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Como bien se ve aquí, y nadie ignora, la letra a es la primera de nuestro abecedario, nombre este que le viene porque sus letras iniciales son a, be, ce y de. El signo que representa el sonido /a/ es también el primero de otros abecedarios, como, por ejemplo, la alfa griega (α), que, juntamente con la que le sigue, la beta (β), dan nombre al alfabeto. El abecedario árabe recibe el nombre de alifato porque su primera letra es alif (con distintas figuras según su lugar en la palabra), que, en posición medial representa también una /a/ larga. Son muchas las palabras españolas que comienzan por ella, pues abundan los arabismos adoptados juntamente con su artículo, al, como podemos ver en albaricoque, albérchigo o almohada. Otras palabras que tienen sus raíces en el árabe son albóndiga, cuya etimología nos lleva hasta la avellana, asesino, sorprendentemente relacionada con la droga, con el hachís, atutía (también tutía), con frecuencia mal interpretada como tu tía, o azulejo, que nada tiene que ver con el color azul. Pero no todas las voces que empiezan por al son de origen árabe, como altar, relacionada con alto, forma que influye en altozano aunque no quiere decir que esté en alto, todas ellas de procedencia latina. Otras parten del griego (como análisis, anarquía o ángel), o son de carácter onomatopéyico (como abubilla o arrullar), o indican el origen o procedencia de lo nombrado (como americana o astracán).

abanar Véase abanico.

abanicar Véase abanico.

abanico Resulta perfectamente sabido que un abanico es un ‘instrumento para hacer o hacerse aire, que comúnmente tiene pie de varillas y país de tela, papel o piel, y se abre formando semicírculo’, como define el diccionario de la Academia la voz en su primera acepción, a la que siguen otras que surgen de las semejanzas que se quieren ver en lo nombrado con un abanico, sea de manera real, sea de forma imaginada. También nos dice la Institución que la palabra es un derivado de abano. Si vamos a este artículo veremos que nos informa de que es un término poco usado, que procede del portugués abano, nada más. Corominas y Pascual consideran que abano deriva del verbo abanar, que registra el DRAE con el valor de ‘hacer aire con el abano’, que también nos ha llegado del portugués y gallego abanar ‘aventar, cribar’, ‘agitar’, ‘abanicar’, que procede del latín VANNUS ‘criba, zaranda’. El cambio de designación de la criba al abanico debió producirse por el movimiento que se hace con ambos instrumentos. No anduvo muy atinado Francisco del Rosal (1601) cuando propuso su etimología: «abanico o abanillo para hacer aire, por la semejanza de las lechuguillas del cuello, que el antiguo castellano llamaba abanicos o abanillos; y abanar, el hacer aquellos vacíos o huecos, llamados así de vano, que es lo mismo». Sebastián de Covarrubias no incluyó la palabra en su Tesoro (1611), pero en el Suplemento que dejó manuscrito puso: «abanillo, es el ventalle con que las damas se hacen aire. La invención es extranjera, y el nombre, y porque se coge en unas varillas a semejanza del ala de las aves le dieron este nombre, porque en italiano vanni valen las primeras plumas del ala […]».

abril El nombre del cuarto mes del año, tanto en el calendario juliano como en el gregoriano, procede del nombre latino APRILIS, cuyo origen no se conoce, aunque se ha relacionado con APERIRE ‘abrir’ porque es cuando comienzan a germinar, a abrirse, las semillas sembradas, explicación poco convincente. Sebastián de Covarrubias (1611) establece esa relación, explicándola en latín, además de poner algunos refranes repetidos todavía hoy: «abril, uno de los doce meses del año. Del latino aprilis, sic dictus cuasi aperilis, quod terram aperiat, nam verna temperie plantarum germina apperiuntur, vel dicitur aprilis, cuasi aphrilis, ab aphros, spuma, quod Venus cui hic mensis sacer est ex spuma maris fingitur nata [aprilis, así llamado casi aperilis, lo que abre la tierra, pues en el tiempo primaveral se abren las semillas de las plantas, o se dice aprilis, casi aphrilis, de aphros, la espuma, pues Venus, a la que se consagra este mes, nació de la espuma del mar] […]. Proverbio: por abril, aguas mil, porque en ese tiempo tienen necesidad del agua los panes y las plantas. Marzo ventoso y abril lluvioso, sacan a mayo hermoso. Las mañanicas de abril buenas son de dormir, porque crece entonces la sangre con que se humedece el cerebro y causa sueño».

absurdo, -da Si miramos el significado de la palabra absurdo en el diccionario académico veremos que la primera acepción que registra es la de ‘contrario y opuesto a la razón; que no tiene sentido’, de la cual parten las otras tres, ‘extravagante, irregular’, ‘chocante, contradictorio’ y, como sustantivo, ‘dicho o hecho irracional, arbitrario o disparatado’. Su origen está en el latín ABSURDUS ‘disonante, desagradable, absurdo, discordante, desatinado, inadecuado, disparatado’, por lo que nuestro adjetivo no solamente ha conservado la forma latina, sino también el contenido, lo cual no tiene nada de llamativo, a no ser que busquemos en el origen del término latino. Se trata de un compuesto mediante la preposición AB, que expresa, entre otras cosas, alejamiento y origen o punto de partida, y SURDUS ‘sordo’. Esto es, lo absurdo, lo carente de sentido, vendría a tener su origen en la sordera de quien no oye o no quiere oír, como algunas de las conversaciones que no hay manera de llevar a buen término con las personas con serias carencias auditivas, que contestan cosas que nada tienen que ver con aquello que se les ha dicho o preguntado. En definitiva, resulta una conversación absurda. También cabe interpretar esa formación latina como lo disonante, lo que no es silencioso, lo que va en contra de lo agradable para los sentidos. En el Suplemento que dejó manuscrito Sebastián de Covarrubias se refería al valor del sustantivo: «absurdo se dice todo lo que es feo e indigno de ser oído, latine absurdum».

abubilla La abubilla es una ave muy abundante nuestros campos, con el plumaje de color pardo-rojizo y un penacho eréctil en la cabeza, pero de mala fama por su feo canto y olor fétido. Su nombre procede del latín UPŬPA y el sufijo diminutivo -illa. El nombre latino es de carácter onomatopéyico debido a la monotonía de su voz. Uno de los primeros diccionarios en recoger la voz es el de Rodrigo Fernández de Santaella (1499), considerado el fundador de la Universidad de Sevilla, cuyo artículo es descriptivo, haciéndose eco de las creencias populares en torno al pájaro: «upupa, pe [...], es ave que según sus señales parece ser la que llaman abubilla [...], come hez o hienda humana, y muchas veces come y se mantiene de estiércol. Es ave muy sucia, tiene cresta de pluma, cuasi semejante a la cogujada, está en el estiércol o en los sepulcros. Dicen que si alguno se unta con su sangre, y duerme, siente en sueño que lo quieren ahogar los demonios. Usan de su corazón los hechiceros para sus maleficios. Dicen también que desde que es vieja, y ni puede ver ni volar, sus hijos le sacan las plumas, y pelada, la untan con zumo de ciertas yerbas, y la abrigan con sus alas hasta que le nace pluma, tanto que viene a volar y ver como ellos, según que dice nuestro Isidoro». Sebastián de Covarrubias (1611) no se resistió a proporcionar más datos sobre lo que rodea a la abubilla, y escribió: «abubilla, del nombre latino upupa. Ave conocida que tiene las plumas de sobre la cabeza levantadas a manera de celada. Graece epops. Este nombre abubilla está compuesto de ave y del diminutivo de upupa, conviene a saber, upupilla, ave upupilla y corrompido abubilla. Es ave sucia que se recrea en el estiércol; su voz desgraciada y triste [...]».

academia Si miramos en el diccionario académico la voz academia veremos no solamente las acepciones que puede tener, sino también parte de su historia. A nadie se le escapa que una academia es tanto el ‘establecimiento docente, público o privado, de carácter profesional, artístico, técnico, o simplemente práctico’ (acepción quinta) como la ‘sociedad científica, literaria o artística establecida con autoridad pública’ (primera acepción), y otras que surgen de esta. La palabra procede del latín ACADEMĬA, que parte del griego Akademía, la ‘casa con jardín, cerca de Atenas, junto al gimnasio del héroe Academo, donde enseñaron Platón y otros filósofos’ (acepción sexta de nuestro diccionario), de la que tomó el nombre la ‘escuela filosófica fundada por Platón, cuyas doctrinas se modificaron en el transcurso del tiempo, dando origen a las denominaciones de antigua, segunda y nueva academia. Otros distinguen cinco en la historia de esta escuela’ (acepción séptima). Academo se relaciona con el mito de Helena, pues, cuenta la leyenda, al ser raptada esta por Teseo cuando solo tenía diez años, sus hermanos, los Dioscuros, Cástor y Pólux, fueron a Atenas a buscarla, pero Teseo se había ido con ella. Enfurecidos, decidieron atacar la ciudad, cuando apareció Academo para decirles que se encontraban en Afidnas. En señal de gratitud, Cástor y Pólux le regalaron un terreno plantado de olivos sagrados en las afueras de Atenas. Platón (427-347 a. C.) debió adquirir hacia el año 384 a. C. el lugar, en el que había, además de los olivos, unos jardines y un gimnasio, la Academia, así nombrada por Academo, donde se reunían los intelectuales de la ciudad. Durante la Edad Media se llamaron academias las facultades mayores, donde se enseñaba teología, derecho y medicina. En el Renacimiento se fundaron en Florencia la Academia platónica y la Academia de la Crusca, recordando la primitiva griega, modelo de las sociedades culturales, científicas, literarias y artísticas que fueron surgiendo en Italia y después por toda Europa. Sebastián de Covarrubias (1611) nos cuenta: «academia, fue un lugar de recreación y una floresta que distaba de Atenas mil pasos, dicha así de Academo Heroa. Y por haber nacido en este lugar Platón, y enseñado en él con gran concurrencia de oyentes, sus discípulos se llamaron académicos. Y hoy día la escuela o casa donde se juntan algunos buenos ingenios a conferir toma este nombre y le da a los concurrentes. Pero cerca de los latinos significa la escuela universal que llamamos universidad». Como complemento de lo dicho aquí, véase el artículo ateneo.

acebo El acebo es un árbol que se ha difundido durante los últimos lustros por emplearse como adorno navideño, y por su cultivo en macetas y jardinería. La palabra que lo nombra procede del latín vulgar *ACIFOLIUM, o *ACIFŬLUM, compuesto del elemento AC- ‘agudo’ y FOLIUM ‘hoja’. Esto es, etimológicamente, significaría ‘de hojas agudas’, nombre que le vendría por las espinas que poseen las hojas en sus bordes. Sebastián de Covarrubias (1611) dio cuenta de la voz: «acebo, árbol conocido, aunque no es crecido sino pequeño. Dicho agrifolium, seu aquifolium, y por otro nombre paliuro. Está siempre verde; está cubierto con dos cortezas, la de fuera verde y la de dentro amarilla. Su madera es blanca, dura y tan pesada que echada en el agua se va a lo hondo. Sus hojas son algo semejantes a las del laurel y armadas con muy agudas púas. La corteza verde suya es muy vistosa y de ella se hace liga para tomar pájaros [...]. El nombre acebo es arábigo, pero de raíz hebrea y del nombre zebub, que significa ‘mosca’, porque con la liga del acebo debían matar las moscas, como en muchas partes lo hacen con la miel, por ventura, mezclando lo uno con lo otro, pues con la misma liga asen las hormigas, untando los troncos de los árboles con ella, quedándose allí pegadas. Y puede haberse dicho más cierto del verbo arábigo zebege, que significa ‘estar áspero, indómito, intratable’, porque, estando todas sus hojas rodeadas y orladas con espinas, no se deja tocar; o sea por el sabor de ellas o de su fruto, que es áspero y acedo».

