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Capítulo 5
El peor mistral en Cavalaire y el festival de cine de Cannes

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El día siguiente nos dieron el cañonazo de salida de Porquerolles temprano, a las 7:30 h, para una travesía corta. El pronóstico daba vientos del Oeste de fuerza 6 a 7 por la mañana, que arreciarían a 8 por la tarde. Normalmente con este pronóstico no salimos a navegar, pero queríamos llegar al Continente y no quedarnos retenidos en las islas varios días. Además el viento nos vendría por la popa, lo que significa que si navegamos a 5 nudos el viento aparente, el que sentimos a bordo, es un grado de fuerza menos. Por otra parte ya era jueves y teníamos que comprar la neverita. Queríamos hacer de empopada las 20 millas que nos separaban de Cavalaire sur Mer, en el Continente, antes de que arreciase a fuerza 8. Ni nos planteamos llegar a Sainte-Maxime (35 millas) donde nos tenían una nevera reservada, porque está después de un cabo tras el que nos tocaría una ceñida de aproximadamente una hora, algo imposible contra ese muro de viento impenetrable. Salimos con la esperanza de encontrar la neverita en alguno de los puertos anteriores.

Nada más salir de puerto ya teníamos un viento orgulloso del Oeste de fuerza 5 con el cielo totalmente despejado, pero más adelante arreció a fuerza 6. La travesía la hicimos solo con el génova y fijaos cómo soplaría que con el génova reducido al 50 % hacíamos puntas de más de 6 nudos. Nos cruzamos con un velero clásico del estilo del Juan Sebastián Elcano español, con la bandera de Malta, que venía navegando a motor y que finalmente se quedó fondeado en la rada de Porquerolles. A las 8:23 h emitieron por radio un aviso Pan-Pan de un velero de 9 metros de eslora que estaba en apuros en una posición que correspondía a centro del Golfo de León, donde más fuerte suele soplar el mistral. Estaba lejísimos de nosotros y no podíamos hacer nada, pero nos mandó malos augurios para nuestro modesto Corto Maltés, de menos de 7 metros. Y a continuación un aviso de Securité anunció que estaba activo el campo de tiro militar del Cabo Sicié, el que acabábamos de pasar, pidiendo que los barcos se alejasen de la zona. Nos pareció alucinante que ni siquiera un día como aquel, en que el temporal nos estaba llevando muy cerca del infierno a los barcos que nos encontrábamos en el mar, los militares prescindieran de sus ejercicios y añadieran un factor más de dificultad a nuestros apuros. No les costaría mucho pues en verano solo sopla el mistral con fuerza de temporal unos cuatro días al mes, aunque ese año lo estaba superando. Por suerte nosotros ya habíamos dejado atrás el temible Cabo, que volvería a darnos que hablar en la navegación de vuelta cuando hasta un barco de guerra que navegaba a nuestro lado tuvo que refugiarse a sotavento de un islote.

Nuestro primer objetivo ese día al salir de Porquerolles era llegar a sotavento del Cabo Blanco y el Cabo Bénat (43º 5,18’ N; 6º 21,73’ E) tan juntos que casi parecen uno solo, esperando que allí el Continente nos diera cierto resguardo del mistral. Pasamos con la fuerza de una bala por delante de las otras islas del archipiélago (Port-Cros y Levant) con cierta pena por no estar seguros de poder verlas a la vuelta, aunque finalmente sí lo hicimos y fueron de lo más bonito y lleno de anécdotas del viaje. Pero entonces no podíamos saberlo. Como despedida del archipiélago nos sobrevoló una pareja de flamencos rosas volando parsimoniosamente hacia el Oeste, contra el viento dominante, remontándolo con toda naturalidad y elegancia.

