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Capítulo 1. La historia del tiempo presente en la historia del derecho

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Este primer apartado tiene como finalidad presentar la historia del tiempo presente, que lleva algunos años intentando consolidarse y ser reconocida como una subdisciplina de la historia, en cuyo interior se pueden incluir algunos estudios jurídicos de investigadores preocupados e inquietos por la comprensión de pasados recientes, frente a la necesidad de comprenderse a sí mismos y las realidades en sus sociedades. Para profundizar un poco en esta subdisciplina, presentaré sus características generales, de la mano con los debates y críticas que ha suscitado, sobre todo entre los historiadores tradicionales defensores de los documentos como fuente principal de la historia; la necesidad de la objetividad del investigador, determinada por la distancia del tiempo que debe haber entre el historiador y el tema que aborda, así como la discusión que rodea la relación memoria-historia. De igual manera, buscaré adentrarme en uno de los temas de mayor interés en las últimas décadas, enfocados hacia los pasados recientes traumáticos, con la esperanza de que, al finalizar el capítulo, el lector identifique este trabajo como un estudio dentro de la rama histórico-jurídica de la historia del tiempo reciente colombiano.

1.1. La historia del tiempo presente como una forma de hacer historia del derecho

La historia, en términos generales, puede ser entendida como una disciplina del conocimiento que tiene por objeto estudiar acontecimientos pasados y narrarlos (Carr, 1984). El historiador cubano Gregorio Delgado García (2010), la destaca como “una de las ramas más importantes del conocimiento humano”, por ser la “base fundamental de la cultura de todo profesional, no importa cuál sea su especialidad y, sobre todo, fuente imprescindible para la formación ideológica de los ciudadanos de cada país”, ya que es inconcebible que un miembro de una comunidad social desconozca su historia y sus raíces, porque a partir de ellas es que puede “comprender el presente y ayudar conscientemente a forjar el futuro de su país y de la humanidad” (p. 10).

Por tradición, la historia ha sido dividida según la dimensión que comprenda; así, por ejemplo, encontramos la historia universal, la historia nacional o la historia biográfica; pero además ha sido segmentada por periodicidades o edades, desde la prehistoria y hasta la edad contemporánea. De manera paralela, la periodización para los historiadores marxistas se encuentra más relacionada con las formas de producción de cada época, a partir de lo cual identifican el régimen de la comunidad primitiva, el régimen esclavista y el régimen feudal, entre otros (Delgado, 2010, pp. 15-17).

Las divisiones y periodizaciones tradicionales de la historia con ocasión de la globalización, la expansión de los historiadores y los cambios que complejizan cada vez más las realidades que buscan ser comprendidas, se han multiplicado y especializan cada vez más la disciplina, a la vez que mezclan sus contenidos. Así, por ejemplo, se ha empezado a hablar de la ecohistoria; de la independencia de la historia social en relación con la economía, con lo cual aquella terminó fragmentándose “en demografía histórica, historia del trabajo, historia urbana, historia rural, etc.” (Burke et al., 1996). La historia de la gestión empresarial ha desdibujado las fronteras entre historia económica e historia administrativa; ha aparecido la historia de la publicidad, híbrido entre la historia de la economía y la comunicación; también la historia política, que ahora cuenta con variedad de escuelas, entre las cuales los seguidores de Foucault “tienden cada vez más a analizar la lucha por el poder en el plano de la fábrica, la escuela o, incluso, la familia” (Burke et al., 1996, pp. 11-12).

Entre estos híbridos históricos se pueden mencionar a Bosemberg, Leiteritz y Louis (2009), quienes, con la pretensión de dar a conocer algunos autores alemanes en lengua hispana, recurren a una selección de textos relevantes para la comprensión de la historia, la política y la sociedad alemana en el siglo XX. Así mismo, son pertinentes los aportes del experto en historia del derecho y derecho constitucional, el profesor Bernd Marquardt (2014), quien se inscribe dentro de la escuela sociocultural y transnacional de la historia del derecho, que ascendió en Europa central desde 1980.

[Esta escuela] rechaza tanto el reduccionismo institucional y civilista de la antigua escuela de las Instituciones del Derecho Romano, como la perspectiva nacionalista de la Escuela histórica del Derecho que había afirmado el carácter particular de todo derecho nacional. En general, se opone al enfoque unilateral en las normas como tales, intentando tener en cuenta tanto sus precondiciones, como sus efectos en la sociedad concreta, es decir, hay que analizar cada vez la relación entre norma y realidad al estilo de una sociología y ciencia cultural. (Marquardt, 2014, p. 17)

Dentro de la subdisciplina histórica de la historia del derecho hay que mencionar los sobresalientes aportes realizados por Pio Caroni (2014) con relación al cuestionamiento de las metodologías empleadas por la historia del derecho, a partir de la asunción de una postura crítica frente a los purismos jurídicos de antaño y a favor de la comprensión de una historia del derecho más social, enmarcada dentro de un contexto y tiempo específicos, como lo retoma Marquardt (2014, p. 17). Así mismo, es preciso destacar la importancia del trabajo de Hans-Ulrich Wehler (1985), quien es considerado uno de los precursores del desarrollo de la historia social, entendida como historia de la sociedad o sociología histórica, y el de Peter Burke (2008), uno de los historiadores culturales más reconocidos.

