Читать книгу Que te lo cuente mi perra - Mª Carmen Morillo Martín - Страница 8

2 A CONO REGALADO...
HÍNCALE EL DIENTE

Оглавление

Pues bien, la familia Reverte, que así es como se apellidan, vive en una casa con mucho espacio alrededor. La casa es grande y con mucha luz porque tiene grandes ventanales y dispone de dos jardines, uno en la parte delantera y otro en la trasera, tan largo que llega hasta el monte, e incluso se confunde con él. El Trinquete, que así se llama, está poblado por bichos de todo tipo que bajan a nuestro jardín siempre que les place: garduñas, tejones, lechuzas, búhos, urracas, cuervos, tordos y pájaros pequeños de todo tipo, sapos que parecen peras de medio kilo, y unas águilas enormes que parecen avionetas, por no hablar de pequeños insectos. En verano, rondan unos mosquitos trompeteros que te ponen la cabeza loca. Te zumban en el oído y te dejan medio sordo, como los cazabombarderos de la Segunda Guerra Mundial. Incluso suele bajar al jardín un pequeño zorro que se pasea por la parte de atrás con un descaro que no veas. ¡Hombre, yo le echaría y le pondría bien clarito que este no es su terreno! No, no, no creáis que no me atrevo, porque, vamos, valentía me sobra. ¡Faltaría más!... Lo que pasa es que no me molesta, y mientras no me coma el pienso que hay en mi cuenco, le dejo que se acerque a una madriguera que hay a unos cincuenta metros de la casa. A veces me he topado de morros con él cuando andaba despistada buscando algún ratoncillo, y no me he asustado, pero bueno, he preferido salir corriendo como alma que lleva el diablo hacia mi caseta, más que nada para proteger el pienso, como os he dicho. Y hablando de roedores, en mi jardín hay a montones. Hay un amplio surtido de ratoncillos de campo, ardillas, puerco espines y demás familia que tanto a la señora Plinia como a las niñas les traen de cabeza. Un día entró un ratoncillo en casa y no había banquetas suficientes para que se subieran todas. Al final, yo, con mis dotes de cazadora, atrapé al roedor en un abrir y cerrar de ojos, y por fin pararon los chillidos y los escobazos a troche y moche. Últimamente baja al jardín una parejita de corzos, pero esos sí son del agrado de la señora Plinia y las niñas. Cada vez que bajan, ya están todas, cámara en ristre, para hacer fotos a los bichos. La verdad es que tienen una cara muy chistosa aunque no sé si hacen más gracia cuando les ves por delante o por detrás, porque tienen el culo color blanco, y un rabo de lo más ridículo.

¡Buenoooo, ya viene por ahí la pesada de mi vecina! Claro. Es que la pobre se aburre como un hongo porque en su casa no hay niños. Yo me entretengo mucho viendo cómo discurre la vida de mi familia y, por supuesto, contándola, así que siempre viene aquí a entretenerse conmigo. Es otra perra parecida a mí porque también es de la raza Terrier, pero ella tiene el hocico más alargado, el rabo más corto y el pelo más rizado. Pero, vamos, que la mires por donde la mires, es más fea que yo, sin lugar a dudas. ¡Faltaría más! Lía, que así es como se llama, es de esa raza que llaman fox terrier.

—Hola, Xena.

—Ah, hola Lía, no te había visto.