acera Para rastrear el origen de la palabra acera en el diccionario de la Real Academia Española hace falta un tanto de paciencia, pues desde esa voz remite a hacera, de esta a facera, y de esta otra a facero, donde nos dice que procede del latín *FACIARĬUS, derivado de FACĬES ‘cara’. ¿Cuál es el camino que lleva de un lado a otro? El antiguo facera significó ‘fachada’ (la cara de las casas), después ‘cada una de las filas de casas que hay a los dos lados de una calle o a los cuatro de una plaza’ y finalmente ‘la orilla de la calle junto a estas filas de casas’.

aciago, -ga El adjetivo aciago tiene el sentido de ‘infausto, infeliz, desgraciado, de mal agüero’, si seguimos la definición del diccionario académico. Procede del latín aegyptiacus ‘egipcio’, en la construcción aegyptiacus dies que en la Edad Media se utilizaba para referirse a ciertos días del año que se consideraban infaustos o peligrosos, en recuerdo de los astrólogos egipcios. Sebastián de Covarrubias (1611) dijo: «aciago, día infeliz, desgraciado, prodigioso y de mal agüero, el cual tomaron de los malos sucesos que en tales días les han sucedido así a las repúblicas como a los particulares. Los romanos tenían por día aciago el día que fueron vencidos en la batalla de Cannas y otros que hace mención Aulo Gelio [...]. Por manera que estos días llamaron atros, negros, infelices, luctuosos. Y de allí (según algunos), corrompiendo el vocablo en la lengua castellana, derivada de la romana, dijeron días astriagos y, en mayor corrupción, aciagos. Otros quieren que esté corrompido este nombre días aciagos de días egiciagos, porque los egipcios tuvieron por desdichados días aquellos en que recibieron las plagas del Señor, que ellos llamaban Dios de los hebreos, y en particular aquel en que Faraón, con todo su ejército, fue absorto y anegado en el mar Bermejo, y esto afirman algunos rabinos. Los árabes dicen traer su origen de la palabra azar, que vale (como tenemos dicho) mala suerte y desgracia, y de días azariagos se hubiesen dicho aciagos [...]».

adefesio La palabra adefesio se emplea en nuestra lengua con una cierta frecuencia, especialmente en la frase estar o ir hecho un adefesio. El diccionario académico pone para la voz tres acepciones diferentes, las tres de carácter coloquial: ‘despropósito, disparate, extravagancia’, ‘traje, prenda de vestir o adorno ridículo y extravagante’ y ‘persona o cosa ridícula, extravagante o muy fea’. La propia institución explica el origen del término, que procede del latín AD EPHESĬOS, a los efesios, título de una de las epístolas de San Pablo, donde narra las penalidades (entre ellas el cautiverio, y el riesgo que corrió su vida a manos de exaltados azuzados por los comerciantes) que pasó el santo en Éfeso, ciudad de Asia Menor, en la actual Turquía, durante su predicación (años 54-56), sin haber conseguido muchas conversiones a la fe, entre otras cosas por el influjo que ejercía el conocido templo de Diana que había de Éfeso. La expresión AD EPHESĬOS pasó a ser una locución adverbial con el valor de ‘en balde’, ‘fuera de propósito, disparatadamente’. Por alusión, se aplicó a quienes pasaban por situaciones similares o mostraban señales de haberlas padecido. Cuenta Sebastián de Covarrubias (1611): «adefesios, mucho tiempo me dio cuidado el averiguar qué fundamento pudo tener un proverbio común cuando uno dice alguna cosa que no cuadra ni viene a propósito, y no hallo otro fuera del que diré. Hubo entre los efesios un varón consumado en virtud, letras y valor de ánimo, llamado Hermodoro [...]. Pues como se persuadieron a que Hermodoro quería tiranizar la república, no embargante que él pretendiese desengañarlos y darles a entender la verdad, jamás le dieron oídos. Y todo cuanto él y algún otro bien intencionado les dezía, o no lo querían oír o les parecía disparate y fuera de propósito. De donde nació el proverbio hablar ad efesios, cuando en opinión de los que oyen alguna razón o excusa no la admiten y les parece que no viene a propósito porque no les cuadra [...]». La historia narrada parece no corresponder a la verdad del origen de la expresión, como tampoco la tiene la de aquel sacerdote que debiendo leer una de las epístolas a los corintios de San Pablo tomó equivocadamente la dirigida a los efesios, con las correspondientes críticas, quedando la expresión ad efesios para señalar disparates como el cometido por dicho sacerdote.

afeitar La primera acepción de la voz afeitar en el diccionario académico es ‘raer con navaja, cuchilla o máquina la barba o el bigote, y, por ext., el pelo de cualquier parte del cuerpo’. Procede del latín AFFECTARE ‘poner demasiado cuidado, estudio y arte’, ‘arreglar’, frecuentativo de AFFICĔRE ‘causar’, derivado de FACĔRE ‘hacer’. Originariamente significó ‘adornar, hermosear, arreglar’, de donde partió el derivado afeite ‘cosmético’. A este propósito cabe señalar que los romanos se rasuraban la barba, mientras que los bárbaros se la dejaban crecer, siendo señal de distinción durante la Edad Media. A causa de ello, constituía una de las mayores afrentas que alguien podía recibir que le mesaran las barbas, por lo que resultaba conveniente recogérselas ante el enemigo o el contrario para evitar la afrenta. Sebastián de Covarrubias (1611) escribió: «afeite, el aderezo que se pone a alguna cosa para que parezca bien y particularmente el que las mujeres se ponen en la cara, manos y pechos para parecer blancas y rojas, aunque sean negras y descoloridas, desmintiendo a la naturaleza y queriendo salir con lo imposible se pretenden mudar el pellejo [...]. Afeitar se toma muchas veces por quitarse los hombres el cabello. Y propiamente se afeitan aquellos que con gran curiosidad e importunidad van señalando al barbero este y el otro pelo, que a su parecer no está igual con los demás. En especial si pretende remozarse y desechar canas. Aféitanse las mulas cuando les hacen las crines. Aféitanse los jardines cuando los igualan las espalderas y las guarniciones de los cuadros en los jardines. Púdose decir afeite y afeitar, del verbo affectar, por el mucho cuidado que se pone en querer parecer bien, o de la palabra portuguesa feito, porque no es natural sino hecho y contrahecho, o de ficto por ser color fingido, y puede ser del verbo factitare, frecuentativo del verbo facio, por la mucha frecuencia y cuidado que las mujeres tienen de afeitarse [...]».

afeite Véase afeitar.

ágata Es el nombre de una piedra preciosa, cuarzo lapídeo, duro, translúcido y con franjas o capas de uno u otro color, cuyo nombre se debe al río ACHATES, y este del griego Akhates, en el suroeste de Sicilia. Sebastián de Covarrubias (1611) explicó: «ágata, latine imo; graece Akhates, Achates. Es una piedra preciosa distinta de unas venecicas de varias colores, que con ellas forma diversidad de figuras. Dicen haberse hallado las primeras en un río de Sicilia dicho Achate, de donde tomó el nombre. Después se hallaron en la India y en la Frigia [...]».

agencia Una agencia es una ‘empresa destinada a gestionar asuntos ajenos o a prestar determinados servicios’, la ‘sucursal o delegación subordinada de una empresa’, y otras acepciones que tienen que ver con esas que pone el diccionario académico, en el que se hace constar su origen, el latín AGENTĬA, voz derivada de AGENS, -ENTIS ‘el que hace’, participio de presente del verbo AGERE ‘hacer’. Esto es, la agencia o el agente son los que hacen las cosas para otros. La voz comienza a figurar en los diccionarios en el siglo XVIII, aunque su uso, como es lógico, es anterior, poniendo Corominas y Pascual la fecha de 1609. Agente, sin embargo, es anterior, dando estos autores la fecha de hacia 1560, aunque en la lexicografía no aparece hasta que recoge la voz Bartolomé Bravo en 1601.

agenda La palabra agenda significa, en la primera acepción de la palabra del diccionario académico, ‘libro o cuaderno en que se apunta, para no olvidarlo, aquello que se ha de hacer’, de la que surgió la otra que se emplea, ‘relación de los temas que han de tratarse en una junta o de las actividades sucesivas que han de ejecutarse’. La palabra es de reciente introducción en la lengua, pues no aparece en el DRAE hasta la duodécima edición (1884). Seguramente fue tomada del francés, también agenda, aunque del género masculino, un agenda. Sea así, sea procedente directamente del latín, su origen es AGENDA, neutro del gerundio del verbo AGERE ‘hacer’, y que no significaría otra cosa sino ‘aquello que hay que hacer’. Por tanto, la agenda es la relación de las cosas que se han de hacer, así como el lugar en que se anota.

agente Véase agencia.

agostar Véase agosto.

agosto El nombre del octavo mes del año procede del nombre de CAIUS IULIUS CAESAR AUGUSTUS, esto es, César Augusto, o, simplemente, Augusto (63 a. C. – 14 d. C.). En el calendario romano recibía la denominación de SEXTILIS, por ser el sexto entre los que lo configuraban, hasta que aparecieron enero y febrero en la reforma hecha por Julio César (100 a. C. – 44 a. C.) en el calendario juliano. Augusto le cambió el nombre al mes en su propio honor, como pocos años antes había hecho César con el mes precedente para honrar a su familia, la Julia. Sebastián de Covarrubias (1611) demuestra ser conocedor de esos hechos cuando dice: «agosto, uno de los meses del año que, habiéndose llamado sextil en tiempo de Octavio César, tomó nombre de Augusto en memoria del dicho emperador, a quien dieron este renombre primeramente, y después de él a los demás emperadores hasta hoy día [...]. Regularmente, en el mes de agosto coge el labrador el trabajo de todo el año, e hinche sus trojes de trigo y cebada y de las demás semillas. Y de aquí, por alusión, decimos al que ha recogido mucha hacienda, mal o bien, que ha hecho su agosto. Proverbio: Agosto y vendimia no es cada día, y sí cada año, unos con ganancia y otros con daño. Y porque va el Sol va bajando del solsticio y refresca las noches, hay otro proverbio que pertenece a los muy delicados para que se arropen: Agosto, frío en rostro [...]». De agosto se deriva agostar, que en la primera acepción del diccionario académico es ‘dicho del excesivo calor: secar o abrasar las plantas’, pues agosto es un mes muy caluroso y seco.

