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BUSCANDO LO MEJOR DE CADA UNO

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¿Cómo afectan las dos primeras décadas del siglo XXI —con jalones como el desarrollo de Internet, la crisis económica o la pandemia— a ese análisis? Los partidarios de que nuestra sociedad es cada vez más egoísta creen que estos hitos acentuarán la tendencia. Según ellos, el aislamiento al que nos llevan las nuevas tecnologías y la sospecha del prójimo como posible fuente de contagio acrecentarán el egocentrismo más salvaje. Un meme que se hizo popular durante el coronavirus plasmaba esa inquietud. Era un tuit que decía: «¡Qué ganas tengo de que acabe la cuarentena para seguir enganchado al móvil en otro sitio!».

Pero yo creo que hay otra posibilidad. Podemos aprovechar los acontecimientos de las primeras décadas del siglo XXI para caminar hacia un tipo de mente que trascienda la dicotomía entre individualismo y colectivismo. A los que estamos imbuidos de ese espíritu celta del que hablo siempre nos pareció que esa dicotomía era una falsa elección. No pensamos que haya que elegir entre nosotros y nuestro rebaño. En ese sentido, siempre recuerdo la revelación que me supuso descubrir una drástica frase que Fritz Perls proponía como mantra a sus pacientes: «Yo hago lo mío, y usted hace lo suyo. No estoy en este mundo para adaptarme a sus expectativas.Y usted no está en este mundo para adaptarse a las mías. Usted es usted y yo soy yo. Y si por casualidad nos encontramos, será hermoso. De lo contrario, cada uno podrá seguir en paz su propio camino». Acababa de encontrar la plasmación en palabras de ese espíritu personalista, que nos respeta nuestras decisiones individuales pero también nos anima a juntarnos con otras personas si nos resultan nutritivas.

Mi aldea gala es un barrio de Madrid. Se llama Malasaña y es, posiblemente, uno de los lugares más concurridos del mundo. Sus calles están llenas día y noche. Por las mañanas, con una vida de pueblo, poblada de personas que hacen la compra o van y vienen porque trabajan en pequeños comercios. Por las tardes, con la animación de los niños que juegan y gritan como si no hubiera un mañana (y, en efecto, para ellos no lo hay: siempre es hoy). Por las noches, Malasaña se convierte en un centro de ocio bohemio, de cultura estimulante y charlas entre risas.

En mi barrio se produce esa mezcla entre colectivismo e individualismo. Por una parte, hay fenómenos que muchos antropólogos relacionarían con el primer rasgo cultural. Hay, por ejemplo, una crianza casi colectiva de los niños, que suelen estar cuidados y recibir cariño de varios de los padres del barrio. Hay, también, un asociacionismo muy activo. Y el nivel de conocimiento entre vecinos es tal que, igual que en los pueblos, no es raro bajar a la calle a por pan y volver horas después porque uno ha acabado de cañas con un amigo y luego con otro y con otro...

Pero también hay variables relacionadas con el individualismo: la mayoría de los habitantes del barrio somos autónomos y llevamos nuestros negocios de forma completamente privada. Y hay una total libertad en lo que se refiere a asuntos morales, normas de convivencia familiar, comportamiento o formas de vestir. Es muy raro ver que alguien critique la conducta de otro mientras no le afecte en el plano personal. La apertura a la diversidad se da con completa naturalidad.

La mente del futuro

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