Читать книгу Cuerpo(s), micropolítica y género en Trabajo Social - Marcos Javier Peralta - Страница 12

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Reflexiones desde las propias trayectorias corporizadas

En el año 1992 en la ciudad de Concordia, provincia de Entre Ríos, donde nací y viví hasta los diecinueve años, participé por primera vez de la experiencia de teatro del oprimido de Augusto Boal (3). Así fue que a los catorce años conocí dos cosas importantes para mi vida: el teatro y la educación popular como herramientas de expresión y denuncia de situaciones de injusticia social.

En el taller de teatro comunitario del barrio, trabajábamos con la idea de sujetxs oprimidxs. La metodología del taller consistía en compartir de manera colectiva “las opresiones” y elegir una problemática común y desde allí armar “obritas cortas con finales abiertos”, cuyo desenlace los proponían lxs vecinxs.

Con este grupo, íbamos de barrio en barrio, haciendo denuncias y conociendo otras, éramos adolescentes teatrerxs comunitarixs. Así comencé a vivenciar con otrxs la pertenencia a un grupo, reconociendo en mis pares la condición similar de opresión de las condiciones concretas de existencia: la pobreza. La pobreza para nosotros no siempre era sinónimo de tristezas, sino que también era la oportunidad de ir de un barrio a otro contando y recuperando historias. Éramos como “las estrellas de lxs pobres”.

En el año 1996 me mudé a la ciudad de Paraná a estudiar teatro y Trabajo Social, buscando en esta nueva ciudad y en ambas carreras un lugar desde donde comprender la situación de pobreza estructural de donde venía.

En 1999 cuando decidí dejar la carrera de Trabajo Social en la Universidad Nacional de Entre Ríos, y durante los cuatro años que la cursé, hubo dos cosas que me excluyeron de la vida cotidiana universitaria: la homofobia -aunque yo no reconocía que las prácticas y matrices homofóbicas también atravesaban mi corporalidad- y el neoliberalismo representado en la falta de trabajo.

En la década de los 90, en la facultad de Trabajo Social de Paraná nos pasábamos horas y horas sentados, en sillas o en el piso del patio de la facultad, debatiendo, tomando mates, haciendo trabajos prácticos alrededor de una mesa, riéndonos, mirándonos a los ojos, emborrachándonos por las noches en las peñas hasta caer al piso. Pero el cuerpo no era mencionado, ni en las clases, ni en el patio, ni en las peñas, no era un tema de época. El cuerpo en la formación universitaria de los 90 era un espacio vedado, pero la homofobia y la lesbofobia estaban en nuestros cuerpos y a la orden del día. Recuerdo que dos profesoras eran llamadas de manera peyorativa “El señor”, por nosotros lxs estudiantes e inclusive por algunxs profesorxs. Estos comentarios surgían como críticas a cierta actuación masculina de las profesoras que se manifestaba en su manera de vestirse, de caminar, el tono de la voz, la manera de pararse y de fumar, todas acciones que no resultaban “esperables, y deseables” para una mujer.

En 1998 comencé a tomar clases de danza contemporánea e ingresé como bailarín al grupo de danza–teatro, “El Laboratorio” dirigido por Verónica Kuttel (4) y a la Escuela Provincial de Danzas Constancio Carminio de la Universidad Autónoma de Entre Ríos. Debido a las exigencias técnicas de la escuela de Danzas, sumado al hecho de que buscaba “bailar mejor” y que según las maestras “había entrado grande a la danza” me vi obligado a tomar clases de danzas clásicas y a hacer gimnasia deportiva para tener más fuerza en piernas y brazos. En este trayecto, lo primero que me cambió fue la musculatura, la forma de caminar, y de pensar. Caminaba por la calle y algo nuevo sucedía en mi corporalidad, había cambiado cierta gestión de la verticalidad, caminaba todo el tiempo erguido y con las piernas abiertas, mirando hacia el horizonte, esto me hacía sentir importante.

