Читать книгу Lecciones de compromiso - Люси Монро - Страница 8

Capítulo 3

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Un par de días después, Lonny entró en la cocina cuando Carlene estaba lavando los platos del desayuno. Shorty había dejado de ir a ayudarla en cuanto vio que se había familiarizado con el funcionamiento del lugar, de modo que estaba sola con el peón de la cuadra. Hizo caso omiso de la incomodidad que le generaba la idea. Aunque Lonny tuviera los ojos más fríos del mundo, podía lidiar con un jovencito como él.

Decidida a tener el control de la situación desde el principio, se plantó una sonrisa en los labios y dijo:

–Si buscas a Shorty, está en el establo.

–No he venido buscando a Shorty. He venido a hablar contigo.

Lonny se apoyó contra la encimera a pocos centímetros de donde estaba Carlene. Ella puso el último plato en el lavavajillas, lo cerró y se enderezó para secarse las manos con un paño.

–¿Qué necesitabas? –preguntó.

–No quería nada en especial.

Carlene sabía que estaba mintiendo. En los ojos del joven había una intención clara, además de una seguridad inconfundible. Una seguridad que no le serviría de nada si intentaba hacer algo indebido. Al igual que el antiguo jefe de Carlene, averiguaría que ella no era ni sería nunca una presa fácil. Por suerte, Lonny no podía vengarse del rechazo con la misma crueldad que el director del colegio. Al menos esta vez, Carlene podría decir que no sin perder el trabajo y la reputación en el proceso.

Aprovechó que tenía que sacar una fuente que pensaba usar en la comida para alejarse de él. Fue un esfuerzo vano, porque la siguió.

–¿No deberías estar trabajando? –preguntó sin ocultar su exasperación.

–Si sólo me dedicase a trabajar, sería muy aburrido. Y yo soy todo menos aburrido, nena.

Carlene dejó la fuente en la encimera con más energía de la necesaria.

–Me llamo Carlene y no soy tu nena. Y la verdad es que soy bastante aburrida. Cuando me pagan por trabajar, trabajo. Tengo que preparar la comida y limpiar la casa, así que si me disculpas…

Lonny avanzó hasta arrinconarla, la tomó de la cadera con una mano y apoyó la otra en la pared.

–No te preocupes –susurró–. Yo te enseñaré a divertirte.

Carlene le puso los puños en el pecho. Lejos de inmutarse, él le recorrió el cuerpo con la mirada y se detuvo en los senos ocultos bajo el delantal antes de seguir. La mirada lasciva le hizo sentir retortijones. Lo último que necesitaba era tener que enfrentarse a aquello.

–Aunque estoy seguro de que con el cuerpazo que tienes sabes pasártelo bien, ¿no es así, nena?

Cuando bajó la cabeza como para besarla, a Carlene se le agotó la paciencia. Había hombres que no comprendían cuándo una mujer no estaba interesada. Lonny podía ser joven, pero ya tenía edad suficiente para aprender la lección.

Aquel día, Carlene llevaba tacones y no dudó en clavarle uno en la bota con todas sus fuerzas. Él lanzó un gruñido y retrocedió a trompicones. Antes de que pudiera recuperar el equilibrio, ella cerró un puño y lo golpeó justo debajo de las costillas, tal y como le había enseñado el profesor de defensa personal en Texas.

Mientras Lonny se retorcía de dolor y soltaba una catarata de insultos, Carlene se irguió con su metro sesenta y cuatro y dijo:

–No soy la nena de nadie, y menos la tuya. ¿Te ha quedado claro?

Él levantó la cabeza sin dejar de cubrirse el estómago con los brazos.

–Sí.

–Puede que no tenga edad para ser tu madre, pero soy demasiado mayor para ti. Y ni siquiera puedo ser tu amiga, porque no me fío de los idiotas a los que no se les ocurre nada mejor que acosar a una compañera en horas de trabajo.

Él se la quedó mirando sin decir nada.

–Trabajamos para la misma persona y espero que me trates con el mismo respeto que a los demás –continuó Carlene–. ¿Entendido?

Lonny se enderezó, aunque siguió respirando con dificultad.

