Читать книгу Un tripulante llamado Murphy - Álvaro González de Aledo Linos - Страница 12

Capítulo 4
Islas Embiez y Porquerolles

Оглавление

El día siguiente seguía soplando del Oeste pero sin la intensidad de temporal y salimos de Frioul a las 8:30 h. Antes pasamos por las oficinas a recoger los frigolines. Al comentar con Rudi los detalles de nuestras siguientes escalas previstas me regaló la Guide Méditerranée 2016, una guía con los puertos franceses del Mediterráneo, las características luminosas de todos sus faros y el RIPAM (Reglamento Internacional para Prevenir los Abordajes en el Mar) que al parecer es obligatorio llevar a bordo al navegar en Francia. Aunque ya teníamos a bordo la Guía Imray como portulano, la que me dio tenía más detalles y se lo agradecí. Posteriormente me sería de mucha utilidad.

Desde el principio tuvimos una brisa moderada del Oeste, de fuerza 4, y el cielo despejado de un horizonte al otro. Pusimos el espí y el génova atangonado en orejas de burro, haciendo así todo el camino. Al poco de salir decidimos atravesar el archipiélago de las islas Riou y adyacentes, todas deshabitadas, para ver la cala Monasterio (43º 10,74’ N; 5º 23,08’ E) de la que teníamos muy buenas referencias. La cala nos decepcionó, pero no así los despeñaderos rocosos de Riou. Estaban llenos de Zodiac de submarinistas. Toda la costa estaba sin urbanizar y muy salvaje. Pasamos por el estrecho entre la Isla Riou y el islote Le Grand Congloue (43º 10,50’ N; 5º 23,94’ E) entre paredes rocosas de 50 metros de alto. Aunque su anchura es de menos de 200 metros la profundidad no nos generaba ninguna preocupación, pues tiene 26 metros. Lo que sí nos preocupó un poco es que íbamos a 4 nudos y con el espí izado, una vela que en caso de que algo salga mal se tarda mucho en corregir o arriar. Solo notamos que en el estrecho la mole de la isla Riou nos desventó, perdimos velocidad y la vela hacía algunos raros, pero sin trascendencia. Al socaire de la isla había otras tres barcas de submarinistas, se ve que este archipiélago es el lugar de buceo de los marselleses.

Como el día estaba tranquilo y casi sin olas, a media mañana aprovechamos para desarmar e intentar arreglar la neverita, que había dado su última bocanada unos días antes. Después de desarmarla entera llegamos a la conclusión de que no era un fallo de los cables eléctricos, lo único que hubiéramos podido reparar a bordo, sino de la CPU, para lo que el manual recomendaba dirigirse a los servicios técnicos de la compañía. Como no podíamos hacerlo navegando, tendríamos que comprar otra, lo que era pena porque aún estaba en garantía. Eso nos obligaba a cargar con la estropeada estorbando a bordo durante tres meses, para poder hacer efectiva la garantía al volver a Santander. La estibamos al fondo de la cama de popa y allí pasó todo el viaje, aunque en varias ocasiones estuve a punto de tirarla a un contenedor.

A eso de las 14 h, después de comer, el viento del Oeste roló al Sur con lo que quitamos el génova y seguimos solo con el espí amurados a estribor. Más tarde cayó del todo, el avance disminuyó a un mero arrastre y tuvimos que usar el motor. Aunque era pronto no nos apetecía seguir haciendo camino a motor y esta vez no íbamos apresurados, así que miramos en la Guía Imray los puertos que teníamos al alcance y decidimos entrar en el de la Isla Embiez. No teníamos ninguna referencia de ella. Es más, llevábamos como bibliografía importante una serie de reportajes de la revista Voiles et Voiliers sobre las islas de Francia, que habían recorrido en un trimarán de unos 8 metros, publicados en sucesivos números del año 2012, y la Isla Embiez ni la mencionaban. Tampoco la habíamos visto en los catálogos y ni siquiera sabíamos que estaba allí, pues está muy cerca de la costa y en los mapas de pequeña escala no se ve que sea una isla. Habíamos salido de Frioul sin destino fijo y fue dejarnos el viento desamparados lo que encaminó nuestra proa a Embiez. Y como pasa muchas veces, esa escala sin pretensión y tan aleatoria fue uno de los sitios más bonitos y una de las sorpresas de este viaje. Murphy: 5, Corto Maltés: 4. Tanto que volvimos a visitarla en la navegación de vuelta, contra nuestra costumbre de recalar en puertos diferentes para intentar conocer los más posibles.

