trata del mismo planteamiento de cuestiones morales o no, por el contrario, si fuesen sus datos para los modelos económicos? Este libro tiene importancia porque deja muy clara la existencia de alteraciones en ese sentido provocadas, precisamente, por tomas de posición que tendrían que calificarse como profundísimas en la economía. Y desde luego, al estudiar la evolución de la situación que, incluso en esas variantes, cambia a su vez el entramado económico. Basta con citar el libro de Max Weber «La ética protestante y el espíritu del capitalismo» de 1905. Todo esto se enlaza de manera dinámica y, por ejemplo, Cazorla recoge, en este sentido, un párrafo de Adela Cortina donde señala que «la honradez es la mejor política», por lo que se puede añadir que «la ética es el mejor negocio». Aunque no está de más destacar que es en 2008, cuando señalaba (Tecnos 5ª edición, Madrid, 2008) que esta afirmación es demasiado radical. Y desde luego no se puede olvidar la exposición de Amartya Sen, el gran economista, cuando escribe que «la necesidad del capitalismo de contar con una estructura motivacional más compleja que la pura secularización del beneficio, ha sido reconocida de muchas maneras a lo largo del tiempo».

Pero también, toda una serie de planteamientos de moral, acaban consolidándose precisamente como consecuencia de la aceleración del mundo de los negocios. Contemplemos la historia del Imperio de Carlomagno, o cuando se ponen en marcha las minas de plata de Perú y México, o incluso cuando Luis XIV crea un gran reino en Francia que sabe aprovechar las técnicas derivadas de la existencia de un gran mercado. Y, de pronto, como fruto de un proceso científico extraordinario, causado por lo sucedido en el mundo de la técnica véase lo que supusieron las matemáticas con, por ejemplo, la aparición del cálculo diferencial y su derivación a la filosofía y la superación de la polémica de los universales; o la física desde Proust y el desarrollo en química de la ley de las proporciones definidas, todo esto se precipita sobre la producción y genera la aparición de la población industrial y, con ello, la aparición del inicio de la Revolución Industrial, que coincide con la independencia de los Estados Unidos y con la aparición de la economía clásica y, a partir de la Revolución Francesa, con el liberalismo y el papel creciente que se otorga al mercado. Desaparece la tecnología que durante siglos procedía de la Revolución del Neolítico. Al tener lugar el cambio político con el tecnológico, y en cabeza Gran Bretaña con el asunto de los puritanos, que tenía –adelanto otros planteamientos éticos, todo se precipitó hacia aplicaciones análogas, que fueron, desde la navegación a la medicina, y en el conjunto, en forma de una colosal oferta de bienes y servicios que necesitaba financiación. Es el momento en que surge con fuerza el Banco de Inglaterra y desde ahí se va a poner en marcha el patrón oro, a más que surge la polémica para orientar a los políticos, si desean imperar en los mercados internacionales, entre el librecambismo o el proteccionismo, lo que exigía, de inmediato, tomas de posición éticas.

Pero la Revolución del Neolítico, ligada a la creación de instrumentos financieros, para que ese nuevo mundo se transforme radicalmente después - con la revolución de la electricidad, con la química, los nuevos cultivos-, y que reaccione frente a la explotación de los obreros basta con leer las páginas de «The Lion» y los mensajes de Marx para comprender la importancia de la presión social, unida a la nueva política nacida en la Revolución Francesa , hará que se alteren multitud de instituciones, desde el presupuesto, a la organización bancaria, con el objetivo simultáneo de que, como sucede hasta ahora, cada año el balance muestre avances notables sobre los anteriores.

No obstante, el impulso revolucionario del Neolítico había generado un mensaje ligado a la aparición de instrumentos para facilitar la creación del mercado. Primero fue la moneda. En el siglo XV aparece el sistema contable de partida doble, y también –recordemos los escritos del P. Mariana la inflación. Todo esto, desde luego, ya existía en los tiempos de la dominación española, que se denominan de «Economía Imperial», como tan bien estudió Carande; y apareció el fenómeno de la globalización, al incluir, gracias a Portugal, a China, y gracias a España, a América. Hablaba, por eso, Fray Tomás de Mercado, de que la Península Ibérica, pasa de ser una especie de esquina alejada de la vida más activa situada, por ejemplo, en Italia y en Flandes, a ser el centro, con Sevilla, Lisboa y Amberes, ligado éste al Flandes español y donde surge la Bolsa. El judío español José Penso de la Vega, que huyó a Holanda, se encontró precisamente con el fenómeno de la especulación, y escribió sobre las operaciones en este mercado un muy ingenioso ensayo burlesco: «Confusión de Confusiones».

Por otro lado, los Bancos comenzaron a actuar en escenarios cada vez más extraordinarios y el mundo financiero más próspero sobrepasó las fronteras nacionales. Al mismo tiempo surgieron multitud de crisis derivadas de actuaciones financieras excesivas. Añadamos la admisión definitiva del tipo de interés tras la polémica sobre ello, ayudada en España nada menos que por el doctor Francisco de Vitoria y la Escuela de Salamanca, sin olvidar al «Doctor Navarrus» (Azpilicueta). Así vemos a un Rothschild operando al mismo tiempo en diversos países. Y, simultáneamente, también se adoptan decisiones, sobre todo en Alemania, para afianzar el sistema impositivo de tipo personal con el income tax. Y el mercado se complica, máxime cuando recoge recursos rurales, pues no se puede ignorar la ley King.

España fue la penúltima en legislarlo adecuadamente. Se debió, sobre todo, a la falta de conocimiento de la economía, aunque siempre podamos presumir con el trabajo sobre la inflación del P. Mariana. Existen pensadores famosos en todos los ámbitos culturales. Surge la llamada política social, que en España en buena parte se basa en el filósofo Krause. ¿Y si esto genera desesperación y retroceso en el desarrollo? Los problemas en el terreno de la ética y la economía se entremezclan, hasta ahora mismo, cada vez más. Recordemos, por ejemplo, que frente al liberalismo puro, el socialismo, el nacionalsocialismo, y mirando con simpatía, pero solo con simpatía a la Doctrina Social de la Iglesia, surge una Escuela que defiende la «economía social de mercado». El papel de esta Escuela de Friburgo, pronto, en España, tiene un importante núcleo de seguidores en la Universidad de Alcalá de Henares. Desde Adam Smith y la notable difusión de sus obras, el alud intelectual ha sido impresionante.

De ahí la importancia de este libro del eminente jurista Luis María Cazorla Prieto, que resulta fundamental para juristas, economistas, moralistas, y que nos ofrece, la única salida seria para aspectos esenciales de la política económica.

Juan Velarde Fuertes

La Cala de Benidorm, 16 de septiembre de 2015

La ética en el Derecho de los mercados financieros

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