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Capítulo 2

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A Carlene le cayó bien Shorty desde que lo conoció. El peón que le había asignado Win para ayudarla en la cocina tenía canas, ojos grises y una sonrisa que compensaba su baja estatura.

–Win dice que no tienes mucha experiencia, pero yo te echaré una mano hasta que aprendas cómo funciona todo. ¿Sabes cocinar?

Ella se echó a reír.

–Tendría que ser bastante tonta para aceptar este trabajo si no supiera. ¿Te parezco tonta?

Shorty la estudió con detenimiento como si estuviera meditando seriamente la respuesta, y Carlene sintió aún más respeto por él. El hombre se concentró sobre todo en la cara.

–No, no me pareces tonta en absoluto –contestó con un suspiro de alivio–. Menos mal que vas a sustituirme, porque a Win y los otros no les gustan mucho mis comidas.

Aquello le hizo preguntarse para qué lo habían enviado a ayudarla en la cocina. Shorty se lo explicó con su siguiente comentario.

–Pero nadie más, ni siquiera el jefe, sabe hacerlo mejor –dijo–. Puede que mi comida no sea muy apetitosa, pero por lo menos no se me quema.

Carlene se acercó al fregadero y se lavó las manos.

–Te voy a contar un secreto, Shorty. No sólo no quemo la comida, sino que más de uno ha dicho que mis platos son más que pasables.

–Bendita seas, ¡qué alivio!

Carlene esperaba que los demás trabajadores compartieran el entusiasmo de Shorty cuando se sentaron a comer en la cocina. Había hecho emparedados y ensalada césar, y galletas para el postre.

Win se sentó en un extremo de la mesa, flanqueado por Shorty, a la izquierda, y por un tal Joe, a la derecha. Lo presentaron como el encargado del adiestramiento de los caballos y parecía de la misma edad que el jefe. Los otros cuatro peones tenían edades variadas, desde uno que parecía recién salido del instituto hasta otro que tenía tantas canas y arrugas como Shorty. Aparentemente, la mayoría trabajaban para Joe, mientras que Shorty y Lonny, un jovencito moreno de ojos grises y mirada fría, estaban en la cuadra de los purasangres con Garrison.

Carlene les sirvió los platos, empezando por Win. No se dio cuenta de que había estado esperando su aprobación hasta que la miró y asintió.

–Tiene buena pinta –dijo.

Ella le dio las gracias y siguió sirviendo con una sensación de satisfacción ridícula. Cuando terminó se volvió hacia la encimera donde había dispuesto los ingredientes para las tortillas que pensaba hacer.

–¿No vas a comer con nosotros? –preguntó Joe.

Ella se giró y esperó a ver si Win secundaba la invitación. Como no lo hizo, replicó:

–Tengo cosas que hacer. Comeré más tarde.

–Venga, mujer –dijo un pelirrojo–. Nos encantaría tu compañía.

Lonny la miró con complicidad y dio una palmadita en el asiento contiguo.

–Puedes sentarte aquí, Carlene.

Normalmente se habría reído ante una invitación como aquélla, pero había algo en Lonny que la ponía nerviosa. Su mirada despiadada le recordaba la del alumno que le había destrozado la vida en Texas. Reprimió un escalofrío y se recordó que allí no había ningún director descontento dispuesto a apoyar a Lonny para hacerle daño. Sólo estaba Win, y no lo imaginaba reaccionando al rechazo de un modo tan bajo como su ex jefe.

Se abstuvo de contestar de mala manera para no ofender a los demás en su primer día de trabajo.

–No, gracias. Como he dicho, tengo cosas que hacer.

Carlene miró a Win para ver qué pensaba de la situación. Estaba mirando al jovencito con una frialdad estremecedora. Pero cuando volvió la cabeza para dirigirse a ella tenía una expresión mucho más cálida.

–Organízate como mejor te parezca, pero no dejes de comer.

–Sí, jefe –contestó ella con una amplia sonrisa.

–Si tienes hambre, los chicos se cambiarán de sitio para que puedas sentarte al lado de Shorty.

Ni a ella ni a los otros se les pasó por alto que aquello la situaría junto a él. A Carlene no le importaba; comparado con Lonny, Win era una apuesta mucho más fiable. El problema era que podía sentar un precedente. Si aceptaba el ofrecimiento, siempre que comiera con ellos le cederían el lugar entre Shorty y Win.

