Читать книгу Historia intelectual y opinión pública en la celebración del bicentenario de la independencia - María Isabel Zapata Villamil - Страница 8
ОглавлениеCONFIGURACIÓN DE LA OPINIÓN PÚBLICA EN AMÉRICA LATINA: LA NUEVA HISTORIA INTELECTUAL
A lo largo de este capítulo, se explora cómo se configuró la opinión pública de finales del siglo XIX y comienzos del XX, la cual cimentó los discursos generados en torno a la celebración del centenario de la independencia, tanto en Colombia como en México. Solo conociendo sus rasgos principales es posible comprender de igual modo las características y las motivaciones e intenciones que generaron los discursos en torno al centenario de la independencia, en un sentido que trasciende su simple contenido. En concordancia, no solamente se estudiará cómo y qué se discutía en esas sociedades sobre un hecho específico, sino también las implicaciones que tiene la concepción misma de opinión pública adentro de ello, al igual que su formación, sus medios de expresión, quiénes intervenían en ella y con qué fines.1
Para no centrarse simplemente en los contenidos incluidos en la prensa de comienzos del siglo XX, como fue antes mencionado en la introducción, se partirá de lo que hoy se conoce en algunos círculos académicos como la nueva historia intelectual.2 Esa nueva historia intelectual se preocupa por analizar los cambios semánticos dados, para reconstruir los lenguajes que se gestan en un periodo específico.3 Por su parte, el análisis de esos lenguajes no solo tiene como objeto el conjunto de términos que los integran, sino que también contempla el análisis de la manera como estos se fueron creando. Para eso, se hace necesario ver los cambios de sentido que sufren los conceptos; las diversas formas como se relacionan, y la manera como aparecen nuevas constelaciones de conceptos, según los cambios de sentido que operan en ellos.4 Se arguye que los cambios de significado de algunos conceptos adquieren sentido cuando son observados a la luz de los nuevos lugares de articulación, según sus contextos. Es posible encontrar un ejemplo de tales propuestas en la obra de François Xavier Guerra;5 más específicamente, en su estudio sobre el ciudadano en América Latina.6 En dicho trabajo, Guerra considera que los atributos correspondientes al ciudadano no se dan de hecho, sino que se construyen como resultado de un proceso cultural que se organiza adentro de una historia personal y social. Según ese marco, el ciudadano no era el mismo en la república antigua que el que es en la actualidad, o la nación moderna no será la misma que la nación del antiguo régimen.7
Con el objetivo de postular un estudio el cual se aproxima a los conceptos contenidos en los discursos que constituyen la opinión pública, la presente investigación no se concentrará solamente en analizar los significados y los sentidos de dichos conceptos, sino también en contemplar su constante proceso de desgaste, desplazamiento y renovación.8 Con tal objetivo presente, no es pertinente limitar la observación al conocimiento general de la lengua, sino que los aspectos mencionados se deben relacionar simultáneamente con la familiaridad que tiene una sociedad con ello: con el uso continuo o discontinuo de determinado concepto. En este capítulo, se estudiará cómo el concepto de opinión pública no ha sido estático, ni puede ser concebido como algo separado de la acción; a continuación, se arguye que, como otros conceptos, este se convierte en mediador de la acción de la política moderna: le da sentido a esta, y sirve de punto de apoyo para las instituciones.9 En esa medida, cuando se habla de analizar la opinión pública del centenario de la independencia en Colombia y México, no solo se habla de lo que se dijo sobre tal celebración; de quién lo dijo; qué medio utilizó, y a quién le habló, sino que también se contempla para qué lo hizo, o en busca de qué efecto.10 De tal modo, a lo largo este capítulo se explora cómo se conformó la opinión pública y quiénes intervinieron en ella. En concordancia, se analizará lo que se dijo y mediante qué medio se dijo, al igual que cómo y para qué se dijo en los siguientes tres capítulos.
Concepto de opinión pública en el siglo XIX según sus definiciones e historia
En términos generales, este primer capítulo estará dedicado a definir el tipo de opinión pública que se organizó entre finales del siglo XIX y comienzos del XX; algo que lleva a considerarla el nuevo marco en el que se articulaban los discursos del momento. De tal modo, primero se estudiará cómo se define ese concepto en los diccionarios durante el siglo XIX, y a continuación se abordará cómo se ha configurado la opinión pública de acuerdo con su propia historia.
En primera instancia, es posible contemplar los cambios que la noción de opinión pública contiene según la forma como aparece en los diccionarios y la manera en que es caracterizada. En el Tesoro de la lengua española castellana,11 publicado en el año 1611 y preparado por Sebastián de Covarrubias, aparece solamente la palabra opinión. Aquel volumen contiene la afirmación de que esa noción solo puede tener carácter de certeza desde la perspectiva de la ciencia porque, de lo contrario, es posible que puedan aparecer varias opiniones ante una misma cosa, con lo que sería incierta y quedaría sin autoridad. Por otro lado, la palabra público aparece por aparte, refiriéndose a lo que todos saben y es “notorio publica vos y fama”.12 Igualmente, en el Diccionario de la Real Academia Española de 1737 se encuentra la idea de que toda opinión era algo incierto, pues se podían encontrar opiniones distintas de una misma cosa.13 Lo mismo se encuentra en las definiciones de los años 1780, 1803 y 1869. Así, el cambio se sitúa en la nueva característica que se le adjudicó, desde 1869, a la definición de público; delimitación que empezó a incluir una caracterización por grupos, tendiéndose a hablar de públicos, en plural: “el conjunto de las personas que participan de unas mismas aficiones o con preferencia concurren a determinado lugar. Así se dice que cada escritor o cada teatro tiene su público”.14 Como se nota en el año 1914, es claro que la definición de público fue ampliándose por el sinnúmero de sustantivos a los que se les empezó a adjudicar la característica de público, como administración, fe, calle, deuda, higiene, lo cual mostraba cada vez más la necesidad de control por parte del Estado en algunos asuntos en los que no se inmiscuía.15 Solo hasta 1956, se incluyó el adjetivo de público en la definición de opinión, en el Diccionario de la Academia de la Lengua, lo cual quería decir “sentir o estimación en que coincide la generalidad de las personas acerca de asuntos determinados”.16 Con lo que se acaba de exponer, lo cual se confirmará más adelante, se evidencia en qué grado a lo largo del siglo XIX la opinión pública se fue asentando y diversificando en su interior. Así como ya se evaluaron distintas definiciones relacionadas con la opinión y lo público por separado, se expondrá más adelante cómo la opinión pública se fue alejando del criterio de verdad e, internamente, se fue diversificando en conformidad con múltiples grupos de intereses que entraban en confrontación y negociación. Lo expuesto evidencia que, si se inicia con la consulta del concepto en el diccionario, es posible encontrar pistas de su cambio, pero si se recurre a la historia misma de la noción, será posible ahondar en su proceso de constitución.
