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Prólogo

Felipe Solá

El peronismo y el alma de los argentinos

El libro que el lector tiene en sus manos es diverso en edad, en geografía, en género y en miradas. Y es sobre el peronismo. ¿Casualidad? Juan Carlos Torre, María Esperanza Casullo y Julieta Quirós construyen en tres registros completamente distintos las piezas de un rompecabezas, que resulta incompleto por dos razones: porque obviamente sus textos –potentes e inteligentes– no lo pueden completar, y porque se trata de un libro de cara al futuro. Y es en el futuro donde el peronismo seguirá escribiendo su historia. Así lo creemos. Así, muchos, lo queremos.

En las tres obras clásicas de literatura argentina que revisa María Esperanza Casullo (Facundo, El Matadero, Una excursión a los indios ranqueles), así como también en un pequeño pueblo de las sierras cordobesas que interpreta Julieta Quirós (sometido por el centralismo e invadido por una cultura urbana que lo obliga a hacer equilibrismo de corto plazo y contener una diversidad aún en lo pequeño), se elaboran tramas donde se articulan la geografía, la tierra, la tensión entre el centro y la periferia. El diálogo entre Casullo y Quirós, de fondo, es que ambas nombran, en el pasado y el presente, la actualidad de un problema argentino.

Es la geografía la que obliga a Juan Manuel de Rosas a transar con los gauchos, trabajadores por cuenta propia dueños de la tecnología de manejar vacunos en una pampa sin alambrados, y con la chusma, que domina la faena y el desposte de reses. La geografía es también el desafío argentino para un militar aristocrático que lo tiene todo menos el desierto. Y va por él, porque sabe que así acrecienta fama y poder. Pero además porque ama ese territorio con pasión: hablamos de Lucio V. Mansilla, el dandy más estudiado por los intelectuales locales.

Los textos de Casullo y Quirós, a su modo, con sus exploraciones (mitológicas, literarias, territoriales, concretas) bucean en un ámbito común: el de la fractura argentina. Y lo hacen en un libro que les encarga responderse en torno al presente del peronismo. Esa “Historia” que reponen hace presente la gran teatralidad del peronismo, que nació para representar el drama argentino.

El artículo de Juan Carlos Torre, en tanto, reconoce que el peronismo ha superado la descalificación política que se instaló en la Argentina post 2001, el “Que se vayan todos”. Una observación interesante que Torre transforma en hipótesis de trabajo: “La bronca popular –escribe– no resultó ser igual para todos porque el radicalismo perdió más de la mitad de sus votantes mientras que el peronismo sostuvo el 75% de ellos”.

El alma

Pero, ¿cómo leo estos textos potentes cuando creo íntimamente que el peronismo no tiene asegurado para siempre su lugar en el alma argentina?

Repitamos la idea: el peronismo ya no sabe si está asentado definitivamente en el alma argentina. Decir eso me implica, por supuesto, porque soy peronista, porque me defino como tal, pero es la descripción de una realidad que creo que vale la pena trabajar para cambiar. ¿Qué quiero decir al sostener que existe esta inseguridad? No es, en principio, que no pueda volver a estarlo. Su matriz o su mito se corporiza sólo si es asumido por aquellos que están en capacidad de construir una oferta. El peronismo hoy debería ser una oferta al pueblo argentino, y ese desafío está por verse. No es algo que surja de él, no es el resultado de una demanda política, aunque pueda ser la respuesta a la demanda social. Es casi una imposición de la historia, por lo que sus chances pasan por su capacidad de construir una esperanza de cambio, de cambio superador, que recoja lo que está en la calle y lo transforme en política. La calle no produce oferta, la calle impone cosas cuando ya no puede más. Algo de eso está ocurriendo en estos tiempos.

Salvo cuando las crisis se precipitan y entonces se vuelve rotundo, claro y contundente, el mensaje de la calle suele ser confuso. Por eso estamos en un momento de responsabilidades de lectura de ese mensaje que se concentran en ciertos círculos, círculos que comprenden una gran cantidad de gente y posiciones muy diferentes: empresariales, industriales, comerciales, sindicales, políticas e intelectuales. Somos todos interpretadores, constructores de una oferta en base a la interpretación.

Esta forma de pensar la actualidad del peronismo, abandonando la idea de que en el pueblo está el mito peronista, fortalece las chances y permite alumbrar un futuro. Recuerdo el 83, el día después de la derrota electoral frente a Raúl Alfonsín, y la percepción de que el carnet que sacábamos en toda discusión política, sea con la izquierda o los radicales –“El pueblo es peronista”– súbitamente había vencido. De un día para el otro, sin haberlo imaginado, estábamos atrapados en una “democracia de los segmentos”.

Sin embargo, pensar de este modo no significa aceptarlo. Los políticos somos por definición transformadores de la realidad. Ser político es incómodo, y así debe ser: significa colocarse en un lugar en el que estás obligado a decir que las cosas son de un modo, pero que pueden ser distintas. Hoy el mito peronista no tiene la potencia que supo tener en el pasado, pero los pueblos esperan. Se perciba o no, los pueblos esperan: hoy el pueblo argentino está esperando algo.

Pero cuando, como hoy, aparece en el poder una elite depredadora que pretende construir una economía basada en la renta de los recursos naturales, como la minería, el petróleo o la soja, de la intermediación financiera y de mercados cautivos concedidos por un Estado que asume los riesgos (servicios, energía); cuando, como hoy, el adversario es directamente enemigo de cualquier proceso de desarrollo autónomo, es el peronismo, ahora sin el Estado, el que puede recurrir a su discurso integrador y constituirse en el único lugar suturador de las heridas más profundas. Porque el peronismo puede construir una oposición superadora de las situaciones sociales previas y ofrecerse como una solución.

¿Volverá el peronismo?

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