Su estómago eligió aquel preciso instante para hacer ruido. Los hombres se echaron a reír, y Carlene sonrió avergonzada.

–Tal vez debería comer ahora.

Horas más tarde, Carlene había preparado una cena que Shorty sólo tenía que calentar y estaba lista para irse. No estaba tan cansada como después de una noche en el bar, pero le dolía la espalda por el esfuerzo. Se había pasado el día cocinando, limpiando y tratando de descifrar las instrucciones que había dejado Rosa en una mezcla confusa de español e inglés. Se preguntaba por qué la otra mujer habría dejado el trabajo tan repentinamente.

Estaba colgando el delantal en un gancho, junto a la nevera, cuando Shorty comentó:

–Se nota que sabes organizarte en la cocina de un rancho.

Ella se volvió a mirarlo y sonrió.

–Gracias. Me crié en el campo, en Texas.

–Te felicito, Shorty. En cinco minutos le has sacado más información de la que le saqué en toda la entrevista.

Carlene levantó la cabeza al oír la voz de Win. Estaba apoyado en el umbral del comedor, con una sonrisa pícara y un aspecto arrebatador. Llevaba casi lo mismo que en la entrevista, sólo que la camiseta era negra y tenía un sombrero texano en la mano.

Carlene habría preferido que dejara de sonreír de aquella manera; la hacía olvidarse de lo que tenía que hacer.

–Será porque no preguntaste –replicó.

Él entró en la cocina y olfateó la cazuela con gesto de aprobación.

–Huele bien.

–Gracias.

Win levantó el trapo que cubría las dos tartas de mora que había hecho Carlene para la cena, imaginando que a los hombres les gustaría el relleno ácido de fruta.

–Por cierto –dijo, volviendo a taparlas–, te equivocas.

–¿De qué hablas?

–Sí que pregunté –contestó antes de volverse a mirarla–. Recuerdo perfectamente que te pregunté por tu experiencia.

–Me preguntaste si tenía experiencia como ama de llaves. Te dije que no había trabajado en esto, pero que sabía cocinar y limpiar una casa.

–¿Por qué te fuiste de Texas? ¿Por el placer de la aventura?

Ella no pudo contener la risa.

–Si tuviera afán aventurero, no habría acabado en Sunshine Springs.

–Es cierto –admitió Win con una sonrisa.

–¿Y por qué te fuiste? –preguntó Shorty.

–Porque era hora de irme.

–¿De dejar atrás a un amante contrariado?

Carlene frunció el ceño. La pregunta de Shorty no se alejaba demasiado de la verdad.

–De dejar atrás una vida que ya no era para mí.

–¿Esa vida incluía un marido? –preguntó Win con una mirada que helaba la sangre–. ¿Niños?

Carlene se puso tensa. Le ofendía que la considerara capaz de abandonar a sus propios hijos.

–No, nunca me he casado.

A Win no se le suavizó la expresión.

–¿Y lo haces muy a menudo?

–¿Qué? ¿Irme?

Carlene se preguntaba si le preocupaba la posibilidad de que se fuera y lo dejara plantado como Rosa.

–No te preocupes –añadió–. Cuando decida marcharme, te avisaré con tiempo.

La mirada de Win se volvió aún más severa.

–Entiendo.

–No hay nada que entender. Soy una trabajadora responsable y no te dejaré en la estacada.

–Has dicho que me avisarás cuando te marches, no si te marchas. Eso significa que planeas irte.

Carlene no entendía por qué le hablaba como si lo estuviera traicionando. Tan sólo era una empleada.

Además, ella misma era un ejemplo de lo fácil que era sustituir a un ama de llaves. Pensó en la posibilidad de contarle su plan de volver a la docencia en otoño, pero descartó la idea de inmediato. No estaban hablando de un puesto de trabajo con expectativas de ascenso a largo plazo. Mientras trabajara para él haría el trabajo para el que la habían contratado y lo haría bien, y cuando decidiera irse, avisaría con el tiempo suficiente para que encontrara una sustituta. No se le podía pedir más.

–Si sólo aspirara a cocinar y limpiar durante el resto de mi vida, sería una persona muy distinta.

Win asintió con la mirada perdida.m

–Sí, serías otra persona.

Lecciones de compromiso

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