En la historia del derecho, actualmente puede ubicarse una especialización en estudios del tiempo reciente, o lo que es lo mismo, la historia del tiempo presente del derecho. Senn y Gschwend (2010) han elaborado una obra sobre la historia del derecho con dicho enfoque, para analizar el periodo comprendido desde la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días, y de un siglo, contando desde el presente hacia atrás. Estos dos profesionales han orientado su estudio hacia la historia del derecho reciente como una historia cultural del derecho, y subrayan el problema de la cercanía entre el historiador y el tema que aborda, evidente en que él mismo se encuentra dentro de los debates que emprende, en los cuales necesariamente asume una posición que le impide ser neutral (pp. 1-23). Algunos de los temas que retoman Senn y Gschwend en su texto son: violencia, poder y derecho; élite y derecho; raza y derecho; género y derecho; antropología y derecho; economía y derecho; tecnología y derecho; globalización y derecho; derechos humanos. Por su parte, Burke et al. (1996) manifiestan intereses por la escritura de la historia desde abajo, de la historia de las mujeres, de la historia oral y de la microhistoria, entre otras.

Se puede entonces afirmar que en la actualidad los estudios de la historia del derecho se interesan por diversas temáticas (más allá de los tradicionales estudios sobre las instituciones del derecho romano) producto de la variedad de intereses y énfasis, así como de la complejidad de las sociedades de las cuales pretende dar cuenta. Tal ampliación de las inquietudes de los historiadores hacia “casi cualquier actividad humana” y hacia la experiencia y opiniones de las personas del común ha conducido a la generación de tres cambios significativos: primero, la estimulación de la interdisciplinariedad en los estudios históricos, que permita explicar la complejidad social; segundo, la ampliación de fuentes, con la aceptación y valoración de fuentes no escritas, por ejemplo, las orales, como suministros enriquecedores para la investigación; y, tercero, la proliferación de especialidades de la historia (Burke et al., 1996, pp. 14, 16, 18), entre las cuales ha aparecido la historia del tiempo presente del derecho, en la que se inscribe este trabajo.

A continuación, retomaré algunos de los debates más importantes que han rondado sobre la historia del tiempo presente –además de algunas críticas y problemas–, muchos de los cuales generan escepticismo entre los historiadores tradicionales a la hora de aceptarla como verdadera historia. Dichos cuestionamientos son válidos no solo para la generalidad de la historia del tiempo presente, sino también, y por completo, para la especialización ius-histórica del derecho que se encuentra en su interior.

1.2. Una subdisciplina en obra

La historia reciente es una subdisciplina de la historia que surgió “en la segunda mitad del siglo XX” (Bacha, 2011, p. 1; véanse, en el mismo sentido, Díaz, 2007, p. 15; Traverso, 2007, p. 72), que ha contado con un nivel de producción intelectual prolífico desde 1970 (Moreno, 2011, p. 287) y que aún se encuentra “en proceso de formación” (Fazio, 1998, p. 47; véase también Carretero y Borrelli, 2008, p. 203). Toro (2008) plantea que el nacimiento de esta historiografía aparece dentro del “marco general del desarrollo de la historia contemporánea” (p. 45), por lo cual François Bédarida (1998) afirma que en principio el término correcto para estos estudios parecía ser el de “historia contemporánea”, pero teniendo en cuenta que el punto en el que esta última inicia se encuentra ubicado en 1789, con la Revolución francesa. “¿Cómo sostener, pues, que nosotros éramos los contemporáneos de Robespierre o de Napoleón? De ahí la sustitución del término radicalmente ambiguo de historia contemporánea, por la expresión tiempo presente que se ha impuesto e institucionalizado” (p. 21). “Una historia concebida como contemporánea resultaba ya ser una categoría agotada” (Toro, 2008, p. 46).

Sobre la selección del concepto adecuado, Bédarida (1998) se pregunta acerca de la consolidación de tal expresión en vez de la de “historia inmediata”, y encuentra dos posibles razones: la primera tiene que ver con un “déficit de contenido científico que denotaba esta última”, y la segunda, por “el valor heurístico de la pareja pasado/presente totalmente ausente así mismo en ese concepto de inmediata” (pp. 20-21). Por su objeto de estudio, esta disciplina ha planteado nuevos interrogantes a la labor historiográfica, ya que estudia “un pasado que la historiografía –tal como se profesionalizó a partir del último tercio del siglo XIX– no había contado entre sus incumbencias: el estudio del pasado reciente, ya sea como ‘historia del tiempo presente’, como ‘historia actual’ o ‘historia inmediata’” (Bacha, 2011, p. 1), algunas de las diversas denominaciones con las que se le conoce (Toro, 2008, p. 45).

Algunos historiadores, como Serge Bernstein y Pierre Milza, no obstante el hecho de reconocerle ciertas peculiaridades, consideran que en cuanto a sus objetivos, métodos y fuentes, la historia del tiempo presente casi no difiere de la historia del siglo XIX. Otros, como, Pierre Sauvage, en su artículo Una historia del tiempo presente, sostiene que “no es solamente un campo nuevo de investigación que se añade a los otros periodos ya existentes debido al irremediable avance del tiempo, sino que es un nuevo enfoque del pasado que sirve al conjunto de historiadores”. (Sauvage, citado en Fazio, 1998, p. 47)

Uno de los interrogantes que ha ocupado las discusiones sobre la historia del tiempo presente ha versado sobre la definición del tiempo de estudio que comprende, para singularizarla “como una forma específica y particular de abordar nuestro complejo presente” (Fazio, 1998, p. 48). Así, por ejemplo, algunos autores sostienen que la dimensión cronológica por estudiar abarca los últimos cincuenta años o el punto de inflexión marcado por la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, encontrando confusa aún la diferencia entre la historia del tiempo presente y la historia contemporánea, Hugo Fazio refiere, por un lado, que esta última abarca los últimos cincuenta años, y esa afirmación es criticada por algunos que encuentran imposible su estudio dada la carencia de archivos y la escasa distancia con ella; por otro lado, está la historia del tiempo presente, resultado de “la universalización de los procesos de globalización y la erosión de los referentes de la época de la Guerra Fría y, […] un sentimiento de vivir en un mundo caracterizado por la urgencia”. Con ello, Fazio concluye que la historia del tiempo presente estudia la inmediatez, “la década de los años noventa, decenio en el cual ha alcanzado su máxima expresión la desvinculación entre presente y pasado y cuando todo el planeta parece ingresar a este tiempo mundial, del que sugestivamente nos habla Zaki Laidi” (pp. 51-52).

