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2. LAS DOS VÍAS DE “NATURALIZACIÓN” DE LA FILOSOFÍA PR?CTICA: LA NATURALIZACIÓN DE LAS NORMAS Y LA NATURALIZACIÓN DE LA MENTE

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De acuerdo con la concepción clásica de la responsabilidad (estoy pensando en la responsabilidad moral y jurídico-penal, entendida como reproche), para adscribir responsabilidad a un agente es necesario –al menos– (1) que exista un sistema de reglas (con el que juzgamos la conducta del individuo) y (2) que el agente haya actuado libremente, en el doble sentido de que tenga libertad de acción (que nuestras acciones sean consecuencias de la combinación de nuestros deseos con las creencias acerca de cómo satisfacerlos) y libertad de voluntad (que esos deseos y creencias sean a su vez, al menos en cierto grado, libres, controlables por el agente)5. Consecuentemente, el proceso de fundamentación de la filosofía práctica a partir de las ciencias empíricas se está llevando a cabo por dos vías (siendo necesario recorrer las dos para el éxito completo del proyecto): la primera, la “naturalización de la normatividad”; la segunda, la “naturalización de la mente” (y, con ella, de la acción).

La naturalización de las normas es el intento de dar cuenta de la normatividad a partir de las ciencias empíricas, en la línea del “darwinismo moral” de Spencer, que trataba de fundamentar las normas éticas en el proceso evolutivo, o de la “sociobiología” de E. O. Wilson, que pretendía explicar el comportamiento de todos los animales extrapolando el egoísmo genético del mundo de los genes a los demás ámbitos de la vida. En la actualidad, desde la neuroética muchos autores (J. Haidt, M. Hauser, Patricia Churchland y M. S. Gazzaniga, entre otros) proponen dar cuenta de las opiniones y creencias morales como un conjunto de intuiciones, emociones y capacidades en gran parte innato, inscrito en nuestro cerebro por las “fuerzas” de la evolución:

Hemos desarrollado –escribe Hauser– un instinto moral, una capacidad que surge en cada niño, diseñada para generar juicios inmediatos sobre lo que está moralmente bien o mal, sobre la base de una gramática inconsciente de la acción. Una parte de esta maquinaria fue diseñada por la mano ciega de la selección darwiniana millones de años antes de que apareciera nuestra especie; otras partes se añadieron o perfeccionaron a lo largo de nuestra historia evolutiva y son exclusivas de los humanos y de nuestra psicología moral (HAUSER, 2008: 17)6.

La naturalización de la mente, por su parte, es el intento de reconstruir los conceptos mentales –como creencia, decisión, intención, deseos, emociones, dolor, etc.– de manera que puedan ser aceptados por las ciencias de la naturaleza. La neurociencia ofrece técnicas –como, por ejemplo, la resonancia magnética funcional– que permiten detectar los cambios en el flujo sanguíneo en el cerebro en el momento en que el individuo realiza determinadas tareas motoras o está en ciertos estados cognitivos o emocionales, lo que parece permitir correlacionar estados mentales con estados cerebrales, de manera que ante la presencia de un estado cerebral determinado se podría suponer que el sujeto tiene el estado mental correspondiente. Esto sugiere una estrecha conexión entre estados mentales y estados cerebrales, conexión que los “neurofilósofos” interesados en la mente pueden tratar de usar para explicarla (veremos más adelante estos intentos de explicación de la mente).

En lo que sigue trataré de dar cuenta de algunos problemas de la naturalización de las normas y de la naturalización de la mente, que apuntan a la imposibilidad (e irrazonabilidad) de satisfacer la tesis del reemplazo, pero también a la necesidad de la tesis de la complementariedad.

Razonamiento jurídico y ciencias cognitivas

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