Nuestra primera opción para desembarcar ese día era el puerto de Bormes-Les-Mimoses (43º 7,53’ N; 6º 21,94’ E) completamente al socaire del Cabo Blanco, pero justo antes de llegar oímos por la VHF otro aviso de Securité indicando que estaban dragando su entrada y habían disminuido provisionalmente el canal de acceso. Demasiados imponderables para embocarlo a cabalidad con aquel viento. Además allí no tenían la nevera en existencias. El siguiente era Le Lavandou (43º 8,11’ N; 6º 22,32’ E) un poco más al Norte. Pero con este no conseguimos contactar con la tienda de Accastillage Diffusion por mucho que lo llamamos, incluso dentro de su horario de oficina, y como el viento aún era manejable decidimos seguir al siguiente puerto, Cavalaire sur Mer. Pero para llegar a él teníamos que pasar dos cabos más, Cap Nègre y Cap Cavalaire, lo que era otro motivo de preocupación. En efecto, con esa ventolera cada cabo es un peligro, pues la fuerza del viento aumenta por lo menos en dos o tres grados (de fuerza 6 a fuerza 8 o 9) al ser forzado el aire por los contornos del relieve de los acantilados del cabo, y empeora la marejada. Pero en ese momento las cartas ya estaban echadas. Por si fuera poco la radio emitió un Mayday por un hombre al agua, de 25 años, del que daba hasta el color de su ropa, en una posición que no pude oír y del que no volvimos a escuchar nada más. Por eso cada vez que nos acercábamos a un nuevo cabo y veíamos aquellas olas deshilachadas un frío me recorría la espina dorsal. Al pasar esos cabos es cuando alcanzamos 6,5 nudos de velocidad llevando desplegado solo el 50 % del génova, un pañuelito. Por supuesto Nacho y yo íbamos con los chalecos puestos y los arneses siempre atados, y una línea de vida arrastrando por la popa por si alguien se caía en aquel mar inamistoso.

En ese tramo nos adelantó el Rolls Royce de la vela francesa, el trimarán gigante IDEC, solo con la trinqueta y la mayor reducida hasta el tercer rizo. Aun así calculamos que iba navegando a 25-30 nudos, es que volaba. Se ve que estaban aprovechando el vendaval para entrenarse, porque estaban dando bordos de aquí para allá y no haciendo una travesía, como nosotros. Patroneado por el marino francés Francis Joyon acababa de dar la vuelta al mundo sin escalas en 47 días, que dejó en ridículo los 80 del título de la novela de Julio Verne. La vuelta al mundo la dieron seis hombres, entre ellos el español Alex Pella, y la habían finalizado el 8 de enero, o sea hacía solo 4 meses. En esos días estaban en una operación de relaciones públicas entre Toulon y Saint-Tropez. Volveríamos a cruzarnos con ellos navegando el día siguiente, cuando se acercaron hasta pocos metros de nosotros a saludarnos. Se ve que les impresionamos navegando con nuestro barquito en aquella mar picada y con aquel ventarrón. Pues por si fuera poca hazaña su vuelta al mundo, antes de un año volvieron a intentarlo dando una segunda vuelta al planeta en noviembre de 2016-enero de 2017, ¡esta vez en 40 días!, batiendo el récord anterior que estaba en 45 días.

A las 12 h entramos en el puerto de Cavalaire sur Mer (43º 10,42’ N; 6º 32,25’ E) sin castañuelas, pero con una sensación de alivio indescriptible después de semejante travesía. Habían sido 20 millas en menos de 4 horas. Justo antes del puerto doblamos el Cabo Cavalaire, y están tan cerca que no ves el puerto hasta el momento mismo en que tuerces tras el cabo. Al socaire del mismo el panorama cambió como si nos hubieran teletransportado a otro mundo: un sol radiante, un calor abrasador como los días de Sur en Santander, los niños bañándose desde los espigones del puerto, la gente tomando el sol en la playa... ya comenté que aquí los temporales del mistral son secos, con un sol regio y el cielo despejado. Incluso había salido una embarcación turística de visión submarina, que estaba trajinando tras la protección de las escolleras.