Cabe recordar que, para saber lo que las palabras quieren decir, se recurre por lo general a los diccionarios, con la finalidad de contemplar sus significados; no obstante, para enriquecer el sentido que estas tienen para una sociedad, es esencial recurrir al significado que se les ha dado en sus desarrollos y usos específicos. De tal modo, el concepto de opinión pública solamente apareció como tal en Europa durante la segunda mitad del siglo XVIII. Desde la antigüedad, con términos distintos se referían situaciones parecidas, pero nunca iguales. Por ejemplo, Protágoras hablaba de la creencia de la mayoría, Heródoto de la opinión popular, Demóstenes de la voz pública de la patria, y en otras ocasiones se hicieron comunes nociones como vox populi y opinión común.17 De acuerdo con Cándido Monzón, ese término apareció por primera vez cuando Rousseau pronunció su discurso llamado “Discurso sobre las ciencias y las artes” en la Academia de Dijon, en 1750.18 Simultáneamente, en Europa se comenzó a dar un largo proceso mediante el cual la conciencia empezó a tener libertad, y la cultura salió de los claustros para ubicarse en las manos de los individuos. Desde el Renacimiento, se inició con Nicolás Maquiavelo el realce de los intereses del individuo y de sus virtudes.19 Aquel proceso se unió progresivamente a la implementación de nuevos elementos difusores de la cultura; tal fue el caso del uso de la imprenta en lo concerniente a nuevas formas de difundir ideas. De igual modo, se originaron discusiones en salones y cafés, mientras que las hojas volantes impresas, los líbelos, las gacetas y los periódicos del siglo XVII francés se hicieron cada vez más regulares.20 En tanto, la prensa se consolidaba cada vez más en las postrimerías del Antiguo Régimen, con la función de informar a los súbditos las decisiones de los gobernantes. Dichos periódicos tuvieron incluso la función de mantener el Antiguo Régimen, en tanto que intentaban disminuir la crítica que se levantaba por otros medios como el líbelo y el chisme. Paradójicamente, al mismo tiempo fueron abriendo un ambiente de debate y, así, la posibilidad de que el público se pensara a sí mismo con el poder de fiscalizar las acciones de los gobernantes. En ese sentido, la autoridad de los gobernantes del Antiguo Régimen se vería disminuida, puesto que la opinión pública comenzó a ser concebida como el árbitro supremo de la legitimidad de estos.21 Al lado de dichos desarrollos del área cultural, se presentaron cambios en otros aspectos de la sociedad que condujeron a crear tal ambiente crítico. Entre ellos cabe mencionar la aparición de la imprenta de tipos movibles, la cual permitió la comunicación con personas lejanas, en un momento el que la voz no funcionaba por su presentismo. Aquel recurso ayudó a generar un ámbito propio de nuevas observaciones y de otras conversaciones a distancia.22 De igual modo, la reforma protestante fue otro impulsor de la crítica, pues supuso profundos cuestionamientos a la autoridad y a la jurisprudencia papal; asimismo, benefició el surgimiento de una economía capitalista, al igual que el de una burguesía.23 En el contexto hispanoamericano, concretamente cuando, con las Cortes de Cádiz, la libertad de imprenta fue decretada como un derecho político, individual y universal, apareció una nueva autoridad diferente a la de los Gobiernos locales y los supremos poderes, que se denominó a sí misma opinión pública.24
Se toma como base que la opinión pública tiene una concepción polisémica y que, para acercarnos a los distintos significados que abarca, es posible tener como puntos de partida los diccionarios, así como los discursos de pensadores del pasado que han reflexionado sobre ella directamente. Sin embargo, otro modo de aproximación a ella, que complementa los dos anteriores, consiste en que la constitución del mismo concepto contiene una experiencia histórica; acorde con esas tres nociones, resulta posible el acercamiento a lo que fue la opinión pública en el momento de la celebración del centenario de la independencia en México y Colombia. De tal modo, la razón por la cual se plantea la necesidad de indagar la historia de la opinión pública como concepto consiste en que, según la óptica del presente estudio, se considera que ninguna de las definiciones dadas a lo largo de la historia se sitúa encima de las otras; no hay una más verídica que otra; no hay un modelo ideal de opinión pública, o un deber ser. Tal carácter histórico conduce a explicar su naturaleza, así como sus atributos y actores, en la medida en que corresponden a cada momento histórico, sin que se deba pensar que alguno sea mejor que otro. Así, si se abordan textos sobre opinión pública,25 como lo afirma Francisco Ortega, se han producido varias reflexiones que preceden la del alemán Jürgen Habermas en tal sentido.26 A lo largo de estas se ha contemplado la opinión pública según distintos ángulos. Aquello coincide con el hecho de que es vista como lo que el público piensa y expresa de los asuntos de interés; lo que los medios dicen que son los temas de interés,27 y el grado en que se la considera un lugar estratégico de discusión.28 No obstante, precisamente el libro de Habermas consolidó un campo de estudio alimentado por amplias discusiones.29 A su vez, esas discusiones30 han sido impregnadas por el ser y el deber ser; por lo real que refleja el término, y por las expectativas que debería cubrir. De tal modo, en su texto Historia y crítica de la opinión pública, Habermas trata el tema específico de la esfera pública liberal. El autor alemán enfatiza en su argumentación en que la aparición de la opinión pública estuvo fuertemente ligada a un proceso histórico: “el cambio estructural de la publicidad está incrustado en la transformación del Estado y la economía”.31 Habermas parte así de considerar, a grandes rasgos, la opinión pública, en la medida en que corresponde con los discursos que se producen racionalmente, y que circulan con el fin de poner sobre la mesa los intereses de la clase burguesa. Para él, con esa nueva aparición, la opinión pública se ubicó en nuevos espacios físicos, como los salones, los cafés, y en las salas de reuniones y de asociaciones cívicas, así como en los nuevos espacios de comunicación letrada, como la prensa. Incluso, por centrarse en el tema de la opinión pública liberal, algunos han llegado a afirmar que Habermas la plantea como el ideal de la comunicación política.32
Con lo anterior, se ha expuesto cómo Habermas presenta la opinión pública desde el punto de vista histórico; sin embargo, tan solo se ha aludido a tres países europeos, al igual que a un momento específico. Por su parte, en concordancia con una perspectiva más general, Gonzalo Capellán de Miguel33 arguye que la opinión pública ha pasado por cuatro etapas desde su aparición. Cada una se define según qué es aquello, como actúa y quién opina. De tal suerte, en el primer periodo que plantea, Capellán de Miguel se refiere a esta como una opinión que, bien sea en el ámbito de lo privado o en el de lo público, versa sobre la conducta de un individuo, y dicho dictamen proviene de alguien ubicado en el círculo cercano. Según el mismo autor, el segundo momento, que comienza en la segunda mitad del siglo XVIII, se caracteriza por su cariz moderno, dado que en él la opinión pública pasa a ser ese grupo de las minorías cultas que todo Gobierno busca como apoyo. Para Capellán de Miguel, en aquel periodo, el cual se extendió hasta el siglo XIX, la opinión pública era lo que legitimaba el poder político. En tanto, el tercer momento se inició en la segunda mitad del siglo XIX, y se organizó en torno al surgimiento de las ciencias sociales, en medio del cual el conjunto de la sociedad fue definido como el nuevo centro de la opinión, y como un organismo vivo sujeto a análisis. El cuarto momento, que aún vivimos, es delineado por el predominio en la sociedad de los medios de comunicación masiva, el cual fue notorio desde la década de los ochenta del siglo XX. A esta periodización general de las características cambiantes de la opinión pública, Capellán de Miguel incorpora además la atención correspondiente a las particularidades específicas de cada país y región, según sus condiciones históricas.34
Así, a lo largo del pequeño recorrido que se ha trazado en torno a la definición de la opinión pública, es posible identificar cómo los principales elementos que la han integrado a lo largo de su historia son los espacios, los medios, los discursos y las negociaciones; aspectos que han ido dirigidos hacia la consolidación de un poder comunicativo. En concordancia, a lo largo de este trabajo se explorará cómo cada uno de estos elementos tiene su propia especificidad según las características del país que se analice, en el marco de su desarrollo histórico.
Cambios cualitativos y cuantitativos de la opinión pública a mediados del siglo XIX y comienzos del XX
A finales del siglo XIX en América Latina, el horizonte conceptual que se comenzó a conformar alejaba a los individuos de un mundo que requería de la autoridad divina para su funcionamiento normal. En ese momento, tal giro no se concentraba en cuántas personas dejaron de creer en Dios o en qué tan opuesta a la autoridad eclesiástica se volvió la población. Los individuos podían mantener sus creencias sobre Dios, pero en la práctica y en términos generales, Dios salió del centro de la vida de los individuos. Al respecto, Elías José Palti nos recuerda que el vacío que dejó Dios en la vida de los hombres fue llenado pronto por otros objetos de adoración como la patria, la nación, la libertad, la historia y la revolución.35 En este sentido, algunas formas de enseñar la vida de Jesús, así como los modos de adoración que se utilizaron en el culto católico y su lenguaje, empezaron a ser parte de nuevos cultos laicos. Y esta fue precisamente una de las características principales que adoptó la opinión pública de mediados del siglo XIX hasta comienzos del XX. De estos hechos precisamente da cuenta Carlos Forment en su obra, cuando muestra que el lenguaje católico fue precisamente lo que se usó en la vida pública; de igual modo, configuró el marco que permite explicar los contenidos transmitidos por las diversas asociaciones que aparecieron a lo largo del siglo XIX, tanto cívicas como económicas y políticas.36 Lo anterior se estudiará a fondo en el segundo, tercer y cuarto capítulo del presente escrito; de igual modo, las procesiones que tuvieron lugar durante las celebraciones del centenario, tanto en Colombia como en México en honor a la historia y los héroes de la patria, junto con los apelativos de santos a dichos héroes utilizados en los periódicos tanto de Colombia como de México, serán expuestos más ampliamente en el último capítulo del texto.
