Читать книгу La armonía que perdimos - Manuel Guzmán-Hennessey - Страница 13
Оглавление1. Once años: pandemia y bifurcación
Es probable que la humanidad no tenga que esperar mucho tiempo (¿2050-2100?) para conocer las consecuencias catastróficas de las amenazas cruzadas que hoy penden sobre nosotros. De hecho, cada día (de estos últimos que toma la escritura de este libro) se conocen nuevos datos sobre la catástrofe humanitaria que va dejando la pandemia Covid-19. Pérdidas de vidas humanas y millones de personas que han perdido sus empleos. Pero la crisis climática ya acumulaba sus propios datos, no menos alarmantes que los de la Covid-19. Según el informe de Acnur “Tendencias globales. Desplazamiento forzado en 2019”19, el año pasado hubo 79,5 millones de desplazados forzosos. Hay desplazados por pobreza, estados fallidos, guerras internas, conflictos entre naciones, inundaciones, sequías, huracanes, subidas del nivel del mar sobre sus territorios. Todos estos factores acaban entrecruzándose en una sola crisis. Beatriz Felipe, autora del informe Migraciones climáticas: una aproximación al panorama actual, describe cómo se mezclan las variables de pobreza, violencia y crisis climática. Se apoya en un ejemplo: la caravana de migrantes que abandona el corredor seco de Centroamérica (una región árida y pobre golpeada por sequías cíclicas)20.
Deshielo en Groenlandia en 2019.
El número de desplazados climáticos aumentará si se acentúa el deshielo de los glaciares del Himalaya, o del permafrost de Siberia y Groenlandia y se libera el metano contenido allí; o si se acelera la pérdida de la capa de hielo del océano glacial ártico. Un equipo liderado por científicos de la Universidad de Washington ha seguido la evolución de esas masas de hielo durante un periodo de 16 años mediante la información suministrada por los láseres de los satélites ICESat y ICESat-2. Los datos que revelaron en junio de 2020, publicados en la revista Science21, muestran que la pérdida neta de hielo de la Antártida y Groenlandia entre 2003 y 2019 aumentó el nivel del mar en 1,4 centímetros. Se sabe que Groenlandia es responsable de dos terceras partes de ese incremento y que la Antártida lo es del otro tercio. El servicio de vigilancia de la atmósfera de la red europea Copérnico señaló el aumento, en junio 2020, de los incendios y el calor en el extremo nororiental de Siberia, que causaron la emisión de 59 megatotenaldas de dióxido de carbono22.
Según las proyecciones de la Met Office, la temperatura media mundial para 2020 estaría entre 0,99 °C y 1,23 °C por encima del promedio preindustrial del periodo 1850-190023. Si este pronóstico se cumplía, continuaría la tendencia de años más cálidos que el mundo ha experimentado desde 2015, cuando las temperaturas globales alcanzaron, por primera vez, 1 °C por encima del periodo preindustrial. En el momento de escribir esta página (julio de 2020), ya sabemos (según un informe de la OMM) que abril de 2020 fue el abril más cálido desde que se tienen registros, exceptuados los años con fenómenos del Niño.
Todas las previsiones de la mejor ciencia disponible — especialmente las que contiene el Informe Especial 1,5 del IPCC (2018)24— indican que un estado de catástrofe generalizado, relacionado con los efectos del cambio climático, puede llegar antes de 205025. No obstante, algunos creen que poner a 2050 como la meta (un año más o menos lejano de nuestros días) puede distraernos de la emergencia climática que es necesario declarar ya, como en efecto lo hicieron muchos países durante 2019. La declaratoria de esta emergencia climática estaba en curso en países como Colombia cuando sobrevivo el coronavirus (en febrero de 2020). Ya no tiene sentido declarar una emergencia climática sin acompañarla de un Plan de Recuperación de la economía. Europa también había formulado su Pacto Verde antes de la pandemia (diciembre de 2019). Respondía a la urgencia de la crisis climática. En junio de 2020 propuso (en medio de la pandemia) una estrategia ambiciosa para implementarlo: el paquete de recuperación verde. Medidas orientadas a reconstruir las economías afectadas pero incorporando acciones sobre la crisis climática. Repensar la sociedad y desarrollar un nuevo modelo de prosperidad, inversiones para la transición hacia una economía climáticamente neutra, protección de la biodiversidad y transformación de los sistemas agroalimentarios. Todo esto generará nuevos empleos, crecimiento sostenible y mejoras en la forma de vida de la gente. Lo novedoso de esta alianza es que reúne a los actores claves de la sociedad: 79 eurodiputados, grupos de la sociedad civil, incluidos 37 ceo de grandes empresas, 28 gremios empresariales, la confederación sindical europea, siete ONG y seis centros de pensamiento. Colombia debe formular su Pacto Verde. Que tenga la capacidad de recuperar las economías locales, pero que interprete el sentido de urgencia de la emergencia ambiental y climática que vivimos. Nuestras prioridades son distintas de las europeas: un plan integral de agricultura sostenible, lucha contra la deforestación y los cambios en el uso del suelo; una reformulación (en contexto Covid-19) del plan de transición energética 2050, que incluya eficiencia energética y se articule con incentivos tributarios: un más equilibrado impuesto al carbono; incorporación de sectores como la industria, el comercio y el turismo; planes integrales de recuperación y adaptación en zonas de alta vulnerabilidad, y educación para estos grandes cambios, concebidos no como simples materias electivas en los currículos, sino como una cruzada nacional de gran alcance. La sociedad tiene que prepararse para cambiar mediante una estrategia de descarbonización de largo plazo que incluya a todos los actores.
Por eso se dice (o se decía) desde 2018 que 2030 era el año límite para que estuvieran listas las transformaciones de la economía orientadas a impedir el desenlace negativo de la crisis. Faltan solo once años. Bueno, eso faltaban cuando empecé a escribir este libro. Ahora faltan menos de diez. Cuando se empezó a señalar el 2030 como el año límite para los grandes cambios, no se sospechaba que podría sobrevenir una pandemia. En 1984, Erwin Laszlo se preguntó cuál era el lugar que ocupaba la humanidad en la evolución de la cultura, y fundó el Grupo de Investigación de Evolución General. Y en 1993, cuando hubo certezas científicas de que el modelo de crecimiento ilimitado y la economía intensiva del carbono eran dos fuerzas que retroalimentarían procesos letales para la humanidad, creó el Club de Budapest. ¿El objetivo?: “Unir fuerzas para cambiar el rumbo de nuestro mundo (insostenible, polarizado e injusto) y encaminarlo hacia la ética y el humanismo”. T. Roszack fue seguidor de Lazlo, y señaló que “cuando se alcanza un punto crítico, que es el punto de bifurcación, el sistema o bien se desmorona o bien se reorganiza de otra manera para estabilizarse”. Parece que hemos entrado en ese punto crítico. No es el único pensador contemporáneo que ha señalado la inminencia del punto de bifurcación. Los dos caminos son evidentes: profundizar el modelo de crecimiento ilimitado y avanzar, a velocidades aceleradas, hacia un abismo inédito. O detener el tren suicida de la historia (el tren del desmoronamiento de las cosas) y empezar a construir una sociedad a escala humana. La paradoja es que, hoy, un pequeñísimo individuo, que ni siquiera es considerado un ser vivo por muchos científicos, puede ayudarnos a construir este segundo escenario. El escenario de la bifurcación favorable a la continuidad de la vida.
¿Hacia una nueva ‘normalidad’?
Es aún prematuro elaborar hipótesis sobre lo que vendrá. El signo de lo impensable nos determina, y del conjunto de incertidumbres entrelazadas que vislumbramos en el futuro cercano, solo alcanzamos a elaborar escenarios borrosos. No obstante, lo que hoy nos sucede tiene ya, al menos entre los especialistas, dos interpretaciones que aquí planteo en forma de preguntas: ¿una crisis que acabará en unos cuantos meses al cabo de los cuales todo volverá a ‘la normalidad’? ¿Una pandemia de implicaciones ambientales, sociales y económicas impredecibles que, no obstante, confirmará la índole del Antropoceno y nos enfrentará a un escenario de mayor complejidad?
Lo cierto es que debemos aprovechar el inesperado laboratorio global de sociedad baja en carbono —como ya dije—; hemos llegado a él, no como consecuencia de una decisión colectiva para hacerle frente a la crisis climática, sino como medida sanitaria para evitar el contagio de un virus. De manera que aunque no es precisamente un ensayo planificado de sociedad baja en carbono puede servirnos para dos propósitos generales: 1) calcular el impacto de la reducción drástica de emisiones de carbono, la recuperación súbita de los ecosistemas y la disminución de la contaminación en las grandes ciudades, y 2) parar y pensar de nuevo.
Desde el punto de vista técnico, se nos dice que se trata de una pandemia relacionada con mutaciones biológicas imprevisibles. He ahí una tercera palabra que puede ayudarnos a entender lo que sucede: mutaciones. ¿Una mutación biológica que repercutirá en una mutación de la sociedad global? ¿Estamos en los comienzos de un cambio estructural profundo y no simplemente ante una ola que volverá a decrecer hacia ‘la normalidad’? ¿Un nuevo orden y no simplemente una crisis?, o mejor: ¿un nuevo orden catapultado por una pandemia? Más preguntas que respuestas. Pero de todas ellas hemos ido derivando una certeza, que quizá podemos descomponer en partes para ir armando, poco a poco, este incierto rompecabezas que nos espera.
Primera pieza: habrá nuevas pandemias. Segunda: las pandemias, probablemente, estarán relacionadas con la pérdida de hábitat de múltiples ecosistemas acorralados por el crecimiento ilimitado de las ciudades y el uso indiscriminado de recursos naturales. Tercera: las nuevas pandemias, así mismo, estarán relacionadas con el aumento de la temperatura global de la Tierra, la acidificación de los océanos y las altas concentraciones de dióxido de carbono en la atmósfera. Cuarta pieza: el inusitado laboratorio de sociedad baja en carbono que hemos vivido tendrá tan solo aplicaciones e interpretaciones académicas, mas no derivaremos de este cambios conductuales profundos en nuestros sistemas de producción y consumo. Quinta: aunque un cuadro de incertidumbres de corto y mediano plazo desestabiliza nuestro consabido ‘control’ sobre las cosas, una lenta certeza se irá formando en la conciencia colectiva: la de que de la crisis saldremos no para la conocida ‘normalidad’ del mundo, sino para un punto de bifurcación que señalará dos caminos divergentes. Antes de hablar sobre lo que, a mi juicio, implicará ese punto de bifurcación, quiero detenerme un momento en la necesidad de encontrar, cuanto antes, un modelo de plataforma global para gestionar el conocimiento sobre esa bifurcación, sin duda ya inminente.
Plataformas de reacción global
Plataforma Gisaid en 2020
En enero de 2020 investigadores de China divulgaron la primera secuenciación del genoma del virus que hoy nos amenaza. Los científicos unen esfuerzos a nivel global en otra tarea monumental: descubrir cómo está mutando el virus que causa la enfermedad. Según la BBC de Londres, hasta la fecha, más de 18 000 genomas del SARS-CoV-2 han sido secuenciados por investigadores en diferentes países. Y entonces hemos decidido aprovechar una fabulosa plataforma pública —que se había construido en Internet para conocer mejor la evolución del virus de la gripa—; la plataforma Gisaid, que permite comparar estos genomas y analizar sus diferencias. Se trata de una base de datos de acceso abierto creada en 2008: la Iniciativa Global para Compartir Datos sobre Influenza. Hoy nos servirá (probablemente) para saber de dónde vino, y para dónde va la Covid-19.
Pero, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) es otra plataforma global de gestión de un conocimiento técnico y específico. Fue creado en 1988 para que facilitara evaluaciones integrales del estado de los conocimientos científicos, técnicos y socioeconómicos sobre el cambio climático, sus causas, posibles repercusiones y estrategias de respuesta. Una plataforma colaborativa del más alto nivel científico que mereció el Premio Nobel de la Paz en 2007. Ha preparado cinco informes de evaluación de varios volúmenes. Actualmente se encuentra en su sexto ciclo de evaluación. Me pregunto si no será esta la hora de utilizar esta plataforma para estudiar colaborativamente y desde todas las perspectivas posibles el impacto de la crisis de la Covid-19 en la crisis climática global y su evolución inminente hacia un punto de bifurcación que muy probablemente se encuentre entre 2020 y 2030. Me pregunto si una de las probables evoluciones de esta crisis, que estamos empezando a transitar, no será la de un escenario completamente nuevo pero definitivo: la mutación de la sociedad del Antropoceno en una sociedad en proceso de bifurcación. Entonces será preciso (ya lo es) una plataforma global para compartir pensamientos y datos, percepciones y acciones, sentires y previsiones, anhelos y aprendizajes sobre la evolución de esta nueva realidad. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), concebido para darnos a conocer la índole y magnitud de la crisis climática, hoy podría adecuar sus estructuras para facilitar al mundo la búsqueda sistemática de esta nueva respuesta.