En consecuencia, esta subdisciplina aparece en medio de un mundo que se globaliza a gran velocidad y se transforma en términos culturales gracias a los avances tecnológicos y los cambios económicos; con estos se ha producido un desplazamiento hacia el tiempo del mercado “el cual a partir de la velocidad del consumo, de la producción y los beneficios desvincula el presente del pasado, transforma todo en presente e involucra los anhelos futuros en la inmediatez” (Fazio, 1998, p. 51). Las sociedades se encuentran caracterizadas por ser “colectividades industrializadas, urbanas, ilustradas y letradas que exigen de los científicos sociales y también de los historiadores respuestas rápidas a sus múltiples preocupaciones que no se asocian con el pasado, sino con el presente más inmediato” (p. 50). La historia del tiempo presente entonces no es otra cosa que “la resultante de profundas transformaciones que están alterando los patrones sobre los cuales se cimienta la sociedad actual” (p. 50).

El anterior enfoque económico de la globalización planteado por Fazio (1998) no es el único que se puede identificar, pues, como lo expone Marquardt (2014), “sería muy incompleto reducir el fenómeno de la globalización al intento de imponer un sistema mundo anarco-capitalista”. A partir de esto, el autor encuentra presente “la otra globalización”, inspirada por la “perspectiva de valores mundiales y su realización”, y evidenciada en los consensos sobre el derecho a la paz; los derechos fundamentales consagrados en la Declaración Universal de Derechos Humanos; la condena al genocidio a través de la Convención Internacional para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio; el reconocimiento de los derechos liberales en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos; la consolidación de los derechos sociales a través del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales; el derecho al desarrollo y el derecho ambiental universal (p. 562).

A partir del siglo XX, la historia pretende dar cuenta de los procesos que ocurren en el ámbito mundial (Toro, 2008, p. 44). Como se mencionó, Hugo Fazio (1998) reseña un aumento en la preocupación por el presente desde los años noventa, con “la caída del muro de Berlín y la consolidación de los procesos de globalización” (p. 50). Dentro de este marco, la historia del tiempo presente responde a una demanda social, a una necesidad social por comprender “las fuerzas profundas que están definiendo nuestro abigarrado presente” (p. 51); ella no responde “únicamente a demandas disciplinares, sino sociales, éticas y también políticas” (Carretero y Borrelli, 2008, p. 204), relacionadas con un “‘tiempo próximo’, […] un ‘pasado cercano’ y aun ‘actual’” (Bacha, 2011, p. 1), todas dirigidas a “dilucidar y comprender el presente a partir de una lectura del pasado inmediato” (Moreno, 2011, p. 288), e impulsadas por la siguiente consideración: “La sociedad en que vive se plantea preguntas referidas al pasado reciente, porque le es imprescindible comprenderse a sí misma”, para posicionarse en el presente y de cara al futuro (Díaz, 2007, p. 21).

En tal sentido, la historia del tiempo presente no se puede considerar una nueva moda de la que se harían partícipes algunos historiadores, sino que es el producto de una necesidad social y de la necesaria evolución de la disciplina para adaptarse a las circunstancias de nuestro entorno. En este sentido, la historia del tiempo presente, al tiempo que es una perspectiva de análisis de lo inmediato, también debe considerarse como un periodo. (Fazio, 1998, p. 51)

Esta historiografía se origina, además, motivada por disputar “el poder de explicación y el prestigio mediático de otras ciencias sociales, como la sociología y la ciencia política, y por un afán de disputar al periodismo el discurso sobre una porción del pasado de la que no se hacía cargo la historiografía académica tradicional” (Toro, 2008, p. 45), ya que la división del trabajo atribuía a los historiadores “la investigación erudita, paciente y profunda sobre el pasado”, mientras que al periodista, el conocimiento de la inmediatez, su recolección y organización (Bédarida, 1998, p. 19). En el fondo aparece “una inversión de la centralidad de lo que se entendía como misión de la historiografía en sus primeras formulaciones, en tanto conservación de la memoria de lo relevante del pasado” (Toro, 2008, p. 46), lo cual desencadenó un cambio importante en la historiografía, que permitió “que los historiadores pudieran superar el ‘trauma’ de los archivos” y superar “el ideal de la historiografía tradicional de que los documentos debían hablar por sí solos para ‘dar cuenta de lo que realmente pasó’”. Entonces han echado mano de otras fuentes, tales como los materiales de los medios de comunicación (Fazio, 1998, p. 49) para no dejar la interpretación del mundo a otras ciencias sociales (Bédarida, 1998, p. 23), a pesar de que los críticos de la historia del tiempo presente reduzcan su alcance “a una pura crónica periodística o simplemente la excluyen del campo epistemológico de la historia al asociarla más con la ciencia política o la sociología” (Moreno, 2011, p. 27).

La lucha por ganar tal espacio para la historia, pese a las críticas, ha encontrado resonancia en diversos medios académicos que aprecian su potencial (Moreno, 2011, p. 27); por ejemplo, los “centros académicos, fundamentalmente franceses, que cultivaban la historia contemporánea y han encontrado en ella una serie de vacíos y limitaciones” (Toro, 2008, p. 45). Entre esos centros académicos se puede mencionar el Instituto de Historia del Tiempo Reciente, que busca incentivar la investigación sobre “lo muy contemporáneo y de afirmar la legitimidad científica de este fragmento o rama del pasado, demostrando a ciertos miembros de la profesión, más o menos escépticos, que el reto era realmente hacer historia y no periodismo” (Bédarida, 1998, p. 20).