Nos dirigimos al pantalán de la gasolinera para pedir indicaciones de los dos puertos de Cavalaire sur Mer, uno público a la derecha y uno privado a la izquierda, cada uno con su plano de agua y su capitanía. Nos atendió un empleado musculoso de gimnasio, con un físico supervitaminado y una mandíbula de bulldog, que no supo, o no quiso, decirnos las ventajas ni el precio de uno y otro puertos. Mientras íbamos a la capitanía por el paseo paralelo a los amarres preguntamos a un hombre que aun estando de bricolaje en el barco no perdía su aspecto de bon vivant, y tampoco nos orientó. Suponiendo entonces que no habría mucha diferencia y previendo que nos quedaríamos encerrados allí varios días por el mistral, optamos por el privado, que tenía wifi. La verdad es que no fue muy caro (15 € al día) y estuvimos muy a gusto, aunque nos dieron una plaza al fondo de la dársena, donde el calado era mísero pero cupimos. Los empleados eran muy amables y nos congelaron los frigolines.


Una vez comidos y tranquilizados, y sin tiempo para un pestañazo, nos fuimos en autobús a Sainte-Maxime, donde nos tenían reservada la nevera que finalmente nos decidimos a recoger como única solución, y donde no pudimos llegar a vela. Una hora y media de autobús de ida, parando en todos los pueblos, y otro tanto de vuelta. Un horror. Llevamos las bicis por si acaso la parada del autobús en Sainte-Maxime estaba lejos del puerto, no fuera a ocurrir que llegáramos con la tienda cerrada. Nos dejaron meterlas sin bolsas ni nada en el maletero del bus, aunque en esta ocasión (escarmentados por la experiencia de Bretaña el año pasado, en que exigían llevarlas en su bolsa y que tuvimos que improvisar con los sacos de las velas) habíamos llevado las bolsas ex profeso. Pero la parada estaba justo a la entrada del puerto, o sea que nos sobraron.

La tienda de Accastillage Diffusion la encontramos enseguida y, efectivamente, nos había reservado la neverita. Murphy: 5, Corto Maltés: 5. Era más grande que la anterior pero llevábamos las medidas del cajón donde íbamos a meterla y comprobamos que cabía, y lo malo es que consumía el doble que la anterior (47 W en vez de 28) con lo que aumentaba el riesgo de descargarnos la batería, como comprobaríamos varias veces en lo que quedaba de navegación. También fue malo que el precio del catálogo estaba equivocado y costaba más, lo cual estaba explicado en un folio que tenían pegado junto a la caja registradora. Pero en aquel momento era o eso o seguir sin nevera bajo la canícula que estábamos conociendo, y la decisión estaba clara. Al volver a Cavalaire era ya tarde y tuvimos que hacer la compra sin tiempo de pasar por el barco, y llevar todo lo del super en el saco de las velas que habíamos cogido para la bici pequeña. Luego tuvimos que colocar la neverita en su espacio y, como era mayor que la anterior, redistribuir todos los huecos para la comida y las cosas de la cocina. Una tarde apoteósica de trámites tontos pero necesarios que no nos dejó tiempo para conocer el pueblo, aunque según la Guía Imray es poco más que un resort de veraneo. Pero eso es también la navegación de crucero.

Pues la noche fue peor, porque efectivamente llegó lo pronosticado. El viento arreció hasta fuerza de temporal (se midieron rachas de fuerza 9). Aunque estábamos en una marina muy bien protegida y habíamos duplicado las amarras, el barco se movía como si estuviera navegando en un día de los malos. Y es que la Guía Imray ya lo advertía:

“Con mistral fuerte el viento es canalizado dentro de la bahía haciendo la aproximación y la entrada dificultosas”.

Pues no solo la aproximación y la entrada, es que la misma estancia en el pantalán era peligrosa. Antes de acostarnos a intentar dormir algo salvamos a un velero del pantalán (un Macgregor de 7 metros y pico) al que se le había empezado a desenrollar el génova. Suele ser el principio de la flor de lío: se suelta el cabito del enrollador, la vela se despliega hasta que encuentra la resistencia de una escota, y entonces se pone a portar como si estuviera navegando. Pero claro, navegando amarrado al pantalán y en un día de temporal que es cuando suceden estas cosas. El lío termina cuando se rompe la vela (lo mejor) o cuando el barco de hunde de tanto golpear contra el vecino, contra el finger o contra el muelle. Aunque esa vez lo salvamos nos dio muy malas vibraciones. El marinero de guardia nocturna nos dijo que esa meteorología no era en absoluto normal en mayo, que era la del invierno, enero o febrero, y que nadie entendía lo que pasaba. La predicción al acostarnos era que el viento se calmara a lo largo de la noche y el día siguiente se pudiera volver a navegar.

