Читать книгу La ética en el Derecho de los mercados financieros - Luis María Cazorla Prieto - Страница 8
III Un esfuerzo de delimitación
Оглавление1. Su objeto explica que la Breve historia de la ética de VICTORIA Camps ocupe aproximadamente cuatrocientas apretadas páginas. Además, al leer detenidamente su excelente contenido advertimos la variedad de entendimientos de la ética –desde los sofistas y Sócrates hasta la más reciente ética aplicada– que desfilan a lo largo de tantas páginas.
Conscientes de lo anterior, arranquemos del concepto más primario y elemental de ética: «agathós ("bueno") es el concepto ético por antonomasia. La ética es la reflexión sobre lo bueno, sobre la mejor manera de vivir, lo que hoy llamamos «excelencia" y los griegos llaman areté ("virtud")»1). En este mismo entendimiento EUGENIO Trías considera que: «El juicio teórico juzga en la cosa su verdad o falsedad; el juicio ético discierne la conducta conforme a su bondad o maldad»2). Pero, como ÁNGEL Sánchez de la Torre pone en boca de Sócrates 399 años antes de Cristo: «Esa misma noción ha de ser contemplada, en sí misma, pero observada manifestándose también en realidades cualificadas para ella»3).
2. Abandonemos la necesaria abstracción inicial para proyectar la ética, entendida como lo concerniente a lo bueno, en una realidad concreta, en una faceta de la realidad como es la que nos deparan los mercados financieros.
En un primer paso admitamos que lo bueno en los mercados financieros, tanto en la vertiente de las sociedades mercantiles actoras como en la de los beneficiarios de su actividad o clientes entendidos estos en el más amplio sentido de la palabra, es la obtención del máximo beneficio económico.
Los mercados financieros están situados en el corazón del sistema capitalista, que inicialmente tiene como regla de oro la sacralización del principio de obtención del mayor beneficio económico posible4).
Esta perspectiva unilateral y muy parcial, que incluso es dudoso que en su último extremo fuera aceptada plenamente ni a los comienzos del liberalismo económico, fue sucesivamente limada y enriquecida por otras superadoras paso a paso del «laissez faire, laisse passer, le monde va de lui même» del liberalismo doctrinario. La presión de los trabajadores y sus organizaciones, la emergencia de los derechos económicos y sociales, el creciente intervencionismo de los poderes públicos, la propia evolución y adaptación a los sucesivos tiempos de la empresa capitalista, y, para dar el último gran brochazo, alguna de las consecuencias de la crisis económica desencadenada en 2007, desembocaron en que lo «bueno» referible a la realidad de la sociedad mercantil y, por tanto, a los actores de los mercados financieros debe ser visto desde muy distintas perspectivas, y, por ende, que la perspectiva unilateral del beneficio como lo «bueno» en el sector que nos ocupa haya quedado muy mediatizada por otras perspectivas con las que tiene que coexistir y combinarse armónicamente5). En efecto , como afirma Adela Cortina: «Sin embargo, entiendo –por mi parte- que las reglas jurídicas y morales en las que se inscribe la institución social del mercado pueden reconstruirse, como muestra Habermas, desde una lógica de la evolución social, que reconoce la superioridad de los niveles de conciencia acerca de los justo6)».
3. Desechado el beneficio como único elemento determinante del «agathós», de lo bueno para la empresa mercantil en general y la financiera en particular, ¿qué otros elementos comparten realidad con el beneficio en sentido estricto para conformar el horizonte ético al que deban atenerse aquéllas en el mundo de nuestros días?
Este horizonte ético nos tiene que venir dado por la ética aplicada. «En lugar de seguir encerrada en la reflexión sobre las cuestiones teóricas que siempre han ocupado a los filósofos, la ética aplicada se dirige a los problemas que surgen en otras disciplinas o actividades profesionales: la medicina, la investigación biomédica, la empresa, la banca, los medios de comunicación social. Ha contribuido a la evolución de la ética hacia terrenos más prácticos»7). Como añade Adela CORTINA: «El surgimiento de las éticas aplicadas en la década de los setenta del siglo XX desplazó paulatinamente el interés de los teóricos de la ética desde la búsqueda de un método para aplicar a las distintas esferas sociales los principios descubiertos en el proceso de fundamentación8)».
La ética aplicada, por tanto, se aleja del campo de la ética ligada a planteamientos filosóficos generales y marcados por ellos, para acercarme más, casi hasta mirarla con lupa, a la realidad concreta sobre la que se refleja9), y, condicionada por ella, consagrar más que grandes principios éticos con vocación prácticamente universal, reglas específicas con la mirada fijamente puesta en «disciplinas o actividades profesionales», entre las que la VICTORIA Camps alude, a título de mero ejemplo, a la empresa en general y a la banca más en particular.
