Читать книгу Entretelones de una épica pedagógica - Lury Iglesias - Страница 7
Оглавление—Ah, olvidé contarte, Yamila, el próximo fin de semana largo van a llevar las cenizas al mar. También lo dejó escrito la dire.
— Qué locura. Con el frío que se viene. Si les toca un día ventoso, van a quedar tapados de cenizas, como en aquella película italiana que me prestaste.
— Callate, no hagas chistes con eso. —…Pero te hice reír. Consuelo, ¿vos vas a ir?
— No, mujer; irán el marido, las hijas, los nietos, sus hermanos y Marianela, Ami me decía que era su “hermamiga”; con ella se conocieron siendo maestras de grado no sé cuántos años, en una escuela muy humilde de Villa Tesei, y se hicieron tan amigas que se llamaban así.
— Por más que pienso, no la recuerdo.
— No, porque fueron directoras en escuelas distintas, pero, hasta que las jubilaron, durante más de cuarenta años, trabajaron juntas como docentes del Centro Arte Infantil y Adolescente de la Municipalidad de Morón. Ellas dos lo crearon. Lo sé porque muchos alumnos de nuestra escuela iban a ese taller y hacían teatro.
—De eso sí me acuerdo.
***
— ¿Qué pasó?
— Dejame que te ayude, Consuelo, no te agaches. La llenaste demasiado y se desfondó.
— Ahora se mezclaron los años, mirá qué lío.
— ¿Para qué querés este papelerío? La directora nos autorizó a tirarlo a la basura. Será una felicidad para los cartoneros ¿Te diste cuenta?, el flaquito que viene todos los días me tira onda, tiene unos ojos…
— No me fijé… estos escritos me traen recuerdos de la dire, la vice, de Jesusa, de aquellas maestras, de Daniel…mirá, Yamila, hoy, precisamente hoy, después de tantos años, me encuentro con estos cuadernos y papelitos sueltos y no puedo dejar de preguntarme qué debería hacer con ellos. La directora era mi amiga.
¡Siempre han estado ordenadamente guardados!
***
Consuelo se fue a su casa con el paquete que le calentaba el alma de recuerdos y le helaba la sangre. Comenzó a escuchar las voces de los chicos, de aquellas maestras, de las madres, de algunos papás que aparecían generalmente cuando se enteraban de que sus hijos debían repetir el grado… a percibir las arrogantes presencias de las inspectoras, a escuchar el sonido de la campana acallando tantas risas y juegos de los recreos.
Se vio a sí misma, joven, trabajando con alegría, debido al reconocimiento de todos…
Sin sacarse el abrigo, se descalzó, preparó el mate tan ansiado y continuó leyendo página tras página. El cansancio llamó al sueño y, entre dormida y despierta leyó o soñó que Ami le pedía, como siempre: Consuelo, ¿no me haría un tecito?
La despertó el dolor de huesos, allí sentada en la silla de la cocina. Se acordó que a la mañana la esperaban tareas pesadas; la actual directora les había pedido a Yamila y a ella que hicieran limpieza general en la biblioteca, el archivo y los armarios de la cocina.
Se miró las manos ajadas y las venas que sobresalían como cuerdas, se quitó el abrigo, buscó unos guantes de goma para emplear al día siguiente, recalentó el guisito, comió y no tuvo fuerzas ni para lavar la olla y el plato.
***
— Consuelo, vos siempre recordando, qué pesada.
— Es que fue una época distinta. Imaginate, yo tenía veinticinco años cuando vine; acababa de enviudar y ya tengo cincuenta.
— ¿Cincuenta?...
— Bue… digamos. Estaba destruida, me había aparecido un tumor en el cuello, me sentía sola, sin un peso, por la larga enfermedad de mi marido…
— ¿Y cómo es que viniste a parar acá?
—Una señora amiga de mi suegra, secretaria del Consejo Escolar, me consiguió la suplencia de auxiliar y después, el nombramiento. Me salvaron la vida, me curé y hasta lograron que cursara el secundario de noche.
— Sí, seguro que te volvieron loca como a mí, que no me dejaron ni a sol ni a sombra hasta terminar séptimo…
— Me acuerdo de vos como si fuese ayer, sentadita en primer grado, quién diría… al principio, tan tímida…
— Mi mamá limpiaba por horas y yo cuidaba a mis hermanitos, hasta que un día apareció por casa la asistente social, Perla, me pareció un hada; entré a la escuela de su mano, varias semanas más tarde de que empezaran las clases.
— Sí, siempre venías contenta. Después de lo que te pasó, la porfiaste a la inspectora: o te dejaban en la escuela o abandonabas la primaria. Ella insistía en pasarte a la nocturna. A pesar de tus doce años, decía que se lo habían pedido un grupo de madres, y vos le discutías hecha un mar de lágrimas.
— Qué querés que te diga, no iba perder a mis compañeros de séptimo.
— Lo que le costó a la dire convencerla, ni te imaginás… te salvó la edad; te defendió con el reglamento en mano, argumentando que en tu estado no te iban a aceptar de noche y menos con gente grande.
— Mirá si me voy a olvidar, había cumplido recién los trece años cuando nació Brian y todos quisieron ser los padrinos, ¿te acordás?
— Claro que sí, entre las maestras y algunas mamás juntamos para el ajuar… —…Y nunca tuve que comprar ni pañales. Vinieron cargadas de regalos chapoteando debajo del puente; justo ese día había llovido a cántaros.
— Cuando fuimos había parado la lluvia pero llegamos patinando en el barro… la de Ramírez encontró tirado un palo de escoba y lo usó de bastón.
— ¡Qué santas! Enseguida le puse el conjunto celeste a Brian, parecía un muñeco…
— Brian… dejémoslo ahí… ¿Cómo se te ocurrió tatuarte su nombre en el brazo?
— ¿Y qué?, es mi hijo.
— También yo los tengo pero los llevo grabados en el corazón.
— ¡Uf!, ya empezaste otra vez, te creés mi mamá, qué pesada.
— Mirá, Yamila, me hubiese encantado tener una nena. Cuando llegué a la escuela, la primera que se me acercó fuiste vos, la excusa era la trencita que se te había desatado saltando a la soga y yo, a peinarte; sonaba la campana y ya te veía asomada a la cocina. Eras piel y huesos; yo también tenía un pretexto, te pedía que probaras la leche para que me dijeras si le había puesto suficiente cacao, así tomabas doble ración.
— Ya lo sé… todos fueron muy buenos conmigo. Me acuerdo hasta de los cuentos que nos contaba la señorita Clara. Che, y la dire, ¿cómo te recibió cuando empezaste a trabajar de portera?
— Portera no, Yamila, lo sabés: ¡auxiliar!... Imaginate, me presenté acariciando mi anillo de casamiento, sigue siendo mi talismán; llevaba el mejor trajecito, uno azul eléctrico.
— Creo habértelo visto, te quedaba lindo, aunque esas hombreras eran espantosas.
—Y… estaban de moda. La dire me invitó a sentarme y terminé revelándole mi vida.
— Te deschavaste con ella.
— Ni imaginé que a partir de esa mañana volvería a nacer; mi rumbo se dio vuelta, se llenó de voces de chicos y de amigos; yo estaba convencida de que mis días serían siempre iguales, sola, como desde que Carlos falleció. Vos sabés, los hijos varones vuelan pronto, y los míos ya lo hicieron. Ella no era una directora como yo las suponía; primero me pidió que la tuteara, nunca pude, y que le dijera Ami, fue lo que más me llamó la atención; me explicó cuáles serían mis actividades, nada difíciles. Me presentó a Jesusa, compañera de tareas, y durante el recreo, a todo el personal del turno. Me dijo que yo decidiera cómo organizarme y que no dudara en cambiar la rutina si encontraba mejores maneras. La hubieses visto qué feliz se puso el día en que enceré los pisos de dirección y secretaría.
— ¡Ah…, habías sido vos la de la idea!
— Y lo lindos que quedan, lo sabés. También me conquistó Vera, la vice, tan graciosa, pero, te acordarás, enojada era de temer.
— Y con Jesusa, ¿cómo te fue?
— Compartí muchos años, hasta que se jubiló, vos le tenías un miedo...
— ¡Pánico! Jesusa… medio bruta con los chicos, che; en mi grado creíamos que en cualquier momento nos iba a agarrar a escobazos; después descubrí que era macanuda. Sabés las veces que me preparó una bolsa con pan y botellas de leche para mis hermanitos; en casa no había más que mate cocido.
— Sí, era muy generosa; murió hace poco, por la diabetes, no se cuidaba; recuerdo que defendía a los alumnos y al personal como fiera; la escuela fue su casa, trabajó más de veinte años acá.
— Y ustedes ¿se hicieron amigas?
— Más o menos; cuando llegué, se puso tan celosa que nada de lo que yo hacía le parecía bien. Cambió desde que nos invitaron a participar en las reuniones de personal, a partir de ahí nos entendimos mejor. Nos sentíamos parte del equipo. En cuanto se jubilaron la dire y la vice y aparecieron las nuevas, eso se acabó, ¡a la cocina, a limpiar!
— Somos de segunda nomás, che, cuando les sirvo el café, me parece que nos están descuereando vivas.
— No seas tonta, Yamila, hablan de las clases, los chicos, la escuela… no somos tan importantes para ellas.
— A mí me gustaría estar en esas reuniones, y te juro que tendría bastantes cosas para decirles.
—Olvidate.
***
— Consuelo, ¿de dónde venís tan empilchada?
— Ayer te dije que iba a despedir a la directora, trabajé muchos años con ella, era mi amiga.
— Me salvé, no voy al cementerio ni que me maten, bah, si me matan tendré que ir, obligada…
— Callate, Yamila, sos una piba. Aunque no lo creas fue una ceremonia alegre, pusieron Carmen de Bizet mientras la… bueno, eso; fue su deseo, era uno de los discos que ella ponía siempre en dirección, ¿lo escuchaste?