En paralelo al proceso de desarrollo de sistemas democráticos y republicanos en los países latinoamericanos durante el siglo XIX, la esfera pública experimentó progresivamente mayor o menor autonomía con relación a las autoridades políticas; de igual modo, al final del siglo XIX, dichos países ingresaron gradualmente al proceso de modernización. Sin embargo, la opinión pública no solo fue producto de los cambios ocurridos en la sociedad; además, fue pieza clave para que se desarrollaran los procesos de modernización social y política que habrían de suceder en la América Latina del siglo XIX.37 Luego de que la república triunfara sobre las intenciones monárquicas que retornaron a México personificadas en Maximiliano, con el largo periodo en que el Gobierno estuvo a manos de los liberales, se instauró un ambiente de inestabilidad por las alianzas, la exclusión entre competidores y la búsqueda de conciliación con anteriores grupos en conflicto.38 Dicha inestabilidad puede verse reflejada en las disputas ocasionadas por las candidaturas de determinado personaje, las cuales podían empezar con insultos personales, y terminar en agresiones físicas. En esa medida, el honor fue impuesto como norma; como un elemento preciado por las personas.39 Esa forma de hacer política se vio reflejada en los cambios y en las nuevas características que tuvo la opinión pública, lo cual hizo al mismo tiempo que la opinión influyera en tal situación.
A lo largo de este apartado, se explorará cómo la opinión pública tuvo una función primordial en el sistema político; algo que será expuesto también, a lo largo del próximo capítulo, con el caso de la prensa.40 De tal modo, se podrá en evidencia de qué modo se convirtió en el elemento articulador de las nuevas redes políticas que se generaban. Según ese horizonte, la prensa se convirtió durante la segunda mitad del siglo XIX en el principal medio utilizado para hacer política.41 En el ámbito local, regional y nacional, no se respondía de manera vertical en los partidos políticos; en esa medida, la prensa comenzó a transformarse en el medio con el cual algunos sectores locales y regionales podían recurrir al apoyo nacional, según sus intereses. De tal modo, los partidos eran constituidos por círculos que creaban alianzas inestables, lo cual hacía que los miembros de un partido no votaran monolíticamente a la hora de ir a las urnas, sino que se recurría a la negociación permanente. En medio de este panorama, la opinión pública dejó de ser el tribunal neutral en su concepto clásico, en cuyo caso los periódicos eran vehículos de ideas o de argumentos, o eran determinantes por su efecto persuasivo; por su parte, la prensa pasó a ser importante por su capacidad de generar hechos políticos e intervenir en la escena partidista; se convirtió así en la base para articular o desarticular las redes partidistas.42 En general, después de la segunda mitad del siglo XIX, la opinión pública pasó a ser “un campo de intervención y deliberación agonal para la definición de identidades subjetivas colectivas”,43 en el cual la prensa hacía que los sujetos se identificaran con cierta comunidad de intereses y valores.
Desde las asociaciones, la prensa y los cafés que existieron tanto en Bogotá como en ciudad de México, se crearon puntos de fuerte oposición a los Gobiernos los cuales trataban por todos los medios, de controlarlos, bien fuera destruyendo los edificios, en el caso de los cafés, para modernizar la ciudad, o creando una fuerte competencia. De igual modo, inyectaron grandes sumas de capital a los periódicos que apoyaban al Gobierno y, en algunos casos, encerraron a los directores de periódicos de oposición en prisión, o cerraron los periódicos. Tal fue el caso de la Sociedad Espiritista Central de la República de México, creada en 1872 por los generales Manuel Plowes y Refugio Ignacio González. Esta aglutinaba a sus asociados alrededor de un credo religioso y filosófico, así como en torno a un reglamento. Asimismo, existía la Sociedad Espírita de Señoras. En tanto, para 1873 ya había en ciudad de México diez sociedades espiritistas que reconocían a la Central. Dicho movimiento espiritista tuvo profundas raíces liberales, tenía un discurso unitarista, expresaba sus profundas fobias a lo que denominaba la tiranía del cientificismo, y añoraba al legendario Partido Liberal.44
En el caso de México, otra de las asociaciones más conocida durante el porfiriato fue el Ateneo de la Juventud, ya que dicha organización generó un fuerte movimiento de crítica a las justificaciones filosóficas del régimen. En un inicio, a ella pertenecieron estudiantes de la Escuela de Jurisprudencia. Entre sus miembros encontramos a Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Martín Luis Guzmán, Pedro Henríquez Ureña, Julio Torri, Antonio Caso, Jesús Tito Acevedo, Carlos González Peña, Rafael López y Alfonso Cravioto. Aquel grupo de pensadores se caracterizó por su oposición a los científicos,45 motivo por el cual en algunos textos46 fue considerado uno de los semilleros de la Revolución Mexicana. En torno a estas asociaciones, se empezó a generar la mayor oposición contra el porfiriato y el grupo de los científicos en quienes se apoyaba el régimen; de tal modo, el movimiento se creó por medio de las agrupaciones liberales y de la prensa liberal de oposición con poca circulación, de los que surgieron los clubes liberales y las organizaciones sociales y políticas que dieron inicio a la Revolución Mexicana, con sus bases sentadas en el Movimiento Antirreeleccionista.47
Los cafés pronto se convirtieron en lugares palpitantes de la ciudad, en los que se hablaba de las actividades de la vida cotidiana y se leía el periódico; fueron, asimismo, centros importantes de conspiración, espionaje, y sitios en donde se discutían los acontecimientos de la actualidad política.48 El primer café abierto en México se llamó el Café Manrique. Sus comensales eran conocidos como petimetres, recetantes, planchados, currutacos o manojitos mexicanos, y por lo general eran vagos, desempleados o cesantes.49 De igual modo, los más famosos de ese tipo fueron el Café-restaurante de Chapultepec y El Rendez Vous de México, por su elegante ubicación en el Bosque de Chapultepec, y por la preferencia que la clase dirigente tenía de estos a la hora de organizar sus fiestas y reuniones. Cabe añadir incluso que el primero de ellos fue el más usado por las comitivas diplomáticas para los lunches ofrecidos durante las fiestas del centenario de la independencia. Esos cafés fueron avasallados poco a poco en algunos sectores de la ciudad, presas del proceso de modernización. Con motivo de la celebración del centenario de la independencia, se destruyeron muchos edificios coloniales como el de la Concordia, que era una construcción del siglo XVIII, en donde quedaba el Café de la Concordia. Resulta reseñable que los testigos de la época afirmaban que aquella no fue la muerte de un edificio, sino de una época de costumbres afrancesadas.50 Igual suerte sufrió el Café Manrique, el cual quedaba en las calles Tacuba y Monte de Piedad, y que cerró sus puertas en 1906, para dejar de ser el “cuartel de escritores modernistas, donde Gutiérrez Nájera oficiaba como sumo pontífice”.51
En términos generales, las dos principales características de la opinión pública a lo largo del siglo XIX son la permanencia del lenguaje católico en algunas de sus expresiones provenientes de la tradición colonial, y su fuerte cercanía con el tema político, tanto en las asociaciones como en la prensa y en los cafés. A continuación, se expondrán más detalladamente los cambios cuantitativos y cualitativos que se operaron en ella en general, desde la segunda mitad del siglo XIX hasta comienzos del XX.
