Читать книгу Entretelones de una épica pedagógica - Lury Iglesias - Страница 8
ОглавлениеRECREO
—Guadalupe, te dejaste los anillos en la pileta de nuestro baño.
—Ay, gracias, me los saqué para no mojarlos.
— En la fiesta del sábado tenías uno en cada dedo, ¿te los regala tu marido? (por lo bajo) es millonario, ¿saben? —Sí, en cada aniversario me regala uno de oro con la pulsera haciendo juego. —Con razón… —Che, vieron qué alegre es la casa de la dire.
— Yo me quedé con las ganas de conocer al marido, dicen que es un churro bárbaro.
—Sí, un día los vi a los dos paseando con las hijas; el tipo parece un galán de cine…
— Shhh, se acerca Daniel.
…………
—¿Qué andan chusmeando, chicas, puedo saber?
— Nada que te incumba, muchacho, ya quisieras vos…
— Hablaban de hombres…
— ¿Cómo adivinaste?, de uno en especial, ¿vos conocés al marido de la dire?
— Madre mía, con ustedes no se salva nadie. No, no lo vi en mi vida.
***
Ni te imaginás cuánto sentí no haber podido estar en la reunión que organizaste en casa con el personal de la escuela; ni el frío ni los golpes me dolieron tanto. Lo sé, querido, lo sé. Pasé la primera noche caminando para desentumecerme del frío terrible del calabozo, sin saber qué hacer con el papel que escondí en el calzoncillo; no lo descubrieron, me sacaron las llaves de casa, el poco dinero que llevaba y hasta el cinturón… nada de lágrimas, venga ese abrazo, ya estamos juntos otra vez; olvidemos.
¿Olvidar?
Olvidar es lo contrario de la memoria y la memoria no pide permisos.
Los recuerdos se acumulan y están en permanente construcción. Se agolpan mezclando las vivencias originarias.
Algunos duelen y otros regocijan.
Los hay nostálgicos, angustiantes, sombríos: tristes. Risueños, venturosos: felices…
Unos y otros, a pesar de su fragilidad, perduran, capaces de mantenerse vivos,
y aguardan, sin darse por vencidos, para emerger a la superficie,
inducidos por una brisa, un abrazo, una lágrima, un aroma, un sabor…
Sin memoria, no hay justicia.
***
¿Olvidar?
Él no olvida:
A todo volumen, la radio no logra ocultar gritos aterradores.
Le colocan esposas con las manos detrás y lo empujan por un pasillo inmundo.
El guardia lo deja pasar al baño.
Él pide que le quiten las esposas -un olor pestilente le produce náuseas-, saca el papel con las direcciones de los compañeros y lo rompe en pedacitos. Los había anotado en un trozo de diario. Tira la cadena del retrete y ve algunos pedazos flotando en el agua. Intenta nuevamente pero el tan-que no se llena.
— ¿Para cuándo, che? —le dice el tipo y lo arranca de un empellón. Le coloca las esposas y lo arroja en la celda de mala muerte.
Un hilo de luz se filtra por un insignificante ventanuco a la altura del techo que deja ver un cuadrado de cielo cruzado por rejas. Entonces, fantasea con los ojos claros de sus hijas, siempre chispeantes y pícaros. Se dice que tiene que ser fuerte. Se para arriba del destartalado catre pero no alcanza a ver hacia fuera, se pregunta dónde está, quién lo habrá delatado. Un traidor entre nosotros… a quiénes más… mil preguntas que no puede responder aun.
En la penumbra, sobre la pared opuesta a la puerta de rejas ve una sombra movediza y escucha a una mujer. Qué extraño…
—Oiga, no se asuste.
—Quién está ahí.
— ¡Sshhh! Tome esta manta, deme un número de teléfono que aviso. Soy la mamá de su vecino de celda. Me dejan entrar una vez por día para traerle comida. Hace un mes que está encerrado esperando el juicio, ¿a usted también lo agarraron afanando? Por suerte a él no le pegaron tanto: tenga cuidado con lo que les dice.