Como civilización contemporánea ya hemos ensayado el camino de los grupos colaborativos conformados por expertos para enfrentar grandes problemas. Y el resultado de estos grupos arroja resultados muy positivos. Creo útil recordar que en 1968 dos empresarios visionarios, Alexander King y Aurelio Peccei, preocupados por el futuro de otra crisis: la ambiental, consiguieron fondos de las empresas y fundaciones Fiat, Ford, Volkswagen y Rockefeller, para convocar a 35 personalidades de 30 países (académicos, científicos, investigadores y políticos). ¿Cuál era el objetivo de esta convocatoria? Interesar a los funcionarios de gobiernos y grupos influyentes sobre las respuestas que debían preparar frente a la crisis en formación. Fundaron el Club de Roma, quizá una de las experiencias más exitosas de estos grupos de expertos. Uno de los científicos convocados fue Ervin Laszlo. Me propongo hablar de él en este texto de manera recurrente, debido a que años después abordaría un tema que hoy debería ocupar la mesa de esa plataforma colaborativa global que en este trabajo invoco. El tema de la bifurcación. El Club de Roma alcanzó a durar 30 años, y generó un documento aún vigente, sobre el cual volveré más de una vez: Los límites del crecimiento (1972). ¿Qué dice? Que no se puede seguir creciendo de manera ilimitada, teniendo en cuenta que este planeta es finito. Otro buen ejemplo de grupo colaborativo es el Grupo de Investigación de Evolución General ya nombrado, y el Club de Budapest. Recordemos sus fines: “Unir fuerzas para cambiar el rumbo de nuestro mundo (insostenible, polarizado e injusto) y encaminarlo hacia la ética y el humanismo”. Lazlo, creador de estos dos grupos, señaló con una claridad y sentido de la anticipación y la audacia valorables asaz el punto de inflexión que nos esperaba, como civilización y como cultura, si no deteníamos el paradigma del crecimiento ilimitado y lo reemplazábamos por una economía global centrada en el cuidado de la casa común, el oikos, y no simplemente en la crematística, hoy llamada economía del mercado, pero caracterizada por Tales de Mileto como el arte de hacerse rico, la habilidad para adquirir riquezas que definía una actividad contra natura, según Aristóteles. Pues bien, esta actividad de tan común ocurrencia en todas nuestras culturas acaba por deshumanizar a quienes se dedican a ello. Así lo escribió Aristóteles y lo corroboraron, en época más reciente, el teólogo Hans Urs von Balthasar y el escritor Ernesto Sábato. El modelo mental del crecimiento ilimitado, ayudado por la creencia sacralizada por la sociedad de la acumulación y el capitalismo: el dinero es el poder supremo, su acumulación nos hará libres y felices; ese modelo mental nos ha deshumanizado hasta tal punto que hemos devenido en piezas de una poderosa máquina de producción y de consumo. Piezas, nada más, del monstruo posmoderno, cifras de una estadística feroz y letal. Balthasar dijo: “Hemos fracasado, sobre los bancos de arena del racionalismo demos un paso atrás y volvamos a tocar la roca abrupta del misterio”26. Ernesto Sábato advirtió: “Todo corrobora que en el interior de los tiempos modernos, fervorosamente alabados, se estaba gestando un monstruo de tres cabezas: el racionalismo, el materialismo y el individualismo”27. Hoy no necesitamos de mucho esfuerzo para identificar las entrañas del monstruo: es el mercado y el mercado está ahí, en cada esquina y en cada nueva notificación de nuestro computador. Al acecho de cuanto hagamos, sabe de antemano nuestras preferencias. Actúa según su lógica crematística insoslayable para vender, vender, vender.
No obstante, entender lo que significaría ‘dar un paso atrás’ para liberarnos de él, y tocar esa roca abrupta del misterio que abandonamos con el racionalismo, son los dos desafíos a que nos ha conducido, de manera un tanto abrupta, la pandemia del coronavirus. O mejor: el desafío, puesto que es uno solo: si somos capaces de admitir el misterio (todo aquello no necesariamente dominado por la razón), podremos también dar ese paso atrás para construir en adelante una economía más humana y sostenible: la economía de la crisis climática. Pero Lazlo señaló el punto en el que estábamos (estamos) y desde el cual podíamos (podemos) tomar la decisión de pensar de nuevo, o no pensar. Lazlo dijo que ese punto de inflexión señalaba una bifurcación.
El desmoronamiento de las cosas
El poeta irlandés ya nombrado en este texto, William Yeats (1865-1939), escribió, como ya dije: “Las cosas se desmoronan, el centro no puede resistir”. Pero Theodore Roszak, teórico de la contracultura, supo luego, en 1987, que este desmoronamiento de las cosas sería un hecho inminente una vez acabado el siglo XX. Roszak coincidió (aquel año de 1987) con Joseph Pelton en la Universitat d’Estiu de Gandía y propuso “un nuevo diálogo con la naturaleza”28. Y Pelton, en aquella ocasión, nos habló de asuntos que hoy están en nuestra mesa diaria. Afirmó que la humanidad “ya camina desde la aldea global de la que habló McLuhan hacia el cerebro global”. Se refirió al siglo XXI como una época en que 10 000 millones de personas necesitarán vitalmente de la tecnología. El mundo se caracterizará entonces por la existencia de “teleciudades”, la creación de superestados, la fusión de las grandes empresas de computadoras con las dedicadas a las telecomunicaciones, y por el desarrollo de la “teleeducación y la telesanidad”29.
Roszak, por su parte, le ha seguido la pista al pensamiento de Yeats (que no es simplemente poético) sobre el desmoronamiento de las cosas. Y escribió que (algunas veces) ese desmoronamiento puede señalar un punto de bifurcación debido a que existen allí energías afirmadoras de vida. Le preguntaron en una reciente visita a Buenos Aires30: ¿cómo explica la convulsión actual? Y contestó: “Como parte de la dinámica de la evolución, cuando se alcanza un punto crítico, que es el punto de bifurcación, el sistema o bien se desmorona o bien se reorganiza de otra manera para estabilizarse”. Y estamos en ese punto crítico. Agregó: “La Tierra es como una nave espacial con una tripulación de 7000 millones de personas; recibe energía del Sol, pero no materia; por tanto, la regla es sencilla: hay que reciclar, vivir en armonía entre nosotros y con el planeta, crear una cultura más ética”. El ser humano y el planeta están en peligro por el mismo enemigo (había dicho): la grandeza de las estructuras industriales y económicas, las burocracias, y los ejércitos.
En este libro me propongo traer los pensamientos de algunos otros teóricos de la bifurcación, pues no tengo ninguna duda de que estamos entrando en ese punto cuyos dos caminos resultan más que evidentes (deseo repetirlo una vez más): profundizar el modelo de crecimiento ilimitado para avanzar, a velocidades aceleradas, hacia un abismo inédito. O detener el tren suicida de la historia (el tren del desmoronamiento de las cosas) y empezar a construir una sociedad a escala humana. La paradoja es que el coronavirus puede ayudarnos a construir este segundo escenario. Jorge Luis Borges escribió, en 1941, su cuento “El jardín de los senderos que se bifurcan”, especie de adivinanza o parábola o laberinto, cuyo tema es el tiempo; un tiempo (dijo) en el que se eslabonan todos los hechos. Un tiempo bifurcado, superador de las formulaciones que, en términos de rectas y círculos, se dieron a lo largo de la historia de la filosofía. Borges sugirió la necesidad de admitir todas las posibilidades de un acontecimiento en trance de bifurcación, incluso las que implican una contradicción. Propondré considerar el proceso de la bifurcación como un lento cocido que se ha venido nutriendo de varias materias primas a lo largo de los últimos cien años y que está a punto de hervir.
Punto de inflexión
Hago un breve recuento sobre la evolución de la crisis climática y la manera como la humanidad la está enfrentando, especialmente mediante instrumentos multilaterales, para rastrear allí el probable punto de inflexión que desencadenaría la bifurcación hacia los dos probables caminos, el del abismo inédito y el de la sociedad sin carbono. Durante la segunda mitad del siglo XX los científicos encontraron evidencias de que el clima en el planeta estaba cambiando a un ritmo más acelerado de lo esperado, y que las actividades humanas ligadas a la producción, extracción, asentamiento y consumo eran la principal causa de este aceleramiento. Entonces la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) adoptada en 1992, pero entrada en vigor en 1994, definió al cambio climático como “un cambio de clima atribuido directa o indirectamente a la actividad humana que altera la composición de la atmósfera mundial y que se suma a la variabilidad natural del clima observada durante periodos de tiempo comparables”. El mayor problema de este cambio en el clima es que puede producir derretimiento de las masas glaciares y nevados que abastecen acueductos, cambios en los ciclos de floración y fructificación de las plantas de cultivo, ascensos en el nivel de los mares, mayor ocurrencia y fuerza en lluvias, sequías, huracanes, heladas y granizadas en áreas urbanas y rurales, entre otros fenómenos que sin duda reducen nuestra calidad de vida.
Figura 1. La bifurcación
Fuente: elaboración del autor, 2020.
La CMNUCC se propuso el objetivo de “estabilizar las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera a un nivel que impida interferencias antropógenas peligrosas en el sistema climático”. Nunca se planteó la necesidad de “parar y pensar de nuevo”. Revisar las causas y los patrones que producían esas altas concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera a un nivel que ya producía interferencias antropógenas peligrosas en el sistema climático global. No. Su objetivo siempre fue actuar sobre los síntomas (la fiebre), no sobre las causas (la enfermedad).
La verdad es que hay un antecedente más antiguo, y también más contundente, sobre las advertencias de grupos científicos acerca de la crisis ambiental y climática. Veinte años antes de creada la CMNUCC se publicó el estudio ya citado en este texto: Los límites del crecimiento. Pero desde los primeros años del siglo XX tuvimos algunas pistas sobre el peligro de un crecimiento ilimitado, incontrolado y sobre la dependencia exclusiva de los combustibles fósiles.
Así que en los últimos 25 años las concentraciones de gases de efecto invernadero (GEI), lejos de estabilizarse, alcanzaron niveles récord. La concentración atmosférica de dióxido de carbono (CO2), el principal GEI, aumentó de 358 partes por millón (ppm) en 1994 a 412 ppm en 2018. La CMNUCC pasó de un Protocolo de Kioto (1997), legalmente vinculante de arriba hacia abajo, aunque con metas insuficientes, a un Acuerdo de París (2015), de tipo voluntario y dotado de contribuciones nacionalmente determinadas (NDC, por sus siglas en inglés), lo cual en la práctica quiere decir “autodeterminado de abajo hacia arriba”. El Acuerdo de París tan solo entrará en vigor en 2020. O mejor: entraría en vigor en 2020 pero, debido a la pandemia ha sido aplazada la COP 26, que debía celebrarse en Glasgow en noviembre de 2020, hasta noviembre de 2021. Algunos han considerado que este Acuerdo es un instrumento aún muy débil en relación con la magnitud de la amenaza, y que debió reformularse en 2018 a la luz de los nuevos datos que entregó ese año el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC). El Informe Especial 1,5ºC. Ello no ocurrió en la COP de 2018 (COP 24, Katowice, Polonia). Tampoco ocurrió en la COP de 2019 (COP 25, Madrid, Santiago de Chile). Hasta el momento de redactar esta nota no se conocían planes de que esta enmienda ocurriera en la COP de 2020 (COP 26, Glasgow, aplazada para 2021). Teniendo en cuenta el notable avance de la ciencia durante el siglo XX, cabe preguntarse por qué nos demoramos tanto en reaccionar ante las evidencias científicas. Si contamos desde que entró en vigor la CMNUCC, la cuenta daría 26 años, pero si contamos desde que la Conferencia Científica de las Naciones Unidas, también conocida como la Primera Cumbre para la Tierra, celebrada en Estocolmo en 1972, acogió el informe de Los límites del crecimiento, la cuenta daría 50 años. Cabe preguntarse hoy por qué, teniendo en cuenta la pandemia y conocidos parcialmente los resultados del “laboratorio inesperado de sociedad baja en carbono”, no reaccionamos incorporando las alertas del Informe 1,5ºC al Acuerdo de París. ¿Por qué si a principios de 2020 hubo consenso casi global (especialmente en la Unión europea) sobre la necesidad de declarar la emergencia climática, se opta por aplazar la COP 26 por un año, en lugar de buscar un mecanismo virtual o sustitutivo durante 2020?