Cambios cuantitativos
Como fue mencionado anteriormente, los cambios a continuación expuestos se dieron en la opinión pública durante el siglo XIX, tanto a nivel cualitativo como cuantitativo. Durante la segunda mitad del siglo XIX, dichos cambios se hicieron más profundos en su relación con el número y los tipos de asociaciones que existían.52 En México, se fundaron específicamente 1400 asociaciones cívicas entre los años 1857 y 1881. De igual modo, fue notorio que en la última década del siglo XIX ese aumento fuera mayor. Durante la última década, los testigos afirmaron que por todas partes se creaban entidades como asociaciones artísticas, congresos científicos y asociaciones de obreros.53 Además de aumentar en sí el número de las asociaciones, estas empezaron a ser de varios tipos: grupos de ayuda mutua, clubes sociales, asociaciones deportivas, logias masónicas, agrupaciones de inmigrantes, sociedades profesionales, círculos literarios, entre otros.54 Es posible encontrar un ejemplo de lo anterior durante la República Restaurada y el porfiriato,55 momento en el que se originó la fiebre asociacionista. Al igual que las asociaciones, los periódicos aumentaron; su número fue en incremento, y su variedad también creció. Lo anterior sucedió principalmente en las ciudades capitales; en Buenos Aires, La Nación y La Prensa producían cada uno 18 000 ejemplares en 1887. Según Hilda Sábato, en Buenos Aires se producía un diario por cada cuatro habitantes.56 En el valle de México, se concentraba el 26 % de los periódicos producidos en todo el país.57
Asimismo, la prensa tuvo en México un aumento muy importante durante el final del siglo XIX. En 1871, el diario El Mensajero afirmaba que por todas partes brotaban diarios.58 Y, aunque desde 1840 ya habían empezado a aparecer revistas dirigidas a señoritas, al igual que temas para niños en esas y otras publicaciones, con el objeto de ampliar el número de lectores,59 a comienzos del siglo XX, el tipo de temas se comenzó a ampliar para aumentar los lectores a los que se dirigían los periódicos.60
Por otro lado, hay un aspecto de la amplitud cuantitativa relacionado con las características de la opinión pública en ese sentido; aspecto que impide pensar que, en el caso de la producción de periódicos como tal, aquella noción solo se relacionaba con la demanda real de estos. En consecuencia, una de las particularidades más importantes de la opinión pública durante el siglo XIX era su carácter político; además, se afirma que la legitimidad de los Gobiernos comenzó a depender de tal aspecto. Lo anterior trae como consecuencia que aquellos periódicos apoyados por los gobernantes cuidaran su imagen y procuraran ser los más leídos, ya que eso no medía su estabilidad económica, sino que tal aspecto dependía del apoyo que podía recibir un gobernante de parte de la población. Con lo anterior se hace referencia al hecho de que el amplio número de ejemplares patrocinados por el porfiriato era asignado a los empleados del Estado, caracterizados por su gran número. En efecto, Pablo Piccato sugiere que el gran número de la producción no mostraba en todos los casos la demanda de la prensa como producto, sino que representaba la capacidad de producción y el deseo de un gobernante por mostrar su poder y su respaldo a la población, en la medida en que algunos ejemplares podían obedecer a suscripciones de empleados públicos.61 Por ejemplo, en 1907 el porfirista El Imparcial produjo 125 000 ejemplares al día, mientras que en 1911 El país imprimió 200 000. Lo anterior contrasta con el número de alfabetos que vivían en la época en ciudad de México, que solo eran 94 000. En consecuencia, es increíble que el tiraje de un solo periódico sobrepasara el número de la población alfabeta de la ciudad.62 Aquello indicaría que este número no se relaciona directamente con la demanda real de los periódicos, como correspondería a la compra y la venta de la información, sino a sus perspectivas como bien de un grupo político, a la manera sugerida por Piccato.63
Una situación similar sucedió en Colombia, cuando se notó que el número de periódicos en circulación no iba relacionado con la demanda proveniente de la población. Tal aspecto es evidente en la queja del periódico La Fusión, postulada en el artículo “Movimiento periodístico”.64 En él, se afirmaba que la proliferación de periódicos surgía en un ambiente de libertad de prensa, pero la molestia residía en que no había tanta gente en condiciones de leer todo lo que se producía. En 1910, en una Bogotá que contaba con 150 000 habitantes, solo se tiraban 3000 ejemplares de un título; en aquel mismo momento, en un país tan pequeño como Nicaragua, había diarios que tiraban diariamente 5000 números.65 A diferencia de lo observado en los periódicos y en el Estado mexicano, en Colombia no había condiciones económicas para inyectar amplias sumas de capital y tener la tecnología disponible para imprimir muchos ejemplares. En Colombia, el aumento no se evidenciaba en los tirajes en sí mismos, sino en el número de títulos,66 lo cual evidencia que la opinión pública se encontraba muy dividida en diversos grupos, como veremos a profundidad más adelante.
Cambios cualitativos
Con relación a los cambios cualitativos que experimentó la opinión pública durante la segunda mitad del siglo XIX, el primero que llama nuestra atención es el anotado por Elías José Palti67 con respecto al aporte sustancial que hizo François Xavier Guerra a la historiografía del periodo. Guerra anotaba cómo la sociedad había empezado a ser pensada como una gran asociación de sujetos reunidos voluntariamente, cuyo conjunto era la nación o el pueblo. Mientras se experimentaba una nueva sociabilidad basada en individuos que se reunían por vínculos contractuales asumidos libremente, en ella se empezaba a fundamentar el nuevo imaginario social moderno. Según Guerra, en estas asociaciones de la segunda mitad del siglo XIX se constituyeron espacios autónomos, autogobernados y solidarios, en donde se promovía una sociedad libre, fraterna y republicana; de tal modo, además de ser una especie de escuelas en donde se impartía civismo y civilidad, las asociaciones también fueron sendos ejemplos de funcionamiento republicano.68 Las asociaciones no fueron solamente muestras de una opinión pública moderna, en tanto que eran espacios de discusión de temas en común —cabe señalar, lugares en los que las personas se reunían por iniciativa propia—, sino que también eran evidencia de aquello en la medida en que su organización interna permitía que los individuos de una sociedad practicaran vivamente la vida republicana.69 De tal modo, según su forma de conformarse, las asociaciones fueron motores de prácticas democráticas, ya que luego de la segunda mitad del siglo XIX fue posible implementar adentro de ellas cotidianamente la igualad social y la igualdad política entre sus miembros.70 Claro está que, en el marco de las reglas democráticas que comprendían la organización de las asociaciones, se crearon jerarquías y se formaron disputas entre los grupos que eran miembros por integrarse a la parte superior de ellas.71 Además, en la práctica, dichas asociaciones podían ser a la vez asociativas y exclusivistas; fueron una forma de integración social y de participación política igualitaria, pero al mismo tiempo mostraron sensibilidad ante las diferencias que había entre sus miembros.72 De tal modo, si en lo político eran restrictivas, en lo social no, o viceversa.73 Mientras que en las asociaciones políticas los principios políticos eran vigilados celosamente, en las asociaciones científicas, las élites culturales de los países tenían la posibilidad de mezclarse como compatriotas, y no como enemigos políticos. Precisamente dichos grupos fueron creados en México antes de la revolución; movimientos masivos no violentos, organizados para desarmar el autoritarismo: agrupaciones que construyeron además alianzas en otras regiones con otros grupos similares, así como con periódicos, clubes políticos, y otras asociaciones similares.74 Como se ha expuesto, dichas asociaciones tuvieron caracteres muy variados, y su relación con los partidos políticos también lo fue. Cabe señalar que el hecho de que aquellas colectividades tuvieran cercanía con un partido, o con una facción católica o protestante, no las hacía más o menos democráticas. No obstante, ante la falta de atención del Estado, en la mayoría del territorio latinoamericano los ciudadanos fueron más partícipes democráticamente en el ámbito de las asociaciones que en el ámbito puramente político; en consecuencia, se creó una contradicción entre las prácticas del día a día y la vida institucional.75 Mientras en su interior las asociaciones implementaban prácticas democráticas, en aquel mismo contexto las elecciones eran muy corruptas. En este caso se observa el ejemplo de México, en donde días antes de las elecciones de julio de 1910, el Gobierno federal instruía a los delegados locales para que arrestaran a los candidatos de su localidad, como fue el caso específico de Francisco Ignacio Madero, quien había sido encarcelado el 7 de junio de 1910, días antes de que se celebraran las elecciones de presidente y vicepresidente.76
