Читать книгу Una voz en la casa prohibida - María Laura Dedé - Страница 7
IV. ¡CASI PIERDEN UNA VIDA!
ОглавлениеA las 3 de la tarde, una montaña de milanesas con puré los esperaban en el comedor del Hotel Estudiantil Santa Rosa de Calamuchita. Esta vez, los chicos de las dos escuelas se mezclaron en las mesas y, cuando terminaron, los del Santa Faz se prepararon para dar un paseo por la ciudad. Primera parada: el balneario del río Santa Rosa.
Era un lugar con asadores, mesas de cemento, arena y un kiosquito. Como todavía no estaban en época de vacaciones, había muy poca gente. No hacía tanto calor como para meterse en el agua, pero el día era ideal para hacer otra cosa: subirse al puente colgante. Era un puente de cincuenta metros de vértigo, porque… ¡se movía para todos lados!
Pablo y Chelo dijeron que iban a cruzarlo para ir al centro. Que durante el campamento, el nivel de dificultad de las excursiones iba a ir subiendo, y que este era el primero. Pero que no se confiaran: que se agarraran de las sogas de los costados y que ni se les ocurriera saltar.
Los chicos corrieron. ¡Se morían por cruzar ese puente hecho de tablitas y sogas! Las primeras tablas fueron tranquilas pero, poco a poco, los varones tomaron confianza, se balancearon a propósito y el puente empezó a bailar. Algunas chicas, al principio, también lo hicieron (Mariángeles y Lola, sobre todo). Pero después, dejaron de hacerlo porque los chicos ya estaban saltando, y el puente se hamacaba demasiado. Abajo, muy abajo, el río corría lleno de piedras.
–¡Paren, que nos caemos! –gritó Cecilia y se cayó.
Se cayó sobre el puente, no al río. Pero los maestros se enojaron el doble porque, además de desobedecer, los chicos no podían contener la risa.
–Por ser el primer nivel de dificultad fue bastante alto –dijo Juan.
–Sí, casi perdemos una vida –se rio Lola y dijo que subir niveles de dificultad en las excursiones se parecía al Crash Mountain, un juego de Internet en el que hay que cruzar ríos, escalar montañas y saltar desde precipicios.
Muchas de las chicas no lo conocían, así que Lola prometió que, si en el hotel había wi-fi, esa noche les enseñaría a jugarlo.
Después caminaron por el centro. Fueron a la feria artesanal (ahí estaba prohibido comprar), a la fábrica de alfajores (ahí podían comprar lo que quisieran) y a la Capilla Vieja, una antigua iglesia con una cruz enorme que habían tallado los comechingones, aunque muchos de ellos no creían en Jesús.
A la vuelta, pasaron de nuevo por el puente colgante y esta vez se balancearon menos, porque ya estaban más cansados.
En el balneario, se quedaron un rato. Treparon a un árbol caído (ahí se sacaron fotos), agarraron cascarudos, dibujaron en la tierra, y Paulina y Mili encontraron piedritas con forma de corazón.
Cuando empezaron a aburrirse, algunos quisieron meterse en el río porque, aunque eran casi las 7 de la tarde, tenían más calor que antes. Pero los maestros dijeron que no y, comiendo sus alfajores, cantando o mirando las fotos que habían sacado, volvieron al hotel.