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El paso del tiempo: una cuestión de percepción

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Se cuenta el caso de un edificio de oficinas en Nueva York donde sus usuarios se quejaban de la excesiva cantidad de tiempo de espera para el ascensor. La antigüedad del edificio, junto con otros factores, impedía que se le realizaran mejoras o modernizaciones. Los ocupantes amenazaban con romper los términos de sus contratos de alquiler como resultado de la cantidad de tiempo que tenían que esperar por los ascensores. Se llamó a una reunión de los administradores del edificio para buscar una solución. Uno de los miembros allí presentes era psicólogo, y quedó perplejo por el hecho de que los inquilinos se molestaran tanto por tener que esperar solo uno o dos minutos.

Así, llegó a la conclusión de que la razón del malestar era el aburrimiento más que el tiempo real de espera. De esta manera, dado que consideraba que el problema radicaba en que los usuarios no tenían nada para hacer durante la espera, “sugirió instalar espejos en las áreas de entrada del elevador, para que aquellos que esperaran pudieran mirarse entre ellos o a sí mismos sin que pareciera que lo hacen”. ¿Qué sucedió? “El gerente tomó su sugerencia. La instalación de los espejos se realizó de manera rápida y a un costo relativamente bajo. Las quejas por la espera se detuvieron”.4

En la actualidad, es bastante común ver espejos en los vestíbulos donde se encuentran los ascensores. La moraleja es que el tiempo de espera se experimenta de manera diferente si hay algo para hacer durante la espera. Esto quiere decir que la manera en que interpretamos un ínterin está íntimamente relacionada con la manera en que interpretamos ese tiempo de espera. Y ese tiempo se interpreta de acuerdo con lo que tenemos para hacer durante él. Si no estamos haciendo nada durante la espera, el tiempo transcurrido se nos ocurrirá eterno. Por otro lado, si estamos ocupados, el tiempo se pasará “volando”.

Así, el tiempo de espera real de un evento se ve modificado en la mente por la percepción subjetiva de quien espera. Los estudios han demostrado que este es especialmente el caso cuando anhelamos algo, según lo considera el neurocientífico cognitivo Muireann Irish, de la Universidad de Sídney. Piensa en un niño que repetidamente pregunta: “¿Ya llegamos?” o “¿Cuánto falta para que pueda abrir mis regalos de Navidad?” Según el Dr. Irish, “si estamos esperando que suceda algo… el tiempo se puede dilatar y percibimos que se ha demorado mucho más”.5

Y el tiempo puede parecer que se arrastra todavía más lentamente si eres del tipo impulsivo, que se inquieta o incluso se enoja cuando no obtiene lo que quiere de inmediato. En un estudio realizado por el psicólogo alemán Marc Wittmann, las personas obligadas a sentarse en una habitación sin hacer nada durante siete minutos y medio sintieron que el tiempo pasaba de manera diferente, dependiendo de su tipo de personalidad. Algunos dijeron que la duración había sido de solo dos minutos y medio, mientras que para los más impulsivos se habían sentido como veinte minutos. Entonces, no son solo factores externos, sino también quiénes somos, lo que influye en nuestra percepción del tiempo.

¿Podemos adelantar la Segunda Venida?

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