Como ha sido mencionado, y será ejemplificado más adelante, el lenguaje referencial de la opinión pública fue el católico.77 En las celebraciones del centenario de la independencia de México y Colombia, la retórica católica resultó siendo utilizada para referirse a los héroes de la patria.78 Así, el vocabulario del catolicismo cívico79 fue trasmitido, tanto por las asociaciones como por la prensa, a lo largo del área rural y urbana de México.80 De esa manera, Carlos Forment afirma que algunas actitudes tradicionales, como mantener los referentes del catolicismo cívico, permitieron que se incorporaran nuevas prácticas políticas, con lo que se alejaron de una planteamiento dicotómico entre la tradición y la modernidad.81 Es posible encontrar algunos ejemplos de esas nuevas prácticas políticas, en los que se notan mezclas de tradición y modernidad política, principalmente en los eventos de promulgación de las primeras constituciones de la época de la independencia. Antonio Annino muestra un ejemplo de lo anterior cuando examina las coincidencias en los pueblos mexicanos de las fechas dedicadas a los santos con la de la promulgación de la Constitución de 1812. Tal situación no se dio solamente por iniciativa de la población, sino que las mismas cortes decretaron que cada párroco diera el sermón sobre las bondades del código, lo cual finalizó con una procesión con una copia de la Constitución por todo el pueblo; evento en el que participaron todos los estamentos de la sociedad.82 Junto con el sinnúmero de asociaciones estudiadas en el texto de Carlos Forment para los casos de México y Perú, en el caso de Colombia es fundamental una de particular interés. Además de ser un claro ejemplo de la puesta en práctica de procedimientos democráticos, en la Asociación San Vicente de Paul participaron algunos de los políticos más importantes de la época, y varios de los presidentes de la república del cambio de siglo. Dicha asociación, la cual fue creada en 1857,83 se caracterizó porque sus autoridades se escogían mediante la votación de sus miembros; y además porque adentro de sus funciones estaba educar a los artesanos según las necesidades de su labor. De igual modo, entre sus presidentes se cuentan José Manuel Marroquín84 y Carlos Eugenio Restrepo. Este último además fundó la Cruz Roja y la Sociedad de Mejoras Públicas de Medellín.85
Como consecuencia de la diversificación dada en las asociaciones, la sociedad se fragmentó en un sinnúmero de agrupaciones plurales que no buscaban acceder a una verdad como fin último, sino defender y articular mutuamente sus intereses específicos. En ese caso, se dio un quiebre de las idealizaciones de unificación de lo social y de un origen único primitivo, lo cual tuvo como resultado una nueva forma de realidad política.86 En aquel ambiente, la verdad que buscaba la opinión pública durante la primera mitad del siglo XIX por medio de argumentos racionales, fue sustituida por la consecución del bien común con base en acuerdos a corto plazo, lo cual obligó a que el orden se construyera y reforzara constantemente; en consecuencia, su percepción se hizo inalcanzable.87 En ese contexto, la prensa se constituyó como una nueva forma de articulación del espacio público; un escenario en el que se conciliarían las ideas de la deliberación racional y la democracia.88 Un ejemplo de lo anterior fue el esencial papel que desempeñaron los diarios en la creación y el desmoronamiento de las listas para las elecciones. En Colombia, por ejemplo, es de gran relevancia cómo algunos políticos se quejaban de encontrarse en varias listas, a pesar de no haber dado su autorización definitiva. Lo anterior es evidente además en la carta que Carlos Arturo Torres escribió a la Junta Republicana, en la cual afirmaba que se había enterado en la prensa y en las hojas volantes pegadas en las paredes de que había sido incluido en la lista de la Junta como candidato a la Asamblea Nacional Constituyente de 1910, en representación del Distrito Electoral de Tunja. Si bien aquel es un honor que Torres agradece, también lo declina, por no estar de acuerdo con el carácter restringido de los temas a tratar en dicha Asamblea.89 Por otro lado, en México, la correspondencia de Porfirio Díaz muestra quejas de políticos que advierten no ser incluidos en algunas listas electorales, a pesar del apoyo del general Díaz.90 En el siguiente apartado, se ampliarán esos temas, pues se explicará cómo la opinión pública pasó de concentrarse en el modelo forense a consolidarse en el estratégico; análisis organizado según los términos que propone Elías José Palti.91
Cambio del modelo jurídico al estratégico
En el presente apartado, se fijará la atención en uno de los cambios más importantes que experimentó la esfera pública, entre los señalados por Elías José Palti en sus escritos. Así se hace referencia al hecho de que, durante la segunda mitad del siglo XIX, se originó una reconfiguración de la opinión pública; reestructuración que condujo a que, adentro del ambiente deliberativo, se adoptará un discurso estratégico. Cabe señalar que, según Annick Lempérière, el modelo jurídico de la opinión pública tiene su origen antes del siglo XVIII, y significó el escrutinio de las acciones individuales en público; marco que supuso fijar la reputación de un individuo.92 Por su parte, Palti hace alusión al modelo jurídico como el concepto moderno de opinión, en el que la opinión pública sería un tribunal neutral que buscaba llegar a una única verdad por medio del contraste de pruebas y argumentos disponibles. Sin embargo, la prensa tuvo mucha importancia en la formación de dicho modelo jurídico (forense) de la opinión pública. Es fundamental señalar entonces que la prensa surgió en la Nueva Granada a finales del siglo XVIII, con la función de informar a los súbditos las decisiones de los gobernantes; no obstante, los periódicos que la conformaban comenzaron a ser utilizados para mantener la legitimidad de los gobernantes, al convertirse en instrumentos que buscaban disminuir el papel deslegitimador que tenían otros medios como el líbelo y el chisme. En medio de ese escenario, los periódicos abrieron un ambiente de debate y, de este modo, dieron lugar a la posibilidad de que el público pensara que contaba con el poder de fiscalizar las acciones de los gobernantes. De esa manera, la autoridad de los gobernantes del antiguo régimen se resquebrajó, al instituirse la opinión pública como el árbitro supremo de la legitimidad de la autoridad; así, se instaló el modelo forense de la opinión pública.93 Al privar a las autoridades políticas de una autoridad basada en una figura divina, como ya se mencionó, el sustento de la legitimidad pasó a concentrarse en la voluntad de los sujetos, lo cual se encarnaría en la opinión pública.94 Por eso, durante todo el siglo XIX los gobernantes invocaban el poder de la opinión pública en busca de respaldo. En aquel momento, se hizo muy difícil que los Gobiernos se mantuvieran en el poder si se oponían a la opinión pública; en consecuencia, como se explorará más adelante, buscaban estrategias para controlarla.95
La discusión sobre las acciones de los gobernantes llegaba a la fuerte confrontación, siendo promovida principalmente por la prensa; en aquel contexto, los actores “se enfrentaron de manera enconada”, con tal de llevar a cabo determinados proyectos políticos y programas sociales, y se llegó al extremo de embarcarse en la guerra misma si las condiciones así lo requerían, como fue el caso de la Guerra de los Mil Días. Tales confrontaciones surgieron por el deseo inamovible de construir un Estado y una sociedad acorde con actitudes fanáticas, intolerantes e irracionales. Así, se asentaron principalmente las relaciones basadas en la dicotomía que opone al amigo y al enemigo.96 Por eso, el respaldo de la prensa era tan importante para un mandatario. Según eso, la prensa mexicana fue vivo reflejo de cómo los gobernantes buscaban el respaldo de la prensa, en el momento de la celebración del centenario de la independencia. En primera medida, la tranquilidad y el desarrollo de la prensa obedecieron al fuerte control y al autoritarismo con que se trató la política durante el porfiriato. En esa medida, la prensa y la opinión pública fueron expresiones del fuerte control que ejerció Porfirio Díaz. De igual modo, tanto en Colombia como en México, los procesos de innovación tecnológica en gran medida surgieron en el seno de instituciones relacionadas con grandes sumas de capital y, en el caso de México, con las subvenciones del Gobierno. Por eso, los periódicos con capacidades superiores para responder a las necesidades del mercado, e imprimir un mayor número de periódicos a un costo más bajo, eran los que apoyaban a profirió Díaz, mientras que los pertenecientes a la oposición se veían enfrentados a la competencia desleal y a las persecuciones políticas.
