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III. EL MONSTRUO DEL LAGO

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Poco a poco, el paisaje fue cambiando y, antes de las 2, a través de las ventanillas empezó a verse un lago gigantesco, el más grande de Córdoba. Era Embalse de Río Tercero.

–Vamos a bajar unos minutos, chicos, así sacan unas fotitos –anunciaron los maestros.

Las chicas del Santa Faz caminaron juntas por una pasarela larguísima que terminaba en una torre, en medio del lago, y ahí se sacaron un montón de selfies: con cara de locas, con cara de aburridas, con cara de malas, sin cara (o sea, una foto de los pies).

Eran ocho:

Mili: “La linda”, según los chicos. Casi todos querían ser su novio. Inteligente aunque un poco vaga.

Paulina: La flaca. Le encantaba comprarse ropa, pero todo le quedaba grande y al final terminaba usando ropa de nena.

Virginia: La tímida. Estudiaba mucho y fue abanderada el año en que dieron un “premio al esfuerzo”. Toda la familia fue a verla, y fuentes no confirmadas dicen que le dio tanta vergüenza que nunca más se esforzó.

Lola: La grandota. Amiga de las chicas pero también de los chicos. A algunos varones les llevaba una cabeza. Subcampeona de pica pared (el campeón era Leo). Tocaba la flauta.

Majo: La miedosa “rara”, porque podía ver las peores películas de terror pero se moría de miedo con cualquier bicho que tuviera antenas o patas.

Pilar: La pesada. No por kilos, sino por personalidad. Elegía a una de las chicas y la seguía a todas partes. Después cambiaba de chica y no se le despegaba, y así. Un poco insegura. Necesitaba convencerse de que la querían.

Violeta: La mejor alumna. No estudiaba tanto como Virginia pero todo le salía fácil en clase y en los recreos también: siempre encontraba soluciones ingeniosas para los problemas.

Mariángeles: La “todo”, por lo menos para Benito. Buena amiga, linda, graciosa, buena alumna, valiente, simpática.

Mientras las chicas se sacaban fotos, algunos varones se acercaron a un guía que explicaba todo con números. Dijo que el dique tiene 50 metros de alto (como un edificio de 17 pisos) y 360 metros de largo (como 3 cuadras y media), que la superficie del lago mide como 7 canchas de River u 8 de Boca y que, con su central nuclear, da luz a 4.000.000 de personas, que es como 4 veces Rosario.

–¿Le preguntamos si fabrican armas nucleares en la central nuclear? –propuso Juan.

–Si las tienen, no te lo van a decir.

–Tenés razón, mejor no preguntemos.

En eso, el micro tocó la bocina: señal de que había que subir.

Arriba, los chicos discutieron sobre cuál de los estadios era más grande, el de Boca o el de River.

–Por algo se llama El Monumental –dijo un millonario.

–Sí, porque ustedes son de piedra –bromeó un bostero.

Los de la Bianchi enseguida se sumaron a la discusión y de nuevo hubo dos hinchadas, pero esta vez los colegios se mezclaron. Después siguieron charlando de jugadores, campeonatos y mundiales, mientras las chicas miraban las fotos que se habían sacado en el lago.

–¡Miren esta! –gritó Majo, de pronto–. ¿No ven algo acá en el agua?

–¿A ver…?

Se fueron pasando el celular de asiento en asiento.

–Para mí es la sombra de la torre.

–¡No, si la torre está súper lejos! Debe ser una lancha o algo…

–Nada que ver. Eso no es una lancha.

–Entonces debe ser…

–¡¡¡Un monstruo acuático!!! –gritaron Majo, Paulina, Mili y Pilar.

–¿Un monstruo? –se metieron los varones–. ¿A ver? ¡Cualquiera!

Varios se acercaron.

–Y… puede ser… –dijo Nacho–. En Córdoba hay muchos monstruos. El Chupacabras, por ejemplo.

–¿Qué? ¿Un monstruo que chupa cabras? –preguntó Lola.

–¡Obvio! ¿Qué va a chupar, chupetines?

Varios se rieron de nervios.

–El Chupacabras no es nada –dijo Maxi–. Adentro del cerro Uritorco hay una ciudad que se llama Erks. Cuando sus habitantes salen, se los ve como luces, porque en realidad están muertos.

–¡Nooooo! –gritaron las chicas.

–¿Se asustan con eso? –desafió Leo–. Entonces escuchen esta: en las minas vive el diablo en persona, y muchos mineros hicieron pactos con él y nunca más salieron.

–Menos mal que adonde vamos no hay ninguna mina –suspiró Mili.

–Pero mi hermano me contó que hay otra cosa… –se hizo el misterioso Juan.

–¿Qué cosa? –le preguntó Majo.

Pero Juan no pudo responderle, porque Violeta pegó un grito que retumbó en todo el micro:

–¡¡¡Es un dedo!!!

Los chicos se amucharon alrededor del celular. Probaron sacar otras fotos poniendo dedos en diferentes posiciones, y sí, daba ese efecto. El monstruo del Embalse de Río Tercero era el dedo de Majo.

Faltaba menos de una hora hasta Santa Rosa de Calamuchita, donde pasarían la primera noche, antes de llegar a El Durazno.

Benito y Leo volvieron a sentarse juntos. Benito quería, ahora sí, preguntarle cómo era tener novia o ser campeón del pica pared, pero le dio miedo que esas preguntas le cayeran mal. Estaba sacando de nuevo los auriculares, cuando Leo dijo:

–Traje caramelos.

Primero, cara de asombro de Benito. Después, la pregunta:

–¿De menta o de fruta?

Le pareció lindo que, ahora que eran amigos, le convidara caramelos. Pero no. Leo empezó a reírse como nunca.

–¡Ja, ja, ja, ja, ja! ¿Cómo voy a traer de esos caramelos, cabezón?

¿Sería cariñoso “cabezón”?

Leo siguió:

–Caramelos de chasco, nene. Y bombitas de olor.

–¿Y qué vas a hacer?

Leo le mostró los chascos.

–Vamos a hacer, Benito. Vamos… porque vos también vas a hacer una broma. ¿O para qué están los amigos?

A pesar de la seña de la amistad, se oía muy rara la palabra amigos en la boca de Leo. Benito sintió un apretujón en la panza y se preguntó si él quería hacer bromas.

Leo le explicó que las bombitas de olor podían ponerse abajo de una almohada, adentro de una zapatilla o de una bolsa de dormir. Y aunque Benito no le respondió ni sí, ni no, ni blanco, ni negro, Leo se inclinó hacia adelante y anunció:

–Che, Nacho, Benito va a poner una bomba en la carpa de las chicas.

–¿Qué? –se sorprendió Benito–. ¡No! ¡No te dije nada yo!

–Vos quedate tranquilo que no te van a agarrar. ¡Y si te agarran, no seas gallina! –rio Leo, doblando los codos como alitas.

En el asiento de adelante, Nacho también se reía.


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