El presente que nos acosa por todas partes tiene una tan significativa presencia que ha hecho decir a Marc Bloch: “El erudito que no muestra gusto por mirar a su alrededor, ni a los hombres, ni a las cosas, ni a los acontecimientos […] se comportaría sabiamente renunciando al nombre de historiador”. En consecuencia, la dinámica de la historia del tiempo presente tiene una doble virtud: de una parte, la reapropiación de un campo histórico, de una tradición antigua que había sido abandonada; de otra, la capacidad de engendrar una dialéctica o, más aún, una dialógica con el pasado (de acuerdo con la fórmula bien conocida de Benedetto Croce, “toda historia es contemporánea”). (Bédarida, 1998, p. 22)

La historiografía del siglo XX quiso proponer “nuevas direcciones en el estudio de la disciplina (economía, sociedad, cultura, mentalidades, etc.)”, desde una perspectiva global (Fazio, 1998, pp. 48-49). Entonces, los intereses de los historiadores giraron hacia “temas tales como las elecciones, los partidos, la opinión pública, los medios y la política”, con lo cual se generó adicionalmente “un fecundo diálogo con la ciencia política, la antropología y la sociología” (p. 49). Por ello, la historia del tiempo presente es “un campo en el que la historia dialoga creativamente con las ciencias sociales para coadyuvar en la explicación histórica de los acontecimientos coetáneos” (Moreno, 2011, p. 292). Recurre “a la ayuda de la sociología, psicología, antropología y a la historia de las sensibilidades o de las emociones” (Sanmartín, 2014, p. 50). Teniendo en cuenta esta inclinación hacia el análisis de los sucesos ocurridos en la inmediatez, los estudios del tiempo presente han conducido con fuerza al retorno del estudio del acontecimiento, el cual puede ser político, social, económico o cultural (Fazio, 1998, pp. 52-53); en consecuencia, la necesidad de acudir a apoyos interdisciplinares para su estudio ha dificultado la definición de estos estudios “como un subcampo específico” (Moreno, 2011, pp. 188, 292).

Si bien Fazio (1998) ubica los estudios de esta historiografía en los años noventa, no deja de ser cierto que dentro de las discusiones que se han suscitado con mayor fuerza en esta subdisciplina está el interrogante sobre la definición del “presente”. La desconfianza sobre este concepto de ‘tiempo presente’ ha obedecido a la imposibilidad de delimitar un periodo, sea de cuarenta o sesenta años de distancia. “El trabajo de crítica histórica está apenas esbozado y las interpretaciones frecuentemente dominadas por las pasiones partidistas y nacionales […]”. En la Apología para la historia, cuenta Marc Bloch que Bédarida, en el instituto en el que él fue alumno a fines de siglo, uno de sus profesores tenía la costumbre de decir: “Desde 1830 no hay Historia, hay política” (Bédarida, 1998, pp. 19-20); en nuestro caso sería desde 1939 con el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Además de esto, “surge la necesidad de establecer si efectivamente el pasado existe como un objeto, como un campo independiente del presente” (Toro, 2008, p. 43).

¿Cómo definir el presente? ¿No constituye un espacio de tiempo minúsculo, un simple espacio pasajero y fugitivo? Su característica, en efecto, es la de desaparecer en el momento mismo en que comienza a existir. En sentido estricto no se puede hacer historia del presente, porque basta con hablar de ello para que se esté ya en el pasado. Es obligado, pues, alargar este dato instantáneo del presente que se escurre bajo nuestra mirada a fin de darle sentido y contenido. (Bédarida, 1998, p. 21)

En la práctica, Bédarida (1998) y el Instituto de Historia del Tiempo Presente en Francia optaron por “considerar como tiempo presente el tiempo de la experiencia vivida. Por ahí se llega al verdadero sentido del término historia contemporánea, a saber, la experiencia de la contemporaneidad” (p. 22). En definitiva, parece ser que el tiempo presente no se encuentra definido, y es más o menos elástico, pero como campo de estudio se caracteriza porque “existen testigos y una memoria viva de donde se desprende el papel específico de la historia oral”. Con independencia de que su inicio sea en 1914, 1945 o 1989, se trata, pues, “de una temporalidad larga, designa más bien el pasado próximo a diferencia del pasado lejano” (p. 22), en la cual el reto es “poder acercarse con una disposición de ‘escucha’ a la fuente documental o al protagonista-testigo” (Díaz, 2007, p. 18). Julio Aróstegui afirma, por su parte, “que ‘el objeto de la Historia del Tiempo Presente no puede ser otro que la historia de los hombres vivos, de la sociedad existente, en cualquier época’” (Aróstegui, citado en Quirosa-Cheyrouze y Muñoz, s. f.).

En un sentido similar, René Rémond (citado en Díaz, 2007) afirma que esta historia presenta dos singularidades originadas en la especificidad de su objeto: la primera está dada por la contemporaneidad, asociada al “hecho de que no existe ningún momento en su composición en el que no sobrevivan entre nosotros hombres y mujeres que fueron testigos de los acontecimientos narrados”, y la segunda singularidad tiene que ver con “la inconclusión del periodo estudiado, que lleva consigo la ignorancia sobre las repercusiones de los acontecimientos que se narran” (Díaz, 2007, p. 16).

