Читать книгу Historia intelectual y opinión pública en la celebración del bicentenario de la independencia - María Isabel Zapata Villamil - Страница 7
ОглавлениеINTRODUCCIÓN
México y Colombia fueron escogidos para este libro porque, al momento de la celebración del centenario de las respectivas gestas de independencia, la situación de cada uno correspondía a distintos extremos. Mientras desde hacía 34 años México se encontraba bajo el régimen de paz y orden de Porfirio Díaz, Colombia se hallaba bajo el mandato de la hegemonía conservadora, sumida aún en la guerra y el conflicto político, aunque con profundos anhelos de paz. Es posible afirmar, entonces, que la celebración del centenario en Colombia expresó las condiciones que vivía el país. Se buscaba la reconstrucción de un país en mala situación económica, con el reto de superar la devastación de la Guerra de los Mil Días y la separación de Panamá.1
Mientras los festejos del centenario de la independencia en Colombia se realizaron bajo las más estrictas normas de austeridad, el derroche de lujo, fiestas, bailes e invitaciones que se vivió en México, no tuvo comparación. Otro punto que nos muestra las diferencias que hubo entre los dos países fue el que el discurso se articulara alrededor de la celebración del centenario, junto con el elemento militar. Además, México hizo alarde de su poderío bélico, mientras Colombia se centró en el desfile de carrozas alegóricas y las misas de Te Deums.
A pesar de estas diferencias, los dos países experimentaban momentos similares. Colombia se encontraba en un momento de ajustes prácticos y reflexivos organizados en torno a las consecuencias que trajo un largo siglo de enfrentamientos internos. En ese momento, el país optó por buscar medidas tendientes a promover el desarrollo económico, para que a su vez este fuera el impulsor de la coexistencia pacífica de los partidos. Se delineó así una situación parecida a la que se dio en México desde 1876, año en el que se instaló en el poder el liberal Porfirio Díaz, la cual se extendió hasta 1911; periodo en el que el lema principal fue orden, progreso y libertad. Cabe anotar que los conceptos que componían aquel emblema tomaron, de igual modo, una importancia notoria en Colombia, pues el país estaba bajo el régimen de la Unión Republicana, la cual era liderada por el recién electo Carlos Eugenio Restrepo.
Aquel contexto enmarcó la preparación de las festividades en ambos países. Desde 1907 se creó en Colombia una junta a la que se le encargó aquella celebración y, aunque a comienzos de 1910 dicho grupo renunció a tales funciones, entre el 15 y el 30 de julio, el país y la capital de la república vivieron días de fiesta con “cabalgatas, desfiles militares, juegos florales, retretas, procesiones, misas y Te Deums”.2 Además, se hicieron muchos concursos centrados en las ciencias exactas, la pintura y la historia. En los actos de conmemoración, personajes de la vida nacional leyeron diversos discursos cuyos temas exaltaban más las acciones del presente que las del pasado.
En México ocurrió algo similar. Se construyeron varios monumentos, se hicieron grandes fiestas, se mejoró el Paseo de la Reforma, se edificó la Columna de la Independencia, se resaltaron los héroes, etc. Asimismo, las celebraciones estuvieron rodeadas de vientos de cambio y modernización, como lo mostró en Colombia la exposición de la industria que se instaló en el recién inaugurado Parque de la Independencia. Para aquel momento, tanto en Colombia como en México, la luz eléctrica ya iluminaba varias ciudades, y los medios de transporte se revolucionaban. En Bogotá, se dejó de utilizar desde 1910 el tranvía de caballos, para dar paso al eléctrico; en México, mientras tanto, la flotilla de la compañía de carros de alquiler sirvió para transportar a las delegaciones de los países invitados.3
Este impulso modernizador dio paso a la adopción de novedades periodísticas desarrolladas en Europa y Estados Unidos, tales como los relatos ilustrados, las crónicas y las entrevistas; proceso que llevó a que, a lo largo de todo el siglo XX, se viera el cambio de una prensa sectaria a una prensa moderna y dinámica.4 Con esto no se busca decir que desde un principio estos aparecieran en su forma más pura. Sus fronteras no estaban definidas, y se podían encontrar características de un género en otro. Igualmente, estos no fueron del todo nuevos. Asimismo, cabe considerar que dichos géneros encontraron sus orígenes en formas narrativas anteriores. Por ejemplo, el género de la crónica periodística tiene sus orígenes en América Latina; particularmente, en los testimonios de los cronistas de indias y en las relaciones de conquista.