El trabajo de la CMNUCC se articula con las COP, que son las conferencias de las partes que han firmado los distintos protocolos o acuerdos para enfrentar el cambio climático. En las COP se toman las decisiones sobre mitigación, adaptación y medios de implementación. Ha habido (como su número lo indica) 25 conferencias de esta naturaleza con un resultado bastante pobre en cuanto a mitigación del cambio climático, medidas de adaptación de las poblaciones más vulnerables y medios de implementación. En 2020 se conservaba la esperanza de completar los 100 000 millones de dólares del Fondo Verde para el Clima, creado para financiar proyectos, programas, políticas y otras actividades preventivas. Quienes deseen conocer en más detalle la historia de estas conferencias pueden visitar el portal https://sgerendask.com/breve-historia-de-las-cop-conferencias-sobre-el-cambio-climatico/
El trabajo conjunto entre la CMNUCC y las COP se supone que tiene un referente científico principal: el IPCC. No siempre han sido escuchadas sus recomendaciones. Debido a ello, es probable que el punto de inflexión de la bifurcación quizá empezó a formarse entre los años 2000 y 2005. En 2007, se publicó el Cuarto Informe de Evaluación del Cambio Climático del IPCC. El mundo comprobó entonces que el Protocolo de Kioto había sido un instrumento insuficiente. Pero mantuvimos la esperanza de que aún podíamos hacer algo, colectivamente. Se había decidido convocar una gran cumbre de líderes globales para modificar drásticamente el Protocolo de Kioto y hacer un nuevo acuerdo, más ambicioso (vinculante, eficaz y ajustado a la ciencia) que nos devolviera la esperanza. Aquel era un recurso útil de la diplomacia internacional que buscaba restiturle la esperanza escamoteada a la humanidad.
Los miembros del IPCC revelaron en 2007 que el abismo inédito al que nos enfrentábamos empezaba en los 2ºC, y que teníamos cien años para detener la carrera suicida. En 2009 ya estábamos en 0,77ºC del camino hacia el despeñadero. Y todo parece indicar que la carrera había ganado aceleración en los primeros nueve años del siglo XXI. Como humanidad no teníamos otra carta que la de jugar nuestro futuro confiando en los gobernantes, pues el Sistema de las Naciones Unidas prevé que son estos quienes representan a los países, y no los expertos, representantes de la sociedad civil, o los líderes espirituales; mucho menos los intelectuales o los científicos. Lo que había que hacer allí era trascendental. No hacerlo condenaría al mundo a catástrofes en cadena, como lo escribió en 2019 David Wallace-Wells:
Ya no hay marcha atrás. Por más que detuviéramos bruscamente las emisiones de CO2 —algo literalmente imposible—, por más que pusiéramos a todos los científicos a pensar en la forma de revertir los daños —ahora mismo, estamos tan lejos de saber cómo solucionarlo, que imaginar una tecnología que absorba el CO2 ya liberado es, simple y llanamente, “pensamiento mágico”—, por más que volviéramos a vivir como lo hacía la gente antes de la Revolución Industrial, la temperatura del planeta continuaría subiendo hasta alcanzar, en el 2100, cuatro grados más que la media actual. Para entonces, el mundo habrá cambiado de tal modo que la geografía, la economía e incluso la cultura se verán alteradas de un modo definitivo31.
Los habitantes de Dinamarca, que son prácticos pero al mismo tiempo soñadores, que son capitalistas pero al mismo tiempo democráticos, pusieron todo el empeño en que la cumbre de Copenhague, la COP 15, fuera histórica. Ellos bien sabían que no habría, fácilmente, más oportunidades de que confluyeran en ella líderes del mundo como los que había en aquella ocasión, especialmente en Estados Unidos y en algunos países de la Unión Europea (también en Latinoamérica). Que habían entendido cabalmente la magnitud de la crisis climática y estaban dispuestos a darle un vuelco de 360º al Protocolo de Kioto. Se propusieron invitar a todos y consiguieron que asistieran.
En aquella cumbre se decía Hopenhague para significar una nueva esperanza. Neologismo acuñado por la sociedad civil, significativo y apropiado, pero que tuvo poca acogida entre los líderes del mundo, que esta vez corroboraron, una vez más, su desprecio por esa sociedad, por la ciencia y por la cultura, representadas en este caso especialmente por los jóvenes, quienes se manifestaron de muy diversas, creativas y pacíficas formas. De la cop15 se esperaba “un acuerdo jurídicamente vinculante sobre el clima, válido para todo el mundo, que se aplicaría a partir de 2012”32. Ello, en términos cuantificables, significaba la reducción de emisiones de CO2 a menos de 50 % para 2050 respecto a las que había en 1990. No se pudo. Faltando tres semanas para los inicios de esta reunión, se realizó otra en Tailandia, en la cual China y Estados Unidos decidieron que los acuerdos de Copenhague no tendrían carácter vinculante. Esto se concretó la última noche de aquella cita global, cuando los presidentes de China, Estados Unidos, India, Brasil y Suráfrica, sin la presencia de los representantes europeos ni de los demás países, realizaron una reunión a puertas cerradas y redactaron un acuerdo no vinculante que ni siquiera fue sometido a votación. Finalmente, solo fue expuesto a la “toma de conocimiento” de los asistentes, junto a la promesa de que, a principios de 2010, se trabajaría en una plataforma política, base para construir compromisos jurídicos vinculantes en COP16. La cumbre, como era de esperarse, fue calificada de fracaso y desastre por muchos gobiernos y organizaciones ecologistas.
Lamentablemente aquella esperanza de Copenhague devino, al final de la cumbre, en Brokenhague, la nueva palabra que nos servirá para recordar aquella vergüenza de la diplomacia internacional. No iba a ser la única. El asunto fue que Copenhague, una ciudad hermosa llena de gentes amables como es difícil hallar otra en el mundo, pasaría a la historia como el lugar donde la humanidad pudo salvarse a sí misma, pero no hizo ningún esfuerzo por cambiar el sistema de producción y de consumo, que era en últimas lo único que había que empezar a examinar. Y ya en la cima del ‘acuerdo’ que finalmente se firmó, a unos congresistas republicanos les alcanzó el cinismo para convocar una rueda de prensa en la cual dijeron, dos puntos, léase bien, primero: no se ha demostrado que el cambio climático ha sido causado por emisiones que provienen de combustibles fósiles, como el petróleo, el gas y el carbón; segundo: las conclusiones del IPCC, y de decenas de academias científicas del mundo, son sospechosas. Léase bien, y léase, de ser posible, una segunda vez para que no se olvide. No fue el planeta el que quedó a la deriva, borrado del medio mediante un ominoso paréntesis, fue la civilización en su conjunto, empezando por las comunidades más pobres y vulnerables del mundo: las pequeñas islas
Resumen Cumbre de Copenhague
Ahora bien, en Copenhague se insinuó, quizá por primera vez de una manera explícita, que los grandes poderes económicos harían todo lo posible para aplazar soluciones drásticas de los países hacia esquemas ambiciosos de reducción de emisiones de carbono. Se empezó a considerar el aserto que escribió años más tarde (2014) Naomi Klein en su libro Esto lo cambia todo: que el cambio climático es una batalla entre el capitalismo y el planeta. Klein dijo, entonces, que esta batalla la estaba ganando el capitalismo, especialmente cuando se usaba la necesidad del crecimiento económico como excusa para aplazar la acción climática ambiciosa, o para romper los compromisos ya establecidos. A partir del año 2009 esta fue la tónica de las grandes cumbres globales: aplazar, negar, aplazar, confundir, negar, aplazar.
En 2010 (Cancún, México) se creó el Fondo Verde del Clima, pero en 2019 aún no estaban listos los mecanismos para que los países aporten los cien mil millones de dólares que debían empezar a aportar cada año a partir de 2020. Tampoco se surtieron los treinta mil millones de dólares para el periodo 2010-2012, con objeto de ayudar a los países de menores recursos a sufragar los costos de su adaptación. Pero nadie pudo hablar de fracasos o incumplimientos debido a que el documento de 2010 se encargó de escribir que la adopción de este fondo se haría “tan pronto como sea posible”. En 2011 (Durban) se hizo una hoja de ruta (otra de tantas) que comprometería a los grandes contaminadores que no suscribieron el Protocolo de Kioto: China, Estados Unidos e India, pero se supo que Canadá no lo renovaría, secundado por Japón y Rusia. En 2012 (Doha) el Protocolo se prorrogó hasta 2020, pero se difirieron para el año siguiente las negociaciones sobre la exigencia de mayores donaciones por parte de los países en vía de desarrollo. La mayoría de las delegaciones manifestaron su malestar porque el acuerdo final no cumplía las recomendaciones científicas, pues las emisiones de dióxido de carbono para 2012 ya doblaban las tasas de 1990. En 2013 (Varsovia) se protocolizó la batalla entre el capitalismo (expresado en forma de economía del carbono) y el planeta. La Cumbre fue financiada por la gran industria del carbón polaca. Esto motivó que a un día del cierre de las negociaciones se retiraran las organizaciones no gubernamentales y los sindicatos, en señal de protesta. Y sí, se hizo otra ‘hoja de ruta’ que nos llevaría a Lima (2014) y de allí a París, la cumbre de la nueva esperanza (2015).
Por eso no era posible esperar de la Cumbre de Copenhague un acuerdo vinculante como el que pidieron en Bonn, meses antes (en junio de 2009) las organizaciones de la sociedad civil: nuevas metas del 40 % de reducción hasta 2020, y de 80 % hasta 2050. Elliot Diringer, vicepresidente de Estrategias Internacionales del Pew Researche Center para el Cambio Climático, habría dicho que “es altamente improbable que en Copenhague salga un acuerdo completo con cifras de reducción de emisiones”33. Y el secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon, pronunció una de sus frases preferidas: “el ritmo lento actual de las negociaciones es muy preocupante”. El ministro de Exteriores británico, David Miliband, reconoció que “peligra la existencia de un acuerdo en Copenhague”; el embajador de la Unión Europea en Washington, James Bruton, reaccionó molesto, como están muchos otros al escuchar palabras en el momento en que la humanidad reclama algo más que frases: “Estados Unidos solo es uno de los 190 participantes en la cumbre. Pero emite el 25 % de los gases de efecto invernadero que la cumbre intenta reducir”.
Y el enviado de Obama, Todd Stern, dijo: “Francamente, las negociaciones en la ONU son difíciles”34. La Administración de Obama había propuesto una ley, llamada la ley del clima, orientada a reducir sus emisiones un 17 % en 2020 y un 83 % en 2050. El nuevo presidente, Donald Trump, desmontó esta ley.
Pues bien, este grupo de expertos (me refiero al IPCC) publicó el 8 de octubre de 2018 su Informe Global Warming + 1,5 °C. Lo que había sucedido en el mundo durante el verano del año 2018 fue, quizá, un adelanto de lo que habría de ocurrir en 2020. Una crisis definitiva e irreversible que daría paso a una mutación esencial en nuestra manera colectiva de ‘estar y vivir en el mundo’. En 2018 el mundo era un grado Celsius más caliente que antes de que empezara la industrialización; el dato es de la Organización Mundial Meteorológica (WMO, por sus siglas en inglés). La temperatura global promedio, para los primeros diez meses de ese año, fue 0,98 grados por encima de los niveles que existían entre 1850 y 1900, de acuerdo con registros de cinco organismos independientes. Los veinte años más calurosos de la historia, desde que comenzaron las mediciones, han ocurrido en los últimos 22 años, y los registros de 2015 a 2018 ocupan los primeros cuatro lugares. Si esta tendencia continúa, la temperatura global aumentará entre 3 y 5 °C antes del año 2100. En 2018 se alcanzaron temperaturas nunca antes registradas en muchas partes del planeta: entre mayo y julio se rompieron los récords de temperaturas en muchos lugares del mundo35.