A la altura de Embiez empieza la conocida como Costa Azul, aunque distintas guías turísticas nombran así a zonas diferentes, buscando ampliarla para ensanchar también sus beneficios. La isla se encuentra casi pegada a tierra (un estrecho de 125 metros muy poco profundo) al Oeste del Cabo Sicié, un enorme promontorio que se adentra unos 10 kilómetros en el mar y donde el viento siempre se acelera. Está rodeada de bajos fondos y arrecifes pero bien señalizados con marcas cardinales, así como de islotes entre los cuales no se puede navegar. La única excepción es entre el islote Grand Rouveau y Embiez. Está situado 70 metros al Oeste de Embiez, separados por un estrecho plagado de escollos pero que deja un paso navegable con 3 metros de calado, y que debe seguirse utilizando una demora (la boya cardinal Norte llamada La Casserlane al 20º) y solo con el mar tranquilo o conociendo bien el paso. Nosotros no lo utilizamos ni a la ida ni a la vuelta por su peligrosidad. Llegamos a Saint Pierre des Embiez (43º 4,76’ N; 5º 47,15’ E), el puerto de la isla, rodeando por fuera todos los islotes y escollos para no arriesgarnos. Está situado al Nordeste de la isla y por lo tanto perfectamente protegido del mistral, y de hecho era utilizado ya como refugio natural por los griegos y los romanos. Nosotros entramos a las 15:15 h de un día de pleno verano. En total habían sido 27 millas en unas 7 horas.

Nos atendió en capitanía una chica muy amable y simpática, con los dientes blancos como las rompientes, que hablaba algo de español, porque había vivido en España y en dos países de Sudamérica. Nos comentó que no recordaba ningún barco español en su isla, aunque sí rusos y holandeses (¡!). Nos explicó algunas peculiaridades del puerto. Al ser una isla privada aceptas un reglamento de régimen interior y en caso de no cumplirlo pueden echarte. Está prohibido fumar y hacer fuego en toda la isla, con excepción del pequeño núcleo habitado cercano al puerto. No se permite el camping, el ruido, la recogida de especímenes biológicos ni la circulación de coches o motos (aquí las carreteras son un poco mejores que en Frioul). La circulación de bicis está reglamentada y en algunas zonas de la isla no se permite entrar ni siquiera en bici. Hay que recoger las deyecciones de los perros, para lo cual daban bolsas en la capitanía. Y reúne todas las acreditaciones de puerto limpio y ecológico, con recogida selectiva de todo tipo de residuos y bomba de aceite de sentinas, aguas negras, pirotecnia caducada, etc., habiendo conseguido el galardón “Bandera Azul” de la Unión Europea. Además ahorraban agua al máximo y en los pantalanes no había mangueras, para no dilapidarla lavando el barco. Por si fuera poco tenía lavandería para la ropa. Después de explicarnos todo y darnos un folleto con los detalles, nos hizo el favor de llamar a dos puertos de los que íbamos a visitar los próximos días para ver si en la tienda náutica de Accastillage Diffusion tenían la nevera que necesitábamos, y como en el segundo la tenían, les pidió que nos la apartaran. Era en Sainte-Maxime, donde nos esperarían con ella el jueves, dos días después.