En el caso colombiano, la prensa pasó de tener una irregularidad altísima en el siglo XIX, a sostener una regularidad más controlada a lo largo del siglo XX. Este tipo de regularidad se dio, no solo por la mayor estabilidad política del país, sino también por la capacidad económica que adquirió la prensa como empresa. A finales del siglo XIX y comienzos del XX, se fundaron los periódicos que más permanencia han tenido a lo largo de la historia nacional. Entre ellos se encuentran El Espectador (1887), El Tiempo (1911), El Siglo (1936) y El Colombiano (1912).5 En ese ambiente, precisamente, Alberto Sánchez y Abraham Cortés fundaron el semanario El Gráfico, como el primer medio de comunicación impreso en Colombia que incorporó la fotografía adentro de sus páginas. El Gráfico publicó su primer número el 24 de julio de 1910, cuyo único tema fue la celebración del centenario de la independencia de Colombia. Aunque más tempranamente, una situación parecida se presenta en México, con la aparición de El Siglo XIX (1841) y El Monitor Republicano (1844) como los primeros periódicos mexicanos con un proyecto modernizador liberal. Como en Colombia, en la prensa mexicana se veía el enfrentamiento entre las ideas católicas conservadoras y las divisiones internas de los liberales: “Y no es de extrañar esta situación, si consideramos que en esta segunda mitad del siglo XIX, el enfrentamiento entre liberales y conservadores radicalizó posturas y encontró en las páginas de los periódicos, foros para la discusión”.6 Además de eso, la situación se acentuó en México con la profundización del control de Díaz durante su segunda reelección. La situación quedó entre los liberales científicos, que contaban en sus filas con El Imparcial y La Libertad, y los jacobinos, representados por el Diario del Hogar. Y aunque los periódicos de este último grupo tuvieron menos tiraje, desde ellos se gestaron los clubes liberales, al igual que otras organizaciones que luego le darán origen a la Revolución Mexicana.7 En los periódicos se pudieron identificar distintos grupos que se reunían bajo opiniones similares, las cuales posibilitaron cierta unidad de la opinión pública. Esta unificación contribuyó a definir el término de opinión pública, aunque aquello no significa que esta fuera una, sola y singular, sino que era en realidad la suma de una colección de diferentes posiciones. Tal situación de la prensa muestra que, desde la segunda mitad del siglo XIX, la opinión pública había cambiado su carácter. Hubo en ese sentido una transición de un ambiente en el que los discursos se ponían en juego deliberativo, a uno en el que estos respondían a un juego estratégico. De ese modo, la opinión pública dejó de ser el tribunal neutral que buscaba llegar a una única verdad por medio de la verificación de pruebas y argumentos disponibles, y se convirtió en un espacio de disputa y de negociación estratégica.8
Tanto en Colombia como en México, las conmemoraciones pueden ser desglosadas en varios componentes. Se alude en esa medida a (1) la organización, aspecto que se deriva de que toda conmemoración demanda una planeación responsable del contenido, la delegación de responsabilidades, los tiempos, la participación, la evaluación y el registro. En tanto, (2) el contenido programático está conformado por el programa general, del cual a su vez se desprenden programas particulares. Asimismo, resulta esencial el lugar de (3) los protagonistas, aspecto alusivo a los memorantes y los memo-rados, al igual que a los incluidos y los excluidos. Además, cabe mencionar (4) el lenguaje y la cartografía, los géneros mediante los cuales el programa y la organización se expresan. De igual modo, es fundamental señalar el lugar de (5) la tradición, que corresponde al espacio, y (6) el registro, el cual atañe a los medios en los que se registra el festejo: los impresos, la publicidad y la museística.9 Entre todos estos componentes, en el presente estudio habrá especial énfasis en la organización, el contenido programático, los protagonistas, el lenguaje y el registro. Así, el interés de la investigación consiste en conocer cuáles fueron los distintos significados que se le dieron a la celebración, comprender bajo qué conceptos se condensaron estos significados, y rastrear los medios por los que estos circularon, al igual que los contextos en que se produjeron.
De tal modo, hay coincidencias con Enrique Florescano,10 en la medida en que han coexistido múltiples memorias en el pasado mexicano y colombiano, provenientes de varios grupos étnicos, sociales y políticos. Aquello origina la afirmación de que, durante múltiples periodos de la historia, los grupos que integran la sociedad establecen diversas relaciones con el pasado. Es decir, crean distintas imágenes de la patria que en su momento incluso se opacaron unas a otras; y tal fue el caso del oscurantismo en que fue sumida la historia colonial de México durante la época posterior a la independencia:
Al rechazo de los indígenas como parte constitutiva de la realidad nacional se sumó la erradicación de los conservadores de la memoria política de la Nación. El triunfo de los liberales sobre los imperialistas franceses y sus partidarios nativos, los conservadores, señaló a estos como traidores[. E]n el mejor de los casos los condenó al olvido, pues desde entonces los políticos, los pensadores, los episodios históricos y los valores conservadores fueron prácticamente borrados de la memoria construida por los liberales y más tarde por los ideólogos del estado que surgió de la revolución de 1910.11
Mientras la historiografía oficial mostraba su versión de nación incluyente y acallaba en la medida en que pudiera las otras voces, los periódicos se valían de las nuevas tecnologías para resaltar determinados aspectos de las celebraciones que se hacían; de tal modo, mostraban las pugnas que se presentaban cuando se veían enfrentados los discursos de los grupos políticos, como se nota en el caso de la Revista de la Comisión del Centenario de Colombia,12 y El imparcial y El Diario del Hogar de México. En medio de ese ambiente de deliberación, es posible reconocer los distintos significados que podían tener y la importancia que recobraban, para cada país, conceptos como orden, progreso y libertad. En Colombia, el discurso oficial de la celebración del centenario estuvo rodeado por un deseo de conciliación y esperanza, el cual era guiado por la próxima posesión del presidente elegido Carlos E. Restrepo; mientras tanto, en México, el discurso de la prensa se enardecía por las discusiones originadas en el seno de la oposición ante la tercera reelección del general Porfirio Díaz: intercambios en los cuales se reconstituían las definiciones de dichos conceptos.
Desde el caso europeo, el estudio de las conmemoraciones se ha originado adentro de la Escuela de los Annales, a partir del análisis cimentado en el significado de la celebración de la Revolución Francesa; hito que es visto desde el presente como una proyección hacia el pasado y el futuro.13
Para el caso latinoamericano, la reflexión sobre las fiestas conmemorativas ha girado alrededor del quinto centenario del descubrimiento de América. Este evento produjo mucha polémica en torno a la pregunta ¿qué celebrar? Pero, sobre todo y desde la perspectiva de un pensamiento crítico, se desarrolló el interrogante ¿tenemos algo que celebrar? Acorde con esa línea, se publicaron reflexiones como la de Rafael Díaz14 y Pedro N’dongo Ondo Andeme.15 Ambos trabajos afirmaban que, en lugar de celebrar y conmemorar, se debía rechazar, denunciar, objetar y crear conciencia, para dar origen a un mundo distinto, en el que la convivencia y la tolerancia fueran el centro de las relaciones sociales.