Vale la pena actualizar estos datos a 2019, con los datos que la OMM presentó en la COP25 de Madrid (diciembre de 2019). Los resultados (provisionales aún) del informe del estado del clima de 2019 dan cuenta del aumento de los fenómenos meteorológicos extremos ligados al cambio climático (inundaciones vividas en el centro de Estados Unidos, el norte de Canadá, el norte de Rusia y el suroeste de Asia o Irán). En relación con las olas de calor, el informe detalla que estas golpearon especialmente a Europa entre junio y julio del mismo año; años atrás había habido inundaciones en muchas partes, pero también olas de calor, en países como Rusia (2010: 55.00 muertes). También anota que en Francia, el 28 de junio de 2019, se marcó un récord nacional de 46 °C. Y hay otras cifras igualmente alarmantes: Alemania (42,6ºC), Países Bajos (40,7ºC), Bélgica (41,8ºC), Luxemburgo (40,8ºC) y Reino Unido (38,7ºC)36. La OMM también hizo un balance de los impactos de los fenómenos extremos sobre la salud humana en 2019. Se refirió a la ola de calor vivida en Japón durante algunos días de julio, que afectó a más de 18 000 de sus habitantes, causando la muerte de más de cien de ellos. En los Países Bajos la ola de calor se asoció con 2964 muertes, casi 400 más que durante una semana media de verano, señaló el informe. Algunos meses antes de este informe, el secretario general de la OMM, Petteri Taalas, había comentado que
Para frenar un aumento de la temperatura mundial de más de dos grados Celsius por encima de los niveles preindustriales (el objetivo para este siglo del Acuerdo de París), debemos triplicar el nivel de ambición. Y para limitar el aumento por debajo de 1,5 grados, es necesario multiplicarlo por cinco37.
Crisis en cámara lenta, respuestas simples
Los científicos habían dicho que la del cambio climático sería una crisis lenta, muy lenta. De hecho, está sucediendo más o menos desde mediados del siglo XX, pero me temo que no muchos habitantes del mundo se han percatado de la magnitud y gravedad del problema. Y, mucho menos, de sus conexiones (modos de retroalimentación o de compensación) con otros tipos de amenazas o con otras crisis (rápidas, súbitas, lentas, localizadas, reincidentes, crónicas). Que su origen se sitúe más o menos en 1946, cuando el mundo empezó a reaccionar después de la Segunda Guerra Mundial no es un dato menor. Tampoco el hecho de que en 1946 haya empezado la era nuclear, no en el sentido de las aplicaciones de la energía nuclear con fines pacíficos sino del desarrollo, en serio, de la industria de armamento nuclear para el aniquilamiento de toda la humanidad. El hombre había conseguido la proeza de desarrollar un arma de destrucción masiva: la bomba atómica. Ya estaba probado su poder de letalidad y había que mejorarlo.
Para revisar lo que ocurre como forma ya histórica de resolver las crisis causadas por depresiones económicas o catástrofes de todo tipo, basta considerar lo que está ocurriendo en China en estos momentos de incipiente pospandemia. Allí, las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) cayeron aproximadamente el 25 % entre febrero y marzo de 2020 (en el mundo, en este mismo periodo, cayeron 17 %); después de la pandemia aumentaron considerablemente. Los últimos datos indican que el efecto rebote puede ser entre 4 y 5 % interanual en mayo, cuando se dispararon la generación de energía térmica con base en carbón en un 9 % y la producción de cemento. La generación de energía nuclear aumentó en un 14 %, la eólica en un 5 % y la solar en un 7 % interanual en mayo, pero esto fue insuficiente para compensar la caída del 17 % en la energía hidroeléctrica.
Ahora bien, si comparamos las estrategias para salir de las crisis comprobaremos que es notable el argumento simple de que la reactivación de las economías se logra mediante el estímulo del consumo. Cuando le preguntaron al presidente Eisenhower qué debían hacer los ciudadanos para solucionar la recesión dijo: ¡Comprar! ¿Comprar qué? ¡Cualquier cosa! Esto fue en 1950 y creo que a él se debe la receta que muchos han aplicado después. La fórmula del expresidente del gobierno de España José María Aznar para la crisis de la burbuja inmobiliaria del año 2008 en su país fue la misma: abaratar los créditos bancarios para que los ciudadanos pudieran volver a comprar. Estimular el consumo como fórmula infalible para mantener el crecimiento. Consumir por consumir (cualquier cosa). Cuando le preguntaron al presidente G. H. W. Bush, en 1992, lo que haría Estados Unidos para combatir el problema ambiental que se discutiría en la Cumbre Mundial de la Tierra Brasil 92, fue más enfático (ya estaba instalado el paradigma): “No hemos venido aquí a negociar nuestro estilo de vida”, sostuvo. Si tienes dinero compra, compra y vuelve a comprar, dice el Big Daddy en la obra de Tennessee Williams La gata sobre el tejado de zinc.
Conviene recordar el movimiento Occupy Wall Street, en 2011, cuyo lema era Somos el 99%. Millones de personas perdieron sus casas y quedaron endeudadas y sin empleo. La inequidad se profundizó, y la tendencia a la desinversión en los sectores de salud y educación se expandió por numerosos países38. La amenaza de una conflagración nuclear ha sido documentada recientemente por Noam Chomsky. Allí escribe que:
El ser humano se enfrenta a los asuntos más importantes con los que se ha encontrado en toda su historia, los cuales no se pueden eludir o aplazar si se quiere mantener alguna esperanza de preservar, ya no digamos mejorar, la vida humana organizada en la Tierra. Desde luego, no podemos esperar que los sistemas de poder organizados, estatales o privados, lleven a cabo las acciones apropiadas para afrontar estas crisis; no a menos que se vean empujados por una movilización popular y un activismo constantes y entregados. Una tarea de gran envergadura, como siempre lo es la pedagogía39.
La mayor parte de la población tiene la información general de que hay una serie de fenómenos en curso que se conocen como cambios climáticos, pero desde el año del coronavirus no se habla (por lo menos en los círculos científicos y periodísticos) de cambio climático, sino de crisis climática40. Y las relaciones de esta catástrofe con otras crisis, quizá subsidiarias de esta, resultan más contundentes, visibles, inmediatas: las migraciones masivas en el Cuerno del África, la pérdida de medios de subsistencia (alimentos, agua dulce, territorios apropiados para vivir) en las pequeñas islas, en algunos países del África subsahariana y en el sur de Asia, los incendios de Australia. Lo cierto es que hay, evidentemente, un eje conductor de todas estas crisis: los efectos de la crisis climática, pero esto (aunque a veces parezca) no es la crisis global, ni es un tema de la naturaleza, no. A la crisis global llegamos mediante etapas más o menos definidas, durante periodos que, si bien fueron más o menos largos cuando todo esto comenzó, cada vez son más cortos. Esto nos hace pensar que estamos frente a una sola y única crisis: la crisis del Hombre de nuestro tiempo (más adelante me referiré a la acepción que le concedo a la palabra Hombre).
Sobre cómo estamos pasando de un cuadro gris a un cuadro más gris
Aventuro una especie de sobrevuelo cronológico por los hitos más significativos de la crisis. Luego aterrizaré y volveré a levantar vuelo (varias veces) en estos puertos, algo difusos en el tiempo, pero que permiten ubicar el nacimiento (también difuso) de las problemáticas:
• Aproximadamente entre 1930 y 1980 generamos lo que se conoció como la crisis ambiental global 41, un primer desajuste entre las relaciones de los seres humanos con la naturaleza. La principal característica de este periodo, precedido y marcado por la Gran Depresión de 1929 y después por la Segunda Guerra Mundial, fue la consolidación del paradigma del crecimiento ilimitado. Con él se pretendió resolver la crisis económica y definir nuestra ruta hacia el progreso. Resulta oportuno señalar la década de 1950 como un primer punto de ruptura. Aquí empezó lo que G. Lipovetsky llama la “mutación sociológica global”42 o era del consumismo ilimitado, fenómeno articulado en lo macro con el paradigma del crecimiento ilimitado.
• Entre 1950 y 1980 sospechamos que se estaba formando una crisis mayor: la crisis climática global, pero confundimos el síntoma: el cambio climático no era “una de las consecuencias” de la crisis ambiental global. Si era cierto que esta última había sido consecuencia de “un primer desajuste en las relaciones entre los seres humanos y la naturaleza”, ni la crisis ambiental ni la crisis climática en ciernes respondían exactamente a la categorización de crisis ecológica. Se trataba, más bien, de una crisis de la cultura, pero eso fue lo que omitimos (o equivocamos) considerar. Quiero decir que nos estábamos adentrando en una misma y única crisis relacionada con el pensamiento “del Hombre”43, con el modo de civilización y de cultura que habíamos escogido para progresar, para desarrollarnos, para crecer. Esa era la verdadera índole de la problemática. Durante este periodo pretendimos resolver estas crisis de manera aislada; pero en ninguna de las dos instancias internacionales de análisis en que se dirime el futuro de las problemáticas (la Convención Marco de Cambio Climático y la Convención de Diversidad Biológica de las Naciones Unidas) hemos abordado a fondo las causas de los problemas.
• Entre 1992 y 2007 confirmamos las sospechas a partir de los primeros informes científicos: estábamos ante una crisis de mucho mayor alcance y gravedad que la crisis ambiental global. La habíamos empezado a llamar la crisis del calentamiento global. Confiábamos en que podríamos resolverla, pero sin negociar nuestros modos de vida. No era una crisis de dominio público.
• Entre 1992 y 2007 (también) reaccionamos globalmente por primera vez. Hicimos el Protocolo de Kioto, pero como habíamos confundido los síntomas con las raíces nos dedicamos a formular objetivos sobre los síntomas (la disminución del carbono en la atmósfera). Al ignorar el examen sobre las raíces del problema (el desajuste en las relaciones entre los seres humanos y la naturaleza, y el paradigma del crecimiento ilimitado), permitimos que se profundizaran los modelos mentales que alimentaban a las crisis: el modo de civilización y de cultura del siglo XX.
• Entre 2007 y 2020 sucedieron la mayor parte de los hitos confirmatorios sobre la índole, el alcance y la gravedad de la crisis. Lo primero que hicimos fue abandonar la denominación de calentamiento global (era inexacto y no abarcaba todos los factores del problema), y empezar a hablar de cambio climático, pero muy rápidamente nos dimos cuenta de que esta denominación también era inexacta. Entonces comenzamos a llamarle cambio global, y, poco después, Antropoceno. Habíamos dado quizá una primera muestra de comprensión del carácter sistémico de los problemas, pero, en materia de ‘acuerdos internacionales’ mantuvimos nuestra proclividad a actuar frente a los síntomas.
• Entre 2010 y 2020 se produjo, probablemente, el punto de inflexión entre lo que se creía ‘una crisis más o menos controlable’, y una crisis de dimensiones y connotaciones globales de incierto desenlace. El Grupo Intergubernamental de Expertos reveló en 2018 que el punto de no retorno para que la crisis adquiriera dimensiones de catástrofe global no era la barrera de los 2ºC de calentamiento, sino la de 1,5ºC. El Acuerdo de París, firmado en 2015, ya no era suficiente. No obstante, en materia de acuerdos internacionales mantuvimos (otra vez) nuestra proclividad a actuar frente a los síntomas44: en las cumbres de Katowice (Polonia, 2018) y Chile/ Madrid (España, 2019) se aplazaron las decisiones fundamentales. Si los científicos del IPCC habían revelado que el Acuerdo de París no era suficiente para detener el calentamiento por debajo de 1.5ºC, era necesario formular una enmienda a este Acuerdo para adecuarlo a los nuevos datos de la ciencia. No se hizo y no está previsto que se haga en la pospuesta cumbre de Glagow, que ahora se celebrará en 2021.
• A partir de 2020 (la pandemia) tenemos una certeza científica: estamos entrando en una crisis de dimensiones tales que algunos la han caracterizado como una nueva era geológica: el Antropoceno. Estamos en la crisis global.
• La década 2020-2030 debía ser (ya lo dije) la de los grandes cambios orientados a preparar a las sociedades para una economía libre de carbono; esta era una recomendación (perentoria, urgente) del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, 2018). Si estos cambios ‘tremendamente radicales y de gran alcance’ no se hacen antes de 2030, la humanidad conocería una cascada de catástrofes encadenadas de dimensiones imprevisibles. El Sexto Informe de Evaluación del IPCC (AR6) será publicado en 202245. Pues bien, ahora debemos hacer todos estos cambios en medio de una economía global seriamente averiada por la pandemia.