Mientras acontecía este proceso singular de la danza en mi corporalidad, en la carrera de Trabajo Social seguíamos hablando, de la opción por los pobres, toda una ética y una estética del sufrimiento en pleno Neoliberalismo Menemista. Yo tenía veinticuatro años y lo único que quería era sentir placer y un lugar donde me dejaran moverme y actuar “lo gay” sin cuestionamientos. Y el Trabajo Social latinoamericano, el sujeto oprimido y la intervención transformadora estaban muy lejos de este deseo. En el año 2000, dejé ésta carrera y me dediqué a la Danza.

Mientras transcurría la crisis del 2001, entre despidos, paros, bonos federales, marchas y contramarchas, en la Escuela de Danzas Constancio Carminio de Paraná, la única preocupación era la exigencia del cuerpo joven, la técnica de danza clásica y contemporánea, el entrenamiento extremo, el sudor, el olor, la musculatura tersa, los abdominales marcados, las muestras, los ensayos, la valoración del esfuerzo sostenido, el movimiento y el silencio sobre la palabra y los anhelados aplausos del público. Para mí, este trayecto implicó toda una vivencia dicotómica; venía de la academia, un lugar donde tenía una cabeza sin cuerpo y transitaba ahora un cuerpo sin cabeza. Doce años más tarde, me daría cuenta de que esta dicotomía es aparente y que son posibles otras articulaciones, siendo este libro una de ellas.

Luego de una serie de intentos frustrados de ingresar a un ballet profesional de danzas clásicas (Ballet del MERCOSUR de Maximiliano Guerra, CABA, Ballet del Teatro San Martín CABA y Ballet del Sur de Bahía Blanca) y de trabajar como bailarín profesional, tomé la decisión de mudarme a Rosario y hacer el profesorado de danzas, donde el acento estaba puesto en enseñar a bailar, desde un “saber bailar”. Ya que se entendía que lo que habilita a un profesor a enseñar a bailar, es haber bailado “bien”. Era el año 2003 comenzaba lo que más tarde se denominaría en nuestro país “la década ganada”. En estos vientos de esperanza, si bien mi interés era enseñar a “bailar bailando”, yo me seguía preguntando por una teoría del cuerpo desde la danza o al menos una visión más amplia que repetir una secuencia de movimientos. Entonces comenzó una nueva búsqueda por abrir otras preguntas.

La propuesta de “un cuerpo entrenado que solo baila” me parecía acotada y que la única preocupación de la danza fuera el movimiento también me resultaba sospechoso, en el sentido que no solo quería investigar un cuerpo en movimiento desde una técnica, sino preguntarme qué hay más allá de lo técnico y qué puede decir la danza acerca de un cuerpo que se mueve. Por lo tanto, el campo profesional del arte de la danza, me resultaba cada vez más conservador, retrógrado y acotado para mis preguntas.

En el año 2009 se produce en la provincia de Santa Fe, en el marco de la primera experiencia de gobernación socialista, la creación del Ministerio de Innovación y Cultura. Junto al Ministerio de Educación se realiza una convocatoria abierta, vía online, a distintos profesionales, que hubieran transitado experiencias de producción pedagógica en espacios formales y no formales con eje en el cuerpo y el movimiento, con la intención de formar parte de un equipo de trabajo que llevaría adelante una propuesta pedagógica innovadora en los Institutos de Formación de Profesores de Educación primaria e inicial denominada “Cátedra Experimental Movimiento y Cuerpo”. Esta experiencia personal en la producción de la cátedra y luego en mi experiencia como docente de la misma, produjo un movimiento de interpelación acerca del concepto de danza y de cuerpo y de mis propias prácticas pedagógicas sostenidas hasta el momento. Apareció para mí algo nuevo, que había estado vedado en la formación de bailarín y profesor de danzas, la palabra, como un particular modo de reflexionar sobre la experiencia de la carne y lo grupal como terreno y superficie sobre la que se construye una red subjetiva, afectiva.

Por otro lado, en esta experiencia compartida con otrxs docentes de teatro, danza, expresión corporal y educación física, me encontré por primera vez con profesionales de otras disciplinas provenientes de las ciencias sociales, antropólogxs, sicólogxs trabajadorxs sociales, psico-motricistas, todxs ellxs con una doble inscripción en las ciencias sociales y en las artes. La vinculación con estxs profesionales me devolvió a mi trayectoria académica en Trabajo Social, y por otro lado, la situación de aprendizaje colectivo, me conectó con el trayecto en teatro del oprimido. Además de esto, reapareció fuertemente la experiencia vivida en los talleres y la reflexión sobre la práctica, propia de la formación en Trabajo Social. En este espacio de trabajo y en un escenario de tensiones personales y disciplinares construí algunas certezas conceptuales desde la experiencia corporal compartida:

 Ya no se trata de bailar sino de moverse, explorar, experimentar el movimiento.

