Читать книгу Acordes para un lamento - Manuel Mª Represa Suevos - Страница 11

Оглавление

Capítulo II

Visita a Washington

En Washington el clima era templado. Aquella primavera invitaba a conocer la ciudad y dar paseos relajados por alguno de los numerosos parques de la capital. Si bien existen muchas razones para visitar Washington, para Félix Brun aquello no resultaba un viaje de placer. Se había enterado de la muerte de su viejo amigo Ebrahim en Berna y sabía que su viaje desde Múnich debía estar de alguna forma relacionado con ese asunto. Félix estaba autorizado por el Ministerio de Defensa para colaborar con los Estados Unidos. En Washington le esperaba un antiguo conocido. El general Edward W. Harris, con quien ya había colaborado varias veces en el pasado.

Félix Brun-Hoffman era un oficial de treinta y cinco años del ejército del aire. Ingeniero aeronáutico por afición y piloto militar por vocación. En aquellos momentos se encontraba en servicios especiales. Ahora desarrollaba su actividad de paisano en una oficina en Múnich. Una pena para muchas de sus conocidas, que consideraban que el uniforme le sentaba como un guante y lo hacía aún más atractivo. Félix era alto y de complexión atlética. Se había mantenido en forma, aunque ya no volaba tan a menudo como solía hacerlo cuando era capitán y estaba destinado en una Base Aérea. Desde que ascendió a comandante se le hacía extraño formar parte del “escuadrón Hispano-Olivetti”, como se conocía despectivamente a los oficiales que habían pasado a desarrollar su servicio en algún quehacer administrativo.

Félix no solo era un hombre apuesto, también era inteligente. Sus capacidades se habían puesto de manifiesto en multitud de ocasiones. Sus ojos grises solían estar protegidos por las Ray-Ban de aviador que debía llevar casi siempre. Más por necesidad que por postureo. Sus retinas se habían vuelto muy sensibles a la luz y ahora necesitaba protección de día y gafas de ver por la noche para evitar los reflejos de las luces de otros coches. Un mal recuerdo por haber pasado muchos años destinado con los F-18 bajo el sol de Canarias.

Aparte de su gran preparación técnica, Félix era una persona de interés para los servicios secretos de muchos países. Español de nacimiento. Su padre, con importantes contactos, había sido un astuto agregado comercial en la embajada de España en Estambul, donde Félix había pasado parte de su niñez. Su madre era natural de Alemania, hija de un diplomático que había servido por medio mundo. Gracias a ello, Félix había sido educado en un ambiente muy refinado y sabía hablar varios idiomas casi sin acento. Lo que hacía realmente interesante a Félix para aquel trabajo era su conocimiento de los aviones militares y su amistad con el profesor Ebrahim Soltani.

Félix trabajaba desde hacía dos años en NETMA, la Agencia de la OTAN en Unterchaching, a las afueras de Múnich, donde se encargaba de la gestión de los últimos cazas Eurofighter que se iban a entregar a los países del proyecto. Recientemente había sido reasignado a una nueva oficina creada, para formar parte del programa FCAS. El ambicioso proyecto europeo para dotar a Francia, España y Alemania con un avión de combate de sexta generación. A su llegada al aeropuerto Dulles le esperaba un coche oficial que lo llevó hasta el Pentágono. En el despacho se encontraba el general Harris. Educado en West Point, primero de su promoción. Un hombre corpulento de pelo blanco y semblante apacible, aunque su puesto solía ser bastante complicado. Había servido en las dos Guerras del Golfo y nunca le tembló la mano a la hora de ordenar ataques con gran fuerza destructiva. Vestía traje de paisano, pero en las paredes se le podía ver perfectamente uniformado en varias fotografías con distintos presidentes de los Estados Unidos. La estancia estaba repleta de condecoraciones y metopas de varios destinos. Cuando se abrió la puerta el general se levantó con sonrisa franca.

—¡Félix, por fin! Pasa y siéntate.

—¿Cómo está señor? —saludó Félix cortésmente estrechando la mano del general Harris.

—Bien, bien. Siento haberte hecho venir de forma tan precipitada, pero no tenemos mucho tiempo.

—Se trata de Ebrahim Soltani supongo —Félix fue al grano.