— Ah, ¿fue con música y todo el asunto?, ¿rock o cumbia?
— No, qué cumbia ni rock. El nieto, un muchacho flaco, altísimo, me hizo reír, dijo que hubiese sido mejor La Danza del Fuego.
— Ya sé, pensó que su abuela se iba derechito al infierno.
— No creo, y seguramente él tampoco. No hay nada después, solo queda el recuerdo, y a veces. Ese día el nieto me contó que sus abuelos fueron luchadores por la justicia y la paz, que al abuelo lo persiguió la dictadura, que estuvo detenido varias veces, y que sus padres, además de ser músicos, siguen su ejemplo.
— ¿Viste?, te lo dije, la historia se repite.
— Y la nieta pronunció unas palabras reveladoras. Dijo que hoy todo es más veloz, que el mundo se achicó y que no habrá que esperar tanto para lograr los cambios por los que lucharon sus abuelos porque algo habremos aprendido.
— Optimista la piba, che.
— A la salida del cementerio me dio su teléfono; sabés, me conocía porque Ami le había hablado de mí, le dijo que yo era su amiga; increíble, che, me emocioné. La nieta es una chica preciosa, también maestra, y me contó que hablaban horas con la abuela sobre anécdotas de la escuela.
— Me imagino que yo no me salvé…
— Es muy posible. Una vez, escuché a la dire proponiéndole a la vice escribir un libro sobre la escuela, pero Vera no quiso.
— ¿Un libro?… ¿da para tanto?
—… le dijo que podrían hacer algo parecido a Qué porquería es el glóbulo o algo así… y ponerle de título, Qué querés que te diga.
La nieta me contó, que un día le sugirió a la abuela que escribiera sus memorias y que deseaba lo hubiese hecho ¿Te das cuenta por qué quiero leer estos papeles? Me cuesta imaginar a Ami convertida en cenizas.
Ni me lo digas, la muerte tiene sus fantasmas, a veces me parece escucharlos. Si hay algo piola contámelo y después hacemos la limpieza. Che, acá ya no entra más nada.
¡No manipulen los papeles! Qué falta de respeto.
— Madre mía, cómo trabajábamos en esa época… mirá, Yamila.
— Ya voy; mientras preparo el mate, vos seguí revisando y me leés lo más interesante.
— ¡Los cuadernos! Seguro que no los viste nunca, son Rivadavia, Laprida, Gloria…
— Sí, mi mamá me mostró uno de cuando iba a la escuela, allá en Santiago; la pobre llegó hasta cuarto grado nomás, las hojas estaban así de amarillas.
— Yamila, en estos cuadernos está lo que se oye, se escribe, se ve, se vive en la escuela. Eran maestras y maestros que amaban a los niños, a su profesión y eran amigos, y muy autocríticos. Mientras leo, creo que en cualquier momento pasará la dire para guardar la bicicleta en el salón de actos, o vos, chiquita, jugando al elástico con tu delantal blanco y las dos trencitas, que siempre se te deshacían y yo te volvía a peinar; Jesusa, con sus inseparables llaves soldadas a la cintura; Noemí, siempre seria, vestida de luto, eso sí pintada como para una fiesta; chicos y más chicos jugando en el recreo… hasta escucho el sonido de la guitarra de Daniel…
— ¿Y dónde escondían estos cuadernos?
— Jesusa había descubierto el lugar; la dire y la vice los guardaban con llave pero a veces se olvidaban de cerrar el cajón, entonces ella aprovechaba y los leía.
— ¿En serio? Si hoy la vieja nos pesca entrometiéndonos en sus cosas, nos mata, con lo histérica que es.
Lo dicho, son confidenciales…
Diálogos que referían lo ocurrido en la escuela y hechos de la vida cotidiana.
Déjenlos dormir su siesta eterna.
— A ver, che, me siento un espía… qué prolijitas…
— Eso fue al principio, pensá que se conocieron acá, en la escuela y eran muy diferentes.
— Me acuerdo; la dire le llevaba como dos cabezas y recorría el patio casi volando. La vice no, era peticita y más tranqui. —No me refería a la altura, aunque las peticitas, de tranquilas, nada; tenían distinto carácter y nos llevó tiempo reconocer su amistad. Cuando entraron en confianza, se pasaban las novedades a la disparada. Mirá este cuaderno, acá hay una fecha: 1989, fijate el apuro con que deben haberlo escrito… lapiceras, biromes de distintos colores, fibras, lápices…lo que tenían a mano, ¿ves acá?, borrones, tachaduras, frases inconclusas…
— Pienso que ellas tendrían necesidad de contarse lo que pasaba.
— Y… sí, cumplían turnos alternados, el día que una venía a la mañana, la otra venía a la tarde. Con Vera trabajé dos años más porque se jubiló después que Ami y la reemplazó en la dirección. Me imagino que nunca se animó a tirar estos cuadernos. La dire había organizado un taller literario en su casa donde iban las maestras más amigas y la vice era una de ellas.
— Mirá este sobre, está lleno de papelitos escritos, vaya a saber qué dicen… mm, me parece que acá hay confidencias… Consuelo, por qué no te los llevás a tu casa y me los vas prestando.
— Tengo una idea, Yamila: vos ayudame a tipearlos, de paso hacés los deberes y lográs escribir sin mirar el teclado, como te dijo el profe de computación.
— Dale, con la curiosidad, en una de esas… y vos ¿qué vas a hacer?
— Se me está ocurriendo algo…
— Contame.
— Ya te lo voy a decir… vos andá copiando textual lo que te doy. Solo le cambiaré los nombres, aunque pasaron más de veinte años y nadie se reconocerá.
¿Qué es esto, piensa publicarlos?
Más de una persona se sentirá ofendida.
No es ético, solo registraron hechos.
—… Che, el mate está frío.
— Antes, muy caliente; ¿quién te entiende, Consuelo?; le puse cascarita de naranja como te gusta y nada de azúcar.
— Acabemos con la limpieza, Yamila, te envidio, no puedo acostumbrarme a trabajar con guantes; acá hay tierra de aquellos años… ¡Uy, leé lo que escribió la dire sobre Jesusa, pobre…!
¡Qué impertinencia!
No fueron hechos extraordinarios, solo diferentes.
A veces.
***
¡Hola, Vera! Sigo en la escuela y ya son las 6.30. ¡Qué día! Jesusa me vio cuando regresaba de guardar la bici. Me atajó antes de entrar a dirección y ahí nomás se despachó con la noticia, como de costumbre pegada a la escoba. No hay agua, debe ser de nuevo el flotante del tanque. Ya llamé al plomero, el vecino me prestó el teléfono. Le pregunté con miedo si tenía alguna otra noticia. No, dijo; ¡ah, sí!, la llave de tercer grado se trabó…dónde van a dar clase hoy día. En eso salió disparada para increpar a un chiquito de primer grado: si seguís llorando te voy a mojar con la manguera. El chico se atornilló a su madre. Decime, che, qué vamos a hacer con esta mujer. Después, paró a una señora. Adónde va. La mujer le dijo: a hablar con la maestra de tercero; no vino, espere afuera. Al rato: olvidé contarle: hoy pasó el marido de Elisa, avisó que su esposa está con gripe, quiere una planilla de licencia... se hace la enferma, de seguro; mejor me voy a barrer.
Y yo, me fui a dar clase en el grado de Elisa, para variar… Hasta mañana. Ami
***
— Leé, Yamila, ésta es la respuesta de la vice. Renegaban de lo lindo con Jesusa; ella hacía años que trabajaba en la escuela, se sentía dueña y señora.
Si supieran… no saquen conclusiones apresuradas.
—… Sí, Ami, es una situación. Yo te iba a preguntar lo mismo; ¿viste con la saña que toca el timbre? Por favor, compremos otra campana, la que nos robaron tenía un sonido tan alegre. Odio este timbre.
Te cuento que pesqué a Jesusa mandando a un costado a los chicos que llegaban tarde. A la una en punto cierra las puertas de un portazo y se pone a barrer mientras protesta.
En fin… te diré que las licencias de Elisa me irritan más
que las torpezas de Jesusa….
¡Oh, vino el plomero! Te dejo. Hasta mañana.
Un beso. Vera.
***
Vos, siempre con la escuela al hombro. Sí, estoy un poco cansada, esperá que guardo la bicicleta. Dejame a mí, yo bajo la bolsas con los cuadernos y las compras; qué pesadísimas, no entiendo cómo podés andar tan cargada todas esas cuadras en bicicleta, y ¡con zapatos de taco! Suerte que ya nuestras hijas crecieron, acordate cuando las llevaba a una sentada adelante y a la otra en la sillita de atrás.
***
Ami piensa y escribe: Parece que no tengo cura.
Cuando estaba en el grado, me resultaba difícil olvidar a Ramón, con su cabecita de pepino, el que no entendía las cuentas de dividir; a Clarita… sí, su mirada era clara, pero no aprendía nada, tenía hambre… y examinar todos los días más de treinta cuadernos, nunca logré hacerlo en clase… y él rezongándome porque no alcanzaba a corregirlos en la escuela, y yo diciéndole que, con Marianela, aplicábamos la doble corrección, trabajo minucioso propuesto por ese inspector genial que hubo una vez, un caso raro: Jorge Thevenin; nunca tuvimos otro similar; murió de un infarto fulminante. Creo que no soportó la dictadura; había publicado sus métodos en unos pequeños libros muy interesantes y prácticos.
Mis pensamientos se disparan. Pienso lo poco que puede interesarle a alguien que los maestros señalen los errores con lápiz para que los chicos, en el aula, se autocorrijan.
