Читать книгу ¿Podemos adelantar la Segunda Venida? - Marcos Blanco - Страница 12
La discusión en perspectiva
ОглавлениеAntes de pasar a analizar conceptos teológicos contrapuestos con respecto a la demora de la Segunda Venida, pongamos esta discusión en perspectiva. Solo estamos discutiendo el cuándo, no el qué. No estamos poniendo en duda si Jesús volverá por segunda vez. No, estamos analizando solo el cuándo, la fecha, el momento (el timing, dirían en inglés), pero en ningún momento me gustaría que quedaran dudas con respecto a ese evento glorioso que pondrá fin a la historia de pecado y sufrimiento en este mundo.
Jesús lo prometió cuando estuvo en esta Tierra: “Cuando todo esté listo, volveré para llevarlos, para que siempre estén conmigo donde yo estoy” (Juan 14:3). Los ángeles volvieron a repetírselo a los discípulos: “Jesús fue tomado de entre ustedes y llevado al cielo, ¡pero un día volverá del cielo de la misma manera en que lo vieron irse!” (Hech. 1:11). Es la nota tónica de toda la Biblia, especialmente del Nuevo Testamento: “Pues el Señor mismo descenderá del cielo con un grito de mando, con voz de arcángel y con el llamado de trompeta de Dios. Primero, los creyentes que hayan muerto se levantarán de sus tumbas. Luego, junto con ellos, nosotros, los que aún sigamos vivos sobre la tierra, seremos arrebatados en las nubes para encontrarnos con el Señor en el aire. Entonces estaremos con el Señor para siempre” (1 Tes. 4:16, 17). Y es el anhelo de cada discípulo de Cristo: “¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!” (Apoc. 22:20).
Así como Cristo cumplió todas las promesas dentro de su plan de salvación, y al igual que llegado el tiempo justo vino por primera vez a esta Tierra a morir por nosotros, vendrá en las nubes de los cielos con poder y gran gloria para llevarnos consigo.
Pero, la Segunda Venida ya estaba mencionada antes, en el Antiguo Testamento. De hecho, toda la escatología (o doctrina del ésjaton, según el término en griego que se refiere a “el fin”) del Antiguo Testamento gira alrededor de la venida de Jehová. Los profetas de lo antiguo mencionan con frecuencia “aquel día” (Zac. 14:9) o “esos días” (Joel 2:29), o sencillamente se refieren a “ese tiempo” en que se materializaría la salvación (Dan. 12:1). Es más, ese evento es referido como el “día del Señor” (Sof. 1:14), o “día de Jehová”, según otras versiones.
Dado que ese gran día traería tanto salvación para los que esperan a Dios en sus caminos como juicio para aquellos que se han apartado de él, los profetas a menudo instaron a Israel y a las naciones vecinas a estar preparadas y acercarse a Dios. “Busquen al Señor” (Sof. 2:3), era la súplica del profeta.
Esa necesidad de preparación también es enfatizada por el profeta Amós: “¡Prepárate para encontrarte con tu Dios en el juicio!” (Amós 4:12). Y en el libro de Abdías se concentra la advertencia contra todas las naciones que no andaban en los caminos de Dios: “¡Se acerca el día cuando yo, el Señor, juzgaré a todas las naciones paganas!” (Abd. 1:15). Pero ese evento traería también el reinado completo de Jehová: “En aquel día […] el Señor será rey sobre toda la tierra. En aquel día habrá un solo Señor y únicamente su nombre será adorado” (Zac. 14:8, 9).
Algo importante aquí es que, para todos estos anuncios proféticos, el “día del Señor” es un evento real, material e histórico. La venida del Señor irrumpe en la sucesión histórica de imperios mundiales. Y, dado que precisamente interrumpe el curso histórico natural, se trata de un evento culminante. Además, es un evento de dimensiones globales; no se trata de un suceso local o regional del que alguien pueda escapar, sino que toda la Tierra quedará afectada por la venida del Señor (Isa. 2:12–19; Sof. 3:8; Mal. 4:1).
Por eso, más allá de que los profetas del Antiguo Testamento lo predijeron, más allá de la promesa de Jesús y más allá de que cada escritor del Nuevo Testamento hizo alusión a esa “esperanza bienaventurada” (Tito 2:13, RVC), toda la Biblia asume con certeza el cumplimiento futuro de esa promesa: “¡Miren! Él viene en las nubes del cielo. Y todos lo verán, incluso aquellos que lo traspasaron. Y todas las naciones del mundo se lamentarán por él. ¡Sí! ¡Amén!” (Apoc. 1:7).