Por la tarde fuimos a recorrer la isla en bici. Aunque es privada se puede visitar entera. La adquirió en 1958 Paul Ricard, el de la bebida de aperitivo que es muy famosa en Francia, junto con la isla Bendor, más al Norte y que visitaríamos a la vuelta, con la intención de hacer en ellas unos complejos turísticos de veraneo. Al final le gustaron tanto que las hizo reserva natural. En nuestro viaje de vuelta estuvimos retenidos dos días en Embiez por el mistral, la conocimos aún mejor y por eso más adelante contaré más cosas de la isla. En toda ella, y la recorrimos entera, solo hay un trenecito de carretera para visitas guiadas, algún coche eléctrico de los servicios, y una roulotte enorme de los años 50 que es una hamburguesería, pero que no circula. Lo demás todo son bicis. Además tiene viñedos y fabrican su propio vino local, que se envasa en la misma isla. También una Fundación Oceanográfica que desde 1966 comparte un museo y acuarium con unos laboratorios de investigación de la ecología marina local, donde vimos un curioso y sencillo barquito para estudios de los fondos marinos, con una caseta bajo el agua. En su costa Este Embiez está separada del Continente por una zona de poco fondo (la laguna de Brusc, 43º 4,40’ N; 5º 47,38’ E) donde el mar ha sido cerrado por un arrecife de posidonia, y allí se ha hecho una especie de estanque poco profundo, entre 20 y 100 cm, plano como el discurso de un diputado, donde se estudia la fauna marina, el cultivo de peces en granjas y los contaminantes. Yo no conocía los arrecifes de posidonia. Al parecer el alga va creciendo hacia la superficie, y en su base las raíces se van endureciendo como los dedos de un anciano, asfixiándose por la basa y los sedimentos, y muriendo, y elevando el fondo hasta hacer una pared en el mar poco profundo. En aquellas aguas someras había mucha gente bañándose y en piraguas y colchonetas.


Recorrimos todo el perímetro de la isla por una senda costera ilustrada con paneles informativos relativos a temas de historia, geología, botánica o zoología. En su extremo Sur se conservaba un antiguo faro de los que se encendían con una fogata, y habían dejado, como curiosidad, un almacén lleno de yerba seca como se tenía antiguamente, para disponer siempre de combustible a mano si había que encender el “faro” rápidamente. De noche se utilizaba la luz de la hoguera y de día el humo de la paja humedecida. En las inmediaciones estaba la tumba de Ricard y la de su mujer, en la cima de un acantilado sesenta metros sobre el mar, muy rústica pues era una simple laja de piedra con sus fechas y un acúmulo circular de piedras alrededor de un montículo con su enterramiento. Paul falleció en noviembre de 1997 y su último deseo fue ser enterrado allí. En uno de los rincones del camino costero nos sorprendió el detalle de una inscripción hecha con ramas en el suelo, donde un enamorado anónimo le deseaba feliz aniversario a una tal “Van” (¿Vanesa?). Dormimos a pierna suelta en aquel puerto tan protegido, en mi caso un poco triste pues recibí la noticia de que había fallecido Lituca, una querida vecina de muchos años, ya décadas, a la que dejé muy enferma en Santander y por desgracia se confirmó lo peor.

Por la mañana esperamos a ver si por casualidad en la tienda de Accastillage Diffusion de Embiez tenían la neverita, ya que la habíamos visto en el catálogo de esta franquicia pero el día anterior había sido martes, y justo los martes cerraban por la tarde. La apertura del comercio era a las 9:10 h. Nos sorprendió esa hora tan rara pero lo comprendimos cuando a eso de las 9 h estábamos en capitanía consultando la meteorología y vimos llegar el primer ferri desde el continente. Al abrirse sus puertas descendió una marabunta de personas, por lo menos cien, y todas apresuradamente se dispersaron por el poblado. Eran los trabajadores de los comercios, que en su mayoría viven en el Continente y venían a la isla en el primer ferri. Como llegaba a puerto a las 9, se daban 10 minutos de margen para llegar a sus tiendas y poder abrir. La hora de cierre era similar, diez minutos antes del último ferri. Descendió también un camión lleno de provisiones y distintos artículos para las tiendas de la isla, que no se movió del muelle de desembarco y hasta allí venían los responsables de cada comercio, con su vehículo eléctrico, a recoger lo que les correspondía.