La ética aplicada se asienta siguiendo a la autora últimamente citada en un trípode: «Las éticas deontológicas –éticas del deber o de principios– y las éticas teleológicas –éticas del bien o de consecuencias–»10); en tercer lugar: «A su vez, ambas perspectivas se quedan cortas si no se complementan con una ética de las virtudes»11) «Ni la ética de los principios ni la ética de las consecuencias son dos éticas opuestas entre las que hay que escoger. Son complementarias, como explicaré a continuación. Y un complemento de ambas es, asimismo, la teoría de las virtudes. El surgimiento de las éticas aplicadas hace mejor entender esta complementariedad»12).
Dejemos de lado la ética de los principios o del deber ser propiamente kantiano, y la ética de las consecuencias muy basada en el utilitarismo benthaniano; centrémonos, por interesar más al objeto de nuestro estudio, en la llamada ética de las virtudes.
La ética de los principios nos señala las metas propias del deber ser que hay que perseguir; la de las consecuencias, nos ilustra sobre la proyección de tales principios en la realidad sobre la que deben ser aplicados, esto entendido tanto en el sentido de las servidumbres y el atemperamiento que impone la implantación de aquéllos en la compleja realidad social contemporánea, como en el de los efectos que tal implantación genera socialmente.
Pero para el debido engarce entre estas dos variantes de la ética, «falta –volvamos a VICTORIA Camps– la mediación entre la teoría y la práctica, que consiguen las virtudes. La virtud apunta a la excelencia de la persona y, por lo tanto, a su manera de hacer las cosas, a la adquisición de un carácter o una personalidad moral. Poner énfasis en las virtudes significa poner de relieve la escasa incidencia que tienen los principios, o las consecuencias, en la conducta cuando no van acompañados de una buena disposición moral por parte de los sujetos para actuar como es debido. Las virtudes se asientan en el sentimiento –el alma sensitiva, dijo Aristóteles– y se materializan en hábitos, en costumbres, que se traducen en tendencias a actuar bien o mal»13).
4. A la hora de precisar lo bueno (agathós) como núcleo cordial de lo ético en lo concerniente a las sociedades mercantiles en general y a las que intervienen en los mercados financieros en particular, la consecución del beneficio económico queda limitada en sus alcances, pues tiene que coexistir con exigencias impuestas por las tres vertientes de la ética que acabo de delimitar: la de los principios, la de las consecuencias y la de las virtudes.
Por esta vía la publicidad, la transparencia y la capacidad de explicar razonablemente cualquier decisión, la ejemplaridad entendida como cumplimiento satisfactorio del ordenamiento jurídico, la atención de los derechos de todos los interesados no solo de los titulares de la propiedad, la incorporación de mecanismos de participación en sus órganos y decisiones, junto a una atención constante a la realidad socio-económica que atempere y module decisiones puramente económicas, son, entre otras, exigencias de la ética de los principios y de las consecuencias, que acuden a conformar, junto al puro beneficio económico, lo ético, entendido en su más elemental acepción, predicable de las compañías mercantiles en general y de las que actúan en los mercados financieros en especial.
Pero ahí no acaban los límites que conforman las fronteras del beneficio como elemento constitutivo de lo bueno (agathós) referido a la actividad de las entidades que nos ocupan.
Hemos convenido de la mano de VICTORIA Camps que la ética de los principios y la de las consecuencias quedan redondeadas en la construcción de lo ético con la ética de las virtudes, que apunta a los requerimientos para lograr, o acercarse lo más posible sería afirmación más acorde con la debilidad de la naturaleza humana, la excelencia en la persona, su actuar conforme a reglas del comportamiento moral exigible, o, dicho de una manera más sencilla, la ética de las virtudes lleva a los individuos a actuar como es debido en consonancia con la realidad específica, normalmente la profesión sobre la que actúe.
Este último aspecto cobra un acentuado relieve en los mercados financieros. En ellos la obtención del beneficio debe atemperarse con el horizonte más o menos cercano de la ética de los principios y de las consecuencias, y con el inmediato de las reglas morales procedentes de la ética de las virtudes. A mal resultado ético puede llevar que los principios y la realidad sobre la que se traducen no sean acompañados por el comportamiento virtuoso de los actores de los mercados financieros, o, dicho de otra manera, por la ética requerida a las profesiones financieras. La mala situación económica desatada a partir de 2007 y los comportamientos individuales que ha sacado a la luz ponen de relieve que, a la postre, a las grandes quiebras de la ética en los mercados financieros han contribuido decisivamente las violaciones de la ética de las virtudes o ética de las profesiones financieras14).