La noción de cambio global incluye factores como los cambios en el uso del suelo, los cambios geopolíticos y económicos, el incremento de la población humana (lo que se conoce como la sobrepoblación), las alteraciones en la biodiversidad, los procesos de desertificación y degradación de algunos ecosistemas de la Tierra, y las alteraciones en los ciclos biogeoquímicos del nitrógeno, el carbono, el agua, el calcio, el oxígeno, el azufre y el fósforo; incluye también el cambio climático. Todos estos factores están más relacionados con el modo de vida que diseñamos para ser felices, por lo tanto, la del cambio global es una crisis del pensamiento del Hombre: la manera como decidimos ocupar los territorios y usar sus recursos naturales, la manera como decidimos crecer y la manera como decidimos depender de una sola (y casi exclusiva) fuente de energía: los combustibles fósiles.
Si la crisis global es una crisis del pensamiento del Hombre, será necesario incluir el examen de este pensamiento en los análisis de la crisis. ¿Qué entraña eso del pensamiento del Hombre? Primero, entender que no todo el pensamiento del Hombre está relacionado con la crisis. Cuando aludo al “pensamiento del Hombre”, me refiero solo con el pensamiento dominante del desarrollo que empezó a guiar buena parte de nuestras civilizaciones desde el siglo XVIII, y que desarrolló toda su potencia durante el siglo XX: el paradigma del crecimiento ilimitado. Por eso podemos decir que la crisis que hoy amenaza la vida es una crisis emergente de la cultura humana, y sucedió en el siglo XX.
Las consecuencias macro de esta crisis pueden enmarcarse dentro de los siguientes marcos temporales, y caracterizarse mediante cuatro periodos más o menos definidos, lo cual, si bien puede parecer una simplificación del problema, nos sirve para ubicarnos en la índole de los cambios que se produjeron y en la manera como estos se trasuntan en el tiempo presente. Atenuaré la simplificación mediante el uso de la noción aproximadamente.
• Periodo de formación: impacto de la biósfera. Entre 1930 y 1980 (aproximadamente) empezamos a crecer sin tener en cuenta los límites de la naturaleza. Crecieron las ciudades y creció la población mundial, creció la economía y se consolidaron los modelos de mercados; crecieron los conflictos entre países y creció la pobreza del mundo; creció el arsenal nuclear de destrucción masiva en poder de algunos países y cambió para siempre la geopolítica global; se conoció la inminencia del fin del petróleo barato y se desarrollaron las energías renovables (incluyendo la energía nuclear de fisión46). Pero los efectos del cambio global sobre la esfera de la técnica (la tecnósfera) concebida como la infraestructura del progreso lograron impactar la esfera de la vida: la biósfera, de una manera agresiva y letal. Muchos de los cambios que hemos producido en ella son irreversibles, especialmente los cambios en el uso de la tierra por la deforestación y la ocupación indebida de los territorios (el arrinconamiento invasivo de muchos ecosistemas que hoy parece haber producido nuevas mutaciones biológicas en formas de virus letales), y los que hemos producido en la atmósfera, debido a las moléculas de carbono (y otros gases de efecto invernadero) depositados allí.
• Periodo del cambio climático. Entre 1950 y 2000 (aproximadamente) comprobamos la irreversibilidad de muchos de estos impactos, pero, en lugar de detener el tren suicida y cambiar los estilos de vida, al impactar de manera acumulativa e irreversible las condiciones físicas y químicas de la atmósfera, empezamos a impactar la esfera del conocimiento y de la cultura humanas: la noósfera47. Hoy el aislamiento global a que hemos sido sometidos por la pandemia hace saltar a un primer plano ese impacto en la esfera psíquica del mundo. Nos miramos en la soledad de nuestros hogares y nos preguntamos: ¿por qué ha sucedido todo esto?
• Certeza del Antropoceno. Entre 2000 y 2020 (aproximadamente) hemos empezado a conocer los primeros signos de una catástrofe humanitaria global: las migraciones climáticas. Hemos empezado a considerar que los cambios ya irreversibles en la esfera de la vida le conceden a este periodo un nombre geológico: el Antropoceno. Nos aproximamos a una crisis civilizatoria global. Antes de 2020 no había habido ninguna pandemia que pudiera asociarse directamente con la crisis ambiental y climática. Casi 1900 catástrofes climáticas/ambientales causaron 24,9 millones de nuevos desplazamientos internos en 140 países y territorios en 201948, según el Centro de Monitoreo de Desplazamiento Interno (IDMC) (ver figura 2), que depende del Norwegian Refugee Council. Es la cifra más alta desde 2012; desde hace medio siglo se tiene constancia de las migraciones climáticas, pero hace apenas dos años se ha puesto el foco en ellas. La aparición de la pandemia del coronavirus, por otra parte, nos enfrenta con la certeza científica de que puede haber nuevas pandemias de este tipo, lo cual corrobora las alertas que el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático había hecho, por lo menos desde el año 2007.
• La bifurcación. Entre 2020 y 2030 aún podemos hacer las grandes transformaciones, especialmente en la actual economía del carbono, para impedir la catástrofe anunciada. El papel de la educación será decisivo durante este periodo. Nos aproximamos a un punto de inflexión en las condiciones de la vida humana y la no humana.
Figura 2. Desplazados internos por desastres naturales
Fuente: Informe mundial sobre desplazamiento interno (grid, por sus siglas en inglés) del Observatorio de Desplazamiento Interno (IDMC, por sus siglas en inglés), Consejo Noruego para los Refugiados, publicado el 20 de abril de 2020.
He aquí el cuadro más gris
Si partimos del hito de 1930, conocido como la depresión económica o el crack de 1929, podemos decir que en poco menos de cien años hemos pasado de un cuadro gris a un cuadro más gris en la representación de la realidad del mundo; lo que Pedro Calderón de la Barca llamó, en el siglo XVII, el gran teatro del mundo. Al cuadro gris podemos llamarlo el cuadro de la crisis ambiental y climática (1930-2000). Al cuadro más gris lo llamaremos el del Antropoceno (2000…).
Figura 3. El cuadro más gris
Fuente: elaboración del autor, 2017.
Hemos pasado (me apoyo, nuevamente, en las prefiguraciones del arte) del cuadro La isla de los muertos49 de Arnold Böcklin (1883), al cuadro El verdadero cuadro de ‘La isla de los muertos’ de Arnold Böcklin a la hora del Ángelus de Salvador Dalí, pintado, ¡cómo no!, en 1932, cuando el mundo de la economía balbuceaba soluciones más o menos simplistas (como siempre ha sido) para salir del mayor fracaso de su historia reciente. Dalí tenía 28 años y mantuvo la obsesión por aquel cuadro, por lo menos hasta 1934, cuando pintó Elementos enigmáticos de un paisaje.
En el cuadro de A. Böcklin puede verse una isla rocosa poblada de enormes cipreses, tan hermosos y exuberantes que alcanzan a comunicar la sensación de silencio y reverencia por la naturaleza y por la vida que el autor probablemente se propuso. La vida también cobra presencia por la muerte: un hombre ataviado de blanco va en una pequeña barca llevando hasta la isla el ataúd de otro que ha muerto. En el cuadro de Dalí, pintado 44 años más tarde, ya no hay cipreses, no hay nada. Solo un inmenso cielo azul testigo de la desolación y el silencio. Es la hora del Ángelus en aquella isla rocosa (¿el cabo de Creus, Carteret, Tuvalú, islas Marshall?). Es la hora de la oración y la esperanza. Tampoco hay vida humana. El mar es amarillo. Una taza de café sobre la cual parece caer desde lo alto un chorro de metal líquido es ahora la sombra de un pasado, pero hay esperanza en este cuadro. No sabría cómo explicarlo, pero algo más de mi intuición que de mi razón me dice que sí existe la posibilidad de ese cielo, sin una sola nube que presagie desgracias, tiene que haber esperanza. Lo cierto es que ahora hemos agregado complejidad a la crisis y estamos a punto de comprometer la continuidad de la cultura, como lo afirma Franny Armstrong en su documental The Age of Stupid (1972)50; allí muestra los efectos del Antropoceno sobre la cultura al poner en escena una torre construida en el norte de Noruega (el archivo mundial), cuyo objetivo es guardar las obras de arte y los archivos culturales y científicos de una época a punto de desaparecer, la nuestra51.
Documental The Age of Stupid
¿Por qué ocurrió todo esto?
Debido a este panorama (gris, más gris), son cada vez más los pensadores que se han aproximado a la crisis para preguntarse: ¿por qué? James Lovelock, uno de los primeros, escribió en 1987:
Tal vez el acontecimiento más extraño que se haya derivado de nuestra búsqueda de GAIA sea la comprensión de que, por muy robusta que sea, las condiciones de nuestra Tierra se están acercando al punto en que la vida misma puede que no esté lejos de su fin […] en términos gaianos, si la duración de la vida fuese de un año, ahora estaríamos en la última semana de diciembre52.
Figura 4. La isla de los muertos, Arnold Böcklin, 1883
Fuente: Recuperado el 14 de septiembre de 2020, de https://www.traveler.es/experiencias/articulos/viaje-a-un-cuadro-la-isla-de-los-muertos-de-arnold-bocklin/17568
Connie Hedegaard tiene el dudoso honor de haber presidido la Cumbre que pudo haber cambiado el rumbo de la crisis. Ello no sucedió así, pero no por responsabilidad de Hedegaard sino de Lars Loocke, primer ministro danés, quien, o bien cedió a las presiones de los Estados Unidos, o bien no supo manejar las tensiones entre los grandes intereses en juego. Fue así como la COP 15 de Copenhague (realizada en 2009) pasó a la historia como el fracaso más rotundo de la diplomacia del clima (como ya dije). Hedegaard es actualmente la comisaria europea de Acción por el Clima, y recientemente hizo un esfuerzo pedagógico para explicar la emergencia que vivimos: “Si su doctor le dijese que está seguro en un 95 % de que padece una grave enfermedad, buscaría inmediatamente una cura. ¿Por qué deberíamos asumir más riesgos cuando es la salud de nuestro planeta la que está en juego?”53.
En realidad, no es la salud del planeta lo que está en juego, como afirma Hedegaard, aunque, evidentemente, no se puede decir que nuestra ‘casa común’ goza hoy de su mejor salud. Resulta que el asunto es peor, mucho peor de lo que la mayor parte de nosotros imaginamos, como escribe el periodista Wallace-Wells. El asunto es que lo que está en juego hoy es la posibilidad de que la vida siga siendo posible en este planeta. Y si un día (que ojalá nunca llegue) se acaba la vida, la Tierra seguirá ‘viviendo’ tranquila sin nosotros, pues ella, como afirma Lynn Margulis, es una pícara tenaz que ha sobrevivido a embates de todo tipo, y ha desarrollado, a lo largo de miles de millones de años, poderosas capacidades para resistir; no se rinde fácilmente. Pero la vida no es tan fuerte. El Informe de la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES)54 muestra que la crisis de biodiversidad está a la par con la amenaza climática. A nivel mundial, las especies se están extinguiendo a tasas de hasta mil veces las tasas típicas del pasado de la Tierra: las poblaciones de animales están disminuyendo y desapareciendo en la tierra y en el mar. El último índice de Planeta Vivo estimaba una disminución promedio del 60 % en el tamaño de la población de miles de especies de vertebrados en todo el mundo entre 1970 y 2014, con disminuciones aún más rápidas en las poblaciones de agua dulce. Según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), el 40 % de los anfibios, el 25 % de los mamíferos, el 34 % de las coníferas, el 14 % de las aves, el 33 % de los corales formadores de arrecifes y el 31 % de los tiburones y rayas están en grave riesgo. Los arrecifes de coral, por ejemplo, ya están sufriendo extinciones masivas debido a las altas temperaturas. Según el Informe Especial del IPCC (2018), se espera que entre el 70 y el 90 % de todos los arrecifes de coral del mundo mueran con solo 1,5 °C de calentamiento por encima de los niveles preindustriales, y más del 99 % si llegamos a los 2 °C, el nivel considerado como ‘seguro’ de calentamiento en las negociaciones internacionales.