Continúo aburriéndolo mientras le explico en qué consiste el proceso de enseñanza aprendizaje; él me escucha un rato y después me pide que deje la escuela donde está y cambie el dial. Y yo la sigo: como para no traerme la escuela al hombro… no era solo corregir cuadernos, además, había que pensar la clase y escribir el leccionario, dejar asentada en la carpeta la ejercitación, planificar la semana, las unidades, el año…
Mis hijas me sacan de las cavilaciones, aquí vienen a darme besos para contarme a dúo cómo les ha ido en la escuela. Las abrazo a las dos juntas, son tan hermosas.
***
Ami, no te enojes conmigo pero desde que sos directora te veo más preocupada que cuando tenías grado; vivís con los nervios de punta; pensábamos que te iba a resultar más llevadero... ¡vamos, nenas!, a lavarse las manos que ya estamos con mami sentados a la mesa.
Días después, Ami le contó feliz que habían logrado aplicar en la escuela el método de autocorrección, a partir de cuarto grado.
***
— Yamila, vení, ayudame que nos toca la limpieza del cuartito.
— Ya veo, hoy nos vamos de noche… Decime, Consuelo, qué es este armatoste. —Aunque no lo creas es una aspiradora industrial; se utiliza con agua; Ami vio que las usaban en el Banco Provincia y consiguió que nos donaran una; Jesusa no quiso usarla porque debíamos levantar todas las sillas, y ahí quedó, arrumbada. Yo era nuevita y en aquella época, no me animaba a contradecirla. Después me olvidé de su existencia.
— Che, qué querés que te diga, ¿tan atrasada era Jesusa? Para baldear también hay que levantar las sillas.
— Ya lo creo, recién ahora estoy logrando que los chicos las pongan sobre las mesitas, es mucho más aliviado y ni te imaginás lo que era limpiar con los pupitres antiguos, atornillados a los pisos, eran verdaderas armaduras ¿Te acordás del Señor Nadal? Fue el que designó el Banco Provincia como padrino. Se enamoró tanto de la escuela que logró que cambia-ran todo el mobiliario obsoleto por estas mesitas redondas.
— Che, me acuerdo cuando las trajeron, creo que yo estaba en cuarto, y nos divertía estudiar en grupo. —También iluminaron las aulas con tubos fluorescentes dobles, colocaron ventiladores de techo y dejaron los baños como de confitería…
— Todos los chicos estábamos recontentos. Bueno, yo voy a probar este cachivache, espero que funcione. Cuando baldeamos los salones me queda la espalda molida. Podrías practicar conmigo un poco de esos masajitos que estudiás, ¿cómo se llamaban?
— No tan masajitos, nena, que ya me recibo. Te lo conté varias veces pero vos nunca me escuchás: estoy por recibirme de auxiliar en kinesiología, ¡ojo!, en el curso superior. Hoy me voy volando porque tengo a seis personas en casa. Venite a la nochecita, que te atiendo con mucho gusto.
— No puedo, voy a ver a Brian, tengo que llevarle la ropa limpia, ¡pobre…! Si podés, paso mañana…
— Pobre vos.
— No digas así, él no tiene la culpa. Ya le dije al Juez que mi hijo no fue.
— ¿Y el padre?
— Desapareció; ni vino a la comunión, mirá si va a aportar ahora…
— Cuando quieras, charlamos del asunto ¿Te dejo unas
hojas? —Bueno, voy a tratar de copiarlas.
***
¡Buenos días, Ami! Estoy acomodando las fichas de los alumnos… me vas a tener que disculpar, no logro ordenarlas como vos pretendés, soy muy despiolada…
Nunca te conté que cuando elegí esta escuela tuve un poco de miedo porque me habían dicho que eras muy exigente, casi insoportable (disculpá la franqueza).
Ahora me alegro de haberme animado, pienso que a vos, a la secretaria y a mí nos apasiona la docencia; yo me sentí feliz desde las primeras suplencias, más aun, desde las prácticas de magisterio. Para mí, nuestro equipo directivo anda fenómeno…
Fue una tarde tranquila, todo marchó como un relojito. Suerte mañana. Vera.
***
… Me alegran tus palabras, Vera. El cargo directivo es un gran desafío. Siempre dudé si sería capaz y tendría el talento de aquellos maestros que tanto admiro.
Yo también, desde chica, me sentía dichosa enseñando, y nunca me arrepentí. Reconozco que soy bastante maniática del orden, no sé trabajar de otra forma, aunque intento ser menos rígida…
Los caóticos son mis sueños. Cuando les abro la puerta desfilan sin ton ni son mezclando hechos, tareas incumplidas, vivencias… ¿será un defecto profesional…?
***
—Leé, Yamila, acá la siguen con la pobre Jesusa.
— Veo que no sabían qué hacer con ella…
***
Buen día, Ami… hay una situación: hoy pesqué a Jesusa hablando con la escoba; le decía: me tienen harta con tanto palabrerío. Que debo cambiar mis modos, que ser más cariñosa, que respetar. Bah, a mí no me reforma nadie. Qué tantas vueltas. Ni zapatos me puedo comprar. Siempre en alpargatas…y cuando me operaron de la pendiz solo falté dos días.
¿Hasta dónde pensarán llegar?
Más tacto, por favor.
Me dio pena, ¿sabés Ami? nunca se olvida de llenar las botellas con la leche sobrante para los Sánchez, los Gómez, los Agüero y siempre trae bolsas del mercado donde guarda los pancitos que quedan de la merienda, y se los da sin que los demás chicos la vean. Hoy, plumero en mano, me preguntó a voz en cuello si quería un té. Eso sí, me comunicó casi contenta: ¿vio?, se taparon los baños de varones. De seguro que los de séptimo tiraron vasitos de plástico otra vez, sabe cómo les enseñaría yo a éstos…
No sé… a veces me parece que está mejorando un poco, la veo más comprometida con la vida escolar. ¡Oh!, es tardísimo, vuelo. Cariños. Vera.
Ami prefería el turno mañana. En los días de sol, el patio
cobraba un color brillante y los guardapolvos blancos de niños y maestros irradiaban fosforescencias. Cuando hacía frío, las narices y pómulos amoratados resplandecían al son invernal y el Alta en el cielo de “Aurora” vibraba en cada voz elevando centenares de volutas de vapor hacia las nubes, mientras la bandera se abría paso hacia el cielo. Ella cantaba con emoción, sabía que era un coro desafinado pero no importaba.
El turno tarde era diferente.
Entraban a las aulas en plena algarabía, se imponía el or-den a partir de las voces de las maestras; los buenos días, niños, no tenían ninguna magia; ni un pájaro se animaba a surcar el pedacito de cielo encerrado entre las cuatro paredes del patio. No obstante, a la salida, al arriar la bandera y despedir el turno, un sentimiento de nostalgia se apoderaba de ella al escuchar cientos de voces con él “hasta mañana, seño”. Los veía irse cargados con sus mochilas, dibujos, maquetas, asomándose curiosos de puntillas, para ver si los habían venido a buscar.
Sí.
La satisfacción del deber cumplido.
***
Ami, ¿me querés matar? Hoy abrí el escritorio con la fuerza de siempre y me caí sentada en el piso, ¿cómo se te ocurrió encerar los cajones? ¡Vos y tu manía de la cera suiza! La próxima, le voy a cortar una pata a nuestra silla. Jesusa, en lugar de ayudarme, no paraba de reír.
Ahora en serio. Hay una situación. La música funcional anda perfecta, ya varios grados la utilizan pero Elisa y Noemí no; dicen que distrae. Nada les viene bien. Con lo que costó que nos donaran el servicio. La verdad, hay una banda clásica divina. Yo también la puse en dirección.
Otra situación: un grupo de sexto y séptimo vino a pedir si pueden traer discos con su música. Les dije que sí, solo durante los recreos. Ya veo que tendremos baile. Mañana te contaré.
Te dejo, cité a reunión del Club de Madres y están llegando. Chau. Vera.
Busquen conexiones entre música, literatura, plástica, danza…
Sin educación, no hay arte…
***
… ¡Ay, pobre Vera! te pido mil disculpas por lo del otro día con el escritorio. No me di cuenta de avisarte que enceré los cajones; me pareció una buena idea; desde la última inundación hay que ser Hércules para abrirlos.
¿Qué tal la reunión del Club de madres?
Los recreos estuvieron de lo más alegres, los chiquitos bailaban. Es difícil convencer a todos. Se me ocurrió escribir algo para el Registro de Sugerencias. Te dejo un borrador. Por favor, agregá, sacá o corregí… creo que me salió medio plomo; vos dirás.
Al equipo docente: Todos tenemos música en el alma, todos, sin excepción poseemos condiciones musicales.
Hemos logrado que nos instalen música funcional en las aulas. Invitamos a utilizarla. La banda clásica es excelente, prueben.
Quién puede resistirse a la música… no hay nada más inmaterial ni efímero. Su idioma no necesita mediaciones, expresa lo que no puede decirse con palabras. La música, acompañando las actividades escolares los situará en otra dimensión. Así, chicos y maestros comenzaremos la jornada con otro estado emocional.
Lo que escuchen quedará encapsulado en el universo de sus vidas. El deslumbramiento que despierta La flauta mágica, por ejemplo o la Pastoral de Beethoven que los chicos perciben como un cuento; Bach, Saint-Saens, con su Carnaval de los animales, Prokofief, en el encanto de Pedro y el lobo; el universo fantástico de Peer Gynt de Grieg, el Mar de Debussy, el Bolero de Ravel… La música de Saxo Piccolo y Cía. de André Popp para acercar a los pequeños a través de las aventuras de las distintas familias de instrumentos de la orquesta... y por qué no presentarles la atonalidad de un Schoenberg o Cage…
La música se intuye, impone sus leyes, agudiza la percepción, potencia nuestras capacidades, nos transporta a otro mundo sensible y estimula los mejores sentimientos…
Algo así, ¿cómo lo ves? Espero tu opinión. Me voy; unos chicos de séptimo me alcanzan la bici; qué divinos.
