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Chismes del propio cuerpo por Agustina Paz Frontera

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Nunca me dejes de responder comienza con una cita del poeta argentino Héctor Viel Temperley, quizás uno de sus versos más resonantes junto con “Vengo de comulgar y estoy en éxtasis”: “Voy hacia lo que menos conocí en mi vida: voy hacia mi cuerpo”. El primer email que inaugura la correspondencia entre María Lucila Quarleri y Estefanía Enzenhofer, del 17 de junio de 2019, establece un código de lectura: “no me quedó muy claro sobre qué vamos a escribir”. No me queda claro pero voy hacia mi cuerpo, o quizás (tampoco queda claro) no voy sino que vengo de mi cuerpo. Vengo de mi cuerpo, me vengo encima, y vengo mi cuerpo enfermo. La correspondencia entre estas dos jóvenes escritoras feministas sucede en un período intensísimo de 6 meses, el tema principal es la enfermedad que cada una de ellas transita y cómo esos padecimientos del cuerpo trastocan el resto de sus vidas. Sin la necesidad de esperar meses la respuesta de la otra, como ocurre en tantos intercambios epistolares de escritoras con los que este libro hace familia, el diálogo fluye de forma encadenada, como si se fueran pasando las cuentas de un rosario que luego de una infancia ordenada se dejó en una cajita de recuerdos para dar paso a una adultez a carne viva. Así se van pasando la posta, se van correspondiendo en un mapa afectivo y conceptual que juntas diagraman sobre el territorio de la enfermedad. Qué pasa con la palabra y la voz propia, qué pasa con el sexo, con la productividad, con la familia primaria, dónde está la muerte, cuándo empezó esto: ¿es orgánico o es psi o no hay distinción entre contexto, mente, órganos? Leer estos mails entre dos amigas, mujeres vitales, creativas, críticas, produce un placer casi pudoroso, casi morboso, convierte a lxs lectores en voyeurs, espías de unas vidas íntimas aplastadas por el miedo y el dolor. ¿Quién no ha sentido el vértigo de leer un mensaje cuyo destinatario es otra persona? ¿Quién no ha entrado a revisar los mails de otre buscando con los nervios en flor algo que llene exactamente el hueco de la ansiedad, es decir quién no ha buscado en los mails de otre una palabra, una frase, que le de la razón? Lo mismo ocurre acá. Cuando Lucila y Estefanía nos dan la clave de sus cuentas de mail, nos abren a su diálogo íntimo, lo que encontramos es algo borroso, no muy claro, un pantano por el que es posible que pasemos, por el que pasamos o pasaron seres querides. Pero no encontramos solo chismes del propio cuerpo, en el intento de decir eso que se escapa se configura un pensamiento revitalizador, que ubica a las enfermedades como acontecimientos productores de sentido y de vida, y no únicamente como accidentes fatales, pérdidas, debilidades. “Amiga en las enfermedades”, le dice una en un mail a la otra, que le contesta “Amiga de las enfermedades”. Nunca me dejes de responder, juega en el mismo campo que la Teoría de la mujer enferma, de Johanna Hedva, que en su fabuloso ensayo presenta a las enfermedades de las personas feminizadas como modos de protesta contra las condiciones de vida políticas, económicas y culturales en las que habitamos en este momento histórico. De alguna manera lo que estas cartas revelan, cargadas de un sentido político feminista, es la pregunta de contra qué me enfermo o a qué está reaccionando este cuerpo (yo). Si para Hedva hay un cúmulo de condiciones sociales que intersectan para ser excluide y oprimide donde sea que fuere, en las protagonistas de esta novela la situación es otra, no parece haber más opresión que la de ser mujeres en un mundo machista y la de ser y portar estas patologías. “¿Cómo congeniar las enfermedades con estas guerreras feministas que somos?”, preguntan. Así lanzado, como al pasar, este es un gran interrogante para nuestros feminismos que sin querer o queriendo incorporan en su prescripción ser mujeres autosuficientes y poderosas, ajustadas a la ética neoliberal. Entonces una puede preguntar: ¿acaso la guerrera no guerrea porque hay algo que le falta? ¿Acaso la guerrera no es de por sí carente, débil, enferma y sale a buscar aquello que la calme? “¿Quién puso en mí esa misa a la que nunca llego?”, se pregunta también Viel Temperley. ¿Quién puso en nosotras esta bravura que nunca se completa? El vínculo entre dos amigas, oprimidas igualmente por enfermedades crueles y peligrosas, es el mínimo común denominador de la política. En este libro no van a encontrar frases motivacionales o retórica de la sanación, la intimidad está al servicio de la pregunta incómoda. Como si se tratara de ese viejo cuento de terror de dos hermanas que se toman la mano en la noche pero al día siguiente descubren que por la distancia entre sus camas era imposible haberse tocado, Lucila y Estefanía construyen un puente digital para narrarse el dolor a la distancia, toda una declaración de la interdependencia no opresiva como forma de la amistad política.

Nunca me dejes de responder

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