Si bien desde la Segunda Guerra Mundial se han realizado francos desarrollos en el ámbito de la historia reciente, aún hoy es conflictivo para la historiografía determinar su objeto de estudio, en tanto permanece el debate dentro del campo académico para definir a qué hace referencia la “historia reciente”. La propia amplitud en la terminología para denominar su objeto de estudio demuestra que se trata de un campo en construcción (algunas variantes posibles son “historia reciente”, “pasado cercano”, “historia contemporánea”, “historia actual”, entre otras) (Aróstegui, 2004; Franco y Levín, 2007). Diferentes criterios se han utilizado para determinar cuál es su objeto: cronológicos, metodológicos y epistemológicos relativos a la historiografía. En nuestro caso coincidimos con Franco y Levín (2007, p. 35) en que tal vez la especificidad de esta historia no se defina exclusivamente por reglas temporales, epistemológicas o metodológicas, sino principalmente con criterios subjetivos y cambiantes que al interpelar a las sociedades contemporáneas transforman los hechos del pasado reciente en problemas actuales. Esto ocurre indudablemente con aquellos eventos que se consideran traumáticos y se han vuelto objetos primordiales de esta historia. (Carretero y Borrelli, 2008, pp. 203-204)

1.3. Problemas y críticas

La consolidación de la historia del tiempo presente como subdisciplina de la historia ha estado acompañada de diversas discusiones en torno a las novedades que plantea, a la vez que han recaído sobre ella críticas, algunas de las cuales ya fueron expuestas, pero que en este momento retomaré, con un poco más de profundidad, en dos grandes grupos para presentarlas a continuación.

La primera crítica recae sobre las fuentes para el estudio de la historia del tiempo presente. En principio parece reprocharse la carencia de fuentes, claro está, si se piensa en particular sobre los documentos escritos; no obstante, hay que tener en cuenta que ellos no son ni la única fuente ni la más importante para conocer el pasado. “Lo que interesa al historiador es conocer lo mejor posible su objeto, […] y para ello puede y debe manejar toda la información disponible. Para el estudio del pasado reciente, hay una fuente ‘privilegiada’ que es el testimonio oral” (Díaz, 2007, p. 16; véase también Traverso, 2007, p. 72). De hecho, en la “historia contemporánea una parte importante del trabajo de investigación se hace con testigos vivientes”, en un ejercicio de “confrontación entre la investigación y la memoria” (Bédarida, 1998, p. 25).

Salvada la carencia de fuentes, aparece entonces en el escenario el argumento opuesto pero complementario, a saber: a pesar de que no hay carencia de fuentes para consultar, su sobreabundancia torna imposible su control, debido a la inaccesibilidad a los archivos existentes de forma paralela a los oficiales, tales como “los archivos privados, los recuerdos, testimonios, entrevistas, historia oral, medios de comunicación, prensa concretamente, las múltiples publicaciones de documentos oficiales o semioficiales. La llamada ‘literatura gris’, los trabajos de los periodistas de investigación, etc.” (Bédarida, 1998). Entonces, “dada la imposibilidad de la investigación que carece de fuentes, es preciso que sean agotadas las masas de materiales disponibles” (Bédarida, 1998, p. 24), y para que la sobreabundancia de fuentes no desborde los esfuerzos del historiador en la construcción del pasado, entra a cobrar relevancia el criterio de selección que se emplee (Moreno, 2011, p. 291).

La segunda gran crítica recoge un problema de distancia en relación con el periodo estudiado; este a su vez presenta varias aristas. En primer lugar, aparece una discusión metodológica “acerca del quehacer del historiador: la necesidad de una distancia en el tiempo que medie el encuentro entre el investigador del pasado y este” (Toro, 2008, p. 36); en palabras de Gadamer, “cuando [un tema] está suficientemente muerto como para que ya solo interese históricamente” (Gadamer, citado en Toro, 2008, p. 42).

Teniendo en cuenta la cercanía del historiador con el pasado reciente, diversos críticos han objetado la poca perspectiva de análisis que puede tener el historiador, pues es incapaz de conocer los efectos en el futuro del pasado relatado. “Él relatará la historia desde ‘su’ perspectiva, una perspectiva de cercanía temporal, que ignora, en parte, los efectos de aquellos acontecimientos que relata. No obstante, esta limitación no invalida el esfuerzo por esclarecer el pasado inmediato” (Díaz, 2007, p. 17). Bédarida (1998) es uno de los autores que cataloga a esta como “la verdadera objeción a poner a la historia del tiempo presente”, porque en ella se “debe analizar e interpretar un tiempo del cual no conoce ni el resultado concreto ni el final” (p. 24). Sin embargo, como lo propone Moreno (2011), ante este panorama lo que debe prevalecer es la conciencia del historiador, que parta “de la incapacidad objetiva de llegar a dilucidar el final de los acontecimientos que narra” (p. 291).

Si bien la narración resultaría parcial y, desde una perspectiva, cercana, es preciso mencionar que corresponde también a cada generación escribir su historia, y así, quienes lleguen con posterioridad, tendrán siempre la posibilidad de modificar la visión que se tenía del pasado a partir del conocimiento de los efectos del mismo: “El saber histórico nunca es un saber acabado; siempre se puede ‘rehacer’ la historia y, más aún, se debe rehacer, es un imperativo ético, un deber del historiador para con la sociedad” (Díaz, 2007, p. 20).

La historia del tiempo presente se muestra entonces como una historia provisional porque el “tiempo”, o el marco temporal seleccionado como objeto de estudio, obliga al historiador a presentar no solo las cosas como fueron, sino también como podrían haber sido de cambiar algunas de las circunstancias. En ese sentido, se trata también del “tiempo” de la historia virtual. (Moreno, 2011, pp. 291-292)

Para mencionar el caso argentino al que alude María Paula González (2012), “[se] evidencia que la reconstrucción del pasado reciente es necesariamente inacabada, cambiante y en permanente revisión” a partir del “recorrido por la reconstrucción del pasado reciente […], con sus avances, retracciones, olvidos, silencios, expansiones y calmas, con sus narrativas de la memoria y sus investigaciones de la historia” (p. 8; véase también Sanmartín, 2014, p. 43).