Un beso. Ami.
***
En su casa reinaba la música. Sus hijas la ayudaban a limpiar (desde chiquitas tenían un cronograma pegado en su cuarto, con pequeñas tareas que debían cumplir en forma rotativa) estudiaban y jugaban cantando los temas de María Elena Walsh: “Manuelita”, “En el Mundo del revés”… y les fascinaba la “Rapsodia en azul” de Gershwin que Walt Disney utilizara en Fantasía. La música de “Saxo Piccolo y Cía.” saltaba atravesando las ventanas. Poco a poco se agolpaban los amiguitos del barrio para escuchar juntos los cuentos musicales preferidos. Terminaban siempre bailando y cantando en la vereda.
Momentos de felicidad inolvidables. Ese era el clima que fueron logrando en su casa y Ami deseaba para la escuela.
***
¡Hola, Ami!, te cuento las novedades: a Elisa la van a operar en octubre. Cuando le propuse que lo deje para las vacaciones, me preguntó qué pretendemos, si estaba loca; me dijo: por el sueldo miserable que nos pagan, ni pienso operarme de las várices en verano… con el calor; ya le pedí al cirujano que me dé una fecha para octubre, así empalmo la licencia con las vacaciones. Ami, ojalá nos manden una buena suplente, esos chicos no aprendieron nada.
Otra cosa, leí tu sugerencia, muy original pero un poco solemne, disculpá la sinceridad. Me imagino que tenés razón en todo lo que decís, solo soy una aficionada a la música, pero, hablando de sonidos, me parece altisonante; yo dejaría los dos primeros párrafos y el último. Temo que produzcan el efecto contrario. Decidí vos, mañana lo haré circular por los grados para que lo lean, firmen y agreguen sugerencias.
Chau. Vera.
***
—Sí, a mí también me pareció. Ya lo recorté.
Un día me vas a entender, tengo música grabada en mi ADN. Nunca cesa, fluye como el agua de un arroyo. Para mí, no es “el arte de combinar los sonidos”, como nos enseñaban en el conservatorio; no, es una energía vital superior.
Creo que la escucho desde antes de nacer. Mis padres ponían Radio Nacional que transmitía las 24 horas música clásica y nos enseñaron a divertirnos con su juego predilecto al que nos sumamos los tres desde pequeños y ahora lo ejercito con mis hijas: adivinar el nombre del autor, y más tar-de el de los cantantes y hasta de los directores de orquesta.
Adivinar era un verdadero reto, esperábamos que el locutor dijese los nombres y festejábamos al que había acertado.
Mi padre había hecho una batuta y un atril, con un cajón de frutas. A los cuatro años, mi hermano se subía para dirigir una orquesta imaginaria mientras la radio transmitía obras de Beethoven, Mozart, Bach, Mahler y toda la familia de músicos habidos y por haber; también nos compraron una colección de libros para niños, ilustrados, sobre la vida de los músicos. Los leíamos como si fuesen una no-vela; todavía hoy, mi hermana los guarda en su biblioteca.
Mis padres sabían o presentían que la música empezaba cuando las palabras no alcanzaban. Y resultó un aprendizaje para toda la vida.
Volviendo a lo nuestro… Elisa y sus licencias, ya parezco su suplente; en cada uno de sus faltazos, tomo el grado y me quiero morir. La diferencia con el otro quinto es abismal. Las madres se quejan. Me animé y le sugerí a Elisa que en el movimiento pida traslado a una escuela más cercana a su casa, y me dijo que ésta le queda cómoda porque el marido la deja en la puerta con el auto, cuando va a la oficina.
Olvidé contarte: la que se la pasa comparando a los dos quintos es la mamá de las mellizas. La que está con Elisa no quiere venir a la escuela. La señora me pidió si la podría pasar al quinto de Victoria, con la excusa de que las melli quieren estar juntas. Le dije que no, que ya lo habíamos fundamentado y discutido a principio de año. Me amenazó con ir a hablar con la inspectora… mejor, que vaya nomás.
Te dejo.
Cariños. Ami.
***
¡Hola, Ami! No sabés cuánto me cuesta escribirle a Elisa el informe que se merece en el cuaderno de actuación, ¿lo podrías hacer vos?, ¿sabés lo que pienso?, que ningún informe la cambiará, no hay nada que hacer; no ama la docencia, le falta pasión, fuego… Yo le sugeriría que se dedique a vender ropa, te habrás percatado, empilcha que da calambres.
***
Chicas, acá llega mami, con la escuela al hombro; la mesa está servida…
El comentario acostumbrado le provoca risa y la desarma, serenándola.
Llega agotada. Durante esa mañana, gracias a que no había faltado ningún maestro, se dedicó a entrevistar a varios para entregarles los informes mensuales, escritos la noche anterior; los había terminado cerca de las tres de la madrugada.
Tuvo que cuidar cada palabra para que no se malinterpretaran, con la discreción que impone la cortesía, y, a la vez, pensar muy bien los señalamientos que destacaran lo positivo con palabras de estímulo, por un lado, y por otro, que dejaran entrever las inexactitudes observadas. Lo demás lo fue anotando en su agenda para conversarlo en privado durante las horas en que los alumnos de la maestra en cuestión tuvieran música, dibujo, computación o gimnasia (eran excepciones, porque en la última jornada de perfeccionamiento, habían acordado y con razón, respetar el reglamento, o sea que, durante las horas especiales, los maestros permanecieran en el aula para observar el grupo a cargo).
Trata de sacudirse los sonidos de la escuela, escucha el gorjeo ocurrente de las hijas y de pronto, la mayor le comenta al pasar: hoy nos visitó la directora, debe ser muy mala, mamá, porque mi maestra se puso a llorar.
Se queda pensando.
Cuando ya las nenas habían ido a jugar con las muñecas y los vestidos que ella les cosía los domingos, le preguntó a él:
¿Te acordás de aquel día cuando entró la directora a mi aula y observó que los chicos estaban escribiendo un cuento?, yo tenía veinticuatro años, me acuerdo muy bien porque fue la última de las doce suplencias que hice hasta que me nombraron titular; había conseguido un interinato en 6° grado en la Escuela 12, cerca de casa; hacé memoria, una felicidad; la vieja, es posible que fuera más joven que yo ahora, estructurada como una autómata, miró mi leccionario y comprobó que la segunda hora indicaba clase de geografía; me hizo un informe con una crítica feroz por no respetar lo que había planificado. Sí, ahora me acuerdo de ese día; llegaste desolada, yo pensé lo peor, que te habían seguido y descubierto dónde vivíamos. No, en esa época no tenía miedo, todavía. Lo sé; recuerdo que “la vieja”, como ahora te dirán a vos, te arruinó el cuaderno de actuación que tenías atiborrado de elogios. ¿Vieja?… si serás travieso… elogios sí, y bien ganados, fuiste testigo con cuánta dedicación preparaba cada clase, como para dar un examen… ¿te acordás de aquel día que me acompañaste a la Embajada de Sudáfrica porque tenía que dar una práctica en 6° grado?, qué cantidad de revistas hermosas nos regalaron…sí, vos siempre me ayudaste mucho y seguís teniéndome la Santa Paciencia. No es para tanto, ¿guardás tu cuaderno de actuación todavía? Por supuesto, y a buen recaudo, él refleja toda mi carrera.
***
¡El cuaderno de actuación!, para destacar lo positivo, no un prontuario.
Los señalamientos, en entrevistas personales.
Y el leccionario, una guía flexible que dé lugar a la improvisación.
***
— Yamila, ¿qué opinás sobre lo que estás copiando?
— Qué querés que te diga, son historias nomás, como tantas, a mí, ni me van ni me vienen…
— Vos lo dijiste, historias; es como si hablaran estas paredes…
— Historias del tiempo de Ñaupa; mirá las fechas: 1960, 70, 80, 90… todas del siglo pasado.
— Nosotros también somos del siglo pasado, Yamila, y estudiamos en escuelas públicas.
— Sí, pero vos fuiste al secundario; yo soy bastante burra, nunca me gustó estudiar y a Brian le costó… pobre hijo… escuché a un maestro por televisión que decía: a los jóvenes de hoy el estudio no les hace ni fu, ni fa. Ni futuro, ni facilidades. Por suerte en el instituto de menores lo están obligando a terminar la primaria. Ojalá tenga buenos maestros.
— No les eches toda la culpa a los maestros, ¿y las familias…?
— Hablando de estudio, empecé el curso de peluquería y llegaré tarde a mi clase; ¿sabías que es gratis?
— Qué bueno, andá nomás. Tomá, llevate este cuadernito. Marqué con verde lo que me parece más interesante para copiar.
— Dale; no te prometo pasarlo hoy, tengo ropa atrasada de una semana y mañana a la salida, me voy volando a La Plata. Me van a dejar ver a Brian.
— Me acuerdo que la dire trabajaba con grupos de libertad asistida, podrías pedir una entrevista con el juez para que lo mande a uno de los programas de recuperación. Ami estuvo veinte años con esos pibes. Una cosa así necesita Brian.
— Ya traté de convencerlo y me dijo que no me meta en su vida…si insisto es capaz de pegarme… no sería la primera vez.
—Clarísimo; y le lavás la ropa… ¿y tu vida?
— Mi vida… me la arruiné bien pronto.
***
¡Hola, Vera! te cuento las novedades de hoy, no me vas a creer. Mandaron el reemplazo de Clara… una pena que se haya jubilado, es tan amorosa…
Destinaron a un muchacho, sí, un muchacho ¡Un hombre-maestro en nuestra escuela! Me saludó y me extendió la designación. Vengo para primer grado, turno mañana, me dijo. Es un personaje. Tiene el pelo renegrido y enmarañado, barba tupida y mostachos que no dejan ver sus labios. Vino vestido con un jean gastado y zapatillas que dan lástima. El guardapolvo hecho un bollo debajo del brazo.
