Читать книгу Huellas y marcas de la infancia - Marcelo Rocha - Страница 7

Оглавление

Introducción

MI MARCA

En lo más profundo de mi mente, aún siento y veo girar las ruedas –con sus oxidados rayos– de la vieja bicicleta en la que mis padres me llevaban a la escuela siendo yo un niño… Ellos ponían un almohadoncito sobre el asiento de atrás, para que yo viajara más cómodo esas veinte cuadras eternas, que se convertían para mí en tiempos para pensar, soñar e imaginar.

Aquella experiencia vivida y repetida diariamente se constituyó en una de las principales marcas de mi vida: el lento andar del rodado sobre el pavimento agrietado, arreglado con brea, y mi mirada fija, adormecida aún por el sueño de la mañana.

En esos trayectos siempre me acompañaba una sensación extraña, fuerte y agradable: la admiración por la fuerza del pedaleo diario, constante, silencioso, fecundo de mi madre y mi padre, que me llevaban a la escuela para que yo pudiera estudiar. Ellos, incansables, siempre persistentes y decididos a no resignar ese acto. Me pregunto si esa sensación era mía o era lo que, en realidad, mis padres deseaban para mí. Creo que, sin ser del todo conscientes de esto, pudieron transmitírmelo con su propio ejemplo.

Lo cierto es que entonces comprendí –no sé cómo ni por qué– que sin prisa, pero sin pausa, llegaría adonde me propusiera en la vida… Esta es una de las marcas más fuertes de mi infancia que, sin duda, forma parte de lo que soy hoy.

RECUERDO INTRODUCTORIO

Es en el juego y solo en el juego que el niño o el adulto como individuos son capaces de ser creativos y de usar el total de su personalidad, y solo al ser creativo el individuo se descubre a sí mismo. Donald Winnicott

Ayer, cuando era niño, disfrutaba de pasar horas pensando y fantaseando cómo construir esos juguetes a los que no podía acceder debido a la situación económica de mis padres. Recuerdo la necesidad que tenía entonces de trabajar para eso; gran parte de mis juegos consistían en inventar lo que no había y crear desde la imaginación. Hoy, al comenzar a escribir este libro, comprendo que un deseo tenaz, fuerte y fecundo, se forjaba sobre esa sensible experiencia infantil.

Actualmente, me descubro haciendo lo mismo en gran parte de mi vida, al trabajar de modo activo como psicoanalista junto a mis pacientes, al jugar con mis hijos, al renovar y reinventar día a día el amor, y al escribir las palabras que el lector encontrará en esta obra. Todo sigue creándose, inventándose y modelándose de la misma forma en que eran fabricados aquellos juguetes de mi infancia.

Hoy, luego de haber generado y dado vida a decenas de juegos y juguetes, vuelvo a poner en práctica ese mismo trabajo infantil que aún sigue presente en lo más profundo de mí ser, pues ese niño ya habita en mi inconsciente. Hoy, en este preciso momento, termino de crear este libro para que usted, lector ávido y ansioso por descubrir el mensaje central del mismo, pueda empezar a identificar sus propias marcas de la infancia y, con ello, gran parte de su ser.

EL CONCEPTO DE MARCA DE LA INFANCIA

Sin duda, el mayor placer de un autor es revelar lo esencial de un concepto con la simplicidad de una demostración. J. D. Nasio

Desde que me dedico a escuchar y a intentar aliviar el sufrimiento de las personas, hay una frase (yo diría que muy fecunda) que me resonó de modo particular y permaneció guardada, de manera inconsciente, en mi mente. Poco a poco se tornó cada vez más significativa y adoptó un vivo color en cuanto a sentido e intensidad.

Comencé a escucharla fuera de mi consultorio, en charlas con amigos, de boca de gente con experiencia, en los bares, en reportajes televisivos a personalidades; en fin, en diferentes espacios y momentos. Esa frase se repetía insistentemente y me resultó más representativa cuando, por fin, me di cuenta de su valor en mí y también en muchos otros. Con el tiempo, la frase ya aparecía por todos lados, se me presentaba cual espectro que ronda por la vida para ser redimido de su letargo. Entonces, me lancé a su búsqueda y comprensión.

Bastaba solo que, en el contexto de una charla, escuchara frases tales como “Recuerdo algo que me marcó mucho en la vida” o “Lo que viví en mi infancia me marcó muchísimo” para que supiera que me hallaba ante un modo particular del rememorar, no vinculado a recuerdos vulgares; frente a una forma muy especial de expresión del pasado. Observé que solo era cuestión de preguntar a alguien por lo que más lo había marcado en su vida para notar cómo el interpelado comenzaba a sumergirse en su recuerdo de una forma muy particular.

Ante esta pregunta, la mayor parte de las personas tiene algo que decir. Instantáneamente sale a la luz algún recuerdo y se modifica la expresión de sus rostros, como si emprendieran un viaje y no quisieran perderse el paisaje que van observando. Se conforma una atmósfera extraña, donde el adulto que hoy cuenta se viste por un rato de aquel niño que fue, de ese niño que vivió la experiencia que marcó al adulto actual. Muchas veces, el nudo en la garganta que se produce en el transcurso del relato, en el centro del recuerdo, marca el punto de sensibilidad mayor que ata las puntas del tiempo transcurrido entre el ayer y el hoy. Así es: existe un momento en el que el relato pasado se vuelve presente conocido, cuando quien cuenta se ve nítidamente en eso que narra y presiente algo familiar que aún perdura en él.

