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Instituciones, personas, y el legado de Carlos Otero

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Pedro Puy Fraga

Diputado autonómico.

Profesor de Economía Aplicada.

Quienes, como Carlos Otero, dedicamos buena parte de nuestra vida académica a pensar y escribir sobre la importancia que un buen diseño de las instituciones sociales, jurídicas y políticas tiene sobre el comportamiento humano, y particularmente en el comportamiento económico u optimizador de la propia utilidad tanto en los mercados como en el sector público, no solemos plantearnos la pregunta contraria; esto es: en qué medida el comportamiento individual de determinadas personas puede influir en la consolidación exitosa de las instituciones de las que forman parte y a las que, con su trabajo y ejemplaridad, contribuyen a prestigiar.

Una cuestión sobre la que poco se ha escrito y que, sin embargo, ha cobrado una enorme relevancia en el momento histórico que estamos viviendo, y del que tantas veces se ha dicho que rememora al vivido en vísperas de la Segunda Guerra Mundial; afirmación afortunadamente exagerada dadas las distancias, no sólo temporales, que separan a nuestras sociedades de las que sufrieron las consecuencias del Crash del 29. Pero sí es cierto que muchas de las instituciones que, a lo largo de décadas, han facilitado el auge de la democracia, y su explosión definitiva tras la caída del Muro de Berlín como mejor sistema político (o menos malo, comparado con todos los demás), hoy son cuestionadas en muchas partes, incluso allí donde la división de poderes y las instituciones democráticas parecían más profundamente arraigadas. Basta leer el popular “Cómo mueren las democracias”, de los profesores Levitsky y Ziblatt1, para comprobar cómo, incluso en la americana, cuando los actores que ocupan los puestos representativos abandonan esos “guardarraíles” conformados por las reglas, escritas y no escritas, que han configurado el entorno institucional en el que operan, los riesgos de quiebra del sistema democrático son enormes.

Si la tolerancia mutua y la contención institucional son parte del éxito de las instituciones democráticas en los Estados Unidos, como en cualquiera de las democracias consolidadas del mundo, qué podemos decir de aquellas que, como la nuestra, apenas aún está celebrando su cuarenta aniversario. En este contexto, nuestras jóvenes instituciones dependen para su consolidación no sólo de un diseño adecuado (aquel que permite que cada institución sirva para los fines para los que se crea), sino también de la constatación por parte de los ciudadanos de que quienes las dirigen y en ellas trabajan responden al objetivo para el que fueron creadas. La más reciente actualidad nos hace ver que esto es así tanto para la continuidad de las instituciones constitucionalmente más relevantes (como la Corona), como para la de las aparentemente menos trascendentes en la jerarquía normativa en el tejido asociativo de cualquier pueblo o ciudad.

Viene todo esto a cuento de uno de los muchos recuerdos personales que guardo en la memoria de quien fue mi mentor universitario, Carlos Otero. Llevaba poco tiempo como Conselleiro Maior, y me acerqué (para entregarle algún capítulo de lo que después sería mi tesis doctoral) hasta su flamante nuevo despacho, en la calle Ramón Piñeiro, que atraviesa la antigua finca de la Escuela Agraria que Montero Ríos legó a su ciudad natal y que alberga hoy al Parlamento de Galicia y al nuevo edificio en el que tiene su sede el Consello de Contas de Galicia desde su constitución en 1991. Se daba la circunstancia de que una década más atrás, a inicios de los 80, había ido al despacho del por entonces primer Conselleiro de Hacienda de la primera Xunta de Galicia (el trámite académico en este caso era la firma de los papeles que permitían optar a una beca de “alumno colaborador” del Departamento de Economía Política y Hacienda Pública de la Universidad compostelana). Este primer despacho del primer Conselleiro de Hacienda de Galicia se ubicaba en un piso destinado a vivienda en una céntrica calle compostelana, en el que la cocina hacía las veces de sala de espera (con azulejos decorados con cebollas y otras verduras) y el salón-comedor de despacho oficial, de manera que el Conselleiro tenía su mesa en el comedor y las visitas se sentaban en el salón (facilitándose la interlocución manteniendo abiertas las consabidas puertas correderas de madera que separaban ambos espacios). La comparación entre este primer despacho y el nuevo y flamante del primer Conselleiro Maior de Contas invitaba a la comparación, a lo que Carlos Otero contestó con un que, al final, lo que a él le había tocado en la vida era “comprar sillas”.