A las 9:30 h salimos de Embiez resignados a una etapa a motor, por el pronóstico de vientos escuálidos del Oeste, y por suerte no acertaron. Por supuesto volvimos a rodear todos los escollos e islotes por fuera. A eso de las 11 h vimos en la base del acantilado del Cabo Sicié un edificio curiosísimo, pues estaba construido cerca del mar, con forma de búnker pero la fachada acristalada, y en una excavación hecha en la roca con forma de semicírculo (43º 2,92’ N; 5º 51,06’ E). Lo más sorprendente es que tenía un aparcamiento en el que se alineaban varios coches, pero por más que miramos con los prismáticos no vimos una carretera o camino que accediera al edificio. Luego nos enteramos que es una estación depuradora y supusimos que por el mismo túnel que se había excavado en la mole del cabo para pasar las tuberías se habría excavado una carretera para los vehículos de servicio.

A media mañana el viento refrescó, y con el espí y la mayor hicimos casi toda la etapa a unos 4 o 5 nudos bajo un sol sublime como para bendecirnos. Una gozada de navegación. En total 23 millas en unas 6 horas para llegar a la isla de Porquerolles. Y no nos aburrimos. En primer lugar aprovechamos para algunos bricolajes, especialmente hacer un soporte para el taburete plegable de la cocina (el que me salva la espalda, porque me permite cocinar y fregar con la espalda recta) en el mamparo del baño. Hasta entonces lo llevábamos amarrado bajo la escalera de entrada a la camareta y se trababa con la escota de la mayor, que normalmente llevamos escurrida por el tambucho de entrada. También cambiamos el cabo que tensa el aparejillo del backstay, que estaba desgastado en su zona de paso por las poleas. Pero lo más divertido fue todo el proceso de preparación de una explosión submarina, retransmitido por la radio VHF entre las 13:30 y las 14:30 h más o menos. Ya os dije que a los militares franceses les encanta disparar al mar. Aunque encontrarse en mitad de un campo de tiro militar en el mar debe ser más difícil que hacer un as de guía con una serpiente, eso nos pasó yendo a Porquerolles. Íbamos tan tranquilos cuando empezaron a emitir por la radio un aviso de que iban a hacer una explosión submarina. Al dar las coordenadas vimos que era cerquísima de por donde navegábamos nosotros. Ante la duda de haber entendido bien llamé a Cross Med, el equivalente a Salvamento Marítimo en España, para confirmarlo. Ellos no quisieron comprometerse y me dijeron que llamase a La Dioné, el barco de guerra encargado de la explosión. No hizo falta porque toda nuestra conversación fue por el canal 16 ya que no me pasaron a otro, y me llamó a mí el capitán del barco de guerra para decirme la posición y que había que salir de la zona en menos de media hora y no acercarse a más de 700 metros. Como ya estábamos fuera de ese perímetro y alejándonos no nos preocupamos mucho, aunque nos sorprendió ver a otros barcos que se cruzaban con nosotros en dirección a la zona de la explosión, e iban tan tranquilos. Seguramente no llevaban la radio conectada, como es obligatorio. El caso es que poco después vimos emerger a nuestra popa un submarino, y aparecer por nuestro estribor una patrullera sobrevolada por un helicóptero. ¡Qué susto! Volvimos a comprobar la posición y efectivamente estábamos ya fuera de su zona, pero suponemos que ambos, y sobre todo el helicóptero, estaban confirmando que el perímetro estaba despejado. A la hora exacta, y después de varios avisos de que la explosión era inminente, hicieron una cuenta atrás por la radio, 6, 5, 4, 3, 2, 1 y... No vimos nada. ¡Vaya chasco! Nacho tenía la GoPro preparada y yo los prismáticos, pero nada. ¿Se les mojaría la carga?