Este libro
Escribo desde el tiempo presente. No obstante, no es mi intención abrumarlos con datos sobre la crisis, ni mucho menos asustarlos. Escribo este libro porque creo que todavía podemos reaccionar, si actuamos juntos y coordinadamente con efectividad y sentido de urgencia. Reitero: si y solo si (actuamos juntos, coordinadamente y con sentido de urgencia). Tampoco apelaré a la proclamación de una esperanza vacía: tomémonos de las manos y digamos al unísono: ¡La vida es bella y triunfará! Mucho menos repetiré mensajes que considero equivocados (iba a escribir irresponsables) —dan la impresión de que si hacemos ‘eso’ (que nadie sabe cómo se hace) basta para resolver el problema—: ¡Salvemos la Tierra!
Aquí estoy, escribiendo desde la peor pandemia que ha sufrido la humanidad en toda su historia (no sé si habrá sido la más letal, pero sí la más global); estoy aquí (repito) para invitar a la construcción de un pensamiento colectivo para enfrentar la crisis; me anima la certeza de que la transición hacia una economía sin carbono es aún posible; y como no estoy seguro de que la idea de la amenaza global sea de dominio público (ya lo dije), creo que la sociedad necesita ser informada sobre los riesgos que corre y las alternativas que tiene para salvarse. Propongo una cruzada global de comunicación y educación orientada a este fin. Un diseño apropiado de esta cruzada puede ayudar al propósito global de enfrentar la crisis, que bien podría tener tres etapas: 2020-2030: preparar los cambios; 2030-2050: hacer los cambios; y 2050-2080: profundizar y globalizar los cambios.
Mi trabajo consiste en analizar los hechos de esta problemática: un desastre climático, un nuevo informe científico, una acción climática relevante, una protesta ciudadana, una cumbre de naciones, un acontecimiento local. Con el paso del tiempo fui encontrando que una bien balanceada mezcla de investigación, activismo, docencia y periodismo conviene a la búsqueda de un pensamiento colectivo para enfrentar la crisis. Entendí que a partir de esa mezcla es posible aproximarse a la complejidad de la crisis desde el doble flanco de la ciencia y de los hechos.
El economista Manfred Max Neef (1932), coautor junto con Antonio Elizalde de trabajos que les merecieron el Premio Nobel alternativo de Economía en 1983, fue invitado a Bogotá en 1991 y dijo:
Estamos viviendo una especie de megacrisis […] sobre la cual puede haber muchas interpretaciones, pero sentimos que ninguna de ellas es completa y suficiente. Al constatar este hecho, un mundo que empeora en tantos aspectos y crea tantas ansiedades y angustias, uno inevitablemente tiene que enfrentarse a unas preguntas: ¿y por qué hemos logrado crear este tipo de mundo?, ¿qué es lo que sucede con nosotros, ya que después de tantos miles de años de evolución llegamos a este mundo en una crisis tan descomunal como la presente?, ¿a qué se debe?, ¿qué es lo que hemos hecho para que sea esta la situación que impera?, ¿cuál ha sido nuestra contribución responsable a la evolución y al mundo?55
Es cierto que todas las formas de vida están amenazadas, pero la crisis global proviene de una sola de ellas: la nuestra, también amenazada, por supuesto, pero es la única que tiene la oportunidad de reaccionar y detener la catástrofe. Interpreto la crisis ocasionada por la pandemia como un llamado a la humanidad. Es esta una catástrofe global selectiva: solo ataca de manera mortal a los seres humanos. Este libro se concentra en el aporte que puede hacer la educación desde el examen de dos frentes: la perspectiva ética del factor antropogénico de la crisis global (léase mejor: el factor antroposocial): la perspectiva ética del desarrollo; y la búsqueda de una respuesta colectiva (impulsada desde la ciudadanía) antes de que sea demasiado tarde. Para estimular la búsqueda de esta respuesta (y también de las respuestas que buscaba Max Neef), apelo al sentido de lo humano. Creamos o no en dioses (vivos o muertos), sabemos, en virtud de la biología, que a partir del cerebro humano pueden surgir objetivos trascendentes, más allá del individuo, más allá de la comunidad o de la tribu, capaces de producir grandes transformaciones en la sociedad.
Me guía el pensamiento de Rabrindanath Tagore: “La civilización contemporánea ha reducido el sentido de lo humano a un solo fin: la producción y el consumo de bienes materiales y la noción de crecimiento como sinónimo de progreso”56. Es por ello que “estamos atrapados” y que “no hay salida”, como dijo José Saramago57. La verdad es que dentro de ese esquema de pensamiento y de acciones colectivas anticipado por Tagore, no hay salida. No obstante, algo más de mi intuición que de mi razón me dice que, desde un esquema nuevo de desarrollo, de producción y de consumo, y de respeto por la naturaleza, aún existe un resquicio de esperanza; a ese resquicio le apuesto, desde las cátedras, desde el periodismo y desde el activismo. Invito a los estudiantes (y a los ciudadanos) a formularse un propósito trascendente, los invito a trascender ellos, desde la potente posibilidad de sus cerebros. Trato de ubicarlos no en los años que corren sino más allá de 2030, y les digo que trabajen para que podamos construir, entre todos, una cruzada global en defensa de la vida. Una cruzada de tal alcance y de tal ambición como no hubo otra en toda la historia humana. Por la posibilidad de ese despertar de la conciencia biosférica global escribo.
La isla de los muertos, S. Rachmaninof
Invito a escuchar el poema sinfónico de Sergei Rachmaninoff La isla de los muertos. Invito, además, a leer el comentario puesto en el YouTube del poema por quien se identifica como “Guerrero espectral”:
Eras la vida y no lo sabías, porque te comportabas como la muerte, entonces me confundías. Pero ahora, a la distancia, me doy cuenta de que eras la savia, la civilización, la destrucción y nuevamente la vida. Renacía. Eras la muerte y yo te apreciaba, como a todo lo oscuro que siempre amé, pero te comportaste tan bien que pensé que eras la vida y te acepté, pero eras la ruina, la consumación, la alteración, el arrepentimiento58.
Sobre el tiempo presente
Tienen los buenos libros esa virtud oculta de descubrir los vericuetos del alma de quienes los han escrito, más con el corazón que con el cerebro. Vericuetos hechos de nombres, citas, versos, signos, puntos suspensivos que nos llevan a pasadizos, planicies, cimas, simas. Ventanas para asomarnos al corazón de quienes los han escrito; y desde allí, como un efecto rebote, saltar hasta el corazón del lector que es uno, desde donde se vuelven a abrir pasadizos, invisibles pero ciertos, hasta el corazón de otros lectores cuyas señas intuimos, ya dejadas en los libros como huellas en la arena: subrayados, ojos, admiraciones, exclamaciones, interjecciones, flechas de una dirección, de dos, rayas cruzadas, rayas simples, palabras sueltas, deleite en incoherencias quizá, como escribió Pedro Salinas: “Palabras sueltas, palabras, deleite en incoherencias, no eran ya signo de cosas, eran voces puras, voces de su servir olvidadas”.
Este rodeo (algo largo) se debe a la necesidad de atenuar un robo que en el siguiente renglón quedará expuesto (una cita de un poema y el poema). La cita es de Alejandro Gaviria y está en su libro Hoy es siempre todavía59 (2018): “Escribo, hermano mío, de un tiempo venidero, sobre cuanto estamos a punto de no ser, sobre la fe sombría que nos lleva. Escribo sobre el tiempo presente”.
Y el poema Sobre el tiempo presente de José Ángel Valente (1929) pueden leerlo más adelante. Ese tiempo venidero que nos puede llevar al tiempo del no ser, de la nada casi absoluta, desolación de voces y de cielos. Pues bien, yo también escribo este libro desde el tiempo presente y desde un tiempo venidero; pero, vislumbrado con la esperanza de que podamos impedir todo ‘cuanto estamos a punto de no ser’. Por eso, más que una reflexión académica (o intelectual) sobre la educación, sobre la crisis, es (también como escribe Gaviria) “‘un testimonio de amor y gratitud’: a mi familia, a mis amigos, a mis compañeros de trabajo, a mis alumnos”. Un testimonio del aprendizaje que he podido obtener de todos ellos.
También lo escribo desde la razón. Inevitable. Pero no olvido la persistente lluvia de poesía que aún gotea en mi alma de gaviero, desde cuando abandoné mis estudios ‘de mar y de guerra’ en la Escuela Naval de Cadetes de Cartagena de Indias. Entonces creí (a veces aún lo sueño) que sería mejor idea dedicar el esfuerzo de mis días a escribir poemas en lugar de derribar aviones enemigos o dirigir la tropa como “‘Dios y la Patria se lo ordenan’ […] mi ambición más grande es la de llevar con honor el título de colombiano, y llegado el caso, morir por defenderte”60. Traté de escribir poesía (durante aquellos años del mar y de la guerra, de las dudas existenciales y de la soledad), y aunque nunca me abandonó aquella luz temblante que sostenía la vida (que la sostiene), con el pasar de los años, cuando fui asumiendo y luego abandonando otros oficios y profesiones considerados como respetables y lucrativos —al decir de mi padre—, y dediqué mis días al ambientalismo, a la enseñanza, al periodismo; cuando ocurrió todo ello, mantuve abierta una puerta secreta que me conectaría (si fuere menester) con la luz de la poesía. Así fui descubriendo (en el tiempo presente) que lo que había hecho con mi vida (ese azar) había sido regresar a mis orígenes: el ambientalismo existe para sostener la vida, ese es su fin último y superior. Y la poesía en particular, y el arte en general, ayudan a ver mejor lo que el racionalismo esconde, camufla o tergiversa. Por eso muchas veces he sentido que mi verdadera plataforma es la poesía.
No obstante, resulta inevitable para los docentes de hoy (tan conminados por el pragmatismo y los indicadores de eficiencia) ‘pensar en concreto’, conectar el diagnóstico con la acción. Ojalá logren el equilibrio entre el arte y la ciencia que hoy resulta necesario para comprender el filo de la historia y sus vicisitudes. Ojalá puedan comprender que hoy, más que nunca, necesitamos restituir el dualismo mente cuerpo en beneficio de una nueva unidad que rescate el idealismo y el romanticismo alemanes pero que transcienda el posmodernismo. Esa nueva unidad ya fue enunciada por Schelling: “Yo soy uno con la naturaleza”61. No somos, evidentemente, parte de la naturaleza, sino que somos también naturaleza. No somos razón y emoción, somos una integralidad compuesta por razonamientos y sentimientos, por certezas y por intuiciones, por arte y por ciencia. Humboldt también lo entendió así, y le dedicó a Goethe su Ensayo sobre la geografía de las plantas y agregó en la portada de su libro la imagen de Apolo, el dios de la poesía. Pero Humboldt no solo subrayaría la importancia de la poesía, sino que él mismo sería un adelantado en escribir “desde la razón y la emoción”, como escribe Carl Langebaek en Humboldtiana neogranadina62.
Pues bien, permitirán los lectores que enmarque mis ideas sobre la educación mediante los ejes de la cátedra de Acción Climática de la Universidad del Rosario63: 1) el reconocimiento de los límites de los sistemas implicados en la crisis global; 2) el reconocimiento de la complejidad de los sistemas; 3) la necesidad de estimular la formación de ciudadanías activas y resilientes que demanden y propongan respuestas sectoriales, locales y globales sobre todos los factores del cambio global; 4) el examen de las transiciones hacia un futuro sin carbono (si bien las transiciones económicas y energéticas constituyen el eje de las acciones climáticas, es preciso examinar primero las alternativas para transitar entre el paradigma aún vigente del “crecimiento ilimitado como idea rectora del progreso” y la nueva idea del progreso (aún por construir) que conceda primacía a la vida por sobre todo otro valor); 5) la urgencia de recuperar lo que de humanos hemos perdido, pues solo a partir de lo que somos como especie y como cultura podremos salvar la vida amenazada. Para este fin es necesario volver por la enseñanza de las artes y las humanidades, como complemento necesario de la formación técnica de los estudiantes.
Si este enfoque es acogido, modificado, mejorado y multiplicado por los docentes, este libro habrá cumplido su propósito. Esta es una cátedra nacida más de la intuición que de la razón, que promueve un proceso orden-caos-nuevo orden, y que se aparta, de manera deliberada, del ecologismo tradicional para subrayar su énfasis en el contexto humano, político, social y económico del problema. Reconoce el avance de la ciencia y su principal referente es el Grupo Intergubernamental de Expertos de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático.
