Читать книгу Acordes para un lamento - Manuel Mª Represa Suevos - Страница 13
ОглавлениеCapítulo III
Nuestro hombre en Oriente Medio
El vuelo de siete horas de duración desde Madrid dio tiempo a Félix para leer algo más sobre la empresa donde tendría que trabajar. Gulf Prime Electronics Ltd. había sido fundada en 2019 por el multimillonario jeque Al Awadi de origen saudí. Se creó inicialmente como una empresa de tecnología punta con la finalidad de avanzar en investigaciones electrónicas, empleo de superconductores y nuevos materiales recientemente descubiertos. La empresa formaba parte del grupo multinacional de inversión Alyira, propietario entre otras cosas del cinco por ciento de una conocida marca de automóviles deportivos de super lujo con presencia en la Fórmula Uno.
Alyira era un grupo inversor muy activo y complejo, con múltiples ramificaciones. Félix había leído con atención el dossier que le había preparado Harris. El grupo Alyira había desplegado capital en diversas partes del globo, diferentes clases de activos y sectores en beneficio de los Emiratos Árabes Unidos. Estratégicamente, la cartera de sociedades incluía líderes industriales globales en sectores como la industria aeroespacial, la agroindustria, las TIC (tecnología de la Información y Comunicaciones), los semiconductores, los metales y minería, la tecnología farmacéutica y médica, las energías renovables y servicios públicos, y la gestión de diversos holdings financieros. Alyira también había invertido y forjado alianzas que abarcaban una amplia gama de iniciativas empresariales y áreas de cooperación conjunta con empresas líderes como Airbus, Boeing, SIEMENS, Rolls Royce y Statkraft.
El jeque Al Awadi estaba muy bien posicionado. Formaba parte del consejo de dirección del grupo Alyira y sus opiniones solían tener mucho peso. En principio, todo era legal. El grupo, como cualquier otro grupo inversor, generaba una sensación de gran honestidad en sus actividades. Félix pensó que era la tapadera ideal para alguien sin escrúpulos. Gracias a los contactos del grupo Alyira con Sergey Semiónov, jefe de la legación rusa en Abu Dabi, Gulf Prime Electronics Ltd. había tenido acceso a los últimos minerales descubiertos en le península de Kamchatka. Sus laboratorios trataban ahora de sintetizar estos elementos para obtener en laboratorio las propiedades de los nuevos materiales, pero Félix sospechaba que los fines perseguidos por Al Awadi con estas investigaciones poco tenían que ver con las actividades legales del grupo Alyira.
Después del aterrizaje, una limusina trasladó a Félix a la terminal del gigantesco y lujoso aeropuerto de Dubái. El aeropuerto se encuentra situado en el distrito de Al Garhoud, a cuatro kilómetros al sudeste de la ciudad, en pleno corazón de los Emiratos Árabes Unidos. Desde el momento en el que pisó la terminal, Félix se dio cuenta de que acababa de entrar en otro mundo. Allí todo es superlativo y desmesurado. En una de las terminales del aeropuerto, con su mercadillo de oro, se podía ver a hombres y mujeres entregados a una frenética actividad comercial. En el aire flotaba un aroma dulzón típico de los fuertes perfumes orientales que tanto gustan a los locales. El tránsito de viajeros con aspecto de altos directivos dejaba claro que aquella parte del mundo era un lugar esencial para los negocios y las transacciones de alto nivel.
La policía comprobó la visa de Félix. Escanearon su iris con modernos y sofisticados aparatos antes de dejarle entrar. Félix comprobó que existía mucha seguridad en el país. Los trámites no fueron excesivamente burocráticos y pronto vio como el oficial de inmigración estampaba la fecha de entrada en su pasaporte. En la salida de la terminal Félix echó un vistazo con discreción y se percató de algo. Una figura corpulenta que parecía estar leyendo un periódico seguía todos sus movimientos. Félix se sabía vigilado y decidió desplazarse de forma natural hasta el área donde esperaban los chóferes y los taxis sin hacer nada que pudiera parecer extraño.
—¿Félix Brun-Hoffman? —preguntó el conductor de la limusina.
—El mismo —contestó Félix mientras se dirigía con el equipaje al maletero.
—¿Le ayudo con el equipaje?
—No hace falta —contestó Félix poniendo una maleta y su porta trajes dentro del maletero—. El maletín viaja conmigo. Listo, vámonos.
El automóvil tomó la salida del aeropuerto. Desde ahí, por carretera, el chófer de la Gulf Prime Electronics trasladó a Félix hasta Al Ain, en mitad del desierto del mismo nombre. Al Ain forma un triángulo con la capital Abu Dabi y la vecina Dubái donde cada ciudad se ubica equidistante a una distancia de unos ciento cincuenta kilómetros de las otras dos.
Llamó la atención a Félix, ver que estas tres ciudades están unidas por autopistas que cruzan el desierto y se encuentran totalmente iluminadas por farolas las veinticuatro horas del día. Estaba claro que el dinero no era un problema en aquel país. Durante el viaje, que duró algo más de una hora, Félix se dio cuenta de que les seguía de cerca otro coche.