aguinaldo El aguinaldo es, entre otras cosas, el ‘regalo que se da en Navidad o en la fiesta de la Epifanía’ o el ‘regalo que se da en alguna otra fiesta u ocasión’. Se trata de una voz en la que hay una metátesis, un cambio de sonidos, a partir del antiguo aguilando, cuyo origen no está claro, aunque la Academia, como Corominas y Pascual, apunta a que quizá proceda de la expresión latina HOC IN ANNO, que vale ‘en este año’, expresión que se utilizaba en las canciones populares de Año Nuevo. Sebastián de Covarrubias (1611) escribió: «aguinaldo, es lo que se presenta de cosas de comer o vestir por la fiesta de Pascua de Navidad. Este presente llamaron los latinos xenium, munus hospitibus dari solitum. Pues de esta palabra, mudando la x en g, se dijo genialdo y añadiéndole el artículo, agenialdo, y corrompido del todo, aguinaldo. Otros quieren se haya dicho del nombre genius hospitalitatis, voluptatis et naturae Deus, y de allí se tomó aquella frases indulgere genio, comer y beber y holgarse. Casi en el mismo tiempo que nosotros usamos los aguinaldos, tenían los gentiles sus días geniales, que eran por el mes de diciembre, cuando unos a otros se enviaban presentes y regalos de algunas cosas de comer y pertenecientes a la mesa […]. Pero en el Concilio Altisiodorense se manda que no se den los aguinaldos diabólicos en el día de Año Nuevo, que se usaban en la gentilidad a título de geniales [...]. Más a propósito parece ser otra etimología tomada del verbo griego guinomai, nascor, y de ginome, gininaldo, agimnaldo, y finalmente, aguinaldo, por darse el día del natal y en el principio del año [...]».

ahorrar No parece que haya muchos hablantes de nuestra lengua que no sepan lo que significa la palabra ahorrar, al menos en sus sentidos más comunes, claro está. Si miramos el diccionario académico veremos una acepción que califica de poco usada y que define como ‘dar libertad al esclavo o prisionero’, ante lo cual cabe que nos preguntemos ¿qué tiene que ver liberar a un esclavo con guardar dinero? Si miramos la etimología de la voz, sabremos que procede de horro, ‘dicho de una persona: que, habiendo sido esclava, alcanza la libertad’, del árabe hispánico ḥúrr, a su vez del clásico ḥurr ‘libre’, que explica esa acepción poco usada que pone la Academia. Del sentido de liberar a un esclavo surgió otro, ‘liberar de una carga cualquiera’, a partir del cual se generó uno más general de ‘liberar de una carga, obligación, etc.’, antes de llegar a un valor más absoluto de ‘dejar libre’, que, aplicado a la economía, se refiere a las cantidades que quedan libres, que se ahorran. Sebastián de Covarrubias (1611) dio cuenta de parte de esta evolución: «ahorrar, quitar de la comida y del gasto ordinario, libertándolo de que no sirva; pero haciendo a veces cautivo al que lo ahorra, si defrauda a su genio de lo necesario. No ahorrarse con nadie, ser solo para sí. Ahorrar, dar libertad al esclavo, vide horro». Y en horro pone: «horro, el que habiendo sido esclavo alcanzó libertad de su señor […]. Algunos quieren que horro sea forro y se haya dicho a foro por la libertad que adquiere de poder parecer en juicio, pero dicen ser arábigo […]. Ahorrar, sacar del gasto ordinario alguna cosa y guardarla. Ahorro, la ganancia y provecho de lo que habiéndose de gastar, se escusa. Ahorrado, el que lleva poca ropa por que va más suelto y libre».

ajedrez El juego del ajedrez es conocido desde antiguo, habiéndole consagrado una de sus obras Alfonso X El Sabio (1221-1284), el Libro del ajedrez, dados y tablas. Lo introdujeron los árabes, quienes lo conocieron en Persia. Nuestra Academia define, y explica, el ajedrez como ‘juego entre dos personas, cada una de las cuales dispone de 16 piezas movibles que se colocan sobre un tablero dividido en 64 escaques. Estas piezas son un rey, una reina, dos alfiles, dos caballos, dos roques o torres y ocho peones; las de un jugador se distinguen por su color de las del otro, y no marchan de igual modo las de diferente clase. Gana quien da jaque mate al adversario’. La palabra ajedrez procede del árabe hispánico aššaṭranǧ o aššiṭranǧ, del árabe clásico šiṭranǧ, que a su vez viene del pelvi čatrang, y este del sánscrito čaturaṅga ‘de cuatro miembros’, como alusión a las cuatro armas del ejército: infantería, caballería, elefantes y carros de combate, representados en el juego. Por otro lado, la primera versión del ajedrez, del norte de la India, se jugaba entre cuatro jugadores, no entre dos como es lo habitual. Sebastián de Covarrubias (1611) le dedicó un largo artículo: «ajedrez, es un juego muy usado en todas las naciones, y refiere Polidoro Virgilio, […] que el juego del ajedrez se inventó cerca de los años de mil y seiscientos y treinta y cinco de la creación del mundo, por un sapientísimo varón dicho Xerses, el cual, queriendo por este camino enfrenar con algún temor la crueldad de cierto príncipe tirano y advertirle con esta nueva invención, le enseñó por ella que la majestad, sin fuerzas y sin ayuda y favor de los hombres, vale poco y es mal segura, porque en este juego se hacía demostración que el rey podía ser fácilmente oprimido si no anduviese cuidadoso de sí y fuese de los suyos defendido, como se ve en el entablamiento de las piezas y en el movimiento y uso de ellas. Porque a las esquinas se ponen los roques, que son los castillos roqueros; junto a ellos estaban los arfiles, corrompido del alfiles, que vale tanto fil como elefante, porque peleaban con ellos, como es notorio, y nota que marfil vale tanto en arábigo como diente o cuerno de elefante. Tras ellos los caballos, figurando en estos la caballería. La reina, el consejo de guerra, la prudencia, y estos llevan en medio al rey. Delante, en la vanguardia, van los peones, que es la infantería, los escaques son las castramentaciones y el lugar que cada uno debe guardar. Dijéronse escaques, ab scandendo, porque se va por ellos subiendo a encontrar con el enemigo, y todos ellos en común, trebejos, de trebejar, que es cutir y herirse unos con otros, de donde se dijo día de trabajo y día de cutio […]». Para la explicación del alfil que da Covarrubias, véase el origen de la voz en su artículo. Véase también escaquearse.

albaricoque El albaricoque es una fruta conocida, aunque los nombres que recibe a veces se mezclan con los del melocotón, por más que sean dos frutas fáciles de distinguir. Dice la Academia que la palabra albaricoque procede del árabe hispánico albarqúq, a su vez del árabe clásico burqūq, tomado del griego berikokkon. Corominas y Pascual no coinciden plenamente con esa propuesta, pues dicen habernos llegado del árabe birqûq, birqûq, quizás a partir del griego praikokion, tomado a su vez del latín PERSICA PRAECOCIA, que significaba ‘melocotones precoces’. Sebastián de Covarrubias (1611) no tenía clara la etimología cuando escribe: «albarquoque, vuelve Antonio Nebrija persicum praecoquum; otros malum armeniacum; y porque también los llaman los griegos berikhokkia, quieren algunos que, añadido el artículo arábigo, se hayan dicho al-berikhokkia, albericoques. Presupuesto esto, parece que el toscano se inclina a esta etimología, pues le llama bericoco. Otros dicen está corrompido el vocablo de albecorque, que reducido a la lengua hebrea viene de becor, primogenitus, por ser la primera fruta que madura de todas las de cuesco».

albérchigo El albérchigo es una de las variedades de melocotón, aunque también es uno de los nombres que recibe el albaricoque en muchas zonas de la Península. La palabra nos viene, de acuerdo con la etimología propuesta por Corominas y Pascual, de una forma mozárabe procedente del latín PERSĬCUM ‘melocotón’, de la denominación MALUM PERSĬCUM, esto es, la fruta de Persia. La Academia discrepa algo en el origen, y piensa que nos ha llegado desde el árabe hablado en la Península *albéršiq, tomado del griego persikón, que significa también ‘de Persia’. Sea como fuere, no hay duda de que la denominación se debe a que era una fruta procedente de Persia. Fr. Diego de Guadix (1593) explicó a su manera el origen de la voz: «albérchigo llaman en España a cierta suerte o natío de durazno. Este nombre viene por todas las revueltas y corrupciones que diré. Consta de al, que en arábigo significa ‘el’, y de bérxico, que es una corrupción que lenguas de árabes hizieron en este nombre pérsico, de suerte que todo junto, albérxico, significará ‘el pérsico’. Y los españoles, andándonos a caza de más fácil pronunciación, hemos mudado la x en che, y envidando sobre la corrupción de los árabes hemos hecho esta corrupción albérchigo. Y en la parte de España a que llaman Extremadura hacen otro envite con otra más disforme corrupción, porque dicen prégigo. En la ciudad de Sevilla y su comarca han hecho otra corrupción más donosa, que es mudarle el género de masculino en femenino, llamándolo albérchiga [...]». Menos fino anduvo Sebastián de Covarrubias (1611) cuando lo confunde con el albaricoque, aunque no se extiende en muchas explicaciones: «albérchigo, especie de albarcoque, cuasi albérkiko, o, como otros dicen, alpérsico. Son como duraznicos pequeños y de carne muy delicada, y tienen el hueso de dentro crespo, que no se despide de la carne. Especie de albarcoque, albérkiko».

albóndiga Pese a que se trata de un alimento harto conocido entre nosotros, no quiero dejar de copiar la única definición del diccionario académico, que dice así: ‘cada una de las bolas que se hacen de carne o pescado picado menudamente y trabado con ralladuras de pan, huevos batidos y especias, y que se comen guisadas o fritas’. Dejo la preparación culinaria al gusto de cada cual, aunque no se apartará mucho del enunciado de la Academia. Si traigo aquí la palabra es por su origen. Ese al- inicial nos advierte de que puede tratarse de uno de tantos arabismos de nuestra lengua, como así es, pues procede del árabe hispánico albúnduqa, que, por su parte, viene del árabe clásico bunduqah ‘bola’. La palabra llegó a esta lengua desde el griego, [káryon] pontikón ‘[nuez] póntica’. Quiere ello decir que se comparaba la albóndiga a la avellana, la nux pontica (véase la entrada avellana), por su forma redondeada, el tamaño que debían tener, y el color. Sebastián de Covarrubias (1611) recogió la voz corroborando lo dicho: «albóndiga, el nombre y el guisado es muy conocido. Es carne picada y sazonada con especies, hecha en forma de nueces o bodoques. Del nombre bunduqun, que en arábigo vale tanto como avellana, por la semejanza que tiene en ser redonda. Y bunduqun propiamente significa la ciudad de Venecia, de donde llevaron las posturas de los avellanos o su fruta, y por eso le pusieron el nombre de la tierra de donde se llevó, como es ordinario, pues decimos damascenas, çaragocíes, a las ciruelas de Damasco y Zaragoza. Bergamotas y pintas, a las peras de Bérgamo y Pinto, etc. Esta interpretación es de Diego de Urrea. El padre Guadix dice que albóndiga es vocablo corrompido de albidaca, que vale ‘carne picada y mezclada con otra’, el diminutivo de albóndiga es albondiguilla. Juan López de Velasco dice viene del nombre bonduq, que en arábigo vale cosa redonda».

