Читать книгу Mujeres viajeras - Luisa Borovsky - Страница 5

Оглавление

Introducción

Penélope esperó durante años que Odiseo regresara de sus travesías. Sólo fue admisible para ella un viaje: el recorrido, simbólico y real, que la trasladó de la casa paterna a la de su esposo.

Mientras los hombres se lanzaban a empresas de exploración y conquista, las mujeres de la Antigüedad permanecían inmóviles en su hogar. El Medioevo les otorgó una forma de viaje permitido: la peregrinación a los Santos Lugares. En el siglo IV, Sor Egeria, una monja española, llegó a Jerusalén, a las ciudades de los apóstoles y a los santuarios de los mártires. El Itinerarium Egeriae es el relato de su viaje, el primero escrito por una mujer, observadora y protagonista a la vez.

Durante el Renacimiento, artistas e intelectuales humanistas viajaron a Italia para tomar contacto con la cultura clásica, anunciando los Grand Tour, las giras educativas por Europa que en el siglo XVIII realizarían los jóvenes aristócratas británicos. Esos itinerarios estaban reservados a los varones; por entonces las mujeres sólo podían desplazarse como acompañantes de sus maridos para preservar en el extranjero el ambiente familiar de su lugar de origen. Aun desde ese lugar, el viaje les abrió nuevos horizontes. Dejaron de ser espectadoras pasivas de los desplazamientos de otros para convertirse en observadoras de nuevas dimensiones espaciales y emocionales, e incluso en narradoras que exploraban la propia subjetividad: su mirada curiosa empezó a transformarse en literatura de viaje, un género en el que se amalgamaba el propósito testimonial con el registro privado, íntimo, de la autobiografía, el diario o las cartas que reponían la experiencia personal.

Con la descolonización y la creación de nuevos Estados, el siglo XIX impuso la necesidad de definir una identidad para las naciones emergentes, tanto desde las nuevas metrópolis como desde las antiguas colonias. Ese momento de cambio coincidió con el surgimiento del feminismo que, a su vez, empezó a esbozar una nueva identidad para las mujeres. Ya no escribieron recluidas en sus casas o en los conventos, y durante el avance hacia la emancipación civil y política que alcanzarían en la centuria siguiente, reseñar sus viajes fue una manera de apropiarse de ciertos derechos exclusivos de los varones. Accedieron así a la escritura como profesión y, en consecuencia, a la esfera pública.

Estas escritoras proyectaron en sus narraciones la imagen que tenían –o deseaban tener– de sí mismas, y oficiaron –cada una a su manera– como traductoras de lo ajeno a los términos de la propia cultura, articulando diferencias para los lectores que ellas mismas creaban en sus textos.

Como nos muestran las protagonistas de este libro, en cada caso las motivaciones personales enmarcan el relato. Son, en su mayoría, las de la burguesía trotamundos: huir de la realidad cotidiana, ir en busca de aventura, lograr la realización personal, escoltar al marido. Hay, sin embargo, entre estas viajeras, una militante anarquista que escapa de la persecución política. Para unas, la Argentina es el punto de partida. Para otras, el lugar de destino. Sus miradas y sus voces son plurales. Todas tienen algo en común: el viaje las impulsa a recrear el itinerario en la memoria, para escribirlo, para invitarnos a recorrerlo junto con ellas.

Mujeres viajeras

Подняться наверх