La palabra enseñar no es adecuada. Lo que hacemos es comunicar una urgencia. Compartir la necesidad de encontrar una respuesta adaptativa global y una acción colectiva de gran envergadura que salve la vida amenazada. Docentes y estudiantes intentamos situarnos en un mismo plano: sencillamente humano. De manera, que, en lo posible, esta clase se dicta sin jerarquías explícitas o convencionales, debido a que necesita hacerse no desde la sentencia nietzscheneana (quizá presuntuosa en su aparente sencillez): “lo humano demasiado humano”, sino desde lo humano complejamente humano. No simplemente desde la ciencia (aséptica), no desde los hechos que hoy revelan la gravedad de la crisis (aunque estos hechos se revisan de manera crítica), no desde la conceptualización sobre la adaptación, la mitigación, la financiación y los múltiples ismos, siglas, acrónimos y jerigonzas con que se suelen envolver la diplomacia internacional y los expertos, para nombrar la problemática. No desde todo aquello, sino desde el sentido común de lo humano amenazado.
La enumeración de los cinco ejes de la cátedra pretende servir de marco de trabajo a la convicción que la sustenta: la necesidad de apelar al sentido de lo humano, más que al propósito de una ciencia, una ideología o una categoría geográfica o nacional. Más adelante hablaré de este tema. Por ahora declaro que a José Ángel Valente64 no lo conocía, “cuánto se aprende al término de un día”65, pero al linfoma no Hodgkin sí, aunque de una forma menos invasiva que la que inspiró al autor de Hoy es siempre todavía. Melanoma que horada la piel de la tierra. Más lento que otros males de su especie, pero igual de mortal. Células que se incubaron en la historia del pensamiento de los humanos del siglo XX. La crisis global es, quizá, el linfoma sí Hodgkin de una civilización que descubrió en la química del carbono, la vida, el progreso, la felicidad, el crecimiento, la bicicleta Giant de fibra de carbono, pero también la muerte.
Sobre el tiempo presente, José Ángel Valente66
Escribo desde un naufragio,
desde un signo o una sombra, discontinuo vacío
que de pronto se llena de amenazante luz.
Escribo sobre el tiempo presente,
sobre la necesidad de dar un orden testamentario
a nuestros gestos,
de transmitir en el nombre del padre,
de los hijos del padre,
de los hijos oscuros de los hijos del padre,
de su rastro en la tierra,
al menos una huella del amor que tuvimos
en medio de la noche,
del llanto o de la llama que a la vez alza al hombre
al tiempo ávido del dios
y arrasa sus palacios, sus ganados, riquezas,
hasta el tejo y la úlcera de Job el voluntario.
Escribo sobre el tiempo presente.
Con lenguaje secreto escribo,
pues quien podría darnos ya la clave
de cuanto hemos de decir.
Escribo sobre el hálito de un dios
que aún no ha tomado forma,
sobre una revelación no hecha,
sobre el ciego legado
que de generación en generación
llevará nuestro nombre.
Escribo sobre el mar,
sobre la retirada del mar que abandona en la orilla
formas petrificadas
o restos palpitantes de otras vidas.
Escribo sobre la latitud del dolor,
sobre lo que hemos destruido,
ante todo en nosotros,
para que nadie pueda edificar de nuevo
tales muros de odio.
Escribo sobre las humeantes ruinas de lo que creímos,
con palabras secretas,
sobre una visión ciega, pero cierta,
a la que casi no han nacido nuestros ojos.
Escribo desde la noche,
desde la infinita progresión de la sombra,
desde la enorme escala innumerable de números,
desde la lenta ascensión interminable,
desde la imposibilidad de adivinar aún la conjurada luz,
de presentir la tierra, el término,
y la certidumbre al fin de lo esperado.
Escribo desde la sangre,
desde su testimonio,
desde la mentira, la avaricia y el odio,
desde el clamor del hambre y del trasmundo,
desde el condenatorio borde de la especie,
desde la espada que puede herirla a muerte,
desde el vacío giratorio abajo,
desde el rostro bastardo,
desde la mano que se cierra opaca,
desde el genocidio,
desde los niños infinitamente muertos,
desde el árbol herido en sus raíces,
desde lejos, desde el tiempo presente.
Pero escribo también desde la vida
desde su grito poderoso,
desde la historia,
no desde su verdad acribillada,
desde la faz del hombre,
no desde sus palabras derruidas,
desde el desierto,
pues desde allí ha de nacer un clamor nuevo,
desde la muchedumbre que padece
hambre y persecución y encontrará su reino,
porque nadie podría arrebatárselo.
Escribo desde nuestros huesos
que ha de lavar la lluvia,
desde nuestra memoria
que será pasto alegre de las aves del cielo.
Escribo desde el patíbulo,
ahora y en la hora de nuestra muerte,
pues de algún modo hemos de ser ejecutados.
Escribo, hermano mío, de un tiempo venidero,
sobre cuanto estamos a punto de no ser,
sobre la fe sombría que nos lleva.
Escribo sobre el tiempo presente.
Algunas preguntas
Me hago algunas preguntas orientadas a confrontar un mito de reciente data, que no por estúpido deja de tener adeptos: el cambio climático no existe, y si existe, no es tan grave. Wallace-Wells es más benigno. Le llama patrañas tranquilizadoras al mito en construcción (el estúpido y homicida mito)67. Las preguntas son:
• ¿Por qué no empezamos ya?
• ¿Hasta cuándo nos mantendremos aplazando las soluciones de fondo? El porcentaje de reducción de emisiones que los países asumieron en conjunto durante el periodo que duró el Protocolo de Kioto68 fue de 5,2 %. Esta meta se consideraba insuficiente, a la luz de los datos de la ciencia, por lo menos desde 2007, cuando se conoció el Cuarto Informe de Evaluación del IPCC.
• ¿Por qué no hicimos entonces lo que deberíamos haber hecho? Aumentar significativamente estas metas de reducción de emisiones de los países. El esquema actual de contribuciones nacionalmente determinadas (NDC) del Acuerdo de París estará vigente, por lo menos, hasta 2030, y puede representar, en el caso de muchos de los países altamente emisores, metas reales aún más insuficientes que las del Protocolo de Kioto.
• ¿Por qué la diplomacia internacional (léase, las Naciones Unidas) no se ha movilizado para hacer una enmienda del Acuerdo de París?
• ¿Por qué no atienden el llamado de los científicos que han pedido que estas metas (que hoy rondan el 25 %) se aumenten, por lo menos, hasta el 45%?
Entrego un primer avance (quise escribir andanada) sobre la ineficacia, a mi juicio, de la diplomacia internacional para enfrentar la crisis climática en los últimos treinta años. Me baso en una certeza: la Convención Marco de Cambio Climático y las Conferencias de Partes de esta Convención no han dado muestras de atender seriamente los datos de la ciencia. He aquí un elocuente ejemplo de ello: como insumo de la que en su momento se consideró una oportunidad (única, decisiva) para la reacción global: la Cumbre de Copenhague de 2009 (COP 15), las organizaciones ambientales del mundo, basadas en los informes del Grupo Intergubernamental de Expertos redactaron el Tratado Climático de Copenhague. Allí se consignó que un nivel de reducciones globales aceptable sería de 35 % para el año 2020 y de 70 % para el 2050, tomando como referencia las emisiones de 1990. Ese mismo año el IPCC había pedido a las economías emergentes que debían reducir sus emisiones entre un 25 y un 40 % para el año 2020, con respecto a las emisiones de 1990; hoy ese mismo IPCC pide reducciones mínimo de 45 %. Si el mundo quisiera actuar con la celeridad que pide la ciencia hoy, le bastaría con actualizar el Tratado Climático de Copenhague. Lo que pedían las organizaciones que lo suscribieron, apoyadas por más de 150 000 personas que marcharon desde el centro de Copenhague hasta el Bella Center (donde se había reunido la COP 15) era que los gobiernos facilitaran acciones para “una transición justa y sostenible de nuestras sociedades hacia un modelo que garantizara el derecho a la vida y a la dignidad de todas las personas”. Nadie las escuchó69.
Dos lenguajes se oponen y establecen dos mundos: el de los ciudadanos y el de los gobiernos y las burocracias multilaterales. Los primeros atienden los llamados de la ciencia, los segundos se empecinan en complacer a las ‘leyes del mercado’. Confían en que estas resolverán el problema y que, por lo tanto, no hay razón para tomar medidas radicales y mucho menos para alarmarse. Mientras no haya un diálogo que acerque estas dos posiciones y unifique en el lenguaje de la vida y de la humanidad una respuesta global frente a la emergencia climática, estaremos cada vez más atrapados, y no habrá nada que podamos hacer.
El mito en construcción se compone básicamente de tres ejes alrededor de los cuales se renuevan, refuerzan o compensan componentes subsidiarios de las ideas fuerza:
• El cambio climático es un problema de la naturaleza que no afecta la vida humana.
• Los factores del calentamiento no están relacionados con el uso de combustibles fósiles. No podemos prescindir de ellos debido a que no hay otra forma de sostener el crecimiento económico. Sin crecimiento económico no puede haber progreso.
• La ciencia del clima no es lo suficientemente clara, los científicos manipulan los datos. Periodistas, académicos y ambientalistas alarman a la sociedad. Cuando el calentamiento se agrave surgirán soluciones tecnológicas que lo mitiguen, y la mano invisible de los mercados actuará para regular los efectos de la crisis.
A lo largo de las páginas que siguen me referiré a todo ello e insistiré en el desafío que tiene la educación para comunicar, apropiadamente, los datos de la ciencia. Por ahora, repetiré que esto es serio y que tenemos poco tiempo para reaccionar. Citaré nuevamente a Lovelock, no para alarmar sino para remarcar la necesidad de actuar ya, en ese poco tiempo que tenemos. Lovelock dijo: “Si la duración de la vida fuese de un año, ahora estaríamos en la última semana de diciembre”70. Yo prefiero pensar que estamos en octubre.
Octubre, octubre
Se empecinó José Luis Sampedro en decirnos que íbamos mal, que si seguíamos obedeciendo, sin rechistar, los dictados de la sociedad del crecimiento, acabaríamos en la hecatombe total. Se empecinó en incitarnos a desobedecer las órdenes de los titiriteros vengadores y los dioses impostados. Quizá debido a ello consideró necesario invitarnos a pensar profundamente sobre nuestra equivocada idea de progreso; y puso un epígrafe de San Juan de la Cruz en su libro Octubre, octubre: entremos más adentro, en la espesura71. Es justamente lo que nunca hemos hecho. Como civilización y como cultura actuamos como si no hubiera una amenaza, y la diplomacia internacional del clima no hace más que interpretar esa percepción social en lugar de interpretar a la ciencia: actúa sobre los síntomas de la amenaza en lugar de actuar sobre las raíces: más adentro, la espesura.
La sociedad del crecimiento nos obliga a permanecer en el afuera. Indagar demasiado puede ser peligroso (se piensa), todo debe ser superficial y pasajero. Deleble, vulnerable, efímero, inacabado. Las cosas se fabrican para que sean provisionales (se sabe). Sin embargo, la era del crecimiento, la del consumo masivo de bienes y servicios, con energía barata y abundante, basada en el tener más para vivir mejor, ha terminado, sostiene Florent Marcellesi; ha terminado, sí, pero su cadáver aún insepulto es hoy la ‘obsesión patológica moderna’, explica: “un factor de crisis que genera falsas expectativas obstaculiza la búsqueda de bienestar y amenaza el planeta. El crecimiento ya no es la solución, es un problema central”72.
La sociedad del crecimiento es también la sociedad del vértigo y de la provisionalidad: paisajes que pasan raudos por las ventanas de un tren suicida, o tal vez homicida. El conductor no existe; el tren es manejado por un sistema de mandos inhumanos que ha programado los viajes con punto de no retorno y fecha de caducidad. Un día caeremos todos al abismo, pero no sabemos cuándo, aunque tenemos algunas intuiciones y certezas. Casi todos los pasajeros están ciegos y sordos, no ven ni escuchan las alertas de los pocos que aún alcanzan a ver el peligro que se cierne sobre todos. La sociedad del crecimiento no considera necesario pensar en el largo plazo; su misión es actuar en el cortísimo plazo. Si algo puede suceder en veinte, cincuenta o cien años, qué nos importa, ya no estaremos aquí para vivirlo. ¿Y nuestros hijos, nietos, biznietos? ¡Qué nos importa, ya se las arreglarán! El tren viaja hasta la última estación: diciembre… ya vamos por octubre73.