—Gracias, buena mujer —le da el número de los padres de ella y le pide que no los asuste.
La señora sale de la comisaría. La revisan sacándola a la calle de un empellón pero no encuentran el papelito salvador. Se hace la ofendida y tiene el coraje de preguntarles: “¿qué tal estaban las empanadas que le traje a mi hijo?”
Exhausto, se envuelve en la manta y se tira en el catre, más congelado que un témpano. Imagina que pronto vendrán por él. No logra dormir. No tiene con qué escribir, raspa la pared con las uñas. Los dientes le rechinaban, nunca pudo soportar ni una tiza rayando el pizarrón. Escribe MCJ y la fecha, 1 de mayo de 1976.
De pronto escucha las llaves. Lo arrancan de golpe. Respira hondo y piensa en la picana. Se va repitiendo una y mil veces: no sé nada, están equivocados, es un error. No sé nada, están equivocados, es un error.
Comienza el hostigamiento.
— ¿Y esto, hijo de puta? —le muestran los trozos de papel mojado rescatados del agujero.
Martilla la retahíla: —Señor, no sé nada, están equivocados, es un error.
Olvida el miedo y con una voz que no es la suya le dice: ten-go derecho a hacer un llamado telefónico— recibe por respuesta una risotada — ¿conque eso también?, ¿no escuchaste el comunicado de la Junta Militar?, ¡ah!, y nada de señor: ¡Comisario! —Le asaltan deseos de burlarse: Disculpe, no sabía que los comisarios no eran señores, pero se contiene.
Lo encierran otra vez. Y otra vez, cientos de sospechas y una sola certeza: no debo flaquear.
De pronto reconoce la voz de ella a los gritos, exigiendo verlo.
—Yo sé que está acá, ¿cuántas veces debo repetírselo? Lo sé de muy buena fuente y les costará caro a todos.
Su amada voz inventa argumentos.
Silencio. El grito enmudece, inasible.
Un estallido de preguntas convierte su cabeza en un caos sin salida.
***
La madre del ladrón nunca supo que gracias a su mediación habría un desaparecido menos. Ami sí lo sabe.
Le había prometido a la vice contarle por qué creía tener una deuda de honor con esos jóvenes. Fue mucho después.
Los ladrones: un capítulo aparte de su vida.
A los dos meses de casada entraron a su casa una noche de carnaval. Habían ido a bailar y al regresar quedaron congelados: todo dado vuelta, se llevaron hasta los regalos de casamiento.
De noche la asaltan miedos terribles.
Sueña que vuela; planea mirando hacia el sol y de pronto aparece la misma alucinación recurrente; una fuerza amenazante la hunde en un pozo y le muestra la fragilidad del hogar que habían construido con tanto sacrificio.
Al despertar, su universo onírico se esfuma y la vorágine de la vida cotidiana la devora, inundándola de optimismo, nuevamente.
Ahora… Buscar otra casa, otro barrio, cambiar a las hijas de escuela, mentir, borrar rastros, desaparecer sin irse.
Desea que la severa voz que siempre la juzga sea un poco más indulgente. Entonces, se permite sentir un genuino orgullo por sus luchas en CTERA, sin haber faltado ni un solo día al colegio. Su padre había sido secretario del sindicato de los viajantes y le inculcó a fuego que eran funciones que se cumplían por convicción, paralelamente al cargo, sin recibir ningún dinero por ellas. Su madre también había sido un ejemplo, siempre participando en el movimiento por la paz.
***
¡Hola, Vera! No sé si estando en el grado te pasó, pero cuando yo era maestra en Villa Tesei, llegó la orden de que-mar una lista de libros entre los que estaba “Mi planta naranja lima”, de Vasconcelos; teníamos varios ejemplares en la biblioteca y fueron a parar a una hoguera en el patio ¡Quema de libros, qué espanto! Prohibidos por el gobierno militar… pienso que todos los libros son peligrosos para ellos, si serán brutos. Yo me llevé a escondidas uno a mi casa y me prometí reponerlo a la escuela en cuanto logremos que este infierno termine.