Y fueron muchos, efectivamente, los medios que Carlos Otero tuvo que buscar para dotar no sólo de material, sino de personas, los edificios públicos que albergaron las instituciones que a lo largo de su vida puso en marcha. Las primeras en 1967, apenas un año después de ganar las oposiciones a Cátedra y tomar posesión de la de Economía Política, Hacienda Pública y Derecho Fiscal de la Facultad de Derecho de la Universidad de Santiago. Esta Cátedra sufría históricamente de “vacatio”. Tras la muerte del insigne Alfredo Brañas en 1900, tan solo el Profesor Amando Castroviejo le había dado una mínima continuidad entre 1907 y 1934, año en que fallece. Desde entonces nadie, hasta que llegó Carlos Otero, la había ocupado el mínimo tiempo imprescindible no ya para crear algo parecido a una “Escuela”, sino apenas para darle continuidad a la docencia con un mínimo de seriedad. Al poco de tomar posesión se le nombra, en su condición de único Catedrático de Economía de la Universidad gallega, Decano Comisario de la recién creada Facultad de Ciencias Políticas, Económicas y Comerciales. No es necesario recordar lo mucho que la Ciencia Económica había avanzado en el mundo desde nuestra Guerra Civil, y lo urgente que resultaba acometer la organización y modernización de los estudios universitarios de Economía en Galicia a finales de los sesenta.

De su labor en aquella época tenemos varios testimonios. Valgan, por todos, dos: el del Profesor Fabián Estapé, desde la distancia; y el del Profesor Francisco Constenla, desde la proximidad. Testimonia Fabián Estapé: “Todo el que haya vivido la fundación de una nueva Facultad sabe que se enfrenta a una de las tareas más ingratas que puede deparar el desempeño de la función docente e investigadora (…). Carlos Otero sufrió la prueba con esa dosis de ironía gallega que todos sus amigos, que son numerosos, tan bien conocen. Pero se entregó a ella con esfuerzo germánico. Los mil problemas –locales, profesorado, medios siempre insuficientes–pasaron a constituir su principal problema. Se trataba de alumbrar una nueva Facultad que no era ni sería la suya. Por eso la generosidad de su esfuerzo merece un público reconocimiento. Durante los primeros cursos de la nueva Facultad Carlos Otero ideó mil y un procedimientos para que los nuevos alumnos conocieran directamente a los principales economistas españoles. Y no sólo una vez…”2. Y recuerda Francisco Constenla, quien muchos años después compartiría con el propio Otero mandato en el Consello de Contas: “Con certeza constituyó una jornada afortunada aquella en la que al incorporarme a las aulas del Burgo de las Naciones, en las que provisionalmente se albergaban los estudios de Ciencias Económicas, me encontré con el magisterio del Profesor D. Carlos Otero Díaz (…) De repente, los nombres de Karl Marx, J.M. Keynes o de J.A. Schumpeter surgían en cascada a través del verbo cálido de nuestro profesor primero de manera novedosa e incluso, por qué no decirlo, para mí exótica (…) El poso de pluralismo científico que nos brindó el Dr. Otero en aquel curso de introducción a la Ciencia Económica; el acercamiento a los pensadores estelares de esta rama del conocimiento desde propuestas de estudio y aproximación crítica constituyeron activos de interés que con seguridad internalizaron gran parte de los integrantes de las primeras promociones de la por aquel entonces joven Facultad de Ciencias Económicas. (…) Recuerdo que insistía en que el análisis de la realidad, y particularmente de los problemas económicos, admitían distintas aproximaciones de estudio. Ninguna de ellas, afirmaba, rechazable por preconceptos que resultarían acientíficos”3.. Un Profesor, en fin, “siempre abierto a las iniciativas que le planteábamos los estudiantes, hombre cordial y receptivo”4.