El modelo jurídico de la opinión pública forense
En su artículo “La transformación del liberalismo mexicano”,97 Elías José Palti muestra cómo se conformó la opinión pública moderna o, como también la denomina en varios de sus escritos, el modelo jurídico de la opinión pública. Se lo llama de aquel modo porque esta era una especie de tribunal neutro que, luego de evaluar las evidencias y los argumentos que estaban en juego, buscaba llegar a la “verdad del caso”.98 En el contexto mexicano, la República Restaurada fue precisamente el punto culminante de la opinión pública forense. A lo largo de aquel periodo, se desarrolló un sinnúmero de periódicos que tuvieron una función clave para la articulación del sistema político, lo cual generó una crisis del concepto deliberativo de opinión pública.99 A pesar de que la prensa del momento se ufanaba al afirmar que era independiente de los asuntos del poder político, es notorio cómo sus intereses se mantuvieron inocultablemente adentro de la contienda política, e incluso adentro de los odios partidistas. Lo anterior, de igual modo, sucedió con las facciones que se integraban al interior de los partidos.100
El modelo estratégico de la opinión pública
En tanto que se abandonó la concepción de que podía haber una verdad posible en torno de la cual giraban los discursos para llegar a ella, la opinión pública dejó de ser un espacio de debate, y se convirtió en un contexto de disputa y de negociación estratégica.101 Según ese modelo estratégico, la opinión pública se empezó a definir como el parecer de un grupo limitado de hombres de honor, cohesionados como grupo y, por tanto, capaces de ofrecer dictámenes sobre problemas vitales de la sociedad.102 Hubo así una transición de un modelo jurídico, en el que predominaron los abogados, a un modelo estratégico de sociedad civil, en el que el plantel político dejó de ser conformado mayoritariamente por abogados, y empezaron a sobresalir los médicos. En aquel modelo, en el que la legitimidad no provenía de una autoridad externa, la sociedad comenzó a ser vista como la encarnación del ideal republicano del autogobierno; como la rúbrica del autocontrol de las tendencias antisociales.103 De ese modo, la sociedad comenzó a tener como objetivo la modelación de conductas colectivas, en cuyo caso los elementos que podían contaminar al conjunto de la sociedad eran apartados,104 en cárceles y sanatorios. Ese hecho explica por qué el primer acto del centenario de la independencia fue la inauguración del sanatorio de enfermos mentales de ciudad de México; edificación construida por el hijo de Porfirio Díaz. Lo anterior evidencia qué tan relacionada estuvo la celebración del centenario de la independencia, tanto en México como en Colombia, con su presente; muestra que aquella conmemoración no fue la recordación de un hecho tal y como pasó, sino un evento en el que se evaluó la experiencia adquirida para alcanzar la paz, el anhelado orden y el progreso, con la finalidad de así proyectarse hacia la civilización occidental. Cabe entonces señalar que ese último proceso de gradual integración a Occidente se había ido dando a lo largo del siglo XIX en los países latinoamericanos.105
Como se señaló con anterioridad, el espacio social se fragmentó en un sinnúmero de asociaciones, debido a que los actores sociales ya no buscaban una verdad absoluta, sino que se centraban en defender y armonizar sus intereses.106 En últimas, la sociedad en su conjunto no se organizaba en torno a una verdad única, sino alrededor de la búsqueda de un bien común. Consecuentemente, la negociación sobre ese bien común se convirtió en una lucha de intereses competitivos; así, era imposible mantener la noción de un solo interés común. En el caso de México, la oposición denunciaba que la competencia había dejado de organizarse en torno al bien común, y por el contrario era notoria la competencia por alcanzar los beneficios de un Estado regulador fortalecido.107 Por tanto, el orden era escaso, y permanecía en constante negociación y búsqueda. De esa manera, según el marco del modelo estratégico, el espacio público se convirtió en un foro de debate, de ideas de oposición y de articulación de intereses siempre singulares, en busca de lo que comenzó a llamarse el bien común, y no de la verdad, como se daba en el modelo forense o jurídico.108 Es así notorio cómo, en aquella época, los contemporáneos eran conscientes de tal situación. En su obra Idola Fori, Carlos Arturo Torres define los ídolos del foro, no como productos de la crítica racional, sino como “abstracciones que no corresponden a la concreción de una realidad categórica, a intangibles fantasmas de la plaza pública, se les han ofrendado más lágrimas y sangre que a las divinidades crueles del politeísmo oriental”.109 Es posible encontrar ejemplos de lo anterior, en los que la
prensa es un actor central en la arena política: refleja los puntos de vista de diversos sectores de la opinión pública, sirve para ventilar los pleitos y discusiones de la clase política e incluso es herramienta indispensable para los levantamientos armados.110
Dichas discusiones se vieron reflejadas en los temas de historia tratados con motivo de la celebración del centenario en Colombia. Entre los periódicos La Fusión y La Unidad, se discutió el significado de José Hilario López en la celebración del centenario de la independencia. Mientras La Unidad afirmaba que las fuentes utilizadas para incluir a José Hilario López como actor importante de la independencia no eran veraces, La Fusión decía que no era posible cuestionarlas porque eran inéditas. Como es notorio por el lenguaje utilizado, en esas discusiones se exaltaban más las pasiones que los hechos contundentes, con la finalidad de respaldar los debates. Para defender su postura, La Fusión arguye que ha “dicho que solo por pasión, ceguedad o decrepitud, puede argumentarse y cualquier persona imparcial tendrá que concedernos la justicia plena”.111
Lo anterior condujo a que, en el marco de la opinión pública, las asociaciones fueran internamente escuelas de prácticas democráticas; no obstante, como ya se señaló, eso no excluyó la ausencia de ciertos elementos fundamentales. Simultáneamente, se buscaba contrarrestar dicha exclusión entre los grupos por medio de negociaciones políticas momentáneas que debían conducir a un diálogo igualitario y no violento. Por eso, varios autores han señalado la relación que hay entre el honor y opinión pública a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Cabe mencionar entre ellos a Pablo Piccato, quien afirma que el honor y la opinión pública se relacionaban en tanto que se situaban en medio de los mecanismos sociales e ideológicos de la exclusión.112 De lo anterior da cuenta en México el prestigio que logró el grupo de los científicos, gracias a la disociación que hizo de los periodistas independientes.113 Esta actitud afectó la variedad y la autonomía que debían caracterizar a los periódicos en México. En principio, Porfirio Díaz controlaba los ataques opositores, subsidiando el mayor número de periódicos posible, para así manejar por todos los flancos a la oposición; sin embargo, con el paso del tiempo, dicha oposición se fue controlando cada vez más, hasta que solo con un periódico se apuntaba a alcanzar dicho objetivo: por esto, luego de la creación de El Imparcial en 1896, los subsidios se centraron en ese medio, y los demás periódicos tuvieron dificultades para sobrevivir, mientras que la censura y los ataques contra la prensa de oposición se intensificaron. Durante las dos últimas décadas del siglo XIX, aparecieron muchos periódicos liberales como El Diario del Hogar (1881-1912) y La Patria (1877-1914), pero El Imparcial (1896-1914), de Rafael Reyes Spindola, fue la publicación dominante del escenario noticioso, en tanto que mostraba la transformación del liberalismo y su conjugación con el positivismo científico. Con el paso del tiempo, los liberales se empezaron a dividir en dos: los que estaban en el poder, conocidos como positivistas y luego como científicos, y los radicales, doctrinarios, puros o jacobinos. Entre los primeros, las principales publicaciones destacadas como exponentes fueron El Imparcial y La Libertad, y entre los medios radicales es fundamental señalar El Diario del Hogar y El México Nuevo.114 De tal suerte, el prestigio social de los periodistas fue uno de los puntos neurálgicos según ellos consideraban; los ataques contra tal área les restaba credibilidad.115 En todo caso, a las persecuciones de Díaz se sumaba el ascenso social de algunos periodistas favorables al régimen, como producto de recomendaciones, subsidios y padrinazgos.116 Al mismo tiempo, la necesidad de los periódicos de sobrevivir, así como la ecuanimidad de las opiniones, ponían a los periódicos en una encrucijada por el uso que hacían el Gobierno y los políticos de los subsidios para controlar el medio.117
Tan fuertes llegaron a ser los enfrentamientos por el honor que, en muchos casos, tanto en Colombia como en México, incluso se optó por el duelo. En el caso de México, encontramos lances que tenían por lo general orígenes políticos, y que se usaban para someter a las partes en disputa a un arbitraje el cual permitía preservar la reputación y contaba con la aprobación de la opinión pública, a pesar de su naturaleza ilegal. En algunos casos, en el modelo estratégico de la opinión pública se ponía fin a la discusión con la muerte, y no con la argumentación organizada en busca de la verdad, como sucedía con mayor frecuencia en el modelo forense de la opinión pública. Como ejemplo de ese paso de las palabras a la acción, se encuentra el caso del duelo de honor llevado a cabo el 27 de abril de 1880 entre los periodistas Irineo Paz y Santiago Sierra, en el que aquel, hermano de Justo Sierra, perdió la vida.118
1 Para ampliar más esta postura con respecto a los estudios de opinión pública, es recomendable recurrir a Gonzalo Capellán, Opinión pública. Histórica y presente (Madrid: Editorial Trotta, 2008).
2 En Colombia se pueden encontrar trabajos como los de Miguel Ángel Urrego, Eduardo Posada Carbó y Renán Silva. Ver Rafael Rubiano Muñoz, Prensa y tradición. La imagen de España en la obra de Miguel Antonio Caro (Bogotá: Siglo del Hombre Editores, 2011), 30.
3 Para profundizar sobre este desarrollo ver Palti, “De la historia”.
4 Palti, El tiempo de la política, 16-17.
5 Para ver uno de los debates que se entablaron sobre la obra de François Xavier Guerra, recomiendo los artículos: Medófilo Medina, “En el bicentenario: consideraciones en torno al paradigma de François Xavier Guerra sobre las ‘revoluciones hispánicas’”, Anuario de Historia Social y de la Cultura 37, n.o 1 (enero-junio 2010); Roberto Breña, “Diferencias y coincidencias en torno a la obra de François Xavier Guerra. Una réplica a Medófilo Medina”, Anuario de Historia Social y de la Cultura 3, n.o 1 (enero-junio 2011), y Medófilo Medina, “Alcances y límites del paradigma de las ‘revoluciones hispánicas’”, Anuario de Historia Social y de la Cultura 38, n.o 1 (enero-junio 2011).