Además de la forma albóndiga, en la lengua hay una almóndiga, frecuentemente tenida por vulgar, pero que en el DRAE aparece sin marca de uso ninguna.

albur La palabra albur no es de mucho uso en la lengua, y no suele encontrarse fuera de la expresión dejar al albur, y construcciones similares, en que se hace referencia a que algún asunto se deja al azar. El diccionario de la Academia registra como primera acepción la de un pez, que define remitiendo a mújol. De acuerdo con la explicación académica, el término procede del árabe hispánico albúri, que parte del árabe clásico būrī, y este del egipcio br, y hace referencia al copto bōre. Corominas y Pascual dicen que el nombre árabe es un derivado de la ciudad egipcia de Bura. ¿Y cómo se pasa de nombrar un pescado al azar? Explican estos autores que existe un juego de naipes llamado albur, de origen indio, en el que el banquero sacaba una carta (la Academia dice que dos) y que podía hacer ganar a este o al jugador. El nombre le vino por comparación con el pescado que saca el pescador del agua. A partir de ahí vino a designar la contingencia, el azar. Sebastián de Covarrubias (1611) explicó de una manera muy descriptiva lo designado: «albur, pez muy regalado. Latine mugil, is, et mugilis, que por tener gran cabeza los griegos le llamaron kephalon. Es entre los peces escamosos el más ligero y se arroja en alto en forma que, aun trayéndole en la red, suele saltar por encima y dejar burlados los pescadores, según refiere Eliano [...]. Cuenta de él Plinio [...] que si tiene escondida la cabeza en el arena o entre peñas, piensa que está todo escondido y seguro, como hacen algunas aves bobas. Francisco López Tamarid pone este nombre albur entre los arábigos». A partir de esas vivas imágenes es fácil explicarse cómo pasó al lance del juego de cartas.

alfil El alfil es una ‘pieza grande del juego del ajedrez, que camina diagonalmente de una en otra casilla o recorriendo de una vez todas las que halla libres’, como vemos en la definición del diccionario académico. Con los alfiles se representa en el juego una de las cuatro armas del ejército indio, los elefantes (véase en el artículo ajedrez). La palabra procede del árabe hispánico alfíl, del clásico fīl, que a su vez viene del pelvi pīl ‘elefante’. De él escribe Sebastián de Covarrubias (1611): «arfil, una de las piezas de ajedrez que corre los escaques por los lados o esquinas. El padre Guadix dice que vale tanto como caballo ligero, firiz vale caballero, y, contraído, firz, con el artículo alfirz, y corrompido, alfir y arfil. Diego de Urrea dice que en su terminación arábiga se dice filum, del verbo feyete, que vale agorar, y así arfil será lo mismo que buen agüero. Otros quieren ser griego, dicho archil o arxil, de arkhos, princeps, porque después del rey y la reina, que llaman dama, tiene el principado. Gaspar Salcedo, en sus alusiones sobre S. Math.: arfiles, cuasi arciferentes, idest, arqueros».

alheña Véase henna.

almohada La almohada es un objeto de uso cotidiano, si bien la palabra que empleamos para nombrarlo es de introducción tardía en la lengua, en el siglo XIV, para sustituir, probablemente, a la patrimonial haceruelo, derivada de haz ‘cara’. Lo curioso es que almohada también está relacionada con la cara, pues la voz procede del árabe hispánico y magrebí almuẖádda ‘almohada’, que en árabe clásico es miẖaddah, a su vez derivado de ẖadd ‘mejilla’. Así, pues, la almohada es el objeto para que posemos sobre él la mejilla. Sebastián de Covarrubias (1611) discutió el origen de la voz para hacerla proceder del hebreo: «almohada, dice Diego de Urrea que en su terminación arábiga se dice mehaddetum, del nombre haddum, que significa ‘mejilla’. Y por ser nombre local, almohada tiene la letra m, o la partícula mo, que significa ‘lugar, cosa sobre que está otra’, y así, almohaddetum corrompido, decimos almohada. Sin embargo de esto, digo que puede ser nombre hebreo, del verbo mahad, que significa declinare, reclinare, y sobre el almohada declinamos la cabeza. En latín la llamamos cervical, a cervice, porque reposa sobre ella la cerviz y la cabeza; y por otro nombre pulvinar, a plumis quibus farciebatur [por las plumas con que se rellenaba] […]. Almohadas llaman ciertas piedras de sillería que en cuadros salen y resaltan de la obra. Y una carnosidad que se hace a las mulas en los lados de los sillares se dicen almohadillas, por estar levantadas; y almohadillas sobre que las mujeres cosen y labran».

almóndiga Véase albóndiga.

altar Un altar es ‘en el culto cristiano, especie de mesa consagrada donde el sacerdote celebra el sacrificio de la misa’, y, en general, el ‘montículo, piedra o construcción elevada donde se celebran ritos religiosos como sacrificios, ofrendas, etc.’ de acuerdo con la tercera y primera acepción del diccionario académico. Si copio las dos definiciones es para explicar el origen de la voz, que procede del latín ALTARE, donde significa lo mismo. Ese ALTARE es un derivado de ALTUS ‘alto’, porque los altares, en todas las religiones, se ponen en lugares altos, como nos hace ver la Academia en la segunda acepción de las copiadas. Sebastián de Covarrubias (1611), no olvidemos su condición religiosa, escribió: «altar, el lugar donde se ofrece a Dios el sacrificio, levantado sobre la tierra, cuasi alta ara. Latine altare, is; ara, rae. Cerca de los gentiles había tres maneras de altares: unos eran altos, en los cuales sacrificaban a los dioses celestiales; otros en la superficie de la tierra, a los terrestres; y los terceros eran hondos, a manera de hoyas, cavados debajo de la tierra, donde sacrificaban a los dioses infernales. El levantado en alto se llama propiamente altar, y los otros con él se llaman aras […]».

alto, -ta Para darnos cuenta de la polisemia del adjetivo alto basta con echar un vistazo al diccionario académico, y leer las 43 acepciones que aparecen (entre las del adjetivo y las del sustantivo), más las 11 expresiones, frases y locuciones que siguen, algunas de ellas con varios sentidos. El origen de la voz está claro, ya que procede del adjetivo latino ALTUS ‘alto’. Lo curioso es que este ALTUS es, a su vez, el participio de pasado del verbo ALĔRE, ALTUM, que significa ‘nutrir, alimentar, criar’. En el paso de los valores del participio a los del adjetivo estuvo presente esa idea de criar o alimentar, con lo que alto llegó a ser lo que se acrecentaba o se indicaba la posición, no solamente hacia arriba o en posición elevada, sino también hacia abajo o en posición inferior, de modo que es alto no solamente el ‘de gran estatura’ o ‘que está a gran altitud’, sino también lo que tiene una gran profundidad, como el curso de un río, o el agua del mar, claro que aquí es alto con respecto a la base, no con respecto a los que se encuentran en la superficie, como también puede llegar a referirse a lo alejado, como alta mar. En definitiva, no solamente es alto lo elevado, sino también lo que posee una magnitud grande, o una categoría o posición superior, como la alta tensión, la temporada alta, las altas temperaturas, o un alto comisionado y las clases altas.

Hay otro alto, el que significa ‘detención o parada en la marcha o cualquier otra actividad’, también empleado como interjección, y que no tiene nada que ver con lo anterior, pues procede del alemán Halt ‘parada, detención’, derivado del verbo halten ‘parar, detener’.

Sebastián de Covarrubias (1611) entremezcló las dos palabras, puntualizando con acierto algunas cuestiones: «alto, el lugar levantado, como monte, peñasco, torre y lo demás que tiene en sí altura. Transfiérese al ánimo, y significa cosa escondida, profunda, como alto misterio, alto pensamiento. Fuésele o pasósele por alto, al que no entendió una cosa que importaba, tomada la metáfora del juego de la pelota, cuando pasa por alto, que no la alcanza a volver el que la esperaba. Hacer alto es hacer parada en algún lugar; es término castrense, porque cuando el asta donde va el estandarte, guion o bandera se levanta y se fija en tierra, quedando alta para todo el ejército. Algunas veces tiene significación de imperativo, como alto de aí, andad de aí, porque los que están echados o sentados, para irse, se han primero de alzar y levantar de la tierra o del lugar donde están sentados. Alto significa algunas veces lugar, como lo alto de la casa o ‘lo que se levanta del suelo’. Proverbio: come poco y cena más, duerme en alto y vivirás. Alto se toma muchas veces por ‘profundo’, como en alta mar; otras veces se toma por el cielo, como El de lo alto, el Dios de las alturas. Altibajo, el golpe que se da con la espada derecho, que ni es tajo ni revés, sino derecho, de alto abajo. La casa decimos tener tantos altos por tantos suelos. Brocado de tres altos, porque tiene tres órdenes el fondón, la labor, y sobre ella el escarchado, como anillejos pequeños. Alto es la voz en la música que media entre el tiple y el tenor».

altozano El diccionario de la Academia da cuenta de dos acepciones para la palabra altozano. La primera es la que se emplea habitualmente: ‘cerro o monte de poca altura en terreno llano’. La segunda es propia de América: ‘atrio de una iglesia’. ¿Qué relación puede haber entre ellas dos? Si miramos su origen encontraremos una explicación. La forma antigua era anteuzano, un compuesto de ante- ‘delante’, uzo ‘puerta’, procedente del latín OSTIUM, que también significaba ‘puerta’, y un sufijo derivativo -ano. Es decir, venía a significar ‘que está delante de la puerta’, lo que aplicado a las iglesias es el ‘atrio’, con lo que la segunda de las acepciones parece clara, como claro parece que llegó a América desde el español peninsular. La otra acepción procede de esta, y queda manifiesta en la exposición de Corominas y Pascual: «Como solo tenían antuzano las iglesias, castillos y casas grandes, que por lo general se construían en lugares dominantes [...], pronto se identificó la palabra con el concepto de lugar alto (ya en Mariana) y se convirtió antuzano en altozano [...]». Cuando Sebastián de Covarrubias escribe su Tesoro (1611) este valor está plenamente consolidado, y no hay rastro del otro: «altozano, el montecillo que toma poca tierra y es alto. Los moriscos de Valencia llaman tozal la cumbre o parte alta de la montaña. Otros quieren que sea altozano el montecillo que no lleva gruesas carrascas, que llaman monte bajo, y se acostumbra rozarle muy de ordinario».

alumno, -na Quienes nos dedicamos a la enseñanza tenemos alumnos, sin los cuales no podríamos llevar a cabo nuestra profesión. Esta voz, en la primera acepción del repertorio académico es el ‘discípulo, respecto de su maestro, de la materia que está aprendiendo o de la escuela, colegio o universidad donde estudia’, que es como todos entendemos la palabra. Sin embargo, la segunda nos llama la atención, pues dice ser la ‘persona criada o educada desde su niñez por alguno, respecto de este’. ¿Cómo que criada o educada?, ¿de dónde sale este sentido? La explicación nos la da la propia historia de la palabra, que procede de la latina ALUMNUS ‘alumno’, pero también ‘niño, pupilo, persona criada por otra’, pues se trata de un derivado del verbo ALĔRE ‘nutrir, alimentar, criar’, ya que, figuradamente, la función del profesor es la de alimentar a los alumnos con sus saberes. Sebastián de Covarrubias no recogió la voz en el Tesoro (1611), aunque sí la apuntó en el Suplemento que dejó manuscrito: «alumno, alumnus, el que es criado y sustentado por otro, como el hijo, el criado, el paniaguado. Del verbo alo, is, por sustentar; no es muy usado en castellano».

americana Define el diccionario de la Real Academia Española el sustantivo americana como ‘chaqueta de tela, con solapas y botones, que llega por debajo de la cadera’. La palabra tiene, sin duda, relación con América. Pero ¿por qué? Como sucede con muchas de las prendas de vestir, su historia es algo larga y está relacionada con su evolución. La chaqueta ha ido cambiando para tomar su forma moderna en Inglaterra, de donde pasó a América del norte, adquiriendo allí su configuración actual (con las alteraciones propias introducidas por los cambios de la moda). La prenda volvió a cruzar el Atlántico para llegar a España en el siglo XIX como la chaqueta americana, o simplemente americana. Por la forma que tenía, también fue conocida como chaqueta de saco, designación que se ha mantenido en las Islas Canarias y en América, aunque solo como saco. Véase también el artículo chaqueta.