Nos acostamos llenos de preocupación o, por qué no decirlo, de miedo, por las sacudidas de la Thermomix en que se había convertido el Corto Maltés y por los latigazos de las drizas contra los mástiles de los veleros amarrados alrededor, que te enfriaban la sangre. La primera mitad de la noche fue una de las peores del viaje, con viento de fuerza 8-9 que nos impidió dormir, con los nervios tensos como cuerdas de violín. Pero finalmente de madrugada se calmó del todo y pudimos pegar ojo unas horitas. Siempre que cuento una noche toledana me preguntan que por qué no nos fuimos a un hotel. La respuesta es clara: para no perder el barco. Estando a bordo puedes resolver cualquier incidente, como el que he comentado de una vela que se suelta, pero también puede ser una defensa que se descoloca, una amarra que se afloja, un barco de los del costado que cambia su movimiento y empieza a golpearte la obra muerta, etc. Salvar el barco bien vale una noche de insomnio. Lo mismo nos pasó en la desembocadura del Guadiana en la vuelta a España, donde el viento se juntó con la fuerza del río y de la marea descendente y nos pilló abarloados a un pesquero enorme, que a efectos prácticos era como estar amarrados a un muro. Una de los peores experiencias de aquella vuelta a España y que igualmente nos quedamos a bordo para salvar del barco.

Pues como dije, después del temporal amanecimos en la calma más absoluta. En la ensenada de Cavalaire sur Mer el mar estaba tan quieto que parecía haberse coagulado. Sorprendente. Después de que el sol y nuestros enrojecidos ojos tropezaran, salimos a las 8 h contentos de que el mar volviera a sonreírnos, pues ya nos habíamos imaginado retenidos allí varios días. Nuestra intención era llegar a Cannes, 36 millas, para recuperar las que no hicimos el día anterior. Y estábamos resignados a hacer las 36 a motor por el pronóstico de vientos flojos, de fuerza 3. Y así salimos, escuchando el petardeo del fueraborda y encalmados. La cercanía de Italia se mascaba porque empezamos a recibir emisoras italianas por la radio VHF, concretamente Génova Radio. Pero a lo largo del día el viento fue arreciando, nosotros cobrando ánimos al ver espumilla por la proa, y finalmente pudimos hacer casi toda la navegación a vela, con el espí y la vela mayor. En total fueron 36 millas en unas 9 horas. Además con un sol de oro que nos hizo sacar ya la protección veraniega, o sea la sombrilla y la crema solar, y bañarnos a remolque del barco por el camino. Al bañarse Nacho probó qué pasaría si uno de nosotros se caía al agua y conseguía agarrarse a la línea de vida que siempre llevamos por la popa. Y la conclusión fue que conseguía, con mucha dificultad, no escurrirse de ella (la levamos con un nudo cada dos metros para eso), remontar la fuerza del agua del barco en marcha hasta llegar al espejo de popa, pero una vez allí no conseguía llegar a la escalerilla de popa que en el Corto Maltés está en estribor, desde la línea de vida, amarrada a babor. A partir de ese día cambiamos la línea de vida a estribor.

Por la mañana dejamos a babor el puerto de Sainte-Maxime, a donde habíamos ido en autobús el día anterior, y el amplio golfo de Saint-Tropez, que conoceríamos a la vuelta. A eso de las 10 h nos cruzamos con dos piragüistas pescando tan tranquilos a una milla y media de la costa, lo que da idea de la tranquilidad del día en comparación con el anterior. Y a eso de las 11:30 h nos alcanzó por babor el maxi-trimarán francés IDEC, que como dije estaba entrenando por esas aguas. Vino a saludarnos y viró a escasos metros. Todo el día hubo pocas olas y pudimos hasta cocinarnos unos macarrones, y durante toda la jornada estuvimos viendo a estribor la cortina de cúmulos espesos que sobrevuela estacionariamente Córcega. A eso de las 15 h cayó el viento y quitamos el espí, haciendo las últimas millas con el motor y la vela mayor.

