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CAPÍTULO 2

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—¿ Y para cuándo mi bisnietico? —me pregunta la abuela, mientras desayuno. Está sentada en el suelo, desenredando el cable de las luces de Navidad. Yo me comprometí a armar el árbol, cuyas piezas se encuentran desparramadas por el piso.

A mi abuela le encanta preguntarme para cuándo la novia, para cuándo la boda y para cuándo el bebé, y nunca sé qué responderle. Sé que está ansiosa por tener bisnietos, y que conocer a mis hijos la llenaría de una felicidad invaluable. Para ella, una numerosa descendencia es sinónimo de mayor rango y realización en su vida, y cuánto más larga sea la cadena, mejor: pasar de ser madre a abuela, de abuela a bisabuela, de bisabuela a tatarabuela, y así hasta que le alcance la vida.

La verdad, no me gustaría tener ningún tipo de ataduras, y prefiero mi libertad, al menos por ahora. No digo que no vaya a casarme o a tener hijos, es solo que mi realización personal no se basa en esos aspectos, sino en alcanzar el máximo éxito en mi profesión de abogado. Más adelante, en otro momento, tal vez sí cumpliré sus anhelos.

—¿Y Catalina? ¿Es tu novia? Ya sabes: “donde se acaba el novio, empieza el marido”—me pregunta. Ese comentario es por culpa de Matías; el día de mi cumpleaños comenzó a decir en broma que Catalina era mi novia, luego de que ya las chicas se habían marchado. De seguro la abuela lo escuchó hablar desde su habitación.

—Catalina es una amiga, abuela.

—¿Y cuándo me la presentas?

No respondo, simplemente la miro y sonrío.

—Un día de estos.

La abuela sabe que amo la independencia emocional y laboral, y solo formalizo relaciones cuando de verdad me siento enamorado. En cuanto a mi carrera, nunca he trabajado como empleado. Haber sacado adelante mi bufete de abogados empezando desde cero implicó mucho esfuerzo, tanto para mí como para mis socios, y por eso me siento orgulloso de disfrutar hoy de una buena posición económica.

—Fernando, espero que el próximo año sí haya boda…e hijos—la abuela insiste con el tema—. Yo daría lo que fuera por poder ver a mis hijos otra vez —el semblante de la abuela se torna triste. Yo bebo un sorbo de chocolate caliente y decido contestar.

—Pero abuela, algún día conoceré a la mujer indicada y decidiré dar el paso hacia el altar, dentro de unos cien años. Mientras tanto, es hora de disfrutar la soltería al máximo, sin hijos que cuidar.

Ella me lanza una mirada de reprimenda por mis comentarios. Aunque no se lo digo para no ilusionarla antes de tiempo, yo también sueño con aquel momento futuro, en el cual me convierta en padre, pero no hay prisa. Hay algo que tengo completamente claro, y es que, al momento de tener hijos, voy a invertir en ellos mi tiempo, más que mi dinero. Jugar con ellos antes que comprarles el juguete más costoso, y compartir la mayor cantidad de horas posible, porque tengo muchos vacíos en mi vida relacionados con la muerte de mis padres.

A veces los extraño mucho, demasiado. Ya sé que soy un adulto, pero es inevitable. Y esa falta era mil veces más dura en la niñez. Era doloroso que nunca volvieran a estar presentes en el show de Navidad del colegio, en mis partidos de baloncesto, o sencillamente en mi cama, una noche cualquiera, viendo una película o leyéndome un libro de cuentos.

Esos recuerdos me hacen sentir un poco triste, prefiero pensar en otra cosa en este momento. Desde hoy comienzan mis vacaciones, y me dedicaré a mi investigación sobre sueños. El episodio ocurrido ayer en el concierto me motivó aún más a empaparme de información.

Termino de desayunar, y me siento en el suelo, al lado de la abuela. Abro la caja que contiene el pesebre, y limpio las figuras con un trapo para retirarles el polvo. Una vez termine de ayudar con la decoración, seguiré leyendo Buenos hábitos para dormir mejor.

***

Ya son las diez de la noche; la jornada de decoración navideña de la casa tardó más tiempo del que pensé, y, en la tarde, la abuela me pidió que la llevara a hacer unas compras.

Es hora de leer, pero estoy mirando el techo, y sintiéndome como un tonto. ¿Acaso me estoy volviendo loco, porque estoy más pendiente de tragarme un libro aburrido, que de salir con una chica linda? Catalina debe estar esperando que la llame...

El problema es que justo hoy me propuse analizar cada página del contenido de este libro. Es sábado en la noche, pero me estoy esforzando por evitar cualquier plan social, o cita romántica; tengo una tarea más importante que hacer. Estoy seguro de que era la Mujer Comehuesos la que estaba asomada en la ventana del faro, ¿o en mi cabeza?, o en ambos lugares…no lo sé.