 El cuerpo no es algo dado sino una construcción.

 Existe un campo de disputa acerca de los saberes y prácticas sobre el cuerpo.

 La experiencia vivida desborda algunas categorías sobre el cuerpo.

El mayor aprendizaje que identifico como bisagra es que, entre lo singular de cada uno y lo colectivo, existe un cuerpo en acción, los cuerpos colectivizados son constructores de redes afectivas. En un espacio-tiempo de trabajo corporal compartido, aquello que me sucede a mí, también le sucede a otros y eso me y nos modifica.

Así fui arribando a una “pedagogía” que implicaba ir de la acción del cuerpo a la reflexión desde el cuerpo, una reflexión corporizada. Entonces comienzo a construir una perspectiva que enlazaba:

 Lo pedagógico aprender de y desde el cuerpo.

 Lo artístico en tanto acción estética transformadora que permite construir otros modos corporales de habitar el espacio y el tiempo.

 Lo político la pregunta por lo propio, de otrxs y la dimensión colectiva.

En el año 2010, y en el marco de una política estatal de reconocimiento de los derechos humanos y sociales, las organizaciones de lucha de diversidad sexual impulsan con decisión estrategias de visibilización para conquistar la sanción de la Ley Matrimonio Igualitario. Este hecho significó para quienes militábamos la cuestión LGTBIQ (5) acciones, preguntas e intervenciones desde nuestros espacios cotidianos de trabajo con el objetivo de pelear nuestra ciudadanía política. El desafío fue ganar la calle e interpelar a otros ciudadanxs a fin de sensibilizar sobre la importancia de dicha ley y la defensa de los derechos civiles de la comunidad LGTBIQ.

En este contexto, militantes, artistas, activistas y actores políticos diversos produjimos distintas estrategias de visibilización de la diversidad sexual y disidencia sexual. Estas acciones permitieron un cruce de lxs artistas con colectivos y organizaciones políticas en lucha por la diversidad sexual, e identidad de género.

En mi trayectoria singular esta intervención desde el arte, en mi caso la danza, en el proceso de lucha por los derechos civiles implicó interpelaciones, renuncias y enfrentamientos con compañeros artistas e integrantes de los colectivos LGTBIQ acerca de cómo hacer visibles los cuerpos en las manifestaciones públicas. En este proceso el desafío era producir distintas propuestas poéticas y estéticas con un alto contenido político, que ocuparan otros lugares ajenos del circuito artístico local, para ganar las plazas, calles y lugares de concurrencia pública. En este proceso y contexto de lucha me reconozco y reconozco a otrxs como cuerpos en lucha por la vida, ya que nos negaban el derecho a encarnar un modo afectivo disidente de estar en el mundo y por eso salíamos a la calle a gritar: el mismo amor los mismos derechos.

Esta movilización de las pasiones políticas, puso de manifiesto lo que la activista trans Susy Shock (6) nombra en sus presentaciones como artivismo, describiendo así a aquellas intervenciones artísticas que vienen a denunciar situaciones de opresión, injusticia o maltrato al colectivo LGTBIQ. El artivismo es activar y denunciar desde el arte y ese arte es desde nuestros cuerpos putos, tortas, trans. Es así como advertí que un cuerpo que puede mover una reivindicación de derechos en el marco de colectivos organizados, deviene entonces cuerpo político en disputa por nombrar las prácticas y saberes sobre los mismos.