Cannes (43º 32,53’ N; 7º 1,33’ E) se sitúa al fondo de un gran golfo, el de La Napoule, y después de rebasar las Islas Lèrins, un archipiélago de dos islas que iríamos a conocer el día siguiente. Trece kilómetros al Norte se sitúa la ciudad de Grasse, la capital mundial del perfume, y cuando sopla el viento del Norte dicen que se siente en el aire el aroma perfumado. En una pequeña rada se localizan sus dos puertos principales, el Vieux Port al Oeste en pleno centro urbano, y el Port Pierre-Canto al Este, más alejado del centro y junto al casino, separados por media milla. Hay un tercer puertecito, el de La Croisette o de Palm Beach, pegado al Pierre-Canto, pero no tiene atraques para visitantes y solo cala 1-2 metros. Es sorprendente la multitud de ferris y megayates que están fondeados en la entrada a los puertos de Cannes. La ciudad está de moda y más esa semana que se celebraba el festival de cine, pero sus puertos son realmente pequeños y con poco calado. El Vieux Port tiene 4-5 metros máximo en la zona central dragada, pero 1,5 metros al fondo de la dársena, y el Port Pierre-Canto es enano y está abarrotado. Además a estribor de la entrada al Vieux Port hay una zona de bajos fondos (1,5 a 2 metros) aunque bien balizada. Por todo ello los ferris y megayates se ven obligados a fondear fuera y desembarcan a los pasajeros en los botes salvavidas, haciendo largas colas en los muelles.

Al acercarnos a Cannes vimos a un kitesurfista que no conseguía arrancar a planear y se estaba dejando derivar con el viento y la corriente, acercándose a la zona peligrosa de la entrada y salida del tráfico portuario. Estas zonas siempre son peligrosas pero más en Cannes, con un tráfico tan intenso de megayates, vedettes que llevan a las Islas Lèrins y a las escaleras de desembarco de los ferris, que hay normas especiales de tráfico y por ejemplo los veleros no tienen preferencia sobre los barcos de motor en las aproximaciones al puerto, algo atípico pues siempre es lo contrario. Esas normas especiales las resume la Guía Imray en 10 puntos, que abarcan desde velocidades máximas en cada franja, acceso a las playas y a los fondeaderos de las Islas Lèrins, zonas de fondeo prohibido o reglamentado, etc. Nos acercamos al del kitesurf para ayudarle pero nos hizo la señal de que todo iba bien, un redondel con el índice y el pulgar, pero ya ya. Nos quedamos cerca mirándole y seguía derivando descaradamente sin conseguir salir del agua, hasta que finalmente se acercó una Zodiac a ayudarle y le recogió con su tabla.

Pedimos plaza por la radio en el Vieux Port, el más céntrico, y tuvimos la suerte de que pese al festival de cine que lo tenía todo abarrotado (al llegar no sabíamos que era la semana del festival) sí tuvieran sitio para nuestro barquito y además por un precio módico (15 euros). Nos asignaron la plaza por la radio, pero antes de buscarla nos recorrimos el puerto para ver el espectáculo de megayates, muchos de los cuales tenían hasta helipuerto. Entre nuestro amarre y la capitanía teníamos que atravesar la zona de carpas y tiendas con todo el merchandising del festival, azafatas monas uniformadas con preciosos envoltorios, vigilantes de seguridad forzudos y, cosa curiosa, una alfombra roja cubriendo todo el suelo. Para sentirnos importantes, aunque con nuestra pinta de todo el día navegando llamábamos la atención entre tanto fino. Las medidas de seguridad eran impresionantes, hasta con militares grandullones en las calles, de esos con aspecto de disparar a todo lo que se mueve. Cuando le pedí al de capitanía que me guardase los frigolines en el congelador lo dudó un rato, los miró con los ojos como el dos de oros, intentó abrir uno de ellos para ver su contenido (es imposible, porque están sellados) y finalmente renunció y me acabó diciendo si no llevarían explosivos... Aunque finalmente se los quedó. Seguíamos usando los frigolines porque durante el día la neverita nueva no podíamos enchufarla porque nos agotaba la batería. La marina y la capitanía estaban protegidas por puertas con cierre electrónico. Pero las tarjetas para acceder a los pantalanes y los aseos e instalaciones comunes, muy chulitas con su código bidi sin contacto, no funcionaban, y terminé haciéndome amigo del vigilante de seguridad que las abría a distancia por un interfono, de tanto llamarle. El bloque de los aseos, en la planta baja de la capitanía, era pequeño para la cantidad de visitantes y olía mal, no sé si en otra época fuera del festival de cine sería distinto. Las duchas eran también con una ficha o “jeton” de un euro y medio que duraba 10 minutos. Este sistema de las fichas era un lío añadido para nosotros, porque los venden en la capitanía y si no estás ocurrente y llegas al barco cuando ya ha cerrado te quedas sin ducha hasta el día siguiente.