Por otro lado, en la medida en que los países latinoamericanos pasaron por las celebraciones de los bicentenarios de las independencias, los estudios sobre los festejos empezaron a aparecer como reflexiones sobre qué, cómo y para qué celebrar.16 Recientemente, Carlos Martínez Assad publicó el texto La patria en el Paseo de La Reforma.17 Dicho estudio muestra cómo se conmemora desde 1812 el inicio de una nación con diferentes actividades, según el momento histórico que se vivía, hasta la última prolongación del paseo, que se presenta como un lugar privilegiado de la memoria mexicana. De hito en hito, narra cómo a lo largo de la historia mexicana se ha discutido si es más relevante el momento del Grito de Independencia o la consumación de esta; según el autor, asunto relacionado con la filiación política del gobernante de turno. Se destaca además el libro de Mauricio Tenorio Trillo, Artilugio de la nación moderna,18 por medio del cual se analiza la participación de México en las exposiciones universales hasta 1930, como reflejo de la configuración del concepto de nación moderna en México. Para el presente estudio fue muy valiosa la primera parte de aquel análisis, la cual estaba dedicada especialmente a la participación en la Exposición Universal de París en 1889, como ejemplo a seguir para llevar a la nación a la modernidad.19 Igualmente, encontramos la tesis doctoral de Mariana Borrero Opinión pública sobre la presencia de México en la exposición Universal de París en 1889.20 A lo largo de su monografía, la autora analizó la imagen que México promovió de sí mismo como uno de los países participantes en la Exposición Universal de París de 1889, así como los resultados que aquello tuvo en términos de acercamiento económico, político y cultural con ese país. Dicho trabajo se organizó acorde con las propuestas del historiador Roger Chartier, lo cual permitió ver cómo diversos grupos integrantes de la sociedad tuvieron una imagen de México según su propia forma de ver el mundo,21 y comprender cuál fue la estrategia publicitaria que utilizó Porfirio Díaz para lograr una base social que legitimara su proyecto de política exterior. Aunque dicho trabajo no se centró en el centenario, sí sirvió para contemplar las dinámicas de la opinión pública mexicana a finales del siglo XIX. Además fue posible encontrar y revisar el texto publicado durante la celebración de centenario titulado Los banquetes del centenario, de Rosario Hernández Márquez, en el cual se describen fielmente uno a uno los diversos platos que se sirvieron en los eventos de la celebración del centenario de la independencia.22 Con tal estudio, es posible percibir la inmensa influencia que ejerció la cultura francesa en aquel momento, producto entre otras cosas de la participación directa de México en la Exposición Universal que tuvo lugar en París en el año de 1889.
El texto de Annick Lempérière23 se vale de las propuestas de Reinhart Koselleck sobre cómo cada sociedad establece sus propias relaciones con el pasado, el presente y el futuro, precisamente para plantear que la celebración de 1921 establece una relación más estrecha con el pasado y con su proyección al futuro. En últimas, Lempérière arguye que se establece una memoria culturalista que limpia al presente de culpa: la antropología, nueva ciencia de la sociedad, sirve en lo sucesivo a la política indigenista y a la integración.
Asimismo, Rebeca Earl postula un estudio que aborda desde la perspectiva comparada las fiestas cívicas realizadas en el siglo XIX en América Latina.24 En ese trabajo, apoyándose en palabras de Eric Hobsbawm, analiza cómo los líderes inculcaban valores y normas con base en el acto de la repetición, estableciendo así una continuidad con el pasado; continuidad cruzada por el debate sobre el origen de las naciones: situación que muestra, a su vez, la postura de los líderes nacionales con la incorporación de las comunidades indígenas. Earl plantea que la evolución de los partidos políticos a lo largo del siglo XIX muestra una estrecha relación con una visión específica de la historia nacional. Los liberales proponían que la nación tenía su origen en el remoto mundo indígena prehispánico, mientras que los conservadores proponían que surgió con la llegada de Colón a América. A lo largo del tiempo, se difundió la aceptación de la perspectiva conservadora, en la cual la afirmación del pasado indígena fue en algunos países una manera de rechazar precisamente el presente indígena. La autora termina por afirmar que, en últimas, el origen de la nación consiste en el encuentro de americanos y españoles, lo cual dio como resultado un mundo criollo y no mestizo.
En lo que respecta a Colombia, la contribución de Gerson Ledezma consiste en un artículo que aborda la formación de identidad en Popayán durante la celebración del centenario.25 Aquel estudio hace referencia a las consecuencias que tuvo para los payaneses la desmembración del Gran Cauca, lo cual obedeció a la reforma administrativa emprendida por el general Reyes durante el Quinquenio; asimismo, muestra cómo esto se vio reflejado en la celebración del centenario.
Por otro lado, en el estudio titulado “¿Cómo representar a Colombia?”, Frederic Martínez ve la celebración del centenario como un esfuerzo por sintetizar varios elementos de la representación nacional de una manera ecléctica. Del mismo modo, Martínez afirma que lo anterior obedece a la intención de los organizadores de no convertir la fiesta en la representación de un proyecto postulado acorde con los intereses de partido y el egoísmo político. Añade el autor que, por más que intenten impedirlo sus gestores, algunos de esos discursos se encuentran impregnados del hispanismo clásico del cuarto centenario del descubrimiento de América, de la independencia y de un hispanismo idealista y mesiánico de las generaciones centenaristas latinoamericanas de 1910; hito cuyo más claro exponente fue Lorenzo Marroquín, quién definía la raza colombiana como nueva y neolatina.26
En su artículo “Memorias enfrentadas: centenario, nación y Estado 1910-1921”,27 el historiador Raúl Román Romero presenta el tema del centenario del 20 de julio de 1810 según otra perspectiva que constituye una visión mucho más amplia del asunto. Así, Romero no la contempla como un momento cuya ocasión propiciara que el país se reuniera en torno a una fecha unificadora, sino que, por el contrario, muestra la conmemoración como un hecho problemático en sí mismo. Su tema central es la forma como algunos grupos de Cartagena expresaron su descontento en el periódico El Porvenir, ante la imposición de esa fecha desde el centro del país. Tal postura es provechosa para la historiografía nacional, en la medida en que evidencia la pugna que puede haber detrás de la construcción de la memoria, entre lo que se recuerda y lo que se olvida. No obstante, el análisis carece de preocupación por el manejo de la fuente.