Le di la bienvenida; ¡qué ojos! Tiene una mirada carismática. Jesusa no se movía, intuitiva como siempre. Por favor, le pedí, ¿podría servirnos un té? Salió caminando hacia atrás para no perderse ni un detalle, tropezó con la puerta y se fue. El muchacho se dio cuenta y sonrió provocativo.
Charlamos un largo rato, intercambiando criterios. Me cayó muy bien. Le dije: parece que nuestras aspiraciones coinciden, y me contestó algo así: creo absolutamente en el poder transformador y constructivo de la educación ¿Qué tal?
Le propuse articular actividades en sentido contrario a lo monótono y disfrutar a los chicos con alegría. Le dije que en esta escuela estábamos abiertas al cuestionamiento de los métodos que se daban por infalibles, dispuestas a desafiar lo anquilosado.
Durante el recreo, el personal se dedicó a estudiarlo de arriba abajo como si fuese un bicho raro. Te aviso, sus expresiones no anuncian nada bueno. El clima se volvió denso, imaginate, nosotras con nuestros guardapolvos almidonados, zapatos de taco y solo las que nos animamos, con pantalones…. Ahí viene, te dejo. Los nenes se ríen traviesos y se amontonan para darle la mano. Se llama Daniel.
Hasta mañana. Ami.
***
— ¡Hola, qué sorpresa! Suerte que hoy me tocó turno mañana; lo conocí recién. Che, ¿será hippie? muero por charlar con él; vendrá durante el recreo. Después te cuento. Espero le hayas adelantado que no somos santo de devoción de la inspectora, que su deseo es que nos avengamos sin restricciones a las creencias arcaicas estipuladas. El pobre pibe va a creer que somos la revolución con patas y se va a dar un porrazo contra la pared más cercana.
Paso a las novedades: Tenemos una situación. Agua otra vez y me olvidé el paraguas. El cielo está negro y hay relámpagos. Por las dudas, en los salones levantamos todo a más de un metro. A los originales del periódico los puse en el último estante. Al fin, y después de tantas votaciones, los chicos del equipo de periodistas decidieron llamarlo “Despertar”; lindo. Proponen encargar doscientas copias en la imprenta de Brown, ¿te parece bien?, el dueño les hizo un descuento interesante.
La bandera de ceremonias nueva está arriba del armario de dirección. Jesusa sacó de la heladera lo que se echa a perder; tiene experiencia, me dijo que su casa se inunda siempre. Tiemblo de solo pensar que otra vez pasaremos días limpiando paredes, pisos y lo peor, tirando pilas de material didáctico.
Por favor, avisá que arriba de la heladera no pongan nada; fue tremendo verla flotar por la cocina la última vez. Le recordé al vecino que si se larga, llame a los bomberos. Seis años reclamando teléfono sin noticias. Si lo contás en otro país no te creen. Don Fernando, el de cooperadora, preparó una nueva nota y van… Algunos padres ya empezaron a retirar a los chicos ¿Cuándo entubarán este maldito arroyo?
Estoy acabada, te dejo, no pude hablar con el maestro ni una palabra, qué habrá pensado….
Que salga el sol. Vuelo. Vera
***
¡Qué alivio, Vera!, salió el sol. Ya estaba lista con la bici para correr a la escuela y respiré. Hubiese sido un mal debut para Daniel lidiar con la inundación… muy lindos los proyectos, pero… todavía nos veo a las dos durante la última inundación como en una película, arriba del bote, con el bombero remando y nosotras debajo de tu paraguas de florcitas azules.
A la distancia algunas desgracias se tornan grotescas. El miedo me asalta después.
¿Te acordás del gordito de primer grado que se durmió arriba del escritorio?, pobre…, me dijo Perla que el miedo suele provocar esas reacciones. Y nosotras sacando a los chicos por las ventanas y contándoles historias de Venecia y otras tonterías; ellos, riendo, y Jesusa, Consuelo, vos, yo, todas… alzándolos para que los bomberos los subieran a los botes. Ah, y la suplente de cuarto que se escapó sin avisar a nadie, ¿te acordás? decepcionante, che.
Por suerte, estamos dando clase normalmente. Me voy a cuarto, Violeta faltó. Les leeré El loro pelado, mi caballito de batalla en estos casos, mejor dicho, mi lorito de batalla.
Me avisa Jesusa que llegó el técnico a colgar los ventiladores.
……………………
Se fue el técnico, los puso en el salón de actos; si no llueve, vendrá mañana sábado a trabajar en las aulas. Juan, siempre tan gaucho, se ofreció a abrir la escuela y quedarse con él. Nos salvamos.
Te dejo la convocatoria para la jornada sobre el tema Música en las aulas, por favor, agregá lo que te parezca interesante.
Feliz fin de semana, Ami.
***
—Che, Consuelo, ¿a vos no te nombran la dire o la vice en los cuadernos?
—Estuve buscando, hay algo, ya te lo mostraré. Ahora quiero que leas cuando la dire nos invitó a todas a su casa:
—¿A su casa?, los chicos nunca nos enterábamos de esas cosas.
***
Hola, Vera, buen día. Espero que el próximo sábado vengan todos a casa. Continuaré festejando mi cumpleaños. Será bueno relacionarnos más, en especial con el personal nuevo.
Me alegró saber que las auxiliares también aceptaron la invitación.
Gracias, bienvenida tu torta de manzanas, te sale riquísima, aunque me corresponde a mí agasajarlos.
***
… Ami, dejame que yo también me luzca. Acordate cuando comparamos las recetas de tu torta de manzanas con la mía y cómo nos sorprendimos al cotejar que, siendo tan distintas, las dos llevaban exactamente los mismos ingredientes. Es así nomás, todos tenemos dos ojos, una nariz, una boca, dos orejas… y somos tan diferentes.
Desensillo y a trabajar, dejo aquí las disquisiciones filosóficas. Después te voy a contar los sucesos del día.
Cariños. Vera.
***
Jueves.
¡Hola, Vera! Te escribo desde casa mientras se dora el pollo con papas para la cena de mi cumple, total, mañana llegaré 7.30 y devolveré al cajón nuestro top secret. Estaremos los cuatro nomás. Por fin mis padres decidieron mudarse; pronto estarán en Morón. Ni te imaginás la alegría que ten-go, y las nenas, felices esperando a sus abuelos y tíos. Los veo muy poco, los pasajes son tan caros… ¿te conté que desde que se fueron les mando una carta todos los días?, como no tenemos teléfono… a cuatro cuadras de casa hay un buzón y sin bajarme de la bici, le doy un beso al sobre y allá van. A veces reciben dos o tres juntas; compro treinta estampillas por mes en el correo. Parece una locura, ¿verdad?
Mis padres me contestan casi a diario, mi hermanita me llena de dibujos, le llevo once años, es como mi muñeca, y mi hermano, me escribe apenas tres renglones. Gracias a él, los convencimos para que se mudaran. Tiene tres años menos que yo… de chico era más travieso que muchos de los diablillos de nuestra escuela. Cuando mi mamá me pedía que lo llamara a comer, yo salía a la esquina de Helguera y Lazcano y como la cosa más natural del mundo, tendría once años, gritaba su nombre con toda mi alma; allá, a las cansadas, aparecía él de vuelta de sus tropelías, con sus pantaloncitos cortos y cabeza de fósforo, sucio de arriba abajo por haber estado jugando a la pelota o subiéndose a los árboles, cercas y verjas de Villa del Parque; siempre seguido de su barra de amigos y compinches con los que se mandaban algunas barrabasadas… y mi madre, enojada:¡¡Lavate las manos!! La comida se enfría…
… el problema es mi hermanita que tiene una vida interesantísima en Córdoba y le va a costar adaptarse a Buenos Aires.
Extraño los guisitos con albóndigas de mi madre, los niños envueltos, los ñoquis, la ensalada de berenjenas, típica comida de su familia y hasta el puchero con huesos de caracú por el que peleábamos con mi hermano, todo tan delicioso… ella era rumana, ¿sabés?, pero de una aldea judía.
Volviendo a la escuela. Hoy salí casi de noche, peligroso con la bici. Ya me iba y me atajó un grupo de madres enojadísimas, “las de la esquina”.
Entré la bici; no quiero que me la roben otra vez, (¿te conté que el mes pasado se la sacaron a él, cuando fue al Hogar Obrero? Era inglesa, marca BCA con freno a varilla, la admiración de todos; mi padre me la había regalado a los once años y la compró usada. La que tengo ahora fue el anticipo de mi cumple, pero yo extraño la mía).
Te sigo contando: hice pasar a las madres a dirección y las invité a sentarse; me desagrada atenderlas paradas. Jesusa se plantó desafiante en la entrada, me dijo: hoy día puede pasar cualquier cosa.
Comenzó la de Romero con sus comentarios insidiosos; es la vocera de las quejas. Piden que regresemos al patio dividido en dos. Dicen que antes, durante los recreos, los chicos se peleaban menos, que a las nenas les sacan los elásticos y las sogas, que los varones son unos brutos, etc., etc.
Las escuché a todas. También había mamás de varones.
Les expliqué los motivos por los que borramos la línea divisoria desde el día en que asumí. Te imaginás mis argumentos… me agoto repitiéndolos.
Lo que no les dije, es que a raíz de esa decisión inconsulta y apurada, me gané el odio de Celeste hasta el día de hoy: “Sí, señora, usted manda, señora…”en fin, ese es otro problema difícil de modificar, pero inaudito, che, las madres aceptaron, algunas hasta me agradecieron.
Jesusa nos sirvió mate cocido.
Te dejo, algo se quema. Sigo con la cena a todo vapor, mejor dicho, a todo horno. Chau, mañana no te esperaré porque si no, me quedo otra vez en los dos turnos.