Mentira cochina, pero es que de verdad es una pesada, la tengo aquí todo el día. Y mira que procuro quitármela de encima como puedo, pero nada… Le meto cada rollo que no veas, pero ella sigue viniendo a darme la tabarra. Además, me lo mordisquea todo. Tenía una planta muy bonita al lado de mi caseta, y la tía me la dejó como un colador. Me ha destrozado pelotas, huesos de plástico y un montón de juguetitos varios. Aunque no me puedo quejar del todo, porque la última vez me hizo un gran favor. ¡Destrozó el cono a mordiscos! ¡Y qué contenta me puse, me quería comer a besos a Lía! Porque el maldito cono es un artilugio con el que he tenido más de un percance. ¿Qué? ¿Que no sabéis lo que es un cono para perros? Bueno, os lo describiré, aunque solamente mencionar esa palabra y hablar de él, ya me da repelús. Un cono para perros es, como su misma palabra indica, un cono, pero con la diferencia de que a este le han dejado mocho por la parte de arriba, como si le hubieran cortado la punta, para que me entendáis... Es de plástico y lleva una correa puesta alrededor para amarrárselo al pescuezo de los pobres perros, a fin de que, entre otras cosas, no puedan morder o no se puedan lamer heridas. Cuando veo un cono me entra un tembleque en las patas que no puedo controlar. Me pasa como al yorkshire terrier que suelo encontrarme en la consulta del veterinario, siempre con una tembladera en el quiqui que le ponen en la cabeza, que la pobre perra parece que en ella tiene una palmera cocotera ondeando al viento. Además le ponen el quiqui tan prieto y estirado que casi no puede cerrar los ojos ni mover las orejas, así que, aunque pasa miedo, tiene en la cara una expresión de valentía que ya la quisiera yo para mí cuando voy a ese sitio, que tan solo mencionarlo hace que se me pongan los pelos de punta. Encima, la goma que le sujeta el quiqui tiene unas bolitas negras que, con el tembleque, se mueven y parece que a la palmera cocotera se le van a caer los cocos de un momento a otro. «Clin, clin, clin, clin, clin».

Bueno, os estaba hablando de Lía, mi amiga la fox terrier. Sus dueños, los señores Montañez viven al final de la calle, en la última casa, y están ya un poco entrados en años, o sea, un poco mayores para que me entendáis. Giscardo Montañez es un hombre bajito y cabezón con cara de perro pachón; sí, esos que tienen la comisura de los labios hacia abajo y parece que siempre están como tristes. Es todo lo contrario a su esposa, Mona, una señora alta, que le saca por lo menos dos cabezas, y cuando sonríe lo hace de forma especial porque lo hace con la boca, los ojos y hasta con la nariz. Por cierto, tiene una boca especialmente pequeña, pero ella la hace resaltar mucho porque siempre se pinta los labios de rojo intenso. Es muy divertido verles pasear juntos porque es la señora Montañez la que le echa la mano por el hombro a su esposo. De una mano agarra la correa de Lía, y con la otra agarra a su marido. Y es muy divertido, porque Lía tira tanto de la correa que no se sabe quién lleva a quién de paseo. Además, el Señor Montañez se apoya en un bastón porque le pusieron una prótesis en una cadera y no le dejaron muy bien, así que el pobre no puede andar a paso ligero. La verdad es que el paseo de los Montañez con chucha incluido es todo un espectáculo. Primero va Lía, que tira de Mona, y esta a su vez tira de Giscardo que va arrastrando su bastón. Un día se le quedó atascado el bastón en la rejilla de una alcantarilla, y del frenazo en seco que pegó el trío, Lía casi se estrangula, a la señora Montañez se le dislocó el codo del brazo que tiraba de la perra, y el pobre señor Giscardo tuvo que ser ingresado de urgencia para recolocarle la prótesis de cadera en su sitio. Es un matrimonio muy amable y simpático que no ha podido tener hijos, así que Lía está de lo más malcriada. La tratan como si fuera su hija, la meten con ellos en la cama, la sientan a la mesa a comer en una especie de trona para bebés, y tiene en casa un váter chiquitín de plástico donde la señora Montañez le aúpa para que haga pis. ¡Vamos a ver, señores Montañez, yo tengo mi dignidad y mi autoestima, pero un perro es un perro!

—Hacía días que no venía por aquí. ¿Qué te cuentas Xena?

—Ya ves, Lía, nada importante. Estoy aquí tumbada a la bartola. Vamos, descansando. Hace un rato han estado discutiendo Lita y Lota y ha sido de lo más entretenido, como siempre.

Porque debo decir que también las niñas discuten entre ellas a pesar de que se llevan muy bien. O sea, como en las mejores familias, como se suele decir.

—Lita y Lota, me cuesta distinguirlas. No sé si Lita es la de la trenza o la de la coleta.

—Uf, Lía, es difícil de saber. Generalmente la de la trenza es Lita, y la de la coleta, Lota, pero si quieren urdir un plan o confundir a alguien se cambian el peinado y ya está.