En la capitanía aproveché para algunas gestiones improvisadas. Por un lado me informé del puertito de la Isla de San Honorato (Saint-Honorat), la del Sur de las Islas Lèrins (43º 30,57’ N; 7º 2,82’ E). Está situado en el canal que la separa de la isla del Norte, Santa Margarita (Sainte-Marguérite) y oficialmente se llama Port des Moines (Puerto de los Monjes) porque la isla está ocupada en su totalidad por un monasterio. Según la Guía Imray tenía 1,5 metros en la entrada y “1 metro de calado y menos” en el interior. En capitanía me dijeron que ahora tiene 80 cm de calado y que puedes entrar y, si hay sitio libre, quedarte a pasar la noche y que es gratuito. Lo vi un poco justo para nuestro calado de 70 cm con la orza subida, ya que si entrase ola o cualquier otro barco la produjese, fijo que en el seno de la ola nos clavábamos en el fondo. Dejamos la decisión de entrar o no para el día siguiente. Y por otro lado me informé de la meteorología en Italia. Estando en las oficinas apareció un uniformado que parecía venir de un buque de la armada: pantalón azul oscuro, camisa blanca inmaculada, corbata bordada, galones sobre los hombros, gorra de plato con galleta, etc. Como hablaba italiano me dirigí a él. Enseguida me dijo que era solo el capitán de uno de los megayates, pero que les dan ese uniforme yo creo que para aparentar. Yo quería conseguir una planilla donde apuntar la meteorología, que en Italia dan cantando números como en un bingo, ya os lo contaré. Hay que anotarlo bien todo y luego sentarte a interpretarlo. Me dijo que no la tenía, pero que en Italia todos escuchan y consultan los pronósticos franceses de Météo France, de los que se fían más. Si no, que en el canal 68 emiten la meteorología en texto en vez de con números, y alternativamente podía consultar la página web de lamma.it, de la que me dio los detalles. Tomé nota de todo porque dos o tres días después estaríamos en Italia.


A las 17:30 h habíamos terminado todos los trámites y nos fuimos a recorrer la ciudad. Ya dije que al llegar no sabíamos que era la semana del festival de cine y fue una sorpresa. El primer festival de cine en Cannes fue en 1939 pero tuvo que ser interrumpido por el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, y no se reanudó hasta 1946. Actualmente es el primer festival de cine en Europa. Nos divertimos mucho viendo todo ese ambiente y paseando entre el famoseo y las celebridades. Por ejemplo paseamos toda la alameda principal detrás Miss Francia, en traje de noche y con su banda de Miss y todo. Por cierto, desde mi punto de vista una pibita muy bien elegida, que no creo que hubiera visto dar ni dieciocho vueltas a las estaciones. Había un montón de chicos y chicas muy trajeados y con un cartelito pidiendo invitaciones para el estreno de The Neon Demon, una película de Nicolás Winding sobre el mundo de las modelos. Debe despertar mucha admiración entre los jóvenes, porque era la única película para la que vimos solicitar invitaciones, y eso que cada 10 o 20 metros te cruzabas con alguien pidiéndolas. Al parecer a los organizadores les interesa que acuda gente guapa y trajeada al estreno, y es una especie de ritual. Si les gusta la pinta y la simpatía de los que piden la invitación se la dan para adornar el evento con su presencia. Pero hacía raro verles en pleno día con traje de noche o smoking, en la calle y las chicas supermaquilladas, entre la multitud de veraneantes en bañador y chanclas. En el palacio donde se hacían las proyecciones estaba la famosa alfombra roja y una pléyade de fotógrafos, periodistas, azafatas y público fotografiando todo bicho viviente que la pisara. Los periodistas y fotógrafos tenían cada uno su escalera plegable para tener mejor perspectiva de la entrada y poder hacer fotos por encima de las demás cabezas.