6 François Xavier Guerra, “El soberano y su reino. Reflexiones sobre la génesis del ciudadano en América Latina”. En Ciudadanía política y formación de las naciones. Perspectiva histórica de América Latina, coord. por Hilda Sábato (México: Fondo de Cultura Económica, 1999), 33-61.
7 Guerra, “El soberano”, 33.
8 Javier Fernández Sebastián, “Las revoluciones hispánicas. Conceptos, metáforas y mitos”. En La revolución Francesa: ¿matriz de las revoluciones? (México: Universidad Iberoamericana, 2010), 133-134.
9 Fernández Sebastián, “Las revoluciones hispánicas”, 133-134.
10 Para ver una referencia sobre la sociología funcionalista de la comunicación en las propuestas de Harold Laswell, consultar en Armmand Mattelart y Michele Mattelart, Historia de las teorías de la comunicación (Madrid: Paidós, 1997), 28-32.
11 Sebastián de Covarrubias, Tesoro de la lengua española castellana (Barcelona: Horta, 1943), 837-838.
12 Covarrubias, Tesoro, 886.
13 Real Academia Española. http://buscon.rae.es/ntlle/SrvltGUIMenuNtlle?cmd=Lema&sec=1.0.0.0.0.
14 Real Academia Española.
15 Real Academia Española.
16 Real Academia Española.
17 Cándido Monzón Arribas, La opinión pública. Teorías, conceptos y métodos (Madrid: Editorial Tecnos, 1987), 15.
18 Monzón Arribas, La opinión pública, 18.
19 Quentin Skinner, Machiavelli. A very short introduction (Nueva York: Oxford, 2000), 39.
20 Monzón Arribas, La opinión pública, 18-21.
21 Palti, El tiempo de la política, 188.
22 Guillermo Zermeño, La cultura moderna de la historia. Una aproximación teórica e historiográfica (México: Colegio de México, 2004), 34.
23 Vincent Price, La opinión pública: esfera pública y comunicación (Barcelona: Paidós, 1994), 23 y José A. Ruiz San Román, Introducción a la teoría clásica de la opinión pública (Madrid: Editorial Tecnos, 1997), 15-31.
24 Annick Lempérière, “República y publicidad a finales del Antiguo Régimen (Nueva España)”. En Los espacios públicos en Iberoamérica. Ambigüedades y problemas. Siglos XVIII-XIX, François Xavier Guerra (México: Fondo de Cultura Económica, 1998), 54-79.
25 Se pueden poner como ejemplos a Monzón Arribas con su texto sobre opinión pública, y a James Van Horn Melton, La aparición del público durante la ilustración europea (Valencia: Universidad de Valencia, 2009).
26 Francisco Ortega, Disfraz y pluma de todos: opinión pública y cultura política. Siglos XVII y XIX (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas, Centro de Estudios Sociales-University of Helsinki, The Research Project Europe, 2012), 16.
27 Cándido Monzón Arribas, La opinión pública, 11.
28 Elías José Palti, La invención de la legitimidad. Razón y retórica en el pensamiento mexicano del siglo XIX. (Un estudio sobre las formas del discurso político) (México: Fondo de Cultura Económica, 2005), 315.
29 El libro de Jürgen Habermas Historia y crítica de la opinión pública salió a la luz en 1962, y tuvo mucha acogida en distintos sectores de la sociedad europea. Primero, fue difundido en Francia; luego, se publicó en español, y más tardíamente apareció en inglés.
30 El mismo François Xavier Guerra echa de menos que la obra de Habermas se haya centrado únicamente en Europa al analizar la forma como se conformó la opinión pública, y no se tocara a América Latina, y sus especificidades. Ver François Xavier Guerra, Los espacios públicos en Iberoamérica. Ambigüedades y problemas. Siglos XVIII-XIX (México: Fondo de Cultura Económica, 1998), 9.
31 Jürgen Habermas, Historia y crítica de la opinión pública (Barcelona: Gustavo Gili, 1997), 11.
32 Georg Leidenberger, “Habermas en el Zócalo: la ‘transformación de la esfera pública’ y la política del transporte público en la ciudad de México, 1900-1947”. En Actores, espacios y debates en la historia de la esfera pública en la ciudad de México, coord. por Cristina Sacristán (México: UNAM, 2005), 179-197.
33 Capellán, Opinión pública, 11-16.
34 Capellán, Opinión pública, 11-16.
35 Elías José Palti, “Pensar históricamente en la era postsecular. O el fin de los historiadores después de la historia”. En El fin de los historiadores. Pensar históricamente en el siglo XIX, ed. por Pablo Sánchez León y Jesús Izquierdo Martín (Madrid: Siglo XXI, 2008), 32-33.
36 Carlos Forment, Democracy in Latin America. 1760-1900 (London & Chicago: The University of Chicago Press, 2003), 437.
37 Hilda Sábato, “Nuevos espacios de formación y actuación intelectual: prensa, asociaciones, esfera pública (1850-1900)”. En Historia de los intelectuales en América Latina. Vol. 1. La ciudad letrada, de la conquista al modernismo, ed. por Carlos Altamirano (Buenos Aires: Katz Editores, 2008), 394.
38 Se hace alusión a lo sucedido después de los primeros intentos de Iturbide por imponer una monarquía.
39 Pablo Piccato, “Honor y opinión pública: la moral de los periodistas durante el porfiriato temprano”. En Actores, espacios y debates en la historia de la esfera pública en la ciudad de México, coord. por Cristina Sacristán (México: UNAM, 2005), 151-152.
40 Capellán, Opinión pública, 44.
41 Paula Alonso, “Introducción”. En Construcciones impresas. Panfletos, diarios y revistas en la formación de los Estados nacionales en América Latina, comp. por Paula Alonso (México: Fondo de Cultura Económica, 2003), 8-9.
42 Elías José Palti, “Los diarios y el sistema político mexicano en tiempos de la República Restaurada”. En Construcciones impresas. Panfletos, diarios y revistas en la formación de los Estados nacionales en América Latina, comp. por Paula Alonso (México: Fondo de Cultura Económica, 2003), 175.
43 Palti, “Los diarios”, 178.
44 Se hace referencia al partido comandado por Juárez y no por Porfirio Díaz y sus seguidores, los científicos. Antonio Saborit, “El movimiento de las mesas”. En Recepción y transformación del liberalismo en México. Homenaje al profesor Charles Hale, coord. por Josefina Zoraida Vázquez (México: El Colegio de México, 1999), 56-59.
45 Carlos Monsivais, “Del saber compartido en la ciudad indiferente. De grupos y ateneos en el siglo XIX”. En La república de las letras. Asomos a la cultura escrita del México decimonónico. Vol. 1. Ambientes, asociaciones y grupos. Movimientos, temas y géneros literarios, comp. por Belem Clark de Lara (México: UNAM, 2005), 105.
46 Lo anterior se arguye en tanto que dicho grupo se declaraba en contra del evolucionismo social de Spencer y de los científicos que lo practicaban, lo cual era considerado ir en contravía del discurso legitimador del Gobierno de Porfirio Díaz. Ver Guillermo Hurtado, “La reconceptualización de la libertad. Críticas al positivismo en las postrimerías del porfiriato”. En Asedios a los centenarios (1910 y 1921), ed. por Virginia Guedea (México: Fondo de Cultura Económica, 2009), 238.
47 Nora Pérez Rayón, “La prensa liberal en la segunda mitad del siglo XIX”. En La república de las letras. Asomos a la cultura escrita del México decimonónico. Vol. 2. Publicaciones periódicas y otros impresos, comp. por Belem Clark de Lara (México: UNAM, 2005), 157.
48 Clementina Díaz y De Ovando, “El café refugio de literatos, políticos y de muchos otros ocios”. En La república de las letras. Asomos a la cultura escrita del México decimonónico. Vol. 1. Ambientes, asociaciones y grupos. Movimientos, temas y géneros literarios, comp. por Belem Clark de Lara (México: UNAM, 2005), 75.
49 Díaz y De Ovando, “El café”, 76.
50 Díaz y de Ovando, “El café”, 86.
51 Belem Clark de Lara, “Generaciones o constelaciones?”. En La república de las letras. Asomos a la cultura escrita del México decimonónico. Vol. 1. Ambientes, asociaciones y grupos. Movimientos, temas y géneros literarios, comp. por Belem Clark de Lara (México: UNAM, 2005), 18.
