Читать книгу Que te lo cuente mi perra - Mª Carmen Morillo Martín - Страница 10
4 PARA EL PLANETA
CUIDAR,
LA BASURA HAS
DE ORGANIZAR
Оглавление–¡Litaaaa! | |||
¡Lotaaaa! | |||
¡Versiaaa! | |||
¿Dónde estáis? |
Buenooo, ya está liada. Su madre las está llamando a gritos. Seguro que no han cumplido con algunas de sus obligaciones. Probablemente no han recogido sus habitaciones, o no han tirado la ropa sucia por el tubo, porque esta casa es muy moderna y tiran por un tubo la ropa sucia que va a caer directamente al lavadero, donde Everia, la señora de la limpieza, se pasa horas y horas dándole a la plancha. La señora Everia es una mujer chaparrita y regordeta que conduce un coche pequeñito de color azul, que parece el coche fantástico. Y es que Everia tiene problemas para llegar al volante y casi no se la ve, así que parece que el coche va solo.
Como os decía, también puede que tengan sus escritorios desordenados, cosa bastante habitual en ellas. Tiene que ser algo de eso, porque la verdad es que son unas niñas ejemplares. Todas tienen el defectillo de ser un poco desordenadas, y su madre siempre las está reprendiendo por lo mismo.
—Ah, estáis aquí. ¿Qué os tengo dicho acerca del orden?
¡Ay, madre!, se avecina tormenta. La que se va a liar…
—Mirad, me tenéis aburrida, hijas. Siempre estamos con la misma cantinela. Sois unas niñas muy desordenadas, esta casa está…
—Sí, mamá ya lo sabemos, «está pensada para que no tengamos que hacer ningún esfuerzo y todo esté en su sitio».
—¿Es que acaso no es verdad? Vamos a ver, tenéis el zapatero a la entrada, justo al lado de la puerta de la calle, pero nunca dejáis los zapatos en su sitio, ¿por qué? Ah, sí, porque según vosotras a lo mejor no es ese el sitio para un zapatero. ¿Dónde si no? Claro, mejor estaría en la despensa al lado de las legumbres, ¿no?
—Pues podría estar...
—¡Lita! ¡No me interrumpas! Cuando los albañiles hicieron esta casa, colocaron un tubo en el baño para que cuando os duchéis tiréis por él la ropa sucia para que caiga directamente al lavadero, pero eso tampoco lo hacéis. La dejáis tirada en el suelo porque, a lo mejor, tampoco ese es el sitio para el tubo. Claro, que ahora que me doy cuenta, ese tubo debería estar en el tejado al lado de la chimenea. ¡No te fastidia!... Y además sois un poco cochinas porque no habéis recogido la mesa, y yo os he enseñado a, por lo menos, retirar vuestros platos cuando acabáis de comer.
—¿Quééé? ¡Yo no soy ninguna cochina! ¿Por qué me has llamado cochina?
Buenooo, ya está Versia toda ofendida. No se le puede decir nada. Madre mía, seguro que ahora tiene para rato la pobre Plinia, porque Versia es un poco rencorosilla, como os he dicho anteriormente, vamos, que no perdona tan fácil, para que me entendáis...
—Vale, no sois cochinas, he querido decir que sois un poco desordenadas.
—¡No, no, mamá! Nos has llamado cochinas y esa palabra no me gusta. Yo me ducho todos los días, me lavo el pelo tres veces por semana, me lavo los dientes después de todas las comidas, y tiro a cada contenedor de basura la bolsa que corresponde, amarillo para plásticos, verde para botellas…
—Ya, ya, ya vale. Que no he querido decir que seas una cochina en realidad...
—En el azul tiro los cartones, y en los grises, la basura orgánica…
Eso es verdad. Versia es la encargada de sacar la basura, y yo voy con ella. El caso es que acabo con un mareo de padre y señor mío, porque ahora al contenedor gris; luego, al verde; después, al amarillo; de vuelta, otra vez al verde porque había una botella entre los plásticos, y ya para terminar, en el gris de nuevo porque se había colado una peladura de naranja con las botellas. Y es que Versia es capaz de volver sobre sus pasos aunque esté a cien metros del contenedor si encuentra en mitad de la calle un tapón de botella para ir a tirarlo al contenedor de los plásticos. En el colegio aprenden mucho sobre el reciclaje de las basuras porque es muy importante para conservar el planeta, y en casa de los señores Reverte esto se lleva a rajatabla.