–Entendido, pero no sabes lo que te pierdes.

Ella le permitió el desliz, porque sabía que lo había herido en su orgullo. Sólo le quedaba una cosa por decir.

–En cuanto a si mi cuerpo tiene algo que ver con lo bien que me lo puedo pasar, te diré que tengo las mismas partes que cualquier mujer. La diversión, en especial la que parece que buscas, es un estado mental, no físico.

Él asintió y se escabulló de la cocina sin hacer más comentarios.

Win llegó justo cuando se estaba yendo.

–¿Te has olvidado de lo que hablamos esta mañana? –le preguntó.

Lonny sacudió la cabeza.

–Tenía que hablar de una cosa con Carlene.

–¿Algo que yo tenga que saber?

El chico se puso colorado.

–No, jefe. Nada importante.

Win miró a Carlene.

–¿Es verdad?

Ella asintió.

–Definitivamente, no era nada importante.

Lonny corrió hacia la cuadra antes de que su jefe pudiera hacer más preguntas.

–Voy al pueblo a comprar algunas cosas –anunció Win–. ¿Quieres venir y hacer la compra?

Carlene se tomó más tiempo del necesario para contestar. Necesitaba comprar cosas, pero no quería ir al pueblo con Win. Hacía lo imposible por evitarlos a él y a la intensidad que sentía cuando lo tenía cerca. Y después de lo que había pasado con Lonny no quería más situaciones incómodas con machos de la especie.

–No me había dado cuenta de que era una pregunta tan difícil –dijo Win con un gesto burlón.

Ella frunció el ceño. Tenía la impresión de que él sabía muy bien por qué vacilaba. Inexplicablemente, aquello la hirió en su orgullo.

–Sí, estaría bien ir de compras –contestó–. Espera que busque el bolso.

–No lo necesitas. Yo pagaré las cosas.

–¿No sabes que las mujeres nos sentimos desnudas sin el bolso?

A Win le brillaron los ojos, y Carlene se puso tensa esperando una respuesta locuaz. Sin embargo, él se limitó a decir que alguna vez su hermana se lo había comentado un par de veces y la llevó al coche.

–No sabía que tuvieras una hermana –dijo ella–. ¿Vive por aquí?

–No. Vive con su marido en Portland.

Carlene ocupó el asiento del acompañante de la furgoneta de Win y se puso el cinturón de seguridad.

–¿Y cómo se llama?

Si Win pensaba que era una entrometida, no dijo nada. Puso el motor en marcha y avanzó hacia la autopista.

–Leah Branson. Su marido dirige Branson Consulting, en las afueras de Portland. Puede que hayas oído hablar de esa empresa. Sale en los periódicos de vez en cuando.

–Me temo que no.

–Supongo que no te interesa mucho la sección de Economía del periódico.

–A decir verdad, no –dijo ella, molesta por su tono condescendiente–. Me gusta leer noticias de interés social, no artículos aburridos sobre el estado de la economía.

También le gustaba la narrativa popular. En la universidad se habían burlado de ella por sus gustos literarios, pero se negaba a avenirse a las ideas ajenas sobre lo que debía leer o no una especialista en literatura francesa.

Se dio cuenta de que otra vez se estaba ofendiendo porque sí y suspiró.

–Lo siento. No pretendía ponerme a la defensiva.

–Y yo no pretendía ofenderte, cariño.

Carlene se preguntó por qué no le molestaba que Win la llamara «cariño» y le crispaba tanto que Lonny la llamara «nena».

–No me has ofendido, pero que no me interese la sección de Economía del periódico no significa que sea tonta.

Él apartó la vista de la carretera unos segundos para mirarla a los ojos.

–¿Eso ocurre con frecuencia?

–¿A qué te refieres?

–A que la gente piense que eres tonta.

–¿Porque no leo los informes bursátiles?

–No. Por tu aspecto.

–La gente da por sentadas muchas cosas por el aspecto que tengo. Supongo que es una suerte que no sea rubia, porque no quiero imaginar lo que dirían de mi inteligencia.

–¿Por eso te fuiste de Texas? –preguntó él con el ceño fruncido–. ¿Te juzgaban mucho por tu aspecto?