A pesar de todos esos trabajos, es notorio cómo existen aún varias imprecisiones contextuales en torno al periodo, en algunos estudios que tocan el tema. Un caso diciente de lo anterior es el trabajo de Santiago Castro-Gómez,28 en el que se le adjudican los festejos del centenario a la presidencia del general Rafael Reyes, y no se observa la complejidad política propia del momento de la conmemoración, la cual fue expresada en la celebración misma. Si bien es cierto que la expedición del decreto y el nombramiento de la primera junta dedicada a la planeación de los festejos se hicieron bajo la presidencia del general Reyes, el nombramiento de la junta y de su organización definitiva correspondió al Gobierno del general Ramón González Valencia, en un momento en el que el país vivía una intensa agitación política debido al ascenso de la Unión Republicana. Como vemos, tal situación no corresponde a un problema de quién expidió el decreto, o de quién era el presidente por entregar el cargo, o de quién estaba a punto de posesionarse. En esa medida, la exactitud de los hechos no es en sí misma una preocupación muy apremiante; sin embargo, en la medida en que estos pueden conducir a dilucidar el significado otorgado a la celebración en su momento, estos son fundamentales: de tal modo, sitúan el estudio en las condiciones materiales, sociales, políticas, culturales e intelectuales del momento.
Hasta donde se ha explorado, no ha sido posible encontrar ningún trabajo que aborde el papel que desempeñaron la opinión pública y la prensa en la celebración del centenario de la independencia, en particular en los países que serán tratados. Del mismo modo, no hay registro de un trabajo el cual indague por la organización del significado que se le quiso dar en el momento a la celebración de centenario, como reconstrucción compleja de lo que dicho proceso revistió.
Con la finalidad de abordar el tema planteado, el punto de partida será la nueva historia intelectual o la historia de los discursos políticos, como se la ha denominado en América Latina. Cabe señalar que esta vertiente tiene su origen en los estudios que versaban sobre la historia de las ideas, e incluso fue producto de la crítica que se le hizo. Asimismo, los historiadores se han referido de diversas maneras a esta nueva forma de afrontar el pensamiento político. Por ejemplo, para John Greville Agrad Pockok los mejores nombres que corresponden a la historia intelectual son la historia del habla o la historia del discurso.29 Esta rama de estudio también es conocida como la historia de los lenguajes políticos, la historia de los conceptos y la historia intelectual. Más adelante, cuando sean abordados los historiadores y las universidades de acuerdo con el surgimiento de dichas denominaciones, habrá mayor claridad en torno a sus orígenes.30
La vertiente que atañe al presente estudio contiene varios puntos que la separan de la historia de las ideas. Durante mucho tiempo, la idea fue la unidad de análisis utilizada para estudiar el desarrollo y el cambio del pensamiento. No obstante, muchos historiadores se rehusaron a utilizar el concepto de idea como un eje válido para acercarse al cambio cognitivo, ya que lo consideraban demasiado subjetivo.31 En la historia de las ideas, las controversias que se cernieron sobre los significados de los conceptos políticos se reducían a malentendidos en torno al sentido de la política moderna. Esta corriente contemplaba el desacuerdo como la ausencia de correspondencia entre la norma y la práctica; de tal modo, negaba toda imposibilidad de polémica a la que los autores del pasado debieron haberse enfrentado. En tanto, según la práctica de los estudios actuales de la historia de los lenguajes políticos, la polémica no es negada, ni desechada, sino estudiada.32 Simultáneamente, el otro aspecto que distanciaba a la historia de los lenguajes políticos de la historia de las ideas era la consideración histórica de los conceptos y los lenguajes en que aparecen. Así, ese ideal “presente por alcanzar” queda lejano en la historia de las ideas.33
Como se explorará a profundidad más adelante, Quentin Skinner, uno de los principales estudiosos de la historia de los lenguajes políticos, quien pertenece a la denominada Escuela de Cambridge, pone en primer plano un punto fundamental que separa la nueva historia intelectual de la de las ideas. Para Skinner, tanto las creencias en general de las personas, como las ideas de los filósofos políticos, deben ser contextualizadas en su tiempo de producción; lo anterior no solamente abarca el contexto social, sino además el contexto intelectual en el que surgen dichas ideas.34 De acuerdo con lo anterior, Skinner propuso un método intencionalista; un modelo interesado en cómo y para qué se usaban las ideas, de acuerdo con la reconstrucción de un contexto intelectual.35 Según esa red semántica, se busca descubrir las intenciones del autor.36 En el marco del estudio de dichos contextos, se incluyen los que corresponden al debate, así como las lecturas y los debates gestados en torno a dichas lecturas. Esos contextos intelectuales, los cuales son producidos por las palabras, así como el significado de cada una de ellas y los cambios que estas sufren, se incluyen de igual modo en el estudio de los lenguajes políticos; lo mismo corresponde al análisis de los usos de los significados en sus propios contextos, ya que tales usos pueden verse modificados al cambiar el contexto. Por último, dichas particularidades pueden ser comparadas con nuestros usos de las palabras, y de esa manera es posible señalar de qué modos el pensamiento no es un constructo monolítico.37 Tal relación, que involucra el vínculo entablado entre el pensamiento y el contexto social e intelectual, será uno de los puntos más criticados de la historia de las ideas, en tanto que resultaba notoria su dependencia de la historia social, que casi la había convertido en su producto subsidiario.38 Cabe señalar que la Escuela de Cambridge, organizada en torno a los postulados de John Greville Agard Pocock y de Quentin Skinner, se basó ampliamente en los planteamientos de la obra publicada por Peter Laslett Dos tratados sobre el gobierno civil de Locke, entre muchos otros títulos. En ese estudio, el historiador británico afirmaba que el interlocutor de Locke en las discusiones que rodeaban la obra no era Hobbes, sino Filmer: una persona casi desconocida hoy en día; en consecuencia, argüía que solo en el marco de esa relación es posible entender las ideas planteadas en la obra de Locke.39