No puedo creerlo, no puedo creerlo, no puedo creerlo. Yo encerrado un sábado, mientras mis amigos deben estar divirtiéndose en alguna terraza bar con cerveza artesanal y música en vivo. Sin embargo, bajo a la biblioteca con el libro en la mano, e inicio la lectura.

Me encanta leer, pero este libro de verdad está desabrido. En fin, no quiero quejarme, sino instruirme en un tema que parece sencillo, pero es denso y complejo. Me siento paranoico, y por cuarta vez me levanto del sofá nuevo de la biblioteca y miro hacia atrás, no sé si esperando ver a la Mujer Comehuesos, o al Coco o a Papá Noel. La verdad es que no quiero que mi abuela me vea con este libro; sería incómodo que me pregunte por qué estoy leyendo sobre este tema, pues no me gustaría contarle que de nuevo estoy sufriendo de parálisis.

Al principio, el libro presenta un glosario de términos relacionados con el sueño. Los reviso, y una palabra capta mi atención, porque no la había escuchado nunca:

Duermevela: Sueño ligero. Sueño inquieto y frecuentemente interrumpido.

Tomo mi tablet y busco la definición en Google, y encuentro significados muy similares al que indica el libro. Pero navegando entre varios sitios, encuentro una página llamada El Templo Gnóstico. En este sitio web también está definida la extraña palabra:

Duermevela: Estado mental que abre un portal entre distintos planos.

Nada que ver una definición con la otra. Me gustaría contactarlos, porque me siento plenamente identificado con la definición; siempre he tenido la impresión de ver algo ajeno a este mundo. Según la página web, El Templo Gnóstico se encuentra en Barranquilla, pero no dice ninguna dirección ni teléfono. Es una página web bastante básica; solo define la palabra duermevela, e indica que los miembros de dicho templo son expertos en realizar viajes astrales y en tener sueños lúcidos. No hay ni una sola fotografía de los integrantes ni de la fachada del lugar.

Avanzo en el libro, y leo la parte de los trastornos del sueño, dentro del grupo de las parasomnias. Me llama la atención la definición de la parálisis del sueño:

La parálisis del sueño es una incapacidad transitoria para realizar cualquier tipo de movimiento voluntario, y se presenta durante el periodo de transición entre los estados de sueño y de vigilia. Suele acompañarse de una gran sensación angustiosa, porque la persona está totalmente consciente, con capacidad visual, auditiva y táctil, pero incapaz de moverse o hablar. La parálisis del sueño dura entre uno y tres minutos, tras los cuales cede espontáneamente, por lo tanto, lo más recomendable en estos casos es mantener la calma y esperar.

Durante el transcurso de la parálisis, es típico que la persona experimente estas sensaciones:

Percepción de una presencia amenazante, paranormal, peligrosa y malévola en la habitación, acompañada de un fuerte sentimiento de terror y peligro.

Alucinaciones visuales, a veces muy claras, y otras veces difusas. La presencia amenazante puede quedar fuera del campo de visión, camuflada entre las sombras de la alcoba, o mostrarse de forma nítida ante la persona.

Al igual que en las alucinaciones visuales, se tiene la convicción de que los sonidos son reales y que provienen del exterior y no de la mente. Suelen ser sonidos elementales y mecánicos, como zumbidos, siseos, vibraciones o golpes, pero las voces humanas en forma de susurros o gritos son las más frecuentes.

Dificultades respiratorias, sensación de estrangulamiento o sofocación, que generan mucho pánico de morir asfixiado. Estas percepciones pueden explicarse por la parálisis de los músculos voluntarios, pero realmente no existe riesgo alguno para la vida, puesto que los músculos respiratorios siguen funcionando de forma automática. Esta alteración suele conocerse coloquialmente como “subida del muerto”.

Está muy interesante la lectura, este libro no es para nada aburrido como pensaba al principio. Algo me desconcentra, es mi celular sonando con una llamada de Matías, como suele suceder.

—Entre más te obsesiones, menos vas a poder dormir bien. ¡Vamos a salir para que te desestreses!

Bueno, creo que tiene razón. A lo mejor todo se trata de una mala jugada de mi cerebro, y es simplemente un tipo de parasomnia que me hace alucinar. La lectura me ha aclarado muchas dudas, y me siento más tranquilo.

Es hora de salir y tener un poco de merecida diversión con mis amigos. De repente, siento mucho sueño porque llevo varios días sin descansar bien, un sueño pesado como una cobija gruesa encima de mí; me dejo llevar y me relajo en el sofá hasta quedarme dormido. Ahora intento moverme, pero no puedo. Percibo un eco de pasos que se aproxima, y un olor a sangre y vísceras, pero no logro ver a nadie. ¿Estoy dormido o despierto? ¿O acaso este es el estado duermevela?

Siento una respiración cálida y ronca sobre la nuca, y el sonido de una boca (humana, animal o ninguna de las dos, no estoy seguro) masticando cerca de mi oído, triturando algo sólido, que se quiebra estrepitosamente. Son huesos, lo sé. “Tranquilo, Fernando, tranquilo, esto es solo una alucinación que desaparecerá en breve, no hay de qué temer”, me digo a mí mismo, pero el miedo no cede.