En esta línea de análisis mi experiencia que se desarrolló por años en un circuito artístico auto proclamado como contemporáneo, entró en conflicto cuando comencé a participar de espacios considerados “no artísticos”, y empecé a descubrir que en mi corporalidad se disputaban y enfrentaban discursos sociales sobre los modos de estar siendo varón homosexual, artista y sosteniendo contrariamente en la danza, y casi sin advertirlo, un poética de valores hetero-centrados. Darme cuenta de esto me significó iniciar una búsqueda de otra estética, que cobrara sentido en mi afectividad disidente. Esta acción de poética disidente, dejó de ser singular a partir de la colectivización y organización con otrxs artistas en un marco de disputa por nombrar el cuerpo como materialidad política auto-percibida. Este movimiento de lo personal a lo colectivo, devino organización política-poética produciendo efectos de transformación en mi activismo en danza y en la colectivización de mis intereses. Comienzo entonces a corporizar la máxima feminista de a hacer político lo personal, en este caso, mi cuerpa marica disidente.

El colectivo de varones anti-patriarcales Rosario, fue el lugar donde arribé en el año 2012, cuando percibí que en la militancia gay todavía había “olor a machito”, pues las lógicas machistas aún siguen presentes en un jerarquía donde el varón gay lindo y clase media académica lidera esa pirámide sexista. El colectivo de varones anti-patriarcales de Rosario me permitió profundizar en lo político de la vivencia corporal en grupo con otros varones en el marco de la lucha anti-patriarcal.

El colectivo de varones antipatriarcales Rosario, varones feministas, me permitió reconocer mi propio machismo marica y deshacer ese varón impuesto y habilitar lo frágil y vulnerable. En el colectivo se trabajaba con la idea de colectivizar las sensaciones, emociones con el objeto de generar una red afectiva donde el trabajo corporal desnaturaliza e interpela el propio cuerpo vivido. Es en esta reflexión encarnada y en la consiguiente búsqueda teórica y en el debate político sobre los cuerpos de varón, donde me conectaba por primera vez con la perspectiva de género, y conocía la categoría de patriarcado, concebida esta como una relación asimétrica y de poder entre varones y mujeres. Esta categoría me permitió pensar, analizar y reflexionar acerca de cómo los cuerpos de varones resultan carnalidades entrenadas para matar, dominar y penetrar a fin de perpetuar su dominio sobre mujeres, identidades diversas e inclusive sobre otros varones. Lo anti-patriarcal radica entonces en retomar una lucha iniciada por nuestras compañeras mujeres, no acompañar, sino estar ahí en la lucha por la igualdad de género y des-naturalizar el propio cuerpo vivido, volver a habitar como varones la amistad, la fragilidad, la emoción, la sensualidad, la vulnerabilidad. Construir una política de las emociones, producir una micropolítica de los cuerpos de varones en situación colectiva, en profundo cuestionamiento a la heteronorma.

En estas trayectorias encarnadas y luego del exilio neoliberal de los 90 de la academia, retomo la carrera de Trabajo Social para abrir la discusión y preguntarnos lo siguiente:

1) ¿El trabajo de y desde el cuerpo como propuesta de intervención y herramienta política de autodeterminación puesta en acto, es lo suficientemente potente para aportar “algo innovador, distinto” a la disciplina del Trabajo Social contemporáneo?

2) ¿De qué Trabajo Social hablamos, desde dónde, para quiénes y con qué?

Este libro asume el desafío de responder a algunas de estas preguntas y compartir otras, que serán retomadas por quienes se sientan convocadxs a corporizarlas.

3. Director de Teatro y pedagogo brasilero.

4. Verónica Nedime Kuttel, fue Bailarina Coreógrafa y maestra de Danza Contemporánea-Danza Teatro, Danza Clásica y Tango, creadora del grupo el Laboratorio Teatro Danza de Paraná Entre Ríos, Organizadora del Festival de Teatro de Movimiento, investigó sobre el Teatro danza y el cruce de lenguajes artísticos. En el año 2014 fallece, el grupo “El Laboratorio” sigue trabajando coordinado por Mariana Churruarin y Andrea Fontelles. En su trabajo se destaco por abrir la danza contemporánea a distintos actores e instituciones en la Provincia de Entre Ríos.

5. Esta sigla significa Lesbianas, gay, travestis, bisexuales, intersex, queer

6. Sushy shock es activista cantante y performer de Capital Federal y en sus espectáculos explica este concepto y circula en el ámbito de activismo LGTBIQ.

Cuerpo(s), micropolítica y género en Trabajo Social

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