Desde entonces, no logro escapar a estas breves e intensas historias que la realidad me muestra y por eso sentí la necesidad de documentar el resultado de mis reflexiones en torno a lo observado. La infancia es puro presente para quien la vive y pasado-presente para quien ya la atravesó; permanece en el ser adulto, no solo como recuerdo sino como acto de lo que se es y se hace.

Existen diferentes tipos de marcas de la infancia, tantas, quizá, como seres humanos, pues son únicas e irrepetibles; se diferencian en su esencia y comparten sus destinos. Sí, he notado que las marcas vividas y forjadas en nuestro pasado también sufren diferentes destinos en su necesidad constante de permanecer y repetirse1, determinando conductas, definiendo subjetividades, abriéndose camino hacia una vocación, como sencillo recuerdo, a través de las manifestaciones de un síntoma o simplemente como necesidad constante de alcanzar ciertas metas en la vida. Todas y cada una de ellas tendrán su propia función y explicarán parte de lo que hoy somos.

En tal sentido, ¿podríamos decir que las marcas de la infancia experimentan los mismos destinos que cualquier tipo de vivencia de nuestro pasado? Rápidamente diría que no, puesto que en nuestra vida infantil atravesamos miles de experiencias que pasarán a formar parte del material inconsciente que nos constituye, pero solo algunas situaciones o escenas vividas en aquel momento resultarán relevantes para nuestra vida psíquica adulta.

Siento que escribirles a las “marcas de la infancia” es rendir homenaje al niño que todos llevamos dentro, en nuestra memoria más sensible. De este modo intento restituir el valor que nuestras sociedades le están quitando a esa etapa tan hermosa y cargada de experiencias. Pareciera que ya no hay tiempo para la infancia; vivimos corriendo contrarreloj para realizar cada vez más tareas que nos convierten en esclavos de las sociedades de consumo. De hecho, ya nadie duda en afirmar que los nuevos síntomas de la época que manifiestan los niños se vinculan directamente con los modos de vida contemporáneos.

La infancia, dentro de la lógica del capitalismo productivo, es considerada un objeto de consumo; consumo de nuevos juguetes que cada vez resisten menos y acompañan a los niños durante un lapso menor, porque serán pronto reemplazados por otros con nuevas funciones, más interesantes y de tecnología más avanzada. Las nuevas infancias ya no son las de antaño, en las que las experiencias fluían por doquier y el tiempo parecía eternizarse en esas siestas en las que la imaginación se activaba para crear, inventar y soñar. Me preocupa la forma de vida de nuestros hijos en las grandes urbes agobiadas por la violencia, la inseguridad y el temor, reducidos a quedar encerrados en sus cuartos, tras las rejas de una casa segura, sin tener la posibilidad de poder ir a jugar con sus amigos, libres y autónomos en la placita de su barrio.

Las formas de la vida líquida de nuestras sociedades actuales sumergen a los niños en nuevos modos de transitar la infancia. Estas modalidades de contrato social pueden llegar a producir futuros muy inciertos, ya que hipotecan las experiencias de vida tan necesarias para el desarrollo de las subjetividades, en pos de un progreso productivo. No solo el futuro de la existencia humana se pone en juego ante tal situación; asistimos a un nuevo tipo de lazo social generado por este nuevo escenario. Los vínculos sensibles se encuentran en peligro.

Zygmunt Bauman y Leonidas Donskis plantean el concepto de “adiáfora” como un nuevo modo de comportamiento de los seres humanos por fuera del universo de evaluaciones y obligaciones morales:

La adiáfora implica una actitud de indiferencia a lo que acontece en el mundo, un entumecimiento moral. En una vida cuyos ritmos están dictados por guerras de audiencia e ingresos de taquilla, donde la gente está absorta en las últimas tendencias en aparatos tecnológicos y formas de cotilleo; en nuestra “vida apresurada” en la cual rara vez hay tiempo para detenernos y prestar atención a temas de importancia, corremos el grave riesgo de perder nuestra sensibilidad ante los problemas de los demás. Solo las celebridades y las estrellas mediáticas pueden esperar ser tenidas en cuenta en una sociedad extenuada por la información sensacionalista y sin valor (Bauman y Donskis, 2015).

La sensibilidad no puede comprarse para ser regalada a nuestros hijos y que forme parte de los objetos de consumo que guardan en sus cuartos. Este tipo tan particular de afecto se crea únicamente a través de las experiencias afectivas producidas en la vida cotidiana, imposibles de suplantar por otro tipo de creación moderna.

Pero, mientras estas nuevas formas de vínculos avanzan sin detenerse, día a día las experiencias de vida construyen y marcan nuevos destinos. Me preocupan aquellas infancias que, por tener que salir a ganarse el sustento, soportan ese otro peso de la pérdida de la niñez. Me inquietan esas infancias que, por portar determinados estigmas discapacitantes o por llevar adheridos múltiples rótulos (esos que aún emplean ciertos profesionales del campo psi), quedan reducidas a peligrosos circuitos de exclusión. Debemos comprender que ellas siguen exponiéndose ante las marcas que afectarán su futuro y es el deber de nuestra sociedad intervenir para que esto no continúe sucediendo. Por eso, este libro también propone pensar a nuestros niños del presente en función de su porvenir adulto, un porvenir que estará íntimamente ligado al tipo de experiencias sensibles a las que los expongamos.

Si en el mundo aún existen infancias que sufren, no podemos pretender un mejor futuro para la humanidad…

NOTA

1. Mis hipótesis se basan en la teoría expuesta por Juan David Nasio (2013).

Huellas y marcas de la infancia

Подняться наверх