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PROEMIO

Esa noche volvieron a sucederse los sueños.

¿Por qué ese recordar intenso de tantas cosas?

¿Por qué no simplemente la muerte

y no esa música tierna del pasado?

Juan Rulfo, Pedro Páramo

Hablábamos de aquellos que faltaban, los despertábamos para el recuerdo.

Ellos acudían a nuestras invocaciones, a nuestro aliento limpio,

sin cesar en su estar muertos, siguiendo, conforme a su mudez,

un reguero de baile y mansedumbre.

Así la desnudez nos abrasaba. Así la eternidad se percibía en la propia conciencia, amplia desde los versos.

Éramos uno más para la ruina, en la morada estable

donde lo humilde queda detenido a fin de ser en lo que sobrevive, espacio para el mundo.

Éramos uno más de aquellos muertos, seguros de estar muertos,

ligeros en la luz capaz de atravesar

el vuelo de los pájaros.

Olíamos sin miedo el corazón

que estaba reposando en unas manos, y fuera lo vivido,

lo verdaderamente afianzado mientras cruzamos valles inservibles, lugares donde amanecer desnudos, ebrios, sin memoria ni desconsuelo.

Ninguna ligadura que añorar estando entre los muertos; diáfanos,

que ocupan la espesura de los árboles y salen de los árboles,

hallando en el espanto a quien los mira.

Mi sonrisa está de vuelta, y está vieja.

Los muertos, al irse, dejan las cosas como estaban: intactas;

íntegro, entre los vivos, el contorno de sus formas; las nuestras,

y apenas extinguidos, los lloramos.

El silencio se inclina hacia nosotros y cae en pecho ajeno.

Y lo ocupan los muertos que nos faltan.

Lo que ocupan los muertos

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