amilanar En la primera acepción del diccionario académico, amilanar significa ‘intimidar o amedrentar’. Se trata de una formación parasintética a partir de milano, el ave rapaz. La voz se explica por el pánico que provocan las aves de rapiña entre sus presas, que se acobardan y tienden a ocultarse, de donde pasó a aplicarse también a las personas (véase lo expuesto en el artículo azorar). Lo explicó Sebastián de Covarrubias (1611): «amilanarse, vale lo mismo que acobardarse y encogerse, como hacen algunas avecillas del milano. O se dijo del mismo, que cuando el águila u otra ave de rapiña cae a él, se acobarda, no embargante que suele volverse a él con pico y garras, que a veces hiere al halcón, sin que él reciba daño. Amilanado, el cobarde y amedrentado». El primer diccionario de nuestra lengua en recoger la voz es muy poco anterior, el de Alonso Sánchez de la Ballesta (1587).

amoniaco o amoníaco El amoniaco tiene su nombre a partir del latín AMMONIĂCUM, voz que procede del griego ammoniakón, que se deriva de Ammón, importante dios de los egipcios. Así es porque se obtenía de la sal recogida cerca del templo de Ammón en Libia. Cuenta Andrés Laguna en sus comentarios del Dioscórides (1555) que «llámase ammoniaco aquesta goma por dos respectos, conviene a saber, porque destila de su planta sobre la arena, commúnmente llamada ammos en griego, y porque se trae de aquella parte de Libia a donde estaba antiguamente el templo de Ammón […]». De esas palabras parece que se hizo eco Sebastián de Covarrubias (1611) cuando escribe: «armoniaco es una especie de goma que nace de un arbusto o férula, que nace junto a Cyrene de África […]. Es bueno para perfumes y tiene suave olor; corrompimos el vocablo, que en griego es ammoniakon, y díjose así o porque la planta donde se cría la destila sobre el arena, dicha en griego ammos, o porque se trae de aquella parte de África, adonde hubo aquel célebre templo de Ammón […]».

análisis Quien más y quien menos ha tenido que realizarse a lo largo de su vida algún análisis, que, en este sentido, define el diccionario académico como ‘examen cualitativo y cuantitativo de ciertos componentes o sustancias del organismo según métodos especializados, con un fin diagnóstico’, y, de un modo más general, como ‘distinción y separación de las partes de un todo hasta llegar a conocer sus principios o elementos’. La voz procede del griego análysis ‘liberación, disolución’, compuesto de aná ‘según’ y lysis ‘acción de soltar, separación, disolución’, esto es, aquello que se realiza, o a lo que se llega, mediante la separación de sus elementos componentes. La voz no aparece en nuestros diccionarios anteriores a la fundación de la Academia, salvo en el hispano-inglés contenido en el multilingüe de John Minsheu (1617). Más moderno es otro compuesto, diálisis, con el mismo sustantivo lysis y diá ‘a través de, separadamente’, que el DRAE califica como tecnicismo de la física y de la química con el valor de ‘proceso de difusión selectiva a través de una membrana, que se utiliza para la separación de moléculas de diferente tamaño’.

anarquía La anarquía es la ‘ausencia de poder público’ según define el diccionario de la Academia la primera acepción, de la que nace la siguiente ‘desconcierto, incoherencia, barullo’, mientras que la tercera es ‘anarquismo (doctrina política)’, y no hay ninguna más. Es una palabra tomada del griego anarchía, con el mismo valor, que se deriva de anarchos, compuesta de an ‘sin’ y archós ‘guía, jefe, el más poderoso’, esta última procedente de archein ‘mandar, reinar’. En definitiva, la forma griega ya venía a significar ‘sin jefe, sin gobernante’. A partir de anarquía se han formado otras palabras como anarquista, anarquismo o anárquico.

andamio Véase andén.

andén Los andenes de las estaciones de ferrocarriles, de los muelles de los puertos, de los puentes, etc., nada tienen que ver con andar, por más que por ellos se pueda andar. La palabra procede del latín *ANDAGĬNEM, de INDAGĬNEM ‘cordón, ojeo de la caza y cuantos instrumentos están en uso para caza’, ‘línea, cordón, estacada para estorbar la entrada a los enemigos’. De donde pasaría a designar la faja de terreno que hay alrededor de algo, y como cuentan Corominas y Pascual «es fácil pasar de ahí a ‘faja de terreno larga y estrecha’ en general, sin contar con que INDAGO pudo tomar fácilmente el significado de ‘pista, huellas de la caza’, por influjo del verbo derivado INDAGARE, que significaba ‘seguir la pista’». Así es fácil explicar algunas de las definiciones académicas como ‘en las norias, tahonas y otros ingenios movidos por caballerías, sitio por donde estas andan, dando vueltas alrededor’ o ‘corredor o sitio destinado para andar’, así como otras similares no recogidas por la Institución y de uso regional. La atracción por explicar andén con andar debió producirse muy pronto, a partir de los sentidos señalados, y quizás también por la presencia de andamio, este sí derivado de andar con el sufijo -amio. Antonio de Nebrija en el Vocabulario español-latino (seguramente de 1495) escribió: «andén para andar, ambulacrum, i», casi lo mismo que dice para la otra voz aducida: «andamio, por donde andan, ambulacrum, i».

ángel Gracias a la implantación de la religión, la palabra ángel es bien conocida en nuestra lengua, siendo la primera acepción que registra el diccionario académico ‘en la tradición cristiana, espíritu celeste criado por Dios para su ministerio’, y del mismo ámbito también es la segunda ‘cada uno de los espíritus celestes creados, y en particular los que pertenecen al último de los nueve coros, según la clasificación de la teología tradicional’. De estos valores derivan los siguientes que pone para la voz ‘gracia, simpatía, encanto’, ‘persona en quien se suponen las cualidades propias de los espíritus angélicos, es decir, bondad, belleza e inocencia’. Sin embargo, en su origen el término significaba otra cosa, aunque del valor original no ha quedado nada en nuestra lengua. Procede del latín ANGĔLUM ‘mensajero, ángel’, que, a su vez, viene del griego ánguelos ‘mensajero, enviado’, compartiendo etimología con evangelio. El ángel, es, pues, el mensajero, el que viene a transmitirnos los designios de la divinidad, y el que la sirve, además de cuidar de nosotros mismos. Sebastián de Covarrubias (1611) dijo: «ángel, en el rigor de su significación vale tanto como nuncio o mensajero, y es nombre griego ánguelos, angelus, nuntius. Y porque los espíritus celestiales hacen la voluntad de Dios, y por su mandato vienen a la tierra con mensajes, tienen este nombre, no por naturaleza, sino por oficio y ministerio [...]. Angelical, cosa de ángeles. Agua de ángeles, por excelencia, siendo de suavísimo olor».

anguila La anguila es, según la larga y enciclopédica definición académica, un ‘pez teleósteo, fisóstomo, sin aletas abdominales, de cuerpo largo, cilíndrico, y que llega a medir un metro. Tiene una aleta dorsal que se une primero con la caudal, y dando después vuelta, con la anal, mientras son muy pequeñas las pectorales. Su carne es comestible. Vive en los ríos, pero cuando sus órganos sexuales llegan a la plenitud de su desarrollo, desciende por los ríos y entra en el mar para efectuar su reproducción en determinado lugar del océano Atlántico’. La voz con que la nombramos procede del latín ANGUILLAM, que, a su vez, es un derivado diminutivo de ANGUIS ‘culebra’, por medio del adjetivo ANGUINUS ‘parecido a la culebra’, lo que nos está remitiendo a la forma semejante que tienen ambos animales, por más que la anguila sea acuática, lo que habría producido una forma *anguin(o)la, que daría la forma antigua anguilla, después anguila. Sebastián de ­Covarrubias (1611) habló de ella: «anguilla, pez conocido, que por la mayor parte se cría en el agua cenagosa y de ella entienden se produce, pues no hay anguilla macho ni anguilla hembra, y si una se engendra de otra es de la vascosidad o graseza que dejan estregándose en los peñascos que están debajo del agua. Presupuesto que no se ha hallado ninguna que tenga huevos como los demás peces, ni otra cosa de que pueda ser producida o engendrada la prole [...]. Los que con facilidad quiebran sus palabras y se quitan de ellas con delgadezas y sutilezas son comparados a las anguillas lúbricas y deleznables, que presas se escurren de entre las manos [...]. Los que para medrar inquietan las repúblicas son comparados a los pescadores de anguillas, los cuales, si no enturbian el agua, no pueden pescar ninguna, por lo cual se dijo a río vuelto, ganancia de pescadores para significar un hombre apartado de todos los demás, sin trato ni comercio alguno; pintaban la anguilla con el mote Sibi soli natus [nacido por sí solo], porque la anguilla, como nace del cieno y bascosidad, no reconoce padre ni madre, ni pariente. El profano, el encenagado en vicios, indigno de ser admitido al orden sacro y ministerio eclesiástico, comparaban al anguilla, que por ser sin escamas era contada entre los peces inmundos, y vedada a los judíos por tal. Viniendo a su etimología pone más horror por tener nombre de culebra, no porque lo sea, sino por lo mucho que le semeja, y así anguilla dicitur ab angue, quod specie anguem repraesentet, graece enchelys [anguilla se dice de angue, porque se parece a una serpiente, en griego enchelys]. El golpe que el cómitre da con el rebenque se llama anguillazo, porque tiene el tal azote forma de anguilla y porque antiguamente los romanos azotaban sus hijos con anguillas, según refiere Palmireno [...]».

aniquilar Esta palabra significa, según la definición de su primera acepción en el diccionario de la Academia, ‘reducir a la nada’, que es el sentido etimológico. La voz procede del bajo latín annichilare, que parte del latín tardío annihilare, compuesto de AD- ‘a’ y NIHIL ‘nada’, más el sufijo verbal. La h de NIHIL sufrió un proceso similar al que se produjo en MIHI para llegar a tiquismiquis (véase este artículo). El cambio lo explican Corominas y Pascual: «La forma medieval nichil (con annichilare), en lugar del clásico nihil, se debió a un esfuerzo por pronunciar la h y evitar así la contracción en nil, reputada vulgar; en lugar de h se pronunció primero una chi griega o jota castellana, y luego k». Por ello tenemos aniquilar de annihilare.

anodino, -na Una cosa anodina es algo ‘insignificante, ineficaz, insustancial’, como define la palabra el diccionario académico en su primera acepción, a la que sigue otra de la medicina, poco usada, ‘dicho de un medicamento o de una sustancia: que calma el dolor’. No parece que haya mucha relación entre los dos valores, aunque si miramos la procedencia del término podremos encontrar alguna explicación. Procede del latín ANODY̆NUS, a su vez del griego anodinos ‘sin dolor’, compuesto de an, partícula privativa, y odís, inos ‘dolor de parto, dolor fuerte’, que por su parte viene de odyne ‘dolor’, relacionado con la raíz indoeuropea ed- ‘comer, corroer’. A la vista de ello, y sabiendo que la primera documentación española puede ser la del Dioscórides traducido y anotado por Andrés Laguna (1555), no es difícil concluir que la voz procede del lenguaje médico en el que significaba algo así como ‘que no causa dolor’ o ‘que calma el dolor’, y al extenderse en la lengua vino a ser lo ‘insustancial’, lo ‘insignificante’, lo que no provoca en nosotros reacción alguna.