Desde entonces, la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad de Santiago ha formado, ciertamente, a muchas generaciones de economistas gallegos, que adquirieron en sus aulas un excelente nivel técnico. Un capital humano que, sin lugar a dudas, es uno de los factores que más ha contribuido al desarrollo y modernización de Galicia. Lo que fue posible porque desde que la Facultad dio sus primeros pasos de la mano de Carlos Otero, en Galicia se accedió al conocimiento teórico que ha permitido, en tantos terrenos, desarrollar en nuestra Universidad líneas de investigación avanzada en economía, en todas sus especialidades, y desde la pluralidad de enfoques, de forma que nuestro país está hoy al día, prácticamente por primera vez en su historia, en las corrientes de pensamiento económico contemporáneas. Y esto fue posible, como atestiguan quienes lo vivieron en primera persona, por el talante personal, generoso y abierto, de Carlos Otero. Pero también por su convicción (profundamente liberal, profundamente científica), de que el conocimiento sólo avanza centrándose en la realidad, dejando al margen los dogmatismos, y promoviendo el pluralismo analítico.

Un talante que trasladó a la primera Consellería de Economía y Hacienda del Gobierno autonómico, cuando tras las primeras elecciones autonómicas, y sin duda por el prestigio que acompañaba a su figura, el Presidente Gerardo Fernández Albor lo incorporó a su Gobierno como Conselleiro de Economía y Finanzas (1981–1983), reducido sólo a Hacienda (tras pactos que reforzaron la estabilidad parlamentaria) en los últimos meses de su mandato. Tiempo suficiente para crear, de la nada, los primeros Presupuestos de la Comunidad Autónoma; la base financiera sobre la que la hacienda pública autonómica comenzó a caminar. El rigor en el cumplimiento del primero de los principios de la democracia, la aprobación de las cuentas públicas por el Parlamento se debe, en muy buena medida, a su determinación por presentar, aunque fuera tarde, las cuentas anuales en el Parlamento de Galicia. No fue sencillo hacerlo. Hubo las lógicas dificultades técnicas (partir de cero, en un piso, con apenas unas cuantas calculadoras y máquinas de escribir), superadas gracias a la indispensable ayuda de algunos de los pocos funcionarios estatales que por entonces se habían incorporado a la Administración Autonómica; así como de sus colaboradores en el Departamento de Economía Política y Hacienda Pública de la Universidad de Santiago. Pero también hubo que afrontar las dificultades políticas, que Carlos Otero superó gracias a su autoridad intelectual. Queda para el recuerdo, en el Diario de Sesiones del Parlamento de Galicia, su defensa del propio documento presupuestario, de su fidelidad a los principios presupuestarios que informan su elaboración, aprobación, ejecución y control. E incluso su defensa del escaso endeudamiento que incorporaban aquellas primeras cuentas públicas, endeudamiento que no sólo resultaba imprescindible para afrontar la puesta en marcha de la Autonomía, y que Otero defendía también como instrumento económico para reinvertir en Galicia parte de un ahorro gallego (básicamente remesas de la emigración) que, por entonces, financiaba mayoritariamente inversiones en otros territorios. Todo ello frente a la reticencia de los portavoces de algún grupo de izquierdas que, desde nuestra perspectiva temporal, de forma un tanto paradójica, cuestionaban que ya en los primeros presupuestos la Comunidad Autónoma asumiese cargas financieras para el futuro. Una prueba, en fin, la de poner en marcha la Consellería de Hacienda y la institución presupuestaria autonómica, que Carlos Otero superó dando muestras, una vez más, de su rigor académico y de su capacidad de diálogo. Rigor y transparencia democrática que quedaron ahí, como una característica del obrar de la Consellería que el creó, pero también proyectada hacia el futuro: Hoy, tras cuarenta años de autogobierno, y gracias a la tenacidad inicial de Carlos Otero, nuestra Comunidad Autónoma puede decir que nunca dejó de aprobar en su Parlamento sus cuentas anuales; cuarenta presupuestos, uno por cada año de Gobierno autonómico. Y buena parte de ellos impulsados por quien ya fuera colaborador en el equipo que acompañó desde el principio a Otero en la Consellería: José Antonio Orza.