Al desglosar los planteamientos de la Escuela de Cambridge, es también esencial reconocer que esta se distingue por su oposición a aquellos planteamientos que promovían un análisis de los textos postulado de una manera ahistórica.40 En un comienzo, el programa esbozado por Skinner dirigía sus objeciones hacia la tradición de trabajos de historia intelectual de inspiración marxista forjados en el contexto anglosajón. Estas objeciones se centraban específicamente en la forma como se proponía la lectura de obras de filosofía política, en tanto que se las concebía únicamente como expresiones de las transformaciones de la estructura social del momento. Para Skinner, no era posible estudiar las creencias de las personas en general, ni las de los filósofos políticos solo de acuerdo con un contexto social; para él, también debía tenerse presente el contexto intelectual.41 Entre las fuentes del teórico e historiador británico se encuentran la filosofía lingüística del último Wittgenstein42 y los actos del habla de John Langshaw Austin y John Sarle. Igualmente, para el desarrollo de los planteamientos de Quentin Skinner, también fueron importantes las consideraciones de Thomas Kuhn y Clifford Geertz, en la medida en que le permitieron esbozar de qué modo los pensamientos de determinado autor estaban más relacionadas con el conjunto de ideas que tenía que con los hechos objetivos, los cuales lo rodeaban en su época. Por su parte, Pocock construyó sus postulados de acuerdo con nociones claves de Wittgenstein (Sprachspiele), Kuhn (paradigma) y Foucault (discurso).43 Según estos planteamientos, justamente Pocock y Skinner advirtieron el anacronismo que se comete al estudiar la historia de las ideas y trasladarle definiciones conceptuales de nuestro tiempo a documentos históricos.44
Existen otros lugares en donde se originaron estudios basados en la historia intelectual o de los conceptos. Según Reinhart Koselleck, en la Universidad de Heidelberg surgió la hermenéutica gadameriana, mientras que en la Escuela Fontenay-Saint-Cloud se originó la lexicografía histórica francesa. Desde perspectivas diferentes, ambas escuelas ponían en el centro de la discusión la importancia del lenguaje en la investigación histórica.45 A tono con lo anterior, cabe señalar lo que la Escuela Fontenay-Saint-Cloud, representada por los trabajos que Antoine Prost y Maurice Tournier, formula sobre el lenguaje político, a partir de su metodología cuantitativa.46
Por su parte, la escuela desarrollada con base en los planteamientos de Reinhart Koselleck, la cual es conocida como historia conceptual, tiene como objeto de estudio el nuevo mundo conceptual que surge de un mundo viejo. Con ese planteamiento, Koselleck hace énfasis en que el cambio de lo conceptual se deriva de él mismo, y no de estructuras externas que lo influencian. Según este autor, los diccionarios históricos ayudan a percibir las continuidades y discontinuidades que se observan en la metamorfosis de un concepto. Sus principales preguntas son ¿cómo viajan los significados a lo largo del tiempo?, ¿cómo deben ser comprendidos hoy los textos del pasado?, y ¿qué tipo de traducción sería más conveniente, una literal o mejor una postulada en términos contemporáneos?47
En la investigación histórica en general, podemos leer las fuentes de dos maneras. Estas pueden ser evaluadas como resultado de la articulación de los sujetos históricos que actúan según la fuente, o como la constitución lingüística de ciertas estructuras de significado.48 Igualmente, en la investigación histórica puede haber dos tipos de conceptos. Son estos los formados y definidos previamente por las ciencias, por una parte; y, por otra, los conceptos tradicionales, propios del lenguaje de la fuente.49 En el presente caso, nos apoyaremos en la historia de los conceptos para ver la diferencia o la convergencia que hay entre ellos y su uso en el pasado, así como para dejar abierta la reflexión sobre su uso en el presente.50
Como parte del lenguaje, los conceptos constituyen un fragmento de la representación del mundo circundante. Además, al igual que los demás productos humanos, cambian. En tanto, el escenario en que se presentan, los actores, las perspectivas, el entendimiento, el uso y, en fin, los significados que se les dan a los conceptos, de igual modo, cambian y se renuevan.51 Lo anterior nos lleva a estudiar como objeto aquellas palabras claves que usan unos miembros de una sociedad para describirla; por medio de ellas, será posible explorar lo que piensan sobre ella, y cómo son usadas para legitimarla en los términos de los valores morales vigentes en la sociedad, la transformación o el statu quo. Simultáneamente, es claro que una cosa es lo que se dice de ella, su contenido y lo que se quiso hacer con lo que se quiso decir.52 En concordancia, se estudiará qué significado o significados se les adjudicaban al orden, al progreso y a la libertad durante la celebración del centenario de la independencia, según las distintas posturas de los grupos que conformaban la opinión pública en cada país. Del mismo modo, será esencial tener en cuenta que esos conceptos fueron los condensadores del contexto intelectual que enmarcaba la celebración del centenario de la independencia en ambos países, con sus propios matices. Con tal propósito, se recurrirá también al estudio de los distintos ambientes políticos que rodearon las celebraciones y los contextos intelectuales que la alimentaron.