—Lita y Lota, Lota y Lita, ¿Por qué les pondrían nombres tan parecidos, Xena? Bastante difícil es ya distinguirlas físicamente, para que encima tengan nombres casi iguales.

—Pues mira, Lía, en realidad, el nombre le Lita viene de Melita. Parece ser que a su madre, la señora Plinia, le impresionó la película Lo que el viento se llevó, y le gustó tanto un personaje que se llamaba Melita que decidieron ponerle a la niña ese nombre. La película gira en torno a la vida de una familia aristócrata del sur de Georgia, en Norteamérica, durante la Guerra de Secesión. En dicha guerra pelearon los del norte contra los del sur, o bueno, no sé si fue al revés, los del sur contra los del norte.

—Sí, vale, ya te entiendo. (A ver si así no me lo dice ella, que siempre está todo el día con «para que me entiendas» por aquí, «para que me entendáis» por allá. Brrrr, odio ese verbo).

—Es que hace tanto tiempo que me lo contó mi abuelo MacGregor que ya no me acuerdo muy bien. El caso es que una vez acabada esta guerra, en 1865...

—Sí, sí, Xena. Vale, gracias por la clase de historia.

—… la esclavitud fue abolida, o sea erradicada, vamos, Lía, que fue suprimida, para que me entiendas…

—(Ahí lo tenéis, el «para que me entiendas» dichoso…)

—Verdaderamente, Lía, no sé si sabrás que fue un conflicto que dejó una huella importante en la historia de Norteamérica. Porque, supongo que no te tengo que contar que hay cinco continentes, América, que se divide en Norteamérica y Sudamérica, África, Asia,…

—Sí, sí, y Europa y Oceanía. Ya, vale, bien… Gracias por la clase de geografía. (Madre mía para qué le habré preguntado si siempre me pasa esto. Este diccionario peludo con cuatro patas… ¡me aburre!).

—Y te podría contar por qué a Lota la pusieron de nombre Lota. Viene de Carlota. Podría decirte que era porque existió una princesa, que se llamaba Carlota y aparecía en un cuento que se titulaba...

—Ya, pero no hace falta, si no…

—… ahora no me acuerdo de cómo se titulaba, pero vamos que era una princesa que la raptaron, o sea, que la cogieron unos señores, para que...

—Sí, sí, ya, para que te entienda.

—Pues bien, eran unos piratas y se la llevaron en su barco y cuando pasaban por el cabo de Palos… Por cierto, hay tres cabos importantes en el mundo, que se llaman...

—Sí, bueno, ya es suficiente, Xenaaa. (La pesada esta se ha empeñado en darme hoy una clase de geografía intensiva)

—... cabo de Hornos en la punta de América del Sur, donde hay olas de pesadilla y hasta te puede aparecer un iceberg, o sea, como una montaña de hielo flotando en el mar, para que me entiendas. Luego, está el cabo de Buena Esperanza en el sur de Africa, y hay otro que no me acuerdo cómo lo llaman. Mi abuelo MacGregor me habló de tres, pero ahora no recuerdo el nombre del tercero. El caso es que…

—Sí, yaaaaaa, el caso es que se llama Carlota y ya está. (Pero ¡¿qué habré hecho yo para merecer esto!?)

—… son tan peligrosos que, antiguamente, cuando los marineros rodeaban cada cabo se consideraba una hazaña, es decir, que habían conseguido algo importante, para que me entiendas. Y para demostrarlo se ponían un pendiente en la oreja por cada cabo que conseguían bordear sin morir en el intento, y así hasta tres. Entonces…

—Sí, sí, vale, vale, por eso le pusieron Carlota.

—No, porque así se llamaba la vecina del quinto. Es que antes vivíamos en un piso.

—¡Arrrrgggg!... (Y tanto para esto)

—Por lo que respecta a Versia, se llama así porque…

—¡Noooooooo!... Gracias, ¿eh? Vale, adiós, Xena…

¡Hala! «Hasta luego, Lucas», como decían en no sé qué película. Se largó con la música a otra parte. Le meto el rollo, y a correr; pero no escarmienta, porque la pobrecilla vuelve.


Que te lo cuente mi perra

Подняться наверх