Además de estas emociones también vimos y grabamos un pez luna, y mantuvimos una especie de regata con un velero de 42 pies que primero nos adelantaba gastándonos bromas y diciendo que nos esperaban en Porquerolles para invitarnos a ron. Pero entonces pusimos el espí y les adelantamos nosotros, y ya no nos despegamos de ellos hasta Porquerolles. También dedicamos un tiempo a distintas gestiones telefónicas para encontrar una nevera nueva si fuera posible antes de Sainte-Maxime, donde seguro nos la reservaban, ya que no teníamos la garantía de poder llegar a ese puerto en la fecha comprometida debido al anuncio de mistral que luego comentaré. Pasamos de largo por la rada y el puerto de Toulon (43º 5,25’ N; 5º 55,32’ E) a babor nada más pasar el Cabo Sicié, porque no nos suelen gustar las grandes ciudades y pensamos que no pintábamos nada en ese fortín, la segunda base naval militar francesa después de Brest. De común acuerdo Nacho y yo preferimos continuar y conocer la isla de Porquerolles. Pasamos por el Sur de la península de Giens (43º 1,67’ N; 6º 8,01’ E). Inicialmente esta península con forma de mazo era una isla, la quinta del archipiélago de las Hyères, pero un istmo arenoso que ahora mide 4 kilómetros la fue uniendo al Continente. Este istmo está a su vez dividido en dos en dirección Norte-Sur por un mar interior que ahora se usa para obtener sal. Desde lejos la península sigue viéndose como una isla, pues el istmo arenoso está casi al nivel del mar mientras que la antigua isla es rocosa y elevada. En 1811 un fuerte temporal volvió a convertirla en isla al deshacer parcialmente el istmo, y durante un tiempo el mar volvió a pasar entre la isla y el Continente, pero volvió a consolidarse y a ser una península. Actualmente la costa Este de la península es de uso turístico y residencial, con varios puertecitos, mientras que la costa Oeste es de uso militar y acceso restringido.

Llegamos a Porquerolles a las 15:30 h en plena forma. Es una isla situada al Sur de la citada península de Giens, y la principal de las cuatro que ahora constituyen el archipiélago de las Hyères. Las otras son Bagaud (en la que está prohibido desembarcar) y Port-Cros y Levant, que visitaríamos a la vuelta. Todas son rocosas y elevadas y se distinguen bien desde la lejanía. Siempre fueron difíciles de defender y por eso víctimas de ataques de piratas y corsarios, y no terminaban de prosperar. Por eso en el siglo XVI se les concedió el estatus de Marquesado, con exenciones fiscales que no fueron suficientes para que despegara su economía. Finalmente, para atraer habitantes y mano de obra, se les concedió el privilegio de que los criminales obtuvieran asilo e inmunidad mientras se quedasen a vivir en las islas. La mayoría se hicieron ciudadanos honestos. El privilegio se abolió en el siglo XVII y ahora viven sobre todo del turismo. Son reserva natural y en una gran parte de las aguas de su perímetro está limitada la navegación, la entrada de barcos de más de 35 metros de eslora o con motor, el fondeo, la pesca, en algunas hasta el baño, etc. Además una parte de la isla de Levant es militar, como comentaré en la visita que hicimos a la vuelta.

Porquerolles es la más grande del archipiélago, y de hecho a veces se conoce como “Porquerolles” a todo el archipiélago en lugar de “Islas Hyères” como debe ser. Su puerto está situado en una ensenada en su costa norte (43º 0,24’ N; 6º 11,85’ E). El pueblo fue construido en 1820 por los militares que entonces usaban la isla. Como en todas las islas el agua es un bien escaso y empezamos a encontrar en las torres de agua del pantalán un sistema que limitaba el tiempo de uso de la manguera, en este caso un botón verde. También en las duchas, que eran con una ficha o “jeton” de un euro y medio que duraba solo cuatro minutos. A los cuatro minutos se paraba y si no habías terminado tenías que salir a la calle enjabonado. Había que calcular bien.


