Читать книгу Pedestales y prontuarios - Marcelo Valko - Страница 7
Prólogo
El arte de la asimetría
ОглавлениеEl piadoso vitral de una iglesia, la simpática efeméride en la portada de una revista infantil o una severa estatua en una plaza representan objetos portadores de significado social diseñados para transmitir una determinada impronta donde el pasado se temporaliza en un presente épico, perpetuo e inamovible. El héroe desde lo alto del pedestal nos asegura que las cosas sucedieron así y no de otra manera. Aunque: ¡oh, sorpresa!, no siempre el proceso recordatorio puesto en escena guarda relación con el hecho que conmemora. Historia y memoria no siempre van de la mano ni significan lo mismo; sin embargo, la reiteración de imágenes y su persistencia a lo largo del tiempo actúan como una sobredosis que nos anestesia y nos acostumbra al corsé de ser pensados por la práctica discursiva en lugar de pensar los hechos.
Los símbolos no ocurren solos, no emergen de la nada. El patrimonio conmemorativo tiene como misión didáctica naturalizar un relato convincente e imponer una determinada visión política para glorificar al segmento dominante que disemina estereotipos adecuados al gusto de su paladar. Es un negocio circular en el que el ideólogo de la estatua es el dueño del poder y por eso la erige para adormecer, autocelebrarse o devaluar situaciones inconvenientes reproduciendo relaciones asimétricas que sobreviven agazapadas en forma explícita en la pureza del mármol de Carrara o en la hermosa transformación de la luz que atraviesa los vitrales. El arte conmemorativo puede tener mil calificaciones, la única que no le cabe es la de inocencia, lo que lleva a Nietzsche a señalar que “la estética subvierte la historia”. Las estatuas arrastran culpas, no son ingenuas en tanto símbolos portadores de un orden que viene de lejos. Incluso Marx en El 18 de Brumario afirma que “la herencia de todas las generaciones muertas acosa la mente de los vivos como una pesadilla”, y en este caso los monumentos constituyen una heredad que no cesa de aturdir con la fingida inmovilidad de la piedra.
Ricardo Rojas (1882-1957) advirtió tempranamente la funcionalidad ideológica de los monumentos y por eso planteó “la pedagogía de las estatuas” para que las mismas accionaran como una suerte de catecismo patriótico propiciando un celoso culto a los héroes. Su objetivo buscaba fomentar la argentinidad frente a la marea inmigratoria que con sus reclamos laborales amenazaban las prerrogativas del patriciado local. La ciudad en tanto objeto impregnado de historia debe aleccionar a propios y extraños sobre la grandeza del pasado robusteciendo un presente nacionalista. En aquellos primeros años del siglo XX en que se instaura el Servicio Militar Obligatorio, Leopoldo Lugones eleva el Martín Fierro al sitial de héroe mítico contradiciendo en apariencia el paradigma sarmientino que afirma que la única utilidad del gaucho consiste en abonar el suelo con su sangre. A esa altura el personaje descripto por Hernández había desaparecido y podía ascender al panteón patrio. Sin embargo, Rojas con su docencia desde el arte pretendía ir más lejos dado que buscaba incluir a los grandes caciques como Calfucurá, una intención que quedaría trunca. Un indio no deja de ser un indio y difícilmente logra evadir el estereotipo con el que fue guionado. Además era demasiado para el rancio pedigree de la elite pese a su cacareado catecismo de argentinidad. Así comienza a emerger una serie de centinelas o mojones de la nacionalidad y de la religión que sostiene el Estado diseminados en espacios públicos a tono con la historia oficial que se transforman en una telaraña difícil de advertir y, por ende, de evadir. En pocos años surgen réplicas de aquel jinete mencionado por Borges “que, alto en el alba de una plaza desierta / rige un corcel de bronce por el tiempo”. Y así la invención del pasado comenzó a ser creída a rajatabla aun por sus propios creadores persuadidos de constituir un legítimo apéndice de Europa.