Una Consellería de Economía y Finanzas que abandonó, cuando fue requerido a ello por razones estrictamente políticas (los mencionados pactos que permitieron completar la mayoría parlamentaria tras la desintegración de la UCD), con la misma discreción con la que siempre desempeñó todos los cargos públicos; incluido el de Conselleiro, ahora de Economía y Hacienda, entre 1986 y 1987. Siempre retornando a la Universidad; nunca a puestos, seguro que más lucrativos, pero menos gratificantes para él, en la empresa privada o en otras organizaciones públicas. En términos de hoy en día: sin puertas giratorias; un ejemplo más de su independencia y ética, independencia y ética que trasladó con su ejemplo a las Instituciones por las que pasó.

No resulta extraño por todo ello que, cuando hubo que volver a poner en marcha una nueva institución autonómica para la fiscalización de las cuentas y de la gestión económico-financiera y contable de la ejecución de los programas de ingresos y gastos del sector público de la Comunidad Autónoma, el Consello de Contas de Galicia, Carlos Otero fuese, una vez más, el encargado de “comprar las sillas”. Su impronta, la que dejó en la Facultad de Económicas o en la Consellería de Economía y Hacienda, aún permanecen también en esta última institución: El Consello, y sus informes, son valorados positiva y unánimemente por la sociedad gallega y por el Parlamento de Galicia. Y ello es así porque desde 1991 hasta hoy (y puedo dar fe de ello tanto por mi etapa en el propio Consello como en la más larga en el Parlamento) porque la organización, en su conjunto, ha interiorizado y permanecido fiel a una cultura institucional, aquella que Carlos Otero transmitía allí por donde pasaba: La necesidad de trabajar con rigor técnico; la obligación intelectual de aproximarse a la realidad dejando al margen los prejuicios y los dogmatismos; promoviendo el debate y el pluralismo analítico; haciéndolo siempre cumpliendo escrupulosamente la ley, con ejemplaridad ética y con la transparencia exigible en una sociedad democrática.

Carlos Otero dejó una obra académica relevante, tanto en el ámbito de la Economía Política5 (en este campo incluso demasiado avanzada en algunos aspectos para la universidad española de los años 606) como en el de la Economía Aplicada, centrada en la realidad económica del país7. Pero, sin duda, una de las mayores contribuciones de Carlos Otero a la sociedad es la impronta con la que marcó las instituciones que puso en marcha, desde la Facultad de Económicas de la Universidad de Santiago al Consello de Contas de Galicia. Motivo más que sobrado para que este último reconozca y honre este legado institucional, convocando, concediendo y publicando unos premios a trabajos académicos rigurosos, independientes y plurales sobre ética pública y control del gasto con el nombre de Carlos Otero Díaz.

1.S.LEVITSKY, S.; ZIBLATT, D.: Como mueren las democracias, Ariel, 2018.

2.ESTAPÉ, F: “Perfil humano de Carlos Otero”, en Estudios en Homenaje al Profesor Carlos G. Otero Díaz, Vol. 1, (Puy Fraga, coord..), Universidade de Santiago de Compostela, 1991, pág. 16.

3.CONSTENLA, F., “Unha nota acerca da valoraḉon e da tributaḉon da propiedade urban”, en Estudios…, op. cit., Vol. 1, págs. 283-284 (traducción del gallego del autor).

4.ARIAS, P.; CANCIO, M., “Crítica de la Economía Política de los espacios posicionales de los economistas, abogados…”, en Estudios…, op. cit., Vol. 1, pág. 125.

5.En el ámbito del análisis económico del derecho, ver su Una investigación sobre la influencia de la Economía en el Derecho, Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1966.

6.Lo que trato de demostrar en PUY, P. “La influencia de la economía en el derecho, veinticinco años después”, en Estudios…, op. cit., Vol. 2, págs. 541-576.

7.C. OTERO, Estudios de economía gallega, Universidad de Santiago, 1984.

El control externo y fomento de la integridad: experiencias en la prevención de la corrupción

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