Cariños. Ami.
Así debe ser.
La escuela, para aprender a convivir y respetarse.
Son cosas que se hacen por convicción, nada extraordinarias,
sencillamente, se hacen, sin esperar premios.
Queridísimos padres:
¡¡Estupenda noticia!! Por fin en Morón. Ni se imaginan lo felices que estamos, las nenas se pusieron a bailar de alegría. Sé por qué lo decidieron. ¡Gracias! me siento muy apoyada.
A pesar de las dificultades, sepan que llevamos una vida hermosa, aunque la situación actual se complica día a día. Por otra parte, desde que asumí el cargo de directora, la diversidad de tareas a veces nos supera. Lograr que los chicos aprendan requiere mil tares inherentes: conseguir libros de estudio y de cuentos, guardapolvos, zapatillas, útiles, lograr que la cooperadora ayude a organizar encuentros de familias, funciones de cine, de teatro, mateadas, actos don-de participen todos; además de lo rutinario: que no falte la merienda, que funcione el micrófono, que cambien vidrios y lamparitas, conseguir cortinas, estufas, ventiladores, el papelerío administrativo y tanto más…
Estoy aprendiendo a delegar, a no estar en todo y confiar más en mi compañera de equipo y en el personal a mi cargo. Queridos, estamos a pocas cuadras, qué felicidad; es una fiesta para nosotros. Los adoro. Ami.
***
¡Hola, Ami! Ahora me doy cuenta, es una bicicleta nueva; pensé que a la negra la habías pintado de verde, ¡pobre!, entiendo tu enojo…
Volviendo al tema del patio dividido; ya Elsa me había dicho que les enseñó a los hombrecitos de su grado a jugar al elástico, a la rayuela y hasta a saltar a la cuerda. Están muy entusiasmados; lógico, son chiquitos, pero hay una situación con los de sexto y séptimo: se burlan, a pesar de que los vi escribiendo en el mural del patio junto a las chicas, ¿leíste lo que ponen?, se escriben y contestan, dibujan grafitis, corazoncitos. Ni una palabrota, ni un insulto como los que borró Jesusa de las puertas de los baños. Hablando del tema: qué buena idea la de Luisa: con sus alumnos las pintaron de blanco, ¿las viste?
Las nenas pusieron plantas y están encantadas con los espejos. Juan colgó uno en el de los varones. Sí, Juan, el papá que tanto se opuso. Como si los hombres no se miraran al espejo… Izaron la bandera el “grupo de pintores de puertas”.
Te aviso, Luisa se quedará mañana con ellos después de hora para dibujar más rayuelas y pistas de autitos, con el esmalte que nos donaron; es el que se usa para pintar el asfalto. Aprovechó para enseñarles proporciones, además, un juego que no conozco de círculos concéntricos. Me mostraron los bocetos, emplearon reglas, compases, transportadores… qué mejor.
Chau. Vera
***
Buen día, Vera. Ni bien entré, las nenas casi me arrastraron para que jugara un partido a la rayuela; me ganaron… esta Luisa es una genia, me agrada verla a ella jugar con jean y zapatillas.
Fijate por favor, si trajeron las autorizaciones para que
darse después de hora; evitemos problemas. Acaban de invitarme a presenciar una clase en sexto grado. Hasta mañana. Ami
***
Apaga el horno, el olorcito le dice que está todo listo. Guarda los cuadernos, coloca el mantel más lindo en la mesa y se dedica a peinar a sus hijas. Les pone moños nuevos en las colitas. Elige la música y juega con ellas mientras esperan al papá.
A las 11 cenan las tres solas.
Pensamientos ambivalentes la dominan: enojo, al suponer que él priorizó la causa antes que su cumpleaños, y una angustia sorda que la estremece. Se pregunta, ¿hoy llamarán a mi puerta?
Se conocen de toda la vida; el amor y los desvelos de los dos habían creado una prodigiosa complicidad que nadie percibía, era como una burbuja habitada solo por ellos.
Con los años fueron creando una melodía propia enriquecida por los aportes de cada uno.
***
—Ma, ¿puedo ir con este vestido a la escuela mañana?
Acepta.
Evita las acostumbradas discusiones cuando la pequeña elige ropa de pleno invierno con 30° de temperatura, o un solerito en días de 0°.
— Ma, ¿me contás Los músicos de Bremen?
— ¿Otra vez?
Se sienta a su lado y comienza.
La mayor aparta Mujercitas sobre la sábana para escuchar el cuento tantas veces repetido.
—Ma, ¿por qué te gusta ser maestra?
—A los seis años sentaba a todas mis muñecas y muñecos en almohadones y repetía las clases de mi maestra de primer grado, una jovencita de cabello largo y ojos claros que nos trataba con dulzura; siempre quise ser maestra.
Las abraza y besa prometiéndoles un hermoso paseo los cuatro, el domingo siguiente.
Apaga el velador, segura de que la mayor lo encenderá en cuanto salga para continuar leyendo hasta el enojo habitual de la madrugada.
No sabe si acostarse o esperarlo.
***
De pronto todo fue silencio.
Él no llegó.
***
Ami se ve a sí misma como un recuerdo ajeno.
Se pregunta si toda su vida será así.
Tenía quince años y él veinticuatro cuando lo detuvieron en la cárcel de Devoto.
Recuerda hasta el ritmo del traqueteo lento del tranvía, mientras retumba la duda de si la dejarán pasar.
Recuerda también que le habían conseguido una tarjeta de visita que decía ser la prima, pero ¿qué le pasaría si le preguntaban detalles?
Llevaba empanadas que habían preparado con su mamá la noche anterior para los presos políticos, estudiantes detenidos en el famoso Cuadro 10. No le había contado que estaba enamorada de un joven que le llevaba diez años. Su madre se hubiese desmayado del susto, aun la consideraba una nena.
Recuerda que la revisó una enorme mujer policía de aspecto maléfico. Con voz de fumadora empedernida, le ordenaba: “separe los brazos, las piernas, abra la bolsa”. Con un cuchillo fue cortando al medio cada empanada para cerciorarse de que no ocultaban nada y en actitud amenazante, la empujó hacia un corredor largo rodeado de rejas, mientras, con una sonrisa irónica, le dijo que esperara.
En el rincón más alejado de la puerta, había una mujer llorando, vestida de negro. Se le acercó y le preguntó a quién venía a ver; resultó ser la madre de él. La desconsolada mujer, mientras esperaban que lo trajeran, le fue relatando, con su acento gallego, su vida y la de sus hijos. A él lo había tenido de soltera. El padre provenía de una familia más pudiente y a ella nunca la aceptaron porque era muy pobre. Entonces, le juró que no iba a dejarlo ver a su hijo hasta tanto no se casaran. Y así fue, recién al año, el niño recibió el apellido de su padre; la ceremonia de casamiento fue solo por civil, con dos amigos como testigos porque los suegros se negaron a asistir. La mujer le aseguró que esa debía ser la causa de que su hijo fuera tan rebelde.
A los dos años tuvieron otro hijo; como la vida en España era muy dura y a su esposo le tocaba hacer el servicio militar, ahorraron para abrirse camino hacia “La América”. Primero se fue el esposo, quien a los dos años pudo mandarle el pasaje a ella y, trabajando los dos, cinco años después lograron juntar lo suficiente para traer a la abuela materna y a los dos niños, pero un terrible acontecimiento motivó que la abuela no viajara nunca a la Argentina; cuando estaban por salir murió el hijo menor de meningitis. Tenía ocho años, la penicilina no se había descubierto aun.
La abuela no quiso dejar sola la tumba de su nieto.
Ami la rodeó con un abrazo, sintió el gran sufrimiento de esa mujer que no pudo ver más a su hijo. Las dos simpatizaron desde ese día (qué forma tan extraña de conocer a quien sería su querida suegra). Mientras esperaban, le siguió contando su triste historia. Le decía: “nunca más pisaré mi tierra, mi hijo mayor, que ahora está detrás de estas rejas y quién sabe si sale con vida, no quiso dejar sola a mi madre. La ayudó en las vides, la huerta, en la fabricación del vino, en su venta… Como vivíamos bajo el terror de Franco y en mi pueblito gallego no había futuro, logramos convencerlo de que viniera. Mi madre quedó con una familia muy querida. Cuando llegó Buenos Aires tenía 17 años; a mi esposo apenas lo recordaba. Aquí terminó el secundario de noche, trabajando ocho horas diarias. ¡Estábamos tan orgullosos de él! Mi marido les mostraba los boletines de calificaciones cubiertos de diez a nuestros amigos gallegos con quienes nos juntábamos en casa, casi todos exiliados de la dictadura franquista, la peor guerra entre hermanos, y ahora, fíjate. No pudo continuar hablando…
Mientras Ami estaba atenta a cualquier ruido de pasos, desfilaba por su mente el día en que se habían conocido. Fue en un picnic de la primavera organizado por la juventud de una agrupación política de izquierda. Lo descubrió al escuchar la voz de un apuesto muchacho entonando en gallego una canción que le había oído a su padre, “Oliñas veñen, ¡siempre la música! Ese día fue tan fuerte el hechizo de ambos, que de regreso del picnic, él la acompañó a su casa.
De golpe, el lugar que ocupaba Gregory Peck en sus sueños platónicos adolescentes, desde el día que Ami vio “La princesa que quería vivir”, allá por 1953, fue encarnado por aquel joven hermoso, con garbo y sangre española.
Meses después se enteró que había caído detenido; el escenario ya no quedaba en Hollywood.
La sacó de la ensoñación el chirrido estremecedor de la reja.