—¡Versiaaaa! Por favor, déjalo ya. Perdón mil veces. No he querido decir que seas una cochina.
—Pero lo has dicho. Y no me ha gustado.
—Bueno, perdóname, pero es que me enfada mucho que os tenga que decir siempre lo mismo y...
—Ya, pero no hace falta que nos llames cochinas.
—Mira, Versia, ya te he dicho que me perdones. ¡Claro que no pienso que seáis cochinas! A veces me enfadáis tanto que digo cosas que no siento. ¡Perdóname!...
—Te perdono, pero no me vuelvas a llamar cochina, mamá.
¡La que está armando! A mí no me parece que sea para tanto, pero en fin. Cada uno es como es, qué le vamos a hacer… Ya sabía yo que esto iba a pasar.
—Venga, niñas, preparad la mesa que vamos a cenar.
—Vamos, es que no se por qué me has llamado cochina. Acababa de vaciar mi papelera, ordenar mi escritorio, lavarle los dientes a Xena y…
—¿Tengo que volver a pedirte perdón, Versia? Hija mía, ya te dije que no sentía lo que decía.
Y vuelta la burra al trigo, como decía mi abuelo MacGregor. ¡Qué pesada! Aunque lo de los dientes debo decir que también es verdad. Versia acostumbra a lavármelos. Madre, mía. ¡Lo odio! Coge una especie de cepillo de dientes parecido al que usan los humanos, solo que las cerdas, o sea lo pelillos, para que me entendáis, forman como dos discos situados uno enfrente del otro. Versia me mete los dedos en la boca y me la abre como quien abre una almeja, así, a la fuerza, como cuando las abre la señora Plinia cada vez que hace una paella. Coge a la pobre almeja, le encasqueta un cuchillo entre las valvas, o sea las conchas, para que me entendáis, y ¡hala!, la abre como si fuera una lata de berberechos, y esa sensación me da a mí. Me siento como una almeja, solo que hay que decir que algunas almejas se le resisten a la señora Plinia y no las puede abrir, pero yo, por más que aprieto el culo, no consigo mantener la boca herméticamente cerrada, y al final suelto las mandíbulas tan de repente que algún día se me va a desencajar alguna de las dos, o lo que es peor, se me van a partir, y me van a tener que llevar a ese lugar de cuyo nombre no quiero acordarme. Creo que algún libro empieza así, pero ahora no me acuerdo...
—Mamá, no puedo olvidarme de que me llamaras esa palabra que no quiero repetir. Me ha dolido mucho. Además, no es típico de ti llamarnos eso.
—Mira, Versia, creo que es la última vez que te digo que a veces se dicen cosas que no se sienten, y yo no lo sentía. ¿De acuerdo? Por favor, no me martirices más. Ya sé que no es típico de mí deciros algo así, pero las madres, como personas humanas que somos, también cometemos errores.
Ya os dije que a esta niña no se le olvidan tan fácilmente las cosas. ¡Ah, sí, espera, me acabo de acordar de lo de antes!... El libro se titula Don Quijote de la Mancha. Ese señor que anduvo por La Mancha peleando con molinos, ¿o eran gigantes? No, creo que eran molinos que él confundía con gigantes. Sí, sí Don Quijote de la Mancha, que en realidad se llamaba Alonso Quijano, y que lo escribió Cervantes, un gran escritor español. Mi abuelo MacGregor me habló de él. He mencionado varias veces a mi abuelo, pero no os he dicho que era muy listo. Sabía muchas cosas porque leía mucho. También me contó que Dulcinea del Toboso, que era la amada de Don Quijote, se llamaba en realidad Aldonza Lorenzo, y que Cervantes y Shakespeare tenían mucho en común. Cervantes fue uno de los mejores escritores españoles, y Shakespeare uno de los mejores escritores británicos. Dicen que, aunque nunca se conocieron, vivieron vidas paralelas, y que incluso murieron el mismo día, el 23 de Abril de 1616. Es por eso, porque ambos fueron dos genios de la literatura, que la UNESCO decidió que todos los 23 de abril de cada año se celebrara el Día Internacional del Libro y del Derecho del Autor. ¿No sabéis qué quiere decir UNESCO? Pues bien, quiere decir, Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura. Como las mismas palabras lo dicen, es un organismo que vela porque se cultive, se cuide, y se fomente todo aquello que hace a las personas más sabias, más cultas, más ricas en su interior y, en definitiva, mejores seres humanos.