La segunda crítica, relacionada con la distancia entre el historiador y el pasado reciente, se refiere a la “objetividad” de estos estudios, ya que “la sacrosanta noción de ‘distanciamiento’ (recul), [aparecía] […] como el signo y la garantía indispensable de la objetividad” (Bédarida, 1998, p. 23).

Una profesora […] suele decir que “el historiador no tiene que ser objetivo, tiene que ser honesto”. ¿Qué significa esta afirmación? Por una parte, reconocer que la objetividad, tal como se la entendía en el siglo XIX, no es posible ni deseable. No es posible porque el historiador –como sucede con cualquier científico en su respectiva disciplina– siempre está implicado en el proceso de conocimiento. La pretensión objetivante del viejo paradigma positivista debería ser, a esta altura, cosa del pasado. (Díaz, 2007, p. 17)

La proximidad entre el historiador y el tema, en términos cronológicos, no debiera considerarse “como un criterio determinante para validar la objetividad de una investigación histórica, ya que por sí misma la distancia temporal no la asegura” (Toro, 2008, p. 42). Además, porque “la objetividad absoluta nos es inaccesible. Reconociendo también que no se alcanzan sino verdades parciales y limitadas, no la verdad global y absoluta” (Bédarida, 1998, p. 27). Esta nueva historiografía plantea realmente “una nueva mirada al tema de la distancia en el tiempo”, y en esta cercanía en “el estudio de problemas que se traslapan con la situación existencial del historiador” (Toro, 2008, p. 48) hay que admitir que, como las visitas al pasado hechas por los historiadores son guiadas por sus preocupaciones (p. 42), en sus trabajos están obligados a explicitar sus valoraciones (Bacha, 2011, p. 6): “No es ningún secreto […] que el historiador es un sujeto humano y como tal actúa en sus investigaciones” (Sanmartín, 2014, pp. 44-45).

1.4. La relación historia-memoria

Finalmente, otra de las controversias por las que ha pasado la historia del tiempo reciente, y que vale la pena rescatar por el interés que contiene para la presente investigación, tiene que ver con la relación entre historia y memoria. Por un lado, aparecen los defensores de la objetividad positivista, quienes se oponen a tal relación, ya que para ellos la historia se caracteriza por estar regulada, ser imparcial, crítica y ligada al descubrimiento de la “verdad histórica”, “mientras que la memoria sería siempre parcial, subjetiva, deformada y fragmentaria por definición” (Carretero y Borrelli, 2008, p. 204). Por otro lado, aparecen quienes asimilan “historia y memoria en un mismo nivel, planteando que todo relato histórico se basa en la memoria y que toda historia es una ficción, un relato construido en base a memorias” (Carretero y Borrelli, 2008, p. 204; véase también Sanmartín, 2014, p. 41).

Mario Carretero y Marcelo Borrelli (2008) señalan además una postura que supera a las anteriores, rescatando las cualidades de la memoria y de la historia:

La memoria puede señalar desde la ética y la política cuáles son los hechos de ese pasado que la historia debe preservar y transmitir (LaCapra, 1998, p. 20; citado por Franco y Levín, 2007, p. 42), o transformarse en una fuente privilegiada –no neutral– para la historia ante la imposibilidad de acceso a otras fuentes. Por su parte, la historia puede ofrecer su saber disciplinar para advertir sobre ciertas alteraciones sobre las que se asienta la memoria (Jelin, 2002; citado por Franco y Levín, 2007, p. 43), sin por ello anteponer “verdad histórica” a “deformación de la memoria”; también, según Ricoeur (1999, p. 41, citado por Lorenz, 2006, p. 280), la historia se vincula con el discurso de la memoria como un aporte documental, un modo explicativo y otro crítico (el documental aporta elementos para la construcción de una memoria, el explicativo ofrece una narración histórica que despliega explicaciones sobre el pasado y el crítico pone bajo juicio crítico a los discursos de la memoria). (Carretero y Borrelli, 2008, p. 204)

Israel Sanmartín (2014) encuentra puentes entre la historia y la memoria en conceptos como los de “memoria histórica” y “memoria colectiva” (pp. 41-42). Menciona, además, que tanto memoria como historia “tienen que ver con la posición del individuo en la sociedad” (p. 41): “El historiador, en el análisis mismo de la memoria también entra a formar parte de las construcciones historiográficas de la memoria. Es decir, cuando el historiador hace uso de la memoria y de la historia para construir sus relatos e investigaciones, ese ejercicio arrastra sin ambages a la historiografía”. La base de un estudio histórico sobre la memoria parte de la existencia de recuerdos y olvidos, que conducen a considerar la memoria una actividad psíquica o una operación intelectual, y, en consecuencia, se apoya en la psicología, la neurología y la psiquiatría, “pero al mismo tiempo nos conduce a la memoria histórica, la memoria social, la historia y la historiografía” (p. 42).

La “desconfianza tradicional de los historiadores hacia la memoria” impedía que ella apareciera en los libros de historia, pero para 1978 Pierre Nora incursiona en escena con su obra Los lugares de la memoria, ubicándose entre la memoria y la historia como una al servicio de la otra y viceversa, surgiendo la historia de la memoria (Sanmartín, 2014, p. 44).

