Читать книгу Lecciones de compromiso - Люси Монро - Страница 9
Capítulo 4
ОглавлениеA la mañana siguiente, Win fue a la cocina para preguntarle algo a Carlene y se detuvo en seco al verla agachada rebuscando en un armario bajo. Hacía mucho que no veía un trasero tan bonito como aquél. Tal vez fuera el trasero más bonito que había visto en su vida. Y además estaba en una postura que resultaba extremadamente excitante.
Se tomó un momento para disfrutar de la visión. Los vaqueros de Carlene no eran ajustados, pero no podían ocultar la preciosa curva de sus nalgas. Había notado que le gustaba usar ropa holgada y se preguntaba por qué, aunque no le parecía mal. No quería que los trabajadores tuvieran fantasías con ella, y sospechaba que Lonny ya las tenía. Aunque el chico no había hecho nada directo, no le gustaba que la mirara con lascivia.
Además de tener sus propias fantasías, Win había desarrollado toda una gama de sentimientos posesivos. La única mujer por la que sentía aquel instinto protector era su hermana, pero estaba seguro de que no quería verla desnuda. Con Carlene era distinto. Imaginaba que cuando por fin la tuviera en la cama no la dejaría escapar tan fácilmente.
Pensar en lo que planeaba hacer cuando llegara el momento le hizo subir la temperatura. Si se descuidaba, iba a entrar en un estado de deseo no correspondido y, por mucho que deseara a Carlene, tenía que administrar un rancho y un establo de adiestramiento.
–¿Has encontrado lo que buscabas? –preguntó a modo de saludo.
Carlene se sobresaltó y soltó un grito ahogado. Debió de darse con la cabeza contra algo, porque se oyó un golpe seguido de un gruñido. Retrocedió un poco para salir del armario y se volvió a mirarlo.
En su expresión había un calor comparable al que sentía Win entre las piernas.
–Me has asustado –dijo con tono acusador.
–¿No me has oído entrar?
Win sabía perfectamente que no lo había oído, porque de haberlo hecho no habría permanecido en aquella posición tan sugerente. Cuando se trataba de deseo, Carlene se comportaba como una criatura inexperta. La había visto mirarlo con una pasión esperanzadora, pero no había coqueteado con él en ningún momento. Era como una yegua en celo que no estuviera segura de querer ni de saber aparearse con el semental.
Win le dejaría dar unas cuantas vueltas por el picadero, pero más tarde o más temprano la arrinconaría.
Ella se frotó la cabeza, y los senos se le apretaron contra el delantal que usaba desde que llegaba a la casa hasta que se iba.
–No, no te había oído –contestó–. ¿Por qué no has dicho nada?
–Lo he hecho.
–Esos armarios no son muy prácticos. Es casi imposible llegar al fondo sin meterse dentro.
Él se encogió de hombros.
–Yo llego sin problemas.
–Pues yo no –puntualizó ella–. Y a menos que quieras ocuparte tú de la cocina, será mejor que encuentres una forma de hacer que los cacharros estén más a mano.
–Tal vez podría pedirle a uno de los peones que ponga un estante aparte.
–Vaya, eso estaría muy bien. De hecho, sería genial.
Carlene lo miró con un recelo repentino y añadió:
–Pero no se lo pidas a Lonny.
Win entrecerró los ojos y trató de descifrar la expresión de su cara.
–¿Te ha dicho algo? ¿Te ha molestado?
Ella se dio la vuelta para poner en el fregadero la olla que había estado buscando y abrió el grifo.
–Preferiría no tenerlo tan cerca. ¿Shorty no sabe poner un estante? Me cae mejor.
Win no quería dejar de lado el tema de Lonny, pero tenía la impresión de que Carlene había dicho todo lo que estaba dispuesta a decir. Tal vez hubiera notado cómo la miraba y se sintiera avergonzada. Aunque por el aspecto que tenía se podía pensar que estaba acostumbrada a atraer las miradas masculinas, daba la sensación de que no le gustaba.
–Shorty es un manitas, pero ahora lo necesito en las caballerizas. Llama a un carpintero.
Carlene cerró el grifo y volvió la cabeza para mirarlo con una sonrisa de gratitud.
–¿Estás seguro?
–Cariño, no me digas que te preocupa que no pueda pagarlo.
Ella se echó a reír.
–No, preguntaba si creías que valía la pena. De acuerdo, mañana llamaré al carpintero. Gracias.
–De nada.
Carlene trató de levantar el enorme cacharro de hierro y se le volcó parte del agua.
–Había olvidado cuánto pesan estas cosas.
Win se situó detrás de ella, la rodeó con los brazos y levantó la olla.
–¿Quieres que la ponga en la cocina?
Ella se quedó inmóvil, como un conejo atrapado.
–Sí, por favor –contestó con un murmullo entrecortado.
Él se moría de ganas de besarle el cuello para ver cómo reaccionaba, pero se contuvo. Las yeguas solían rebelarse si el adiestrador las asustaba con peticiones que no estuvieran preparadas para asumir.
Retrocedió y llevó la olla hasta la cocina.
Carlene se volvió a mirarlo con las mejillas sonrosadas. A Win le gustó ver cómo le había afectado su cercanía. A él también le había afectado, y mucho. Si se descuidaba, acabaría andando como un novato dolorido de tanto montar. De hecho, sentía que los vaqueros le estaban estrechos, cuando normalmente le quedaban muy cómodos.
–Gracias –dijo ella.
–No hay de qué, cariño.
Win se quedó mirándola preparar el guiso. Le gustaban la elegancia y la naturalidad con que se movía. Le hizo gracia que, en vez de inclinarse hacia delante, se pusiera en cuclillas para sacar la carne del frigorífico. Si Carlene creía que la visión de sus muslos presionados contra la tela del pantalón era menos excitante que la de su trasero, aún tenía mucho que aprender sobre los hombres.
Ella se enderezó y puso la carne en la tabla de cortar.
–¿Qué pasa? –preguntó.
–Nada, cariño.
–¿Qué haces aquí? Dudo que quieras una clase de cocina, y no sé por qué te quedas mirándome preparar la cena cuando deberías estar en los establos.
El tono hosco lo hizo sonreír.
–Mira que eres mandona.
–Fuiste tú quien me dijo que no quería interrumpir su trabajo para lidiar con asuntos domésticos –replicó ella apretando los dientes–. Tienes que haber venido por algún motivo.
–Sí.
–¿Y cuál es?
Parecía que Carlene se le iba a echar al cuello, aunque no con intenciones románticas.
–Quería preguntarte si me puedes dejar un par de platos precocinados para el fin de semana. Rosa lo hacía, y me venía muy bien.
–Sí, no hay problema.
–Bien.
Él se giró para irse, pero se detuvo a los pocos pasos.
–Puede que mañana ponga el estante yo mismo –añadió.
–No, en serio. Tu idea de llamar al carpintero es buena.
–Como quieras.
Win salió de la cocina con la cara de consternación de Carlene grabada en la cabeza. Lo había pillado in fraganti, pero no se había horrorizado, e imaginaba que era una buena señal.
Estaba seguro de que la domaría, aunque antes tenía que conseguir que se acostumbrara a tenerlo cerca. Era como una potranca nerviosa, y todo el mundo sabía que él tenía un talento especial para domar yeguas.