En el presente trabajo, se explora de qué modo un concepto no es una palabra más. Las palabras tienen posibilidades significativas que se aplican de manera particularizada a cada objeto; en tanto, el concepto contiene un conjunto de significados y, a su vez, su contexto sociopolítico forma parte integral de él. En consecuencia, los conceptos pueden ser vistos como concentraciones de experiencias históricas y al mismo tiempo, anticipaciones de experiencias posibles por venir.53 Esta complejidad hace que los conceptos hagan parte de redes semánticas que, con sus connotaciones, les dan simultáneamente a estos una infinidad de significados. En el concepto se encuentran sedimentados múltiples sentidos producidos en diversas épocas; sentidos que al mismo tiempo se ponen en juego con cada uso que se les da en un momento determinado, lo cual transforma en sincrónica una noción que se ha construido con el paso de los años.54 De esa manera, y como ya hemos elucidado, los conceptos son simultáneamente generadores de cambios dinámicos y reflejos de cambios operados en la sociedad.55 En el caso de los conceptos, las dos metacategorías del espacio de experiencia y el horizonte de expectativas ayudan a definir las formas históricas con que se ha entendido la temporalidad: las distintas maneras como se han vinculado el pasado, el presente y el futuro. Por su parte, Koselleck afirma que en la medida en que el espacio de experiencia se aleja con el tiempo del horizonte de expectativa, se acelera el tiempo histórico, lo cual caracteriza la modernidad.56 Koselleck utiliza las categorías de experiencia y expectativa para mostrar cómo el pasado y el futuro se entrecruzan. De tal modo, propone la experiencia como recuerdo, y la expectativa como esperanza. Así postulada la noción del tiempo histórico, no se pretende tener como punto de partida un tiempo vacío de contenido, sino que este se enfrentará a las circunstancias del momento; se constituirá en el entrecruce de la experiencia y la expectativa.57 En consecuencia, la concepción de tiempo histórico de una sociedad dependerá de la experiencia que esta acumule, y de la expectativa que tenga; esto será lo que se explora en la celebración del centenario. De tal modo, las preguntas que nos convocan en torno al centenario de la independencia son ¿cuál experiencia se acumula? y ¿qué expectativa se tiene a futuro? Cabe señalar entonces que la experiencia se encuentra enmarcada en el espacio, a diferencia de la expectativa, que no tiene límite.58
Hasta la temprana edad moderna, en occidente era común que el futuro no pudiera traer nada nuevo. Por eso, era válido usar la prognosis para hacer un pronóstico de lo posible por venir en el futuro; la forma de actuar de los humanos era muy similar, y los sistemas de gobierno no cambiaban: por tanto, la distancia existente entre la experiencia y la expectativa era nula.59 Pero como dijimos con anterioridad, luego de la revolución industrial y la revolución francesa, la diferencia existente entre la experiencia y la expectativa aumenta. Según Koselleck, desde el siglo XVIII el lenguaje político y social muestra que el espesor de la expectativa ha aumentado, en detrimento de la experiencia.60
La historia como maestra de vida, expresión acuñada por Cicerón, parte de que la diferencia existente entre el pasado y el futuro no es mucha; por tanto, es posible que se usen algunos casos como ejemplo para mostrar en qué grado la acción del hombre puede ser el aspecto que evita la repetición de alguna situación dada. No obstante, al ampliarse la distancia que hay entre el espacio de experiencia y el horizonte de expectativa, y al aparecer una fuerte conciencia de cambio, la historia fue perdiendo progresivamente su pretensión de maestra de vida.61 Según esto, el propósito del presente estudio se concentra en la necesidad de explorar qué tan alejado se encontraba el espacio de experiencia del horizonte de expectativa en la celebración del centenario de la independencia; qué tanta conciencia de cambio había en el momento.
Puntualmente, el periodo que en el que se centra este trabajo es la celebración hecha del centenario de la independencia, tanto en Colombia como en México. Se propone de igual modo que para entender lo publicado en la prensa, es necesario conocer el contexto intelectual y los debates políticos que rodeaban tal producción. En el caso colombiano, resultará pertinente tocar varios aspectos de la hegemonía conservadora, caracterizada por la notoria presencia de un régimen conservador tradicionalista y enfáticamente católico desde 1886 hasta 1930.62 No obstante, el estudio reconoce también que dicho periodo no puede ser reconocido de una manera monolítica, ya que a su interior existen debates internos, como lo evidencian las diferencias existentes entre los conservadores nacionalistas e históricos, al igual que el periodo de la Unión Republicana; aspectos que merecieron opiniones notorias durante la celebración.63 En esa medida, no se elaborará un recuento completo de lo sucedido ni de lo que caracterizaba en todo su conjunto a la Regeneración, sino que se tocarán los temas a los cuales se hizo referencia durante la celebración, como las diferencias que hubo con el periodo de Rafael Reyes, así como lo que la reforma constitucional de 1910 criticaba del movimiento de la Regeneración. Asimismo, con el caso mexicano se harán alusiones principalmente al desarrollo del positivismo y al movimiento antirreeleccionista, en la medida que se relacionan con la celebración del centenario.
En definitiva, en su conjunto este trabajo busca dar respuestas a varias preguntas. ¿Qué tipo de opinión pública existía en México y Colombia al final del siglo XIX y comienzos del XX? ¿Qué características tenía la prensa como principal exponente de la opinión pública en la época? ¿Cómo se celebró el centenario de la independencia en Colombia y México, y cuáles fueron los grupos políticos que lideraron dicha celebración desde el Gobierno? ¿Cuáles fueron los principales conceptos que se destacaron en la prensa, sus posibles significados, y qué tan profundas eran las rivalidades existentes con los planteados por los regímenes de turno?
Para responder estas preguntas, se organizó el texto en cuatro capítulos. En el primero, titulado “Configuración de la opinión pública en América Latina”, se definirá cuál era el tipo de opinión pública que se generó a finales del siglo XIX en Colombia y México. En ese escenario, esta es contemplada como el lugar desde donde se articulaban los discursos políticos del momento. Veremos mediante su configuración cómo se establecían negociaciones permanentes, tanto en la planeación como durante la realización de la conmemoración. En ese primer momento, el estudio no se concentrará en lo que se pensaba o decía sobre el centenario; en cambio, se verá la opinión pública en su formación; los medios a través de los cuales se emitían posiciones, así como quiénes intervenían en ella y para qué lo hacían. De tal modo, el tipo de opinión pública que se instauró dependió de la forma de pensamiento que rodeaba a la sociedad y, en ese caso, se encontrarán movimientos intelectuales que atacaron al poder religioso, al político o a ambos.