La memoria es una fuente para la historia, pero puede ser también el objeto de estudio para historiadores que pretendan corregir memorias equivocadas o falsas, y en este sentido “la memoria necesita de la historia para que pueda ser abordada con una metodología y un rigor epistémico” (Sanmartín, 2014, p. 46; véase también Traverso, 2007, p. 72). En consecuencia, como campo de estudio, la historia se ha visto ensanchada por la memoria (Sanmartín, 2014, p. 44), y según el tipo de relación entre ellas dos se puede por ejemplo “estudiar el rol de la memoria en el proceso histórico” o “como formas de conocimiento que hacen que los relatos resultantes sean una mezcla de historia y memoria” (p. 51) en donde “la memoria sirve para la reminiscencia de las vivencias en forma presente y como soporte de lo histórico en oral” (p. 44).

Mientras que el objetivo de la memoria es la fidelidad, el de la historia es la verdad. La memoria inocente no existe, pero tampoco existen las historias objetivas. La conservación de la memoria se conecta con la construcción de historia; por ello es también una parte de la historia. Memoria e historia se reelaboran, pero solo la memoria olvida porque la historia selecciona para construir. En donde se presenta mayormente la relación memoria-historia “es en la historia del presente donde historia y memoria tienden puentes entre pasado, presente y futuro”, como una necesidad mutua que se ha ido desarrollando en el tiempo, y que ha traído como consecuencia que no se puedan separar y que se retroalimenten (Sanmartín, 2014, pp. 45 y ss.).

1.5. Pasado reciente traumático

El interés por el pasado reciente “se hace mayor si se trata de una historia especialmente traumática, porque involucra quiebres profundos, enfrentamientos, injusticias. En esos casos, la búsqueda de respuestas que den un sentido al presente se hace más imperiosa” (Díaz, 2007, p. 21; véase también Bacha, 2011, p. 3). María Paula González (2012) se pregunta en el caso argentino sobre los aportes de la historiografía a la reconstrucción del pasado reciente, encontrando que el campo historiográfico dedicado al estudio de los años setenta y ochenta se ha expandido, en contraste “con el largo y elocuente silencio que desde 1984 hasta 1996 acusaron los historiadores sobre esa porción del pasado en general y sobre el periodo dictatorial en particular”, sobre el cual trabajaron “otras producciones –literarias, periodísticas, cinematográficas y artísticas así como estudios de otras ciencias sociales–, además de las luchas por la memoria, las que mantuvieron en agenda al pasado reciente” (p. 7).

Bacha (2011) destaca el estudio sobre historia reciente referido a temáticas traumáticas desarrollado por Federico Lorenz, cuya base documental está construida a partir de entrevistas de historia oral. Metodología que “posibilita reconstruir –según Lorenz– […] vínculos sociales […], recomponer parte del tejido solidario a partir de la habilitación de un espacio para la escucha de la palabra que narra la experiencia vivida –y que incluye hablar en nombre de los que ya no están–” (p. 3). Esta tarea redunda en su utilidad política y en la ayuda a quien es entrevistado (pp. 12-13), con lo cual se hace visible “la función social del historiador” (Bédarida, 1998, p. 22). “No se trataba solamente de continuar la búsqueda de la verdad (como el destino final de los desaparecidos) sino de reconstruir sus vidas: los hijos comenzaron a reivindicar a sus padres” (González, 2012, p. 5). En este sentido, la historia reciente revalida y legitima la o las “memorias” (Carretero y Borrelli, 2008, p. 214), abriendo la posibilidad de trabajar temas nuevos como la memoria (Fazio, 1998, p. 48), cuestión que “emerge en Argentina en relación con los crímenes, desapariciones, torturas y persecuciones perpetrados por el terrorismo de Estado impuesto por la última dictadura militar” (González, 2012, p. 3), e incluye también los estudios realizados sobre los periodos de transición (Díaz, 2007, p. 16).

El surgimiento de estos estudios y su íntima relación con los pasados traumáticos del siglo XX buscan satisfacer las preguntas de las generaciones posteriores para saber qué sucedió, con la finalidad de recordar o de no olvidar para que tales hechos no se repitan. Teniendo en cuenta que existe una referencia a un pasado violento, sobre todo en los años ochenta, parte importante de los análisis están enfocados en la figura de la víctima, figura “orientada a ser el fundamento de los procesos judiciales contra los perpetradores del terrorismo de Estado” (Bacha, 2011, p. 3).

[Por] víctima de violaciones a los derechos humanos e infracciones al derecho internacional humanitario [se entiende ampliamente] a aquella persona o grupo de personas, colectividades o comunidades –hayan sido o no identificados o individualizados–, que por acción u omisión del Estado hayan sufrido, directa o indirectamente, daños individuales o colectivos que impliquen violaciones a sus derechos consagrados en la Constitución y en los tratados internacionales sobre derechos humanos y sobre derecho internacional humanitario, con independencia de que los agresores hayan sido identificados, aprehendidos, procesados y/o condenados y con independencia de cualquier relación existente entre el agresor y aquéllas. (Ortiz, 2009, p. 208; véanse Sentencia C-781 de 2012 y Sentencia C-052 de 2012)

Las figuras de víctima y testigo pasan a identificarse mutuamente, como sobrevivientes del pasado (Traverso, 2007, p. 70). Bédarida nos presenta tres sentidos de la noción de “testigo”, de los cuales rescataré los siguientes dos:

Primer sentido: un testigo, actor o espectador, informa de lo que ha visto u oído de un acontecimiento o una acción. De esta experiencia nace un relato y es en ese sentido en el que se habla de un testigo ocular o de un testigo que ha oído. Pero, en realidad, el testimonio no es la percepción misma, es un relato, una narración que implica un proceso de transferencia desde el testigo hasta el que recibe el testimonio. Un hecho por sí solo no testimonia nada. Solo testimonia si es interpretado.