—Fernando…Fernando, ¿quieres ver cómo mastico? — me susurra al oído una voz rasposa, tétrica y horrorosa, que hace erizar toda mi piel. Ese es el mismo sonido que escuché por última vez hace muchos años, y recuerdo que siempre se quedaba adherido a mis oídos por varias horas, como una canción pegajosa. Está detrás de mí.

Sus garras de bestia salvaje se deslizan con lentitud por mi nuca y desgarran mi piel. La sangre se desliza por mi espalda en un tibio cosquilleo. Ahora, esas uñas espantosas hacen trizas la piel de mis hombros, llevándose mi camisa en el camino.

Recupero el movimiento y corro al otro extremo de la sala, lejos de la puerta negra, pero siento sus garras esta vez en mi espalda, en un movimiento lento, pero apuñalándose en lo hondo de mi carne. Despierto sentado en el sofá, temblando y empapado en sudor. Me dirijo a la cocina, tomo un vaso de jugo de maracuyá, y me mojo el rostro con agua de la llave. Le escribo a Matías que no saldré hoy, y apago el celular. Ya perdí el entusiasmo, y me siento demasiado perturbado como para salir.

***

Recuerdo que días después de sufrir mi primer episodio de parálisis del sueño solía tener un sueño recurrente. Se trataba de unas manos enormes, yo solía describirlas como unas manos muertas, por su color violáceo y cadavérico, y porque siempre lucían huesudas y sin vida.

El sueño siempre comenzaba con un sonido que me indicaba que el terror estaba a punto de comenzar: el sonido de dientes triturando algo sólido y crocante, que hoy tengo la plena certeza de que se trataba de huesos humanos. Este sonido se hacía tan intenso que resultaba insoportable, y me obligaba a levantarme de la cama, pero estando dentro del mismo sueño. Caminaba hacia la puerta principal de la casa, intentando huir del fuerte ruido, y justo ahí, impidiendo la salida, las veía. El par de manos muertas, tan grandes que sus dedos eran más largos que mis brazos.

En este punto del sueño, los dedos comenzaban a moverse, como despertando de un sueño largo y letárgico. Yo sentía punzadas de miedo por todo mi cuerpo, cada vez más fuertes. Era entonces cuando estas manos se abrían y comenzaban a perseguirme, sujetas a dos brazos largos y delgados. Estos brazos se arrastraban muy rápido por el piso, pero iban sueltos, sin estar atados a ningún cuerpo.

En medio de mi carrera, llegaba al corredor de la casa, y este se volvía infinito; no podía ver el final. Corría tan rápido que las manos no llegaban a atraparme, pero sentía las puntas de las uñas afiladas y putrefactas rasgar la piel de mis piernas y mi espalda. El agotamiento se apoderaba de mí, me costaba respirar, me sentía agitado huyendo en ese pasillo sin fin. Era entonces cuando mis piernas flaqueaban, mis pasos eran cada vez más lentos, y sucumbía en el suelo, derrotado. Justo en ese punto sentía el contacto gélido de las manos muertas, que me rodeaban con sus dedos largos y huesudos, y me apretaban hasta cortarme la respiración. Con mi último aliento, arrojaba un grito de desesperación y terror, para luego despertar en mi cama desgarrando mi garganta con ese mismo alarido.

Este sueño siempre se repetía de la misma manera, y a la misma hora: 3 a.m. Lo recuerdo porque cada vez que despertaba gritando, mi abuela corría a mi lado para tranquilizarme: “son solo malos sueños hijo, esto te pasa por ver tantas películas de terror. Pero duérmete ya, que las tres de la mañana es una mala hora y no conviene que andes despierto”.

Recuerdo que luego de las honras fúnebres de mis padres, decidí hablar sobre la parálisis. En medio del dolor, saqué de algún lado el valor para contarle a mi abuela la horrible experiencia:

—Abuela, anoche no podía moverme y vi un monstruo horrible mientras me leías el cuento. Y detrás del monstruo, había una puerta…

—Mi amor, solo son pesadillas. Los monstruos no existen.

—No, abuela. Sé que no estaba dormido, fue real. Necesito que me creas, sabes que yo no digo mentiras, y menos a ti.

—Así es mi amor. Y yo tampoco te miento a ti cuando te digo que solo fue una pesadilla. Como bien decía Thomas Jefferson: “la honestidad es el primer capítulo en el libro de la sabiduría”.

—Abuela, te estoy diciendo la verdad. Estaba despierto, pero no podía moverme. ¡Nunca me había pasado algo así! —en ese punto de la conversación, ya yo estaba al borde de las lágrimas.

—Cariño, yo sé que extrañas a papá y mamá, pero no tienes por qué inventar historias para llamar la atención. Ya tienes siete años, y eres el hombre de la casa, así que compórtate como tal.

Duermevela

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