En el segundo capítulo, “Prensa colombiana y mexicana entre finales del siglo XIX y comienzos del XX y su papel adentro del modelo estratégico de la opinión pública”, se analiza cuáles fueron los principales cambios que se dieron en la prensa de Colombia y México en la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX. Al final del siglo XIX, cada uno de los países latinoamericanos ingresó gradualmente a la carrera por el progreso y, en esa medida, la prensa fue cambiando, no solamente por las nuevas tecnologías utilizadas en la impresión y por los nuevos requerimientos de sociedad en transformación, sino también por la capacidad que empezó a tener para generar hechos políticos.
En el tercer capítulo, “Celebraciones oficiales del centenario de la independencia en Colombia y México”, el objetivo será mostrar cuáles fueron los grupos políticos que se encontraban en el poder; cómo se habían conformado; cuáles eran sus características principales, y qué tan consolidados se encontraban en el poder. Luego, el análisis se remitirá a estudiar cuál era la relación de dichos grupos con los personajes que estuvieron a cargo de la celebración del centenario de la independencia, y qué tanto contribuyeron a justificar, según la celebración, un discurso político que sustentara los regímenes de principios del siglo XX. Esto será abordado desde la conformación de las juntas oficiales de las celebraciones, y las relaciones que sus miembros tuvieron con dichos grupos políticos. A continuación, se aborda cómo se organizó la celebración, y qué fue lo que más se destacó en ella: ¿el pasado, el presente, el futuro, la producción económica, los eventos educativos, los sucesos culturales o los encuentros sociales?
En el cuarto capítulo, “La paz, el progreso y la libertad en la celebración del centenario de la independencia en Colombia y México”, se aborda cómo el festejo del centenario de la independencia fue la búsqueda en experiencias pasadas de los cimientos de un posible horizonte de expectativa por consolidar y alcanzar, entre muchos otros posibles. Así, se aborda cómo el orden, el progreso y la libertad fueron los principales conceptos que se destacaron en los dos países, con sus propios matices. De tal modo, aquellos imperativos hicieron parte de un discurso político que sustentaba los regímenes de principios del siglo XX en tanto que, por medio de la celebración del centenario de la independencia, se buscaba justificar dichos regímenes. Por eso, veremos en primera instancia los marcos o contextos intelectuales que rodearon la celebración, y que les dieron significado a dichos conceptos. Luego, se analizará cómo en la celebración no se ven hechos únicos que se pueden traer desde el pasado al presente sin más, sino personajes, acontecimientos y situaciones en torno de los que se justificaba el discurso político que tenía como objetivo guiar, por medio de la paz, a un objetivo apremiante: el progreso. Así, ¿qué tipo de libertad se celebraba? Por medio del análisis de la opinión pública, se estudiará si para el Gobierno y la oposición la libertad que se celebraba tenía el mismo significado en uno y otro caso, o no.
1 Medófilo Medina, “El sentido de las celebraciones de la independencia”. En Bicentenario. ¿Qué celebrar? (Comité José Manuel Restrepo), 19-24.
2 Jorge Orlando Melo, Nueva Historia de Colombia. Tomo I. Historia política, 1886-1946 (Bogotá: Editorial Planeta, 1989), 215.
3 Melo, Nueva Historia de Colombia, 215.
4 Fabio Zambrano, “Presentación introductoria”. En Medios y nación. Historia de los medios en Colombia, ed. por Museo Nacional de Colombia (Bogotá: Ministerio de Cultura, 2003).
5 José Manuel Jaimes, Historia del periodismo político en Colombia (Bogotá: Italgraf, 1989), 34-35.
6 Laura Suárez de la Torre, “La producción de libros, revistas, periódicos y folletos en el siglo XIX”. En La república de las letras. Asomos a la cultura escrita de México decimonónico, comp. por Belem Clark de Lara (México: Universidad Autónoma de México, 2005), 22.
7 Suárez de la Torre, “La producción de libros, revistas, periódicos y folletos en el siglo XIX”, 22.
8 Elías José Palti, El tiempo de la política. El siglo XIX reconsiderado (Buenos Aires: Siglo XIX Editores, 2007), 186-187. También alude a Elías José Palti, “La transformación del liberalismo mexicano en el siglo XIX del modelo jurídico de la opinión pública al modelo estratégico de la sociedad civil”, 67-95. En Actores, espacios y debates en la historia de la esfera pública en la ciudad de México, coord. por Cristina Sacristán (México: UNAM, 2005), 88.
9 Francisco Curiel Defosse, “Letrados centenarios: 1910, 1921”. En Asedios a los centenarios (1910 y 1921), ed. por Virginia Guedea (México: Fondo de Cultura Económica, 2009), 283-369.
10 Enrique Florescano, Memoria mexicana (México: Fondo de Cultura Económica, 2002), 531-588.
11 Florescano, Imágenes de la Patria (México: Taurus, 2005).
12 Se trata de la publicación que contiene las actas de las reuniones de la Comisión del Centenario en Colombia.
13 Mona Ozouf, “La fiesta, bajo la revolución francesa”, Hacer la historia, ed. por Pierre Nora y Jaques Le Goff (Barcelona: Editorial Laia, 1985), 261-282.
14 Rafael Díaz, “De la intolerancia a la necesidad de la convivencia entre las culturas. A propósito de los 500 años del ‘descubrimiento de América’”, Boletín de Historia 9, n.o 17-18 (1992): 13-15.
15 Pedro N’dongo Ondo Andeme, “¿Encuentro de dos mundos? Reflexiones acerca de la conmemoración del V Centenario del ‘descubrimiento’ de América”, Boletín de Historia 9, n.o 17-18 (1992): 37-45.
16 Con motivo de la Exposición Conmemorativa del Bicentenario del año 2010, el Museo Nacional publicó un libro titulado Las historias de un grito. Doscientos años de ser colombianos. En dicho texto es abordado el tema del centenario, pero no es visto en su especificidad según los marcos de las distintas opiniones que despertó en la prensa.
17 Carlos Martínez Assad, La patria en el Paseo de La Reforma (México: Fondo de Cultura Económica, 2005).
18 Mauricio Tenorio Trillo, Artilugio de una nación moderna. México en las exposiciones universales, 1880-1930 (México: Fondo de Cultura Económica, 1998).