antojo La palabra antojo es bien conocida por los hablantes de nuestra lengua debido a dos de los sentidos que posee, definidos en el diccionario académico como ‘deseo vivo y pasajero de algo’ y ‘lunar, mancha o tumor eréctil que suelen presentar en la piel algunas personas, y que el vulgo atribuye a caprichos no satisfechos de sus madres durante el embarazo’, que, sin duda, deriva de aquella. Lo que, tal vez, no sea tan sabido es el origen de la voz, que procede del latín ANTE OCŬLUM, literalmente ‘delante del ojo’. Con esa expresión se quería designar aquello que se tiene presente en la mente, como si estuviera físicamente delante de los ojos, el antojo que no se puede apartar de la imaginación. Después, las creencias populares relacionaron las manchas de la piel de algunos niños con los deseos no satisfechos de la gestante, queriendo percibir, incluso, la forma del objeto deseado por la madre, y de este modo esos lunares también se llamaron antojos. Sebastián de Covarrubias (1611), haciéndose eco de las interpretaciones vulgares, escribe a propósito de la palabra: «antojo, algunas veces significa el deseo que alguna preñada tiene de cualquier cosa de comer, o porque la vio o la imaginó o se mentó delante de ella. Unas mujeres son más antojadizas que otras, y no podemos negar que no sea pasión ordinaria de preñez, pues se ha visto mover la criatura o morírsele en el cuerpo cuando no cumple la madre el antojo. Este se llama en latín pica libido, del verbo pico, as, por antojársele algo a la preñada […]. Es alusión de la pega o picaza, que es antojadiza y suele comer cosas que no hacen al gusto, como hierro y trapillos y otras cosas […]. Antojadizo, el que tiene varios apetitos y toma ansia por cumplirlos. Como muchas veces se engaña la vista, al que dice haber visto tal cosa, si los presentes le quieren deslumbrar o desengañarle, dicen que se le antojó». Esta es la misma voz antojos con la que se nombraban los anteojos, sentido todavía presente en el repertorio de la Academia, si bien calificada como anticuada.

antología Dice el diccionario académico que la palabra antología significa ‘colección de piezas escogidas de literatura, música, etc.’ La voz procede del griego anthología, construida a partir de anthos ‘flor’, y el verbo lego ‘escoger’. Esto quiere decir que etimológicamente significa ‘recolección de flores’. De manera figurada llegó al significado con el que conocemos la palabra en la actualidad. Los latinos crearon una palabra con el modelo griego, FLORILEGIUM, a partir de FLOS, FLORIS ‘flor’, y LEGĔRE ‘escoger’, como se ve con el mismo valor originario el término griego. Parece ser que fue Erasmo de Rotterdam (1466-1536) el primero en emplear la palabra latina con el valor de ‘colección de piezas escogidas’, de donde tenemos florilegio en español, que la Academia define como ‘colección de trozos selectos de materias literarias’.

añorar Si miramos la voz añorar en el diccionario académico veremos que la única acepción que registra es la de ‘recordar con pena la ausencia, privación o pérdida de alguien o algo muy querido’, y que procede del catalán enyorar, sin añadir nada más. La forma catalana procede del latín IGNORARE, cuyo valor primitivo en esta lengua era el de ‘ignorar, desconocer, no saber’, y más tarde se concretó en el de ‘no saber dónde está alguien’, ‘no tener noticias de un ausente’. La voz se introdujo en nuestra lengua en época reciente, a finales del siglo XIX, habiéndole dado tiempo a extenderse de tal manera que ya nadie la tiene como extranjera, poco más de un siglo después de habernos llegado, ampliando su sentido, pues ya no solo se añoran las personas, sino también las cosas, los hechos. Continuamente vemos cómo los españoles que residen en otros países añoran la tortilla de patatas y la cerveza, por ejemplo, y cómo los de aquí añoran los tiempos pasados. No se ignoran, muy al contrario, se echan en falta.

apagar El uso habitual de la palabra apagar es el sentido que consigna en primer lugar el diccionario académico, ‘extinguir el fuego o la luz’, que, al decir de Corominas y Pascual, es el resultado de una audaz innovación semántica en la voz, pues antiguamente significaba ‘satisfacer, apaciguar’, y modernamente ‘aplacar, extinguir (la sed, el hambre, el rencor, etc.)’, que se corresponde con la segunda acepción de nuestro diccionario, ‘extinguir, disipar, aplacar algo’. A partir de aquí surge el primer sentido. Es un derivado de del verbo antiguo pagar ‘satisfacer, contentar’, procedente del latín PACARE ‘pacificar’, ‘domar, someter, reducir, vencer’. Sebastián de Covarrubias (1611) fue preciso al explicar el origen del término: «apagar el fuego, matarlo y extinguirlo, o con el agua, su contrario, o con tierra, o esparciéndolo, pisándolo o quebrantándolo. Latine extinguere. Díjose apagar del verbo paco, as, por apaciguar, tomada la metáfora de los que con las armas apaciguan los amotinados y rebeldes, que es un fuego tan pernicioso como el material, y más».

apéndice Un apéndice es una ‘cosa adjunta o añadida a otra, de la cual es como parte accesoria o dependiente’, como lo define el diccionario académico en su primera acepción, junto a la que hay otras relacionadas con ella. Procede la voz del latín APPENDĬCE ‘apéndice, aditamento, suplemento’, derivado del verbo APPENDERE ‘pesar, colgar de algo’, formado a partir de PENDERE ‘colgar, estar colgado’. Esto es, un apéndice es lo que cuelga de otra cosa.

apoteosis El empleo más común de la palabra apoteosis se corresponde con la tercera acepción del diccionario académico: ‘manifestación de gran entusiasmo en algún momento de una celebración o acto colectivo’, si bien no son ignoradas las dos anteriores, ‘ensalzamiento de una persona con grandes honores o alabanzas’ y ‘escena espectacular con que concluyen algunas funciones teatrales, normalmente de géneros ligeros’, todas ellas con una relación que no es difícil de ver. Sin embargo, al leer la cuarta acepción, ‘en el mundo clásico, concesión de la dignidad de dioses a los héroes’, surge la sorpresa, y la pregunta necesaria es la de ¿qué tienen que ver los dioses con las otras apoteosis? La explicación se encuentra en el origen de la voz, pues procede del latín APOTHEOSIS, que, a su vez, viene del griego apotheosis ‘deificación’, compuesto de apó ‘con’ y theosis ‘cualidad de divino’, derivado de theós ‘dios’. Es decir, la apoteosis era la conversión en dios de un héroe, ascendiendo en su consideración, que corresponde con el ensalzamiento de la primera acepción del DRAE, de donde surge el valor de escena espectacular, que, probablemente, tenga que ver con la solemnidad en la que se concedían honores divinos a los emperadores cuando morían, y a continuación el de la manifestación entusiasta, la aclamación, por el júbilo de quienes contemplan esa escena. La palabra es relativamente moderna en nuestra lengua, y en el DRAE no aparece hasta la 2ª edición (1783), pero solamente con el sentido de deificación. Las otras comienzan a figurar en la 11ª (1869).

apreciar Véase precioso.

aquilatar Véase quilate.

ardilla El nombre de este animal es claramente un diminutivo, aunque la palabra de que se parte no suele ser conocida por la mayor parte de los hablantes, el antiguo castellano harda o arda, forma de origen incierto, no latino, aunque común al bereber, al hispanoárabe y al vasco. No parece que tenga que ver, como algunos han pretendido, con el verbo arder, apoyándose en la imagen que sugiere el movimiento inquieto de su cola y el color rojizo de su pelaje, que podrían evocar la llama de un fuego, entre ellos Sebastián de Covarrubias (1611) en el artículo harda, donde dice que «el nombre castellano harda, quitada la aspiración, puede venir del verbo arder porque es ardiente, fogosa y presta y tan inquieta que nunca está queda; y así la llaman por otro nombre pyrolos que vale tanto como ‘fogoso’, del nombre griego pyrrós, ignis».

ardite La palabra ardite no es de mucho uso en la lengua, empleándose de manera casi exclusiva en expresiones como no dársele un ardite o no me importa un ardite, donde más parece un eufemismo por no emplear otras voces malsonantes que pueden aparecer en ese tipo de construcciones. La voz es de procedencia gascona, y en su origen servía para nombrar una moneda de oro acuñada en Aquitania por el Príncipe Negro (Eduardo de Woodstock, Príncipe de Gales, 1330-1376). Esa forma es probable que procediera del inglés farthing, nombre de una moneda antigua de reducido valor. El nombre gascón sirvió después para nombrar una ‘moneda de poco valor que hubo antiguamente en Castilla’, como reza la primera acepción del diccionario académico. Por su escaso valor, pasó a nombrar también cualquier ‘cosa insignificante o de muy poco valor’, como recoge ese mismo diccionario en la segunda acepción, sentido con el que se emplea en expresiones como las citadas, con las que se da a entender que no le concedemos la menor importancia a aquello de lo que se habla, que no le prestamos atención ninguna.

armario El armario es el ‘mueble con puertas y anaqueles o perchas para guardar ropa y otros objetos’, según la definición académica. Procede de la voz latina ARMARĬUM, que originalmente significaba ‘lugar donde se guardan las armas’, de donde pasó a designar el mueble en que se podían guardar diversos objetos, no solamente armas. Fr. Diego de Guadix (1593) pretendía que procediese del árabe, por interpretar mal una de las variantes de la palabra, aunque sin desconocer su origen latino: «almario llaman en algunas partes de España a un alhacenilla de madera o ventana ciega en la pared, con sus portezuelas, para reponer y guardar en ella cosas. Consta de al, que en arábigo significa ‘la’, y de mario o almario, que en latín significa esta dicha alhacenilla, así que todo junto, almario, en arábigo y latín significa ‘la alhacena’. Parecer ha sido de hombres doctos que este nombre no es almario, sino armario, que es corrupción de este nombre latino armarium; tome el lector lo que más cuadrare con su ingenio». Sebastián de Covarrubias (1611) recogió la voz haciéndose eco de lo dicho por el P. Guadix.

armatoste Define la Academia en su diccionario la palabra armatoste como ‘objeto grande y de poca utilidad’. Para la Institución la voz es de origen incierto, aunque la compara con el catalán antiguo armatost. La forma catalana designaba al ‘aparato con que se armaban antiguamente las ballestas’, compuesta del verbo armar y el adverbio tost ‘pronto’, pues facilitaba el acto de armar la ballesta, si bien pudo componerse en castellano con el antiguo toste, ­adverbio tomado del catalán. El paso del nombre del aparato al del objeto grande y poco útil se explica por la generalización de las armas de fuego que hicieron del armatoste algo inservible y embarazoso, dando origen al nuevo sentido, que pasó del castellano al catalán, en un movimiento de ida y vuelta. Ayala Manrique (1693) explica: «armatoste, un ingenio para armar los ballestones antiguos, donde el que disparaba ponía el pie [...]. Ahora, en vulgar estilo, llamamos armatoste a un trasto embarazoso, viejo e inútil [...]. Dice Co­varrubias que es vocablo bárbaro; a mí me parece que claramente se deriva de la voz italiana tosto, que es ‘luego’, para denotar cosa que está hecha con arte, de modo que en un instante se pone como ha de estar, y armatoste es ‘arma presto’. Hoy, vulgarmente, lo aplicamos a cualquiera cosa embarazosa o corpulenta y poco útil; es voz jocosa y baja».