Esa tarde recorrimos toda la isla con las minibicis por senderos como los del año anterior en las islas de Bretaña, más hechos para todoterrenos que para bicis, conociendo sitios preciosos. Tiene forma de arco o media luna y mide 7,5 kilómetros de largo por 2 de ancho, y su punto más alto mide 142 metros. La isla fue ocupada por diversos países de la región y tiene restos celtas, griegos y romanos, así como mosaicos y zonas pavimentadas que atestiguan su presencia. En la Edad Media fue ocupada por monjes y ascetas, como otras de las islas Hyères. Los pillajes de los piratas fueron comunes entre los siglos XII y XVI, hasta que en 1579 el rey Enrique III de Francia la compró e instaló una guarnición. Luego fue propiedad de varias familias que la adquirieron sucesivamente. Durante el período napoleónico se reforzaron las construcciones defensivas para proteger la entrada de Toulon de los ataque británicos, y son las que pudimos ir visitando en nuestro recorrido. Más tarde la isla fue comprada por una compañía que buscaba modernizarla y construyó una central eléctrica, represas, depósitos de agua que aún se conservan como pequeños lagos, y otras infraestructuras, pero su mala gestión provocó la crisis de la sociedad en 1912. Finalmente en 1971 el Estado francés se encargó de su gestión y la incluyó en el Parque Nacional de Port-Cros, la isla vecina, que es como permanece en la actualidad.

La costa Norte es arenosa y abundan las playas rodeadas por bosques de pinos y plantas aromáticas. En ella se encuentran el puerto y las playas de Notre Dame, La Courtade, y Plage d’Argent. En cambio la costa Sur es acantilada, destacando la cerrada bahía de Langoustier y la “calanque de l’Oustaou-de-Diou” (la Casa de Dios) que fue llamada así por ser el único refugio de la costa Sur en caso de tormenta. Subimos al Fuerte de Santa Agatha (4º 59,99’ N; 6º 12,36’ E) del siglo XVI, en lo alto de una colina desde la que se tenía una vista privilegiada sobre el puerto y una gran parte de la isla. Estaba medio en ruinas pero alguna de sus partes, las mejor conservadas, tenían aspecto de ser viviendas u oficinas, pues estaban cerradas y tenían portero automático. Había carteles advirtiendo de la presencia de nidos de Avispa Asiática, una especie invasiva detectada en Francia en 2006 y que está avanzando por su territorio 60 km cada año. Se distingue por su menor tamaño (3 cm) su cuerpo negro y sus patas amarillas. No es más peligrosa que las demás avispas, pero puede desplazar a las autóctonas y causar pérdidas en los criaderos de abejas. Una Avispa Asiática es capaz de capturar a una abeja, matarla, separar el tórax del resto del cuerpo, hacer con él una pelotilla y llevarlo a su colonia para alimentar a las larvas. Y eso puede hacerlo con varias abejas cada día. En el cartel informaban de la forma de los nidos, que son ovales, de aspecto acartonado, con un gran orificio lateral y situados en las partes más altas de los árboles, para que se pudiera informar a las autoridades. Es curioso porque decía que se anotase la posición GPS, algo inaudito hace pocos años pero que ya es posible gracias a los móviles. También recomendaba, lógicamente, no perturbarlas ni arrojar piedras u objetos contra el nido. Además vimos el faro, un molino construido en el siglo XVIII y la iglesia de 1850.

En Porquerolles hay más habitantes que en Embiez (unos 200) y durante el día el pueblo estaba abarrotado con los visitantes que venían en vedettes desde el Continente. Abundan las empresas de submarinismo y de alquiler de bicis de montaña, así como los restaurantes y puestos callejeros. Pero, como en Embiez, cuando se marchaba el último ferri con los turistas se quedaba todo en una tranquilidad pasmosa, tirando a sepulcral. Cuando la oscuridad empezó a amontonarse en las ventanas del Corto Maltés nos quedamos en un silencio absoluto y no se oía ni el viento. Porquerolles nos encantó, con sus rutas “ciclables” que más parecían de trial, sus normas para ahorrar agua y su soledad después de marcharse todos los visitantes en el último ferri. A esa isla también le pusimos un 10. Para el día siguiente volvían a pronosticar vientos fuertes del Oeste y aún no habíamos decidido qué hacer. Nos gustaría poder llegar a Sainte-Maxime para recoger la neverita, pero no estábamos seguros de conseguirlo. Lo decidiríamos a las 6 al ver el panorama cuando nos despertásemos.

Un tripulante llamado Murphy

Подняться наверх