—Supones bien ¿Quieres tomar algo?

—Un café solo sin azúcar por favor —contestó Félix.

—Veo que no has dormido nada en el avión.

—Así es —dijo Félix con expresión cansada.

Harris llamó por el interfono a su secretaria y le pidió un par de cafés bien cargados.

—Dime, tú eras amigo de Ebrahim. Trabajasteis juntos en la OTAN… —dijo Harris mientras se sentaba.

—Sí. Tuvimos una excelente relación. Conocía su trabajo técnico, pero desde que se marchó a trabajar a Oriente medio he sabido muy poco de él.

—¿Qué sabes de sus investigaciones?

—Gran profesional. Entregado a su trabajo. Era una persona reservada. Hablaba poco de las cuestiones técnicas, pero donde de verdad nos entendíamos era en el campo de la música. Era un experto en música clásica y a mí siempre me ha apasionado. Me dio a leer alguna de sus composiciones.

—Eres una caja de sorpresas Félix ¿de verdad sabes leer música? —preguntó Harris arqueando las cejas.

—Un poco. Solo soy un aficionado. El profesor me enseñó mucho en ese campo.

—¿Y qué sabes de su asesinato?

—Poca cosa —dijo Félix con pesar—. Lo que ha salido en los periódicos. Hacía tiempo que no nos veíamos.

Hubo una pausa. Félix y Harris se miraban.

—¿…y qué sabes del Estado Islámico? —preguntó Harris a quemarropa.

Félix frunció el ceño ¿que tenía el grupo terrorista que ver con el fallecido profesor? Harris continuó hablando.

—Muchos estados del Golfo Pérsico han sido acusados de financiar al Estado Islámico. Pero nuestro departamento piensa que en esta guerra las cosas no son tan claras ni definidas como parecen. Siempre hemos pensado que el apoyo que el Estado Islámico recibía se circunscribía a Qatar y Arabia Saudita y era solo cuestión de dinero.

—Creo que era obvio desde hace tiempo general —interrumpió Félix—. Pero sospecho que me va a decir algo más.

—La verdad es un poco más compleja querido amigo —prosiguió Harris—. Sabemos que algunos acaudalados individuos del Golfo han financiado a grupos extremistas en Siria, muchos llevando bolsas de efectivo a Turquía, simplemente repartiendo millones de dólares cada vez. Esta era una práctica extremadamente común en 2012 y 2013, pero desde entonces ha disminuido y es un porcentaje mínimo del ingreso total de Estado Islámico.

Harris hizo una breve pausa para saborear el café. Luego siguió explicando la situación a Félix.

—¿Has oído hablar del jeque Abdulá Al Awadi?

—¿Se refiere al millonario saudí al que siempre se le ha relacionado con la debilitada al Qaeda?

—Veo que estás enterado. Efectivamente, nunca se encontraron pruebas concretas de que apoyara al grupo terrorista, pero sus negocios siempre fueron turbios como poco. Los servicios secretos llevaban mucho tiempo detrás de esta intrigante figura que últimamente había intentado blanquear su imagen haciendo grandes inversiones en ciencia y tecnología gracias al grupo Alyira. Un fondo de inversión muy poderoso de los Emiratos Árabes.

—¿Y qué más dicen los servicios secretos?

—Suponen que es una pieza fundamental, no solo del Estado Islámico, sino de muchos otros grupos terrorista. Abdulá es una especie de tecnócrata del terrorismo. Se vale de una serie de científicos de fama mundial para desarrollar tecnologías que puedan ser empleadas para amar a estos grupos.

—¿Sugiere que el profesor Soltani había descubierto algo importante y Abdulá quería utilizarlo? —dedujo Félix.

—Así es. En realidad, el profesor trabajó sin saberlo para Abdulá. Cuando el profesor lo descubrió dejó la compañía donde desarrollaba su labor inmediatamente. Creemos que Abdulá se enfureció porque el trabajo quedó a medias. Mandó seguir al profesor. Le hizo una vigilancia exhaustiva. Espió su trabajo cuando daba clases en la universidad, pero no pudo dar con la clave de sus investigaciones. Finalmente mandó un par de sicarios para sonsacarle información.

—La cosa terminó mal para el viejo profesor —interrumpió Félix dejando su taza de café en la mesita.