La sensibilidad de Win le impresionó tanto que tardó en contestar. No sabía cuánto quería contarle y optó por ser críptica.

–Es una manera de decirlo –contestó.

–Preferiría que me lo explicaras con tus palabras.

–No me gusta hablar del pasado.

–De acuerdo.

La rápida aceptación de Win debería haberla tranquilizado, pero tenía la impresión de que sólo estaba ganando tiempo. Estaba prácticamente segura de que volvería a insistir con el tema y se apresuró a hablar de otra cosa.

–Cuéntame más de tu hermana –dijo.

A él se le suavizó la expresión.

–Tiene cinco años menos que yo y dos niños adorables.

–¿Y tus padres dónde están?

Win tensó los dedos en el volante.

–No sé donde estarán su padre ni el mío. Mi madre se mudaba después de los divorcios, y perdimos el contacto. Tampoco es que defendieran mucho su derecho a visitarnos.

–¿Y tu madre?

–Murió en un accidente de avión hace doce años.

–¿Quién crió a tu hermana?

–Yo.

–Debió de ser muy duro perder a tu madre y tener que asumir de inmediato la responsabilidad de criar a una hermana adolescente.

–Estaba acostumbrado a cuidar de Leah –afirmó él–. Mi madre estaba demasiado ocupada casándose y divorciándose para prestarnos atención. Leah fue mi responsabilidad desde el día en que mi madre la trajo del hospital. Me sigue desesperando cada vez que llora.

La declaración de Win la conmovió profundamente. Era algo que no se habría esperado que dijera jamás.

–El divorcio es muy traumático para los niños. Me cuesta imaginar cómo habrá sido pasar por dos.

–Por cuatro –precisó él.

Ella lo miró estupefacta.

–¿Tu madre se casó cuatro veces?

–Cinco. Se divorcio cuatro. Supongo que un psicólogo diría que tenía un problema con el compromiso.

–¿Y qué pasó con el quinto marido?

Carlene sabía que estaba preguntando más de lo que debía, pero lo cierto era que no se podía contener.

–Hank Garrison murió con ella en el accidente de avión.

–Usas el apellido de tu padrastro. ¿Te adoptó?

Win soltó una carcajada amarga.

–No, pero mi madre insistía en que nos cambiáramos de nombre cada vez que se casaba. Así que he tenido más apellidos que animales domésticos.

–Pero te quedaste con el de Garrison.

–Sí.

La lacónica respuesta de Carlene era una señal de que no quería hacer más comentarios al respecto.

–Lo siento mucho –dijo ésta, poniéndole una mano en el brazo.

Win le lanzó una mirada fría mientras aparcaba en la entrada de la tienda de comida.

–No sufras por mí. He sobrevivido.

Ella se sintió agredida y apartó la mano. Prefería reservarse la compasión para alguien que la necesitara, alguien que conservara algún resquicio de sensibilidad. El problema era que le dolía el corazón cada vez que pensaba en la infancia de Win. Al menos entendía la aversión al matrimonio que había expresado el día de la entrevista. Tenía motivos para desconfiar de la institución.

Win la observó avanzar por el aparcamiento y no pudo evitar admirar cómo balanceaba las caderas al andar. Carlene se volvió cuando llegó a la entrada de la tienda y lo llamó con impaciencia. Él suspiró y obedeció a regañadientes.

Al salir a la carretera meditó sobre la conversación que habían tenido en el coche. No le gustaba hablar de su madre, pero tenía la esperanza de que si revelaba algunas cosas de su pasado, Carlene haría lo mismo. De todas maneras, él era un libro abierto. Cualquiera de los residentes más antiguos de Sunshine Springs podía contar su historia con todo lujo de detalles.

Tanta curiosidad le parecía una buena señal. Las mujeres querían informarse sobre los hombres que les interesaban. Aunque no le cabía duda de que Carlene se sentía atraída por él, le había dado un montón de señales contradictorias. Algo la estaba reprimiendo.

Win tenía la sensación de que en Texas le había pasado algo que la había dejado asustada, como un animal herido. La deseaba y, si quería que se entregara, tendría que ayudarla a superar el pasado y seguir adelante.

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