Читать книгу La leyenda de Laridia - Marcos Vázquez - Страница 11
Оглавление6. Como peces en el agua
Mientras caía, Maite se aferró a la libreta. Cuando la halló entre las pertenencias de su padre, no imaginó que aquellos garabatos le serían de utilidad. Ahora se preguntaba cómo era posible que Martín tuviera una igual y que se complementaran entre sí.
Una espectacular e inesperada zambullida la dejó sin respiración. Después de sumergirse varios metros logró volver a la superficie. Respiró tan hondo como pudo, al mismo tiempo que tosía y escupía agua. Aún sostenía la libreta. Temió que el contenido se hubiese borrado. Antes de que pudiera revisarla escuchó a alguien más que tosía. Era Martín, que también intentaba deshacerse del líquido que había tragado.
Ambos se encontraban en una pequeña cueva con forma de campana o copa invertida, rodeados de paredes de piedra y sin ningún sitio hacia donde nadar.
Al mirar hacia arriba, Maite descubrió que en el techo había un agujero en la roca. Imaginó que era el lugar por donde habían caído. Por la oscuridad que los rodeaba, supuso que el orificio en la cima se había cerrado tras la caída. Estaban atrapados en las entrañas de la montaña.
Una extraña luminosidad, que provenía de debajo del agua, le llamó la atención. Era una luz redonda y de color amarillento, que parecía estar a varios metros de profundidad.
—¡Carlos! –gritó Martín. Por más que lo buscaba, no podía encontrarlo–: ¡Carlos! –lo intentó de nuevo.
—¿Estás bien? –le preguntó Maite.
—Un poco asustado y algo mareado, pero estoy bien. ¿Y tú?
Ella asintió.
—Deberíamos buscar a Carlos –dijo Martín, mientras miraba a su alrededor–. Solo espero que no se haya ahogado.
Se sumergió debajo del agua y regresó algunos segundos más tarde.
—¿Lo viste caer con nosotros? –le preguntó Maite.
—No estoy seguro.
—A lo mejor logró quedarse en la cima de la montaña. De todos modos, ahora lo único que importa es encontrar a mi padre y a tu abuelo.
Martín asintió en silencio y luego dijo:
—Espérame aquí; voy a nadar hacia la luz –señaló bajo la superficie–. Puede que sea la salida.
Maite no pensaba quedarse sola, así que lo siguió.
Cuando él se dio cuenta, le hizo un gesto de desaprobación. La muchacha lo ignoró y continuó el descenso.
Pero la luz se encontraba más lejos de lo que parecía.
Al notar que se quedaba sin aire, Martín decidió que debían volver a la superficie. Le hizo una seña a Maite y comenzó el ascenso. Ella lo imitó; tampoco resistía más.
Ambos se asustaron cuando descubrieron que, por más que lo intentaban, no conseguían avanzar ni un solo centímetro. Una extraña fuerza los atraía hacia abajo.
Durante algunos segundos lucharon con desesperación. Lo hicieron hasta que, debido a la falta de oxígeno, los músculos dejaron de responder a las órdenes del cerebro. Sentían que la cabeza les palpitaba y la visión se hacía cada vez más borrosa. Poco a poco el pánico se transformó en una tensa calma que anunciaba lo peor.
Martín fue el primero en darse por vencido. Abrió la boca y respiró. El agua no tardó en llegarle a los pulmones. Cerró los ojos y se entregó.
La cálida sonrisa de Abu fue lo último que vio.
De pronto, sintió que algo le sacudía el brazo. Cuando miró, descubrió que Maite le hacía señas para que respirara. La muchacha le mostraba cómo inhalaba y exhalaba bajo el agua sin que nada le sucediera. Entonces se dio cuenta de que él podía hacer lo mismo. El líquido que ingresaba por la nariz y por la boca tenía un sabor agradable, algo dulzón, y se comportaba como si fuera aire para los pulmones, como si tuviera el oxígeno necesario para mantenerlos con vida.
Aunque en los primeros intentos les costó acostumbrarse, al cabo de un rato respiraban como si fueran peces.
Por desgracia, la falta de aire no era el único problema al que debían enfrentarse. Concentrados en sobrevivir, no se percataron de que habían continuado con el descenso.
Una mueca de pánico se dibujó en la cara de Maite al descubrir hacia dónde se dirigían: aquella extraña luz no era otra cosa que la boca de un calamar gigante.
En cuestión de segundos, sin que pudieran hacer nada para evitarlo, ambos fueron atrapados por los brazos de la espeluznante criatura. Martín sintió que los huesos le estallaban. No podía mover ni un solo músculo. Maite se llevó la peor parte. Un tentáculo le rodeó el cuello y comenzó a asfixiarla. Una vez que los inmovilizó, el animal los condujo hacia la boca.
Cuando estaba por comérselos, una enorme mancha violeta enturbió el agua.
Martín se percató de que la presión sobre su cuerpo cedía. Intentó liberarse de la criatura y lo consiguió sin mayor esfuerzo. Nadó en dirección a Maite para ayudarla. Tras alcanzarla, se sorprendió al ver a un hombre que luchaba, cuchillo en mano, contra el calamar. La pelea duró hasta que logró infringirle un corte al tentáculo que apresaba a la muchacha, lo que provocó que la criatura la soltara.
Maite y Martín se alejaron de prisa. Al cabo de unos instantes, su salvador se les unió. Carlos había vuelto. Estaban en deuda con él; quizás, por segunda vez en lo que iba del día.