—Así es. Pero creemos que Abdulá tiene parte de la información que el profesor Soltani iba a pasarle a Dowson, nuestro hombre en Berna.

—¿Y cuál es mi papel en todo esto?

—Tú has trabajado en los sistemas de defensa del caza europeo, ¿no es así?

—Sí, estuve trabajando en contramedidas pasivas. Pinturas que absorben radiaciones, señuelos y otras técnicas que hacen nuestros aviones sigilosos.

—Félix, lo que te voy a contar ahora está considerado como alto secreto —dijo Harris con tono adusto—. Ebrahim trabajaba en una base de datos para identificar con un margen de error casi nulo cualquier avión en vuelo.

—¿Cómo es eso posible? Tenemos técnicas para hacer que los aviones sean indetectables al radar.

—Ya no Félix. El profesor desarrolló un algoritmo muy sofisticado que literalmente puede detectar cualquier avión, aunque este emplee esas tecnologías sigilosas que tan bien conoces.

—Sé que el profesor estuvo trabajando en diversos aspectos del sistema defensivo de nuestros aviones. Pero no sabía que había dado con la clave para hacer detectables los aviones stealth.

—Pues así es —dijo Harris con tono de profunda preocupación—. Cualquier avión en vuelo presente y futuro ya no será invisible a los sistemas de detección enemigos. De alguna manera son todos susceptibles de ser derribados por un misil que tuviera esa información en su base de datos. Esta técnica también podría utilizarse para detectar barcos de guerra, submarinos y otros vehículos…

—¿Qué quiere que haga general? —contestó Harris inmediatamente al darse cuenta de la gravedad del asunto.

—Quiero que averigües qué es lo que el profesor había descubierto. Para ello, necesitamos que trabajes para Abdulá y te hagas con el sistema de detección para aviones sigilosos.

—¿Y cómo podré trabajar para el jeque?

El general sacó de un cajón varias fotografías y se las enseñó a Félix.

—Sabemos que Abdulá reside en los Emiratos Árabes. Es el CEO de una empresa de alta tecnología llamada Gulf Prime Electronics Ltd. Sabemos que está reclutando gente para proseguir con el trabajo del profesor. Tú tienes la cualificación y la experiencia. No te preocupes —prosiguió Harris con tono tranquilizador—, no estarás solo. Ya tenemos allí a una persona infiltrada que se pondrá en contacto contigo. Ella goza de buena reputación y ha hablado en tu favor para que seas aceptado como investigador asociado. Tus credenciales serán inmejorables.

—¿Ella? —preguntó perplejo Félix.

—Sí, es una mujer muy valiosa para nosotros. Especialmente para mí —dijo Harris con una sonrisa—, la he protegido desde que la conocí. Es casi como una hija. Contactará contigo cuando llegues allí y te dará más detalles.

Llamaron a la puerta y la secretaria de Harris entró de nuevo, esta vez con abundante documentación que entregó al general.

—Te hemos preparado todo lo necesario —dijo Harris entregándole varios papeles a Félix—. Tienes una cuenta abierta en el HSBC a tu nombre. Tarjetas de crédito, visado, tus credenciales y todo lo que puedas necesitar para no tener problemas con inmigración.

La secretaria también entregó a Félix un portafolios.

—Ahí tienes una copia de todo lo que sabemos del caso —dijo Harris con satisfacción.

—Ya veo —dijo Félix ojeando los papeles—, …dossier del jeque, datos e informes sobre Gulf Prime Electronics Ltd. y todo lo relativo a la investigación policial del asesinato de mi viejo amigo, el profesor Soltani.

—Estudia esos papeles y luego destrúyelos. Una cosa más. A partir de ahora tendrás que moverte solo por tu intuición. Hay muchas cosas que desconocemos sobre el lugar al que te diriges y la gente con la que tendrás que relacionarte. Habrá momentos en los que no tengas ayuda —dijo Harris entregando una tarjeta a Félix—. Este es mí número de teléfono personal. Mantenme informado. Puedes llamarme a cualquier hora.

—Muchas gracias mi general.

—Mucha suerte querido amigo.

Ambos se estrecharon las manos.

Acordes para un lamento

Подняться наверх