El acervo recordatorio pone en escena una práctica social de asimetría que pretende domesticar a todos por igual y, aunque aquí, por una cuestión de simpleza didáctica, utilizo ejemplos que guardan relación con el rol de la mujer y grupos considerados subalternos como pueblos originarios y afrodescendientes, disciplina a todos por igual. La peligrosidad de la estatuaria radica en su aparente quietismo donde la belleza que emana de las obras procura obturar nuestra percepción ante la incesante producción de sentido en el que la efeméride funciona como una sutil coartada y el arte oficia como un atractivo anzuelo.
La intención de Pedestales y prontuarios es de-velar, quitar el velo del doble rostro de una historiografía especializada en vanagloriarse de una supuesta objetividad cuando no hace más que hablar con la voz monocorde de un único sector siempre complaciente ante las voces de mando, etiquetando con comodidad vitrinas y estantes mientras ningunea pruebas y documentos. Detrás de la mascarada de asepsia las elites desempeñan un papel trascendente en la elaboración e imposición de imágenes que adjudican características reales o imaginarias para héroes, santos y distintos segmentos sociales. Para ello propongo una mecánica simple, mediante una batería de casos modélicos el lector que por primera vez se asoma a estas cuestiones podrá comprender de inmediato el proyecto del texto. Si bien todos los capítulos se encuentran concatenados, en cada uno de los ejemplos se irán deslizando análisis y conclusiones. De esa forma, quien esté interesado en utilizar el libro como una herramienta didáctica podrá recortar con facilidad los ejemplos que considere más atinados.
Desde hace tiempo colegas y estudiantes me plantearon la necesidad de contar con un material que actúe como soporte del seminario “Imagen y discurso represivo”. Hasta el momento solo había publicado de modo disperso algunos artículos. Recién en 2013 agrupé varios ejemplos en un breve ensayo referido a la Estatuaria oficial como dialéctica disciplinadora, en el que reflexionaba sobre lo peligroso que resulta el patrimonio monumental, la señalética urbana y resaltaba además la tarea de Osvaldo Bayer en pos de desmonumentar al general Roca y otros personajes consagrados como ejemplos a seguir. Esta propuesta es más ambiciosa y busca una mirada global del fenómeno para demostrar lo extendido de una práctica que abarca casi todo el espectro de la imaginería oficial.
Varios casos fueron impuestos por “el azar” de los viajes e incluso algunos fueron “denunciados” por los asistentes de las conferencias. Supongo que este libro tendrá continuidad dada la cantidad de ejemplos que por una cuestión de espacio quedan fuera de esta edición y otros que seguramente saldrán a la luz debido al compromiso de tantos lectores que me emocionan con esa delicada cercanía que solo un libro puede producir, a quienes invito a comunicarse por e-mail a marcelovalko@yahoo.com.ar o vía Facebook a mi nombre.
Un texto de estas características tiene mucho que agradecer. A Marisa Pizzi, Alejandro Valko, Pablo Noriega, Jazmín González, Nelly López, Soledad Castro, Germán Cavallero, Lilen Guillet y Leo Faryluk por su valiosa colaboración. A Gustavo Martínez y Fernando Hadad de la CTA Autónoma de Santa Fe. A los periodistas Alfredo Montenegro, Luisa Valmaggia, Antonio Martínez Noroña y Enrique Coria. Al hermoso empeño de Hernán Nemi, Laura Font, Naty y Claudio Ricartes, Pablo Badano, Isabel Gallina, Marcos Ongini, Marcelo Constant, Valeria Reta, los compañeros de ECOS de Saladillo, Silvia Starcich, Ariel Roldán, Fiti Perrone, Carlitos Blanco, Luis Puentes y Miguel Benestante. A la Editorial Sudestada que viene soplando contra la desmemoria, al documentalista Sebastián Díaz, a Jorge Gurbanov de Ediciones Continente por creer en la Artillería del Pensamiento, a la tenacidad del Centro Gramsci de Santiago del Estero y siempre al Maestro Osvaldo Bayer donde quiera que esté.
Sin más preámbulo los invito a cambiar su mirada sobre las coartadas que encubren las imágenes y su proceso de naturalización que cercena el pasado, restringe los hechos, acota la verdad e inocula un relato intencional que se distancia del episodio que conmemora hasta convertirlo en otra cosa y así, en lugar de pensar, somos pensados por el nefasto sistema que Orwell intuyó en 1984. Si desde ahora la observación de una estatua provoca cierta inquietud, el objetivo del libro estará cumplido.