armiño La palabra armiño es más conocida por la piel que por el animal del cual se obtiene. La piel se aprecia por el color blanco que toman al acercarse el periodo invernal en los animales que habitan en las frías regiones del norte de Europa y Asia, y en algunas montañas más meridionales. La voz española procede de la latina [MUS] ARMENĬUS, esto es, [ratón] armenio, pues las pieles llegaban a través del Mediterráneo, habiéndose embarcado en el Mar Muerto, procedentes supuestamente de Armenia. Por el mar donde se embarcaban las pieles también se conocía el animal como MUS PONTICUS, es decir ratón del Mar Muerto, por el Ponto o Ponto Euxino, como se conocía en la Antigüedad el Mar Muerto. Armenia entonces era el país más conocido de Asia Menor, por lo que se tenían las pieles como procedentes de él, por más que su origen estuviese más lejos, en lugares poco o nada conocidos. Sebastián de Covarrubias (1611), bastante bien informado, aunque no con toda la precisión, escribió: «armiño […]. De los armiños hace mención Plinio [...], y llamoles ratones pónticos por criarse en el Ponto; otros que se crían en los Alpes llaman álpicos. A España nos los traen de Venecia, y allí vienen de esas partes septentrionales; son todos blancos como la nieve, excepto la extremidad de la cola, que es negra. Llámanlos armelinos de armus, el espalda, porque en las ropas rozagantes de príncipes y grandes ministros, en las partes septentrionales y en otras, vuelven sobre los hombros unas capillas de estos aforros de armiños, y en Roma los traen los canónigos de San Pedro […]».

arrullar Todos sabemos lo que es arrullar a un niño para que se duerma, aunque también sea ‘dicho de un palomo o de un tórtolo: atraer con arrullos a la hembra, o esta a aquel’, como define la primera acepción el diccionario de la Academia. Se trata de una voz onomatopéyica formada con la raíz rull que Vicente García de Diego define como ‘onomatopeya del canto de la paloma y del canto de la que aduerme al niño’, gemela de la raíz roll con los mismos valores. La voz es conocida de antiguo en la lengua, habiendo dado cuenta de ella Sebastián de Covarrubias (1611): «arrullar, adormecer el niño con cantarle algún sonecico, repitiendo esta palabra: ro, ro, y él mismo suele con un quejidito en esta forma adormecerse, que llaman arrullarse».

asco Véase asqueroso.

asesino, -na Nadie duda del significado del adjetivo asesino, ni de su empleo como sustantivo. Sin embargo, su origen no es tan del dominio público, pues procede del árabe ḥaššāšīn, que quiere decir ‘adictos al cáñamo indio’, o como explican Corominas y Pascual: «del árabe ḥaššāšî ‘bebedor de ḥašîš, bebida narcótica de hojas de cáñamo’, nombre aplicado a los secuaces del sectario musulmán conocido como el Viejo de la Montaña (siglo XI) que fanatizados por su jefe y embriagados de ḥašîš, se dedicaban a ejecutar sangrientas venganzas políticas». Esto es, en el fondo del asesino está el hachís, término procedente, de acuerdo con la Academia, de ese ḥašîš, cuyo valor en árabe clásico es, para la Institución, el de ‘hierba’. La palabra era conocida en la lengua desde la Edad Media, como prueba Hugo de Celso (1538): «asazinos son llamados los que disfrazados de vestidos fingiendo ser de estado o calidad que no son, matan a los hombres y así mismo son dichos asazinos los que matan a otro por algo que les dan o prometen a los tales asazinos, y así mismo los por cuyo mandado hacen los tales delitos, y los que a sabiendas los reciben en sus casas, o los encubren, deben morir por ello [...]». Pero la forma de la voz no se fija hasta el siglo XVIII, como podemos ver, por ejemplo, todavía en Sebastián de Covarrubias (1611), junto a otras consideraciones en las que no parece ir demasiado desencaminado: «asasino, el infiel que disimuladamente y con traición acomete a algún cristiano, y este nombre dan las historias a los que temerariamente han emprendido matar príncipes cristianos por mano de infieles [...]. De aquí se extendió aqueste vocablo asasino significase comúnmente al que mata a otro por dinero que le dieron o prometieron, aunque no en rigor, pues significa lo que tenemos dicho».

asqueroso, -sa Aunque pueda parecerlo, el adjetivo asqueroso no es un derivado de asco, pese a tener alguna relación con él, pues significa tanto ‘que causa asco’ como ‘que tiene asco’ o ‘propenso a tenerlo’, siguiendo las tres primeras acepciones que ofrece el diccionario académico. La última, indudablemente, surge de ellas: ‘que causa repulsión moral o física’. La palabra procede del latín vulgar *ESCHAROSUS ‘lleno de costras’, derivado de ESCHǍRA ‘costra que se forma con la quemadura de un hierro candente’, a su vez procedente del griego eskhara ‘hogar, fogata, brasero; costra, postilla’. Quiere ello decir que a lo largo de la evolución desde el griego se pasó de la denominación del fuego, a la del hierro calentado en él, y a la postilla de la herida causada con él. En el latín vulgar se creó un adjetivo para nombrar a quien tenía muchas de esas costras, cuya vista no sería de lo más agradable, por lo que tomó el sentido de lo que causa repugnancia, y el del quien la tiene. Esa repugnancia se decía usgo, término que todavía recoge el diccionario de la Academia pese a su escaso empleo, procedente de un supuesto verbo *osgar, a su vez del latín vulgar *OSICARE, derivado del verbo irregular ODI, ODISSE, OSUS ‘odiar, aborrecer, atestar’, y que debió cruzarse con asqueroso para cambiarse en el asco que conocemos. Sebastián de Covarrubias (1611) cuenta: «asco, es lo mismo que el latino llama nausea […]. Y según esto, creo está corrompido el verbo de nauseo, o del sonido que hace en la garganta ahhs, ahsco, o del nombre griego aiskhos, aeschos, turpitudo, sordes, porque toda cosa sucia da horror y asco. Asqueroso, el sucio que mueve asco. Asquerosito llaman al melindroso. Hacer ascos de una cosa, menospreciarla».

astillero El astillero en su primera acepción es, según el diccionario académico, el ‘establecimiento donde se construyen y reparan buques’, voz al parecer derivada de astilla, aunque no en el sentido con que la conocemos hoy de ‘pedacito que salta de un objeto’, o de un ‘pedazo de madera’, sino del primitivo valor de ‘depósito de maderos’ que también consigna el DRAE, o ‘almacén o montón de madera’, que hoy ya no se usa, o no es de uso común. De ese valor primigenio de ‘depósito, almacén’, se pasó a nombrar el taller del carpintero y, en general, cualquier taller (como todavía se usa hoy el francés atelier, y nuestro taller), y de una manera más específica el astillero.

astracán El diccionario académico recoge dos acepciones para astracán, relacionadas entre sí, la primera es ‘piel de cordero nonato o recién nacido, muy fina y con el pelo rizado’, y la segunda el ‘tejido de lana o de pelo de cabra, de mucho cuerpo y que forma rizos en la superficie exterior’. El nombre se debe –a través del francés– a Ástrajan, ciudad rusa europea del Caspio, pues de allí parecen proceder la primeras pieles de este tipo. De ella se deriva astracanada con que se denominada la ‘farsa teatral disparatada y chabacana’, con abundantes juegos de palabras y situaciones disparatadas, cuyos autores más conocidos fueron Pedro Muñoz Seca (1879-1936), autor de La venganza de don Mendo, y Pedro Pérez Fernández (1885-1956), autor de Los extremeños se tocan, así como todo aquello que tiene alguna de las características que se le suponen a este subgénero. Cabe suponer que el nombre le viene por el tipo de público femenino que acudía a las representaciones, vestido con prendas confeccionadas con tal tejido, pretendiendo aparentar un poder adquisitivo o un nivel social, y cultural, del que distaban mucho.

astracanada Véase astracán.

atacar Véase taco.

ateneo Con la palabra ateneo nos referimos a ‘cada una de ciertas asociaciones, la mayor parte de las veces científicas o literarias’ y al ‘local en donde se reúnen estas asociaciones’, según las dos acepciones que recoge el diccionario académico. La voz procede del latín ATHENAEUM, que a su vez viene del griego Athenaion, el templo de Atenea (la Minerva de los romanos), diosa de la sabiduría y de la guerra, en Atenas, en el cual se reunían filósofos, poetas, oradores, artistas, etc., para dar a conocer sus pensamientos y escritos. Cuando en el siglo XIX comienzan a fundarse asociaciones culturales, tanto por parte de la burguesía como por parte de la clase obrera, se les dio el nombre de ateneo en recuerdo del original ateniense. Como complemento, véase el artículo academia.

ático Si miramos la palabra ático en el diccionario de nuestra Academia, podemos ver dos grupos de acepciones claramente diferenciadas. Por una parte, las de adjetivos (que también pueden ser sustantivos) referidos al Ática o a Atenas, en Grecia, y, por otra, las de sustantivos del ámbito de la arquitectura, siendo la más habitual la del ‘último piso de un edificio, generalmente retranqueado y del que forma parte, a veces, una azotea’. Ante ellas la pregunta que surge inmediatamente es la de si tienen relación entre sí. La respuesta es afirmativa, y de un grupo se pasa al otro a través de uno de los órdenes de la arquitectura, que no está entre las acepciones de la voz en el repertorio académico, aunque era el único sentido que aparecía en el primero de los elaborados por la Institución, el que conocemos como Diccionario de Autoridades. Es el presbítero Francisco Martínez (1788) quien nos da la explicación que andamos buscando en el artículo ático: «Era antiguamente un edificio construido por el estilo ateniense en donde no se veía techo alguno. Hoy día dan igual nombre al alto de casa que termina una fachada y por lo común solo tiene dos tercias de la estancia o habitación interior. Llaman también ático a un pequeño alto, o estado que se levanta sobre los pabellones de los ángulos y el medio de un edificio». A este sigue otro, el del ático continuo: «es aquel que rige alrededor de un edificio sin interrupción. Ático interpuesto es aquel que está situado entre dos estancias y adornado por lo regular de columnas o pilastras». Pocos años después, Benito Bails (1802) definía ático como ‘piso de poca altura, que está en la parte superior de un edificio, resalto o pabellón’. Esto es, originariamente era el cuerpo de una fachada que disimulaba u ocultaba la techumbre de la edificación, que más tarde fue cubierto, y, finalmente, se hizo habitable, aunque no con las mismas características (extensión, altura) del resto de la edificación, retranqueado porque no forma parte de la fachada.

atril Según la definición del diccionario de la Real Academia Española, el atril es el ‘mueble en forma de plano inclinado, con pie o sin él, que sirve para sostener libros, partituras, etc., y leer con más comodidad’. La palabra procede del latín *LECTORILE, derivado de LECTOR, -ORIS ‘lector’. Esto es, se trata de un mueble que sirve para leer. En su evolución, la voz perdió la l-, absorbida en el artículo precedente: el letril > el etril, cambiando más adelante la e- por una a-, debido a lo inusual que resultaba como sílaba inicial. Cuando Sebastián de Covarrubias (1611) llegó a ella no anduvo muy acertado en su origen: «atril, el facistol sobre el cual ponemos el libro para cantar. Díjose de la palabra atrium, que comúnmente vale la entrada de la casa, el portal o el zaguán, o el corral que está en entrando la puerta o patio, como se usa en muchas partes, que en la delantera de la casa no hay más que el muro, y luego se entra en un patio, y al cabo de él está la casa y habitación [...]. La Sagrada Escritura hace mención de tres atrios que había en el templo y en el que estaban los sacerdotes que cantaban alabanzas al Señor; debieron de usar de los facistoles para ir extendiendo sobre ellos sus libros, y por haberse usado allí se llamaron atriles, o, lo más cierto, porque el coro donde residen los eclesiásticos se llama atrio, a semejanza del atrio del templo de Salomón, y porque aquel facistol está en medio del coro o en medio del atrio se llamó atril».

