Читать книгу Pilates para la tercera edad - Manuel Pedregal Canga - Страница 15
ОглавлениеEjercicio para nuestros mayores
¿Ejercicio para nuestros mayores? ¿Necesitan practicarlo personas que no han pisado un gimnasio en su vida? ¿Será compatible el deterioro físico que pueden presentar con una tabla de ejercicios? ¿Qué cualificación tendría que tener un profesor o profesora de Pilates para trabajar en estos casos? ¿Qué tipo de ejercicios serán los más adecuados? ¿Qué estudios existen sobre los efectos del ejercicio físico para nuestros mayores? ¿Querrán estas personas hacer ejercicio, o esta propuesta supondrá un esfuerzo que no querrán afrontar por puro cansancio? Todas estas preguntas son una mínima expresión de las dudas razonables que un profesional del método Pilates puede tener en este asunto si dedicara una sola hora a escribir todos los interrogantes que se le ocurren y necesitara responder. Seguro que llenaría varias cuartillas. Obviamente, no podré responder a todas, aunque sí daré mi parecer sobre aquellas que a mi juicio pueden incidir más directamente en los fundamentos teóricos y prácticos de nuestro trabajo con personas mayores.
Por razones sociales, el ejercicio ocupa cada vez más tiempo en el día a día de nuestros mayores. Los médicos les indican que deben caminar, pero rara vez les aconsejan un ejercicio específico. Su punto de vista parece orientarse a decirles que no pasen todo el día sentados frente al televisor, a que participen en cualquier actividad social o lúdica que les distraiga y promueva cierto nivel de movimiento, el cual puede procurarles efectos beneficiosos físicos y psicológicos.
Mi experiencia con estas personas mayores me deja las siguientes conclusiones: su autoestima suele ser baja; la ausencia de actividad diaria mantiene o perpetúa niveles de energía bajos, y enfrentar una actividad –por relajada que sea– les supone un esfuerzo difícil de superar. Las razones que mi abuela esgrime cuando le propongo emprender unas clases de Pilates, por ejemplo, son muy significativas: «¿Ejercicio? ¿Para qué? Es lo que me faltaba, ¿no ves que estoy enferma? Ni hablar, yo no necesito un profesor de Pilates, lo que necesito es un médico.» (Mi abuela es un personaje imaginario que a partir de ahora representa a mi alumno octogenario.)
«No hay problema, puedo convencerla. Tengo tan claro que lo necesita que no tendrá más remedio que ceder a causa de mi insistencia», me digo. Sin embargo, incluirla en un programa de ejercicios va a ser algo más complicado de lo que me parece en un primer momento. Entre otras cosas, no he tenido en cuenta que su médico no conoce el tipo de ejercicio que tengo en mente para ella, así que, cuando le he comentado que mi intención es incluirla en un programa de Pilates, él simplemente me indica que le viene mejor caminar un poquito todos los días, que repare en que su columna ya no está para muchas alegrías, que tenga en cuenta su artrosis, su cadera, su osteoporosis..., así como sus mareos. Solo mi tozudez logrará –y porque se trata de mi abuela, claro– que se bautice sobre un cadillac y tenga su primera experiencia.
Encontrar la manera más eficiente de convencer a una persona mayor para emprender un programa de Pilates precisa a veces de un cierto grado de presentación del mismo. En este sentido, ayuda un formato de ejercicio siempre –en principio– ausente de excesiva dificultad, de ejecución sencilla de comprender y que produzca sensaciones agradables. Esta primera toma de contacto garantiza que, para cuando el programa de ejercicios se vuelva más serio y exigente, tengamos ya ganada la máxima confianza posible a fin de continuar con nuestros entrenamientos.
Variar las posiciones, restringir el movimiento cuando la rigidez presente pueda generar dolor o intentar solventar las posibles limitaciones en las articulaciones menos móviles utilizando asistencia para reducir la carga son, sin duda, medidas que no solucionan todos los problemas que aparecen, pero sí nos indican que debemos adaptar permanentemente el método a la capacidad necesaria para efectuar el trabajo que pretendemos que nuestros mayores realicen.
He dedicado varios párrafos a aclarar una sola cosa: pensar en programar treinta minutos de ejercicio para mi abuela no contará con excesiva confianza ni por su parte ni por parte de su doctor. El único ejercicio que parece adecuado para estos casos es un paseo diario sin exagerar las distancias. ¿Es otra opción la piscina? En ocasiones parece que sí, aunque no es fácil encontrar ni el lugar ni el profesional que trabaje con estas personas. Entonces, ¿por dónde comenzar? ¿Qué clase de ejercicio podemos proponer que aumente la calidad de vida de nuestros mayores y que, además, cuente con el beneplácito del profesional sanitario que les trata habitualmente?
Una tarea ardua si añadimos que –para ser rigurosos– tendremos que justificar con resultados que nuestra propuesta goza de ventaja sobre las demás. En este sentido, vamos a proponer abiertamente que con nuestra «solución» estas personas pueden mejorar su movimiento sin padecer o aumentar su dolor, y que ello redundará en un incremento del equilibrio y de la autonomía en el día a día, y por tanto en una mayor autoestima.
En el caso de mi abuela los hándicaps son tan evidentes que la planificación de los objetivos se debe racionalizar con sumo cuidado: si no, la frustración por incumplir dichas metas aparecerá inevitablemente. Conviene ser positivos: aunque tal vez los objetivos hayan sido demasiado elevados y, por tanto, no se puedan alcanzar, en contraste las sensaciones de mi abuela y la mejora de su percepción de autonomía son factores que me deben animar a continuar trabajando con ella. Resumiendo: creo que el trabajo bien hecho conllevará un progreso tanto si mis fines programados han sido cumplidos como si no.
Pero ¿debemos plantearnos objetivos con una persona que supera los setenta años? ¿No seremos excesivamente optimistas y, finalmente, nada de lo previsto se podrá alcanzar? Creo firmemente que todo trabajo terapéutico bien planificado debe contemplar unos objetivos y una estrategia para lograrlos. No veo falta de rigor en encontrar mejoría con un sistema y no poder relacionarlo con estrategias concretas: si la maniobra terapéutica es buena y ha sido positiva, necesito saber si puede tener éxito en otros casos similares o no.
En muchos casos no podemos indicar nada más que «Prueba esto, a mí me ha funcionado». Y esto es así porque desconocemos la razón exacta por la que nos ha ido bien en unos casos y mal en otros, posiblemente porque no teníamos una estrategia clara y unos objetivos concretos, un baremo o pauta que nos permita medir qué hacemos y cuánto se acerca al propósito marcado. Para este fin será necesario una referencia, una escala de valoración que nos muestre tanto el punto de partida como el punto a dónde hemos llegado. De esta manera, podremos medir la distancia recorrida hacia el objetivo. Asimismo, la propia escala nos hará planificar este en función del punto de partida.