Durante los breves minutos de visita, él les contó que dormía en un camastro y que el de arriba lo ocupaba Osvaldo Pugliese. También les explicó por qué lo habían apresado; les dijo que, si bien su trabajo como cajero de Coca Cola era excelente y a él le pagaban muy bien, había participado junto a los empleados en la organización de una huelga, porque los dueños les habían prohibido afiliarse al sindicato obrero.
Una huelga en Coca Cola en pleno verano… fue más de lo que la patronal yanqui estuvo dispuesta a tolerar. Detuvieron a los dirigentes y fueron a parar a la cárcel de Devoto.
***
A los tres meses salió en libertad gracias a decenas de movilizaciones populares. Además, lograron que nacionalizaran Coca Cola, pero él perdió su empleo.
La mañana en que lo liberaron, antes de ir a su casa, pasó por la de ella, en Villa del Parque. Cuando Ami abrió la puerta, él la abrazó hasta quitarle la respiración ante los ojos azorados de su madre, gran lectora de novelas de amor. Cada vez que revivía ese momento, estallaba en rojo vivo y un temblor volvía a recorrerla de pies a cabeza.
***
Fue quedándose dormida. Casi amanecía cuando en un sobresalto comprendió que algo muy malo pasaba. Preparó un bolso con documentos, su portafolios, ropa, y como una autómata trató de organizarse. ……………..
Incertidumbre, miedo.
La vida seguía, impulsada por el trabajo diario.
***
¡Hola, Ami!, ya tenemos gas. Parece que el Ministerio no había pagado la factura… perdoná la letra, estoy en primer grado. Sofía no vino porque su hijita se enfermó. Les conté un cuento; te escribo mientras lo ilustran.
Hay una situación que no vas a creer. Recorría las aulas contenta apreciando como marchaban los preparativos del acto y casi infarto: la escultura del poeta sufrió un ataque de presión. Hasta ahora, vos lo sabés, solo lo habíamos encontrado con una bufanda, pipa, sombrero… y a los más chicos mirándolo con temor por su abundante cabellera y barba, pero hoy Jesusa lo pintó con antióxido. Y qué orgullosa está de su obra. No podés negar que es un gesto poético. Me dijo que terminó de pintar las latas de las plantas y como le sobró pintura...
Luz asegura que jamás volverá a ser blanco porque el antióxido no sale del mármol. Che, ¿vendrán al acto los sobrinos del escultor?, qué papelón, me muero.
Mejor me tomo un té. Están pasando Haendel, me tranquiliza bastante.
Hasta mañana. Vera.
***
Vera, no sé si reír o llorar, no me convencen demasiado las estatuas, ni las mascarillas. No pude decirle nada a Jesusa. Me hace acordar a una talla de Beethoven que había comprado mi papá para adornar el piano. Entre escala y escala, levantaba los ojos y allí estaba él, desde el yeso, porque no creo que haya sido de otro material, con su melena revuelta, vigilándome enojado, casi provocador. Pienso que esos ojos reflejaban la impotencia al no poder oír su música.
En fin, volviendo a nuestro poeta, sufrirá de presión alta para siempre…
Sigo firmando boletines.
Cariños. Ami.
***
— Yamila, ¿vos la tuviste a Violeta en cuarto?
— No me acuerdo, ¿por?
— Una chica alta que parecía sonámbula. Leé esto.
***
¡Hola, Vera!, novedad insólita: fui a conversar con Violeta por la falta de corrección en los cuadernos desde hace una semana, y el grado estaba solo. Jesusa la sorprendió fumando en el baño. Dejé pasar media hora para calmar mi dis-gusto y regresé; dormía apoyada en el escritorio…sí, como te digo, ¡dormía! Primero pensé que se había desmayado. Le hablé, la sacudí y empezó a decir incoherencias. Los nenes mudos, paralizados. Tus sospechas eran ciertas. Me confesó que es adicta a las pastillas; ¿nadie se dio cuenta? ¿Y el examen médico que nos hacen antes de darnos suplencias? La mandé a secretaría, no quería. Mientras la acompañaba, casi a la fuerza, me iba diciendo que ella no molesta a nadie, que nunca les hizo mal a los nenes.
Yo le dije que no me creía dueña de la verdad, nada de eso, pero que en mi opinión, no estaba en condiciones de dar clase.
La dejé con Lilia, la pobre no entendía. Atendí su grado y antes de irse le solicité que viniera pasado mañana a hablar con nosotras.
Me voy a quedar en tu turno para que la convenzamos de que tome licencia o renuncie; si no, vamos a tener que informar a Inspección. ¿Vos qué pensás? Si le iniciamos un sumario no conseguirá otra suplencia en su vida, aunque, creo que sería lo mejor.
Me pregunto cuándo tendremos un día tranquilito.
Te dejo. Ami
***
¡Me pareció que Violeta se daba con algo, no pensé en pastillas! ¿Durmiendo? Ami, pobres nenes, con razón tanta apatía, se olvidó que a los alumnos sí hay que hacerles algo.
Sí. Enseñarles.
Mirá, che, cada vez que intenté charlar con ella acerca de la marcha del grado, terminé enganchada escuchando sus confidencias y elucubraciones: que el novio la faja, que hace rato la engaña, que lo va a seguir pero que está en duda… eternamente en duda… Ni una pizca de amor al trabajo. Hay que convencerla de que haga un tratamiento urgente; su escepticismo me agota y los chicos no tienen la culpa. Por mí, que se vaya al diablo o se busque otro empleo.
La seguimos mañana. Un beso. Vera.
***
— Anoche casi me desmayo, no sabés lo que descubrí en un sobre chiquito.
— ¡Plata!
— No, Yamila, nada de plata… la dire tenía una doble vida.
— No me jodas, ¡un amante!, ya me parecía… tan santita…
— ¡Cuidando la boca!, decime, che, ¿vos no podés pensar en otra cosa?
— Desembuchá, Consuelo, dale.
— Mejor, llevátelo para copiar y mañana lo comentamos.
— A ver…
— ¡No, no!, abrilo cuando llegues a tu casa. Es un relato extraño, se ve que se le traspapeló, no lo copies.
Esto que pretenden dejar de lado, deben incluirlo.
No lo duden.
***
La noche que él no llegó. Aquel coche verde allí, en su esquina, inmóvil, ocupado. Olvida el miedo. Antes que nada, lleva a sus hijas con los
abuelos. Tan chiquitas… no, no deben saber, todavía. Papá se fue de viaje, les miente. Da un gran rodeo para evitar el riesgo que implica entrar a la casa de sus padres. Aparentemente, nadie la siguió.
Mientras tanto, ellas compiten por contarle las novedades, felices de ir a la casa de los abuelos.
Sus pensamientos giran a mil por hora planeando las próximas acciones: dejar las nenas, ver a la compañera de enlace, volver a casa.
Ya allí, con urgencia, atina a recoger los documentos de los cuatro, la poca plata que les quedaba para llegar a fin de mes; guarda en un bolso los útiles, guardapolvos, camperas, botitas de lluvia, las muñecas preferidas, la pollerita tableada que siempre elige la hija menor, algunos libros de la Colección Amarilla que devora la mayor, y regresa. Su padre la recrimina y le repite lo que le había sentenciado: “El viaje a Cuba de tu marido les traerá problemas…”
Cuando oscurece, les dice a sus padres que va a ver a una amiga, pero vuelve a su amada casa, sola, afligida, observando la calle desierta. En esos años, el circuito del miedo era muy difícil de desactivar.
Les pregunta a sus vecinos; no lo habían visto. Una ráfaga de desasosiego la paraliza, el corazón le late en la garganta. Debo tranquilizarme y pensar.
Entra como una ladrona, extraña el recibimiento acostumbrado: ¿Te trajiste la escuela al hombro?
Tiene mucho frío.
Busca cartas, informes, carpetas, fotos, noticias, publicaciones... Acarrea todo a la azotea y lo va quemando dentro de una lata… cuando solo ve cenizas, la esconde como puede.
En medio de esa noche helada, escucha un ruido aterrador; cuatro tipos vestidos de civil, fuerzan la puerta y entran de golpe. Son cuatro y parecen mil; desenfundan sus itacas y comienzan a hurgarlo todo, desquiciándolo.
Le preguntan por el nombre de él.
— No lo conozco. Aquí no vive —, recita la lección tantas veces temida.
Se reparten. Al mismo tiempo están en todos lados.
El que parece ser el jefe le pregunta y repregunta con in
sistencia mientras los demás rastrean cada rincón.
La pila de libros sospechosos crece en el medio de la sala. De paso, hacen desaparecer los pocos objetos de valor que hallan y se llevan los relojes; dinero no encuentran.
Su biblioteca, despojada. Allá van los amigos queridos. Hasta una enciclopedia, ¿será peligrosa? piensa con una cabeza que no es la suya. Y los de él: Marx, Engels, Mao, Fidel, Neruda…
Durante la requisa, uno le pregunta al jefe:
— ¿Cacao, va? —, le dice: el chocolate puede quedar—. Era el libro de poesías de Guillén. Su nombre figuraba en la dedicatoria de varios libros. -No
lo conozco. Aquí no vive -continúa repitiendo.
— Ah, conque no lo conoce, y este libro dice: con cariño, a… La pescaron…, no había que ser tan inteligente. Se le va el miedo. Siempre le pasa igual, la asalta después.
Recuerda que esa mañana les había contado a sus alumnos la hoguera que hicieron con los libros del Quijote... ¿casualidad?
Llama a gritos a su vecino policía, quien acude asustado, revólver en mano.
—Señores, -explica el buen hombre-, doy fe que es una familia de gente trabajadora que no anda en nada raro—. Lo hacen firmar un papel y se van.
¿Será que la salvó el policía?
Se llevan todo, sin tocarla.
Esa misma noche en la casa de sus padres reciben una llamada salvadora.
Quiere volar a la comisaría de Hurlingham pero no le alcanza para un taxi. Toma un colectivo que no llega nunca.