19 Tenorio Trillo, Artilugio, 9-11.
20 Mariana Borrero, Opinión pública sobre la presencia de México en la exposición Universal de París en 1889 (México: Universidad Iberoamericana de México, 2010).
21 Roger Chartier, El presente del pasado, o escritura de la historia, historia de lo escrito (México: Departamento de Historia-Universidad Iberoamericana, 2005). Ver capítulo “La opinión pública en el siglo XIX de la presente edición”, 28-29.
22 Rosario Hernández, Los banquetes del centenario. El sueño gastronómico del porfiriato (México: Rosa M. Porrúa Ediciones, 2010).
23 Annick Lempérière, “Los dos centenarios de la independencia mexicana (1910-1921): de la historia patria a la antropología cultural”, Historia Mexicana XLV, n.° 2 (1995): 317-352.
24 Rebecca Earle, “‘Padres de la patria’ and the ancestral past: commemorations of independence in nineteenth-century Spanish American”, Journal of Latin American Studies 34 (2002): 775-805.
25 Gerson Ledezma, “El pasado como forma de identidad: Popayán en la conmemoración del Primer Centenario de la independencia 1910-1919”, Memoria y sociedad 11, n.o 22 (enero-junio 2007): 69-86.
26 Frederic Martínez, “¿Cómo representar a Colombia? De las exposiciones universales a la Exposición del Centenario. 1851-1910”. En Museo, memoria y nación. Memorias del Simposio y IV Cátedra Anual de Historia Ernesto Tirado Restrepo, ed. por Martha Segura (Bogotá: Ministerio de Cultura, 2000), 329.
27 Raúl Román Romero, “Memorias enfrentadas: centenario, nación y Estado. 1910-1921”, Memorias 2, n.° 2 (2005).
28 Santiago Castro-Gómez, Tejidos oníricos. Movilidad, capitalismo y biopolítica en Bogotá. 1910-1930 (Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2009), 25-57.
29 Elías José Palti, “De la historia de las ‘ideas’ a la historia de los ‘lenguajes políticos’. Las escuelas recientes de análisis conceptual: el panorama latinoamericano”, Revista Anales 7-8 (2004-2005): 63.
30 Para ampliar la información sobre las diversas propuestas relacionadas con la historia de los conceptos, es pertinente remitirse a trabajos como Rudolf Valkhoff, “Some similarities between Begriffsgeschichte and the history of discourse”, Contributions 1, n.o 2 (march 2006): 83. Palti, “De la historia”, 63-71. Javier Fernández Sebastián, Diccionario político y social del siglo XIX español (Madrid: Editorial Alianza, 2002), 26.
31 Específicamente se alude a Reinhart Koselleck y a algunos historiadores pertenecientes a la Escuela de Cambridge, como se aborda más adelante. Ver Valkhoff, “Some similarities”, 83-84.
32 Elías José Palti, “Temporalidad y refutabilidad de los conceptos”, Prismas. Revista de Historia Intelectual, 9 (2005): 19-35.
33 Palti, “De la historia”, 74.
34 Quentin Skinner, Lenguaje, política e historia (Buenos Aires: Universidad de Quilmes, 2007), 13.
35 Para ampliar la propuesta ver de John Langshaw Austin, Cómo hacer cosas con las palabras y acciones (Barcelona: Paidós, 1971).
36 Fernández Sebastián, Diccionario político y social del siglo XIX español, 26.
37 Skinner, Lenguaje, 15.
38 Palti, “De la historia”, 71.
39 Palti, “De la historia”, 67.
40 Skinner, Lenguaje, 14-15.
41 Quentin Skinner, Lenguaje, política e historia (Bernal: Universidad Nacional de Quilmes, 2007), 13.
42 Skinner, Lenguaje, 15.
43 Valkhoff, “Some similarities”, 84-85.
44 Fernández Sebastián, Diccionario político y social del siglo XIX español, 26.
45 Fernández Sebastián, Diccionario político y social del siglo XIX español, 25-26.
46 Fernández Sebastián, Diccionario político y social del siglo XIX español, 26.
47 Fernández Sebastián, Diccionario político y social del siglo XIX español, 24-25.
48 Reinhart Koselleck, Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos (Barcelona: Ediciones Paidós, 1993), 209.
49 Koselleck, Futuro pasado, 334.
50 Koselleck, Futuro pasado, 334.
51 Fausta Gantús, “Justo Sierra: el proyecto de una identidad integradora”. En Construcción de las identidades latinoamericanas. Ensayos de historia intelectual. Siglos XIX y XIX, ed. por Aimer Granados y Carlos Marichal (México: Colegio de México, 2004), 107.
52 Skinner, Lenguaje, 17.
53 Ver Reinhart Koselleck, “Historia de los conceptos y conceptos de historia”, Ayer 53, n.o 1 (2004): 28. y Javier Fernández Sebastián, Diccionario político y social del mundo iberoamericano (Madrid: Fundación Carolina, 2009), 26-27.
54 Palti, “De la historia”, 71-72.
55 Fernández Sebastián, Diccionario político y social del siglo XIX español, 28.
56 Palti, “De la historia”, 73.
57 Koselleck, Futuro pasado, 337.
58 Koselleck, Futuro pasado, 339-340.
59 Reinhart Koselleck, The practice of conceptual history (Stanford: Stanford University Press, 2002), 111-112.
60 Koselleck, The practice, 127-128.
61 Koselleck, Futuro pasado, 43-44.
62 Aimer Granados, “Imaginarios culturales sobre España en la celebración del centenario de la independencia de Colombia”, En Enemigos íntimos. España, lo español y los españoles en la configuración nacional hispanoamericana 1810-1910, coord. por Tomás Pérez Vejo (México: Colegio de México, 2011), 246.
63 Aimer Granados, “Hispanismo, nación y proyectos culturales. Colombia y México: 1886-1921. Un estudio de historia comparada”. Memoria y Sociedad 9, n.o 19 (julio-diciembre de 2005): 5-18.