Читать книгу Fadila - Mar Picó Seijo - Страница 6
Introducción
ОглавлениеEl mercado, como de costumbre, estaba a rebosar. La gente andaba deprisa, esquivando a los mendigos suplicantes y a los artistas callejeros, al son de los gritos de los comerciantes que exhibían sus precios y productos, apostados a ambos lados de la ya de por sí estrecha calle en sus puestos o tenderetes. En el aire cargado se respiraba una conocida mezcla de especias exóticas, caros licores, perfumes aromáticos, comida en diferentes estados de cocción o descomposición, y heces secas provenientes de las mulas que tiraban de aquellos carros que trataban de abrirse paso como podían entre la atareada muchedumbre.
Un par de niños correteaban riendo entre los puestos. Uno de ellos, creyendo no ser visto, tomó disimuladamente una pasta dulce del puesto de un repostero artesano cuando este estaba distraído. Pero su mujer, atenta, sí vio al chiquillo. Antes de que pudiera escapar, lo agarró por el brazo y, tras arrancarle la pasta de las manos, comenzó a darle una brutal paliza. Como de costumbre, nadie se inmutó: era una escena habitual en el mercado de Khalea.
Su compañero observaba la escena a una distancia prudente. Tras unos segundos, viendo que no había nada que hacer, se encogió de hombros y prosiguió su correteo hasta que llegó a la Plaza Mayor de la ciudad.
En el centro, un grupo de curiosos se reunían en torno a un podio elevado, sobre el cual se alzaba, escoltado por una pareja de guardias armados con sendas lanzas y escudos, el mensajero del emir.
Ataviado en sus rimbombantes ropajes dorados y violetas (al chiquillo le parecían muy divertidos), leía a gritos el mensaje escrito en un pergamino amarillento:
—A su Magnificencia el emir Al-Xec —recitaba, con una voz nasal y aguda— le place comunicar a sus fieles súbditos la noticia de sus próximas bodas con su segunda esposa: la doncella Sylah; heredera primogénita del noble y rico linaje de los Brehmen.
—La familia de los músicos —susurró alguien cerca del niño—. Se rumorea que no hay instrumento en esta tierra que no sepan tocar; y que, cuando cantan, su voz es capaz de hacer que dos enemigos a punto de matarse tiren las armas al suelo para abrazarse como hermanos.
—… con este pacto de amor, se sellará una alianza sagrada entre ambas familias. La celebración tendrá lugar la semana próxima…
Otro sonido captó la atención del niño y de todos aquellos que lo rodeaban, quienes se volvieron hacia el hombre que gritaba acompañado de dos guardias:
—¡Es él! ¡El mocoso de pelo de paja! —Señalaba al muchacho con el dedo, avanzado, enfurecido—. ¡Él me robó las gallinas! ¡Que no escape!
El niño echó a correr, sin pensárselo dos veces. Zigzagueó veloz entre las piernas de la gente, esquivando ágilmente los golpes y patadas que le lanzaban, evitando aquellas manos que trataban de agarrarlo. Sus piernas huesudas eran demasiado veloces para los guardias, cubiertos en pesadas corazas, que gruñían con dificultad mientras trataban de alcanzarle. El muchacho atravesó la Plaza Mayor, y desapareció por una estrecha callejuela, adentrándose en el caótico laberinto de calles de la ciudad; y los guardias lo perdieron de vista.