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La ampliación de la conciencia y su cualidad metacorporal

Nuestra conciencia puede trascender el tiempo y el espacio…, se halla directamente relacionada con el entorno inmediato que nos rodea… y nos conecta con acontecimientos que trascienden, con mucho, el alcance de nuestros sentidos físicos.

S. Grof

En numerosas oportunidades, Gerda Alexander hace referencia a la trascendencia a la que apunta su metodología de abordaje netamente corporal. El cuerpo como puerta de entrada a la multidimensionalidad del ser humano, y a la tan mentada unidad psicofísica como su primer anclaje. Y el cuerpo también como reflejo perfecto de esta conciencia que lo habita, que le da vida, al punto de que el Dr. Grof invierte este orden diciendo: “No solo somos animales altamente evolucionados… sino que también somos campos de conciencia ilimitados que trascendemos el tiempo, el espacio, la materia y la causalidad lineal”.

Desde esta concepción amplificada del ser, aparece la posibilidad de conexión consciente del cuerpo, ya no solo consigo mismo, sino con su entorno y con una realidad en donde las fronteras del tiempo y del espacio se desdibujan. En este sentido, es Grof (1992) quien, apoyándose en la Teoría de la Relatividad de Einstein, expresa que “el espacio y el tiempo no son entidades separadas, sino que están integradas en un continuo tetradimensional conocido como «espacio-tiempo»”. Así, en el pasado se sostenía que lo perceptible eran los límites entre objetos y las diferencias entre materia y espacio vacío; hoy, en lugar de hablar de objetos por un lado y de espacios vacíos entre ellos por el otro, dice Grof que “se considera que el universo es un campo continuo de densidad variable”.

En este campo continuo todo está relacionado con todo. Todo está en contacto con todo. Y desde este contacto multiespectral, es posible mediante el entrenamiento sensorial (que, por ejemplo, desarrolla la Eutonía), una re-sensibilización corporal y una re-conexión con la propia inteligencia del cuerpo. Hacerse/ser consciente, o al menos incluir dentro de lo percibido, incluso lo que sucede más allá de la propia corporalidad, en una clara provocación para la integración con el todo.

La vivencia del propio cuerpo

El cuerpo como vehículo de expresión. Expresión de subjetividades (emociones, pensamientos, dolores, recuerdos, sueños, deseos) que se mueven, que bullen constantemente del cuerpo hacia adentro y que emergen a la superficie a través de ese lenguaje corporal hecho de posturas, rigideces, laxitudes, alineaciones, desalineaciones y de todo ese vasto universo sintomático. En ese cuerpo en el que muchas veces la enfermedad reina. Esas subjetividades, todas ellas, son expresiones que revelan la inmensidad desde la cual provienen.

Reconocer en el cuerpo su posibilidad de expresión de lo inconsciente, o de lo no tan consciente, es una forma de reequilibrar aquellos dramas griegos que, de otra manera, se siguen litigando ineludiblemente en lo profundo.

Y el cuerpo expresa en quietud y en movimiento, por lo que es posible “leerlo” desde ambas perspectivas. Desde afuera, ninguno se desmerece porque los dos aportan, cuentan, secretean, confiesan. Desde adentro, me inclino por el movimiento, y es que, habiendo experimentado ambas alternativas, esta última es la que me salva, la que me permite reflotar, rescatarme, equilibrarme.

¿Cómo es la vinculación expresiva, traspasada por lo cultural, con la entidad corpórea? ¿Desde lo estético, desde lo funcional, desde lo adictivo, desde la salud, desde la enfermedad, desde lo artístico, desde lo deportivo, desde el movimiento, desde el sedentarismo, desde la inercia, desde el olvido…? Y hay en todas ellas, infraprocesos que suceden de manera aislada o en simultáneo, coloreados con variados matices pertenecientes a un espectro que va desde el enajenamiento hasta la integración consciente del cuerpo. En donde el soma es considerado (o desconsiderado) como un objeto que hay que embellecer, arreglar, mantener, utilizar, usufructuar, etc., o en donde existe un permiso implícito a violentarlo, intoxicarlo, invadirlo, manosearlo, ignorarlo, descuidarlo, como si fuese algo absolutamente ajeno al sí mismo, en vez de una de las expresiones más perfectamente acabadas de esa globalidad esencial que constituye al ser humano. Esto aislado y/o simultáneo que sucede, quizás tenga que ver con los diferentes niveles de actuación que acontecen en la vivencia humana, cuya relatividad hecha carne se alimenta muchas veces de la propia incoherencia, como un reflejo más de deshonestidad3. Digo entonces que, estos niveles de actuación se manifiestan a través de necesidades, gustos, carencias, integraciones, transformaciones, apropiaciones, expropiaciones consentidas o no (culturales, sociales, religiosas), que se traducen a su vez, en cuerpos estetizados, cuerpos “socialmente” funcionales, cuerpos adictivos, cuerpos ausentes, cuerpos expresivos, cuerpos silenciosos o silenciados, amordazados y hasta inhibidos. ¡Si es que finalmente todos ellos son cuerpos expresivos!

Cómo este metalenguaje del soma se abre caminos, se hace ver ante cada cual. Y cada cual interpreta y acciona: subestimación, indiferencia, miedo, alerta, una pastilla, un “profesional”, una mirada, un destello de consciencia, una puerta que se abre, una oportunidad… Así, este intercambio comienza a establecerse, de manera rígida a veces, otras más flexible, más cambiante, más atenta.

Pero… ¿qué nos está diciendo? ¿Hasta dónde comprendemos este idioma, esta sapiencia de nuestro cuerpo que muestra algo que desconocemos…? (¿Que desconocemos?) Y aquí, los marcos y contextos interpretativos empiezan a variar…

Las alegorías con las que el cuerpo se expresa reclaman ser miradas, atendidas, y las sensaciones son su base originaria. Somos cuerpos con calidades sensibles por excelencia: sensorialidades interconectadas a la perfección por un tejido nervioso exquisitamente distribuido.

Y las sensaciones son per se en un primer momento, pero como tienen esa capacidad… “cuasimutante”: la de devenir en complejidades, entonces así, sensaciones primigenias no-miradas (molestias leves o pasajeras) mutan a los célebres “síntomas”, como fieles representantes que parafrasean malestares, lesiones, enfermedades, indiferencia… inconsciencia.

El cuerpo y su metaconjunción: la corporalidad, pueden ser vividos, reconocidos y valorados desde una cualidad fisurante, que permite al ojo avezado o quizás solo curioso, adentrarse en terrenos inhóspitos y profundamente enriquecidos de la propia esencia.

La puerta está, existe, para aquel que quiera atravesarla.

3Y esta deshonestidad, como la mayoría de las que nos pertenecen, está bajo la sombra de la inconsciencia, bajo el más puro desconocimiento de su existencia. Pero, aún sucede algo más, y es que ni siquiera es negada a ultranza (como la mayoría de nuestras represiones), sino que su mención genera más bien extrañeza, pareciera que en el ámbito de lo corporal, la deshonestidad simplemente no tiene sentido, es más, no existe.

Universos corporales

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