Más tarde recorrimos las dos marinas de Cannes para alucinar con el culto al millonario pretencioso y a la desmesura: megayates con helicóptero, defensas del tamaño de un microbús, tomas de corriente que parecían las de una central eléctrica de alta tensión, cestitos para dejar los zapatos de los visitantes y que no ensuciaran el suelo, etc. Cuando amenazó la noche algunos se iluminaron como si fuera a rodarse una película, incluso con luces de colores por debajo de la línea de flotación, una complicación electrónica con un objetivo meramente estético. Otro concepto de la náutica en un mundo y aparte. Al ir a ducharnos (por cierto, para mí una ducha muy original porque confundí el bote del gel con el del aftershave) uno de los megayates había organizado un sarao con música de discoteca que no sonaba, explotaba, y que tenía muy contentos a los vecinos. Había ampliado la plataforma de popa de su barco ocupando una parte del muelle, que había delimitado con una moqueta roja y unos tiestos. Los altavoces y la barra libre estaban en el muelle. Como, aunque sean ricos, el espacio es el que hay, las popas donde estaban intentando cenar los de los barcos vecinos estaban a uno o dos metros de aquella discoteca improvisada, y no podían ni hablar. Para más inri habían dejado abierta la puerta de nuestros baños para que aquella multitud de invitados no usara los aseos del barco, y estaban más sucios que nunca. Además no respetaban la indicación del sexo, y mientras yo me duchaba entraron varias chicas a hacer sus necesidades. En Francia en algunas marinas los aseos son unisex, pero están preparados para ello con espacios más grandes y espejo en cada ducha, de manera que no tengas que salir a medio vestir. Además está indicado en la puerta para no dar lugar a confusiones. Pero en Cannes no era así, y las chicas se estaban metiendo descaradamente en el de chicos siguiéndose unas a otras como un perro sigue a su amo. Allí se veía la miseria de la gente guapa.

Dormimos perfectamente y al día siguiente no tuvimos que madrugar pues nos esperaba una etapa cortísima. Fuimos al mercado y a comprar en una tienda de electricidad lo necesario para hacer un alargo para la corriente de 220 V del pantalán a la nevera nueva, pues a diferencia de la anterior, que solo era para 12 V, la nueva tenía enchufe para 12 y para 220 V. Además tuve la suerte de que esa misma tienda me recogió unas bengalas caducadas que llevaba arrastrando desde España. La pirotecnia caducada es un problema a bordo y hasta hace poco irresoluble, pues no había donde tirarla y está prohibido hacer uso de ella sin una emergencia real, o sea que tampoco puedes usarla para practicar. Además está multado llevar pirotecnia caducada a bordo pues es un riesgo añadido de explosión. Desde hace poco se ha legislado que el vendedor de las nuevas debe quedarse las caducadas para retirarlas y devolverlas al fabricante con todas las medidas de seguridad en su almacenamiento y transporte. Pero claro, solo te retiran las que sean del mismo fabricante que las que compras nuevas, por lo menos en España. Y yo no había tenido esa suerte. Pues en Cannes me las retiraron sin cobrarme nada, aunque me explicaron que el sistema es como el de España y el precio de la retirada lo repercuten en las bengalas nuevas, que ahora cuestan un 44 % más que antes.

Ese día presentaba Ana nuestra actividad de vela solidaria en el Congreso Nacional de Hematología y Oncología Pediátrica que se celebraba en Santander, y desde tan lejos tuvimos un pensamiento para ella deseándole suerte. Finalmente abandonamos Cannes poco antes del mediodía para una etapa corta hasta las Islas Lèrins, pero eso lo contaré en el siguiente capítulo.

Un tripulante llamado Murphy

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