atroz Entre las definiciones que nos proporciona el diccionario de la Academia del adjetivo atroz están la de ‘fiero, cruel, inhumano’ y el sentido coloquial ‘pésimo, muy desagradable’, ambas de empleo frecuente. La palabra tiene su origen en la latina ATROX, ATROCIS ‘atroz, cruel, horrible, peligroso; feroz, duro, implacable’, a su vez derivado de ATER, ATRA, ATRUM ‘negro, oscuro; sombrío, aciago; pérfido’. El aspecto sombrío de lo negro y los malos presagios asociados a él, pasaron al otro adjetivo latino, y se conservan en el nuestro, aunque se ha perdido la vinculación con el negro, no así con los otros aspectos que encierra. Sebastián de Covarrubias (1611) recogió la voz y escribió: «atroz, latine atrox. Vale ‘áspero, cruel, de atroz y horrendo aspecto’. Los griegos llaman atrokia a las cosas que son crudas y acerbas […]. Algunos quieren se haya dicho del nombre trux, cis, ferox, crudelis, y entonces la a aumentará la significación. Llamamos delitos atroces los que en sí tienen infidelidad contra Dios y contra el rey; traición, crueldad e impiedad contra el prójimo [...]».

atutía La palabra atutía no se emplea correctamente por no saberse su origen, pues se trata de uno de los fósiles que quedan en la lengua, empleada también bajo la forma tutía. La atutía es un ungüento medicinal elaborado a partir de óxido de cinc que se utilizaba como remedio universal, de donde surgió la expresión de no hay atutía o tutía, con la que se quiere expresar que no hay manera de vencer una dificultad. La Academia la considera una expresión coloquial ‘U[sada] para dar a entender a alguien que no debe tener esperanza de conseguir lo que desea o de evitar lo que teme’. El desconocimiento de los elementos de la expresión hace que se segmente como no hay tu tía, pero nada tiene que ver con el parentesco, ni cosa que se le parezca, pues procede del árabe hispánico attutíyya, que a su vez viene del árabe clásico tūtiyā[‘], y este del sánscrito tuttha.

austral La palabra austral es un adjetivo derivado de austro, el ‘viento procedente del sur’ o el ‘sur’ mismo, aunque en la actualidad el sustantivo apenas tiene uso fuero del ámbito literario. La palabra austro procede de la latina AUSTER, -TRI ‘viento del mediodía’. Cuando Sebastián de Covarrubias (1611) consignó esa palabra puso: «austro, el viento que sopla de mediodía, dicho en latín auster, ab auriendis aquis, licet non aspiretur in principio [auster, porque pone las aguas de color dorado, aunque al principio no sea favorable]. Es nebuloso y húmedo, y por esta razón los griegos lo llamaron notus, del nombre notis, nitidos, humiditas, humor. Plaga austral, la que cae a medio día». Véase también el artículo boreal.

austro Véase austral.

avellana La avellana es un fruto seco bien conocido por la comercialización que se hace de él, y por la cantidad de avellanos que pueden encontrarse en el campo en terrenos húmedos. Su nombre procede del latín ABELLANA [NUX], esto es [la nuez] de Abella, o Avella en su grafía actual, municipio de la provincia de Avellino, en la Campania italiana, famosa por las avellanas que produce desde la Antigüedad. Sebastián de Covarrubias (1611) nos lo contó, aunque podemos encontrar la explicación en diccionarios anteriores: «avellana, fruta conocida. Latine nux, avellana. Y díjose así de Avela, lugar de Campania, donde hay abundancia de avellanas. Díjose también nux pontica, por haberlas traído del Ponto, de la ciudad de Heraclea, por lo cual, según Teofrasto, se llamaron nuces heracleoticas; y prenestinas, según Macrobio, porque los de Preneste, estando por Aníbal cercados, se pudieron entretener y sustentar con la copia de avellanas que tenían dentro del lugar, de que abunda la comarca». En algunas zonas del sur de España (Andalucía, Extremadura, Murcia) se llama también avellana (y variantes en la pronunciación, en ocasiones con alguna especificación como avellana americana, avellana castellana, avellana cordobesa, avellana fina) al cacahuete, otro fruto seco de procedencia exterior.

avestruz El avestruz es una ave que no nos resulta desconocida pese a su carácter más o menos exótico, ya que su nombre se utiliza en varias expresiones recogidas en el diccionario académico y que el animal comienza a criarse en España para el consumo, minoritario, de su carne, además de utilizarse sus plumas como adorno desde ahce mucho tiempo. La voz nos ha llegado a través del provenzal estrutz, procedente del latín STRUTHĬO, que lo tomó del griego struthós ‘gorrión, avestruz’. En nuestra lengua se antepuso ave al nombre dando lugar al compuesto con el que conocemos el animal, avestruz. Este nombre aparece en la lengua desde la Edad Media, tomado de los bestiarios, por lo que figura en los diccionarios desde Nebrija. Sebastián de Covarrubias (1611) nos dejó escrito: «avestruz, latine struthius, i; struthio camellus, i. Es la mayor de las aves, si ave se puede llamar, porque aunque tiene alas no vuela con ellas, tan solo le sirven de aligerar su corrida sin jamás levantarse de tierra. Tiene las uñas hendidas como el ciervo, y cuando huye va asiendo con ellas las piedras y las arroja a quien le sigue. Traga todo cuanto le arrojan y lo digiere, y es tan estólido y bobo que si esconde tan solamente la cabeza entre alguna mata piensa que está todo él encubierto y seguro de los cazadores. Sus huevos son hermosos de grandes y por devoción los cuelgan en algunos santuarios. Sus plumas, curadas y teñidas de varias colores, adornan las celadas de los soldados, las gorras y sombreros de los galanes [...]». Ese STRUTHIO CAMELLUS de que habla el canónigo de Cuenca es la traducción latina del griego struthokámelos ‘avestruz’, compuesto de struthós ‘gorrión’ y kámelos ‘camello’, pues resultaba difícil nombrar con la misma palabra al gorrión y al camello, aves los dos, pero de tamaño bien diferente, por lo que al segundo se añadió kámelos en griego, CAMELLUS en latín, en referencia a su tamaño, especificación que no ha pasado a las otras lenguas.

avión El nombre de la aeronave procede del francés avion, documentado por vez primera en esa lengua en 1890. Se formó en ella a partir de la raíz avi- ‘ave’, y el sufijo -on, presente en el vocabulario de la ornitología, aunque puede ser también por analogía con otras palabras francesas que poseen la misma terminación.

El diccionario académico registra otra entrada avión, la primera, que vale ‘pájaro, especie de vencejo’, sin más especificaciones, pues son varios pájaros los que pueden recibir este nombre, todos de la familia de las golondrinas. En este caso, parece procedente del latín GAVĬA ‘gaviota’, que debió perder la g- por influjo de ave, como explica Menéndez Pidal, por más que Corominas y Pascual vean dificultades para el paso de la denominación de una ave a la otra, pues no son parecidas. Sebastián de Covarrubias (1611) recogió esta denominación, proponiendo otra procedencia nada verosímil: «avión, pájaro conocido, que por otro nombre se llama vencejo, y arrijaque en arábigo. Díjose avión, de aviar, por ‘andar vía’; anda de ordinario en el aire y no se sienta en el suelo por tener los pies muy cortos. Es avecica peregrina, que viene a estas tierras los veranos y vuelve a invernar a otras calientes».

azafata Es una palabra que había caído en desuso y que el vocabulario español de la aviación ha relanzado. Designaba, según la acepción que todavía hoy recoge el diccionario académico, a la ‘criada de la reina, a quien servía los vestidos y alhajas que se había de poner y los recogía cuando se los quitaba’ para lo que utilizaba una bandeja llamada azafate, voz de la que procede la que nos interesa ahora, derivada del árabe hispánico *assafáṭ, que a su vez viene del árabe clásico safaṭ ‘cesta de hojas de palma, enser donde las mujeres ponen sus perfumes y otros objetos’. Cuando se reintrodujo en español para la mujer encargada de atender a los pasajeros a bordo de los aviones se quería dar a entender que el trato a los pasajeros era regio. Después se ha aplicado a las que atienden a los pasajeros de otros medios de transporte, incluso en otros servicios que no son el vuelo, de donde ha pasado a nombrar la que, contratada para la ocasión, proporciona informaciones y ayuda a quienes participan en asambleas, congresos, etc. Y como los hombres han accedido a esos puestos de trabajo, se ha creado un masculino azafato, ya admitido en el repertorio de la Academia.

azor El nombre de esta ave de rapiña viene del latín vulgar ACCEPTOR, -ORIS, procedente del latín clásico ACCIPĬTER, -TRIS ‘azor, ave de presa en general’, que no parece derivado del verbo ACCIPĔRE ‘coger, recibir, acoger, aceptar’, sino una forma paralela al griego okýpteros ‘que vuela rápidamente’, con influencia fonética, por etimología popular, del verbo latino. Sebastián de Covarrubias (1611) escribió: «azor, es ave de volatería conocida. Latine accipiter, de donde pudo tomar nombre, aunque con mucha corrupción. Llámase humípeta por cuanto vuela por bajo, y su prisión ordinaria es la perdiz. Díjose azor, según algunos cuasi astor, porque los azores se crían en Asturias [...]».

azorar Azorar o azorarse, en la segunda acepción del diccionario académico es ‘conturbar, sobresaltar’, esto es, estar inquieto o intranquilo por algún motivo. La voz es una formación parasintética con azor. Se aplica a las personas a partir del temor que sienten sus presas cuando son perseguidas por el ave de rapiña, como puede interpretarse a partir de la primera acepción del diccionario académico, ‘dicho de un azor: asustar, perseguir o alcanzar a otras aves’. El término ya fue recogido por Nebrija en su diccionario de ¿1495? español-latino. Sebastián de Covarrubias (1611), al tratar la voz azor dejó escrito: «[...]. Azorarse vale alborotarse de alguna cosa súbita, y azorado el alborotado, como la perdiz cuando ha visto el azor. Perdiz azorada, medio asada, porque está muy tierna a causa de la congoja que tomó de verse en sus uñas y así está tierna».

azulejo A menudo he oído la pregunta de por qué los azulejos se llaman así cuando frecuentemente son de color blanco, o de cualquier otro color. Lo cierto es que el nombre nada tiene que ver con el color azul, pues se trata de una palabra procedente del árabe hispánico azzuláyǧ[a], como pone el diccionario académico en la etimología de la voz, y que significaba lo mismo. La confusión por el color azul viene de lejos, y ya Sebastián de Covarrubias (1611) explicaba que son «ladrillos pequeños, cuadrados y de otras formas, con que se enladrillan las salas y aposentos regalados en las casas de los señores, y en los jardines las calles de ellos […]. Dijéronse azulejos porque los primeros debieron ser todos de esta color azul, y después se inventaron las otras, o porque entre todas es la azul la que más campea. En Valencia llaman rajoles a los azulejos, por ventura, por ser en respeto de los ladrillos como rajuelas o ripios, que en latín se llaman assulas, y de allí assulejos. Maestro Sánchez Brocense dice ser arábigo, zulaja». Y, como vemos, no le faltaba razón al Brocense que escribía sus Etimologías españolas hacia 1580.

Lo que callan las palabras

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