“No hay salida”, alcanzó a decir José Saramago antes de morir. Estamos atrapados, no solo por la magnitud y la severidad de los cambios físicos que han sucedido en el mundo, sino, principalmente, por la trampa civilizatoria que nos impone un modo de pensamiento dominante que no reconoce límites al crecimiento: la equivocada ruta hacia el progreso. Saramago le concedió una entrevista al periodista Ángel Darío Carrero del diario La Nación de Puerto Rico, y en lugar de ofrecer respuestas se hizo algunas preguntas que nos dejó como testamento de su periplo vital (más adelante me referiré a ellas). Sus reflexiones, a mi juicio, complementan el aserto de Tagore, que sirve de marco a los pensamientos que este escrito contiene: “el hombre íntegro está cediendo cada vez más espacio, casi sin saberlo, al hombre comercial, al hombre limitado a un solo fin”74. Dijo Saramago:
En un momento determinado de la historia de la humanidad, tomamos un camino lateral que nos ha traído hasta aquí. Nos equivocamos. ¿Estamos obligados a vivir como vivimos? ¿Esta era la vida que teníamos que construir? ¿Había otra vía pero la abandonamos? ¿Por qué la abandonamos? Estas preguntas no tienen respuestas, pero lo que no puedo aceptar es que la vida humana tiene que ser lo que de hecho es. Aunque nosotros desaparezcamos, y eso ocurrirá, quizás quede algo suficiente de vida para seguir imaginando una vida que podría haber sido. Resumo todo mi sentir actual en dos palabras: ¡Estamos atrapados! No lo había dicho nunca antes. Lo digo hoy por primera vez en mi vida, y estoy muy consciente de lo que estoy diciendo. Estamos atrapados, no tenemos salida75.
Boecio dijo que aquel cuyo espíritu ambicioso suspire solo por la gloria creyéndola el bien supremo, y que mire a las inmensas regiones del firmamento y al reducido círculo de la morada terráquea, no podrá menos de sentirse confuso y avergonzado de llevar un nombre incapaz de llenar un ámbito tan estrecho76.
¿Cuál es el problema? Me preguntó una periodista al término de una conferencia: Usted dijo que solo atendíamos a los síntomas y no al problema: ¿cuál es el problema? Consciente de que podía iniciar una larga respuesta inmanejable, tomé el riesgo: el problema es el ‘paradigma del crecimiento ilimitado’; opino que más temprano que tarde nos atreveremos a cuestionar este paradigma. La obsesión por el crecimiento nos ha llevado a superar los límites del planeta (ver Informe IPBES, 2019)77. “Dale a un arco hasta su límite y desearás haberte detenido a tiempo”, se dice que escribió Lao Tse.
Cuestión de vida o muerte. El consumismo irracional es consecuencia del modelo mental del crecimiento; he ahí el problema: la sociedad del crecimiento es el síntoma, la economía del crecimiento es el motor del paradigma. Pero si nos atrevemos a cuestionar el crecimiento, ir más adentro y escarbar en la espesura, como pidió Sampedro citando a De la Cruz, habrá salida (“entremos más adentro en la espesura. Y luego a las subidas cavernas de la piedra nos iremos que están bien escondidas”, Cántico espiritual, San Juan de la Cruz, 1542-1591)78.
Si apresuramos el paso del pensamiento colectivo del mundo y nos atrevemos a plantear economías donde prevalezca la vida en lugar de insistir en economías donde prevalezcan las cosas sobre las personas, si somos capaces de imaginar una prosperidad más cercana a la felicidad que al crecimiento per se, si entendemos que es posible imaginar y concretar en el mundo una prosperidad sin crecimiento como escribe Tim Jackson79, habrá salida. No tenemos mucho tiempo para ello, pero si aceleramos la conciencia pública y estimulamos un rápido cambio de paradigma, especialmente entre los más jóvenes, habrá salida.
Los pensadores Peter Sloterdijk, Tim Jackson, Diana Ackerman, Serge Latouche, Vaclav Smil y Crispin Tickel, entre otros, han indagado en la espesura y hoy nos ofrecen salidas, aunque teóricas aún80.
¿Podemos hacer algo?
¿Podemos hacer algo? Me preguntó un profesor de la Escuela de Medicina de la Universidad del Rosario con ocasión de un encuentro con los científicos del IPCC que preparaban en 2019 un nuevo informe sobre el cambio climático. Lo que revelaron estos científicos en su informe de 2018 indica que no será fácil revertir la tendencia del calentamiento global. El informe fue muy explícito en señalar que para limitar el calentamiento global por debajo de los 1,5 °C adicionales se necesitarían “cambios de gran alcance y sin precedentes” en todos los aspectos de la sociedad. Se trata de un informe bastante robusto: más de 6000 referencias citadas y la contribución de miles de examinadores expertos y gubernamentales de todo el mundo. Noventa y un autores y editores-revisores de cuarenta países. Panmao Zhai, copresidente del Grupo de trabajo I del IPCC, dijo:
Uno de los mensajes fundamentales de este informe es que ya estamos viviendo las consecuencias de un calentamiento global de 1 °C; condiciones meteorológicas más extremas, crecientes niveles del mar y un menguante hielo marino en el Ártico, entre otros cambios81.
¿Podemos hacer algo? Ante esta pregunta el mundo de los entendidos no se divide —como muchos pudieran pensar— entre optimistas y pesimistas, sino entre los realistas y los teóricos de una nueva civilización. Soñadores quizá, cultivadores de utopías, faros desde los cuales podemos construir alternativas viables. Entre los realistas destaco a Saramago, Lovelock, Trainer, Brown y Judt. Entre los teóricos a Rifkin, Latouche, Jackson, Max Neef, Elizalde, Gisbert, el papa Francisco y Taibo. También Giacomo D’Alisa, Federico Demaria y Giorgios Kallis82. Los realistas se dedican a contrastar los datos de la ciencia y a compararlos con los escenarios de evolución de las transiciones necesarias hacia una sociedad libre de carbono. Los teóricos dan cuenta de las alternativas aún posibles para acelerar ese tránsito, y trabajan a toda marcha para ofrecer a la sociedad caminos hacia una nueva economía.
Los miembros de ambos grupos saben que si la humanidad no implementa los ‘cambios de gran alcance’ será muy difícil esperar un mundo sin catástrofes masivas entre 2030 y 2050, y sin destrucción de ecosistemas enteros y pérdidas de especies, sin migraciones climáticas masivas, sin ascensos del nivel del mar que harán desaparecer ciudades enteras, y sin un mayor número de desastres climáticos causados por huracanes, lluvias intensas, sequías e inundaciones. Los teóricos también saben que hoy disponemos de las tecnologías necesarias para implementar una transición ambiciosa hacia una civilización sin carbono. Más difícil resulta que abandonemos, en tan poco tiempo, el paradigma del crecimiento.
Lo cierto es que aún podemos hacer algo, y corresponde al sistema educativo identificar los ejes de esta actuación global y preguntarse por ello —con sentido crítico— para elaborar —con sentido de urgencia— un programa de educación para la sostenibilidad real que nos garantice el futuro. Podemos hacer algo (o mucho) desde la educación para identificar la raíz del problema; el cultivo del pensamiento crítico es la misión esencial de la educación. El fomento sistemático de la duda, la práctica de la sospecha ante las verdades aparentemente ‘consabidas’ y que nunca se cuestionan, ¿modelos mentales?
Enunciemos algunos de estos modelos mentales relacionados con la crisis:
• El crecimiento económico facilitará la solución de todos los problemas ambientales.
• Si el balance de las economías es que ha crecido el PIB, quiere decir que vamos por buen camino.
• La tecnología se ocupa de aportar los medios necesarios para satisfacer las necesidades humanas y por lo tanto tiene las soluciones para todos los problemas.
• Los países desarrollados son los primeros en tomar medidas para proteger el medio ambiente por lo cual debemos seguir sus ejemplos de globalización, crecimiento y consumo.
Estas ideas son, evidentemente, suicidas, por lo tanto debemos reemplazarlas por ideas para la vida. La propuesta curricular no puede mantenerse en este modelo mental equivocado; enseñar que todo puede resolverse mediante más tecnología, más producción y más crecimiento es un error. Es sabido que muchos educadores se dedican a proclamar que todo está bien, a sabiendas de que todo, como escribe Tony Judt, está mal. También James Lovelock escribió que el futuro pinta mal, incluso si tomamos medidas inmediatas83. Es probable que ellos (los optimistas categóricos o los educadores optimistas) no sepan del todo que esto anda mal, que casi todo anda mal; que no lo sepan con la profundidad que recomienda Sampedro. Es probable que no tengan la información necesaria para valorar adecuadamente la crisis que vivimos. Es preciso abandonar, cuanto antes, el síndrome de los valores fundamentales a que se refiere Trainer: la obsesión por la riqueza, el empeño por la competición, la jerarquía, el poder y el dominio, la aceptación y el respaldo del individualismo y la falta de preocupación por los valores colectivos, la falta de responsabilidad social, la indiferencia hacia las cuestiones y los problemas sociales, los fallos y el sufrimiento, la apatía política y la falta de compasión y compromiso con el bien común.
Se supone que en la escuela se construye nuestra comprensión del mundo. Si pronto descubrimos que todo anda mal, es en la escuela, en la universidad, en la educación, donde debemos cuestionar lo que está mal y reformularlo. No obstante, el pensamiento crítico de la educación se ha centrado más en cuestionar la calidad de la propia educación y su limitada cobertura, que los contenidos sobre el viejo paradigma. Traigo a colación un texto de Ted Trainer: “Esto no tiene arreglo, hay que cambiarlo casi todo”84. Pero sucede que en el “casi”, que él desliza como una brizna de esperanza, radica precisamente la posibilidad de arreglarlo todo. Hay cosas que no es necesario cambiar totalmente, que se pueden reparar por un tiempo. Pero hay que emprender “cambios de gran alcance y sin precedentes”. Trainer, por su parte, lo explica así: “Nuestros problemas no tienen arreglo” (en esta sociedad). Y uno no sabe si la anterior aclaración acaba siendo una declaración de esperanza o de resignación, porque construir una nueva sociedad es, evidentemente, un propósito y un desafío tan descomunales, que pocos apostarían hoy por su viabilidad. ¿Cuántas generaciones se requerirían para ello? Precisamente debido a aquella dramática disyuntiva, mis colegas de la cátedra de Cambio Climático en la Universidad del Rosario de Bogotá y yo, decidimos en 2010 abandonar el subtítulo que tenía esta asignatura (ya hablaré sobre ella)85. Al comprender que fomentar la desesperanza, así fuera de manera involuntaria, era un error pedagógico, decidimos poner todo el énfasis en aquel mínimo casi que subraya Trainer, y que —en nuestro caso— se explicaba en forma de “acciones climáticas ambiciosas”. Ahora esta cátedra (que ya lleva 28 versiones) se titula Cambio Global: la Acción Climática para la Descarbonización, y se dedica a examinar las transiciones para la descarbonización de las sociedades en el marco de la Acción Climática Global: la nueva esperanza del Acuerdo de París, especialmente de sus grupos no estatales. Examina también la índole de la crisis, anclada, como viene dicho, en un modelo mental proclive al crecimiento ilimitado como único paradigma del progreso colectivo. Tratamos de enseñar la posibilidad de una prosperidad sin crecimiento, de una vida buena bajo criterios bajos en carbono. No es fácil, pues del otro lado está una educación para el crecimiento (el paradigma predominante) y a esos mismos estudiantes los educan en ella. Trainer anota que este modo de educación se empecina en legitimar la situación social actual y la desigualdad, en producir competidores y consumidores entusiastas, en generar una masa ciudadana políticamente pasiva, sumisa, dócil y acrítica. Sobre estos temas también ha escrito profusamente Martha Nussbaum.
Trainer escribe que la causa directa de los problemas que hoy amenazan con destruirnos se encuentra en algunas de las estructuras y consensos sociales, y destaca entre ellos a la economía expansiva, el sistema de mercado, la producción basada en el beneficio y la codicia individualista y competitiva como cimiento de toda nuestra cultura. Coincide con lo que escribieron —en octubre de 2018— los científicos del IPCC: “necesitamos cambios enormes, tremendamente radicales y sin precedentes en la historia”. Y agrega —y en esto también coincide con los científicos—: “Tenemos que llevarlos a cabo en cuestión de décadas”86. Los científicos del IPCC han dicho que el punto de inflexión para una economía sin carbono debe ser 2050. La ‘nueva sociedad’. Pero para que ello ocurra debemos comenzar esos ‘cambios tremendamente radicales’ antes de 2030, es decir, un poco después del momento en que yo escribo este libro.