V. Camps, Breve historia..., página 15.
E. Trías, Creaciones filosóficas, Galaxia Gutemberg/Círculo de Lectores, volumen II, página 802.
A. Sánchez de la Torre, Yo, Sócrates, mis últimas 30 noches, Ediciones Clásicas, Madrid, 2014, página 222.
Más elaboradamente manifiesta A. Cortina, Ética sin moral, Tecnos, Madrid, 1990, página 29: «Consiste la ética, a mi entender, en aquella dimensión de la filosofía que reflexiona sobre la moralidad; es decir, en aquella forma de reflexión y lenguaje acerca de la reflexión y el lenguaje moral, con respecto al que guarda la relación que cabe a todo metalenguaje con el lenguaje objeto».
A su vez, G. Robles, «El fenómeno moral ante el Derecho», Una filosofía del Derecho en acción, libro homenaje al profesor Andrés Ollero, página 67, escribe desde otro ángulo que la ética es «una disciplina filosófica cuyo cometido es investigar en qué consiste el bien y el mal morales y, en definitiva, cuáles son los criterios que han de guiar las conductas de los hombres».
Como escribe J.M. Elegido, «La creación de valor para los accionistas como último objetivo de la empresa. Una valoración ética», en Ética en la actividad financiera, Ecensa, Barañaín (Navarra), 1998, páginas 83 y 84: «¿Qué se entiende comúnmente cuando se afirma que una empresa es eficaz como agente económico? Fundamentalmente, que tiene éxito para crear valor económico, es decir, que logra outputs que tienen un valor económico mayor que el de los inputs que consume en sus operaciones. Así concebido, parece claro que el criterio económico no es el criterio de valoración más exigente con el que juzgar las operaciones de una empresa. Es posible para una persona razonable concluir que una empresa es eficaz desde el punto de vista económico, pero que, sin embargo, si se toman en cuenta todos los factores relevantes, su existencia y operaciones son nocivas para la sociedad en que opera».
Como escribe A. Cortina, ¿Para qué sirve realmente la ética?, Paidós, tercera edición, Barcelona, 2013, página 131: «Justamente, a cuento de la crisis se ha echado en falta la presencia de buenos profesionales, por ejemplo, en las entidades financieras, que podían hacer aconsejado a sus clientes teniendo en cuenta los intereses de esos clientes, y no sólo el beneficio de la entidad y el suyo propio».
A. CORTINA, «Justicia y mercado», Retos pendientes en ética y política, Trotta, Madrid, 2002, páginas 240 y 241.
V. Camps, Breve historia..., página 392.
Como añade Mª T. Méndez Picazo, «Ética y responsabilidad social corporativa», Ética y Economía, junio 2005, número 823, página 145: «Una de las explicaciones del comportamiento moral empresarial reside en la idea expuesta de que la mejora de sus resultados, en la actualidad, pasa necesariamente por las actuaciones de carácter moral, que por tanto se constituyen en una estrategia más en la persecución del fin tradicional de satisfacer a los accionistas ofreciéndoles los resultados esperados».
A. Cortina, Introducción, «Rentabilidad …», página 28. Sobre la ética aplicada pueden consultarse, entre otras muchas aportaciones de esta autora, Justicia cordial, Trotta, Madrid, 2010, páginas 41 y siguientes, «Las éticas aplicadas». CAI en el siglo XXI: la ética, septiembre-mayo 2007-2008, Caja Inmaculada, Zaragoza, 2008, páginas 107 y siguientes, y «El estatuto de la ética aplicada. Hermenéutica crítica de las actividades humanas», Isegoría713, 1996, páginas 119 y siguientes.
R. Termes Carrero, «Ética y mundo de los negocios», Anales de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, número 73, 1996, página 292, habla, citando a Antonio Millán-Puelles, de «ética realista», a la que «le cuadra –escribe quien fuera Presidente de la Asociación Española de la Banca– además el significado vulgar del vocablo "realista", porque es una ética auténticamente practicable, no ilusoria o quimérica, sino precisamente de una ética normativa».
V. Camps, Breve historia..., página 394.
V. Camps, Breve historia..., página 396.
V. Camps, Breve historia..., página 395.
V. Camps, Breve historia..., página 398.
Como señala L. Martín-Retortillo, «Honorabilidad y buena conducta como requisitos para el ejercicio de profesiones y actividades», Revista de Administración Pública, número 130, enero‑abril, 1993, página 43: «Parece lógico que para desempeñar ciertas actividades cualificadas hayan de reclamarse aptitudes que no son estrictamente saberes técnicos o conocimientos especializados, sino que tienen que ver con el comportamiento que se espera de la persona que va a desempeñar la profesión».