Pensó que se trataba del mismo individuo que vio en la terminal y decidió no preocuparse de momento. Intentó relajarse y disfrutar del paseo. Atardecía. Desde su ventanilla pudo ver palmeras y muchas dunas, también se cruzó con unos cuantos camellos. La carretera de cuatro carriles no tenía vallado en los laterales y era frecuente ver a locales pastorear estos animales e incluso cruzar la vía. Nada más llegar a Al Ain Félix se alojó en el espectacular Hotel Intercontinental que pagaba la empresa para los recién llegados. Hizo el check-in y subió a su habitación acompañado del mozo. La lujosa suite en el primer piso era grande y muy oriental. Tenía mesitas bajas, un par de divanes, farolillos y alfombras con motivos arabescos. La estancia estaba dividida en varios ambientes.
El dormitorio era muy acogedor. También de estilo oriental, aunque equipado con todo el confort moderno. El botones le informó que la cena se servía a las siete y media. Félix deshizo el equipaje. Se aseó y después bajó la escalera. Atravesó un gran salón, salió a la terraza y subió un tramo de escalera que comunicaba con un espectacular comedor. Después de cenar tomó el café en la terraza. Se relajó un rato escuchando el sonido de una fuente cercana y después subió a su habitación.
Había anochecido. Hacía mucho calor y en el ambiente flotaba un aroma peculiar, mezcla de flores olorosas y fragancias árabes. La paz y la belleza de aquel lugar eran asombrosas. Félix no quiso poner el aire acondicionado. Le gustaba la sensación de estar en un ambiente casi irreal. De pronto alguien llamó a su puerta rompiendo la armonía.
—¿Quién es? —preguntó Félix sin abrir la puerta.
—Dowson. El general Harris le habrá hablado de mí supongo.
Félix entreabrió la puerta con la cadena echada y vio a un hombre corpulento impecablemente vestido y con un maletín. Por un momento dudó, pero cuando Dowson sonrió le dejó pasar.
—El general no me dijo que también estaría usted aquí.
—El general es muy cauteloso —dijo Dowson acomodándose sin ser invitado a hacerlo en el sofá de la suite—. Soy, por así decirlo, su ángel de la guarda.
—Un fornido ángel de la guarda —replicó Félix con ironía—. Usted ha sido el que me ha estado siguiendo desde el aeropuerto —dedujo Félix.
—Así es.
—¿Qué es lo que quiere de mí? —pregunto Félix desconfiado.
—El general me pidió que le trajera esto para que lo estudie y nos dé su opinión.
Dowson esparció los papeles que llevaba en el maletín en la mesita.
—¿Qué son?
—Los papeles del profesor —dijo Dowson con desdén—. Oiga, no tendrá algo de beber ¿verdad? Hace un calor de mil demonios en este país.
Félix sacó un botellín del minibar, lo abrió y se lo entregó directamente a Dowson. Luego cogió los papeles y los revisó con interés.
—Parecen notas escritas como para dar una clase —dijo Dowson.
—Ya veo, ¿…y estas partituras?
—Son de obras conocidas. Piezas clásicas, no sé. La música no es lo mío.
—Sí, pero tienen multitud de anotaciones hechas a lápiz donde se mezclaban letras números y alguna clase de notación musical. Todo muy críptico.
—¿Tiene alguna idea de lo que pueden ser todas esas anotaciones en los márgenes de las partituras? —preguntó Dowson.
—Parece una clase de notación musical alternativa.
—¿Notación?
—Sí. Un sistema de escritura que puede llegar a ser muy complejo. Se utiliza para representar gráficamente una pieza musical, permitiendo a un intérprete que la ejecute de la manera deseada por el compositor.
—¿Se puede descifrar? —preguntó el agente con interés.
—Sí, por supuesto, pero se debe saber la clave.
—…que no tenemos —continuó Dowson.
—El problema es que las notaciones podrían ser cualquier cosa. Verá, estas formas de escribir han ido cambiando mucho desde los primeros símbolos alfabéticos del mundo grecolatino hasta las últimas tendencias de notación abstracta usadas en la actualidad.
—¿Tan complicado es? —preguntó Dowson con ironía.
—En efecto —dijo Félix con formalidad propia de un catedrático—. La notación de la música ha sido siempre un tema delicado y complejo, ya que no sólo debe indicar la altura de los sonidos, sino también los restantes parámetros de la música, ya sabe, duración, tempo, intensidad sonora, carácter, articulación, etcétera.
—Vaya, parece que sabe de lo que habla —replicó Dowson impresionado por los conocimientos de Félix.
—Conozco un poco la forma en la que el profesor componía. Si quiere les echaré un vistazo con detenimiento a ver si puedo sacar algo en claro.
—Se lo agradezco, ni mis hombres ni yo hemos podido.
—Ahora si me disculpa…, tengo que prepararme para mañana.
—¿Se levanta temprano?
—Tengo mi entrevista de trabajo. Quizás no pueda convencer a la compañía de que soy el hombre que necesitan.
—Lo hará usted, estoy seguro —dijo Dowson levantándose—. El general dice que es una persona muy válida, …y ellos están desesperados.
—¿Cómo puedo contactar con usted? —dijo Félix despidiendo al agente.
—No se preocupe. Seré su sombra. Yo haré el contacto cuando lo crea oportuno. Es mejor que nadie nos vea juntos. Por cierto, ¿va usted armado?
—No. No creo en las armas.
—¡Bien! —exclamó Dowson con sorna—. Otro Boy Scout.