52 Elías José Palti afirma que esto no solo sucedió en México o en Argentina, sino que en ultimas los latinoamericanos se reunieron en una amplia gama de grupos. Ver Palti, El tiempo de la política, 233.
53 Sábato, “Nuevos espacios”, 390.
54 Sábato, “Nuevos espacios”, 390.
55 Claro está que las cifras sobre la producción de periódicos son difíciles de determinar, en la medida en que los políticos apoyaban sus publicaciones por medio del pago de suscripciones, y eso impide saber con certeza el número real de suscriptores de los periódicos. Ese resultado llega por intermedio de los datos que tomó Piccato de la novela El cuarto poder de Emilio Rabasa, en donde consta que el periódico La Columna imprimía 400 ejemplares, de los cuales 100 eran distribuidos entre empleados de alto nivel, mientras los demás eran enviados a gobernadores que pagaban cada uno de ellos hasta 50 suscripciones. Piccato, “Honor y opinión”, 162-163.
56 Sábato, “Nuevos espacios”, 394.
57 Forment, Democracy in Latin America, 385.
58 Sábato, “Nuevos espacios”, 392-393.
59 Elisa Speckman Guerra, “Las posibles lecturas de las repúblicas de las letras. Escritores, visiones y lectores”. En La república de las letras. Asomos a la cultura escrita del México decimonónico. Vol. 1. Ambientes, asociaciones y grupos. Movimientos, temas y géneros literarios, comp. por Belem Clark de Lara (México: UNAM, 2005), 67.
60 Sábato, “Nuevos espacios”, 394.
61 Ver cita 40 en Pablo Piccato, “Jurado de imprenta en México: el honor en la construcción de la esfera pública. 1821-1882”. En Construcciones impresas panfletos, diarios y revistas en la formación de los Estados nacionales en América Latina, comp. por Paula Alonso (México: Fondo de Cultura Económica, 2003), 151.
62 Speckman, “Las posibles lecturas”, 65.
63 Ver cita 40 en Pablo Piccato, “Jurado de imprenta”, 151.
64 “Editorial: Movimiento periodístico”, La Fusión serie IX, n.o 204 (18 de febrero de 1910).
65 “Editorial: Movimiento periodístico”, La Fusión Serie IX, n.o 204 (18 de febrero de 1910).
66 Según cifras publicadas en el Diario Oficial Año XLV, n.o 13 753 (6 de agosto de 1909), en informe presentado por el secretario de la Cámara al Senado de la República, se aseguraba, con sus respectivos títulos, que en 1909 circulaban en todo el territorio colombiano un total de 301 periódicos.
67 Palti, El tiempo de la política, 234.
68 Sábato, “Nuevos espacios”, 389.
69 Más que ser unas organizaciones, dichos grupos eran la materialización concreta de las formas democráticas de vida en su interior en sus relaciones con otras asociaciones, según lo afirma también Carlos Forment, Democracy in Latin America, XV.
70 Forment, Democracy in Latin America, XI.
71 Este tema puede ser profundizado en Palti, La invención, 306-311 y en Sábato, “Nuevos espacios”, 391-397.
72 Palti, La invención, 311.
73 Consultar Palti, El tiempo de la política, 237 y Sábato, “Nuevos espacios”, 391-397.
74 Forment, Democracy in Latin America, 238.
75 Forment, Democracy in Latin America, 330.
76 “Fue aprehendido en Monterrey el ciudadano Madero”. México Nuevo. Diario Democrático. Patria, Verdad y Justicia año 2, n.o 490 (junio 8 de 1910), 1.
77 Al respecto, Gonzalo Sánchez afirma que al inicio de la historia de las asociaciones políticas hay una comprobable imbricación entre lo religioso y lo republicano, lo cual Pilar González denomina la “Sacralidad de lo Público”, ver: Gonzalo Sánchez, “Ciudadanía sin democracia”. En Ciudadanía política y formación de las naciones. Perspectiva histórica de América Latina, coord. por Hilda Sábato (México: Fondo de Cultura Económica, 1999), 433.
78 Aunque en Democracy in Latin America Carlos Forment plantea el concepto de catolicismo cívico, a la hora de desarrollarlo y mostrar cómo se mostró en la historia de México o Perú, este no queda claro, ni se lo desarrolla como se debería.
79 Forment, Democracy in Latin America, 330-338.
80 Forment, Democracy in Latin America, 385.
81 Forment, Democracy in Latin America, 428.
82 Antonio Annino, “Ciudadanía versus gobernabilidad republicana en México”. En Ciudadanía política y formación de las naciones. Perspectiva histórica de América Latina, coord. por Hilda Sábato (México: Fondo de Cultura Económica, 1999), 62-93.
83 Sociedad San Vicente de Paul, Memoria del presidente y discurso del socio. Señor Doctor Carlos Martínez Silva (Bogotá: Imprenta del Silvestre y Compañía, 25 de julio de 1880), 12.
84 Sociedad San Vicente de Paul, Memoria del presidente y discurso del socio, 3.
85 Carlos E. Restrepo, Antes de la presidencia (Medellín: Lotería de Medellín, 1982), 40.
86 Palti, La invención, 311.
87 Palti, “La transformación”, 90-92.
88 Palti, El tiempo de la política, 188.
89 Carlos Arturo Torres, Obras (Bogotá: Instituto Caro y Cuervo, 2001), 698-700.
90 Palti, El tiempo de la política, 196.
91 Palti, La invención, 311.
92 Annick Lempérière, “República y publicidad”, 63; Palti, “La transformación”, 72-73.
93 Palti, El tiempo de la política, 186-188.
94 Carlos Altamirano, “Introducción general”. En Historia de los intelectuales en América Latina. Vol. 1. La ciudad letrada, de la conquista al modernismo, ed. por Carlos Altamirano (Buenos Aires: Katz Editores, 2008), 37.
95 Palti, El tiempo de la política, 161.
96 Rubiano, Prensa y tradición, 24.
97 Palti, “La transformación”, 67-95.
98 Esta definición de la opinión pública forense como un aspecto unificado y articulado en torno a la verdad puede ser vista en el otro texto de Palti, El tiempo de la política, 187-188.
99 Palti, La invención, 396.
100 Maryluz Vallejo, A plomo herido. Una crónica del periodismo en Colombia (1880-1980) (Bogotá: Editorial Planeta, 2006), 68.
101 Palti, “La transformación”, 88.
102 Piccato, “Honor y opinión”, 146.
103 Palti, La invención, 315.
104 Palti, La invención, 451.
105 François Xavier Guerra, “La Revolución Mexicana en una perspectiva secular: mutaciones del liberalismo”. En Crisis, reforma y revolución: México: historias de fin de siglo, ed. por Leticia Reina y Elisa Servín (México: Taurus/Conacultura/Inah), citado en: Nora Pérez Rayón, “La modernidad y sus mitos: Juárez, el benemérito”. En Conceptualizar lo que se ve. François Xavier Guerra: historiador: homenaje, ed. por Erika Pani y Alicia Salmerón (México: Instituto Mora, 2004), 245-246.
106 Palti, La invención, 311; Palti, “La transformación”, 67.
107 Leidenberger, “Habermas en el Zócalo”, 180-182.
108 Palti, El tiempo de la política, 239.
109 Carlos Arturo Torres, “Idola Fori”. En Obras (Bogotá: Instituto Caro y Cuervo, 2001), 4.
110 Rafael Barajas Durán, El país de “el Llorón de Icamole”. Caricatura mexicana de combate y libertad de imprenta durante los Gobiernos del Porfirio Díaz y Manuel González, (1877-1884) (México: Fondo de Cultura Económica, 2007), 47.
111 “La carta de Flórez a Gamarra”, La Fusión serie XII, n.o 290 (2 de septiembre de 1910).
112 Pablo Piccato, “Jurado de imprenta”, 140.
113 Piccato, “Honor y opinión”, 146-147.
114 Pérez Rayón, “La prensa liberal”, 145-153.
115 Piccato, “Honor y opinión”, 163.
116 Piccato, “Honor y opinión”, 172.
117 Piccato, “Honor y opinión”, 162.
118 María Teresa Camarillo, “Los periodistas en el siglo XIX. Agrupaciones y vivencias”. En La república de las letras. Asomos a la cultura escrita del México decimonónico. Vol. 1. Ambientes, asociaciones y grupos. Movimientos, temas y géneros literarios, comp. por Belem Clark de Lara (México: UNAM, 2005), 153-163.