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Presentación

Las veinte historias de “Todos los Caminos llevan a Filipinas” las protagonizan mujeres anónimas que dedican su tiempo y conocimiento a labores filantrópicas en este caso particular en Filipinas. Unas lo hacen en pro de la religión, otras ofrecen su arte, muchas, simplemente su bondad, y las hay quienes fundan empresas de diversas índoles con fines altruistas. Estas mujeres con miras a extrapolar lo mejor del ser humano y cuidar el planeta, con su ejemplo devuelven la confianza y la dignidad, no solo en aquellos que ayudan, pero al género humano en general.

He vivido muchos años en Filipinas, país al que considero como un segundo hogar. Cuando mi hijo me cuenta con ojos ensoñadores cómo las gotas de lluvia en los árboles le regresan a las queridas islas, me uno a él en el recuerdo y puedo sentir la humedad, el aroma del ylang –ylang en la noche y hasta veo crecer al bambú.

El archipiélago filipino es un enorme puzle que se parte en siete mil islas. Y cada una de ellas guarda su particular encanto. Está Boracay, cuya arena, fina como la harina, nunca quema sino que acaricia los píes. A Bohol le coronan sus colinas de chocolate, esas montañas coralinas que emergieron años ha. Según los lugareños, que suelen tener razón, son las lágrimas perdidas del dios Agooa llorando por el amor no correspondido de una mortal. Palawan casi se escapa del mapa filipino, pero no lo ha hecho y sus lagunas esmeraldas y los islotes paradisiacos, son todo suyos. Los volcanes de Camiguín-la isla que nace del fuego- rodean a una de las más bellas del archipiélago, cuyo festival de la fruta lanzón en Octubre es una explosión de algarabía y color. Están las montañas de arroz de Banaue, al norte de Luzón, patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, de un verde salvaje que pinta esas terrazas donde las tribus de los igorrotes e ifugaos cultivan arroz. Y está la Gran Manila, Metro Manila, su caótica capital de más de veinte millones de habitantes, dividida en múltiples municipios que encierran historia, vanguardia, arte, cultura, miseria y abundancia.

Pero por encima de estás aclaraciones sobre las características de sus islas, está el pinoy, nombre cariñoso que se le da al filipino del pueblo. El pinoy es una persona sencilla, muy familiar y religiosa, que quiere a los suyos, sigue sus tradiciones y nunca pierde la famosa sonrisa filipina, musa de libros, motivo de películas y hasta de tratados filosóficos…a pesar de que sonreír en Filipinas en cantidad de ocasiones, es todo un acto de valor. Cuando no sopla alguno de la treintena de tifones que les visita todos los años, los terremotos, maremotos o el rugir de los volcanes no les dejan en paz. A todo esto hay que añadir las penurias de un país que hasta hace poco, ahora parece que va surgiendo, no existía la clase media y la sociedad navegaba entre una pobreza extrema y una riqueza exagerada.

Manena Munar

Todos los caminos llevan a Filipinas

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