Un día llegaron cajas con guardapolvos y útiles, creo que el ERP había saqueado negocios, y la que fue mi directora tuvo tanto miedo que los devolvió. ¿Te acordás que prohibieron la enseñanza de la matemática moderna por considerarla subversiva?, qué absurdo.
Te dejo, mejor que esta nota no la encuentre nadie…
Hasta mañana. Ami
***
…Sí, Ami. También a mi escuela nos llegó la lista de libros prohibidos, la mandaron a todas y provocó una reacción tremenda. Nosotras no los quemamos, los escondimos en las casas de las maestras que aceptaron guardarlos. Reconozco que yo no me animé.
En algo no coincido con vos. No creo que los militares sean brutos, ellos hacen inteligencia militar; es más, creo que son muy inteligentes, llevan sabiamente a cabo lo que más les conviene para sus planes. Saben que ahí radica una de las caras del terror.
¿Y los niños?
Los niños sin saber, y los que sabían, callaban.
Descubrir las marcas en las grietas que los maestros
omitían por desconocimiento, o encubrían por miedo.
Seguir, resistir…
***
¡Buenos días, Vera! Estoy visitando grados porque las chicas me llamaron. Te sugiero que esperes a que te inviten. No hace falta caer de sorpresa para apreciar cómo trabajan los maestros y percibir el clima que logran con el grupo.
Se generalizó el buen hábito de iniciar las clases con diez minutos de cálculos mentales. Ya se convirtieron en rutina. Te diré que lo hago con mis hijas y me los piden como un juego. Concursos, sin premios ni calificaciones.
Observé que Silvana, (¿sabías que es fanática de las matemáticas?), al terminar los cálculos, les pide que revelen las trampitas que emplearon para llegar más rápido a los resultados correctos.
Uno de sus chicos dijo: Yo en lugar de sumar 9, sumo 10 y le saco 1 y hago al revés con la resta. Aplausos; y Silvana que les pregunta: ¿probamos? y sigue con otra serie. Una chiquita dijo, ¡Qué viva, así es fácil!
Estuve mirando cuadernos. En los problemas de matemáticas, Silvana les hace poner en el margen: “Cálculo aproximado:…”. Los chicos me explicaron que los anotan antes de comenzar a resolverlos ¡Qué buena idea! La va a comentar en la próxima jornada de perfeccionamiento.
Hasta mañana. Ami.
***
¡Hola, Ami!, ya les dije a las chicas y a Daniel que espero invitaciones para visitar los grados. Se rieron.
Buenísimo lo de los cálculos mentales, yo también los empleaba, son juegos divertidos y aumentan la rapidez mental y la creatividad.
Los ejercicios mecánicos insistentes, si bien son la mate-ria prima de las operaciones matemáticas, consiguen que los niños terminen odiándolos. Acordate cuando nos daban de tarea hojas y hojas con cuentas de dividir con comas y no sé cuántas cifras, yo las detestaba…
Hoy no pude hacer nada. Hay una situación: el plomero no logró destapar los baños, regresará mañana, te lo cedo; el cerrajero no se va más. Ninguno de los dos se parece a mi actor predilecto.
Mañana pasaré por el Consejo, espero convencerlos, sin discutir, de que nos manden rápido la suplente para quinto.
¿Te gustaría que para el acto del 25 de mayo organicemos...?, mejor lo charlamos otro día, hay tiempo.
Chau, me voy a preparar un café. Vera.
***
¿Cómo anda la escuela?, ¿siempre al hombro? No tanto, ahora es más fácil, mientras vos no estabas tenía que llevar las nenas a la escuela y correr a la mía... y lo peor, mentirles: “Papá se fue de viaje por el trabajo”.
***
Sentía pánico por las hijas y por su amor.
Cuando él regresaba y, gracias a su optimismo y valentía, aprendía a transformar lo siniestro en maravilloso; se decía: por algo me enamoré de él.