Le dicen que allí no hay nadie con ese nombre.
Lleva horas esperando, sabe que detrás de esos muros está él.
Un policía la amenaza para que se vaya. Le grita exigiendo que solamente quiere verlo, solo un minuto, le dice, y me iré. La sacan de un brazo a la calle.
Se sienta en el banco de la plaza, frente a la comisaría de Hurlingham; está helado. El policía cruza y la amenaza. Ella le dice que la plaza es pública.
Lleva horas esperando. Sola.
A la noche siguiente la acompaña su hermana. Se queda hasta el amanecer en la plaza, distanciadas una de la otra. Habían acordado que si no regresaba debía correr y avisar a su contacto.
Piensa: esto debería escribirlo, como una búsqueda de sentido, aunque todavía no es tiempo, me faltarían palabras.
Al segundo día, durante el cambió de guardia se lo dejan ver un instante. Se asustó al notar su palidez y los ojos dilatados. Un rayo de sol que se filtraba lo hiere sin proponérselo.
— ¿Y las nenas?, yo estoy bien—. No le cree. La indefensión los envuelve, se engañan, gritan en silencio. Muchos de sus amigos habían desaparecido. Las reuniones eran secretas y nadie de afuera conocía el sitio donde ocurrían pero a pesar de esas precauciones, cuando lo detuvieron en Hurlingham, fue por un delator.
Sí, esto fue así; ocurrió de este modo.
Fue cierto.
***
¡Buenos días, Ami!… qué buena la reunión de tu cumple, aunque, “a la que te dije” no le gustó nada que estuvieran las auxiliares. Para mí, se cree la hija de Anchorena. Qué pena que tu marido no regresó del viaje, todos querían conocerlo.
El corte de luz que tanto te amargó favoreció el clima que buscábamos. Las velas nos salvaron. A esa hora estaría todo cerrado. Daniel dijo que seguramente la culpa fue de los spot que pusiste en el jardín, mirá que sos loca, con tu afán de tener todo lindo casi dejás a oscuras a la manzana completa.
Che, ¿no pasará lo mismo en la escuela cuando los chicos del teatro estrenen la obra y pongan todas las lámparas? Fui a ver un ensayo. Buenísimo. Cómo enseñan nuestros exalumnos, aprendieron mucho en el Centro de Arte donde trabajás. Para mí, lo mejor fue el collage con las obras de Alejandro Casona. ¿Viste cuántos chicos de sexto y séptimo actúan? Y eso que ensayan los sábados.
Luz se comprometió a venir para cuidar el orden, sabés cuánto le gustan las actividades artísticas. Daniel dijo que la acompañará, (¡ejem!).
Ya hice el acta y la firmó. Le aclaré que si surge algún problema nos avise así la reemplazamos.
***
La trama invisible del compañerismo se fue afianzando. Una empatía cómplice circulaba en el grupo y la abstraía de lo que dejaba Ami al transponer el umbral de la escuela. A los diez días lo liberaron. Entonces, pactan brindar en cada almuerzo y cena que los encontrara juntos. Ella no pudo explicar en la escuela el motivo de su alegría. Solo dijo que él regresó del viaje.
***
¡Hola, Vera! Te voy a pedir un gran favor, es muy importante para mi familia. Es posible que venga “alguien” a preguntar por mi dirección.
Te ruego que no se la des. Podés decir que no sabés dónde guardo el registro de datos. Muchas gracias. Te explicaré personalmente.
Cariños. Ami
***
…No te preocupes, Ami, diré que tuvimos que tirarlo porque se empapó de aguas servidas en la última inundación. No preciso que me aclares nada.
Suerte. Vera.
Los obstáculos parecen insalvables.
Nubes negras se ciernen sobre el país.
Y la escuela no espera.
***
Al principio se preguntaba por qué a mí. La respuesta estaba incluida pero oculta, agazapada, silenciosa; comenzó a pensar: ahora que me sucedió, qué puedo hacer, cómo deberé actuar.
A medida que las hijas crecían, se tornaba más difícil vivir en clandestinidad, pero se jugaban la vida.
Iban desapareciendo compañeros y todos callaban, aterrorizados.
Habían albergado durante meses a camaradas perseguidos que no tenían dónde ir. Para las nenas eran tíos que venían de lejos y pasaban un tiempo viviendo en la casa, durmiendo en la sala.
Los que tuvieron posibilidades económicas emigraron a España o a otros países.
A los que sobrevivieron, los reencontraron años después, cuando volvió la democracia; democracia bastante limitada, pero democracia al fin.
Situaciones complejas, impredecibles.
Perder las raíces, añorar, sentirse desterrados.
Ellos se quedaron por convicción, como un acto de valentía para vencer a la dictadura.
Antes, sus hijas jugaban en la vereda con todos los chicos de la cuadra. Subían a los árboles. La acacia fue creciendo con ellas, de modo que siempre pudieran subirse. Entre las ramas colocaban almohadones, ataban cuerdas, subían juguetes… Era su guarida.
Cómo explicarles, tan pequeñas, que dieran otra dirección, que no invitaran a casa a sus amiguitos del barrio anterior, que cuando les preguntaran a qué se dedicaba su papá, dijeran que era viajante de comercio.
El país convertido en tierra de exilio.
***
La ilegalidad en que vivieron durante los años de dictadura evitó que visitaran su casa la mayoría de las amistades que hasta entonces habían cosechado; algunas no resistieron el paso del tiempo.
Salvo los familiares, los muchísimos amigos que estuvieron en la fiesta de casamiento no supieron su dirección. Ellos perpetuaron su misteriosa intimidad: un revolucionario debía vivir clandestino, estaba naturalizado, lo sabían muy bien.
Desde junio del 1966 los gobernaba el miedo. Las hijas tenían cinco y tres años.
A Illia lo habían depuesto como a un tonto, y así lo consideraba gran parte del pueblo, tal vez por su honestidad, por llevar una vida humilde y no utilizar influencias a su favor.
Entonces empezó la noche. La dictadura de Onganía impuso la Doctrina de la Seguridad Nacional, logró la “profesionalización” de las FFAA, eliminó a los partidos políticos y al parlamento; terminó con el derecho de huelga, reprimió sindicatos, cerró universidades. Coartó todas las posibilidades de expresión.
Como contrapartida al gobierno militar, se produjo la explosión del pueblo en “El Cordobazo”. Los padres y hermanos de Ami, por entonces vivían allá, en plena ciudad de Córdoba y ella temblaba por temor a perderlos.
Después, vino el Rosariazo. Más luchas, más represión, más muertes y… ¡lo que les esperaba…!
Ami se quejaba con Marianela, la única que sabía los entretelones de su vida familiar. Le contaba: él llega tardísimo de las reuniones y nunca sé a ciencia cierta si regresará. Vivo asustada, con el corazón en la boca.
Ella intentaba tranquilizarla con diferentes ideas. Una le hizo gracia y le sirvió para reflexionar: ¿y si fuese un violinista que trabaja en una orquesta?, tendrías que aguantarlo todo el día en tu casa ensayando y volvería tarde también.
Sabía que no debía quejarse de su vida. Él tenía ideales y luchaba con valentía para concretarlos, amaba a sus hijas y a ella como desde el primer día.
Juntos fueron sorteando difíciles travesías.
***
Esta vez te pesa más la escuela; ya verás que pronto vamos a vivir en paz, ¿no le habrás contado nada a las maestras, verdad? Me ofendés, ¿pensás que soy inconsciente? No, eso nunca, discúlpame, tomemos un tecito y charlemos, ¿te acordás cuando nuestra chiquita se apareció eufórica con una rata muerta como trofeo de sus andanzas?, y vos, que les tenés pánico, debe ser algo típico en las mujeres, ¿verdad? Creo que sí, y ustedes hasta las ven con simpatía… como para olvidarme; la habían descubierto en el baldío de la esquina, donde jugaban a los indios y hacían chozas con ramas… ha pasado tiempo ya. Casi te desmayás, pensabas que se iba a enfermar de fiebre bubónica, ¡pobre, hija!, la metiste en la bañadera para desinfectarla, por poco con lavandina, y las dos riéndose a carcajadas. Sí, y vos también, no lo olvido.
Pensó:
Era ella quien estimulaba esas correrías, leyéndoles cada noche cuentos fantásticos y de aventuras. Invitaba siempre a jugar a seis o siete vecinitos. Creaban funciones de teatro y de títeres. En los días de sol, preparaban postres y los comían arriba del árbol o los llevaba a todos a la plaza de Haedo porque tenía unos juegos novedosos: hamacas fabricadas con neumáticos, sube y bajas hechos con tachos cilíndricos, redes para treparse, puentes de madera. Era uno de los paseos preferidos por todos…
¿Y cuando la mayor se fue sin avisar?, recuerdo que me con-taste que anduviste como loca por todas las casas de los vecinos. Sí, vos no estabas, suerte que siempre nos tocaron buenos vecinos, Don Francisco sacó el coche para seguir buscándola y me acompañó a la comisaría, nada menos, ¡fue horrible! Lo sé, pobre, pensaste que la habían secuestrado. Sí, y ella lo más tranquila, investigando en la biblioteca de Morón porque debía presentar un trabajo al día siguiente; mirá, cuando la vi, la llené de besos y al mismo tiempo tenía deseos de darle una paliza... qué atrevida, con diez años, ya se creía independiente.
***
Ami recuerda indignada cuando desapareció la secretaria de prensa de CTERA; que había sido su amiga. Ella y otras docentes reiteraban como un axioma para justificar lo inadmisible: “algo habrá hecho” o “por algo será”, palabras que le llegaban como ráfagas de latigazos.
¡Eso, es cerrar los ojos!
Ya lo comprenderán.
La complacencia de muchos con los golpes de Estado a partir del 76
y la aceptación de la violencia provocó un tajo insondable en la sociedad.
***