En un segundo sentido, en el jurídico, el testigo que testifica un hecho del que ha tenido conocimiento directo se sitúa en un marco institucional, la justicia, y en un lugar, el tribunal. Es, por tanto, actor en un proceso, en un litigio o en una protesta, derivados de una violación del derecho que es la que se trata de reparar. (Bédarida, 1998, p. 25)

Este autor menciona además a Shoshana Felman, para quien el testimonio implica siempre un compromiso para responder la verdad, sea o no ante un tribunal, para dar cuenta de un hecho, sobre lo que se recuerda, lo que ha dejado huella, comprometiéndose y haciéndose responsable por lo dicho (Felman, citado en Bédarida, 1998, pp. 25-26). Constata entonces Bédarida (1998) tres cosas: como “el testimonio se inscribe en una red de discursos”, existe una unión “entre la realidad y el lenguaje”; habiendo una distancia temporal con los hechos narrados, el testigo emite “un discurso que busca conceder un sentido, es decir, una interpretación”; “el testigo no describe solamente lo que ha visto y oído, sino que queriendo establecer la verdad construye un discurso portador de unidad entre el testimonio de los hechos y el testimonio de sentido” (p. 26).

1.6. Pasado reciente colombiano

Teniendo en cuenta las características ya expuestas sobre la subdisciplina histórica de los estudios del tiempo presente, a continuación describiré las razones por las cuales encuentro que esta investigación se inscribe dentro de ellos, con aplicación específica a los estudios del derecho.

En primera instancia, recordemos que la historia reciente surge como producto del proceso de globalización y de las demandas sociales que exigen respuestas para comprender la realidad en la que se vive, y comprendernos, sobre todo si nos encontramos en presencia de pasados traumáticos. En estos eventos, las preguntas tienen como finalidad adicional la de guiar profundas transformaciones sociales que hagan posible la sanación del tejido social, y por ello algunos de los asuntos incluidos en los estudios expresan preocupaciones por los temas de memoria y de transiciones. En concordancia con lo anterior, este trabajo pretende abordar el tema de la memoria enmarcado dentro del sistema de transición colombiano, en particular en lo que tiene que ver con su proceso judicial, que surgió como un anhelo de paz para la sociedad colombiana, y en cuyo interior se condensan, entre otras, exigencias internacionales en términos de derechos humanos producto de la globalización de estos. Con base en lo anterior, la mirada alrededor de la violencia que ha persistido en Colombia durante tantas décadas me ha conducido a preguntarme sobre este pasado-presente traumático de la violencia paramilitar y sus víctimas, en la búsqueda de una comprensión del presente, y la posibilidad de la existencia de una real y profunda transformación hacia la paz a partir del reconocimiento y recogimiento de la memoria de las víctimas por parte del sistema transicional de justicia y paz.

Cabe también señalar que una de las características más claras sobre la historia del tiempo presente consiste en que ella es “la historia de los hombres vivos”, es decir, que quienes presenciaron, por ejemplo, los hechos violentos y traumáticos, se encuentran vivos; en consecuencia, constituyen una fuente privilegiada del conocimiento de ese pasado, hayan sido o no los perpetradores de estos hechos. Aparece entonces en escena la historia oral y las entrevistas de las que ella se vale; pero del mismo modo surge la figura especial de víctima, que permite adjetivar o cualificar una persona, bajo el entendido de que ha sufrido un daño en sus derechos, bienes jurídicamente tutelados (véase también Liszt, 1994), razón por la cual puede acudir a la justicia para hacerlos valer a través, por ejemplo, del conocimiento sobre lo sucedido, o ser reparada por ello y que el victimario sea responsabilizado por sus actos. La sanción puede ser vista también como parte de la reconstrucción de los vínculos sociales rotos por el periodo de violencia. En el esclarecimiento de hechos que han vulnerado derechos humanos, por medio de los procesos judiciales las víctimas encuentran un espacio para ser escuchadas a partir de las experiencias que tuvieron. En estos espacios, ellas ejercitan su memoria para poder transmitir lo sucedido, por ejemplo, en una audiencia ante un juez, a la vez que son escuchadas las otras partes y exhibidas las pruebas que tengan para poder acercarse con mayor precisión a lo sucedido.

Teniendo en cuenta la anterior característica, he querido hacer uso de la fuente privilegiada del testimonio oral mediante entrevistas, y así poder contrastar la investigación teórica con la memoria, a partir de otorgarle un papel central a las víctimas. En este sentido, por un lado esta investigación se preocupa por estudiar un tema jurídico en el análisis del proceso de justicia y paz, pero, por otro lado, al considerar el tema de la memoria con énfasis en la figura de la víctima y su testimonio, abre puentes con otras disciplinas, como se puede observar desde ya, con la historia, en especial con la historia del tiempo reciente, la historia del derecho, la historia oral y el tema de la memoria histórica; además el lector podrá encontrar que este trabajo dialoga con otros campos en la comprensión de la memoria para la realidad colombiana.

Por último, pero no menos importante, partiendo de la imposibilidad del acceso a la objetividad, propenderé por realizar una investigación honesta, iniciando desde ahora por reconocer que una investigación como la que llevo a cabo tiene la incapacidad de conocer los efectos o consecuencias futuras sobre los fenómenos que estudio, falencia que se le atribuye a la historia del tiempo presente también. Por ello, la interpretación que realice y las conclusiones a las que logre arribar son pasibles de ser revisadas y modificadas por las visiones de generaciones futuras que se interesen por trabajos como el mío; de hecho, es deseable que ocurra.

Pasado y presente continuo de la memoria de los familiares de desaparecidos. El caso de Simón en Justicia y Paz

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