Durante la guerra de Malvinas, con el hundimiento del General Belgrano sintió que el piso se desmoronaba, el her-mano de su amiga Sandra se había ido a la guerra como voluntario. El mundo que soñó construir para sus hijas se tornaba cada vez más oscuro.
Debía olvidar el miedo.
Besó a sus hijas. “Mami, acordate de comprar los globos para mi cumple, faltan cinco días”. Y la otra: “Ma… el señor del quiosco de la esquina me regaló un álbum para las figuritas de Cenicienta ¡Tienen brillantina!, ¿me comprás?
Y la vida seguía, la rescataba con optimismo contra toda evidencia. No le dijo a él que llegaba a su escuela casi sin dormir; eso sí, ni bien entraba saludando a las compañeras y a los chicos, sus problemas quedaban en suspenso hasta la salida. Ingresaba en otro mundo, también suyo.
***
— Ay, Consuelo, y pensar que yo me hice la película de una doble vida de la dire, con amantes y todo…
— Eran tiempos muy difíciles, Yamila… ¡Ah!, encontré lo que me preguntabas: acá nos nombran a las dos.
— ¿En serio? ¿Lo copio?
— Y… a mí me gustaría, fijate.
***
¿Te diste cuenta, Vera, que la cocina es el refugio de las chicas de séptimo? Durante el recreo corren a cuchichearle a Consuelo sus amoríos; ella las aconseja con el afecto de siempre, es su confidente. Fui a prepararme un té y, apenas me asomé, escuché llorar a la chiquita de las trenzas largas y a Consuelo hablándole con su santa paciencia mientras le ataba moñitos.
Desaparecí como si no hubiese visto nada, aunque estuve tentada de meter la nariz. Siempre me cuesta dejar que las cosas sucedan sin mi intervención. Te pido que no dudes en avisarme cuando adviertas esas actitudes de mi parte.
Suerte hoy. Ami.
***
…Sí, Ami, la cocina pasó a ser consultorio sentimental; a veces veo a tres o cuatro contándoles sus cuitas y también me hago humo. Consuelo es tan buena madre que podemos quedarnos tranquilas, lástima que con Yamila llegó tarde con los consejos… y nosotras también.
En cuanto a estar en todo, las chicas saben pararte el carro. El otro día maquinaban un plan para aplacarte: estaban por pedirle a Violeta algunas de sus pastillas y diluirlas en tu té.
Chauuuu. Vera.
***
— ¡Ja! La muerte lo logró. Che, me hiciste acordar, cuando te conté que tenía náuseas, ya estaba de cinco meses. Vos me preguntabas y yo, en Babia, jugando a la rayuela en los recreos; las habíamos pintado en el patio con la seño María Luisa. Todos salíamos volando para agarrar las más lindas. Un día, la dire se puso a jugar con nosotros.
— Mirá, Yamila, casi nos matás de un infarto, no nos habíamos dado cuenta.
— Ni yo tampoco. Qué querés que te diga, nadie me había explicado nada.
—Eras una nena difícil, jugando a saltar, en tu estado. Flor de revuelo se armó con vos, un grupo de madres vino a quejarse, querían echarte.
— Esa sí que fue una situación, como decía la vice. Hasta los cinco meses no se me notaba, yo parecía una soga con un nudo en el medio, después empecé a fajarme hasta quedar sin respiración. Siempre fui flaca como un fideo y ya ves, crecí poco, eso que mamá nos daba fideos todos los días.
— Fideos… sí; por suerte nuestra merienda mejoró tu alimentación.
— Parece que sí porque Brian pesó casi cuatro quilos…
— Era un bebé precioso; me acuerdo que fuimos a verte al hospital; de tus compañeros, creo que no faltó ninguno.
—...Y pensar que yo solo había ido a bailar con el pibe.
— Sí, y el baile te lo regaló él; dejame que lo agarre, vas a ver lo que le espera.
— ¡Pará, Consuelo!, él ya tiene su familia; si Brian algún día quiere ver a su padre que lo busque, le cante las cuarenta y le diga todo lo que se le antoje. No te molestes.
***